LA INDEPENDENCIA DE COLOMBIA
EL VERDADERO PRÓCER DEL 20 DE
JULIO:
JOSÉ MARÍA CARBONELL
Por Olmedo Beluche
(Fragmento del libro “Independencia
Hispanoamericana y lucha de clases”)
Nuestra independencia, al igual que el
modelo clásico de la revolución Francesa, tuvo sus partidos: los realistas
(virreyes y oidores, como Abascal, Liniers o Amar, con sus generales terribles
como Sámano y Morillo); los girondinos o moderados (Castelli y Rivadavia en el
Sur, Camilo Torres en Nueva Granada y
Miranda en Venezuela); sus jacobinos (como el propio Bolívar, Mariano
Moreno o sus seguidores póstumos, San Martín, Nariño); y su partido más radical
y plebeyo, a la manera de los Sans-Culottes (representado por Carbonell en Bogotá, Beruti
y French en Buenos Aires, Artigas en Uruguay, José Leonardo Chirino o Piar en
Venezuela).
Empecemos por despejar un equívoco: se
dice que estamos conmemorando el Bicentenario de la
Independencia , en base a los sucesos de 1810; sin embargo, en
la mayoría de las Juntas que se impusieron en las ciudades y capitales
virreinales de América, no se declaró tal independencia, por el contrario,
asumieron el poder político en nombre de Fernando VII y a la espera de su retorno.
Lo que tuvieron de revolucionario aquellos
sucesos fue que las Juntas en muchos lugares se impusieron gracias a la
movilización popular, que arrancó el poder de las autoridades virreinales. Pero
el poder quedó en manos de quienes controlaban los Cabildos, es decir, la
oligarquía criolla con ínfulas nobiliarias principal beneficiaria del modelo
económico colonial, aunque desprovista, hasta ese momento, del poder político.
Por supuesto, las alas más radicales de
las sublevaciones populares, en muchos casos sí levantaban ya la propuesta de
Independencia total de la metrópoli y el establecimiento de un gobierno
republicano. Pero éste primer envión popular, no puso el poder político en
manos de los partidos radicales, sino que lo arrancó a los virreyes y lo
entregó a la élite criolla moderada.
El historiador José Luis Romero,
especialista en este tema, afirma: “No es fácil establecer cuál era el grado
de decisión que poseían los diversos sectores de las colonias hispanoamericanas
para adoptar una política independentista. Desde el estallido de la
Revolución francesa aparecieron signos de que se empezó a
pensar en ella… Pero era un sentimiento tenue…”.
Por el contrario, hacia 1810, la actitud
de los próceres criollos fue una reacción contra el posible influjo subversivo
que podrían tener en la sociedad hispanoamericana las ideas revolucionarias
francesas, a través de José Bonaparte. Parodiando esta actitud, el historiador
Liévano Aguirre dice: “Fue la amenaza de la Francia
revolucionaria la que aceleró la crisis, puso término a las indecisiones, y dos
consignas célebres resumieron, en América, las tendencias de los distintos
intereses en juego. Los funcionarios españoles dijeron: “Los franceses antes
que la emancipación” y los criollos respondieron: “La emancipación antes que
los franceses””.
Basten dos ejemplos, uno citado por Romero
y el otro por Liévano, sobre dos importantes figuras de este momento y cómo en
realidad pensaban: Francisco de Miranda y Camilo Torres.
Francisco de Miranda, que vivió muchos
años en Europa, el precursor de la idea de la independencia, expresaba al
sector mercantil hispanoamericano vinculado a los intereses británicos, cuyo
modelo político apreciaba. Respecto a él, dice Romero: “Una cosa quedaba
clara a sus ojos: la urgente necesidad de impedir que penetraran en Latinoamérica las ideas francesas… Una y
otra vez expresó que era imprescindible que la política de los girondinos o de
los jacobinos no llegara a “contaminar el continente americano, ni bajo el
pretexto de llevarle libertad”, porque temía más “la anarquía y la confusión”
que la dependencia misma”.
Camilo Torres, autor del Memorial de
Agravios, por el cual exige la igualdad de los americanos (pero sólo de los
criollos) con los españoles, opina: “… La constitución napoleónica será un
contagio funesto, que apestará nuestros pueblos. Perseguidla y quemad vivo al
que quiera introducirla entre nuestros hermanos…”.
Porque ambos próceres expresaban con
claridad los intereses de la clase a la que pertenecían y cuando hablaban de
libertad e igualdad, se referían a la oligarquía criolla, y no a la masa de explotados
indios, mestizos y negros. Por ejemplo, Miranda, en su “Bosquejo de Gobierno
Provisorio” (1801) propone el paso del gobierno a los Cabildos en los que se
aceptarán representantes de “la gente de color”, pero sólo en un tercio,
y si son “propietarios de no menos de diez arpentes de tierra”. Torres,
por su parte, en el Memorial alega que: “Los naturales (los indios), conquistados
y sujetos hoy al dominio español, son muy pocos o son nada en comparación de
los hijos de europeos...”, para justificar que no tienen derecho a la
representación en la Cortes.
Respecto a los objetivos de los criollos,
en el caso de la Junta de Santa Fe (Bogotá),
queda claro en la nota que ellos mismos dirigieron a las provincias
invitándoles a sumarse que: “Nuestros votos, nuestro juramento son “la
defensa y la conservación de nuestra santa religión católica: la obediencia a
nuestro legítimo soberano el señor Fernando VII, y el sostenimiento de nuestros
derechos hasta derramar la última gota de sangre por tan sagrados objetivos.
Tan justos principios no dejarán de reunirnos las ilustres provincias del
reino. Ellas no tienen otros sentimientos, según lo han manifestado, ni
conviene a la común utilidad que militemos bajo otras banderas, o sea otra
nuestra divisa que “religión, patria, rey”” (29 de julio de 1810).
Estas actitudes inconsecuentes no valieron
de nada a los criollos, y al propio Camilo Torres, cuando el general Morillo,
luego de restaurado Fernando VII, decidiera pasarlo por las armas en 1816.
Actitud represiva y vengativa de la monarquía que hizo mucho más por convencer
a los criollos de volcarse a la Independencia
que todos los discursos de Simón Bolívar.
Según Liévano, el mismo 20 de julio de
1810, los criollos montaron una provocación para que el pueblo saliera a la
calle y legitimara la instalación de la Junta
forzando al virrey Amar a reconocerla. Pero ante la magnitud de la protesta
popular, y los saqueos de los comercios de los gachupines, la oligarquía
cachaca se asustó y corrió a esconderse en los “retretes más recónditos de
sus casas”. De manera que, al caer
la noche, y retirarse el pueblo a la sabana, sólo el criollo Acevedo y Gómez
intentaba vanamente mantener una ficción frente al Ayuntamiento, para
beneplácito del virrey que creía desvanecido el movimiento.
Es un joven de 25 años, modesto
funcionario de la Expedición
Botánica , al que ya ni recuerdan entre los próceres, José
María Carbonell, quien con un grupo de seguidores se dirigió a los arrabales de
la ciudad, tocó las campanas y congregó al pueblo de Bogotá, salvando al
movimiento, e intimidando al virrey que se vio obligado a reconocer la
Junta. Es Carbonell, al frente de las huestes
populares quien fuerza, en las siguientes semanas, a la destitución y prisión
definitiva del virrey. La Junta se constituyó
sólo con miembros de la oligarquía, ante la protesta de Carbonell y el pueblo,
y le pagó a éste con la cárcel,
posteriormente.
Bibliografía:
- Liévano Aguirre, Indalecio. Los grandes
conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Círculo de
Lectores, S.A. Bogotá, 2002.
- Luna, Félix. La independencia argentina y americana (1808-1824). La nación. Buenos Aires, 2003