Thierry
Meyssan
www.voltairenet.org / 161019
La comunidad internacional está emitiendo declaraciones de condena
contra la ofensiva militar turca iniciada en la porción de suelo sirio que la
prensa occidental denomina como «Rojava» y asiste impotente, a la huida
de decenas de miles de kurdos perseguidos por el ejército turco. Pero nadie interviene,
porque muchos estiman que una masacre es quizás la única salida posible para
restaurar la paz, debido a la situación prácticamente insoluble creada por Francia
y a los crímenes contra la humanidad cometidos tanto por los grupos armados
kurdos como por los civiles de esa minoría.
Decenas de miles de civiles kurdos huyen ante
el ejército turco, abandonando las tierras que habían ocupado con la esperanza
de convertirla en su patria.
Todas las
guerras implican un proceso de simplificación: en el campo de batalla sólo hay dos
bandos y cada quien tiene que escoger el suyo. En el Medio Oriente, donde
existe una increíble cantidad de comunidades y de ideologías, ese proceso
resulta particularmente aterrador ya que ninguna de las particularidades de
esos grupos logra expresarse actualmente y cada cual se ve obligado a aliarse
a quienes estaría dispuesto a condenar.
Cuando la
guerra se acerca a su fin, cada cual trata de esconder los crímenes que
cometió, voluntariamente o no, y a veces trata también de eliminar a los
aliados incómodos que prefiere dejar atrás. Muchos tratan entonces de “reescribir”
lo sucedido para atribuirse un bonito papel. Eso es exactamente lo que estamos
viendo en estos días con la operación militar «Manantial de paz»,
iniciada por Turquía, y las increíbles reacciones que aparecen en la prensa.
Para entender lo que sucede, no basta con saber que
todos mienten. Hay que descubrir lo que cada cual trata de esconder y reconocerlo,
incluso cuando se comprueba que aquellos a quienes admirábamos eran en realidad
detestables.
Genealogía del problema
Si nos guiamos
por la propaganda europea, tenemos que creer que los turcos (o sea, “los malos”)
van a exterminar a los kurdos (“los buenos”), a quienes los “sabios” europeos tratan
de salvar a pesar de la “cobardía” de los estadounidenses. Pero ninguno de esos
cuatro actores está desempeñando el papel que esa propaganda le atribuye.
Es importante, en primer lugar, resituar lo que hoy
sucede en el contexto de la «Guerra contra Siria», ya que esto es sólo
otra batalla más de esa guerra, y en el marco del «rediseño del Medio Oriente
ampliado», del cual el conflicto sirio es sólo una etapa.
En el momento
de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el entonces secretario estadounidense de Defensa,
Donald Rumsfeld, y
su nuevo director para la «Transformación de la Fuerza», el almirante
Arthur Cebrowski, adaptaron la estrategia del
Pentágono al capitalismo financiero. Para ello decidieron dividir el mundo en dos zonas: una zona
reservada a los países de la globalización económica y otra que sería vista
como una simple reserva de materias primas. Los ejércitos
estadounidenses se encargarían de acabar con las estructuras de los Estados en
los países de esa segunda zona del mundo para evitar que estos pudiesen
oponerse a esa nueva “división del trabajo” [1]. E iniciaron la
aplicación de esa estrategia en el «Medio Oriente ampliado» o «Gran
Medio Oriente».
La Syrian
Accountability Act, adoptada por el Congreso de Estados Unidos en 2003,
preveía la destrucción de la República Árabe Siria para después de la
destrucción de Afganistán y de Irak. Pero diferentes factores retrasaron el
inicio de esa operación hasta 2011. El plan de ataque contra Siria fue reorganizado
entonces en función de la experiencia colonial que los británicos habían
acumulado en esta región. Londres aconsejó no destruir completamente los
Estados sino restaurar en Irak un “Estado mínimo” y conservar gobiernos títeres
capaces de administrar al menos la vida cotidiana de los pueblos. Siguiendo el
modelo de la Rebelión Árabe de Lawrence de Arabia, orquestada en 1915 por los
propios británicos, el objetivo era organizar una «primavera árabe»
que pondría en el poder a la Hermandad Musulmana, en lugar de los wahabitas [2]. La operación se inició con el derrocamiento de los regímenes prooccidentales,
en Túnez y Egipto, antes de arremeter contra Libia y Siria.
En un primer
momento, y a pesar de ser miembro de la OTAN, Turquía se negó a participar en
la guerra contra Libia, que era su primer cliente comercial, y contra Siria,
con la cual había creado un mercado común. Pero el entonces ministro de Exteriores
de Francia, Alain Juppé, concibió la idea de “matar dos pájaros de un tiro”.
Propuso a su homólogo turco, Ahmet Davutoglu, que Francia y Turquía
resolvieran juntas el problema kurdo a cambio de la incorporación de Turquía a
las guerras contra Libia y Siria. Juppé y Davutoglu firmaron entonces un
protocolo secreto que preveía la creación de un “Kurdistán”, pero no en los
territorios kurdos de Turquía sino en zonas sirias pobladas mayoritariamente
por arameos y árabes [3]. Turquía, que mantiene excelentes relaciones con el gobierno regional
del Kurdistán iraquí, deseaba la creación de un segundo Kurdistán porque esperaba
que así podría poner fin al independentismo kurdo en suelo turco. Francia, que
había reclutado tribus kurdas en 1911
para utilizarlas en la represión contra los nacionalistas árabes, esperaba
crear en la región un Kurdistán similar a la colonia judía que
los británicos lograron crear en Palestina. Franceses y turcos lograron
obtener el apoyo de los israelíes, quienes ya controlaban el Kurdistán iraquí
a través del clan Barzani, oficialmente miembro del Mosad.
En este
mapa puede verse, en color marrón, el Estado kurdo delineado por la Comisión
King-Crane, con el aval del presidente estadounidense Woodrow Wilson. La creación
de ese Estado fue aprobada por la conferencia de Sevres, en 1920, pero nunca llegó
a concretarse.
Los kurdos son
un pueblo nómada (ese es precisamente el sentido exacto de la palabra
“kurdo”) que se desplazaba por el valle del Éufrates, en territorios que hoy
son parte de Irak, Siria y Turquía. Organizado no de
manera tribal sino en clanes y de reconocido coraje, el pueblo kurdo dio origen
a numerosas dinastías que reinaron en el mundo árabe –como la del célebre Saladino–
y en el mundo persa y proporcionó soldados a diversos ejércitos.
A principios del siglo XX, los otomanos reclutaron
ejércitos kurdos para masacrar a los pueblos no musulmanes de Turquía,
principalmente a los armenios. Fue entonces cuando
algunos grupos kurdos se asentaron en Anatolia, donde se hicieron sedentarios,
mientras que otros seguían siendo nómadas. Al final de la Primera Guerra
Mundial, el presidente estadounidense Woodrow Wilson decidió, en aplicación
del párrafo 12 de sus 14 objetivos de guerra, crear un Kurdistán sobre las
ruinas del Imperio Otomano. Para delimitar el territorio de aquel nuevo Estado,
el presidente Wilson envió a la región la Comisión King-Crane, mientras que
los kurdos proseguían la masacre contra los armenios. Los expertos delimitaron
una región en Anatolia y advirtieron al presidente estadounidense sobre las
consecuencias devastadoras que tendría una eventual extensión de ese
territorio y la concesión a los kurdos de otras zonas.
Pero el Imperio
Otomano fue finalmente derrocado “desde adentro” por Mustafá Kemal (Kemal
Ataturk), quien proclamó la República y rechazó la pérdida de territorios
que se pretendía imponer a Turquía con la aplicación del proyecto de
Woodrow Wilson. Así se frustró la creación de aquel Kurdistán.
A lo largo de
un siglo, los kurdos de Turquía trataron de independizarse de ese país. En los años 1980, los
marxista-leninistas del PKK iniciaron una verdadera guerra civil contra el gobierno
de Ankara y fueron duramente reprimidos. Muchos huyeron al norte de Siria,
donde obtuvieron la protección del entonces presidente sirio Hafez el-Assad.
Cuando el líder histórico del PKK, Abdullah Ocallan fue arrestado por los
israelíes y entregado a Turquía, muchos de aquellos kurdos de Turquía
refugiados en Siria abandonaron la lucha armada. Al término de la guerra fría, el PKK, ya sin financiamiento
soviético, fue infiltrado por la CIA y sufrió una mutación ideológica. Abandonó
el marxismo y se convirtió al anarquismo, renunció a la lucha antiimperialista y
se puso al servicio de la OTAN, que utilizó frecuentemente al PKK en la
realización de operaciones terroristas destinadas a contener los ímpetus de
Turquía.
En 1991, la
comunidad internacional, estimulada por Estados Unidos, emprendió una guerra contra
Irak, que acababa de invadir Kuwait. Al terminar esa guerra, las potencias
occidentales alentaron las comunidades chiitas y kurdas de Irak a rebelarse
contra el régimen sunnita del presidente Saddam Hussein. Estados Unidos y el
Reino Unido permitieron la liquidación de 200,000 personas, pero ocuparon
toda una región de Irak cuyo acceso prohibieron al ejército iraquí.
Estadounidenses y británicos expulsaron a los pobladores de esa región iraquí y
reagruparon allí a los kurdos de Irak. Esa región no fue reintegrada a Irak
sino después de la invasión de 2003 y se convirtió en el actual Kurdistán
iraquí, cuyo gobierno regional se mantiene desde entonces bajo control del
clan Barzani.
Mapa de estado mayor del plan Rumsfeld /Cebrowski
para el rediseño del “Medio Oriente ampliado” o “Gran Medio Oriente”.
Fuente: “Blood borders
– How a better Middle East would look”, coronel Ralph Peters, Armed Forces Journal,
junio de 2006.
Al inicio de la
guerra contra Siria, el presidente sirio Bachar al-Assad concedió la
nacionalidad siria a los refugiados políticos kurdos provenientes de Turquía y
a sus hijos, que se pusieron entonces al servicio del gobierno sirio en la
defensa del norte de Siria ante los yihadistas extranjeros. Pero la OTAN
recurrió al PKK turco y lo utilizó para movilizar a los kurdos de Siria y de Irak
a favor de la creación de un «Gran Kurdistán», conforme al proyecto
trazado por el Pentágono desde el 2001, reflejado en el mapa de estado mayor
que el coronel estadounidense Ralph Peters había divulgado en 2005.
El mapa del “Rediseño del Medio Oriente
ampliado”, modificado después del fracaso de la primera guerra contra Siria.
Fuente: “Imagining a
Remapped Middle East”, Robin Wright, The New York Times Sunday Review, 28
de septiembre de 2013.
Aquel proyecto,
tendiente a dividir la región según criterios étnicos, ya no tenía nada que ver
con el proyecto concebido por Woodrow Wilson en 1919 –cuyo objetivo era
reconocer el derecho del pueblo kurdo– ni con el proyecto de Francia –que
apuntaba a recompensar a sus mercenarios. El territorio era demasiado extenso
para los kurdos, que ni siquiera iban a tener posibilidades de controlarlo.
Pero el nuevo proyecto entusiasmó a los israelíes, que lo veían como un medio
de contener a Siria desde la retaguardia. Sin embargo, resultó imposible de
realizar. El USIP (United States Institut of Peace), instituto de los «Cinco
Ojos» vinculado al Pentágono, propuso modificarlo. El Gran Kurdistán sería
reducido para agrandar el «Sunnistán»
iraquí [4] que sería
puesto en manos a una organización yihadista: el futuro Emirato Islámico
(Daesh).
Los kurdos de
las YPG, ramificación del PKK en Siria, trataron de crear un nuevo Estado,
designado como «Rojava», con ayuda de las fuerzas militares
estadounidenses. El Pentágono los utilizó para mantener a los yihadistas en
los territorios asignados al «Sunnistán».
En realidad, nunca
hubo combate teológico o ideológico entre las YPG y Daesh sino una rivalidad
por la posesión de un territorio sobre las ruinas de Irak y de Siria. Por cierto,
en el momento del derrumbe del califato de Daesh, las YPG kurdas ayudaron a
los yihadistas a reunirse con las fuerzas de al-Qaeda en Idlib atravesando el «Kurdistán».
En Irak, los
kurdos iraquíes del clan Barzani participaron directamente en la invasión de
ese país emprendida por Daesh en 2014. Según el PKK, Masrur “Jomaa” Barzani,
jefe de la inteligencia del gobierno regional del Kurdistán iraquí e hijo del
presidente Massud Barzani, asistió a la reunión secreta de la CIA en Amman, el
1º de junio de 2014, donde se planificó la ofensiva de Daesh contra Irak [5]. Los kurdos iraquíes del clan Barzani nunca combatieron contra Daesh,
sólo se limitaron a no dejarlo entrar en el Kurdistán iraquí. Peor aún,
permitieron que Daesh esclavizara a los yazidíes –kurdos no musulmanes–
durante la batalla de Sinjar. Los yazidíes que lograron salvarse fueron
rescatados por combatientes del PKK turco y de las YPG, enviados desde Siria.
El 27 de
noviembre de 2017, el clan de los Barzani organizó –respaldado únicamente por Israel–
un referéndum de autodeterminación en el Kurdistán iraquí, consulta que perdió
a pesar de toda una serie de manipulaciones realizadas con los votos. La noche
del conteo de los votos emitidos en aquel referéndum, el mundo árabe descubrió
estupefacto una marea de banderas israelíes en Erbil, capital del gobierno
regional del Kurdistán iraquí. Según la publicación Israel-Kurd, el primer
ministro israelí, Benyamin Netanyahu, se había comprometido a enviar 200,000 kurdos
israelíes para garantizar la protección de un Kurdistán ya separado de Irak.
Es importante
tener en cuenta que un pueblo que aspira a la autodeterminación –que constituye
un derecho reconocido– tiene que ser, en primer lugar, un pueblo unido, lo cual
nunca fue el caso de los kurdos. Otro requisito es que debe vivir en un
territorio donde es mayoritario, lo cual sólo se cumple para los kurdos en la
región turca de Anatolia –a raíz del genocidio perpetrado contra los armenios–
y en el norte de Irak –pero sólo desde que tuvo lugar la limpieza étnica favorecida
por la implantación de la zona de exclusión aérea impuesta por Estados Unidos después
de la operación “Tormenta del Desierto”– y en el noreste de Siria –desde que
los grupos armados kurdos expulsaron de allí a los asirios cristianos y a los árabes.
Otorgar a los kurdos ese derecho en este momento sería avalar crímenes contra
la humanidad.
[1] Esa
estrategia fue mencionada por vez primera por el coronel Ralph Peters en “Stability,
America’s Ennemy”, Parameters 31-4 (revista del ejército de Estados Unidos),
invierno de 2001. Posteriormente fue expuesta con más claridad para el gran
público por el asistente del almirante Cebrowski en el libro The Pentagon’s
New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group, 2004. Finalmente,
el coronel Ralph Peters publicó el mapa trazado por el estado mayor
estadounidense en “Blood borders
– How a better Middle East would look”, Colonel Ralph Peters, Armed
Forces Journal, junio de 2006.
[2] Gran cantidad
de documentos disponibles desde 2005 demuestran que el MI6 preparó esta
operación. Entre esos documentos están los correos electrónicos del ministerio británico
de Exteriores, dados a conocer por Derek Pasquill. Ver, Sous nos yeux. Du 11-Septembre à
Donald Trump, Thierry Meyssan, Demi-Lune (2017).
[3] La existencia
de ese acuerdo secreto fue revelada en su momento por la prensa argelina.
Diplomáticos sirios me los describieron de forma detallada. Desgraciadamente,
los archivos donde estaban depositados en Damasco fueron trasladados
precipitadamente en medio de un ataque yihadista y no están disponibles
actualmente. Pero ese documento se hará público cuando se haga el necesario trabajo
de búsqueda. Nota del Autor.
[4] “Imagining a Remapped Middle East”, Robin Wright, The
New York Times Sunday Review, 28 de septiembre de 2013.