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/ 020917
“En este momento la cosa más desechable del
mundo es el ser humano”.
José Saramago, Premio Nobel de Literatura
¿Qué sentirá aquel que sea el último de su especie ante la certeza de la extinción eterna?, pregunta Eduardo Gudynas al concluir una reflexión clara y profunda, como le caracteriza. Sin duda una sombría inquietud que alude al último rinoceronte blanco, que se encuentra en un parque nacional en Kenia, y cuya reproducción está severamente amenazada. El mundo quedó impactado por la foto de “Sudán” (nombre del último e imponente ejemplar de esta especie) acompañado de guardia armada para protegerlo de los cazadores furtivos.
La foto de “Sudán” trae a la memoria otras
imágenes, como los miles de tiburones capturados en el mar aledaño a las Islas
Galápagos por parte de una enorme
flota pesquera china que está depredando los océanos. Semejantes
ferocidades del extractivismo, desde la búsqueda de aletas de tiburón a la de
cuernos de rinoceronte, se debería -en palabras de Gudynas- a “la mezcla entre
supersticiones y la destrucción ecológica (que) lleva a uno de los grandes
mamíferos del planeta al borde de su desaparición.”
Si esa barbarie nos sacude hasta las raíces,
qué decir cuando la sombría duda de la muerte alude a seres humanos, que con
toda seguridad y ansiedad sienten… que sus últimos pálpitos conllevan la
desaparición de su cultura y quizás de su etnia. No me refiero a pueblos ya
desaparecidos hace tiempo, ni a grupos como los tetetes y sansahuaris que
sucumbieron en el siglo pasado por el hambre de la bestia extractivista
petrolera en el nororiente de la Amazonía ecuatoriana. Tampoco planteo la
cuestión vital de los taromenane,
tagaeri, oñamenani…, amenazados por la misma bestia extractivista en el Yasuní,
pues al ser pueblos no contactados es imposible entender directamente su sentir
frente a la amenaza -cada vez mayor- a su existencia.
Hoy deseo alzar la voz por los sáparas, una nación declarada Patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO, cuya existencia es amenazada -de nuevo- por el
extractivismo petrolero. El
25 de julio pasado falleció Cesario Santi, uno de los cinco ancianos que
dominaba la lengua sápara. Quedan cuatro: Mukutsawa y Anamaria
Santi; y Alberto y Malaco Ushigua, que tienen entre 70 y 95 años, según Manari
Ushigua, presidente de la nación sápara del Ecuador. Esas cuatro personas son
las únicas que conservarían el sonido original de su lengua, la cual es cada
vez menos hablada por miembros de este grupo y, quienes lo hacen, tienen una
mezcla que incluye kichwa y español. Ya solo quedan dos dialectos de los más de
treinta que existieron.
Con la muerte de Cesario se agudiza la
preocupación por la extinción de esa cultura y quizás de esa nacionalidad. Y de
lo que sabemos no está prevista una protección especial para garantizar su
existencia… todo lo contrario.
A lo largo de la historia, como narró en 2013
el Servindi -Servicios
en Comunicación Intercultural-, la población sápara sufrió el
colonialismo enfrentando enfermedades desconocidas, efectos de la deforestación,
trabajo forzado, desplazamiento obligado, maltrato de colonos y autoridades. A
su vez, su territorio es amenazado por la permanente incursión y ampliación de
los extractivismos, a través de la voracidad de petroleras, mineras, caucheras,
madereras. Así este pueblo, como otros de nuestra América y de todo el planeta,
sucumben a la voracidad capitalista que sofoca la vida y todo entorno: naturaleza
y seres humanos.
El caso de los sáparas es emblemático. Según el
SERVINDI, en 1680 la población sápara habría bordeado los 98.500 miembros. A
principios del siglo XX la cifra se había reducido a 20.000. Y actualmente
existirían unos 400 sáparas en Ecuador y 500 en Perú; aunque otras fuentes son
más pesimistas, indicando que quedarían alrededor de 100 sáparas en Ecuador y
200 en Perú. Semejante reducción hace que la lengua sápara camine al olvido: un
tema de mucho cuidado.
La esencia de la cultura sápara, como sucede en
las poblaciones ancestrales, se concentra y expresa en el lenguaje. Así, la
pérdida de ese lenguaje extinguiría su identidad, como primer paso para su
extinción eterna. Su cultura oral profundiza y transmite su sabiduría sobre su
entorno natural tanto en el aprovechamiento cotidiano de flora y fauna de la
selva, así como en el uso de plantas medicinales. Aquí está presente la memoria
e historia milenaria de esta nación, que está en un grave peligro de extinción.
Manari Ushigua cuenta que en sus territorios
están los bloques petroleros 79 y 83, que afectarían el 74% de su hábitat. La
empresa china Andes Petroleum -participe de la voraz expansión extractivista en
el correísmo- tiene ya firmado un contrato desde 2016 para explorar y explotar
esos bloques con una inversión inicial de 72 millones de dólares. La incursión
de esta empresa ya ha dividido a las comunidades indígenas que allí habitan.
Ushigua asevera que mientras los sáparas no quieren la explotación petrolera,
los quichuas y achuar la han aceptado. El conflicto incluso ha dejado 2
muertos. Y esto continúa… el extractivismo se impone a sangre y fuego, como se
ve con los mapuches en el sur del continente o los shuar en la provincia de
Morona Santiago del mismo Ecuador o todas aquellas comunidades indígenas en el
TIPNIS, en Bolivia, para mencionar apenas un par de casos.
Muchos pueblos indígenas, como los sáparas,
están por extinguirse. Es dramático saber que estamos frente a los últimos
miembros de esa cultura. Es como contemplar toda la decadencia de la modernidad
concentrada en la extinción humana. Y más aún si tal vez nada podrá salvarlos,
cumpliéndose la terrible advertencia del Premio Nobel José Saramago. Ante el
desdén de la extinción solo nos queda la lucha. Debemos dar pasos fuertes y
firmes para superar al capitalismo, en tanto civilización depredadora de la
vida, sustentada en el antropocentrismo, el patriarcado, el racismo e incluso
en la muerte.