Por: Guillermo Castro H.
“la
intervención humana en la Naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta,
y …
toda
la Historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates,
entre
la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana”
José
Martí[1]
Naturaleza,
ambiente, trabajo
El
ambiente es el resultado de las intervenciones humanas en la naturaleza,
mediante procesos de trabajo socialmente organizados. En otras palabras, el ambiente hace parte
de la naturaleza, pero no es idéntico a ella porque es producido
voluntaria e involuntariamente por los seres humanos mediante el trabajo
necesario para transformar los elementos naturales en recursos naturales, que a
su vez pasan a formar parte de todo otro proceso de producción y consumo de
bienes y de servicios. Y esto incluye, por supuesto, la producción y
disposición de los desechos sólidos, líquidos y gaseosos que resultan de tales
procesos en cada sociedad, que forman parte también de su ambiente y sus
paisajes.
De
este modo,
así como hay una historia natural – cada vez más entendida como una historia
ecológica, esto es, de los ecosistemas -, también existe una historia
ambiental, que se ocupa de las formas en que cada sociedad ha organizado sus
intervenciones en el medio natural a lo largo del tiempo, produciendo los
ambientes y paisajes que las han caracterizado. En ese sentido, la historia
ambiental sirve de sustento, también, a una economía ambiental, que se
ocupa de los procesos de generación de valor y de costos en la producción de su
ambiente por cada sociedad, y las formas en que esto incide en el desempeño
general de su economía.
Esa economía ambiental ha venido a tomar forma en el marco del
proceso que ha dado lugar a la formación de un mercado – aún emergente – de
servicios ambientales. Ese proceso ha sido uno de los resultados del decreciente deterioro de la biosfera asociado a la llamada “Gran
Aceleración” en la demanda de recursos naturales y servicios ambientales
generada a escala planetaria por el incremento sostenido del crecimiento
económico y demográfico de mediados del siglo XX a nuestros días.
En el curso de ese periodo, por ejemplo, la población mundial – que
hacia 1800 era de unos 1000 millones de seres humanos – se multiplicó por 3,
pasando de 2500 a 7500 millones, mientras el consumo de energía se multiplicaba
por 10, sobre todo a cuenta del uso de combustibles fósiles. Aquí es interesante
notar que la gran mayor parte de ese incremento en el consumo de energía ocurre
en las economías desarrolladas, mientras la del crecimiento demográfico ocurre
en las subdesarrolladas – en cuyos territorios, al propio tiempo, se ubican las
mayores reservas de los recursos naturales de los que depende el futuro de
nuestra especie. Esa es otra, entre muchas más, de las contradicciones que han
animado y animan el desarrollo del moderno sistema mundial.
El curso de ese proceso de desarrollo ha dado lugar también a una vasta
destrucción de ecosistemas, la sobre explotación de recursos naturales, la
producción masiva de desechos contaminantes, y el incremento en la variabilidad
climática. Y todo esto sigue ocurriendo a un ritmo que anuncia ya el ingreso en
una fase nueva de la historia del sistema Tierra. Esa nueva era ha sido llamada
el Antropoceno, porque en ella la intervención humana en la naturaleza
ha alcanzado la dimensión de una fuerza geológica.
El deterioro general de la biosfera que caracteriza al Antropoceno
afecta su capacidad de proveer servicios como la oferta de agua, la renovación
de la fertilidad del suelo, el procesamiento de desechos y la contribución a la
estabilidad del clima. Todo esto, a su vez, genera un proceso de deterioro y
encarecimiento crecientes de las condiciones naturales de producción de las que
dependen en mayor o menor grado todas las actividades económicas de nuestra
especie.
Aquí, y para los fines de esta reflexión, lo más importante es
resaltar el hecho de que este deterioro en la oferta de servicios ecosistémicos
que ofrece la naturaleza da lugar a una demanda creciente de producción
de servicios ambientales. Dicha producción opera, por ejemplo, a
través de la inversión de recursos y trabajo en la gestión de cuencas y la de
desechos; la restauración de ecosistemas degradados; el desarrollo de fuentes
alternativas de producción de energía, y la mitigación y adaptación ante el
cambio climático. En ese proceso se forma además una peculiar renta
ambiental asociada a la preservación y aprovechamiento de áreas protegidas
y otras afines, mediante actividades productivas como el ecoturismo y la
bioprospección.
Con todo, lo más relevante de la economía ambiental y las
oportunidades que ofrece se ubica aún más allá, en la producción de las
condiciones sociales que requiere su desarrollo. En efecto, siendo el
ambiente el producto de las intervenciones humanas en la naturaleza mediante
procesos de trabajo socialmente organizados, si se desea un ambiente distinto
será necesario promover y facilitar la creación de una sociedad diferente. En
este sentido, por ejemplo, el sector ambiental de la economía está íntimamente
asociado a la promoción tanto de la innovación tecnológica como del cambio
social que la haga a un tiempo rentable en el mercado y sostenible en el tiempo.
Esto genera nuevas formas de demanda asociadas al desarrollo del
mercado de negocios ambientales. Una consiste en la generación de nuevos
modelos de negocios, basados en cadenas de valor inclusivas, que contribuyan a
la formación de una amplia base social en el conjunto de la economía. Otra, estrechamente
asociada a la anterior, consiste en la generación y gestión de las nuevas
ofertas de formación y capacitación necesarias para facilitar el paso del
modelo de economía lineal hoy dominante – que asume a su huella ambiental y sus
desechos como externalidades que se transfieren a otros -, a una economía
circular capaz de internalizarlos como insumos para nuevas actividades
productivas. Y otra, naturalmente, consistirá en la creación del tipo de Estado
que esté en capacidad de promover y facilitar esas transformaciones.
América Latina está bien posicionada para abrir paso a esta transición
y desarrollar un vigoroso mercado de servicios ambientales. Nuestra
región no solo cuenta aún con una importante oferta de elementos naturales como
agua, bosques y biodiversidad. Además, dispone de una extraordinaria riqueza
cultural tanto en los espacios donde aún predominan formas de organización
económica de base comunitaria, como en una tradición intelectual de pensamiento
crítico que ha venido ofreciendo aportes de gran importancia a la formación de
un nuevo pensamiento ambiental.
A
las raíces de ese pensamiento se remonta la reflexión de José Martí sobre el
vínculo entre la educación y la naturaleza en el desarrollo de nuestras sociedades
cuando observaba, en 1884 que, puesto que “ser bueno es el único modo de ser
dichoso”, como “ser culto es el único modo de ser libre”, era necesario
reconocer que, “en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero
para ser bueno.” Y de allí concluía que “el
único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer,
cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la
naturaleza.”[2]
Hoy, la cuando la crisis en sus relaciones con la naturaleza enfrenta
a nuestra especie al riesgo de un retorno a la barbarie – si no de su ingreso a
la extinción – es más importante que nunca rescatar y poner nuevamente en valor
ese legado cultural. Allí encontramos, en efecto, el trazo del camino que nos
abre la oportunidad de escoger y construir nuestro destino dentro del conjunto
mayor de la lucha que libra la Humanidad por su derecho a llegar a ser todo lo
que puede ser.
Ciudad
del Saber, Panamá, 19 de enero de 2018.
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[1]“Serie de artículos para La América”.
“Artículos varios”. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1975. XXIII, 44.