¿Adónde
se fue el crecimiento económico de Panamá?
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Vista desde Boca La Caja, luego de una
serie de oleajes que afectaron el área. LA PRENSA/Archivo
En 2015, la economía panameña alcanzó un
producto interno bruto de algo más de 51 mil millones de dólares. Para ese
mismo año se estimó nuestro crecimiento económico en algo menos del 6%. Según
la Contraloría General de la República, más de 5 mil millones de dólares fueron
invertidos por capitales extranjeros durante ese año. Con todos esos datos, la
economía de la calle debería estar volando, sin embargo, el desempleo aumenta,
y ya se empieza a observar almacenes[JS1]
y restaurantes cada vez más vacíos.
¿Qué está pasando?
Imaginemos un desayuno en marzo de 2016.
Un delicioso café caliente con leche fresca y dos cucharaditas de azúcar
morena. El café será acompañado por un derretido de queso amarillo preparado
entre dos deliciosas rebanadas de pan. De ese desayuno, solo el azúcar morena
pertenece a empresas panameñas. Si se incluye el agua y la electricidad
utilizadas para preparar el desayuno, tenemos que un 92% de la electricidad en
Panamá es producida por empresas extranjeras o de capital mixto. En total, es
posible que de nuestro desayuno el 99% de las utilidades se vayan fuera del
país.
Ahora imaginemos ese mismo desayuno en
marzo de 1996. Hace 20 años Café Durán era una empresa panameña, al igual que
la leche Estrella Azul. Seguramente, el pan era fabricado por la Panificadora
Ideal con harina importada, y el queso amarillo, digamos que era importado. La
electricidad y el agua eran 100% estatales. En términos generales, el 85% de
las utilidades o ganancias económicas generadas por nuestro desayuno se quedaban
en Panamá.
Algo similar le ha sucedido al Estado con
las obras públicas que realiza. Aproximadamente el 70% de los contratos del
Estado se los han ganado empresas extranjeras, que no necesariamente son
mejores que las panameñas. Me gusta usar el ejemplo del puente de San Miguelito
que fue construido por una empresa panameña hace casi tres décadas. Sin
embargo, los puentes-causa-tranques del último lustro fueron construidos por
empresas españolas e incluso ticas, sin ninguna innovación tecnológica significativa.
En el caso de los hospitales, el maravilloso Hospital del Niño fue construido a
mediados del siglo pasado por una constructora panameña, pero hoy en día hasta
para hacer un botiquín, se contratan empresas extranjeras. A principios del año
pasado, el Gobierno nacional pagó más de mil millones de dólares en cuentas
pendientes a proveedores del Estado. La gran mayoría de esa plata se fue a Sao
Paulo, Madrid, ciudad de México, y otros puntos intermedios.
Nuestra economía se está descapitalizando.
El Estado ha dejado de generar cadenas de valor internas, para favorecer las
externas. Esto lo explico así: la constructora panameña contrataba sus
ingenieros y arquitectos localmente, si necesitaba alguna experticia externa la
buscaba, pero el conocimiento se quedaba aquí en Panamá. Ahora, con el cuentito
de la globalización el experto francés se reúne con el ingeniero brasileño y le
dan instrucciones al técnico panameño mal pagado, y quien desconoce todas las
etapas de razonamiento y del análisis técnico efectuado. Un ejemplo claro de
esto son las cataratas artificiales en que se convirtieron las nuevas esclusas
del Canal de Panamá. Otro ejemplo es el de la ampliación del Aeropuerto
Internacional de Tocumen, que consistió en unas instalaciones que hasta la adenda
más reciente no habían sido concebidas para que los aviones llegaran
directamente al nuevo edificio y que, por cierto, no están conectados al
aeropuerto actual. Pudiéramos seguir con los hospitales construidos en medio de
la selva, o peor aún, a 200 metros de otro hospital.
Según las estadísticas internacionales, la
pobreza en Panamá se reduce 1% por cada 10% que crecemos. No estoy muy seguro
de nuestros datos de pobreza, porque me parecen sumamente bajos y excluyen a la
gran mayoría de las personas beneficiarias de los subsidios estatales.
Si usáramos un criterio más lógico y
humano para identificar la pobreza en Panamá, digamos el prevalente en la Unión
Europea, tendríamos resultados distintos. Por ejemplo, en Europa se considera
que una persona es pobre si sus ingresos son iguales o inferiores a la mitad
del PIB per cápita. Digamos que el PIB per cápita es de 20 mil dólares, pobre
será todo aquel que perciba 10 mil dólares o menos al año.
En el caso de Panamá, nuestro PIB per
cápita, para el año 2015, fue de 14 mil 250 dólares. Esta cifra se obtiene
dividiendo el PIB total mil millones, entre la población total del país (3.6
millones de habitantes). La línea de pobreza sería de 7 mil 125 dólares
anualmente, o si quieren redondear unos 600 dólares al mes. El 40% de la
población panameña gana menos del salario mínimo, que es de unos 525 dólares
mensuales aproximadamente, con el umbral en 600 dólares mensuales la población
pobre de Panamá superaría el 50% o 55% de la población económicamente activa.
Esta categoría es la que en Estados Unidos se conoce como “Working poor”, es
decir, aquellas personas que aún teniendo un trabajo formal de tiempo completo,
no ganan lo suficiente para vivir por encima de la línea de pobreza.
Hay una explicación que se está usando
para justificar la alta inflación y la marginalización laboral que enfrentan
los panameños. Esa explicación se centra en la fuerte migración venezolana de
los últimos 10 años. Aunque es común encontrar chamos y chamas en restaurantes,
salones de belleza y supermercados, consumiendo de acuerdo a los patrones de su
alto nivel de vida, también han creado negocios en los que decenas y miles de
panameños están trabajando. Si ciertas escuelas privadas han aumentado el costo
de su matrícula y mensualidades por la presencia de familias venezolanas
buscando la mejor educación para sus hijos, esto también ha significado el
aumento salarial para los profesores panameños que dictan clases en dichas
escuelas. La moneda tiene dos caras, y la misma migración que nos trajo
importantes beneficios, tiene consigo importantes desafíos que las políticas
públicas deben enfrentar. Ha sido ese vacío de políticas públicas que desde el
gobierno de Mireya Moscoso hasta la actualidad le ha restado mucha
competitividad y calidad de vida a los panameños.
Hoy en día invertimos mucho más en
seguridad personal, y nos privamos de hacer muchas cosas por el miedo a la
delincuencia. La política comercial del país, cargada de conflicto de
intereses, y la piñata de las importaciones auspiciadas por el Estado, han
destruido a gran parte de nuestro sector empresarial. La vorágine con la que se
permitió destruir manglares y humedales acabó con la industria de la pesca en
Panamá. La corruptela de un puñado de sindicalistas aniquiló la producción de bananos
en Puerto Armuelles. Se prefieren a las minas y a las hidroeléctricas que a la
producción agroindustrial, al turismo y a la prosperidad de decenas de
comunidades que no eran un problema ni una carga para nadie, pero que con la
falta de agua ven su futuro cargado de incertidumbre.
El crecimiento económico de Panamá no está
articulado con el país profundo, ni con los intereses de largo plazo de nuestra
nación. En los próximos 15 años se retirarán de la fuerza laboral miles de
profesionales altamente especializados como médicos e ingenieros, que hicieron
posible la creación de una gran clase media que fue la porta estandarte del
desarrollo panameño. Apenas alcanza el tiempo para preparar la generación de
relevo, y los otros miles de profesionales y técnicos necesarios para alcanzar
a tener una gran economía. He buscado con mucho detenimiento un estimado sobre
el número de millonarios en América Latina. Distintos cálculos señalan que la
cantidad de millonarios latinoamericanos puede estar entre 500 mil a 1 millón.
Alemania tiene cerca de 2 millones de millonarios, Japón tiene 4 millones. Son,
sin embargo, dos países pequeños en población, Suiza y Singapur, los que se
pelean el título de millonarios en relación a su población. Se supone que en
Singapur uno de cada 10 habitantes es millonario. Es decir, que ese país puede
tener tantos millonarios como toda América Latina que tiene más de 700 millones
de habitantes.
La moraleja es clara: gran parte de
América Latina hizo la misma apuesta que Panamá, nuestro crecimiento económico
se fue para el exterior. Es tiempo de cambiar la apuesta e invertir en nuestra
gente, y en recuperar nuestras tierras y aguas. Se necesita que los panameños
puedan innovar y crear sus propias empresas, no para quedarse con la fonda o el
salón de belleza, ambos negocios dignos y decentes, si no para crear las nuevas
empresas de biotecnología, de energía limpia, de informática, y las miles de
empresas posibles que yacen en la imaginación de los panameños. Es a partir de
esa imaginación que podemos construir otra sociedad, y encargarnos de ser los
dueños de nuestro futuro.
También podemos quedarnos sin hacer nada,
y ser testigos de cómo nos descapitalizamos, y poco a poco irán apareciendo
subsidios que nos ahogarán en la desesperanza y la nostalgia. Así, podremos
continuar quejándonos de los extranjeros y llevando el país a la deriva. La
opción es clara.
[JS1]¿Cuánto
ha aumentado el desempleo? ¿Cuánto es el empleo informal? ¿Cómo se distribuye
el desempleo en el país?