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En el México de 1926, en los días previos
al estallido de la Cristiada, la diplomacia hacía grandes esfuerzos para evitar
el conflicto armado que se avizoraba. Cartas y telegramas iban y venían entre
la Ciudad de México y el Vaticano… hasta que empezó la guerra. En 2006 los
archivos de la Iglesia se abrieron y permitieron conocer muchos de esos
documentos. El historiador milanés Paolo Valvo se dedicó a estudiarlos y ofrece
ahora su análisis en un libro de reciente aparición, donde se desliza la idea
de que la Guerra Cristera se precipitó debido a la labor de un grupo de obispos
que hicieron de la intransigencia su bandera.
En julio de 1926 los obispos mexicanos
decidieron suspender el culto público en México, una decisión sin precedente
que antecedió a la Cristiada, la guerra religiosa que desangró a México hasta
1929. Pío XI los apoyó. Tal ha sido el relato predominante de aquellos hechos.
No obstante, una investigación a partir de
documentos desclasificados del Vaticano aporta ahora una nueva reconstrucción
histórica. Según ésta, el entonces pontífice fue “engañado” por una minoría
organizada de sacerdotes intransigentes.
“Pío XI fue convencido de que la mayoría
de los obispos mexicanos estaban a favor de suspender el culto religioso en el
país. En realidad, como han revelado las cartas en los archivos romanos, esa
decisión fue de una minoría de obispos intransigentes, ligados a un grupo de
jesuitas de la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa”, cuenta
Paolo Valvo, profesor de la Universidad Católica de Milán y autor de la
investigación.
Valvo, quien trabajó siete años para
reconstruir lo sucedido, ha reunido la información de documentos, cartas,
apuntes y telegramas que contienen estas revelaciones en Pío XI y la Cristiada,
libro de 540 páginas publicado recientemente en Italia y que ya ha recibido
propuestas para editarse en español. Y es que Valvo ha tenido acceso a fuentes
de las que no disponían hasta hace poco los historiadores: los Archivos
Vaticanos relativos al pontificado de Pío XI (1922-1939), desclasificados en
septiembre de 2006.
El relato que surge habla de una secuencia
de eventos que dan otra versión respecto a las ya existentes en los archivos
mexicanos y estadunidenses sobre esos convulsos días.
La
Liga
En los documentos desclasificados aparece
un grupo de jesuitas de la Liga –Alfredo Méndez Medina, Mariano Cuevas, Rafael
Martínez del Campo y Carlos Heredia, son algunos de ellos– que llevó adelante
la propuesta de la suspensión del culto hasta influir en la reunión de los obispos
mexicanos que antecedió a la toma de postura de Pío XI.
Una maniobra que cuajó primero a través de
un cuestionario, entregado por Méndez Medina en junio de 1926 a los obispos
mexicanos y que presentaba la intransigencia como la única vía posible, como
forma de protesta por la reforma anticlerical del presidente Plutarco Elías
Calles, afirma Valvo.
“Los archivos han arrojado una versión
distinta a la conocida hasta ahora de la reunión del Comité Episcopal del 10
de julio de 1926 en la que los obispos mexicanos se habrían pronunciado a favor
de la suspensión del culto. Lo que se desconocía es que en aquel encuentro se
enfrentaron una mayoría más moderada, pero desorganizada y poco firme, a una
minoría de radicales que finalmente logró hacer prevalecer su postura.
“Este bando era liderado en particular por
Pascual Díaz y Barreto y José Mora y del Río, el secretario y el presidente del
Comité”, dice el investigador italiano, cuyos estudios han sido incluso
acreditados por Jean Meyer, uno de los mayores historiadores de la Guerra
Cristera.
“De esta manera, la postura intransigente
fue finalmente plasmada en un telegrama, que el 18 de julio de 1926 fue
trasmitido (al Vaticano) desde Cuba, isla a la que había viajado Manuel de la
Peza, un miembro de la Liga. ¿Por qué desde Cuba? Hay una razón formal: allí
residía el delegado apostólico (el maltés George Caruana) desde su expulsión el
10 de mayo de México; y otra más política: la delegación apostólica en México
seguía abierta y su secretario era monseñor Tito Crespi, quien tenía una
opinión crítica de los radicales”, añade el investigador.
“Tanto es así que Crespi intenta avisar al
secretario de la delegación de Cuba, Liberato Tosti, y al Vaticano, de lo que
está ocurriendo en México, y recomienda tomar tiempo antes de responder al
Comité Episcopal. No obstante, Crespi no logra sus propósitos. En parte porque
trasmite un mensaje poco claro a Tosti, y en parte porque ya no poseía el
cifrado para comunicarse con el Vaticano y, por tanto, debe recurrir a un
diplomático de la embajada francesa llamado Ernest Lagarde”, añade Valvo.
“Es difícil saber qué pensó Tosti y si no
entendió el mensaje de Crespi. Probablemente influyó que De la Peza traía
consigo varias cartas, incluso para el arzobispo de Cuba, en apoyo a la postura
intransigente. Y que, además, en esos días Caruana se encontraba en Estados
Unidos”, añade.
En tanto, el 15 de julio el obispo Rafael
Guízar y Valencia –declarado santo en 2006 por Benedicto XVI– envió otro
telegrama al Vaticano, en el que “humildemente” opina que “la suspensión cultos
en toda República es sumamente perjudicial”. Este mensaje, como otros más, cayó
en el vacío.
Malentendido
Con base en la documentación que consultó,
Valvo explica que la decisión de suspender el culto fue producto de una
secuencia de equivocaciones. Así, mientras Tosti está el 18 de julio en Cuba
enviando el telegrama que contiene la postura intransigente, en Roma ya se
están reuniendo los miembros de la Comisión de Asuntos Extraordinarios del
Vaticano, que en ese momento presumiblemente desconocen el contenido de esa
nota.
“En estas circunstancias, se abren los
trabajos de la reunión de la Comisión de Asuntos Extraordinarios. El tema del
debate es cuál debe ser la postura del Vaticano sobre lo que ocurre en México.
Se enfrentan dos posiciones. Una, la más pragmática, es la del cardenal
secretario de Estado, Pietro Gasparri, que defiende la moderación. “La otra es
de Tommaso Pío Boggiani, una voz influyente por su pasado como delegado
apostólico en México desde 1912 hasta 1914”, cuenta Valvo, al subrayar que se
desconoce si Boggiani había entrado en contacto con los intransigentes, aunque
es un hecho que ambas posturas coinciden.
“A falta de un consenso, la Comisión acaba
sin un acuerdo y se decide entregar al Papa únicamente el resumen de la
discusión, sin dar una indicación precisa. Todo ello mientras en Roma se
encuentra en esos días Vicente Castellanos Núñez, obispo de Tulancingo, quien
había recibido instrucciones de los intransigentes”, cuenta el historiador. El
papel de este obispo no es secundario. “Castellanos Núñez, quien en la mañana
del 21 de julio se reúne con Pío XI, había sido contactado a comienzos de julio
por Díaz y Barreto, a través de una carta en la que se defendían las razones de
la intransigencia y se pedía hacer llegar esa argumentación al Papa.
“Su influencia fue decisiva para que el
Papa apoyara la posición de los intransigentes, como también atestigua otra
carta de 1937, escrita por el jesuita Rafael Martínez del Campo”, relata Valvo.
“Tanto es así que cuando Pío XI se da
cuenta de las maniobras de los intransigentes, a finales de 1927, toma la
decisión de que los tres obispos enviados a Roma por el Comité Episcopal –José
María González Valencia, obispo de Durango; Emeterio Valverde Téllez, de León;
y Jenaro Méndez del Río, de Tehuantepec– se vayan de la ciudad.
“El Papa asume esta postura convencido de
que lo estaban usando para acreditar una posición en favor de la lucha armada
sobre la que el Papa había evitado pronunciarse”, afirma el historiador. “Y la posición
de Pío XI en relación con el enfrentamiento armado fue compleja, ni de apoyo ni
de rechazo”, añade.
No obstante, el daño ya ha sido hecho. “La
respuesta de Pío XI, transmitida a México el 21 de julio de 1926 y muy general
sobre qué piensa el Vaticano sobre lo que ocurre en México, es interpretada
como un sostén a la suspensión del culto. Y ello, a pesar de que en el
telegrama vaticano no aparecen siquiera las palabras ‘suspensión del culto’”,
argumenta Valvo.
Poco después, empiezan los primeros
enfrentamientos.
El
telegrama
Otro traspié se verifica en la vigilia de Los
Arreglos, el pacto entre el gobierno de México y la jerarquía de la Iglesia
católica con que terminó La Cristiada, el 21 de junio de 1929, tras miles de
muertos en los combates y una serie de intentos fallidos de negociación en los
que se involucró también el Vaticano.
El episodio en cuestión remite a un
misterioso caso de una mala interpretación de un telegrama enviado por el
Vaticano pocas horas antes de que se firmaran Los Arreglos, en respuesta al
borrador transmitido anteriormente por los obispos mexicanos del acuerdo
alcanzado con el gobierno interino de Emilio Portes Gil.
Se trata de un telegrama que, como han
revelado ahora los papeles conservados en el Vaticano, es enviado el 20 de
junio de ese año por el cardenal Gasparri a los obispos mexicanos. En el mismo,
se busca reafirmar que Pío XI no está satisfecho con el pacto.
“Durante la transmisión del telegrama,
traducido al español y enviado a través de la embajada chilena de la Santa
Sede, con toda probabilidad, se produjo un error, de tal manera que la frase
redactada en el Vaticano de que ‘Su Santidad está deseoso de llegar a un acuerdo
pacífico y justo’ llega a México como ‘Su Santidad está deseoso de llegar a un acuerdo
pacífico y laico’”, cuenta Valvo.
“No sabemos exactamente qué pasó, si fue
un error de traducción, o alguien intencionalmente cambió la palabra ‘justo’
por ‘laico’. (…) Lo que es seguro es que nadie en la Santa Sede escribió la
palabra ‘laico’”, señala el historiador.
Ante esa situación, Leopoldo Ruiz y
Flores, encargado de la comunicación, se queda tan asombrado que envía otro
telegrama al Vaticano, en el que pide que le aclaren el significado del
término.
“Ruiz y Flores escribe: ‘Explíqueme
significado de la última palabra punto primero’. Gasparri, que desconoce que
Ruiz y Flores está preguntando qué significa el término ‘laico’ y cree que se
refiere a la palabra ‘justo’, responde: ‘Primer punto: la última palabra
significa con justicia’. Eso fue lo que hizo que Ruiz y Flores presentase esa
respuesta, forzando la interpretación del contenido del telegrama inicial, y
probablemente con el objetivo de poner inmediatamente fin a las luchas, como la
prueba de que la Santa Sede aceptaba un arreglo dentro del marco constitucional
vigente en México”, relata Valvo.
El episodio, en efecto, culmina con la
firma de Los Arreglos, un acto que despoja a la lucha armada de los cristeros
de su legitimación, después de una negociación en la que Pío XI varias veces se
había pronunciado contrario a un acuerdo que no incluyera la modificación de
las normas constitucionales hostiles a la Iglesia católica.
Una prueba de ello está también en lo que
revelan los papeles vaticanos sobre la opinión de Pío XI acerca de Dwight
Morrow, un exbanquero de J. P. Morgan enviado a México como embajador con la
misión de contribuir a la estabilización del país. “Es cierto que Pío XI lo
veía como un hombre de buena voluntad, pero su actuación como pacificador nunca
llegó a convencer completamente al Papa. Lo creía demasiado ‘norteamericano’ y ‘pragmático’,
y no le satisfacía su mediación por la ausencia de un compromiso claro a
modificar las normas constitucionales de Calles”, comenta Valvo.
“En estas circunstancias, Pío XI entró en
las negociaciones, a la par de que se estableció un equipo que incluía al
jesuita estadunidense Edmond Walsh, amigo íntimo del Papa, y Miguel Cruchaga
Tocornal, el exembajador de Chile en Estados Unidos. Este nuevo equipo aparece
en la documentación vaticana a partir de junio de 1928”, afirma Valvo. “Es un
paso clave, pues aunque no consigue lo deseado por el Papa, Walsh logra que Pío
XI tenga una posición más abierta para encontrar una solución”, añade.
Con ello, pasarían 25 años para que México
y el Vaticano restablecieran, en 1992, relaciones diplomáticas, después de la
reforma del artículo 130 de la Constitución mexicana y la entrada en vigor de
la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público ese mismo año.