Bayano digital
El difícil y necesario camino a la paz
Por: Guillermo Castro
Editorial del martes 23 de enero
La convocatoria de la XXXIV edición de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Panamá, a través de la exhortación papal, coincide con el urgente llamado a la paz y el rechazo a la guerra intervencionista en países de la región. Es una coincidencia especial que atrae a un mismo escenario a juzgadores del modelo económico neoliberal que genera abismos sociales y expolio.
Sin embargo, la iniciativa del Vaticano se encuentra sometida a los intentos de aislamiento de poderes hegemónicos en el ámbito global para tergiversar el sentido orientador de una humanidad que reflexiona y elabora propuestas de cambio para detener el saqueo practicado por fuerzas intervencionistas aliadas al capital financiero, que desconocen o violan la soberanía de los Estados.
La pauta para la humanización del mundo y la construcción de caminos genuinamente democráticos aparece consignada en la encíclica Laudato si’, del Papa Francisco, quien identifica el fundamento de proteger de la depredación a la biosfera y a la raza humana en riesgo. Por distintas vías, Francisco y los movimientos sociales han coincidido en generar paz, desarrollo y equidad.
El justo anhelo de justicia, soberanía alimentaria, paz y firme autodeterminación encuentra al continente americano en situación de desafío, ya que las fuerzas retrógradas del sistema depredador apuestan por la derechización a escala hemisférica. Con apego al libreto intervencionista de Washington, esas mismas fuerzas están empeñadas en desestabilizar y derribar a gobiernos legítimos.
A ello se debe la intensificación de los planes para torpedear el proceso de paz en Colombia, el despliegue bélico y la amenaza activa contra Venezuela, el financiamiento de bandas amadas que secuestran y asesinan a policías en Nicaragua, el bloqueo contra Cuba, el encarcelamiento de líderes populares en Argentina y Brasil, o el vil sabotaje económico contra el Estado boliviano.
El ala progresista de la Iglesia y las juventudes del mundo tienen el deber de ayudar a cambiar esos designios fatalistas por el respeto al derecho a una vida digna. Para ello, deben alzar su voz contra el modelo intervencionista y la rapacidad que difieren del evangelio de Cristo. Es necesario sacar la flecha clavada en el corazón de los pueblos condenados al hambre y la explotación.
Mientras haya muros o abismos que obstruyan la marcha de los peregrinos que buscan la paz, habrá que hacer camino al andar. Es urgente que las voces sensatas del ecumenismo y los movimientos democráticos se alcen para vencer al neoliberalismo que condena a la ruina a los pequeños y medianos productores agropecuarios y genera guerras, muerte, saqueo y destrucción en América Latina.