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Un texto inoportuno


Un texto inoportuno
Benedicto XVI: La iglesia y los abusos sexuales (un triste documento)

Xabier Pikaza
www.religiondigital.org / 11.04.2019

El expapa Benedicto XVI ha preparado un texto sobre La Iglesia y los abusos sexuales, que iba a publicarse en Semana Santa en Klerusblatt, periódico mensual para el clero en de las diócesis de Baviera en Alemania. Pero ayer, 10 de abril ha sido filtrado en el New York Post; y ha sido publicado hoy en castellano en https://www.aciprensa.com/noticias/el-diagnostico-de-benedicto-xvi-sobre-la-iglesia-y-los-abusos-sexuales-35201 y reproducido en RD.

Lo he leído con tristeza, pues se trata, por su fondo y por su forma, de un “triste” documento, que no hace justicia al conjunto de la Iglesia, ni al Papa Francisco, ni al mismo Benedicto XVI, cuya memoria me gustaría guardar con respeto agradecido dentro de la Iglesia.

El texto responde a la reunión que celebraron los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo del 21 al 24 de febrero “para discutir la crisis de fe y de la Iglesia, una crisis palpable en todo el mundo tras las chocantes revelaciones del abuso clerical perpetrado contra menores”.

Con ese motivo, sintiéndose interpelado, Benedicto XVI ha querido ofrecer una reflexión “autorizada” (no papal) sobre el tema y sus consecuencias en la Iglesia.

Se trata, como he dicho, de un documento “triste”, que termina con unas palabras de agradecimiento que Benedicto XVI dirige al Papa Francisco “por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias Santo Padre!”. Pues bien, a pesar de esas palabras “de disculpa no pedida”, pienso que este texto puede interpretarse como una carga de profundidad dirigida por su predecesor al papa actual.

Y eso me parece un juego “poco limpio” (no es un fair play), por lo que dice y lo que omite.

Diez observaciones generales

Tras su dimisión, el expapa debería mantenerse en un claro silencio, escribiendo quizá sus memorias y preparando también sus documentos, pero no para publicarlos ahora, sino dentro, por ejemplo, de 20 años, como agua ya pasada. Este texto, tomado en sí mismo, no sólo me parece muy discutible, sino que va en contra (interfiere) con el trabajoso magisterio de Francisco.

Ciertamente, en cuanto persona y cristiano, Joseph Ratzinger (que ya no es Benedicto XVI) tiene el derecho de pensar e incluso publicar todo lo que quiera. Pero no puede olvidar que no es ya una persona privada, y que su opinión se puede tomar como motivo para una lucha fuerte dentro de la Iglesia, cosa que están aprovechando muchos “adversarios” del Papa Francisco.

La valoración que el expapa hace del Vaticano II es no sólo sesgada, sino, objetivamente falsa (a mi juicio), al echarle la culpa de la deriva actual de la Iglesia en el campo de los ministerios, de la crisis sexual de la iglesia y de la “pederastia” de cierto clero. La “culpa” no es del Concilio, sino de ciertas formas de conducta nuevas de la nueva sociedad. Y, además, junto a las posibles “culpas”, hay en el Vaticano II muchísimos más valores, ofrecer a los creyentes unas formas nuevas de entender la libertad en el amor y en la vida, en la experiencia de la Iglesia.

La forma en que el expapa presenta y condena la “revolución estudiantil del año 1968” es no solamente injusta, sino que en ciertos momentos resulta incluso “infantil”. Todos sabemos lo que el expapa sufrió en aquella etapa, cuando era profesor en Tubinga. Conocemos los posibles “excesos” de aquella revolución. También otros estudiábamos en una universidad europea en aquellos momentos, y junto a los excesos descubrimos un aire de libertad, que pudo haberse aprovechado para abrir caminos nuevos de compromiso y tarea cristiana en el amor.

En vez de asumir y recrear en línea cristiana los valores de aquel movimiento del 68, el expapa optó por retirarse y recluirse en una “universidad clerical”, casi de pueblo (Ratisbona), sin hacer el ejercicio necesario de elaboración de aquel movimiento. Tuvo miedo de las implicaciones de libertad del evangelio, y buscó un tipo de “ley natural” llamada ontológica para defender unas posturas morales y eclesiales que no derivan del evangelio, sino de una visión ya pasada del mundo, especialmente en el campo de la moral sexual (entendida en forma represiva, no de elevación personal del amor).

El expapa sigue echando la culpa al ambiente de libertad que se dio en ciertos seminarios en aquellos momentos de la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, donde se dio a su juicio un “canto a la homosexualidad” e incluso a la “pederastia”, que ha desembocado en la situación posterior del clero. Otros vivimos en aquellos mismos años en seminarios y facultades de teología y tenemos una visión distinta de los acontecimientos (sin negar que pudiera haber casos concretos como los que describe el expapa), pero sin universalizarlos.

El expapa desciende a detalles personales que resultan poco afortunados en un texto como éste. Así habla incluso de que su teología fue casi prohibida en ciertas facultades y seminarios… Recuerdo perfectamente el hecho, se trata de su libro sobre Introducción al cristianismo, del año 1968‒1969. Viví ese año en Roma, en Alemania y en Salamanca. En todas partes se habló del texto, inmediatamente traducido a varias lenguas, y se leyó con toda libertad. Pudo haber algún rector de seminario que mostrara reticencias ante el texto; pero eso fue (si lo hubo) algo puramente circunstancial. Aquellos fueron tiempos de tensión, pero también de creatividad, de riesgo, pero también de iluminación cristiana, y Ratzinger fue alguien de los que nos enseñó a pensar (que un hombre como Ratzinger que ha prohibido tantas lecturas en la iglesia... se lamente de que a él le prohibieron, parece poco caballeroso).

La forma en que el expapa presenta la “irrupción” de la pederastia en el clero resulta simplista, con ribetes de infantilismo. El tema es muchísimo más complejo y profundo. No nace de un simple “desorden” formal en los seminarios, sino de un tipo de estructura clerical cerrada (y de un tipo de poder clerical y de poca maduración en el amor) que el expapa quiere seguir defendiendo.

Benedicto XVI sabe muchísimo, y ha hecho un gran bien a la Iglesia… Pero en este momento, y en este campo, se equivoca. La solución no está en imponer de nuevo un tipo de derecho y ley natural sobre la Iglesia y en especial sobre los seminaristas y clérigos, sino en abrir la vida de conjunto de la iglesia a la libertad personal y a la madurez en el amor, en línea de evangelio, aceptando este mundo como es, sin lamentarse de ver parejas desnudas o de homosexuales en las vallas de la calle.

La forma en que el expapa evoca la “Declaración de Colonia” (enero 1989) y muerte de Franz Böckle (1991) por obra del “Dios misericordioso”, resulta simplemente penosa, no es digna de un J. Ratzinger a quien muchos hemos admirado y admiramos. Tampoco lo es la forma en que habla de actos “objetivamente desordenados”, ni la manera en que defiende su acción al frente de la Congregación para la Defensa de la Fe resulta elegante. Alguien que lea este texto sin prejuicios (como lo ha hecho un amigo no clérigo al que he pedido que lo haga) recibe la impresión de que el expapa está defendiendo su comportamiento y acusando a otros de culpables.

La parte final del documento, sobre el sentido del amor cristiano, me parece muy valiosa, en la línea de Deus Caritas est…, pero no es suficiente. De sus mismas palabras se puede derivar y se deriva una ética y mística más alta del amor personal.

Sobre los actos objetivamente desordenados (la homosexualidad).

+ Un tema de fondo de este escrito del expapa, latente en todo lo que dice, es el de la homosexualidad en general, y en especial en la del clero. Cuando él habla de conductas objetivamente condenables se refiere a ella.

El tema es complejo, y no puede resolverse con unas observaciones generales. Pero todo permite suponer que el expapa está molesto con el hecho de que la Amoris Laetitia del Papa Francisco, no condene expresamente la homosexualidad como algo objetivamente malo.

Recordemos el trasfondo del tema. Francisco ha retomado el motivo principal de la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est (Dios es Amor, año 2005), que él ha querido traducir diciendo que el amor es la alegría de los hombres, no en teoría, sino en la vida concreta de célibes y casados, de hetero‒ y de homo‒sexuales, a los 44 años de la cruzada anti-homosexual” de la Congregación de la Doctrina de la fe, en su documento del año 1975 (Sobre algunas cuestiones de ética sexual), retomada por el Catecismo de la Iglesia Católica (1983, n. 2358), que insiste en el carácter objetivamente malo de la homosexualidad, y en la necesidad de un “control” anti homosexual del clero y de la Iglesia en su conjunto, en un momento en que la visión del amor y de la libertad está cambiando con rapidez, desde una moral de persona y desde la lectura radical del evangelio.

Es evidente que el expapa quiere mantener “su” doctrina del 1975 y del 1983, y que se sitúa entre aquellos que, tras cantar la libertad personal del amor, se cierran después en la práctica, en una dudosa “ley natural”, pensando que la doctrina (la no condena) de Francisco es herética, propia de un papa que está abandonando la “disciplina” secular de la Iglesia en materias de “fe y costumbres”. Ciertamente, el expapa no condena expresamente a Francisco, pero se sitúa en la línea de aquellos que lo hacen, porque no defiende las declaraciones ya citadas de 1975 y 1992 donde se afirmaba que los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados”, y que la misma tendencia homosexual es objetivamente desordenada, partiendo de una exégesis bíblica falta de crítica y de una mala interpretación del derecho natural.

Ésta ha sido por ahora (a mi juicio) el gesto más significativo de la nueva doctrina eclesial en Amoris Laetitia (2016). El papa Francisco ya no dice que la homosexualidad sea desordenada, en sentido físico ni personal, sino que la presenta como una tendencia y una forma distinta de ser y amar, que puede a veces ser problemática (como es problemático todo amor), pero no desordenada.

Este mero cambio de perspectiva ha levantado la ira de miles de “pretendidos guardianes” de una pretendida tradición infalible (incluidos cardenales y obispos), que siguen acusando a Francisco de hereje; pero ha encendido la esperanza de millones de católicos (homosexuales o no) a quienes ofrece una posibilidad de entender el amor y las relaciones humanas en línea de libertad y de creatividad evangélica. Sin duda, esta exhortación (Amoris Laetitia) no ha resuelto todos los problemas, ni sobre el estatuto de las parejas homosexuales (¿qué tipo de matrimonio o de unión creyente puede establecerse entre ellos?), ni sobre la participación eucarística de homosexuales “casados” y de creyentes divorciados y vueltos a casar… Pero deja abierto el tema, teniendo en cuenta las rupturas y esperanzas eclesiales que sólo pueden ser resueltas volviendo a la raíz del evangelio, dentro de las circunstancias actuales de la humanidad.

Conclusión. Sobre el papado de Benedicto xvi (2005-2013). Tres documentos significativos.
(Sólo para personas que quieran valorar mejor la doctrina papal de Benedicto XVI, cuya memoria quiero reivindicar).

No quedo satisfecho tras la “crítica” anterior si es que no ofrezco una visión de conjunto de los documentos y textos básicos de Benedicto XVI como papa, no como expapa, ni como pre‒papa (cuando era todavía Joseph Ratzinger). De esa forma quiero expresar mi admiración e incluso mi agradecimiento al papa Benedicto, por encima de la crítica anterior (y sin entrar en mi valoración de su teología personal).

Ratzinger fue elegido papa, tomando el nombre de Benedicto XVI, el 18.4.2005. Sus predecesores papas no habían tenido una personalidad teológica y eclesial tan marcada como la suya, pues llevaba veinticinco años como cerebro “teórico” de Juan Pablo II, que había confiado los temas y tareas doctrinales de su pontificado. A pesar de ello, en cuanto papa, Benedicto XVI, no ha sido un mero continuador de J. Ratzinger, sino que ha insistido en unos aspectos de fondo que antes no había destacado. Entre ellos destacan la primacía de la caridad, la identidad racional del cristianismo y el orden mundial fundado en la justicia.



Deus Caritas est. Primacía de la caridad

Un programa papal. Benedicto XVI firmó su primera encíclica (Deus Caritas est, Dios es amor) a los nueve meses de su elección papal, el 25 de diciembre del 2005, y en ella trata directamente de Dios, no de cuestiones sociales, como habían hecho algunos de sus antecesores, y lo hace desde una perspectiva de diálogo entre la razón y la revelación, en un plano antropológico de fondo (vinculación del eros humano con la caridad evangélica), más que de principios doctrinales.

Primacía de la caridad. Benedicto XVI insiste en el valor del eros humano (plano de la razón práctica), pero añade que la Iglesia debe centrar y desarrollar su propuesta en el nivel de la caridad cristiana: «La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria), celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario»» (Dios es amor 25).

Sociedad civil e Iglesia se sitúan en dos planos.
(1) La sociedad ha de organizarse en un plano de justicia universal, es decir, de racionalidad humana, resolviendo a ese nivel los temas de la economía y la administración política, buscando un orden que no sea es ya el “imperio cristiano” de Bizancio o Carlomagno, sino una sociedad universal de naciones, con un tipo de dirección unificada en el plano racional, no religioso.
(2) Pero, superando ese nivel, la iglesia debe insistir en la caridad concreta, que no va en contra de la justicia, sino que la supone y sobrepasa, en perspectiva sobrenatural (sacramental).

2. Discurso de Ratisbona. Primacía de la libertad, ante el Islam

El texto más discutido de Benedicto XVI es quizá la Lección que dictó en la Universidad de Ratisbona (12.9.2006), donde había sido profesor de Teología. Retomando el hilo de sus lecciones antiguas, el Papa-Profesor quiso poner de relieve las implicaciones humanas, racionales (y en el fondo helenistas) del cristianismo, citando unas palabras del año 1391 en las que Manuel II Paleólogo, emperador bizantino, acusaba a los musulmanes de emplear la violencia (guerra) para extender la fe, en contra de la razón occidental que es dialogante y no guerrera; quiso poner así de relieve que, a diferencia del Islam, la Iglesia no emplea violencia para expandir o defender la religión (cf: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches).

Argumento de fondo, querella sobre el Corán. Benedicto XVI parece acusar a los musulmanes afirmando que ellos olvidan (no aceptan) el fondo racional, dialogal (de libertad), de la vida, y que así corren el riesgo de apoyar (extender) la fe con la espada.

En esa línea, el Papa distingue en el Corán dos etapas: (a) En una, que sería más antigua (aunque los técnicos no concuerdan sobre ello), Mahoma defendió la libertad en el nivel de la religión (Corán, sura 2, 256: «Ninguna constricción en las cosas de la fe»). (b) Pero en una etapa posterior, el mismo Mahoma habría invitado a “luchar” a favor (=en defensa) de la fe, introduciendo así la violencia en el interior del mismo Islam.

Reacción musulmana y precisión del Papa. Ese discurso encendió los ánimos de muchos musulmanes, que se sintieron acusados por el Papa, quien se sintió obligado a volver a sus palabras, precisando el sentido de su propuesta:
(a) Las religiones deben superar toda forma de violencia para expresarse y extenderse, y eso ha de hacerlo, quizá, de un modo especial el Islam, por el riesgo que ha tenido y tiene en este campo. (b) En el fondo de las religiones (y de todas las relaciones humanas) ha de expresarse un logos o razón universal, fundada en la libertad originaria del hombre, abierta siempre al diálogo, sin que ninguna cultura o religión pueda imponerse por la fuerza sobre las demás, pues en ese mismo momento dejaría de ser religión humana, racional. (c) Conforme a la visión de Benedicto XVI, ese “logos” que vincula a todos los seres humanos, se ha expresado de manera ejemplar en Grecia, y forma parte del sustrato original del cristianismo, que puede y debe vincularse con la razón humana, expresada de forma ejemplar (¡no única, ni definitiva!) en forma helenista, como indicaría el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17:22‒31).

Un tema vivo. Los ecos de aquel discurso no se han apagado todavía (2019) y, aun reconociendo su claridad y valor, sus palabras suscitan algunas cuestiones que siguen siendo esenciales para la cultura y vida de la humanidad:

*Podemos preguntar si la razón griega, tal como se ha desarrollado en occidente, con las cruzadas del siglo XII, las guerras de religión del XVII, las revoluciones del XVIII‒XIX, el fascismo y comunismo del XX, que desembocan en el capitalismo total del XXI, no tiene en sí un fondo de violencia “estructural”, como han puesto de relieve muchos pensadores, sobre todo judíos.

*Hay que seguir preguntando si el Islam no contiene en sí unos gérmenes de libertad y pacificación distintos (pero no menores) que los del occidente helenizado. El tema en sí no es la historia pasada, sino el posible futuro del Islam en un momento lleno de tensiones y posibilidades como el nuestro. El problema no es por tanto el Islam, como religión particular, sino el fondo de violencia latente en el conjunto de la cultura humana, en la actualidad (siglo XXI).

*Finalmente, las palabras de Benedicto XVI (ejemplares por lo que suponen de búsqueda de libertad racional y religiosa, superando toda guerra) han de entenderse y aplicarse de un modo total, no sólo en el campo de las religiones establecidas, sino en la política, en la economía y en la “ideología” (cultura de consumo) de la humanidad actual. En ese contexto, el problema no es ya el Islam como religión particular, sino el capitalismo mundial, con la cultura de consumo y mercado que entrega a los hombres (especialmente a los más pobres) en manos de un Mammón de muerte (cf. Mt 6:24).

¿Oportunidad o falta de prudencia? Ciertamente, el Papa tenía buenos motivos para evocar la reflexión del emperador bizantino (M. Paleólogo). Pero el tema está en saber si esa reflexión era oportuna y verdadera (si recogía la inspiración más honda del Islam) y, al mismo tiempo, si ayudaba a penetrar en las raíces de la comunión religiosa de musulmanes, cristianos y judíos (con las relaciones entre razón griega, Biblia y Corán). Los conceptos de razón y libertad que emplea el Papa merecen todos los respetos, pero quizá están demasiado vinculados a una tradición occidental, de tipo helenista, que es también limitada y propensa a la violencia.

3. Caritas in Veritate. Un programa papal para el siglo XXI

De Spe Salvi (2007) a Caritas in Veritate (2009). El año 2007, Benedicto XVI publicó su segunda encíclica titulada Spe Salvi (Salvados en esperanza), que trata de temas de religiosidad profunda, destacando el aspecto trascendente de la esperanza cristiana. Es una encíclica ejemplar, quizá el documento más sabio y técnicamente más perfecto de la iglesia católica en el último siglo, un texto para recuperar y recrear el cristianismo, desde la perspectiva de la escatología bíblica, tal como ha sido reformulada a lo largo de su historia por la teología y espiritualidad de la Iglesia Católica.

Pero más significativa ha sido, en un contexto de diálogo de la Iglesia con el mundo, la tercera encíclica, Caritas in Veritate(2009), en la que, manteniendo la dinámica espiritual del Evangelio, el Papa afirma que la Iglesia, por su mismo testimonio creyente, debería potenciar el surgimiento de una autoridad universal, de tipo económico-político, en línea racional (de libertad y diálogo), en la línea de las Naciones Unidas.

De esa forma asume y vincula la diferencia (y complementariedad) de las cosas del César (autoridad política) y de las cosas de Dios (cristianismo; cf. Mc 12:13‒17) actualizando la doctrina política de la Iglesia de Roma, desde las cartas de los papas a los emperadores bizantinos (tema 10: siglo VI), pasando por la reforma gregoriana y la lucha por las investiduras (tema 18: siglo XI), con las guerras de religión y el absolutismo (temas 25‒26: siglos XVI‒XVII) hasta la actualidad.

Una autoridad mundial sobre las naciones particulares. Éste es, en línea formal, el documento papal más perfecto sobre la relación de la iglesia con la política mundial, en la línea de Mc 12:13‒17 par, pero con la novedad de que el papa pide el surgimiento de un “buen César”, de una autoridad mundial, que responde a la exigencia de la razón, iluminada (pero no dominada) por el Evangelio:

«Ante el imparable aumento de la interdependencia mundial, y también en presencia de una recesión de alcance global, se siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones. Y se siente la urgencia de encontrar formas innovadoras para poner en práctica el principio de la responsabilidad de proteger y dar también una voz eficaz en las decisiones comunes a las naciones más pobres.

Esto aparece necesario precisamente con vistas a un ordenamiento político, jurídico y económico que incremente y oriente la colaboración internacional hacia el desarrollo solidario de todos los pueblos. Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera autoridad política mundial… que deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar ordenada a la realización del bien común comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad» (Caritas in Veritate 67).

Poder político, autoridad cristiana (religiosa). Benedicto XVI ofrece así una conclusión luminosa y coherente a las visiones de la política papal (imperial) de los últimos mil quinientos años de la Iglesia (desde el Papa Gelasio), aunque separando los niveles, de manera que el Estado se situaría en el plano de la razón universal y la Iglesia (la religión, el mismo Islam) en un plano de revelación de Dios y de gratuidad creyente.

Ésta es una buena solución, pero algunos piensan que se debería insistir más en la novedad del evangelio, que no sólo separa en un momento los niveles (Dios y el César, religión y razón), sino que los vincula de un modo mesiánico, no en línea de poder, sino de apertura de los hombres y mujeres en un plano más alto de la gratuidad, en servicio de amor, desde los más pobres. Ciertamente, el Papa insiste en los riesgos inherentes a la “razón política” de los estados (del Gran Estado mundial), que corren el peligro de abandonar su nivel de mediación al servicio de la comunicación universal, en línea justicia, para convertirse (como está sucediendo en la actualidad) en un tipo de capitalismo mundial (Mammón). Pero pienso que no lo ha destacado de un modo suficientemente claro, corriendo así el riesgo de poner su proyecto en manos de un tipo de racionalismo económico que termina fatalmente en manos de un capitalismo mundial, con Mammón como único poder (Mt 6:24) y un Dios cristiano encerrado en la pura subjetividad de los creyentes.

Un tema abierto: Sistema político‒económico, mundo de la vida.

Significativamente, la propuesta del Papa se sitúa en la línea del pensamiento político‒social formulado de manera clásica por J. Habermas, en su Teoría de la Acción Comunicativa (1981), donde distingue y vincula el sistema económico‒político (cosas del César), por el que puede elaborarse un orden sistémico mundial y el mundo de la vida (las cosas de Dios), en las que se mantienen e influyen las tradiciones familiares y afectivas, religiosas y morales de la historia de la humanidad.

En un sentido “formal” la propuesta de Habermas y el proyecto del Papa Benedicto tienen gran valor. Pero, de hecho, ambos niveles se “contaminan” e influyen de manera poderosa, pues el “sistema” depende del mundo de la vida (es decir, de la vida personal y afectiva, moral y religiosa de los hombres) y el mundo de la vida puede ser colonizado y destruido por un tipo de sistema que tiende a volverse dictatorial.



Luces y sombras de un papado

+ Por formación y por el momento que le ha tocado vivir (entre los estertores del nazismo y la nueva humanidad global), Benedicto XVI ha sido un Papa clave en la nueva historia de la iglesia, un papa de grandes luces, con un claro programa teológico, pero también de cruces, en un tiempo de escándalos de iglesia (económicos y clericales) que han marcado su pontificado y que, al fin, han conducido a su renuncia y dimisión como papa, el año 2013.

Es muy posible que, después de Juan Pablo II, Benedicto XVI haya sido un papa adecuado, para recoger una herencia milenaria (mil años de reforma gregoriana) y para repensar los temas de fondo del cristianismo en una línea teórica, de gran hondura teológica. Pero el tema no era conservar la herencia, sino recrearla desde la raíz el evangelio, y en ese sentido ha sido quizá menos apto para dialogar con los nuevos impulsos, tareas y riesgos de la Iglesia del siglo XXI, en línea de salida y diálogo con las periferias y de escucha de las grandes minorías. Quizá no se daba cuenta de que conservar significaba perder, en un momento en que las grandes masas de occidente (y en parte de América Latina) empezaban a separarse silenciosamente de ella (en la línea de lo que he llamado post‒religión).

En ese contexto, a modo de resumen, quiero destacar algunos conflictos, que son la cara y cruz de la Iglesia:

Judíos y cristianos: con holocausto de fondo

En su visita al campo de Auschwitz (mayo de 2006), Benedicto XVI cargó la culpa del genocidio judío del 1933‒1945 (Holocausto, Shoah) a "un grupo de criminales" (dirigentes del Tercer Reich) que habrían abusado del pueblo alemán, al que utilizaron "como instrumento de su sed de destrucción y de dominación". Esa valoración fue buena, y debe mantenerse en un nivel. Pero es posible que se quede corta: La persecución de los judíos no fue sólo obra de unos criminales, sino que se cometió con la complicidad (al menos silenciosa) de muchos hombres y mujeres alemanes, de fondo cristiano, los herederos del Sacro Imperio Romano Germánico (siglo XI-XIII), en la línea de una historia larga de persecución de los cristianos en contra de los judíos, uno de cuyos gestos más significativos fue la expulsión de ellos del reino de España el año 1492).

+ Éste es un tema clave desde el comienzo (nacimiento) de la iglesia, que ha vivido casi siempre en dura confrontación con el judaísmo (y en algún sentido con el Islam), de forma que ella sólo puede reformarse volviendo a su origen mesiánico, es decir, a Jesús judío, mensajero del Reino de Dios, crucificado y resucitado como judío. Este motivo del holocausto/shoah debe llevarnos a reflexionar de manera más honda sobre la relación de la Iglesia (del catolicismo) con ideologías totalitarias que asumen rasgos cristianos, pero pueden desembocar por un lado en el nazismo, por otro en las dictaduras comunistas y, finalmente, en el mismo capitalismo convertido en religión mundial del dinero, causante de muerte de cientos de millones de personas, como había advertido Jesús en Mt 6:24. Sin volver a las raíces mesiánicas judías de liberación de todos los hombres y los pueblos en gratuidad (en la línea de Is 2:2‒4) no puede haber reforma de la Iglesia.

2. Amor maduro, era de libertad

Benedicto XVI empezó siendo el papa del amor, como anunciaba su primera encíclica (Deus Caritas est), y en esa línea, partiendo de sus propios presupuestos, con la distinción y vinculación entre eros y agape podía haber trazado un giro profundo en la visión de las relaciones afectivas, en línea de amor (matrimonio, amistad, celibato…). Pero todo nos permite añadir que él no dijo la palabra adecuada sobre el tema, sino que siguió atado a los presupuestos ontológicos de Pío XII (Humani Generis, 1950) y Pablo VI (Humanae vitae, 1968), que él mismo había desarrollado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe (Donum Vitae, 1987).

La visión del hombre y la mujer que subyace en esos textos responde de hecho, en contra de las intenciones del mismo Papa en Deus Caritas est a una perspectiva de naturaleza más que de persona. Benedicto XVI sabía y decía que las relaciones humanas (de tipo sexual y/o afectivo) se sitúan en el nivel más radical de la persona, de manera que no pueden ser banalizadas, pero no ha sacado las consecuencias que derivan de ese presupuesto, ni en lo relacionado con el uso de los preservativos/anticonceptivos, ni en la forma de entender las relaciones homosexuales, ni en lo referente al celibato de los ministros de la Iglesia. 

3. Pedofilia clerical: ministros de la Iglesia

A partir del año 2009 se fueron conociendo y publicando, con escándalo de muchos, diversos casos de pedofilia clerical, en algunos países de honda tradición cristiana, tanto en Europa como en América. Muchos han acusado al Papa de haber querido ocultar el problema, mientras ello fue posible, para responder después a la defensiva, como a remolque de los hechos, sin llegar a las raíces del problema. Esas acusaciones son injustas, pues (a diferencia de su predecesor, que prefirió soslayar el tema) Benedicto XVI tuvo la valentía de admitirlo públicamente, aceptando y asumiendo el escándalo eclesial que ello implicaba.

+ Pero el tema principal no era ni es (unos diez años más tarde) la pedofilia concreta de algunos miembros del clero (siempre en minoría), ni el posible ocultamiento de datos, queriendo resolver los temas en privado (una actitud que era corriente dentro de un contexto cultural antiguo), sino la relación entre ministerio clerical y celibato, con sus implicaciones de maduración afectiva y de poder.

Por otra parte, es muy posible que ese problema exija un planteamiento más valiente y más cristiano sobre la identidad del clero y del sentido del celibato, en el plano afectivo y ministerial, volviendo, si hace falta, aunque de un modo distinto, hasta modelos anteriores (previos la Reforma Gregoriana), para así avanzar hacia una Iglesia que no sea clerical como la de los últimos siglos.

4. Conclusión. Una renuncia ejemplar

+ Desde ese fondo se planteaba el tema de saber si un papa como Benedicto XVI podía liderar un cambio que muchos juzgaban necesario, según el evangelio, pues implicaba hondas transformaciones de fondo (carisma) y estructura (jerarquía, organización cristiana) que un teólogo de tradición como él no era capaz de asumir.

En aquel momento (2012‒2013) resultaba claro que él mismo (Benedicto XVI) o su sucesor debían revisar el sentido de esas tradiciones, y la forma de ejercer y liderar la “unidad dialogal” de la Iglesia con respeto al pasado, con apertura y autoridad, sin perder lo que han sido los mil (o mil seiscientos) años de historia de la Iglesia, recuperando su inspiración originaria (siglos I-III), desde los problemas de la actualidad.

En otros aspectos de su vida (doctrinales y teológicos) la iglesia del siglo XX y principios del XXI había querido volver a la raíz del evangelio, de manera que podemos hablar de una renovación bíblica, carismática, caritativa, teológica e en algunos casos incluso litúrgica… Pero en un plano del derecho y de organización la Iglesia (lo mismo que en el campo de la libertad humana) seguía sujeta a su pasado, con estructuras de gobierno que no brotan de la vida y mensaje de Jesús, sino de un tipo de filosofía jerárquica, como si el poder viniera directamente de un Cristo poderoso a un Papa igualmente poderoso sobre el conjunto de la Iglesia, gobernada por una Curia Vaticana cada vez más centrada en sí misma, con riesgo de convertirse en poder autónomo sobre la Iglesia.

El poder actual del Papa (con el Derecho Canónico) retomaba modelos del siglo XI, con sus bases neoplatónicas, imperiales y feudales, ratificadas por un absolutismo posterior (del siglo XVII). Pero imperio y feudalismo habían desaparecido con el tiempo, mientras la autoridad del papa permanecía anclada en un pasado, a pesar del conciliarismo, la reforma protestante y la ilustración del XVIII, y las revoluciones del XIX, y, sobre todo, a pesar del más hondo conocimiento de los orígenes cristianos.

Posiblemente había llegado la hora del cambio, no para negar un tipo autoridad del Papa, sino para estructurarla de una forma radical, desde la raíz del evangelio, no con un simple retoque de la Curia vaticana. Pues bien, el Papa Benedicto no parecía el hombre adecuado para plantear y realizar ese cambio, no sólo por su edad (había nacido el 1927, tenía ya más de 85 años), sino por su manera de pensar y porque en el mismo Vaticano surgieron escándalos de acusaciones, intrigas y luchas intestinas entre los miembros de la curia. La prensa habló de “cuervos” vaticanos, con el vati‒leaks, es decir, con fugas (leaks) o publicaciones de documentos secretos. Todo eso, unido a su propio estado de salud, con el escándalo creciente de la pederastia clerical, hizo que el Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) presentara por sorpresa la renuncia al papado (el 11.2.2013), de forma que los cardenales de la iglesia romana tuvieron que nombran un nuevo papa para situarse ante esos temas.