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“Lo único que
tienen que hacer es retirar los cadáveres” recomendaba Boris Johnson a los
libios de la ciudad de Sirte, y no para que dieran una digna sepultura a miles
de civiles asesinados por las fuerzas copatrocinadas por los Gobiernos de “Su
majestad”, sino para que los inversores del Reino Unido pudieran levantar
hoteles de lujo sobre las fosas comunes. ¡Esta persona aún sigue en su puesto!
En el sexto
aniversario de la ejecución del jefe del Estado libio, Muammar Gadafi, a manos
de la turba dirigida por Hilary Clinton -quien un día antes estuvo en Libia y
se reivindicó las medallas por su crimen de guerra al gritar de alegría
“¡Vinimos, vimos, murió!”- y su destrucción total por la OTAN, Occidente aún no
ha podido sacar el provecho deseado de su botín.
La destrucción
perpetrada por la OTAN-yihadistas ha convertido a uno de los estados más
vertebrados de África en un estado “fallido”. Ya dijo el coronel Edward Lansdale:
“Sólo hay una forma de controlar un territorio que alberga resistencia, y eso
es convertirlo en un desierto”. El caos reinante es gestionado por los grupos
armados locales y regionales, criminales, tribales e integristas que hacen de
“proxy” de una potencia extranjera. Caos que impidió al Pentágono instalar en
Libia la base de su comando AFRICOM y le ha obligado a forzar sus bases en
España. Aunque contratar al ejército privado del “yihadismo” resulta más
rentable -pues externaliza las misiones militares, evita una protesta política
en casa, puede llevar a cabo una “guerra sucia” y es más barato- también tiene
sus inconveniencias.
El ataque suicida
de Manchester en el mes de mayo pasado fue realizado por un libio de 22 años
que había ido a la “nueva” Libia a entrenarse e ir a luchar contra Assad en
Siria, cumpliendo con el plan de EE.UU. y el Reino Unido de “cambio de
régimen”. A este tipo de individuo la prensa internacional lo llama “luchador
por la libertad” cuando atenta en Siria y “terrorista” cuando lo hace en
Occidente.
El horror que
sienten los europeos cuando sufren atentados es lo mismo que viven millones de
personas a diario y desde hace años en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Sudan,
Yemen o Somalia, todos agredidos militarmente por EE.UU., Reino Unido y sus
socios. Aunque detrás de algunos actos terroristas están determinados estados,
también es cierto que los extremistas odian a Occidente: a sus ciudadanos y sus
conquistas modernizadoras sociales, que no a sus gobiernos.
La llamada
“revolución libia” no era más que el asalto de decenas de miles de “yihadistas”
a Libia, armados por EE.UU., Reino Unido y Francia, que aprovecharon el ruido
de las primaveras árabes para desmantelar Libia y Siria, los dos únicos países
mediterráneos que estaban fuera del control de la OTAN.
La “liberación
humanitaria de Libia” dejó miles de muertos, mutilados, personas traumatizadas
y a otras miles que sobrevivieron las convirtió en esclavas o las sepultó con
sus pateras anti-Titanic bajo las aguas del mar cuando huían del infierno
libio. La ciudad de Sabha se ha convertido en un gran mercado de seres humanos
donde centenares de mujeres, niños y niñas se han convertido en esclavas
sexuales, con latigazos y cadenas de hierro incluidos.
Destruir Libia fue
“la misión más exitosa de la historia de la OTAN“, dijo su jefe de
entonces Anders Rasmussen. Para gente como él una guerra ganada es la que
destruye a su enemigo sin bajas propias. Los muertos no son más que untermensch
(subhumanos), pues no son sus hijos ni sus abuelos. No es ningún mérito para
una alianza militar de treinta poderosos países y con cerca de 900 millones de
habitantes aplastar a una nación de menos de 7 millones a la que previamente
desarmó. Sin duda Gadafi se equivocó en suspender su programa de armas
nucleares: la OTAN sólo invade a las naciones sin defensa.
Negocios,
siempre negocios
Ya sabíamos que
“proteger” a la población del régimen de Gadafi era un complot contra Libia y
la OTAN perseguía un conjunto de intereses materiales: en agosto de 2009, The Guardian revelaba que Reino Unido
buscaba lucrativos contratos de petróleo y gas en Libia y había visitado en
tres años hasta 26 veces el país para negociar con su gobierno. ¡Hasta liberó
al terrorista Lockerbie, Abdelbaset al-Megrahi! En agosto de 2011, Obama
confiscaba 30.000 millones de dólares del Banco Central de Libia que Gadafi
había reservado para la creación de un Banco Central y un FMI africanos.
La guerra contra
Libia, la principal reserva del petróleo de África y además de alta calidad,
fue principalmente obra del Reino Unido y Francia (mientras Obama prefería "una
‘intervención invisible" de leading
from behind «dirigir desde atrás»), países que no podían permitirse
escenarios como Afganistán o Irak donde no podían consolidar sus posiciones. Si
EE.UU. tenía sus motivos para acabar con Gadafi, Francia tenía otros, como
eliminar a un Gadafi que desafiaba su influencia en la África francófona;
pretendía apoderarse de mayor porcentaje del petróleo libio; dar la posibilidad
al ejército francés a mejorar posición en la OTAN y a París la oportunidad de
reafirmar su posición en el mundo, con sus misiles.
Los “bomberos
pirómanos” franco-británicos calcularon que hasta 70.000 millones de dólares en
activos congelados de Libia en los bancos occidentales serán destinados al
bolsillo de sus empresas para la reconstrucción del país. La federación
empresarial francesa estimaba que Libia podría ofrecer alrededor de 200.000
millones de dólares en oportunidades de inversión en los próximos 10 años.
Gracias a las
guerras contra Irak y Afganistán y Libia, EE.UU. y Reino Unido pudieron
instalar nuevas bases militares en Kuwait, Bahréin, Qatar, Emiratos Árabes
Unidos, Omán, Arabia Saudita, Pakistán, Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán,
Seychelles, Kenia, Sudán del Sur, Níger, Nigeria y Burkina Faso. ¡No digan que
estas guerras no han sido un negocio redondo para los complejos
industrial-militares!