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Año de Aniversarios


 Autor: Dr. Guillermo Castro H.

 

El pueblo más grande no es aquel

en que una riqueza desigual y desenfrenada

produce hombres crudos y sórdidos,

y mujeres venales y egoístas:

pueblo grande, cualquiera que sea su tamaño,

es aquel que da hombres generosos

y mujeres puras.

La prueba de cada civilización humana

está en la especie de hombre y de mujer

que en ella se produce.

José Martí, 1894[1]

En lo que hace a la cultura ambiental, 2025 nos traerá dos aniversarios de importancia. En lo más breve, en mayo próximo hará un decenio de la publicación de la Encíclica Laudato Sí, en la que el primer papa originario de nuestra América involucró de lleno a su Iglesia en el debate sobre la crisis ambiental de nuestro tiempo. Y lo hizo además de un modo innovador, que trascendía la usual separación entre los mundos del espíritu y de la materia, al señalar que en su epígrafe 139 que

Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[2]

             Lo así planteado manifestaba una inusual cercanía a la visión expuesta por Federico Engels en 1876 sobre el vínculo entre nuestra especie y su entorno natural, al advertir que

 

a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.

 

Al hacerlo, Engels resaltaba que el desarrollo de las ciencias naturales en su tiempo permitía ya “comprender mejor las leyes de la naturaleza” y conocer “tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de nuestra intromisión en el curso natural de su desarrollo.” Con ello, decía,

 

nos hallamos en condiciones de prever, y, por tanto, de controlar cada vez mejor las remotas consecuencias naturales de nuestros actos en la producción, por lo menos de los más corrientes. Y cuanto más sea esto una realidad, más sentirán y comprenderán los hombres su unidad con la naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y antinatural de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que empieza a difundirse por Europa a raíz de la decadencia de la antigüedad clásica y que adquiere su máximo desenvolvimiento en el cristianismo.[3]

 Y aun así, agregaba que si habían sido precisos “miles de años para que el hombre aprendiera en cierto grado a prever las remotas consecuencias naturales de sus actos dirigidos a la producción, mucho más le costó aprender a calcular las remotas consecuencias sociales de esos mismos actos.”

            Medio siglo después, en su camino al encuentro con Francisco en 2015, lo dicho por Engels se encontraría con lo planteado en octubre de 1925 por el geógrafo norteamericano Carl Sauer en su ensayo La Morfología del Paisaje, que es como el acta de nacimiento de la moderna geografía humana. Para Sauer, la geografía estudiaba los procesos de interacción entre las formas de la tierra y la actividad de la especie humana. “Nos interesamos”, decía, en “la actividad directa, no en el descubrimiento prematuro”: éste es el enfoque morfológico.

Tal enfoque hacía del paisaje un objeto de estudio en cambio constante. Así, el resultado del contacto del hombre con su hogar cambiante, tal como se expresa a través del paisaje cultural, es nuestro campo de trabajo. Nos interesamos en la importancia del lugar para el hombre, y también en su transformación de ese lugar. Nos ocupamos a un mismo tiempo con la interrelación entre grupo, o culturas, y lugar, tal como se expresa en los diversos paisajes del mundo. Aquí se encuentra un cuerpo inagotable de hechos y una variedad de relaciones que ofrecen un curso de indagación que no necesita restringirse a los estrechos canales del racionalismo.[4]

Para algunos, aquel ensayo constituyó a un tiempo un manifiesto antideterminista y una apertura a la cultura científica europea de su tiempo.[5] Para nosotros, hoy, importa sobre todo que constituyó el punto de partida en el desarrollo de trabajos sucesivos en los que puso en evidencia una aguda visión sobre el vínculo entre la economía, la tecnología y el desarrollo social.[6] Para 1956 – ya inmerso el mundo en el proceso que conduciría a la crisis a que se refiere Francisco-, Sauer señalaría que “los científicos físicos y los ingenieros de hoy son a menudo del linaje de Dédalo, dedicados a inventar reorganizaciones cada vez más asombrosas de la materia y por tanto, lo deseen o no, de las instituciones sociales”. Y a eso agregaría que la ciencia social, antes que advertir a la sociedad sobre el riesgo de caer como Dédalo al vacío, contemplaba “con envidia las conquistas de la ciencia física”, y aspiraba “a una competencia y una autoridad similares en el reordenamiento del mundo”.[7]

Para 1974, ya en vísperas de su partida, Sauer dio un nuevo paso al futuro al sostener que la dimensión temporal había sido y era “parte de la comprensión geográfica.” La geografía humana, reiteró,

            considera al hombre como un agente geográfico, que utiliza y transforma su medio ambiente a lo largo del tiempo, y de manera innovadora, de acuerdo con sus habilidades y sus necesidades. Ahora sabemos que no es el amo de un medio ambiente sin límites sino que, por el contrario, esta intervención tecnológica en el mundo físico y la vida que alberga ha dado lugar a la crisis que amenaza tanto su propia sobrevivencia como la de las especies que coexisten con él.[8]

Desde esa perspectiva, se hacía evidente que lo humano de la geografía estaba en los procesos de interacción entre nuestra especie y sus entornos naturales, y con ello confirmaba la posibilidad de convivir con esos entornos de maneras que hicieran posible legar a nuestros descendientes una buena tierra. Desde allí su experiencia se acercaba a la de Francisco, para quien el tiempo es superior al espacio en la medida en que permite utilizar nuestra energía creadora en establecer procesos de cambio antes que en controlar estructuras de poder.

            De esa convergencia entre personas distantes en el tiempo y el espacio nos llega la confirmación de la utilidad de la virtud en la tarea de construir las opciones de futuro que demandan los graves problemas de nuestro presente. De allí el compromiso de Sauer en 1925 con la visión socio-ambiental (el término estaba aún por venir) de Francisco en 2015, al decir que su campo del conocer se ocupaba “a un mismo tiempo con la interrelación entre grupos, o culturas, y lugar, tal como se expresa en los diversos paisajes del mundo.”  Y daba fe de ello en su tiempo, como lo hace Francisco en el nuestro.

 

 

Alto Boquete, Panamá, 17 de enero de 2025

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[1] “Honduras y los extranjeros”. Patria, Nueva York, 15 de diciembre de 1894. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, 1975. VIII, 35.

[2] Carta Encíclica Laudato Si’ Del Santo Padre Francisco Sobre el Cuidado de la Casa Común

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[3] “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”

Escrito por Engels en 1876. https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe3/mrxoe308.htm#fn0

 

[4] https://www.redalyc.org/pdf/305/30517306019.pdf University of California Publications in Geography. Vol. 2, No. 2, pp. 19-53. October 12, 1925. Traducción de Guillermo Castro H.

 

[5] Al respecto, por ejemplo: Gade, Daniel (2014): “The Continuing Quest to Understand Carl Sauer” https://doi.org/10.1080/2325548X.2014.919159  

 

[6] Al respecto, por ejemplo, “La destrucción de plantas y animales en la historia económica” (1938), donde desarrolla un análisis crítico de las economías coloniales y de la industrialización de la agricultura. http://www.jstor.org/stable/1231378

 

[7] “La gestión del hombre en la Tierra”, Thomas, William (editor), 1956 (1967): Man’s Role in Changing the Face of the Earth. The University of Chicago Press. https://repositorios.cihac.fcs.ucr.ac.cr/cmelendez/items/345019b3-065d-4c8c-8780-d24a7c111fa6

 

[8] “The Fourth Dimension of Geography” (1974), en Sauer, Carl, 1981: Selected Essays, 1963-1975, Turtle Island Foundation, Berkeley, California.

 

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