Thierry Meyssan
www.voltairenet.org | 17-03-2020
Las
reacciones políticas ante la pandemia de coronavirus se han caracterizado por
una serie de sorprendentes carencias de las democracias occidentales, desde la
existencia de graves prejuicios hasta la más flagrante ignorancia. Mientras tanto,
China y Cuba se han visto mucho mejor preparadas y capaces para enfrentar el
futuro.
El presidente de la República Popular China, Xi
Jinping, recibe al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, en noviembre de 2018.
Cuba facilitó a China la instalación del laboratorio ChangHeber, en la ciudad
china de Jilin, para producir un medicamento cubano utilizado con éxito en la
lucha contra el coronavirus. El hecho es que los presidentes de China y Cuba, clasificados
como “dictadores comunistas” protegen a sus conciudadanos mucho mejor que los dirigentes
de las “democracias liberales”.
El brusco cierre de las fronteras y, en muchos
países, el cierre también de las escuelas, las universidades, las empresas y
los servicios públicos, así como la prohibición de festividades, conmemoraciones
y otras actividades colectivas, modifican profundamente las sociedades, que, en
unos meses, ya no serán lo que fueron antes de la pandemia.
Esta realidad modifica, en primer lugar,
nuestra concepción de la libertad, concepto alrededor del cual se centró la
fundación de Estados Unidos. Según la visión estadounidense –visión defendida sólo
por Estados Unidos– la libertad no puede tolerar límites. Todos los demás
Estados admiten –por el contrario– que no hay libertad sin responsabilidad, y
estiman por ende que no es posible ejercer las libertades sin definir sus
límites. Hoy, la cultura estadounidense ejerce una influencia determinante a través
de casi todo el mundo. Pero la pandemia acaba de contradecir su visión de la
libertad.
El fin de
la sociedad totalmente abierta
Para el filósofo Karl Popper (1902-1994), en
una sociedad la libertad se mide en términos de apertura. Supuestamente, la
libre circulación de personas, mercancías y capitales es característica de la
modernidad. Esta manera de ver las cosas prevaleció durante la crisis de los
migrantes registrada en 2015. Por supuesto, algunos han subrayado desde hace tiempo
que ese discurso permite a especuladores como George Soros explotar a los trabajadores
de los países más pobres. Soros predica la desaparición de las fronteras y por
ende de los Estados, desde ahora y para favorecer la instauración futura de un
gobierno supranacional.
La lucha contra la pandemia de coronavirus vino
a recordarnos abruptamente que los Estados están ahí para proteger a sus
ciudadanos. En el mundo postcoronavirus, las «ONGs sin fronteras» tendrían por
ende que ir desapareciendo y los partidarios del liberalismo político tendrían
que recordar que sin Estado «el hombre es el lobo del hombre», según la
fórmula del filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679). Por ejemplo, la
Corte Penal Internacional (CJI) acabaría siendo algo absurdo a la luz del
Derecho Internacional.
El giro de 180 grados del presidente francés
Emmanuel Macron es una muestra de esa toma de conciencia. Hasta hace poco, el presidente
Macron denunciaba la «lepra nacionalista» asociándola a los «horrores del
populismo», pero ahora canta loas a la nación, único marco legítimo de
movilización colectiva.
El
interés general
La noción de «interés general», cuestionada por
la cultura anglosajona desde la traumatizante experiencia de Oliver Cromwell,
se hace indispensable cuando se trata de protegerse de una pandemia.
En el Reino Unido, el primer ministro Boris
Johnson, está teniendo dificultades para imponer las medidas que se hacen
necesarias ante la situación sanitaria, medidas de carácter “autoritario” que
los británicos sólo admiten en caso de guerra. En Estados Unidos, el presidente
Donald Trump, no puede decretar el confinamiento de la población para todo el territorio
nacional por ser esta una prerrogativa exclusiva de los diferentes Estados que
conforman la Unión. Así que el presidente de los Estados Unidos de América se ve
obligado a “torcer” los textos de leyes anteriores, como la famosa Stafford
Disaster Relief and Emergency Assistance Act.
El fin de
la libertad sin límites para el sector empresarial
En el plano económico, después de haber
decretado el cierre de todo tipo de negocios, desde los restaurantes hasta los
estadios de fútbol, ya no será posible seguir imponiendo la teoría de Adam Smith
sobre la necesidad supuestamente imperiosa de dejar que el mercado sea el
rector de la actividad económica. Habrá que reconocer por fin límites a la
sacrosanta libre empresa.
La lucha contra la pandemia ha venido a
recordarnos que el interés general puede justificar la imposición de límites a
cualquier actividad humana.
Las
carencias
La crisis del coronavirus también ha puesto de relieve
las carencias y fallos de nuestras sociedades. Por ejemplo, el mundo entero
sabe que China fue la primera nación en sufrir los efectos de la pandemia… y
sabe también que acabó controlándola y levantando las medidas autoritarias que
había tenido que adoptar para lograrlo. Pero pocos saben cómo lograron los chinos
derrotar el coronavirus.
La prensa internacional ha optado por ignorar
los agradecimientos que el presidente chino Xi Jinping expresó, el 28 de
febrero, al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel. La prensa internacional
también ha preferido no hablar de la importancia que tuvo para China el uso del
medicamento cubano denominado Interferón Alfa 2B (IFNrec). Por supuesto, esa prensa
sí ha hablado del uso de la cloroquina, que ya se utilizaba contra el
paludismo. Pero ha guardado silencio sobre las investigaciones destinadas a
encontrar una vacuna contra el coronavirus: China ya está en condiciones de
realizar los primeros ensayos con humanos a finales de abril y el laboratorio
del Instituto de Investigación sobre Vacunas y Sueros de San Petersburgo ya
tiene preparados 5 prototipos de vacunas contra el coronavirus.
Esos “olvidos” denotan la “selectividad
informativa” que practican las grandes agencias de prensa. Nos repiten
constantemente que vivimos en una «aldea planetaria» (Marshall McLuhan), pero
sólo nos informan sobre el microcosmo occidental.
Esa ignorancia resulta muy útil a los grandes
laboratorios occidentales, entregados a una competencia desenfrenada en el
sector de las vacunas y las ventas de medicamentos. Sucede exactamente lo mismo
que en los años 1980. En aquella época, una epidemia de «neumonía de los
gays», identificada como SIDA en 1983, provocaba una hecatombe entre los
homosexuales de San Francisco y Nueva York. Cuando la enfermedad llegó a Europa,
el entonces primer ministro de Francia, Laurent Fabius, retrasó el uso del
test de diagnóstico elaborado en Estados Unidos para que el Instituto Pasteur
tuviera tiempo de elaborar y patentar un test francés. Estaban en juego
ganancias ascendentes a miles de millones de dólares… que costaron miles de
fallecimientos innecesarios.
La
geopolítica después de la pandemia
La epidemia de histeria que acompaña la
expansión del coronavirus está desviando la atención de la actualidad
política. Cuando esta se termine y los pueblos recuperen el sosiego, el mundo
será quizás muy diferente. La semana pasada dedicábamos este espacio a la
amenaza que el Pentágono hace pesar actualmente sobre la existencia de Arabia
Saudita y de Turquía, dos países que se hallan en la mira de Estados Unidos [1].
Las respuestas, por separado, de Arabia Saudita y de Turquía fueron dos apuestas
muy peligrosas: Arabia Saudita inició un ataque contra la industria
estadounidense del petróleo de esquistos mientras que Turquía amenazó con
implicar a Estados Unidos en una guerra contra Rusia. Son dos amenazas tan graves
que habrán de tener respuestas muy rápidamente, el mundo no podrá darse el lujo
de esperar tres meses para enfrentarlas.