Thierry Meyssan
www.voltairenet.org / 261217
Rompiendo
con las de sus predecesores, la Estrategia
de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump renuncia a gobernar el
mundo y traza el camino hacia la reconstrucción económica y social de Estados Unidos.
Este proyecto, enteramente coherente, implica un cambio radical que su gabinete
tendrá que imponer al resto de su administración.
Bajo los mandatos de George Bush hijo y de
Barack Obama, los documentos que describían la Estrategia de Seguridad
Nacional partían del principio que Estados Unidos era la única
superpotencia del mundo. Así que podía emprender la «guerra sin fin» del
almirante Arthur Cebrowski, o sea destruir sistemáticamente toda forma de
organización política en las zonas ya inestables del planeta, empezando por el
«Medio Oriente ampliado» o «Gran Medio Oriente». Esos dos
presidentes enunciaban en esos documentos sus proyectos para cada región del
mundo. Los Mandos Combatientes Unificados [1] no tenían más que aplicar aquellas
instrucciones.
La Estrategia
de Seguridad Nacional de Donald Trump rompe casi por completo con aquella literatura. Aunque
conserva algunos de sus elementos mitológicos, trata sobre todo de reposicionar
a Estados Unidos como la República que ese país fue en 1791 –o sea, en el
momento del compromiso interestadounidense representado por la adopción de la Carta
de Derechos o Bill of Rights)–, en contraposición con el Imperio que
pretendió ser a través de la política abiertamente imperial impuesta a partir
de los hechos del 11 de septiembre de 2001.
El papel de la Casa Blanca, de su diplomacia y
de sus fuerzas armadas ya no sería poner orden en el mundo sino proteger «los
intereses del pueblo estadounidense».
Desde la introducción misma, Donald Trump se separa
de sus predecesores denunciando las políticas de «cambio de régimen» y
de «revolución democrática mundial» que adoptó Ronald Reagan y que altos
funcionarios trostkistas mantuvieron con sus acciones en el seno de las
posteriores administraciones estadounidenses. Trump reafirma la «realpolitik»
clásica, la de Henry Kissinger, basada, por ejemplo, en la existencia de «naciones
soberanas».
El lector recordará sin embargo que ciertas
agencias intergubernamentales de los países denominados como los «Cinco Ojos»
(Australia, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y Reino Unido), siguen bajo
el control de los trotskistas, como en el caso de la National Endowment for
Democracy (NED[JS1] ).
Donald Trump distingue 3 tipos de problemas que
su país tendrá que enfrentar:
En primer lugar, la rivalidad con Rusia y China;
En primer lugar, la rivalidad con Rusia y China;
la oposición de los
«Estados renegados» (Corea del Norte e Irán) en sus respectivas
regiones;
y, finalmente, el
cuestionamiento del derecho internacional que representan simultáneamente los
movimientos yihadistas y las organizaciones criminales transnacionales.
Aunque Trump también considera a Estados Unidos
como la encarnación del Bien, contrariamente a sus predecesores el actual
presidente no demoniza a sus rivales, adversarios o enemigos, sino que trata de
entenderlos.
Retoma entonces su eslogan de «America First»
para convertirlo en su base filosófica. Históricamente, esa fórmula sigue
estando asociada al respaldo al nazismo, pero ese no era su sentido original.
Inicialmente se trataba más bien de romper con la política atlantista de
Roosevelt: la alianza con el Imperio Británico destinada a que Washington y
Londres gobernaran el mundo juntos.
El lector informado probablemente recuerda que el
primer gabinete de la administración Obama incluía una desmesurada
representación de la Sociedad de los Peregrinos (Pilgrims Society), que
nada tiene que ver con la Sociedad Mont Pelerin. La Pilgrims Society es
un club muy cerrado presidido por la reina de Inglaterra. Ese grupo de
individuos se encargó de manejar el periodo posterior a la crisis financiera de
2008.
Para aplicar su política de regreso a los principios
republicanos estadounidenses de 1791 y de independencia ante los intereses
financieros británicos, Donald Trump plantea 4 pilares:
La protección del pueblo estadounidense, de su patria y de su modo de vida;
la prosperidad de
Estados Unidos;
el poderío de sus
ejércitos
y el desarrollo de
su influencia.
Trump no traza por tanto su estrategia contra
sus rivales, sus adversarios y sus enemigos sino en función de su ideal
republicano e independentista.
Para evitar malentendidos, Trump precisa que,
aunque él ve a Estados Unidos como un ejemplo para el mundo, no es posible ni conveniente
imponer a los demás el modo de vida estadounidense, sobre todo teniendo en cuenta
que ese modo de vida no puede considerarse como «la inevitable culminación
del progreso». Trump no concibe las relaciones internacionales como el reinado
de Estados Unidos sobre el mundo sino como la búsqueda de una «cooperación
recíproca» con sus socios.
Los 4 pilares de la
doctrina de Seguridad Nacional America First
La protección del pueblo
estadounidense supone ante todo el
restablecimiento de las fronteras (terrestres, aéreas, marítimas, espaciales y
ciberespaciales) que los partidarios de la globalización han venido destruyendo
hasta ahora.
Las fronteras deben permitir tanto luchar contra las armas de destrucción
masiva de los grupos terroristas y criminales como contener la entrada de
pandemias y drogas, así como permitir la lucha contra la inmigración ilegal.
Sobre las fronteras ciberespaciales, Trump observa la necesidad de imponer la
seguridad de internet, priorizando en ese aspecto sectores como la seguridad
nacional, la energía, los bancos, la salud, las comunicaciones y los
transportes. Pero todo eso está expresado de manera bastante teórica.
Desde los tiempos del presidente Nixon, la lucha contra la droga era
selectiva y su objetivo no era secar los flujos sino orientarlos hacia
determinadas minorías étnicas. Pero Trump responde a una nueva necesidad.
Consciente de que bajo la administración Obama hubo un derrumbe de la esperanza
de vida sólo entre los hombres blancos, del estado de desesperación que eso
provocó y de la subsiguiente pandemia del uso de opioides, Trump considera la lucha
contra los cárteles de la droga como una cuestión de supervivencia nacional
para Estados Unidos.
Al abordar la lucha contra el terrorismo, no está claro si, luego de la
destrucción del Emirato Islámico (Daesh), Trump se refiere sólo a «lobos
solitarios» que aún prosiguen el combate después de la derrota final, como
los grupos Waffen SS después de la caída del Reich, o al mantenimiento del
dispositivo británico del yihadismo. De referirse a esto último, se trataría de
un importante retroceso en relación con las declaraciones de intención que
emitió durante su campaña presidencial y los primeros meses de su mandato.
Convendría entonces aclarar cómo han evolucionado las relaciones entre
Washington y Londres y las consecuencias de ese cambio en la gestión de la OTAN.
En todo caso, es de notar la presencia en el texto de una extraña frase
según la cual: «Estados Unidos trabajará con sus aliados y socios para
disuadir y perturbar otros grupos que amenazan la patria –incluyendo grupos
apadrinados por Irán, como el Hezbollah libanés».
Para todas las acciones antiterroristas, Trump se plantea la necesidad de
establecer alianzas provisionales con otras potencias, incluyendo a Rusia y China.
Finalmente, sobre la capacidad de Estados Unidos para seguir existiendo,
Trump avala el programa de «Continuidad del Gobierno», a pesar de que
fue precisamente ese sistema el beneficiario del golpe de Estado invisible que
tuvo lugar en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001. Pero plantea que una
ciudadanía comprometida e informada es la razón de ser de ese sistema, con lo cual
parece excluir la repetición de ese tipo de hechos.
Sobre la prosperidad de
Estados Unidos, condición para el desarrollo de sus capacidades en materia
de defensa, Trump es un ferviente defensor del «American Dream» o “sueño
americano”), del «Estado mínimo» (minarquismo) y de la teoría del «trickle-down»
de arriba hacia abajo [2]. Trump concibe por tanto una economía que no se basa en la
financiarización sino en el libre intercambio. Echando abajo la idea comúnmente
admitida de que el libre intercambio fue un instrumento del imperialismo
anglosajón, Trump afirma que este sólo acaba resultando equitativo para los
primeros actores si los nuevos actores aceptan sus reglas y plantea que varios
Estados –entre ellos China– se benefician con ese sistema sin haber tenido
nunca intenciones de adoptar sus valores.
En base a esa premisa –no al análisis que plantea la aparición de una clase
transnacional de súper-ricos–, Donald Trump denuncia los acuerdos comerciales
multilaterales.
Trump anuncia después la desregulación de todos los sectores donde la
intervención del Estado no es necesaria y planifica paralelamente la lucha
contra todas las intervenciones de los Estados extranjeros y de sus empresas
nacionalizadas que puedan falsear los intercambios equitativos con Estados Unidos.
Donald Trump pretende desarrollar la investigación teórica y sus
aplicaciones técnicas, así como respaldar la invención y la innovación. Prevé
para ello la creación de condiciones particulares y ventajosas para la
inmigración, condiciones destinadas a organizar la «fuga de cerebros»
hacia Estados Unidos. Considera además el know how adquirido no como un
medio de cobrar una especie de “peaje” a la economía mundial a través de las
patentes sino como el motor de la economía estadounidense y planea la creación
de un sistema de seguridad nacional destinado a censar y proteger esas técnicas
para conservar la ventaja que estas puedan representar para Estados Unidos.
Al abordar el acceso a las fuentes de energía, Trump observa que Estados Unidos
es, por primera vez, autosuficiente y emite una advertencia en contra de las
políticas emprendidas en nombre de la lucha contra el cambio climático y que
implican limitar el uso de energía. Trump no aborda en este documento la financiarización
de la ecología pero claramente deposita una piedra en el jardín de Francia,
promotora de la «finanza verde». Replanteando ese tema en un marco más general,
afirma que Estados Unidos apoyará a los Estados víctimas de chantajes
vinculados al aprovisionamiento energético.
Afirmando que Estados Unidos ha
dejado de ser la única superpotencia pero que sigue siendo la potencia
dominante, Trump plantea como objetivo central de seguridad mantener esa preeminencia
militar, según el principio romano que aconseja Si vis pacem, para bellum,
o sea “Si quieres paz, prepárate para la guerra”.
Observa primeramente que «China trata de excluir a Estados Unidos de la
región indo-pacífica, de extender el alcance de su modelo económico dirigido
por el Estado y de reorganizar la región de manera ventajosa para ella».
Según Trump, Pekín está tratando de dotarse de las segundas capacidades
militares a nivel mundial –bajo la autoridad del general Xi Jinping– basándose
en el conocimiento y la experiencia acumulados por Estados Unidos.
Por su parte, «Rusia trata de recuperar su estatus de gran potencia y de
establecer esferas de influencia en sus fronteras». Para ello, «trata de
debilitar la influencia de Estados Unidos en el mundo y de separarlo [a Estados
Unidos] de sus aliados y socios. [Rusia] percibe a la OTAN y la Unión Europea
como amenazas».
Es este el primer análisis de los objetivos y medios de los rivales de
Estados Unidos. Diferenciándose en ello de la «doctrina Wolfowitz», la
Casa Blanca ya no considera a la Unión Europea como un competidor sino como la
rama civil de la OTAN. Rompiendo con la estrategia de George Bush padre y Bill
Clinton de sabotaje económico contra la Unión Europea, Donald Trump plantea la
posibilidad de cooperar con los rivales –que ahora son Rusia y China– pero
únicamente «en posición de fuerza».
El periodo actual es testigo de un retorno de la competencia en el terreno
militar, competencia que ahora cuenta 3 contrincantes. Conociendo la tendencia
de los militares a prepararse para la guerra anterior, en vez de tratar de
imaginar cómo será la próxima, es conveniente replantear a fondo la organización
y el equipamiento de los ejércitos, teniendo en mente que los rivales van a
posicionarse en los sectores que ellos mismos han de seleccionar.
Es interesante observar que no es en ese capítulo donde Donald Trump
menciona el talón de Aquiles del Pentágono sino mucho antes. Lo hace en la introducción,
en un momento en que el lector se encuentra absorto en consideraciones
filosóficas, espacio donde Trump menciona nuevas armas rusas, refiriéndose
específicamente a la capacidad de ese armamento para inhabilitar los sistemas
de mando y controles de la OTAN.
El Pentágono tiene que renovar su arsenal, tanto en cantidad como en el
plano cualitativo. Tiene que renunciar a la ilusión de que su superioridad
tecnológica (que en realidad Rusia ha sobrepasado) podría servirle para
compensar su inferioridad en cantidad de efectivos. Sigue entonces un largo
estudio de los diferentes tipos de armamento, incluido el nuclear, que habría
que modernizar.
Donald Trump pretender invertir el funcionamiento actual de la industria
militar estadounidense. Esa industria se dedica actualmente a vender sus
productos al Estado federal, pero Trump quiere que sea el Estado federal quien
haga sus pedidos y que los industriales respondan a sus nuevas necesidades. Se sabe
que la industria militar carece hoy de los ingenieros que necesita para
realizar nuevos proyectos. El fracaso del avión de guerra F-35 es el
ejemplo más flagrante de esa carencia. El cambio que el actual presidente desea
supone por tanto la organización previa de la «fuga de cerebros» hacia
Estados Unidos que el propio Trump menciona en otra parte del documento.
En el sector de la inteligencia, Trump adopta las teorías de su ex consejero
de seguridad nacional, el general Michael Flynn. Trump quiere reposicionar no sólo
la Defense Intelligence Agency (DIA) [3] sino toda la «comunidad de inteligencia». El objetivo ya no es
localizar en cualquier momento a tal o más cuál jefe terrorista sino ser capaz
de prever la evolución estratégica de cada rival, adversario y enemigo. Se trata
de renunciar a la obsesión del GPS y de complicados artefactos high tech
para volver al trabajo de análisis.
Trump considera además el Departamento de Estado como una herramienta que
debe permitir crear un entorno positivo para su país, incluso al tratar con sus
rivales. La diplomacia estadounidense dejaría de servir de agente al servicio
de los intereses de las transnacionales –como lo fue bajo las administraciones
de Bush padre y de Bill Clinton– o de ejercer el papel de “administrador” a nombre
del Imperio que había adoptado bajo las administraciones de Bush hijo y de
Barack Obama. Y los diplomáticos estadounidenses tendrían que adquirir
nuevamente la sutileza política que exige la verdadera labor diplomática.
El capítulo dedicado a la
influencia de Estados Unidos refleja de forma explícita el fin de la «globalización»
del «American Way of Life». Estados Unidos ya no buscaría imponer sus
propios valores a los demás sino que trataría a todos los pueblos según el
principio de igualdad y reconocería la actitud de los que respetan el estado de
derecho.
Para estimular a los países que quieren convertirse en socios pero que
tienen inversiones bajo dirección estatal, Trump prevé ofrecerles alternativas
que les faciliten la realización de reformas en sus economías.
En cuanto a las organizaciones intergubernamentales, Trump anuncia que
rechazará la cesión del menor espacio de soberanía si este debe compartirse con
países que cuestionan los principios constitucionales estadounidenses, lo cual
es una alusión directa a la Corte Penal Internacional. Pero no menciona la
extraterritorialidad de la justicia estadounidense, que viola los principios
constitucionales de otros países.
Para terminar, retomando la larga tradición derivada del compromiso de 1791,
Trump afirma que Estados Unidos seguirá prestando ayuda a quienes luchan por la
dignidad humana o por la libertad religiosa –que no debe confundirse con la
libertad de conciencia.
La aplicación está por definir
Sólo después de esa larga exposición, Donald Trump
aborda la aplicación regional de su doctrina. En este aspecto no se anuncia
ninguna novedad, sólo una alianza con Australia, la India y Japón para contener
a China y luchar contra Corea del Norte.
Menciona, cuando más, dos nuevos enfoques sobre
el Medio Oriente. La cuestión del Emirato Islámico (Daesh) ha mostrado que el principal
problema no es la cuestión israelí sino la ideología yihadista. Y lo que
Washington reprocha a Irán es perpetuar el ciclo de violencia al rechazar la
negociación.
El lector de la Estrategia de Seguridad de
Nacional de Trump entenderá por defecto que el Pentágono tiene que abandonar el
proyecto del almirante Arthur Cebrowski, proyecto que Donald Rumsfeld impuso el
11 de septiembre de 2001. Se acabó la «guerra sin fin». La tensión ya no
debería extenderse por todo el mundo sino que debería disminuir incluso en el
Medio Oriente ampliado.
La doctrina de seguridad nacional de Donald
Trump es un cuerpo de una construcción bien cuidada, tanto en el plano
histórico –se percibe la influencia del general James Mattis– como en el plano
filosófico –siguiendo al ex consejero especial Steve Bannon. Esta doctrina se basa
en un riguroso análisis de los desafíos que se presentan al poderío
estadounidense –conforme a los trabajos del general H. R. McMaster. Avala los cortes
presupuestarios en el Departamento de Estado –realizados por Rex Tillerson.
Contrariamente al karma que los medios estadounidenses se empeñan en repetir
incansablemente, la administración Trump ha logrado hacer un trabajo de
síntesis coherente separándose por completo de los enfoques anteriores.
Pero la ausencia de estrategia regional
explícita es muestra de la gran envergadura de los cambios ya iniciados. Nada dice
que los jefes militares aplicarán en sus respectivos ámbitos esta nueva
filosofía. Sobre todo cuando aún puede observarse, como sucedió hace sólo días
atrás, que se mantiene la complicidad entre las fuerzas militares de Estados Unidos
y los yihadistas en Siria.
[1] Los “Mandos Combatientes Unificados” (Unified
Combatant Command) son los mandos interarmas de las fuerzas armadas
estadounidenses. Seis de ellos, los más conocidos, son los mandos regionales a cargo
de las tropas estadounidenses desplegadas en las diferentes zonas geográficas y
de las operaciones militares que Estados Unidos allí realiza: CentCom (Medio
Oriente, Asia Central y sur de Asia), EuCom (Europa), PaCom (Océano Pacífico),
NorthCom (conocido en Latinoamérica como “Comando Norte”, abarca Estados Unidos
y Norteamérica, incluyendo Alaska, Canadá, México y Cuba), SouthCom (conocido
en Latinoamérica como “Comando Sur”, abarca Centroamérica, Sudamérica y el
Caribe, exceptuando Cuba) y AfriCom (África). Los otros 3 “Mandos Combatientes
Unificados –SoCom (Operaciones Especiales), StratCom (Armamento Estratégico y
Nuclear) y TransCom (Transporte)– se encargan de garantizar el funcionamiento
operacional y logístico de las tropas que Estados Unidos mantiene en todas las
áreas geográficas. Nota de la Red Voltaire.
[2] Según la teoría del «trickle-down», los
ingresos de los individuos más adinerados acaban reinyectándose por diferentes
vías en la economía de la sociedad, lo cual implicaría que las clases más
desfavorecidas también acaban beneficiándose con los enormes ingresos de los
más acaudalados. O sea, como el agua que pudiera acumularse en lo alto de una
montaña, la riqueza siempre acabaría corriendo hacia abajo. Nota de la Red Voltaire.
[JS1]En
qué se basa para decir esto?