Maciek Wisniewski*
www.jornada.unam.mx / 110818
Como para ser su acérrimo enemigo –según
el bien difundido análisis biempensante– se parece sospechosamente bastante a
un amigo. Hablo del papa Francisco frente a la junta cato-nacionalista y
post-fascista de Varsovia, o sea, el gobierno populista de Ley y Justicia
(PiS), sostenido, entre otros, en el episcopado ultra post-wojtyliano.
Ustedes dirán.
Polonia bajo su mando está en la
vanguardia del revisionismo histórico. El re-escribimiento del pasado con tinta
de colores patrios –y un abundante toque de pardo– alcanzó su cenit a
principios del año con la ley que prohíbe hablar de cualquier complicidad
polaca en el Holocausto (que sí la hubo...).
Ahora la decisión de Francisco de avanzar
el proceso de santificación del cardenal August Hlond (1881-1948), primado de
Polonia desde 1926 hasta su muerte, conocido por su feroz nacionalismo,
anticomunismo y antisemitismo –todas las características propias de un
verdadero polaco, según PiS– se inscribe perfectamente en esta política (¿aún
después de la muerte de Juan Pablo II –y al final– la línea roja
Vaticano-Polonia sigue intacta?).
El decreto papal lo declara venerable y
reconoce sus virtudes heroicas. En cuanto a lo mundano hay que decir que sí
resistió a los nazis y rechazó ofertas de colaboración. Incluso –durante su
exilio en Francia– escondió a unos judíos y les dio pasaportes (Więź, 4/6/18),
según como él mismo lo contaba después de la guerra. Sea como fuere, tal vez
poco para un gran cardenal, pero bueno.
Ustedes dirán.
Junto con la reciente indulgencia otorgada
a Polonia por Benjamin Netanyahu –una declaración conjunta polaco-israelí que
reza básicamente que los polacos se portaron estupendamente durante el
Holocausto (Haaretz, 6/7/18), a.k.a. una estúpida, ignorante y amoral traición
de la verdad (Y. Bauer dixit)–, la decisión de Francisco es otra pluma en la
gorra de la derecha polaca.
Lo de la indulgencia lo dijo el viejo Uri
Avnery (Gush Shalom, 14/7/18). Como Israel no tiene (casi) riquezas naturales,
“se dedica a vender las ‘indulgencias del Holocausto’”, emulando a la empresa
inventada hace siglos por la misma Iglesia católica y que tanto en su tiempo
antagonizó a Lutero: ya le otorgó una a Alemania de Adenauer (a cambio de unas
generosas reparaciones), ahora le tocó a Polonia (a cambio de unos favores
políticos).
Netanyahu –“que no inventó este business sino lo heredó de sus
predecesores” e igual que un Papa en viejos tiempos– avalando finalmente
después de su negativa inicial la ley del Holocausto polaca hizo justamente lo
que Francisco hizo con Hlond y a lo que apuntaron las organizaciones judías
censurando su decisión: blanqueó el antisemitismo y envalentonó a la derecha
polaca en su afán de rescribir la historia de aquella época.
Curioso. Según unos, Hlond fue colocado en
la pista recta a la santidad a pesar de su posición hacia los judíos
(Haaretz/AP, 4/7/18); según otros (al menos en parte), por la defensa de ellos
(The New Yorker, 11/7/18).
Ante el viejo dilema vaso medio vacío/vaso
medio lleno, se antoja decir ¡pasen otro vaso!: en su postura hacia el tema
–ambigua en el mejor de los casos (una característica muy propia de
Francisco...)– es en vano buscar virtudes heroicas.
Ustedes dirán.
En el centro de la controversia está la
carta pastoral (1936) en la que acusó a los judíos de librar una guerra contra
la Iglesia, ser vanguardia de ateísmo, librepensamiento, bolchevismo y la
actividad revolucionaria, corromper la moral católica, perpetuar fraude, usura,
prostitución y propagar pornografía.
Los condenó por haber rechazado al Cristo
y señaló que “el ‘problema’ persistirá hasta que ‘los judíos permanezcan
judíos’” (sic). Abogó por su boicot económico, escolar e intelectual,
oponiéndose a la vez a los ataques físicos.
O sea, pegar o matarlos era malo, pero no
había nada malo en difamarlos y marginarlos, dos prerrequisitos que... tal cual
y en pocos años harían posible el Holocausto. ¿Y lo demás? Pura perpetuación y
racionalización del antisemitismo bajo la coartada de la defensa de los judíos,
una vieja práctica de la Iglesia desde el papa Calixto II (Sicut Judæis, 1120).
Los defensores de Hlond dicen que apenas
reflejaba el pensamiento de sus tiempos, que cambió sólo tras el Concilio
Vaticano II (Nostra aetate, 1965), pero como bien apuntó Tygodnik Powszechny,
un semanario católico de Cracovia –para el cual quien escribe estas líneas
colaboraba, ahora sí, orgullosamente, por años– “¿no que de los futuros santos
esperaríamos que estén ‘un poco adelante de sus tiempos’”?
Esto nos lleva de regreso a Francisco,
cuyas canonizaciones –un negocio que tampoco inventó, sino heredó de sus
predecesores (sobre todo de JP II...)–, parecen muchas veces confundirse con
indulgencias.
Más que un proceso de poner ejemplos a
seguir son un lavadero de personajes –JP II: encubridor de pederastas
(¡santo!), Madre Teresa: abusadora y defraudadora (¡santa!), etcétera–,
indistinguible del revisionismo histórico de la derecha.
Ustedes dirán.
*Periodista polaco