Thierry Meyssan
www.voltairenet.org
/ 101017
Desde
hace 16 años, los expertos en política internacional se han implicado en
numerosos debates tratando de determinar los objetivos de la estrategia de
Estados Unidos. Por supuesto, después de todo ese tiempo, hoy resulta más fácil
ver las cosas con claridad que al principio de esta etapa. Sin embargo, pocos
lo logran y muchos persisten en seguir defiendo teorías ya desmentidas por los hechos.
Basándose en las conclusiones de ese debate, Thierry Meyssan recuerda cuál es
la siguiente etapa prevista para los ejércitos de Estados Unidos, según sus
teóricos de antes de este periodo, una etapa cuya puesta en marcha puede
comenzar próximamente.
Las fuerzas que
concibieron y planificaron la destrucción del «Medio Oriente ampliado» [también
llamado “Gran Medio Oriente”] consideraban esta región un laboratorio donde
podían poner a prueba su nueva estrategia. En 2001, esas fuerzas incluían a los
gobiernos de Estados Unidos, del Reino Unido y de Israel, pero hoy han perdido
el poder político en Washington y ahora prosiguen su proyecto económico-militar
a través de empresas transnacionales privadas.
Esas fuerzas
concibieron su estrategia alrededor de los trabajos realizados, por un lado,
por el almirante Arthur Cebrowski y su asistente Thomas Barnett en el Pentágono
y, por otro lado, de los trabajos que realizaron Bernard Lewis y su asistente
Samuel Huntington en el Consejo de Seguridad Nacional [1].
El objetivo de
esas fuerzas era a la vez adaptar su dominación a la evolución de las técnicas
y la economía contemporáneas y extender esa dominación a los países del antiguo
bloque soviético. En el pasado, Washington controlaba la economía mundial a través
del mercado mundial de la energía. Para eso, imponía el dólar como moneda de
uso obligado en cualquier contrato vinculado al petróleo, utilizando la amenaza
de guerra contra todo el que no se plegara a esa obligación. Pero ese método no
podía mantenerse en una época en la que el gas proveniente de Rusia, Irán,
Qatar y –en poco tiempo– de Siria sustituye parcialmente el petróleo.
Retomando los
orígenes criminales de gran parte de los colonos estadounidenses, esas fuerzas
concibieron la idea de dominar a los países ricos extorsionándolos. Para tener
acceso no sólo a las fuentes de energías fósiles sino también a las materias
primas en general, los “Estados estables” (incluyendo a los ex soviéticos)
tendrían que recurrir a la «protección» del ejército de Estados Unidos y, en ciertos
casos, quizás a las fuerzas armadas del Reino Unido e Israel.
Para lograrlo
bastaría con dividir el mundo en dos, globalizar las economías solventes y
destruir toda capacidad de resistencia en el resto del mundo.
Esta visión del
mundo es radicalmente diferente a las que prevalecían en el Imperio británico y
el sionismo. Pero imponer ese cambio de paradigma sólo podía lograrse con una
fuerte movilización, originada por un shock sicológico, un «nuevo Pearl Harbor».
Eso fue el 11 de septiembre de 2001.
Si bien se trata
de un proyecto que puede parecer demasiado delirante y cruel, hoy podemos
observar al mismo tiempo que –16 años después– es efectivamente lo que está
aplicándose y que además ese proyecto está encontrando obstáculos inesperados.
La globalización
económica de los países solventes era prácticamente total cuando uno de ellos,
Rusia, se opuso militarmente a la destrucción de las capacidades de resistencia
en Siria y, posteriormente, a la integración forzada de Ucrania a la economía
global. Washington y Londres ordenaron por tanto a sus aliados la aplicación de
sanciones económicas contra Moscú y con ello interrumpieron el proceso de
globalización de las economías solventes.
Al iniciar su
proyecto de «rutas de la seda», China invirtió considerablemente en países que
estaban destinados a la destrucción. Las fuerzas promotoras del «nuevo mapa del
mundo» reaccionaron creando un Estado terrorista que bloquea la antigua Ruta de
la Seda en Irak y en Siria y convirtiendo en guerra la cuestión ucraniana, lo cual
bloquea el trazado original de la segunda ruta de la seda.
Esas fuerzas se
proponen actualmente extender el caos a una segunda región, el sudeste
asiático. Al menos es hacia esa parte del mundo que están migrando los
yihadistas, según el Comité Antiterrorista de la ONU [2]. Con ese traslado, esas fuerzas cierran
el episodio 2012-2016 en el Medio Oriente –aunque eso no implica que no pueda
estallar una guerra alrededor de los kurdos– y preparan la destrucción del
sudeste asiático.
Sería esa la
segunda etapa del «choque de civilizaciones». Después de los musulmanes contra
los «judeocristianos» (sic) [3], ahora serán musulmanes contra budistas.
[1] Network Centric Warfare: Developing and Leveraging
Information Superiority, David S. Alberts, John J. Garstka y Frederick P.
Stein, CCRP, 1999. The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam
Publishing Group, 2004. «The Roots of Muslim Rage», Bernard Lewis, Atlantic
Monthly, septiembre de 1990. «The Clash of Civilizations?» y «The West Unique,
Not Universal», Samuel Huntington, Foreign Affairs, 1993 y 1996;
The Soldier and the State y The Clash of Civilizations and the Remaking of
World Order, Samuel Huntington, Harvard 1957 y Simon and Schulster 1996.
[2] «Daesh
parece estar migrando hacia el sudeste asiático», Red Voltaire, 8 de
octubre de 2017.
[3] Hasta los años 1990, el término
judeocristianos designaba solamente la comunidad de los judíos convertidos al
cristianismo alrededor de Jacobo el Justo [primer obispo de Jerusalén, también
llamado Santiago el Justo], comunidad disuelta después del saqueo de Jerusalén
por los romanos. Sin embargo, como los cristianos occidentales siguen
confiriendo un papel muy importante al Antiguo Testamento en su práctica
religiosa, defienden –a menudo sin ni siquiera darse cuenta– puntos de vista
judíos en vez de los puntos de vista cristianos. Por el contrario, los
cristianos del Oriente, fieles a la tradición de sus predecesores, se refieren
muy raramente a las escrituras judías y se niegan a leerlas durante la
eucaristía.