Eduardo
F. ARENS
www.servicioskoinonia.org
Conferencia
en la Universidad del Pacífico, Lima (Perú),
20 de agosto de 2013,
en el marco de un simposio sobre el Purgatorio
20 de agosto de 2013,
en el marco de un simposio sobre el Purgatorio
La existencia de un
purgatorio, como la de un cielo y un infierno, es una de las creencias firmes
en el catolicismo (no así entre Ortodoxos y Protestantes). Ha sido reafirmado
en el Catecismo de la Iglesia, de 1992. Pero, si leemos con un mínimo
sentido crítico lo que al respecto se dice y se piensa, con toda honestidad,
surgen una serie de interrogantes: ¿vida
humana después de la muerte? ¿Un lugar? ¿Cuerpo material sensible o
“alma”? ¿Tiempo y mutación después de la muerte? ¿Qué imagen y qué idea de Dios
está en juego?
En el habla popular,
“vivir un purgatorio” denota un momento de penurias que es transitorio porque
se tiene la convicción de que después viene la bonanza. Esta es la idea
básica de purgatorio.
Purgar es purificar. Purgatorio es el lugar donde se purga o purifica. Se
presupone que queda algo pendiente que debe ser saldado, eliminado o limpiado.
Es una idea netamente jurídica. Establece una diferencia entre pecado (que se
perdona) y pena (castigo que debe cumplirse para así cancelar la “deuda”).
1. Puesto que, como
bien dicta la razón y lo afirma 1 Pe 3,15, debemos dar cuenta razonable de
nuestra fe, intentaré precisamente esto.
Para empezar, quede
claro que la existencia del purgatorio no es un dogma de fe ni la creencia en
él es obligatoria.
Si creo que existe,
o que no existe, y si creo que tiene tales o cuales características
distintivas, tengo que “dar cuenta razonable” de mis afirmaciones. No valen
argumentos ad hominem –ni ad baculum–éstos deben pasar por la
criba de la razonabilidad. La fe (mejor dicho: creencia en algo) no suple ni
anula la razón, ni al revés. ¡Por eso hacemos teo-logía!
2. Al hablar del
purgatorio, entramos en el campo de la escatología, centrado en el “más allá
último”. De él no tenemos experiencia humana directa e inequívoca. Todos
nuestros conocimientos nos vienen del contacto con el exterior a través de
nuestros sentidos. Fuera de la existencia corporal no hay “sentidos”; no hay
nervios ni neuronas.
Por eso, el discurso
escatológico, como todo discurso sobre el “más allá”, sigue una lógica que se
basa en extrapolaciones y suposiciones. Ya que no existe un saber directo
acerca del más allá, de los conocimientos posibles y accesibles, sólo podremos
sacar conclusiones tentativas, aproximativas, en base a nuestras intuiciones y
nuestra lógica. No hay certezas, sino creencias. Aquí tocamos un problema
epistemológico (sobre el conocimiento) y un problema del lenguaje (cómo
expresar y comunicar esas conclusiones), que debo dejar en suspenso para no
rebasar los límites de esta presentación.
DOCTRINA
3. La tradicional
doctrina del purgatorio supone que las almas sufren “allí” las mismas penas que
los que están en el infierno. En el fondo tiene sabor a castigo. Pero, a
diferencia de éstos y de los que están en el limbo[1],
tienen la esperanza de que el horror terminará alguna vez. O sea, se postula
que en el más allá se puede cambiar de estatus. Es una etapa de
“purificación”, haciendo eco a que nada impuro puede estar ante Dios (Ap 21,27).
Se refina como el oro con el fuego… para ser digno de entrar al banquete
celestial en “la casa del Señor” (Zac 13,9; 1Cor 3,13; 1Jn 3,2s).
Para algunos Padres
de la Iglesia, como Tertuliano, Justino y Orígenes, la purificación se daría el
día del juicio, no en un estadio intermedio. San Agustín primero pensaba que
todos los justos entran de inmediato al paraíso; luego opinó que habría una
etapa purificatoria intermedia. Con el tiempo se fue afirmando la idea de un
purgatorio, asociada siempre a una purificación penosa, por fuego.
La idea fue refinada
por Pedro Lombardo y Tomás de Aquino –del mismo tiempo que Dante, que le dio
colorido–. Fue declarado doctrina de la
Iglesia en los concilios de Lyon (1274) y de Florencia (1439). Finalmente fue
definido como doctrina Católica por el concilio de Trento, en respuesta a
su negación por parte de los Reformadores, que afirmaban que la sola fe salva,
por pura gracia, sin etapas intermedias. Trento reafirmó el valor de las
indulgencias y además exhortó a orar por los que están en el purgatorio, es
decir la intercesión por ellos, especialmente en misa, para que Dios se apiade
y los saque del purgatorio o al menos acorte sus penas.
Para sustentar la
creencia en el purgatorio se apela, además, a una sutil diferencia entre ser
perdonado y haber expiado o purgado las consecuencias de la falta perdonada, es
decir haber pagado la deuda pendiente. Esto se asocia a la idea de tener que
dar satisfacción a Dios, que (supuestamente) ha sido ofendido por mis pecados.
De aquí que san Atanasio introdujo la idea de que Jesús murió para pagar a Dios
nuestras deudas, hacer reparación por la ofensa desde el pecado original, y que
nadie podía satisfacer tremenda ofensa sino alguien de su altura: el Hijo.
4. No pocas veces la
teología se ha desarrollado partiendo –como los platónicos, que mucha
influencia tuvieron–, de una idea (el logos), considerada como la
realidad pura, por tanto debe demostrarse que esa idea es real... sea lo que
sea que se entienda por “real”. Partiendo de la idea de que no pueden ir
al cielo los niños no bautizados, pero tampoco al infierno, se pensó que
debería haber un lugar neutral, y así se concibió la idea del limbo. Lo
siguiente fue buscar fundamentar esa idea como si fuera una realidad
incuestionable. Y se propagó la creencia en el limbo, realidad “inventada” a
partir de una idea y de una determinada imagen de Dios como justiciero.
Es así que es tradicional asumir como una realidad
el purgatorio, como un lugar o estado transitorio, sala de espera que tiene
la finalidad de purificar al individuo. No es suficientemente puro y bueno como
para entrar en el cielo, ni tan malo como para ser arrojado al infierno. Por
tanto, hay una antesala de purificación.
Esta idea corresponde al deseo íntimo de una justicia retributiva
absoluta. Los absolutamente santos no pasan por el purgatorio, especialmente los
mártires. Como sea, no pueden ir por igual al cielo los santos y los no tan
santos. A partir del sentir de que “tiene que haber” ese estadio
intermedio (premisa), se deduce que, por tanto (conclusión)... el
purgatorio existe. El que así piensa no está consciente de la imagen de Dios y
de la cosmovisión que está manejando, cuáles son sus paradigmas religiosos y
cósmicos, etc. (ver infra). Se mueve en un trasfondo mitológico.
Premio-castigo es el paradigma de base (do ut des), en virtud de
una cierta justicia concebida de la manera humana, que se proyecta sobre
Dios. Refleja un sentir popular jurídico del momento, por ejemplo, la ley
del talión, la correspondencia exacta entre acción y recompensa, la justicia
retributiva.
5 La imaginación
popular, como la que alimentó Dante Alighieri en su Divina Comedia, se
encargó de darle forma visual al purgatorio, como también al infierno (sobre lo
que se basa la reciente novela de Dan Brown, Infierno). La influencia de
la iconografía en creencias ha sido impresionante –pensemos en los
ángeles y demonios–. No se nos ocurren ángeles sin alas, ni demonios sin
cuernos y cola, ni infierno y purgatorio sin fuego.
Así, terminamos creyendo
que son realidades tan ciertas como lo son una mesa o un manzana o, si se
quiere, como lo son la depresión o el dolor de muelas. Por supuesto, no estamos
obligados a creer en esos cuadros, ni en supuestas visiones tampoco. Lo
sensible, por tanto el dolor, entre otros, sólo se da en el mundo de los
sentidos, con nervios, músculos, neuronas, etc.
6. Puesto que el
purgatorio se asocia con sufrimientos –aunque transitorios, sufrimientos al
fin–, se apela a la misericordia de Dios para que tenga compasión, y se le reza
por los que (supuestamente) están sufriendo en el purgatorio. Es así que la idea del purgatorio, se asocia
estrechamente a la idea de las indulgencias, que nos librarían o aliviarían
anticipadamente de sufrimientos en el purgatorio (por equis tiempo). Las
indulgencias además se pueden transferir a “las almas benditas del purgatorio”.
SUPUESTOS
7. En todo esto, tiene especial importancia la
imagen de Dios que se tenga o la idea que de Él se sostenga, pues atañe
a la esfera de la divinidad. Es Dios quien decide sobre el purgatorio. En
general, al hablar del purgatorio no se habla de la misericordia, del amor
inclusivo de Dios, del sentido salvífico de la muerte expiatoria de Jesucristo,
etc., sino de la severa justicia divina. Ya no es Dios Padre, sino Dios
Rey y juez. Del purgatorio sólo los santos se librarían, pues éstos pueden
contemplar con ojos puros a Dios. La
imagen común de Dios que justifica el purgatorio es la de un dios justiciero,
que exige expiación a pesar del perdón y que exige absoluta purificación antes
de “ingresar a su casa”.
Otras suposiciones,
brevemente expuestas porque hablan por sí mismas, son:
- que hay vida
después de la muerte y en ella la persona siente (sufrimiento)… como en la
tierra;
- que hay una suerte
de lugar, y que hay tiempo (pues no es eterno), y que no es el cielo. El lugar
se basa en la cosmovisión primitiva cielos-tierra-ínferos;
- que tras la muerte
hay una mutación entre antes y después del purgatorio-purificación; es tan
transitorio como la reencarnación, con su cuota de purificación;
- que hay un juicio
inmediato a la muerte para decidir dónde va “el alma”.
Está demás resaltar
la importancia de tomar conciencia de esos supuestos para no confundir realidad
con suposición, ni certeza con creencia. Los más importantes son aquellos
referidos a la imagen de Dios y a la transitoriedad del espacio y del tiempo de
la vida humana.
8. ¿Qué decir al
respecto? Todo esto responde a una idea
religiosa mitológica. Con lo que hoy sabemos por las ciencias, y por
nuestras reflexiones filosóficas críticas (menos metafísicas y más
pragmáticas), especialmente sobre la cuestión de Dios y las imágenes sobre él, el purgatorio como realidad, al igual que
el limbo, son proyecciones subconscientes de deseos humanos de no ir al
infierno, y contar con la misericordia de Dios, previo “pago de derecho de
piso”. Es afín a la idea de reencarnación (por eso tantos cristianos
abrazan esta creencia).
De hecho, el
cristianismo se alimentó de mitos e ideas mitológicas religiosas, asumidos en
su evangelización del mundo con sus diversas culturas, hasta que la teología
fue tomando forma y “endureciéndose”.
Conocidos son los
mitos, base de las creencias, sobre el más allá, como aquellos de “el libro de
los muertos” en el mundo egipcio, de lugares donde van los muertos, el hades,
el Olimpo, y la idea popular de espíritus que vagan hasta encontrar su paz,
etc.
Sin embargo, las
formas escatológicas de existencia carecen de temporalidad y espacialidad,
ligadas éstas a la materialidad o corporeidad. Quien muere, pierde ambas cosas:
la sujeción a las coordenadas del espacio y a las del tiempo. La teoría del
lugar de las almas en el tiempo intermedio presupone una cosmología mitológica.
9. Valga añadir que,
la idea de un purgatorio no tiene
sustento alguno en la Biblia, a menos que hagamos lecturas alegóricas de
algunos pasajes. Aquellos a los que se suele apelar han sido todos sacados de
sus contextos, tanto literarios como culturales, como son Lc 12,58, Mt 18,34s y
especialmente 2Mac 12,38-46.
En sentido contrario
se podría citar la promesa de Jesús al “buen ladrón” que, a pesar de todo,
“estarás conmigo hoy mismo en el paraíso” –se dirá que es excepción (¿lo es?)–.
En Jn 3,15-18.36 y 5,24s.29 se reitera que el que cree en Jesús “ya tiene
vida eterna y no va a juicio”, al igual que las repetidas afirmaciones de Pablo
en el mismo sentido, que la fe justifica, salva, sin mayor preámbulo. El que
cree en Jesucristo está ya salvo. O la idea en 1Tes 4,15ss de que cuando venga
el Señor los vivos serán raptados sin más trámite.
Si se apela al sheol,
como en Lc 16,19-31, hay que recordar que no se refería a un estado
transitorio, sino definitivo –por supuesto, es una visión tradicional mítica–.
La idea de que muertos esperen ser rescatados, no va acompañada de una idea de
una purgación. ¿Y qué decir del juicio final? Una idea de la naturaleza de las
ideas al respecto se observa en el contraste entre la visión en Mt 25,31ss y en
Ap 20.
Por cierto, Jesús ni siquiera insinuó un purgatorio,
idea por demás ausente en el judaísmo. La única etapa intermedia se da en
el hades, lugar de sombras donde reposan en letargo los muertos (a no
confundir con el infierno, la gehena) hasta el día del juicio final.
El consenso en las Escrituras es que post mortem se está con Dios
(vida eterna) o se está excluido. No hay términos medios ni etapas de
rectificación o purificación. La vida humana, como las opciones, se dan aquí y
ahora, en la vida terrena. Con la muerte todo llega definitiva e
irreversiblemente a su fin en cuanto a la vida como proceso en evolución. Como
se observará, hay de por medio un problema de antropología teológica, que por
espacio no podemos tocar aquí.
HOY
10. Lo que hoy
se dice oficialmente, se puede leer en el Catecismo de la Iglesia (1992),
nºs 1030-1032. Allí se afirma que el purgatorio es “una purificación, a
fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del
cielo”. Para sustentarlo refiere a 1Cor 3,15 y 1 Pdr 1,7 (“fuego purificador”),
además del clásico 2Mac 12,46 (orar por los difuntos), y remite a los concilios
de Florencia y de Trento. Concluye invocando que “no dudemos en socorrer a los
que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.
Por su parte, la Comisión
Teológica Internacional (Pontificia), en sus estudios sobre escatología
(2007), presenta el purgatorio, como un lugar de dolorosa “maduración
posterior”, pero sin penas sensibles –ya no como un lugar exactamente paralelo
al fuego del infierno–. Pero su “realidad” sigue siendo considerada un componente
de la doctrina católica.
Consideraciones a incluir y reflexionar.
El amor de Dios se concreta en su voluntad de salvar a todos los seres
humanos (cf. Jn 3,15s; 3,36; 10,10; 12,47). “El que oye mi palabra y cree al
que me envió tiene vida eterna, y no vendrá a condenación, sino que ha pasado
de muerte a vida” (Jn 5,24). No se prevén excepciones, al menos por
parte de Dios. Dios quiere la salvación de todos, y lo que quiere, se hace
realidad y es bueno.
¿Cómo va a seguir
siendo Dios el Señor soberano de la historia si en la eternidad algunas de las
criaturas van a eludir su soberanía (no les alcanza la salvación)? Si Dios es
“padre”, ¿cómo va a querer el sufrimiento, menos aún la perdición, de alguno de
sus hijos? Me temo que a menudo sostenemos ideas contradictorias sobre Dios...
Por otro lado, se
podría pensar en un proceso que purificaría al individuo de los remanentes de
egoísmo para poder llegar a ser uno con aquel que es puro amor. Se trataría de
remover lo que impida la sintonía plena con Dios amor. Pero, esto, una
vez más, supone hablar en términos de tiempo.
En cuanto al
supuesto sufrimiento, no sería producido por un agente externo (que supondría
espacio, lugares) por pecados cometidos, sino el “sufrimiento” propio del deseo
de estar con el amado y todavía no poder hacerlo, o propio del que debe
desprenderse de su egocentrismo para ser absorbido por el Amor puro. En ese
sentido, es un morir para resucitar, como en Rom 6,3-5. Esto supone emociones,
afectos, neuronas y nervios.
Al fin de cuentas, ¿qué dios es ese que quiere vernos sufrir
antes de aceptarnos en su casa (cf. Jn 14,3)? Esas “condiciones previas” de
pureza, las suponemos/inventamos nosotros, no Dios. Repito: ¡está en
juego la imagen de Dios que tenemos! Pareciera que no salimos del paradigma de
pureza, tan importante en muchas religiones, incluido el judaísmo, pureza que
discrimina y excluye. Pureza que definimos los humanos, no Dios: nosotros
determinamos quién puede ingresar y comulgar con nosotros… los puros o
pretendientes a puros.
La idea de un purgatorio, sospecho, es una suerte de alternativa
cristiana (no existe en el judaísmo, que yo sepa) a la reencarnación oriental, dando
vueltas en un circuito de purificaciones hasta llegar a la nirvana. Purgatorio
supone tiempo y espacio, y supone una etapa intermedia, supone mutabilidad.
También conlleva la idea escatológica que se tenga de la vida o existencia
después de la muerte (ver la escatología joánica y la paulina). Si no hay un
modo de existencia circunscrito y mutable como el humano nuestro, no hay
purgatorio...
A la base, la idea de un purgatorio está ligada a una
visión moralista de la vida, no integral: se trata de conductas, no
de la fe ni de la justificación; se trata de culpas, perdón y remisión. En todo
ello se está considerando la vida en clave de cumplimiento de mandatos: no es
purificación por haber tenido una fe limitada o deficiente, sino
purificación por acciones limitadas, deficientes o negativas. No se juzga la fe
sino la praxis, y ésta, medida desde un ideal de perfección metafísica (pero
ver Mt 25,31ss).
Estamos ante una visión netamente judicial de la vida y su
trascendencia. Y ésa es la imagen de Dios que subyace: el dios rey y juez
soberano, no es el Abba (padre) de Jesucristo.
De lo dicho, queda
claro que al hablar del más allá entran en juego una serie de suposiciones,
ya mencionadas, especialmente determinadas imágenes e ideas de Dios. No en
vano, en su libro The God Delusion (Nueva York 2006), Richard Dawkins
puso de relieve, entre otros argumentos para sustentar el ateísmo, la idea
católica de purgatorio y su asociación con las indulgencias (p. 358ss).
Lo que más le ha
llamado la atención, con toda razón, es “la evidencia que han propuesto
teólogos para ello: evidencia tan espectacularmente débil que hace tanto más
risible el aire de confianza con el que se afirma”. La evidencia que Dawkins
destaca, tomada de la Catholic Encyclopedia, es el “argumento del
consuelo”, un evidente non sequitur : oramos por los difuntos para
proporcionar consuelo a los aun excluidos de la visión de Dios, por lo tanto
–se afirma-, el purgatorio tiene que existir.
¿Es realmente así? ¿Certeza, creencia, o proyección? ¿Mito o
realidad? Al final de cuentas, ¿qué imagen de Dios, del cosmos, y de la
trascendencia manejamos?
[1] El limbo fue cuestionado (en 1984 J. Ratzinger lo calificó como una
“hipótesis teológica”) y luego “minimizado” (léase: descartado) por el
Magisterio (en abril 2007, por la Comisión Teológica, con la firma del Papa).
No es mencionado en el Catecismo.