Raúl Zibechi
www.jornada.unam.mx / 131017
Escena 1: Semanas
atrás en un centro cultural de la localidad de Munro, en la zona norte de
Buenos Aires, se presentó la Orquesta Típica Fernández Fierro, una de las más
potentes bandas de tango de la actualidad argentina. En cierto momento, cerca
del final del recital, uno de los 13 músicos tomó el micrófono para decir:
Queremos que aparezca Santiago Maldonado.
La mitad del
público, de unas 500 personas, se retiró del local con gritos e insultos contra
los músicos. Salieron de golpe, como si hubiera un resorte en las butacas,
según uno de los miembros de la banda. Entre los improperios llegaron a
escuchar algo que los dejó perplejos: Ustedes rompieron todo y nosotros tenemos
que pagarlo (goo.gl/A1gu6b). Esa brutal reacción se produjo porque pidieron por
la vida de un joven solidario con los mapuche, desaparecido por la Gendarmería.
Escena 2: La
exposición Queermuseu-Cartografías de la Diferencia en el Arte Brasileño, que
llevaba un mes en cartelera en el centro Santander Cultural en Porto Alegre,
fue cancelada por el banco que la auspiciaba por el vendaval de reproches que
recibió en las redes sociales. Los críticos acusaban a la muestra artística de
blasfemia y de apología de la zoofilia y la pedofilia (goo.gl/kDnZiq).
Se trataba de 270
obras de 85 artistas que defienden la diversidad sexual. Las críticas
provinieron básicamente del Movimiento Brasil Libre (MBL) que jugó un papel
destacado en la caída del gobierno de Dilma Rousseff, convocando
manifestaciones con millones de participantes. Como señala la crónica, se trata
de un grupo conservador nacido en 2014 que ha venido cobrando fuerza con el
giro de la sociedad brasileña a la derecha.
En un comunicado,
Santander llamó a reflexionar sobre los retos a los que nos debemos enfrentar
en relación con las cuestiones de género, diversidad y violencia, entre otras
cosas. Pero la amenaza de boicot por el MBL pudo más que cualquier
razonamiento.
Puede imaginarse
el nivel de agresividad que soportan los sectores populares, si un banco
multinacional y una orquesta célebre son acosados de ese modo. En este punto
quisiera reflexionar sobre lo que considero como la erosión de las bases
culturales y políticas de las democracias, ante la brutal polarización social
que se vive en los principales países de la región.
El primer punto
consiste en observar la profunda grieta social existente, que se agrava con el
modelo extractivo y la cuarta guerra mundial en curso. Una parte de las
sociedades optó por atrincherarse en sus privilegios, de color y de clase, que
se resumen en vivir en barrios consolidados donde no les falta el agua y las
viviendas son seguras. Este sector abarca a la mitad de la población, la que
tiene acceso a la educación y la salud porque puede pagarlas, los que tienen
empleos medianamente bien remunerados pero sobre todo estables, los que pueden
viajar incluso en aviones, dentro o fuera de sus países. Son las y los ciudadanos
que tienen derechos y son respetados como seres humanos.
El segundo punto
es que la democracia electoral tiene sentido sólo para ese sector, aunque no
sean los únicos que acuden a las urnas. Pueden elegir a los candidatos que los
representan, que suelen ser de su mismo color de piel (en general varones
blancos), que tienen estudios universitarios, son reconocidos y estimados por
los medios de comunicación, que les abren generosamente sus espacios.
No es cierto que
no exista democracia en América Latina. Es una democracia a la medida de la
parte integrada de la población. Estamos ante dos sociedades que no se
reconocen. Los medios argentinos sostienen que quienes preguntan por el
paradero de Santiago Maldonado nos han declarado la guerra. O peor, grandes medios
que se dicen respetuosos de la democracia, asimilan a los mapuche con el Estado
Islámico (goo.gl/t3GQRm).
El tercer punto es
la retroalimentación entre poder político y sociedad. Se suele argumentar que
esta parte derechista y conservadora de la sociedad toma la ofensiva cuando las
derechas son gobierno. En parte, es cierto. Pero también es verdad que el
activismo de ese sector es el que ha llevado a las derechas a los gobiernos,
sobre todo en Brasil y Argentina.
Pienso que es
necesario preguntarse por qué emergió una nueva derecha capilar tan
reaccionaria, tan incapaz de dialogar, que ha desgarrado el tejido social,
desde Estados Unidos hasta Sudamérica. Trump es la consecuencia, no la causa.
La causa está en
el modelo extractivo y la cuarta guerra mundial. Cuando el modelo ha sido
administrado por el progresismo, esa derecha emerge incluso con mayor
intransigencia, porque detesta a los pobres con los que a menudo debe compartir
sus espacios. Podemos decir que estamos ante unas clases medias funcionales a
la cuarta guerra mundial, dispuestas a aplastar a los de abajo sin miramientos.
El cuarto punto,
finalmente, somos nosotros, los que queremos derrotar al capitalismo pero no
sabemos bien cómo hacerlo. Lo primero es tener claro que el sistema se está
desintegrando y una de sus consecuencias es la ruptura de la sociedad.
Los de arriba y
los del medio se protegen; los de abajo no tenemos lugar en sus escuelas ni en
sus hospitales, ni en sus medios ni en sus urnas. Esto no quiere decir que no
reclamemos, no exijamos, no negociemos.
Cuando reclamamos
podemos hacerlo porque realmente esperamos que nos van a dar lo que nos
corresponde, o como pedagogía política, para mostrarle a los nuestros los
límites del sistema. Porque sí existe un nosotros y un ellos, como siempre lo
tuvieron claro los obreros industriales hasta, digamos, el último tercio del
siglo pasado.
Si llegamos a la
conclusión que ya no existe una sociedad de derechos, nuestras estrategias
deben adaptarse a esta nueva realidad. Debemos
crear nuestra estrategia, con nuestras reglas de juego en nuestros territorios,
porque las bases sociales y materiales de las democracias han sido erosionadas
por este modelo de guerra y despojo.