José I. González
F.
www.religiondigital.com / 06.10.17
Dijo hace poco el
papa Francisco que estamos ante una “tercera guerra mundial”, pero que hoy las
guerras tienen otro formato, distinto de las clásicas. Me pregunto si eso mismo
será aplicable a la situación española: ¿estamos en una nueva guerra civil?
Aunque quizá hemos progresado algo y ya no se dispara con armas de fuego sino
con fuego de afectos.
En cualquier caso,
quizá valga la pena recordar las célebres palabras de Pío XII en los años
cuarenta: “nada se pierde con la paz, todo puede perderse con la guerra”. Temo
que vayamos a perderlo todo: porque, en este tipo de guerras, ya no hay
vencedores ni vencidos: sólo víctimas por ambas partes, unas más a corto y
otras más a largo plazo.
Es muy probable
que la guerra no sea propiamente entre Cataluña y el resto de España, sino
entre los descendientes de aquellos locos que gritaban “antes roja que rota” y
los otros locos que cantaban: “de la sang dels castellans, en farem tinta
vermella” (haremos tinta roja con la sangre de los castellanos) y que, más que
representar, suplantan a sus respectivos pueblos. Ambos grupos muestran que el
fanatismo es el único campo donde se cumple aquello de “todos los hombres son
iguales”.
Así, frente a un
Rajoy vengativo que parece buscar sólo la humillación del rival, aparece un
Puigdemont vanidoso que “ya se siente presidente de un país libre” (según
declaró a la revista Bild); al menos Artur Mas había dicho que el día en que se
declarara la independencia, renunciaría él a ser presidente. Por si fuera poco,
el discurso del rey (que hasta ahora siempre me había parecido correcto en sus
actuaciones, y que esta vez parecía escrito por Rajoy), ha venido a echar más
leña al fuego. De modo que “éramos pocos y parió la monarquía”, si me dejan
parodiar aquel dicho castizo sobre la abuela.
Hasta ahora he
gritado contra la hipocresía de Rajoy, porque todo lo que ha ocurrido se veía
venir y él prefería no verlo. Pero creo llegado el momento de gritar también
contra la bajeza de Junqueras y Puigdemont, que sabían perfectamente que
estaban violando el Estatut de Cataluña, saben también que los datos
referendarios que ofrecen no pueden tener validez jurídica y que la declaración
unilateral de independencia es un riesgo mayor que construir una central
nuclear en una zona sísmica. Pero siguen empujando a su pueblo hacia un
Chernóbil político, mientras fingen obedecerle.
En ese contexto,
permítaseme una comparación con el proceso que llevó hasta algo tan increíble
como la Alemania de Hitler. Aclaro de entrada aquella sabia precisión latina:
“comparatio non tenet in omnibus” (una comparación no vale en todos los
puntos). Por tanto no estoy queriendo decir que Junqueras y Puigdemont sean
nazis, ni que busquen un imperio, ni que vayan a eliminar judíos o a instaurar
una dictadura. No digo nada de eso (aunque me acusarán de haberlo dicho).
¿Dónde está pues
la comparación? En los estados de ánimo: en el tratado de Versalles en 1919,
Alemania había sido víctima de una paz injusta y humillante. La república de
Weimar podría haber ido funcionando como terapia lenta, a menos que apareciera
un loco que se aprovechase de los sentimientos heridos. Pero ese loco apareció
y todos le siguieron mecidos e ilusionados por sus promesas. Luego hemos dicho
muy alegremente que los alemanes eran racistas, cuando sólo habían sido
engañados y llevados a un callejón sin salida, donde había que jugarse la vida
propia y la de la familia, si uno quería hablar en favor de la justicia. Por
eso prefirieron no saber y luego ocultar avergonzados la pasión que habían
sentido por el Führer.
En esta misma
dirección, Puigdemont y Junqueras han sido como donjuanes que seducen a doña
Inés y luego se limitan a repetir: “es lo que ella quería”. Daba pena daba oír
algunas voces ilusionadas tras la manifestación del pasado 11 de septiembre,
que decían: el año que viene ya será distinto y celebraremos este día en una
Catalunya libre y feliz. ¡Qué contraste con el pánico irracional que ha
comenzado a gestarse hoy ante el anuncio de que el Banco Sabadell traslada su
sede social a Alicante y quizá no sea el único! Ya comienza a hablarse de
corralitos y hay gente que quiere sacar sus depósitos bancarios cuanto antes,
con riesgo de producir eso que se llama profecías autocumplidas, tan típicas
del miedo. Es posible que Junqueras y Puigdemont suscriban aquellas palabras
que oí a una religiosa: “prefiero pasar hambre siendo independiente, que comer
siendo española”. Respetable; pero una decisión de ésas, ¿puede imponerse a
todo un pueblo sin haberle avisado antes?
Soy consciente de
cuántas bofetadas van a traerme estas líneas. Pero, si siempre he creído que
debía solidarizarme con una Cataluña maltratada por el PP (verdadero culpable
de las atrocidades policiales del pasado domingo), creo que ahora debo
solidarizarme con esa media Cataluña maltratada por la otra media: con Isabel
Coixet (cuyo artículo del miércoles en El País llenaba de tristeza), con Ángels
Barceló, con Joan Manel Serrat, con Pere Casaldáliga (que hasta ayer seguía
“lúcido a pesar de su párkinson y que ahora de repente “se ha vuelto chocho”) y
con los pobres niños, hijos de policías o de padres no independentistas, cuyas
infancias han sido destrozadas y de los que uno ya no sabe cómo cuajarán en
personas, sin que nadie diga que eso del bullying también tiene aplicación
aquí.
Ignacio de Loyola
tiene fama de buen psicólogo. Desde la espiritualidad ignaciana que intento
seguir, la solución parece tan simple como difícil: que cada uno mire allí
donde no quiere mirar: no a ese único punto en el que tiene fijos los ojos,
sino a eso otro punto (propio o ajeno) que de ningún modo quiere ver. Pero esto
han de hacerlo todos. El artículo citado de Isabel Coixet lo recomendé a un
amigo y me contestó que no valía la pena leerlo porque, “siendo de El País, ya
se sabe lo que dirá”. Eso es exactamente lo que no hay que hacer y lo que somos
más inclinados a hacer: desautorizar los argumentos no por lo que dicen sino
por quién los dice.
El evangelio de
Lucas cuenta una escena, aplicable a lo que estoy queriendo decir: Jesús parte
con los suyos de Galilea a Judea y, al atravesar Samaría, son maltratados y mal
recibidos por los samaritanos. Esto lo deja muy claro el texto.
Entonces, dos de
los discípulos más significativos (Santiago y Juan) reaccionan de una manera
desproporcionada y vengativa. Jesús “les riñó” por eso. Y algunos manuscritos
dan palabras a esa riña: “no sabéis de qué espíritu sois”. Pues bien: hermanos
Junqueras y Puigdemont, en otros aspectos podéis ser tan excelentes personas
como Santiago y Juan. Pero en este tema concreto “no sabéis de qué espíritu
sois”.