Jiang Feng
www.voltairenet.org / 041217
Al retirarse, desde el inicio de su
mandato, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el presidente
Trump puso fin a la guerra económica contra China. En pago, China redujo sus
derechos de aduana, no sólo a los productos de Estados Unidos sino a todas sus
importaciones. Ese acercamiento entre Washington y Pekín es sin dudas el acontecimiento
político más importante de 2017. Pero Occidente no acaba de entenderlo.
Hace 40 años que el mundo sigue la
evolución de China con una mirada atenta en la que se conjugan idolatría y
recelo. El mes pasado [octubre], las publicaciones más importantes de Occidente,
como el semanario estadounidense Time, el diario francés Le Monde y la revista
alemana Der Spiegel, imprimieron sus titulares en caracteres chinos o en pinyin
anunciando al mundo entero: «China: gran vencedora», «El aumento del poderío de
China» y «China: el despertar de un gigante».
Der Spiegel escogió el término chino xing lai
(que significa “despertar”) para anunciar su artículo «China: el despertar de
un gigante». Por una parte, el artículo toma nota del despertar del gigante
chino e interpreta la visita del presidente estadounidense Donald Trump como un
acto de sumisión, incluso como un traspaso del bastón de mando o del estatus de
primera potencia mundial.
Por otra parte, Der Spiegel exhorta a
Occidente a su propio despertar inmediato y a enfrentar como un bloque el
ascenso de China. La publicación alemana reconoce a China importantes avances
en varios sectores. Pero los percibe como una amenaza para el mundo occidental,
haciéndose eco de la tristemente célebre teoría del «peligro amarillo» o de la
«amenaza china».
Antes, cuando los medios de difusión
occidentales utilizaban esta «teoría» como herramienta de propaganda, no creían
que el ascenso chino sería tan vertiginoso. Hoy se ven ante una China que ha
alcanzado un poderío sin igual, que sobrepasa al mundo occidental en numerosos
aspectos, tanto en el plano económico como en los sectores político,
tecnológico y cultural. Según Der Spiegel, China y Occidente están condenados a
vivir eternamente en conflicto.
Cuando tratan de anticipar la evolución de
China, ciertas élites occidentales fluctúan entre la teoría del «derrumbe
chino» y la de la «amenaza china», lo cual lleva a Lester Brown, presidente del
Earth Policy Institute, a preguntar «¿Quién alimentará a China?», afirmando que
el alza de la demanda china agravará la escasez de alimentos a escala
mundial. La realidad es que China alimenta, no sólo a su inmensa población sino
también al mundo entero con una contribución de más de 30% al crecimiento
económico actual.
Hubo una época en que esas mismas élites
se preguntaban qué podría salvar a China y su economía «coja». No vacilaban
entonces en afirmar que China sólo podría convertirse en gran potencia si tomaba
el sistema político occidental como ejemplo. Pero ha resultado, desde aquel
momento, que prácticamente ninguno de los países que emprendieron las reformas
inspiradas por las élites occidentales ha podido desarrollarse correctamente. A
veces hasta han retrocedido y en ciertos casos se hallan al borde del colapso.
Y hasta el propio Occidente se ha dado cuenta finalmente de que su sistema no sólo
sería incapaz de salvar a China sino que su eficacia misma es en definitiva muy
discutible.
Occidente no ve con agrado que el ascenso
de China mantenga un ritmo tan acelerado. Por eso es que la pregunta «¿Quién va
a oponerse a China?» aparece cada vez más frecuentemente en los medios de
difusión occidentales. Y todas las esperanzas recaen en Estados Unidos y en su
presidente.
Pero Trump y su eslogan «America first» no
parecen interesados en la ideología de las élites occidentales. Así que,
frustradas, estas últimas hablan de Trump como el presidente que se prosterna
ante China para lograr sus favores.
En su empeño por atraer a Trump hacia sus
causas, esas élites afirman que el desarrollo y el poderío de China representan
un peligro para Estados Unidos, promoviendo así una variante cada vez más
alarmista de la teoría de la «amenaza china».
No es sorprendente que a Occidente le cueste
tanto trabajo entender a China en la medida en que se trata de dos mundos con
valores completamente diferentes. Las élites occidentales, que desprecian la
cultura china, harían mucho mejor en ir a buscar en sus propios ancestros al menos
una pizca de sabiduría.
Deberían recordar que el emperador francés
Napoleón Bonaparte predijo en su momento el despertar de China e intimó a los
emisarios ingleses a no invadir este país y a buscar mejor un acuerdo
beneficioso para ambas partes. Más recientemente, el ex canciller alemán Helmut
Schmidt también recordó que Occidente no debería reprochar a China el hecho de
tener una forma diferente de funcionamiento y que tendría más bien que mostrar
respeto a esta civilización milenaria, y también hacia sus recientes reformas y
su también reciente desarrollo, y dejar de cometer errores sobre ella.
Este error de juicio sobre China lleva a
Occidente a un callejón sin salida ideológico. En vez de sacar enseñanzas del
programa de desarrollo y de las reformas chinas, las élites occidentales
mantienen un estado de ánimo belicoso y tratan de entorpecer el desarrollo de
China. Eso puede frenar a China momentáneamente pero no puede afectar a largo
plazo la dirección general de su desarrollo.
La nueva versión de la «teoría de la
amenaza china» busca sembrar confusión y provocar una escalada de las tensiones
entre China y Estados Unidos. Si esa maniobra alcanzara sus objetivos, el mundo
se vería sumido en el caos. China no debe prestar atención a todas esas
«teorías». Su desarrollo es lo más importante.