Miguel Antonio Bernal
Varios
comentaristas radiales convocamos a una manifestación pacífica para el
miércoles 19 de diciembre, ante la Iglesia Don Bosco, en repudio a su
presencia. El día anterior, el G-2 había secuestrado a Betito Quirós con
intención de matarlo... Comenzamos a reunirnos en el atrio de la Iglesia. A
distancia, numerosos radiopatrullas y motociclistas de la Guardia Nacional,
todos con arreos de combate. Presentes
cantidad de agentes del G-2, la mayoría de ellos de civil.
Los
mayores Julián Melo y Armijo comunicaron que "por órdenes superiores la
manifestación no podía celebrarse".
Al solicitarles que mostraran la orden legal, su respuesta fue que si
había manifestación, "pagarán las consecuencias".
Al
agruparnos para marchar, más de 20 motorcicletas, avanzaban hacia el público. Se produjo el
pánico…los manifestantes corrieron...
Los motorizados llegaron a escasos metros de dónde me encontraba.
Megáfono en mano, caminé hacia los guardias con el propósito de parlamentar. En segundos, con una ferocidad inaudita,
manguera en mano y vociferando un torbellino de vulgaridades y a los gritos de:"Aquí
está Bernal, pegale, matalo", se me echaron encima apoyados por
numerosos G-2 y otra serie de elementos armados y en civil. Unos a otros se empujaban para poder
golpearme. Los manguerazos, puñetazos,
puntapies, cayeron sobre mí con furia brutal.
Eran demasiados, era una mancha inmensa con uniformes y mangueras que
golpeaba y golpeaba, que levantaba a su víctima cuando caía para seguir
golpeándola, que la arrastraba de un lado a otro.
Luego, en
estado de inconciencia se me condujo al Cuartel Central y mucho después, al
Hospital Santo Tomás dónde los médicos me dieron, durante varios días, la
asistencia que me salvaría la vida.
Los responsables directos de la agresión
fueron debidamente denunciados públicamente por mí en numerosas oportunidades.
A pesar de todas las pruebas testimoniales, fotográficas, médicas, videos y
demás, el dos de febrero de 1994, el Segundo Tribunal de Justicia, "administrando
justicia en nombre de la República y por autoridad de la Ley",
haciendo suyo el adagio "summum ius, summa iniuria", negó la
apelación formulada y confirmó la decision, de
dejar en la más absoluta impunidad a los criminales.