Entrevista a José M. Castillo S.
www.religiondigital.com / 240718
José
María Castillo es uno de
nuestros mejores teólogos. Durante años, perseguido y condenado por defender
una teología popular, abierta y cercana a los pobres. Ahora, la llegada del
Papa Francisco ha supuesto una rehabilitación en toda regla para
Castillo.
No
sólo teológica, sino visible: el mismo Bergoglio recibió, y agradeció a Pepe
Castillo su teología, en una histórica jornada, que recordamos en esta
entrevista con motivo de la publicación de 'La religión de Jesús. Comentarios al Evangelio diario Ciclo
C', editado por Desclée. El futuro de la iglesia y de las
religiones, también sobre el tapete, con una idea clara: "El Evangelio
no es una religión y, por tanto, el cristianismo tampoco: es un proyecto de
vida". Siempre es un honor
y un placer: Pepe Castillo, bienvenido a tu casa.
Efectivamente, esto es una prolongación de
mi casa.
También es lo que se pretende.
Estamos intentando crear una gran familia en Religión Digital, con ustedes y
con nosotros. Dentro de esa familia siempre hay niños que vienen nuevos y muy
deseados porque, además, este es un libro que haces todos los años y que ya lo
tenemos aquí: "La religión de Jesús. Comentarios al Evangelio diario Ciclo
C (2018-2019)", de José María Castillo, en la editorial Desclée. Siempre
se eligen unas fotos preciosas de niños, en los últimos años.
Sí. La portada la cuidan, entre otras
cosas. Ya son once años seguidos.
¿No resulta complicado? Al final
son tres ciclos, ¿sí?
Sí.
Este lo has repetido, será el
tercero o el cuarto.
Claro. Es una de las dificultades que
tiene, a estas alturas, hacer este libro y sus correspondientes comentarios:
que hay peligro de repetirse. Yo intento superarlo poniendo mucha atención a
una cosa que me parece fundamental, y es la situación. Porque la vida va
cambiando muy deprisa y, además, en cosas muy hondas y muy importantes. Y, por
tanto, responder a las preguntas que la gente se hace, o a los problemas que la
gente vive, me parece que es una de las cosas más importantes que se pueden
hacer, en la medida en que un libro de este tipo puede hacerlo.
¿Y qué nos dice el Evangelio de lo
que está pasando en el mundo hoy?
Nos dice que en cuestiones muy
fundamentales de la vida este mundo ha derivado hacia otros intereses, otros
problemas, y otras soluciones que están justamente en oposición al Evangelio.
Esto me parece importante. Y lo que quiero añadir es, a mi modo de ver, lo más
fundamental en este momento: la relación entre la iglesia y el Evangelio.
¿Cuál es esa relación? ¿Qué
problemas tenemos en esa relación?
El problema esencial, a mi manera de ver y
tal como lo estoy desarrollando en un libro que saldrá pasado el verano es, que la Iglesia, en gran medida y en lo
fundamental, ha marginado el Evangelio.
¿Pero no sería la base sobre la que
se asienta?
Efectivamente, es la base; es el eje, el
centro. Pero, sin embargo, no lo es. Aunque tenemos la suerte del papa actual.
El papa Francisco es un personaje singular
en la historia del papado: es, por lo que sabemos, un papa enteramente
original. Desde mi punto de vista, es un hombre que, sin decirlo, en su
intimidad profunda, es lo que él se ha marcado y cómo lo ha programado. Pero el
hecho es que está cambiando el papado. Y lo está cambiando por su manera de
vivir, su humanidad, sobre todo, su cercanía a la gente, su sintonía con los
que nadie sintoniza; las gentes más desamparadas y desgraciadas de este mundo.
Este papa está cambiando la situación:
está cambiando el papado y está cambiando también el futuro de la iglesia. Esto
quiero destacarlo.
¿Es suficiente? Quiero decir: que
no deja de ser un hombre delante de un mastodonte, como es la institución
eclesiástica, que pelea con fuerza y con fiereza para no hacerse el harakiri,
para no desaparecer, en el sentido de desparecer las jerarquías, de los
vínculos de poder; esa estructura piramidal que deja un poquito ahogado al
pueblo de Dios.
Sí, así es, porque en el fondo hay un
peligro que es mucho más grave: no es ningún secreto que el Papa tiene grandes
-vamos a decirlo- enemigos en la iglesia. Y enemigos de muy alto nivel. No solo
entre el mundo laical, político, económico, social, intelectual..., sino lo más
doloroso: en el mundo eclesiástico.
Los tiene en casa.
Sí. Enemigos que quisieran quitarlo de en
medio cuanto antes, o que Dios lo quite de en medio. Pero es un hecho. Y la
raíz del problema, desde mi punto de vista, está en que la iglesia desde sus
orígenes mismos ha tenido siempre una dificultad, una distancia y a veces una
contradicción muy fuerte con el Evangelio.
No olvidemos una cosa muy importante: el
Evangelio no es lisa y llanamente una religión. Prueba de ello es que, al
protagonista del Evangelio, que es Jesús, lo mató la religión. Y según los
relatos del Evangelio, que a fin de cuentas es una teología narrativa no
expuesta en teorías ni en doctrinas sino en relatos de hechos, de sucesos de la
vida.
Esta recopilación de relatos, que cada uno
de los evangelistas organizó y presentó de una manera distinta, en el fondo
coincide en una cosa esencial y en la que, normalmente, una cantidad notable
del mundo clerical se resiste a reconocer.
¿Y qué es?
Que el evangelio no es una religión y, por
tanto, el cristianismo tampoco. Es un
proyecto de vida. Y digo que no es una religión por lo que ya he indicado
antes y no me cansaré de repetir: que nunca deberíamos olvidar que el Evangelio
es la historia de un conflicto. Un conflicto que terminó en muerte y, esto sí
que es curioso, el gran defensor y el que más se resistió a matar a Jesús, fue,
según los relatos de la pasión, el procurador romano.
Pilato, sí.
Lo notable es que lo más empeñados en que
había no solo que matarlo sino además matarlo en una cruz (es decir, de la
manera más cruel y más humillante y degradante que había en aquella cultura y
en aquella sociedad) eran los máximos cargos de la religión.
El que la iglesia y el cristianismo se ha
presentado, se ha vivido, se ha organizado y está en la sociedad como una
religión más, ha sido a costa de desfigurar, de deformar y marginar el eje y
centro del Evangelio.
Entonces, -y esto siempre lo
discutimos- ¿cómo consigues expandir el mensaje, el proyecto-vida de Jesús, a
todo el mundo, sin convertirte en una religión que, además, está apegada a un
poder? Porque sin el Imperio Romano, probablemente esta expansión hubiera sido
imposible. Y sin determinadas ligazones entre el poder y lo religioso,
seguramente el mensaje de Jesús no hubiera llegado durante los siglos a tanta
gente. ¿Eso es una teoría del mal menor? ¿O sirvió durante una época para
expandir el mensaje, pero la institución debería haberse retraído, después, de
su relación con el poder?
Lo que yo he podido averiguar leyendo,
estudiando y reflexionando sobre esto prácticamente toda mi vida, pero sobre
todo en los últimos años, es que hay un proceso que se provoca ya desde el
comienzo.
Seré lo más breve posible: Lo primero es
que las primeras iglesias se expandieron por el imperio sin conocer el
Evangelio porque el propagador principal de aquellas iglesias fue san Pablo.
San Pablo no conoció a Jesús y, por tanto, tampoco el Evangelio. Lo que él
vivió en la famosa experiencia en el camino de Damasco cuando, dicen, se cayó
del caballo, (aunque la historia no menciona ningún caballo) fue la experiencia
de Cristo resucitado. Por tanto: Cristo, ya no de este mundo sino después de
este mundo; en la plenitud de su gloria en la eternidad.
Entonces, parecía como las
primarias del PP, porque Pablo y Pedro (que Pablo sí conoció y trató a Pedro)
ya tenían sus trifulcas sobre cómo tenía que ser esto. Suena un poco a
Cospedal/Soraya.
Tuvieron enfrentamientos por esto y por
otros motivos para los que ahora no tenemos tiempo. Pero el hecho es que Pablo
no conoció a Jesús. Es más, él llega a decir, en la segunda carta a los
corintios, que el Jesús según la carne (o sea, el Jesús humano) no entró en sus
intereses. Y sigue: “y si alguna vez me interesé por eso, en este momento no me
interesa nada”.
La iglesia hoy ¿es más Pablo o más
Pedro? ¿O más ninguno de los dos?
La Iglesia no se reduce a Pedro y Pablo.
Bueno, pero como síntoma: si es una
iglesia más espiritual, una Iglesia más estructura, o más intentando volver a
los orígenes.
Si por Pedro entendemos la iglesia que
proviene del Jesús histórico, evidentemente el Evangelio es más de Pedro.
Mientras que las cartas apostólicas que Pablo iba enviando a sus iglesias por
todo el Imperio, desde el Oriente hasta -dicen que llegó- España, las elabora
Pablo desde su experiencia del trascendente, del Resucitado. Muy condicionado
también por sus ideas de educación: se educó en la cultura griega, está muy
marcado por el pensamiento estoico y parece que se puede afirmar con toda
garantía que tenía condicionantes de origen gnóstico. Y todo esto no es Jesús,
es otra cosa y va por otros caminos.
Lo notable es que los evangelios empezaron
a aparecer a partir del año 70, unos cuarenta y tantos años después de la
muerte de Jesús. Cuando ya la iglesia se había organizado en comunidades y en
asambleas por las grandes ciudades del imperio. Esa es la primera dificultad.
La segunda dificultad es que las
asambleas que organizaban las iglesias de Pablo no tenían templos, ni tenían lo
que hoy llamamos iglesias, en el sentido de edificios. Se reunían en casas,
pero tenían que ser casas grandes y los que disponían de casas así eran los
ricos y potentados. Por lo que la iglesia se organizó en torno a las casas de
la gente rica, importante, y sus consiguientes intereses.
El tercer factor -que mucha gente
no sabe ni ha caído nunca en la cuenta- es que en los primeros siglos todo el imperio
era bilingüe: se hablaba sobre todo el griego, también el latín. Pero los
evangelios se redactaron en griego, y el griego lo conocía la gente culta. La
gente por tanto de cierto nivel social, cultural, con todos los aditamentos que
inevitablemente eso lleva consigo. Y los pobres ¿qué hacían? Pues lo que
siempre han hecho y siguen haciendo: se quedan al margen.
La primera traducción completa de la
Biblia de la que se tiene conocimiento, no es la que da el famoso patrólogo
Quasten del año 180, que ya es bastante: sería casi siglo y medio largo después
de la muerte de Jesús. Según Tertuliano, en el siglo III es cuando hay noticias
de esa primera traducción de toda la Biblia al latín. Por tanto, los dos
primeros siglos, el pueblo no podía conocer el Evangelio.
Hay un cuarto factor muy
importante: a comienzos del siglo IV viene la famosa llamada “conversión de
Constantino”. A partir de aquel momento a la Iglesia se le empiezan a conceder
privilegios. No me detengo en esto. Pero conviene tenerlo en cuenta. Y en el
mismo siglo IV, ya al final, con el emperador Teodosio que era originario de lo
que ahora llamamos España (parece que de Aragón).
Fue el que declaró la iglesia como
oficial del imperio.
Claro. Teodosio fue el emperador que dio
un paso más que Constantino, porque Constantino la permitió, pero Teodosio la
declaró la única, y todas las demás pasaron a la clandestinidad. A partir de
ese momento, finales del siglo IV, hasta comienzos del siglo VI, se produce un
fenómeno que ha sido estudiado detenidamente, muy documentado, por uno de los
hombres más competentes que tenemos en este asunto. Probablemente el más
competente en todo el mundo: un profesor de Oxford que se llama Peter Brawn.
Escribió un libro que tiene un título muy curioso: “Por el ojo de una aguja”.
Que es aquello del Evangelio de que antes entra un camello por el ojo de una
aguja que el que un rico entre en el Reino de Dios.
Este historiador demuestra cómo desde
finales del siglo IV, todo el siglo V y hasta comienzos del siglo VI, se
produjo un fenómeno sorprendente: la entrada en avalancha de la gente más rica
y potentada en la iglesia. La cosa llegó hasta el extremo de que hubo
muchísimos casos de obispos nombrados sin estar ni bautizados. El caso más
conocido es el del que fue obispo de Milán, san Ambrosio. San Ambrosio era
catecúmeno, y de catecúmeno lo consagraron obispo porque vieron que era el
único que podía gobernar una iglesia ingobernable por los líos que tenía. Eso
se repitió por las Galias y también en la Hispania romana. Se difundió.
Esta entrada masiva de gente rica y
poderosa en la iglesia le dio un giro completamente nuevo: se mantenía el
Evangelio, pero no se vivía. Y aquí quiero insistir en una cuestión que me
parece capital: el Evangelio no es una teoría, es una forma de vivir. Y está
presente en la medida en que se vive. Si no es así, tendremos una o muchas
teorías, incluso hay bastantes dichos evangélicos que se han convertido en
dichos populares, pero una cosa es decirlos y otra vivirlos.
Y este
es el gran problema de la iglesia: que tenemos una institución bien organizada,
bien gestionada y bien estructurada pero igualmente alejada y distante del
evangelio. Aunque hay personas, movimientos y grupos que lo viven, que se
esfuerzan en vivirlo. A mí me ocurrió, en tiempos de Pablo VI, estando en Roma
el domingo de Pascua de Resurrección, que fui a la Plaza de san Pedro a la misa
del Papa. Duré allí diez minutos. Cuando vi el espectáculo, impresionante, yo
pensaba: y todo esto, ¿qué tiene que ver con aquello de Jesús que nació en un
pesebre y murió colgado como un delincuente?
¿Has encontrado una respuesta a
eso?
Te aseguro que aquella mañana me fui a dar
un paseo por las callejas del Trastevere, e iba dándole vueltas a la cabeza:
«¿se me ha ido la cabeza? ¿estoy loco? ¿O la gente está loca? Cómo es posible
que la historia de Jesús hay sido el origen de esto».
Aquel día había una representación de los
militares aquellos que mataron a tanta gente en Argentina. Había representantes
de dictaduras de América Latina, de Europa... ¡Yo qué sé! De todo el mundo y
allí, en primera fila...
Como me impresionó cuando yo era
estudiante y fueron mis padres, ya mayores, a verme a Roma. Y aún el Papa usaba
la silla gestatoria, la tiara y todo aquel aparato de cornetas, inciensos,
vestimentas...
Recuerdo que mi madre, (era muy buena
mujer, nosotros somos de un pueblo y de una familia sencilla) que no tenía una
cultura especial, se quedó pálida. Le pregunto:
—Mamá, ¿te pasa algo?—
—Estoy pecando—
—Mamá, por favor, que estamos en San
Pedro. Aquí no se peca: aquí se viene a rezar o a unirse a la iglesia.
Y me dijo mi madre:
—Es que yo recuerdo que el Señor en lo
único que se subió fue en una borriquilla. ¡Y mira cómo viene ese señor!—
Qué pedazo de lección.
Aquello se me quedó clavado en el alma y
luego no he parado de darle vueltas. Y ahora, en los once años que llevo
escribiendo esto de los evangelios, no paro de pensar en el mismo problema.
Estoy acabando ya un libro que se titula
“El Evangelio marginado”. Y es que esto es un dolor: por eso el papa actual es
una bendición. Pero él solo luchando... Aunque no está solo del todo, está muy
condicionado. Y eso que dicen de “por qué no los quita a todos y pone a otros”
se dice muy pronto: el Papa tiene que tener mucho cuidado en eso, porque se
podría organizar un cisma.
Los pontífices son tendedores de puentes,
no destructores de comunión y, claro, es complicado. Es muy difícil el trabajo
que tiene por delante Francisco.
Es una cosa extremadamente complicada, y
delicada: ser bueno, pero al mismo tiempo ser firme y coherente con todos.
Armonizar esas dos cosas es un auténtico milagro. Harán falta años y años para
que esto pueda salir adelante.
Pero hay cosas que no me quiero callar y
aprovecho este momento:
Primero, ya lo he dicho, que lo de las
familias sería fundamental organizarlo porque es una lástima; a fin de cuentas,
son muchos miles de personas los que todavía van a misa. Pocas instituciones
tienen tanta gente asegurada todos los domingos.
Otra cosa importante sería admitir como
sacerdotes a hombres casados. Y más cuando se sabe con seguridad que fue una
tradición que se introdujo en el siglo IV o V.
Y, en tercer lugar, el problema de la
mujer: por qué no se permite que las mujeres puedan ser sacerdotes igual que
los hombres lo son. Aquí hay una cuestión más de fondo: ¿cómo con tanta
frecuencia se confunde un fenómeno sociológico, cultural e histórico con un
hecho teológico?
Naturalmente la mujer en las culturas
antiguas estaba marginada. Y todavía vivimos de residuos de eso. Pero si de
algo nos hemos convencido, y cada día lo vemos más claro, es que una sociedad
que margina a la mujer no puede ir a ninguna parte. Y la iglesia tiene que
abordar ese fenómeno cuanto antes: la mujer tiene los mismos derechos que el
hombre, y también en teología. Es más, leyendo y releyendo, estudiando los
evangelios, una de las cosas que más llaman la atención es el cuidado exquisito
de protección, de respeto y de defensa que tuvo Jesús con la mujer, siempre.
Fueran judías o de otros orígenes, y tuvieran la conducta que tuvieran. Jesús
siempre las defendió: pues vamos a defenderlas.
Y lo último que quiero decir es que yo no
tengo boca, ni palabras, ni encuentro argumentos para ponderar y agradecer al
papa Francisco el hecho de que él mismo me telefoneara a mi casa, y que
organizara que pudiéramos vernos y tener una entrevista. Yo le dije:
—Mire, padre Francisco, usted y yo somos
dos jesuitas sin papeles lo mismo que Díez Alegría, solo que él se salió por
arriba y yo me he salido por abajo—
Y se reía. Luego le regalé dos libros y me
dijo:
—Siga escribiendo. No deje de hacerlo
porque con esto le hace mucho bien a la gente—
Eso me ha hecho a mi más bien que todos
los predicadores, directores espirituales, confesores, etc., que he tenido en
mi vida.
Vamos a hacerle caso al Papa, ¿no?:
siga haciéndolo.
Eso estoy intentando. Y aunque ya tengo
bastantes años, sigo trabajando y seguiré trabajando con ilusión mientras la
cabeza y el cuerpo aguante.
La edad está en el corazón, José
María, y tú eres muy joven. Como esta niña de la portada de tu libro: “La
religión de Jesús. Comentario al evangelio diario. Ciclo C (2018-2019)” editado
por Desclée, como siempre. Muchísimas gracias por la charla y por tu magnífico
trabajo también en religión Digital: ese inmenso servicio que haces a un montón
de lectores que te siguen en todo el mundo. Muchas gracias y siempre adelante.
Muchas gracias a vosotros y a Religión
Digital por el inmenso bien que hace en todo el mundo, especialmente en España,
en Europa y en América Latina.
En eso estamos, José María, y
gracias a personas como tú lo conseguimos.