051118
Es desde hace décadas el oráculo
de cabecera de las izquierdas ibérica y latinoamericanas,
generalmente más allá de los partidos socialistas. Hugo Chávez (Venezuela),
Lula (Brasil), Gustavo Petro (Colombia), Pablo Iglesias (España), Francisco
Louçã (Portugal), le escucharon y le escuchan para
crear alternativas de Gobierno más allá de siglas.
El sociólogo Boaventura de Sousa
Santos (Coimbra, 1940) divide su tiempo entre la universidad
portuguesa, donde elogia una solución de gobierno socialista inédita, y la
universidad de Wisconsin, donde se empapa de los análisis de la CIA. Con más de
40 ensayos en su haber, esta semana presenta en España, Izquierdas del mundo, uníos.
Aunque cree en las confabulaciones mundiales, De
Sousa Santos también cree en la capacidad de las fuerzas locales para formar
alternativas que escapen al determinismo de los poderes fácticos, incluso cree
que a la democracia liberal solo la puede defender la izquierda. Aunque no
acierte siempre, ¡salve a Santos!
Pregunta. Después de 14 años de gobierno de izquierdas
parece que los
brasileños han salido escaldados.
Respuesta. Lula fue un gran
presidente, pero cometió muchos errores. Usó el sistema político antiguo para
gobernar con la derecha. No hubo reforma fiscal ni del sistema ni de los
medios de comunicación en un momento en que su partido, el PT, tenía una gran
legitimidad para hacerlo. Gobernar con el sistema antiguo fue gobernar con el
compadreo, con la corrupción endémica de los partidos, no solo del PT.
P. Las Bolsas acogieron con gran optimismo la
derrota del PT o el triunfo de Bolsonaro.
R. Sí, ahora, después de unas elecciones, en lugar de la reacción de
las personas, la primera noticia de los medios es la reacción de los mercados. La Bolsa la controlan cinco grandes
compañías financieras, que mueven 50 trillones de los 90 trillones del PIB
mundial y tienen, por tanto, un poder de chantaje enorme sobre los sistemas
políticos nacionales. A la derrota de la izquierda en Brasil no es ajeno el
imperialismo americano.
P. ¿No suena
antiguo el término?
R. Ya sé que ha dejado de usarse en los medios, pero yo creo que el
imperialismo americano existe, aunque anduvieron distraídos en la primera
década del siglo.
P. Bastante, se les coló Chávez, Evo Morales, Lula...
R. Fue una década en la que EE UU estaba concentrado en Irak, y que
permitió alcanzar el poder a fuerzas
progresistas de Argentina, Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Chile.
A partir de 2009, los norteamericanos empiezan a ver que están perdiendo
América Latina, que tiene un socio nuevo, China. Su primera reacción es el
golpe de Honduras de 2009, una década después los hondureños emigran en
caravana hacia Estados Unidos.
P. El imperialismo americano no se
contentará solo con Honduras, ¿no?
R. EE UU precisa de todos los países aliados para frenar a China,
pero de modos distintos. Necesita a Europa, pero no a la Unión Europea (UE). El
abordaje de Trump sobre Europa es con el Tratado Comercial Transatlántico, que
quiere acabar con él porque no quiere una UE unida. Le es más fácil controlar
el continente minando a la UE, separándola país a país. Lo ha conseguido con el
Reino Unido y lo va a intentar con otros. Uno a uno dominará mejor todo el
continente.
P. Las grandes inversiones de China son, sin embargo, en África y
Suramérica.
R. Leo atentamente todos los documentos de la CIA para mirar el
futuro con sus ojos. La gran amenaza para mantener su hegemonía mundial es
China. En 2030 será la primera economía. Vivimos un intervalo entre dos
globalizaciones. Tuvimos varias desde 1870, cada una dominada por una
innovación tecnológica, de la máquina de vapor a internet. Las últimas siempre
han sido dominadas por Estados Unidos, pero vamos a entrar en una nueva ola de
innovación, protagonizada por la inteligencia artificial, la robótica y la
automoción, y en estas áreas -al contrario que en las anteriores- China está
muy bien posicionada. Quien domine la nueva ola será el país hegemónico.
P. ¿La hora del imperialismo
chino?
R. China se juntó a Rusia, India, Brasil y Suráfrica, el BRICS. Ese
proyecto, al contrario de lo que nosotros nos pudiéramos imaginar, fue un aviso
temible para EE UU. Había que neutralizarlo al precio que fuera porque estaban
a poner en pausa lo más sagrado del imperio americano, el dólar. En 1971, dejó
de estar respaldado por el patrón oro, pero EE UU acordó con la familia real
saudí que el dólar fuera la única moneda de pago de las transacciones
petrolíferas.
P. Y así sigue medio siglo después.
R. Sí, a costa de reprimir cualquier movimiento para acabar con el
dólar como única referencia mundial. Siempre que hay un ataque a esta moneda,
la reacción de Estados Unidos es brutal. Es cierto que el
expresidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn tuvo un lío
con una camarera, pero casualmente un mes antes había propuesto crear una cesta
de monedas como referencia del comercio mundial, y no solo el dólar. Sadam Husein
quería que el comercio de los hidrocarburos fuera en euros y Gaddafi propuso
una moneda africana similar al euro. Todos tuvieron destinos fatales.
P. Y aquel BRICS ha perdido su peón brasileño.
R. Antes se había entregado incondicionalmente la India de Mohdi,
pero Brasil es la séptima economía mundial y se ha
aprovechado que tuviera una democracia aún frágil para
acabar con ese laboratorio. El BRICS ha quedado neutralizado.
P. Las democracias han cambiado Obama por Trump, Lula por Bolsonaro,
Rienzi por Salvini…
R. Vivimos un ciclo reaccionario, típico entre los intervalos de
globalizaciones. Es un tiempo en el que aumenta la agresividad y la rivalidad
entre países -en Europa dio origen a dos guerras-. Su cara visible es Steve
Bannon, ex asesor de Trump. No es casual que su organización,
The Movement (El Movimiento), se haya
instalado en Bruselas. Su objetivo es conseguir una mayoría de euroescépticos
en las elecciones europeas de mayo y así destruir, democráticamente, la
UE.
P. ¿Teme que lo consiga?
R. Lo veo con mucha preocupación. Esta ola reaccionaria es diferente
a otras, intenta acabar con la distinción entre dictadura y democracia. La
democracia liberal no se sabe defender de los antidemócratas, de
los antisistema, como Trump o Bolsonaro que se
aprovechan del sistema. Se destruye la opinión pública con falsas noticias que
transforman al adversario en enemigo; con el adversario se discute, al enemigo
se le destruye.
P. Pero, ¿cómo se ha llegado a formar este ciclo reaccionario?
R. Desde luego no es una convulsión repentina, tiene sus causas. Si
dejamos de ocupar un espacio, otros no lo harán. Si los partidos clásicos se
dedican a los procesos electorales y a sus alianzas, y no trabajan con las
clases populares, otros lo harán. Y no solo los partidos. La iglesia católica
tenía en América Latina un fuerte enraizamiento con la teología de la
liberación. Juan Pablo II la liquidó y ese vacío está siendo ocupado por la
llamada teología de la prosperidad de las iglesias evangélicas de influencia
norteamericana. El rico recibe la bendición de Dios, el pobre no es bendecido,
es demonizado, culpable de su pobreza. Ha habido un abandono de las clases
populares por parte de las elites, sean políticas o eclesiásticas.
P. ¿Tiene usted una solución?
R. Sí, izquierdas del mundo, uníos, el
título de mi nuevo ensayo. Las izquierdas tienen que acabar con sus dogmatismos
y aislacionismos y tener conciencia que, en este ciclo reaccionario, las
fuerzas de izquierdas son las que mejor pueden defender la democracia liberal,
porque la derecha se entregó absolutamente (la izquierda parcialmente) a los
poderes financieros.
P. En este periodo reaccionario, una
de las excepciones ha sido la solución portuguesa, un gobierno
socialista con el apoyo parlamentario de partidos a su izquierda, incluso
antieuropeos, del Bloco y PC.
R. Es la gran innovación política de los últimos años. El partido
socialista de Costa decide articularse con partidos a su izquierda en lugar de
hacerlo con las derechas, como siempre. Con una clarividencia extraordinaria,
con Bloco y PC llegaron a la conclusión de que hay muchas cosas que les separan
pero que hay otras que le unen, suficientes para gobernar. Les unía terminar
con la austeridad, ya es mucho. Si el PC está contra el euro y el PS a favor,
no cuenta. Esa fue la gran sabiduría de los partidos.
R. Portugal demostró que el neoliberalismo era una mentira. Con
soluciones contrarias a esa ideología, el Gobierno ha dado un respiro a las
clases populares. La
economía crece, la inversión llega, el paro baja. Si esto
hubiera ocurrido en otro país sería noticia mundial.
P. ¿El modelo es exportable?
R. Las soluciones no se pueden copiar, pero sí aprender de ellas.
Tengo alguna esperanza de que cuaje en España con los jóvenes Sánchez e
Iglesias. Esta semana voy allí a hablar con todos los partidos de izquierda. En
España, el gran actor diferencial es el de las nacionalidades, y concretamente
Cataluña, que impide cualquier acuerdo y, a mí entender así va a continuar
algún tiempo. Cuando se juega al todo o nada, el acuerdo es imposible.
P. En España, más que izquierdas y derechas se habla de castas y movimientos transversales.
R. Lo sé y me indigna. Nunca fue tan importante la distinción entre
izquierda y derecha. La izquierda enamora muchas veces, pero deja pasar
oportunidades de ser otra alternativa de vida. La izquierda no puede tener
vergüenza por defender al Estado, obviamente democrático y no corrupto; quien
va a necesitar más salud pública, más educación no van a ser las clases medias
altas, sino las que ganan el salario mínimo. Hay que tener el coraje de aumentar los impuestos a los más ricos;
perjudica la inversión, se decía en Portugal. No
fue así, al contrario, aumentó. Hay mucha mentira económica. Los
mayores mentirosos de este siglo ganaron los premios nobel de economía.
P. ¿La solución portuguesa puede cambiar la tendencia de la Unión
Europea en las elecciones de mayo?
R. Portugal es un país muy pequeño para cambiar la UE, pero si
tuviésemos una solución de izquierda moderada en España, más Grecia e Italia
venceríamos a la extrema derecha y la UE estaría salvada. Si no la cambiamos
por dentro habrá brexit, italiabrexit y austriaexit -sin contar Hungría y Polonia que solo
son europeos para recibir dinero comunitario-, y en vez de tener una solución
de izquierdas para reinventar la UE, será una de derechas para destruir Europa.
Esa es la disyuntiva a la que nos enfrentamos.