Alejandro Nadal
www.jornada.unam.mx / 260918
Una distancia de 180 kilómetros separa las
localidades de Sharpeville y Marikana en la provincia de Gauteng, Sudáfrica.
Por la carretera N1 el recorrido toma menos de dos horas. Pero por un trágico
paralelismo, la distancia histórica entre ambos lugares es mucho más corta.
Ambos sitios han sido escenarios de terribles masacres en contra de una clase
trabajadora que sólo aspiraba a mejorar sus condiciones de vida luchando por
medios no violentos.
La mañana del 21 de marzo 1960 una manifestación
pacífica en contra de la ley de pases llegó hasta el centro de Sharpeville. Esa
legislación imponía rígidos controles sobre el desplazamiento de la población
negra en todo el país. Esa norma era una pieza importante en la política de
segregación racial que desde 1948 buscaba consolidar el dominio de la minoría
blanca. Los pases oficiales muy rápidamente se convirtieron en rutina odiosa
para la población negra. A lo largo de la década de los años 1950 el Congreso
Nacional Africano (CNA) organizó movilizaciones pacíficas para luchar contra el
sistema de pases, así como el régimen de localización forzosa de la población
negra en los townships, que no eran
otra cosa que tugurios en los que el hacinamiento y la miseria convivían con la
represión como hermanos gemelos.
Ese día la policía abrió fuego contra los
manifestantes y cuando cesaron los disparos 69 personas yacían muertas,
incluyendo mujeres y niños. Otras 180 habían sido heridas por las balas. Para
tratar de controlar la indignación que siguió la matanza, el gobierno impuso el
estado de sitio e intensificó la represión, proscribió el CNA (que pasó a la
clandestinidad) y en unos cuantos días arrestó a más de 11 mil personas. El
nombre de Sharpeville recorrió el mundo, atrayendo la atención sobre el
oprobioso régimen del apartheid y la lucha de la mayoría negra.
En los años que siguieron a la masacre, la
lucha contra el apartheid se recrudeció. Y en el plano internacional, a pesar
de que Pretoria tenía como aliados a Inglaterra y Estados Unidos, el
aislamiento del gobierno sudafricano se convirtió en pesadilla para la minoría
blanca. En el frente interno, el CNA siguió proclamando la nacionalización de
minas y fábricas, así como una profunda reforma agraria, como estrategia para
dar el control de la economía a la mayoría negra.
La lucha culminó en 1990. Ese año el
gobierno de Sudáfrica legalizó las actividades de los partidos políticos que se
habían opuesto al apartheid y comenzó a negociar el final del régimen que había
institucionalizado la segregación racial. En las elecciones de 1994, el CNA (en
coalición con la Confederación de Sindicatos y con el Partido Comunista
Sudafricano) obtuvo más de 62 por ciento de votos.
La adopción de posiciones cercanas a los
postulados del neoliberalismo comenzó desde la transición y se consolidó al
aprobarse la nueva Constitución en 1994. Desde entonces cada gobierno
contribuyó a colocar candados legales e institucionales sobre la economía del
país, con el fin de hacer más difícil modificar el entramado de la política
económica neoliberal.
Al final del mandato de Nelson Mandela,
primer presidente democráticamente electo en Sudáfrica, el neoliberalismo ya se
había convertido en la estrategia económica de la nueva república. Sus
sucesores (Thabo Mbeki, Jacob Zuma y Cyril Ramaphosa) continuaron profundizando
el proceso. Zuma y Ramaphosa han estado involucrados en graves escándalos y
acusaciones de corrupción.
Aquí es donde Marikana entra en la
historia. En esa localidad se encuentra la mina de platino del consorcio
británico Lonmin, ubicada en la faja de Bushveld, que contiene las reservas más
importantes de ese metal en el mundo. En ese socavón más de 3 mil mineros
iniciaron una huelga por mejores salarios el 10 de agosto de 2012. Cuatro días
más tarde un contingente de la policía abrió fuego contra los trabajadores,
matando a 36 e hiriendo a 78. Ese fue el peor acto represivo desde que terminó
el régimen del apartheid.
Posteriormente una comisión de
investigación encontró que la mayoría de los muertos había recibido disparos
por la espalda. La misma comisión reveló que al iniciarse la huelga en
Marikana, la empresa Lonmin había solicitado la intervención de Ramaphosa para
tratar de controlar a los mineros. Era un paso natural, pues ese personaje
había pertenecido al consejo de administración de esa y otras empresas. Cabe
recordar que uno de los instrumentos preferidos de cooptación consistió en
invitar a los altos cuadros del CNA a formar parte del consejo de algún grupo
corporativo.
La gran diferencia entre Sharpeville y
Marikana es que en el segundo caso fue el mismo gobierno del CNA el responsable
de la masacre. Eso permitió a muchos hacer la conexión entre la desigualdad y
pobreza que hoy imperan en Sudáfrica, la herencia del apartheid y la brutal
explotación a la que hoy está sujeta buena parte de la población. En Marikana,
Sudáfrica descubrió que detrás del apartheid siempre había estado la lucha de
clases.