Alejandro Nadal
www.jornada.unam.mx / 291117
La estabilidad social y económica bajo el
capitalismo afronta dos problemas esenciales. Por un lado, las continuas crisis
y la feroz competencia inter-capitalista hacen de la acumulación de capital un
proceso inseguro. Por el otro, el conflicto en la distribución del ingreso
constituye una permanente amenaza de ruptura social. La democracia está en el
corazón de estas dos fuentes de tensiones sistémicas.
Para introducir un par de definiciones
operativas, aquí entendemos por democracia
un sistema en el que todos los ciudadanos adultos tienen el derecho al voto
(sufragio universal), hay elecciones libres y se protegen los derechos humanos
bajo el imperio del estado de derecho. El capitalismo
es un sistema en el que una clase dominante se apropia del excedente del
producto social ya no por la violencia, sino por medio del mercado.
El surgimiento del capitalismo se llevó a
cabo en un entorno de estados monárquicos y autocráticos, por no decir
dictatoriales. La necesidad de preservar los derechos de propiedad de la clase
capitalista era una de las prioridades de esos estados. El movimiento de ideas
comenzó a cambiar con la sacudida de las revoluciones en Estados Unidos y en
Francia. Aun así, la constitución de Estados Unidos (1787) no menciona el
sufragio universal y en cambio otorgó a cada estado la facultad de regular el
derecho al voto. La mayoría sólo otorgó ese derecho a los propietarios. No fue
sino hasta la décimo quinta y décimo novena enmiendas (1870 y 1920
respectivamente) que se garantizó el voto universal. En Francia la revolución
terminó con la monarquía pero el sufragio universal se otorgó hasta 1946.
La palabra democracia fue utilizada hasta
principios del siglo veinte en un sentido peyorativo o como sinónimo de un
sistema caótico en el que las clases desposeídas terminarían por expropiar a
los propietarios del capital. La clase capitalista pensaba que detrás del
sufragio universal se ocultaba el peligro de que la mayoría democrática pudiera
abolir sus privilegios. Pero gradualmente la presión de una masa que, aunque no
tenía derecho al voto, sí formaba parte de la economía de mercado se hizo
irresistible.
También la perspectiva de la clase
capitalista fue transformándose: un régimen monárquico parecía ser cada vez
menos adecuado para garantizar el cumplimiento de los contratos y los derechos
de propiedad. A pesar de todo, capitalismo y democracia siguieron siendo vistos
como procesos antagónicos hasta bien entrado el siglo veinte.
Al finalizar la primera guerra mundial la
reconstrucción de las economías capitalistas en Europa no permitió consolidar
un orden social adecuado para el capitalismo y en varios países se abrió paso
al fascismo. La Gran Depresión debilitó al capital y generó un sistema
regulatorio en el que una adecuada distribución del producto se erigió en
prioridad del estado. Ese sistema permitió el crecimiento robusto y la
distribución de beneficios a través del estado de bienestar durante las tres
décadas de la posguerra. La clase capitalista aceptó a regañadientes la
regulación del proceso económico por el estado. La legitimidad del capitalismo
se fortaleció a través de una menor desigualdad y un mejor nivel de vida para
la mayor parte de la población. En ese período democracia y capitalismo
parecían marchar de la mano en sincronía.
Pero en la década de 1970 resurge la
tensión por la disminución en la rentabilidad del capital, una caída en la tasa
de crecimiento, nuevas presiones inflacionarias y otros desajustes
macroeconómicos. La política económica que había mantenido el estado de
bienestar fue desmantelada gradualmente, al mismo tiempo que se declaraba la
guerra contra sindicatos y las instituciones ligadas a la dinámica del mercado
laboral. En ese tiempo comenzó también el proceso de desregulación del sistema
financiero. Se acabó por destruir el régimen de acumulación basado en una
democracia que buscaba mayor igualdad y se reinició el ciclo natural de crisis
que siempre había marcado la historia del capitalismo. El neoliberalismo es la
culminación de todo este proceso.
Hoy la democracia se encuentra más
amenazada porque la vía electoral no parece permitir cambios en las decisiones
fundamentales de la vida económica. Las cosas empeoraron al estallar la crisis
de 2008. Los mitos sobre equilibrios macroeconómicos ayudaron a imponer
políticas que frenan el crecimiento e intensifican la desigualdad. La
austeridad fiscal y la llamada política monetaria no convencional son los
ejemplos más sobresalientes. Si a esto agregamos la incompetencia de los
funcionarios públicos, su entrega a los intereses corporativos y del
capitalismo financiero, así como el tema de la corrupción, tenemos una
combinación realmente peligrosa.
El capitalista puede despedir a un obrero,
pero no al revés. Por eso capitalismo y democracia no son hermanitos gemelos.
Más bien son enemigos mortales. Por eso Hayek, uno de los ideólogos más
importantes del neoliberalismo, no titubea en recomendar la abolición de la
democracia si se trata de rescatar al capitalismo.