José Ignacio González Faus,
www.religiondigital.com / 061117
(N.B. Estas líneas son una parodia del evangelio de Lucas, 16,
19-31. Hay que conocer ese
pasaje para poder entender la parábola que sigue)
Como la vida da vueltas impensadas, un buen día, por una coalición
tácita entre Trump, Putin y Arabia Saudí, el Daesh dominó Europa. Nacionalizó
todos los Bancos y prometió matar a cualquier jefe de estado o de gobierno que
no fuese musulmán.
Tras varios intentos fallidos de huida por Occidente (pues Gran Bretaña
cerraba el paso irritada por la falta de acuerdo sobre el Brexit), alguien
recordó desde París que “siempre nos quedará Casablanca”. Así fue como Frau
Merkel, Mariano Rajoy con su ministro del interior, Macrom, Orban, el
presidente polaco, los señores Renzi y Gentiloni y una larga lista más que
ocuparía todo el espacio de que dispongo, se encontraron en una patera inversa,
vía Marruecos, para desde allí volar a diversos países de América Latina o
Canadá…
Acostumbrados a los asientos VIP de los aviones en que solían viajar, se
sentían ahora muy prietos. Pero sabían que la distancia de Algeciras a
Marruecos es muy corta. Y he aquí que, a la mitad del camino, se quedaron sin
gasolina. Y eso que el señor que les proporcionó la patera, aseguró haber
llenado bien el depósito y, además, se lo hizo pagar a cada uno de ellos.
En ese momento, como una desgracia nunca viene sola, se levantó un
tremendo oleaje que les llevaba por donde no sabían, amenazando con volcar la
embarcación. “Tranquilos”, dijo alguien. “Somos gente muy importante y el
primer mercante o crucero con que tropecemos nos recogerá”. Pero he aquí que
los barcos que cruzaban el Mediterráneo habían acordado desconectar los radares
para no recibir ningún aviso de embarcaciones migrantes perdidas. Así lo aclaró
el primer ministro italiano que lo sabía de buena fuente. Confiaron entonces en
la ayuda de alguna ONG de ésas que con tanta solidaridad rescatan a los
perdidos en el mar. Pero el ministro de interior español les advirtió que él
había recomendado a las ONGs abstenerse de recoger a esos presuntos náufragos
porque así no hacían más que crear problemas…
Tranquilos no obstante. Gracias al progreso tecnológico y a las
cláusulas secretas de algún tratado comercial, resulta que los gobernantes
alemanes habían obtenido de Silicon Valley un último modelo de teléfono inteligente,
aún no comercializado, pero que permitía conexiones con el más-allá. No con el
mismísimo cielo, que eso aún no se había logrado aunque pronto llegaría. Pero
sí con eso que el evangelio llama “el seno de Abrahán” donde, por lo visto, es
más fácil conectar desde la tierra.
La señora Merkel, porque tenía la conciencia más fina o porque recordaba
que, cuando Alemania tuvo deudas, ella hizo subir el tope de deuda de la UE
hasta el 6% y luego volvió a bajarlo al 3, no quiso hablarla y encomendó la
tarea al ministro español de gobernación. Éste explicó humildemente a Abrahán
la situación en que se encontraban: varios días perdidos, con hambre y sed cada
vez mayor, porque bebían agua salada. Si al menos cayeran unas gotitas dese el
cielo, ellos las recogerían y si algunos peces pequeños saltaran sobre la
barca, tendrían algo que comer…
– Hijo, ya sabes que entre vosotros y nosotros hay un abismo inmenso.
Desde el cielo no intervenimos en el funcionamiento de la tierra a la que hemos
dado su autonomía. Sólo procuramos llamar al corazón de los hombres, como
hicimos varias veces con vosotros, pero sin éxito… Además, vosotros comíais y
bebíais suculentamente, cuando os reuníais para proteger vuestras fronteras,
mientras muchos inocentes morían en ese mar en que ahora estáis. Y tu país no
acogió ni el 10% de los que se había comprometido a acoger…
– Pero disponemos de fondos para recompensar bien a quien nos ayude, o
para ofrecer una ristra de misas gregorianas que llegue hasta casi el fin del
mundo…
– Recuerda hijo que ahora el Daesh se ha incautado de los Bancos. España
cambió solapadamente la Constitución para que el primer destino de todo dinero
fueran los acreedores. Y ellos dicen que les debéis mucho dinero por el tráfico
de esclavos, por el reparto de África que se hizo Europa en el s. XIX; incluso
porque subvencionáis vuestros productos agrícolas mientras a ellos les imponéis
el libre comercio…
– Sí, padre Abrahán, pero mira: tenemos hijos y nietos en Europa. No
queremos que tengan que pasar lo que estamos pasando nosotros. Si bajara a
avisarles un ángel o, quizá mejor, alguno de esos que murieron ahogados en el
Mediterráneo y ahora están ahí arriba. Porque me temo que eso de las llamadas
al corazón no es suficiente en el mundo rico.
– Ya tienen al papa Francisco, a Amnistía Internacional, a Caritas, a
Ecologistas en acción y a otras muchas voces que no paran de decir lo que
deberíais hacer. No tienen más que escucharlos.
– Sí, padre Abrahán, pero tememos que no los escucharán. En cambio, si
viniera alguien del más-allá sí que le harían caso.
– Pues no querido ministro. Si no hacen caso a Francisco ni a Amnistía
Internacional…, tampoco escucharán a uno por más que resucite de entre los
muertos…