Naomi Klein
www.jornada.unam.mx / 020917
Ahora es el momento de hablar sobre
el cambio climático y todas las demás injusticias sistémicas –desde realizar
detenciones e interrogatorios basados en el perfil racial hasta la austeridad
económica– que transforman desastres como Harvey en catástrofes humanas.
Busquen la cobertura mediática
sobre el huracán Harvey y las inundaciones en Houston, y oirán acerca de cómo
este tipo de lluvia no tiene precedente. Escucharán acerca de cómo nadie lo vio
venir, así que nadie se podía preparar adecuadamente.
De lo que oirán muy poco es acerca
de por qué estos eventos climáticos sin precedentes, históricos, ocurren con
tanta regularidad, que decir histórico ya se volvió un cliché meteorológico. En
otras palabras, no escucharás hablar mucho, si es que algo, sobre el cambio
climático.
Esto, nos dicen, es porque se busca
no politizar una tragedia humana que todavía está en desarrollo, lo cual es
comprensible, pero aquí está el detalle: cada vez que hacemos como que un
suceso meteorológico nos llega de la nada, como alguna acción de Dios que nadie
pudo predecir, los reporteros toman una decisión extremadamente política. Es la
determinación de no herir sentimientos y evitar la controversia, a costa de la
verdad, por más difícil que sea. Porque la verdad es que estos eventos fueron
predichos desde hace mucho tiempo por los científicos climáticos. Los cada vez más cálidos océanos crean
tormentas más poderosas. Los cada vez más altos niveles de los océanos
implican que esas tormentas entran a sitios que antes no alcanzaban. Las
temperaturas cada vez más calientes ocasionan precipitaciones pluviales cada
vez más extremosas: largos periodos de sequía interrumpidos por masivas
tormentas de nieve o lluvia, en vez de los estables y predecibles patrones con
que la mayoría de nosotros crecimos.
Los récords que se rompen año con
año –ya sea de sequía, de tormentas, fuegos incontrolados o simplemente calor– ocurren
porque el planeta está notablemente más caliente, más que nunca desde que
comenzaron a llevarse registros. Cubrir sucesos como Harvey mientras se ignoran
esos hechos, no ofrecer una plataforma para que los científicos climáticos
puedan explicarlo con sencillez, mientras no se menciona la decisión del
presidente Donald Trump de retirarse de los acuerdos climáticos de París,
implica fracasar en el más básico deber del periodismo: ofrecer hechos
importantes y contexto relevante. Deja al público con la falsa impresión de que
estos desastres no tienen un origen, lo cual también implica que no se pudo
haber hecho algo para prevenirlos (y que no se puede hacer algo para evitar que
en el futuro sea peor).
También vale la pena señalar que la
cobertura mediática de Harvey ha estado altamente politizada desde mucho antes
de que la tormenta tocara tierra. Ha habido eternas conversaciones acerca de si
Trump tomaba suficientemente en serio la tormenta, largas especulaciones acerca
de si este huracán será su “momento Katrina” y se han ganado puntos políticos
(con justificada razón) con el hecho de que muchos republicanos votaron contra
el apoyo a Sandy pero ahora sí atienden a Texas.
Eso se llama hacer política de un
desastre –es el tipo de política partisana que está en la zona de confort de
los medios convencionales, una política que, de forma oportunista, no toma en
cuenta el hecho de que anteponer los intereses de las empresas de combustibles
fósiles a la necesidad de un decisivo control de la contaminación es un asunto
profundamente bipartisano.
En un mundo ideal, todos deberíamos
de poder poner en pausa lo político hasta que la emergencia haya pasado. Luego,
cuando todo mundo estuviera a salvo, tendríamos un largo, meditativo e
informado debate público acerca de las implicaciones para las políticas de la
crisis que acabábamos de presenciar. ¿Qué debería implicar para el tipo de
infraestructura que construimos? ¿Qué debería implicar para el tipo de energía
de la que dependemos? (Una pregunta con tremendas consecuencias para la
industria dominante en la región, a la que le está pegando más duro el huracán:
la petrolera y la del gas).
La hipervulnerabilidad a la
tormenta por parte de los enfermos, los pobres y los de la tercera edad, ¿qué
nos dice acerca del tipo de redes de seguridad que tejemos, dado el escabroso
futuro que ya aseguramos?
Dado que hay miles de desplazados,
podríamos incluso discutir los innegables vínculos entre la alteración
climática y la migración –desde el Sahel a México– y aprovechar la oportunidad
para debatir la necesidad de una política de migración que comience con la
premisa de que Estados Unidos tiene una buena parte de la responsabilidad de
las principales fuerzas que sacan a millones de sus hogares.
Pero no vivimos en un mundo que
permite ese tipo de debate serio y mesurado. Vivimos en un mundo en el cual los
poderes gobernantes se han mostrado demasiado dispuestos a explotar el desvío
de atención de una crisis de gran escala; y muchos están dispuestos a usar las
emergencias de vida o muerte para imponer sus políticas más regresivas,
políticas que nos llevan más por el camino correctamente descrito como una
forma de apartheid climático.
Lo vimos después del huracán
Katrina, cuando los republicanos no perdieron el tiempo y promovieron un
sistema de educación completamente privatizado, debilitaron la legislación
laboral y fiscal, incrementaron las perforaciones petroleras y de gas y la
industria de la refinación, y abrieron las puertas a compañías mercenarias como
Blackwater. Mike Pence fue un artífice clave de ese proyecto inmensamente
cínico y no deberíamos esperar menos después de Harvey, ahora que él y Trump
están al mando.
Ya vimos a Trump usar como tapadera
al huracán Harvey para lograr el muy controversial indulto de Joe Arpaio y una
mayor militarización de las fuerzas policiales estadunidenses. Se trata de
movimientos especialmente ominosos, en el contexto de que los puestos de control migratorios siguen operando aún con las
carreteras inundadas (un serio desincentivo para que los migrantes
evacuen), así como en el contexto de los funcionarios municipales hablando
acerca de aplicar las penas máximas a los saqueadores (vale la pena recordar
que después de Katrina, varios residentes afroestadunidenses fueron baleados
por la policía en medio de este tipo de retórica).
En pocas palabras, la derecha no
desperdiciará el tiempo para explotar a Harvey y ningún otro desastre como ese
para diseminar ruinosas y falsas soluciones, como la policía militarizada, más
infraestructura petrolera y de gas y sistemas privatizados. Lo cual significa
que la gente informada y a la que le importa, tiene el imperativo moral de
nombrar las verdaderas raíces de esta crisis –conectar los puntos entre la
contaminación climática, el racismo sistémico, los reducidos fondos de los
servicios sociales y los excesivos fondos para la policía.
También necesitamos aprovechar el
momento para proponer soluciones intersectoriales, que dramáticamente reduzcan
las emisiones mientras batallamos contra toda forma de desigualdad e injusticia
(algo que hemos intentado plantear en The Leap (https://theleap.org/), y que
grupos como la Alianza por la Justicia Climática (www.ourpowercampaign.org/cja) han impulsado
durante mucho tiempo).
Y tiene que ocurrir ahora mismo
–justo cuando los enormes costos humanos y económicos de la inacción están en
plena luz pública. Si fracasamos, si dudamos debido a una errónea idea de lo
que es apropiado durante una crisis, dejamos la puerta abierta a que
despiadados actores exploten este desastre para obtener predecibles y perversos
fines.
También es una dura verdad que la
ventana para tener estos debates es cada vez más estrecha. No tendremos ningún
tipo de debate de política pública después de que pase esta emergencia; los
medios regresarán a cubrir obsesivamente los tuits de Trump y otras intrigas
palaciegas. Así que, si bien parecería ser indecente estar hablando acerca de
las causas primordiales mientras la gente aún está atrapada en sus hogares,
este es, siendo realistas, el único momento en que tenemos la atención de los
medios como para tratar el tema del cambio climático. Vale la pena recordar que
la decisión de Trump de retirarse del acuerdo climático de París –acción que va
a repercutir a escala global durante décadas– recibió más o menos dos días de
cobertura decente. Luego regresaron a hablar de Rusia las 24 horas.
Hace poco más de un año Fort
McMurray, pueblo en el corazón del auge de petróleo de arenas bituminosas en
Alberta, casi quedó reducido a cenizas. Durante un tiempo el mundo estuvo
pasmado por las imágenes de los vehículos que iban en fila, sobre una
carretera, con las llamas acercándose por ambos lados. En aquel momento nos
dijeron que era insensible y sólo se buscaban chivos expiatorios si se hablaba
acerca de cómo el cambio climático exacerbaba fuegos incontrolables como este.
Era todavía más tabú hacer cualquier conexión entre nuestro mundo, cada vez más
caliente, y la industria que da energía a Fort McMurray y que daba empleo a la
mayoría de los desalojados, que produce una forma de petróleo particularmente
alta en carbono. El momento no era el adecuado; era el de mostrar compasión,
brindar apoyo y no hacer preguntas difíciles.
Pero, claro, ya para cuando era
apropiado plantear esos asuntos los reflectores de los medios hace mucho que se
habían ido. Y hoy, mientras Alberta intenta conseguir al menos tres nuevos
oleoductos para cubrir sus planes de incrementar la producción a partir de
bituminosas, ese terrible incendio y las lecciones que podría haber aportado
casi no se mencionan.
En ello hay una lección para
Houston. La ventana para proveer un contexto significativo y sacar conclusiones
importantes es reducida. No podemos arriesgarnos a echarla a perder.
Hablar
con honestidad acerca de qué fomenta esta época de desastres seriales –incluso
mientras ocurren– no falta al respeto a la gente que está en el sitio en
cuestión. De hecho, es la única manera de en verdad rendir tributo a sus
pérdidas, y nuestra última esperanza para prevenir un futuro con incontables
más víctimas.
* Naomi Klein es autora de Esto
cambia todo: el capitalismo contra el clima. Su nuevo libro es No, no es
suficiente: Resistir las políticas del shock de Trump y obtener el mundo que
necesitamos.