Por:
Guillermo Castro Herrera
“Desde que el lenguaje permitió que la evolución cultural humana
incidiera sobre procesos antiquísimos de evolución biológica,
la humanidad ha estado en condiciones de alterar
los más antiguos equilibrios de la naturaleza
de la misma manera que la enfermedad altera
el equilibrio natural en el cuerpo de un huésped...
Desde el punto de vista de otros organismos,
la humanidad se asemeja así a una grave enfermedad epidémica,
cuyas recaídas ocasionales en formas de conducta menos virulentas
nunca le han bastado para entablar una relación estable y crónica”.
William McNeill, Plagas y Pueblos[1]
Los
riesgos de malestar, enfermedad y muerte que afloran en tiempos en que se
combinan el crecimiento demográfico, el deterioro social y la degradación
ambiental a una escala y con una intensidad sin precedentes en nuestra historia
constituyen un importante problema de salud pública. Y si se entiende a la
salud como una situación deseable de bienestar físico, mental y social que se
logra - o no - en el seno del ecosistema que ocupa cada sociedad, resulta
evidente que el estado de salud de cada sociedad expresa la calidad de las
relaciones que mantiene con su entorno natural. Así, el ambiente constituye el
ámbito de interacción entre la salud, en tanto producto del desarrollo humano,
y la enfermedad y la muerte, como hechos naturales.
La
adecuada comprensión de ese vínculo demanda una perspectiva histórica. La salud
y el ambiente de cada sociedad resultan de una trayectoria en el desarrollo
tanto de las relaciones que guardan entre sí los grupos que la integran, como
de las que ella mantiene con su entorno natural. El examen de esas trayectorias
en el pasado, y de sus expresiones en el presente, constituye una valiosa
fuente de experiencias para el análisis de los problemas de la salud pública en
un mundo en crisis.
De
eso trata la pequeña gran obra Plagas y Pueblos, que publicara el
historiador norteamericano William McNeill en 1976. Allí se propuso explorar
“el sitio en perpetuo cambio de la humanidad en el equilibrio de la naturaleza
debería ser parte de nuestra comprensión de la historia”, tal como se expresa
en “los encuentros de la humanidad con las enfermedades infecciosas y las
consecuencias de largo alcance que se produjeron cada vez que los contactos a
través de la frontera de una enfermedad distinta permitieron que una infección
invadiera una población carente de toda inmunidad contra sus estragos.”[2]
Con ese propósito, examinó las relaciones de coevolución entre nuestra
especie y sus microparásitos a lo largo de un proceso en el cual “la adaptación
y la invención culturales disminuyeron la necesidad de un ajuste biológico a
medios diversos, introduciendo así un factor fundamentalmente perturbador y
continuamente cambiante en los equilibrios ecológicos que existían en todas las
partes de la tierra”. Desde allí abordó la interacción entre ese
microparasitismo natural y el macroparasitismo social que se expresa en las
relaciones de opresión y explotación de unos grupos humanos por otros a lo
largo del proceso de formación las civilizaciones, cuyas relacione de
intercambio y conquista condujeron así a la unificación microbiana de Eurasia y
África, primero, y del mundo, después, a partir de la conquista europea de
América.
William McNeill nos mostró así que el estado general de salud de cada
sociedad contribuye a modelar sus alternativas de relación y acción tanto en
relación al mundo natural, como ante otras sociedades y en lo que toca a su
propio desarrollo. A cuarenta años de su primera edición, su libro sigue
incitándonos a trascender las tentaciones de la especialización tecnocrática,
para facilitar a la historia el papel que le corresponde en la tarea de hacer
saludables nuestras relaciones sociales por lo sustentables que llegen a ser
nuestras relaciones con el mundo natural. Así son de insospechadas las raíces
de la Ciudad en la cultura de nuestro tiempo.
Ciudad del Saber, Panamá, 27 de abril de 2018
[1] McNeill, William, 1984 (1977): Plagas y
Pueblos. Siglo XXI de España, 1984.
[2] Op. Cit., p. 5, 3.