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“La embajada de EEUU
en el Yemen está cerrada al público. Según han declarado varios funcionarios a
la CNN, disponen de información creíble acerca de una amenaza contra los
intereses occidentales en ese país”, leyó un presentador de la CNN en el
boletín de noticias del 8 de mayo.
Ese es el Yemen de
la CNN. Un Yemen que parece existir con un único objetivo y ningún otro:
proteger los intereses occidentales, y por extensión de EEUU, en esa parte del
mundo. Cuando esos intereses se ven amenazados, sólo entonces, el Yemen se
materializa.
El Yemen de “los
intereses occidentales”
Todas y cada una de
las referencias de ese discurso hecho específicamente a la medida sirven para
un único propósito. Es como si al-Qaida en la península Arábiga (AQPA)
existiera para justificar la intervención militar estadounidense y la
inacabable guerra con aviones no tripulados (drones). El pasado mes de
abril, 63 yemeníes murieron en los ataques, supuestamente contra al-Qaida, de
esos drones estadounidenses.
No tenemos forma de
verificar aspecto alguno de esa afirmación y no se ha identificado a ninguna de
las víctimas. Porque la “firma” de los ataques de drones no necesita de
identificaciones, así se nos dice. Podría llevar meses, incluso años, antes de
que los grupos por los derechos humanos pudieran arrojar luz sobre los
asesinatos de abril, que no son sino la continuación de la prolongada guerra de
drones.
La narrativa de
Occidente sobre el Yemen es inconfundible. Está en función de determinados
intereses y poco más. Se trata, en definitiva, de controlar determinadas áreas
estratégicas. La inmensa frontera del Yemen con Arabia Saudí, su acceso a las
principales vías navegables –el Mar Rojo, el Golfo de Aden y el Mar Arábigo- y
su proximidad con África, especialmente con Somalia, todo ello apunta a la
importancia sin par del Yemen para EEUU y otras potencias occidentales. En esa
narrativa, el Yemen es ante todo
petróleo y seguridad. Se trata del tipo de “estabilidad” que garantiza que
el statu quo relacionado con los intereses occidentales permanezca intacto.
Incluso la propia
geografía del Yemen se define de algún modo en función de esos intereses. El 7
de mayo, cuando al parecer un grupo de combatientes hizo estallar una bomba en
un oleoducto que exporta el petróleo, cortando el flujo de crudo que va desde
la provincia central de Maarib hasta el Mar Rojo, la geografía del Yemen se
encogió precipitadamente en la conciencia de los medios hasta convertirse en un
mapa que sólo bordea y sigue oleoductos. Quienes viven, luchan, pasan hambre y
mueren más allá de los confines de los mal definidos intereses occidentales no
le interesan a nadie. Rara vez se subraya su presencia sobre el mapa del Yemen.
En realidad, en
Occidente se sabía bien poco sobre el Yemen con anterioridad a octubre de 2000,
cuando el navío estadounidense USS Cole resultó dañado tras un ataque-suicida
que mató a 17 militares. Más tarde se culpó a al-Qaida del ataque, allanándole
el camino a la oportuna narrativa que sigue definiendo hasta el día de hoy la
implicación de EEUU en el Yemen.
La “guerra del
terror” de EEUU había alcanzado de hecho al Yemen incluso antes de que se
desencadenara la guerra contra Iraq pocos años después. Miles de personas
murieron, decenas de miles se vieron desplazadas. La gente de ese pobre y
dividido país, plagado de corrupción, fue duramente castigada por crímenes que
no habían cometido.
La razón de que “la
guerra en el Yemen” no se haya convertido en una “guerra contra el Yemen” se
debe a que la clase dominante de ese país encontró una forma de coexistencia
con los siempre prevalecientes intereses estadounidenses, incluyendo sus
violentas dimensiones. En el momento en que EEUU inició su ofensiva militar
contra el Yemen, el entonces Presidente Ali Abdullah Saleh organizó un
referéndum para modificar la constitución a fin de incrementar su poder
político (y el de su familia) y ampliar su mandato.
Muchos yemeníes
perdieron la vida en las protestas contra la medida de Saleh. Sin embargo, a
Washington no pareció importarle. Saleh sabía el precio que se esperaba de él
para asegurar el trueque. En noviembre de 2001, hizo una visita muy
coreografiada al entonces Presidente Bush en Washington, durante la que declaró
que el Yemen se había unido oficialmente a la “guerra contra el terror” de
EEUU. La guerra en el Yemen prosiguió durante años sin las protestas masivas
que se produjeron en Londres y Nueva York para exigir el final de la guerra
como en el caso de Iraq.
A pesar de todo el hardware
militar, de los ataques militares, de los ataques de drones y de los cuerpos
apilados de víctimas, rara vez identificadas, sencillamente la guerra no existe
aunque los hechos demuestren otra cosa.
El Yemen
revolucionario
Pero, entrelazado
con ese Yemen, hay un Yemen que es
pobre, un Yemen que es rebelde y orgulloso y un Yemen enfangado en una guerra
civil y una división aparentemente interminables.
Un historiador que
fuera justo les diría que la revolución del Yemen se inició mucho antes que la
de Túnez y Egipto, etc. Ese es un Yemen completamente diferente, donde una
juventud sin empleo, hombres y mujeres, han demostrado un notable nivel de
tenacidad y determinación, protestando de forma masiva y luchando por la
igualdad, las reformas, la libertad y la democracia.
La conciencia
popular del Yemen es sencillamente asombrosa. ¿Cómo es posible que el pueblo de
un país tan pobre y tan dividido sea capaz de mantener un nivel de movilización
masiva sin apenas parangón en otros lugares?
Ese es el Yemen
disidente y apasionado. Sus jóvenes han convertido la organización política en
una forma de arte. Cuando en enero de 2011 lograron convocar a las masas
populares no violentas en las principales ciudades yemeníes, parecía no haber
fuerza, aunque fuera letal, capaz de sacarles de las plazas. De hecho, Saleh lo
intentó con todas sus fuerzas, pero cuanto más mataba más yemeníes se
comprometían en la resistencia no violenta y más rápidamente aumentaban sus
cifras.
El Yemen pobre
Ese Yemen
políticamente consciente se solapa con otro Yemen, el de las estadísticas
sobrecogedoras. Es un país de 25 millones de habitantes, donde el 54% vive por
debajo del umbral de la pobreza y donde el desempleo entre los jóvenes supera
el 60% (el desempleo general alcanza el 40%, según recientes informes
gubernamentales citados por Al Monitor). Millones de yemeníes
están desnutridos. Los niveles de desnutrición son los segundos más altos del
mundo, 4,5 millones de seres padecen inseguridad alimentaria. Casi la mitad de
los niños del país sufre retrasos en el crecimiento.
El Yemen
revolucionario se nutre y se inspira en el Yemen pobre y oprimido, explotado
por razones políticas por quienes, a partir de enero de 2010, se designaron
ellos mismos como los Amigos del Yemen. Es otra especie de club que sirve de
plataforma política destinada a equilibrar la campaña de la “guerra del terror”
de EEUU, aunque pretenda actuar con independencia de ella. Los “amigos” del
Yemen prometieron millones pero entregaron muy poco y sólo una porción de lo
entregado se ha gastado de forma transparente o en ayuda. Hay pocas evidencias
de que los donantes del Yemen estén haciendo realmente algo para revertir el
ciclo vicioso de arraigada pobreza, desempleo al alza y deterioro continuo de
la economía.
Los Amigos del Yemen
se comportan como si la guerra de EEUU no fuera un elemento fundamental en la
crisis del Yemen. Los problemas y fracasos del Yemen se discuten en función de
otras variables: corrupción, escasa gobernanza, etc. La guerra ha desplazado a
millones de personas, que están hambrientas, desesperadas y aterradas ante la
total falta de seguridad. ¿No es, pues, extraño que de alguna manera la guerra
de EEUU no aparezca en la agenda de esos “amigos”?
El Yemen de la
división
El discurso oficial
yemení es aún más curioso. El gobierno yemení, formado en noviembre de 2011,
después de que Saleh entregara el poder a su vicepresidente, el ahora
Presidente Abdrabbuh Mansour Hadi, continúa hablando de diálogo y reformas. La
Conferencia para el Diálogo Nacional concluyó en enero de 2014 tras diez meses
de intensas discusiones. En febrero, un comité gubernamental aprobó la
recomendación de convertir al Yemen en una federación de seis regiones. Eso
implica un primer paso práctico hacia una transición política duradera, pero lo
más probable es que inspire nuevas escisiones porque algunos partidos sureños
están ansiando una secesión total del norte y están organizándose ahora para
derrotar la iniciativa del gobierno.
Yemen es un país de
profundas divisiones políticas con un historial sangriento de separación y
unidad y aún más sorprendentes alianzas políticas, que están en constante
disolución y formación.
Un único Yemen
Pero, ¿por qué
vacilamos también nosotros a la hora de contar la historia yemení tal y como
es, con todas sus complejidades y detalles? ¿Nos sentimos simplemente
intimidados ante la complejidad de la historia? ¿O es que nos acordamos del
Yemen cuando nos conviene?
Los medios de
comunicación occidentales saben algo del Yemen cada vez que al-Qaida amenaza
los intereses de Occidente o cuando las indignadas tribus –frustradas por la
violencia, tanto estadounidense como del gobierno central, y los años de
abandono- dinamitan un oleoducto.
Durante gran parte
de 2011, los medios árabes estuvieron cubriendo la información sobre el Yemen
las veinticuatro horas del día fomentando una narrativa indiscriminada de la
“Primavera Árabe”, con muy escaso interés por la peculiaridad de la historia
yemení. Cuando la primavera no produjo lo esperado, se renegó y se olvidó al
Yemen, como siempre se ha hecho.
En ocasiones, las
Naciones Unidas recuerdan a ese país en uno de sus intermitentes informes que
ponen de relieve la pobreza, desnutrición y desempleo con gráficos brutales y
cifras sombrías.
Lo extraño es que
sólo hay un Yemen y una historia yemení: los de la guerra, la intervención
occidental, la corrupción, la división, el desempleo, el terrorismo, la pobreza
y la revolución. Son todos aspectos de la misma historia y continuarán formando
la lógica singular de por qué el Yemen está inmerso en esta terrible crisis.
Hasta que
comprendamos esto, el Yemen aparecerá dividido a través de minihistorias y
numerosas narrativas que apenas figuran en nuestros boletines de noticias, a
pesar del hecho de que siempre acaban realmente haciéndolo.
Ramzy
Baroud es editor-jefe de Middle East Eye. Es asimismo fundador de PalestineChronicle.com y autor de los libros “The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a
People’s Struggle” y
“My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, London).