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Aunque es un tema bien conocido, la
máxima autoridad económica estadounidense, Janet Yellen, presidenta de la
Reserva Federal, alertó que la epidemia de muertes por drogas está trastocando
el mercado laboral al punto que las industrias no encuentran personal
calificado para cubrir vacantes.
Yellen compareció ante el Senado de
los EEUU a mediados de julio, donde afirmó que "la industria manufacturera tiene
dificultad para dar con aspirantes con la preparación adecuada para desempeñar
sus funciones" aunque, paradójicamente, el sector capacitado de la
población "no se moviliza porque los salarios son bajos".
La tasa de participación laboral de
los estadounidenses se encuentra al mismo nivel que en la década de los 70,
hace casi medio siglo, en gran medida por "la adicción de los jóvenes en
edad de trabajar a los opiáceos".
La funcionaria encontró tres
razones para esa verdadera epidemia, que mata más personas que el pico del
sida, alcanzado en 1995. Los jóvenes consumidores no se forman porque abandonan
sus estudios. En segundo lugar, el consumo de opiáceos y otras drogas los
apartan cada vez más del mercado de trabajo. En tercero, se registra una elevada
tasa de suicidios y muertes por sobredosis, en gran medida por depresiones, en
regiones que sufren problemas económicos y desocupación.
En 2014 hubo 1,3 millones de
personas que necesitaron asistencia médica por consumo de medicamentos con
receta y opiáceos, lo que representa el doble que en 2005. En referencia a lo
que se considera una epidemia de drogadicción, que castiga especialmente a las
personas en un grupo de edad entre los 25 y los 44 años, Yellen dijo que le resulta "extremadamente
insólito", porque "EEUU es la única nación avanzada en la que hemos
visto algo así".
Un extenso informe de The New York Times del mismo mes sostiene que las
muertes por sobredosis son la primera causa de defunciones entre los menores de
50 años, y constata que siguen creciendo a un ritmo infernal: 19% entre 2015 y
2017. En la década de los 80, las muertes por sobredosis de drogas oscilaban
entre 6.000 y 7.000 personas por año, trepando ocho veces hasta rozar las
60.000 que se estiman para 2017.
Lo más curioso es la percepción que
las elites estadounidenses tienen sobre el tema, al que el New York Times
considera "una plaga moderna", con la carga de miedos y temores que
caen sobre una nación que desde siempre teme repetir las causas de lo que hace
dos milenios provocó la "decadencia del Imperio Romano".
"En Ohio, que presentó una
demanda la semana pasada acusando a cinco compañías farmacéuticas de fomentar
la epidemia de opiáceos, estimamos que las muertes por sobredosis aumentaron en más del 25% en 2016", sostiene
el periódico.
La droga más mortífera en este
momento, sobre todo en estados donde la desindustrialización hizo estragos como
Ohio, es el fentanilo y el carfentanilo, un tranquilizante 5.000 veces más
potente que la heroína. Más de dos millones de personas dependen de los
opiáceos legales y otros 95 millones de analgésicos recetados en 2016. En
algunos condados, las reuniones de Narcóticos Anónimos están repletas de
abogados, contadores y jóvenes profesionales con alto nivel educativo.
Se trata de un país que con el 5%
de la población consume el 80% de los opiáceos farmacológicos del mundo. El gobierno
de Donald Trump ha creado una comisión para debatir medidas contra la epidemia de drogadicción, a la que ha definido
como un problema del mismo nivel que el crimen y las pandillas, a las que
denomina "la carnicería americana".
Los medios, los políticos y el
empresariado estadounidense parecen rehuir la relación entre la epidemia de
muertes por sobredosis y el modelo económico y social impuesto desde la década
de los 80. En el mismo período en que se produjo el crecimiento exponencial del
consumo de opiáceos, la riqueza del 1% se elevó hasta niveles inéditos,
mientras los ingresos de la clase media blanca se derrumbaron.
Millones de adictos comenzaron por
el consumo de tranquilizantes en la década de los 90, cuando empezaron a
sentirse las primeras consecuencias del modelo neoliberal. Los opiáceos de
prescripción legal son un inmenso negocio para las farmacéuticas. En los
últimos 15 años las recetas de estos medicamentos contra el dolor se han triplicado, pero el 75% de los heroinómanos
empezó con esos analgésicos.
Se trata de personas con sus vidas
y familias destrozadas, ya que al perder sus puestos de trabajo en la vieja
industria fordista, reconvertida con la automatización y luego con la
robotización de la cuarta revolución industrial, no pudieron reciclarse a los
nuevos empleos altamente tecnificados. Nadie los ayudó, en un país
individualista donde surgen voces que piden que se deje morir a los drogadictos
sin atenderlos, como ya sucede con las autoridades de algunos condados de Ohio.
La crisis sanitaria que emerge en
Estados Unidos es apenas la punta del iceberg de problemas mucho más profundos
y de carácter estructural. Dos de ellos parecen insoslayables: la hegemonía del
capital financiero y la ambición por mantenerse en el primer lugar en el mundo
mediante el uso y abuso de su poder militar.
El capital financiero siempre
existió, pero sólo se vuelve dominante cuando la economía real, la producción
de mercancías, es desplazada por la especulación, signo inequívoco de la
decadencia de las naciones. Los propietarios del capital dejan de confiar en
inversiones de largo plazo y apuestan por ganancias inmediatas en el casino de
la especulación, convirtiendo a las bolsas de valores en parte del mecanismo
especulativo.
EEUU muestra varias fracturas que
tienden a crecer. Al viejo conflicto social que afecta a la población negra se
suma la actual epidemia de opiáceos, que muestra dos nuevas y tremendas
fracturas. Por un lado, la que afecta a las clases trabajadoras y
profesionales, como consecuencia del modelo neoliberal. En paralelo, aparece la
división geográfica entre la Costa Este, decadente, y la Oeste, más próspera y
volcada hacia las nuevas tecnologías. Ambas pueden terminar por hundir al mayor
imperio de la historia.