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Escribo estas pocas líneas desde el corazón. Sumido en el estupor no alcanzo a comprender cómo quien fuera el maestro de toda una generación de sociólogos, politólogos y economistas de América Latina y el Caribe hoy prefiere mantenerse “neutral” ante la trágica opción que enfrentarán los brasileños el próximo 28 de octubre: restaurar la dictadura, bajo nuevos ropajes, o retomar la larga y dificultosa marcha hacia la democracia. Para justificar su actitud el ex presidente declaró a la prensa que "de Bolsonaro me separa un muro y de Haddad una puerta."
Sorpresa, estupefacción, asombro. Porque,
¿cómo es posible que quien fuera una de las más brillantes mentes de las
ciencias sociales desde comienzos de los años sesentas del siglo pasado pueda
exhibir tal indiferencia cuando lo que está en juego es o bien el retorno
travestido y recargado de la dictadura militar (la misma que luego del golpe de
1964 lo obligó a exiliarse en Chile) o la elección de un político progresista,
heredero de un gobierno que, con todos sus defectos, fue quien más combatió la
pobreza en el Brasil y lo hizo en un marco de irrestrictas libertades civiles y
políticas?
A quienes fuimos sus alumnos en la FLACSO
de Chile, en la segunda mitad de los sesentas, nos deslumbraban sus brillantes
lecciones sobre el método dialéctico de Marx y las enseñanzas de quien a su vez
fuera su maestro, Florestán Fernándes; o cuando disertaba sobre la teoría de la
dependencia mientras escribía su texto fundamental con Enzo Faletto; o cuando
diseccionaba con la sutileza de un eminente cirujano la naturaleza de las
dictaduras en América Latina. Por eso, quienes atesoramos esos recuerdos
estamos sumidos en el más profundo desconcierto ante su atronador silencio en
relación a la que, sin dudas, es una de las coyunturas más críticas de la
historia reciente del Brasil. A los que tuvimos la suerte de enriquecernos
intelectualmente con sus lecciones nos cuesta creer las noticias que nos llegan
hoy de Brasil y que informan de su escandalosa abstención. Y cuando aquellas se
confirman, como ha ocurrido en estos días, lo hacemos con el corazón sangrante
y la mente convulsionada.
¿Cómo olvidar de que fue usted quien en
aquellos años finales de los sesentas nos ayudó a sortear las estériles trampas
de la sociología académica norteamericana y la ciénaga del estructuralismo
althusseriano, moda que estaba haciendo estragos en las juventudes
radicalizadas de Chile?
Después, desde mediados de los setentas y
a lo largo de los ochentas la suya fue la voz de la sensatez y la sensibilidad
histórica que debatía con algunos "transitólogos" deslumbrados por la
ciencia política de la academia estadounidense y a quienes, a fuerza de
argumentos y ejemplos concretos, obligó a revisar sus ingenuas expectativas
sobre las nacientes democracias latinoamericanas.
Recordamos como si fuera hoy sus
advertencias diciéndole a sus colegas que, en Nuestra América, el "modelo
de La Moncloa" -erigido como el arquetipo no sólo único sino también
virtuoso de nuestra todavía inconclusa “transición hacia la democracia”-
enfrentaría enormes dificultades para reproducirse en el continente más injusto
del planeta. Y sus previsiones fueron confirmadas por el inapelable veredicto
de la historia: ahí están nuestras languidecientes democracias, incumpliendo
sus promesas emancipatorias, impotentes para instaurar la justicia distributiva
y cada vez más vulnerables a la acción destructiva del imperio y sus
lugartenientes locales. Democracias, en suma, en rápida transición involutiva
hacia la plutocracia y la sumisión neocolonial.
Fue Cardoso uno de los principales
animadores del Grupo de Trabajo sobre Estado de CLACSO que se creara a
comienzos de los setentas. Su espíritu crítico, combinado con su fina ironía,
orientaron buena parte de las labores de ese pequeño conjunto de colegas. Tanto
en las discusiones sobre la transición a la democracia y la naturaleza de las
dictaduras que asolaron la región usted decía que “sin reformas efectivas del
sistema productivo y de las formas de distribución y de apropiación de riquezas
no habrá Constitución ni estado de derecho capaces de eliminar el olor de farsa
de la política democrática.” 1 Y la historia otra vez le dio la
razón.
Más allá de sus errores y limitaciones la
experiencia de los gobiernos de Lula y Dilma avanzaron, si bien con demasiada
cautela, para tratar de eliminar ese insoportable “olor de farsa” de las
democracias latinoamericanas. ¿Que en esos gobiernos hubo corrupción, que
aumentó la inseguridad ciudadana, o que algunos problemas no fueron encarados
correctamente, o inclusive se agravaron? Es cierto. Pero nada de esto
constituye una novedad en la historia brasileña ni es un producto exclusivo de
los gobiernos del PT, y usted como analista tanto como en su calidad de ex
senador, ex ministro y ex presidente lo sabe muy bien.
Tomar como “chivos expiatorios” de la
tradicional y secular corrupción de la política brasileña a Lula y el PT es un
insulto a la inteligencia de sus conciudadanos además de una maliciosa mentira.
Pero aún si estas críticas fueran ciertas
–cosa sobre lo cual no viene al caso expedirse en estas líneas- ellas son
" peccata minuta " ante el peligro que acecha a Brasil y a toda
América Latina. Y usted, con su inteligencia, a esta altura de su vida no puede
arrojar por la borda todo lo que enseñara a lo largo de tantos años. Usted
escribió páginas imborrables sobre las dictaduras latinoamericanas y en uno de
sus libros denunció con valor la pretensión de “sustraerse de la
responsabilidad política de caracterizar como dictatorial a un régimen que se
afirma sobre la violencia irrestricta y el atropello sistemático de los
derechos humanos.” 2
¿Qué cree que va a hacer Bolsonaro cuando
exalta a los torturadores y rinde loas a la dictadura del 64? Por eso estoy
convencido que de persistir en su actitud neutral cometería usted el mayor y
más imperdonable error de su vida, que arrojaría un ominoso manto de sombra no
sólo sobre su trayectoria como intelectual de Nuestra América sino también
sobre su propia gestión como presidente de Brasil.
¿Qué hay una puerta que lo separa a usted
de Fernando Haddad? Es cierto, pero el candidato petista ya lo invitó a pasar.
Abra esa puerta y entre, porque aquel muro que lo separa de Bolsonaro no sólo
caerá con todos sus horrores encima de las clases y capas populares de Brasil
sino también sobre su cabeza y su renombre. Nadie le pide que apoye
incondicionalmente a lo que hoy, nos guste o no, representa la única opción
democrática que hay en Brasil frente a la monstruosa reinstalación de la
dictadura militar por la vía de un electorado manipulado como jamás antes en la
historia del Brasil.
Que la fórmula petista sea la única opción
democrática en las próximas elecciones no sólo es producto del empecinamiento
de los gobiernos y del liderazgo del PT. Usted fue presidente, por ocho años, y
algo de responsabilidad le cabe también por esta imposibilidad de construir alternativas
políticas más de su agrado. Su delfín, Geraldo Alckmin, tuvo un desempeño
catastrófico en la primera vuelta. Por eso un hombre como usted no puede ni
debe permanecer neutral en esta coyuntura. Sus pasiones y su ostensible
animosidad hacia Lula y todo lo que él representa no pueden jugarle tan mala
pasada y nublar su entendimiento. Usted sabe que la victoria de Bolsonaro dará
luz verde a sus tropas de asalto a la democracia, la justicia, los derechos
humanos, la libertad. Tropelías y aberraciones que, para espanto de la
población, ya prometen y anuncian sin tapujos a través de la prensa y las redes
sociales en Brasil. En este caso su neutralidad se transforma en complicidad.
Ante tan grave encrucijada, ¿cómo puede
usted declararse prescindente en esta batalla crucial entre dictadura y
democracia? A veces la vida nos coloca en estas incómodas encrucijadas, y no
queda hay otro remedio que elegir y actuar. Recuerde que Dante, en La Divina
Comedia, reservó el círculo más ardiente del infierno a quienes en tiempos de
crisis moral optaron por la neutralidad. Usted, por su historia, por lo que
hizo, por su magisterio, por la memoria de sus propios maestros debe oponerse
con todas sus fuerzas a la re-encarnación de la dictadura bajo el mascarón de
proa de un político mediocre, violento y reaccionario que ni bien instalado en
el Palacio de Planalto, será fácil presa de los actores más siniestros del
Brasil.
Su nombre, Fernando Henrique, no debe
quedar inscrito entre los cómplices de la tragedia en ciernes en su país.
Créame si le digo, siendo fiel a sus enseñanzas, que a diferencia de Fidel si
usted persiste en esa actitud, en esa suicida neutralidad, la historia no lo
absolverá, sino que lo condenará y lo atormentará hasta el fin de sus días.
Contribuya con su palabra a que Brasil
sortee el peligro del inicio de un nuevo –y probablemente extenso- ciclo
dictatorial que sólo agravará los problemas que hoy lo atribulan. Y luego,
despejada esa amenaza, discuta sin concesiones como mejorar la democracia en su
país; critique las políticas que proponen Haddad y D’Avila, pero primero
asegure que su pueblo no volverá a caer en los horrores que con tanta fuerza
usted condenó en el pasado.
Su silencio, o su abstención, serán
implacablemente juzgados por los historiadores del futuro, como ya lo son hoy
por sus asombrados contemporáneos que no pueden entender las razones de su
postura. Tiene poco tiempo para evitar tan triste final y evitar que la neutralidad
se convierta en complicidad.
Recuerdo cuando, en medio del furor
causado por el auge de la teoría de la dependencia usted exhortaba a sus
cultores a no apartarse de las enseñanzas de Lenin cuando exigía, antes de
parlotear superficialmente sobre el tema, llevar a cabo “un análisis concreto
de la realidad concreta.” Y remataba esa observación advirtiendo sobre el
peligro de que “el hechizo de las palabras sirva para ocultar la indolencia del
espíritu”. 3
Ojalá que su brillante inteligencia no
haya caído víctima de la indolencia y prevalezca, en esta hora decisiva, sobre
la fuerza de unas incontrolables pasiones que le impiden abrir la puerta que lo
separa de Fernando Haddad y evitar que Brasil se hunda en el basural del
fascismo.
Notas:
1 Cf. “La
democracia en las sociedades contemporáneas”, en Crítica & Utopía, Buenos
Aires, N°6, 1982, y también en “La Democracia en América Latina”, Punto de
Vista, Buenos Aires, Nº 12, abril, 1985.
3 Fernando H.
Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes.
Argentina y Brasil, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, p. 60.