Jose Arregi
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La
petición de un prólogo me brinda la ocasión de saborear de nuevo el Cantar
de los cantares, modismo superlativo para decir “el canto más bello” o “el
mejor cantar”. Pido disculpas por hablar de cosas tan sublimes mientras en el
mundo aumentan los dramas y los grandes medios nos siguen ocultando tantos
graves desórdenes con la excusa de Cataluña.
Es un librito maravilloso de apenas 10 páginas, sin firma de autor ni
fecha de composición. Es de todos los tiempos y todos a nuestra manera somos su
autor. Un librito sorprendente desde sus primeras palabras: “¡Que me bese
con besos de su boca! Son mejores que el vino tus amores”. Este preludio se
desarrolla a lo largo de todo el poemario, delicado y atrevido, erótico y
natural a la vez, que habla sin pudor ni morbo de pechos y de sexo, de cuerpos
que se funden, de “licor de granadas”.
Es sorprendente que forme parte de la Biblia judeo-cristiana este
librito donde no encontramos ninguna referencia “religiosa”, y donde la palabra
Dios brilla por su ausencia y solo una vez se emplea el adjetivo divino
en una expresión metafórica referida a la pasión sexual: “llamarada divina”.
Pero el Dios Ausente brilla en el libro más que ninguna llama, más que la misma
Zarza ardiente del Horeb.
No todos supieron ni aciertan todavía a verlo de este modo. Llaman Dios
a lo que no es mundo, o llaman amor a lo que no es eros. Cuando estas
dicotomías empezaron a imponerse, ya en la Antigüedad, hubo maestros judíos que
juzgaban el poemario como demasiado carnal y profano, indigno de formar parte
de un libro divino o revelado, pero se impuso la sabiduría espiritual: un
concilio de rabinos, a finales del siglo I, dictaminó que el Cantar más bello
formaba parte de su libro más sagrado.
A pesar de ello, tanto entre los teólogos judíos como entre los
cristianos, durante muchos siglos, casi siempre se hizo una lectura dualista,
marcada por una espiritualidad desencarnada. Se enseñó que no era un libro
revelado por ser un canto al amor humano, sino por ser alegoría del amor
divino: el amor entre las divinidades Baal y Astarté, o entre Dios e Israel, o
entre Cristo y la Iglesia, o entre Dios y el alma. Como si cupiera un amor
humano que no sea divino, o un amor divino sin cuerpo.
Hoy no caben tales dicotomías. Dios es el Fondo o el Misterio Fontal de
todo lo que es, la entraña o el Misterio entrañable de toda vivencia humana.
Dios y el amor humano, con su erotismo necesario, no son dos. Tampoco son uno,
pues nuestro amor no es todavía sino un germen del Amor. Dios es el Amor
primero sin segundo, en el que brota y florece y fructifica el pequeño amor de
cada día, tan incipiente y limitado, y a pesar de ello sacramento y profecía
del horizonte del Amor que nos atrae al Infinito.
Quien ama, vive. Quien vive, es en Dios, Vida que alienta en cuanto es,
que mueve, une y transforma todo, desde los átomos a las galaxias, el universo
entero, los diversos universos si los hay. El amor es la plenitud que vibra en
todo o que emerge de todo: la partícula desconocida y el átomo, la neurona y la
hormona, el gen y la cultura. El cosmos entero está como atravesado por un Eros
universal irresistible.
También en el Cantar, el amor es todo el cosmos, la naturaleza entera
con todas sus plantas y animales, aromas y sabores, la humanidad entera con sus
relaciones, instituciones, lugares, orientaciones de género e identidades
sexuales. El amor, siendo tan frágil e inacabado, lo es todo. Y a quien ama y
se siente amado nada le falta.
¿Nada le falta? Cuenta Viktor Frankl que una mañana de invierno, en un
campo de concentración nazi, marchando a trompicones a su trabajo forzado, se
le volvió más real que nunca la presencia de su mujer, deportada a otro campo,
de la que ni siquiera sabía si vivía. Y comprendió mejor que nunca el Cantar
de los cantares. Comprendió que “la salvación del ser humano está en el
amor y a través del amor”. Supo y sintió que el ser humano, desposeído de todo,
puede ser plenamente feliz. Le basta amar, porque “el amor –como dice el Cantar– es más fuerte que la muerte”.
“Llévame contigo”, “grábame
como un sello en tu brazo”. Que el Amor tome cuerpo, se haga carne en
nosotros.