Jose Arregi
www.religiondigital.com / 17-09-18
En la tarde del miércoles detuvieron al
actor Willy Toledo por haberse negado a comparecer ante el juez, tras haber
sido denunciado de un supuesto delito de ofensa de sentimientos religiosos.
Parece increíble, pero esas cosas suceden todavía en España, y en el 36% de los
estados, encabezados por Irán, Pakistán, Yemen, Somalia y Qatar…
El actor pasó la noche en la cárcel, le
llevaron ante el juez, se negó a declarar y quedó en libertad provisional.
Había sido denunciado por la Asociación Española de Abogados por haber escrito,
perdón por reproducir aquí sus palabras: “Yo me cago en Dios. Y me sobra mierda
para cagarme en el dogma de la santidad y virginidad de la Virgen María”. No
hay que olvidar el contexto: escribió esas palabras en protesta por la apertura
de juicio oral –otro absurdo– contra tres mujeres que habían protagonizado una
“procesión del coño insumiso” por varias calles de Sevilla.
Comprendo la indignación de Willy Toledo,
pero no me gustan sus expresiones. Hieren mis oídos, e incluso mis sentimientos
más profundos, ultrajan de alguna forma lo que es para mí lo más sagrado:
“Dios”. No llamo “Dios” a un personaje de lo alto, sino al puro Ser sagrado
–término éste cuya raíz significa “real”–, a la Fuente buena y creadora de todo
lo que es, a la misteriosa potencia de ser que late en cuanto es y se
manifiesta o se encarna en todos seres. Ultrajarla sería ultrajar el profundo
misterio que nos hace ser, vivir, sentir abiertos al infinito. Sería
injuriarse. Que nadie se injurie, se hiera, se niegue.
Y conste que no me importan mucho los
dogmas en cuanto fórmulas lingüísticas con un significado hoy carente de
sentido, y que no creo en que María de Nazaret fuera físicamente virgen ni que
el ser virgen sea más “santo” o divino, a saber, simplemente más humano, que el
no serlo. Sin embargo, honro y amo a la mujer profética que parió con dolor y
crió como mejor pudo al profeta Jesús (y, por cierto, a otros cuatro hijos y a
más de una hija, según el evangelio de Marcos, léase el capítulo 6, versículo
3). Me disgusta que alguien ofenda la Vida y la memoria de sus mejores
testigos, religiosos o no.
Pero me disgusta más todavía que el Código
Penal imponga castigos a quienes “para ofender los sentimientos de los miembros
de una confesión religiosa, hagan públicamente escarnio de sus dogmas,
creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los
profesan o practican” (art. 525). Bien es verdad que la misma pena se impone a
continuación a quienes hagan públicamente escarnio “de quienes no profesan
religión o creencia alguna”. El segundo apartado atenúa al primero, pero no lo
justifica. Si quisiéramos aplicar ambos con rigor, nunca nos faltaría algún
motivo por el que sentirnos ofendidos y ser acusados de ofensores, algún
supuesto delito por el que denunciar y por el que ser denunciados. Sería una
sociedad intolerante, estrecha de ánimo o de aliento vital. Invivible.
“La vida sería mejor sin los fundamentalistas
católicos”, declaró Willy Toledo tras salir de la cárcel. Tiene razón. Pero
sepa que Jesús de Nazaret estaría de su lado, como lo estarían su madre María y
su padre José. Sepa que el Aliento de la Vida está con él. La vida sería mejor
sin fundamentalistas de ninguna religión, ideología o patria.
Y los miembros de una religión debieran
ser los primeros en dar ejemplo de tolerancia, y en reclamar que desaparezca
del Código Penal el delito de ofensa de sentimientos religiosos, si es que
realmente su religión está inspirada por lo que dicen: la confianza, la bondad,
la grandeza de ánimo. Si su vivencia religiosa no está inspirada por esas
actitudes magnánimas, son los primeros que hacen escarnio de su propia
religión.
Todo esto vale por igual para católicos y
musulmanes que para las “religiones laicas” que dan culto a sus ideologías,
constituciones, banderas o fronteras. Entre nosotros vale en especial para la
Iglesia católica, por el poder que detenta. Sería una Iglesia mejor si animara
a sus creyentes a no sentirse ofendidos por ningún escarnio contra ella o sus
creencias y ritos; si no amparara denuncias judiciales de ninguna Asociación de
Abogados Cristianos ni de nadie por declaraciones o gestos ofensivos contra
sentimientos supuestamente religiosos; si no permitiera que en sus cadenas de
radio y en sus canales de TV se profieran tantas ofensas como se profieren
contra homosexuales, inmigrantes, increyentes, “laicistas” y políticos de
izquierda; si declarara que a oídos cristianos en sintonía con el Evangelio de
Jesús debiera resultar más hiriente escuchar “me c. en la p.” que “me c. en
Dios”; si enseñara que Dios no es un Señor soberano que se ofenda o deje de
ofenderse, sino el Aliento que enaltece la vida. La Iglesia católica, como toda
religión, será mejor solo en la medida en que contribuya a que la vida sea
mejor para todos. Así sea.
(Publicado en DEIA y en los Diarios del
Grupo NOTICIAS el 16 de septiembre del 2018)