Gloria Muñoz
www.jornada.unam.mx
/ 230917
En las calles de
México se gesta, junto a la tragedia, una fuerza civil cuyos frutos no son sólo
inmediatos, en la atención del rescate de vidas y el apoyo a damnificados, sino
de mediano y largo aliento. Sí, como en 1985, pero ahora con celular y redes sociales.
La organización es espontánea y eficaz y visibiliza a una sociedad indignada
que desde hace mucho tiempo no confía en sus autoridades.
Son miles de
hombres y mujeres, muchísimos jóvenes, los que protagonizan el apoyo en las
calles. Una generación de valientes apoya los trabajos de rescate, prepara y
traslada comida en bicicletas y motocicletas; cuida mascotas abandonadas, jalan
carretillas llenas de escombro, organizan en minutos cadenas humanas para
resguardar inmuebles o para llenar un tráiler con acopio.
La autoridad se
mete a fuerzas y limita el apoyo solidario. Nosotros llegamos primero, le
gritan a contingentes del Ejército que, en efecto, llegaron después a intentar
organizar el rescate de víctimas debajo de los escombros. Fue la gente también
la primera en organizar centros de acopio, consultorios médicos ambulantes,
brigadas de arquitectos e ingenieros para revisar las casas y edificios
dañados; también la preparación y el traslado de comida preparada para los
rescatistas, los botiquines médicos, apoyo psicológico y hasta guarderías
autónomas para niños que estos días no tuvieron clases y sus padres tenían que
ir a trabajar.
La desconfianza en
el Estado es la constante. En el día tres la indignación lleva a la
confrontación con las fuerzas del orden. Mujeres se enfrentan a granaderos que
les impiden el paso a la fábrica textil de la colonia Obrera en la que se
presume aún hay costureras con vida. No nos vamos a ir, advierten.
La juventud
chilanga viaja en bicicleta y motocicleta. Tres días después del sismo de 7.1 y
sus 39 réplicas, la Ciudad de México sigue tomada por contingentes civiles que
hasta ayer no estaban dispuestos a meterse a sus casas.
El
México profundo se asoma. Y de abajo para abajo surgen los apoyos.
Los pueblos indígenas organizan sus centros de acopio y su fondo para la
recuperación de comunidades afectadas, mientras unen sus manos a los trabajos
de rescate y ceden el producto de sus milpas a los más necesitados. Pueblos de
Oaxaca, Chiapas, Puebla, Morelos y estado de México se enlazan para la
resistencia.
El
destino de este músculo social está por verse. El chilango chido ha despertado.