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Richard Adams, como el pelícano



Ricardo Falla

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Hace poco más de un mes, el 11 de septiembre de 2018, murió en Panajachel el antropólogo Richard N. Adams. Por iniciativa del historiador guatemalteco, Arturo Taracena, que me instó a escribir unas líneas sobre él, he juntado algunos recuerdos para perfilar un poco su personalidad y su aporte a la antropología, a sabiendas que fue un cientista muy debatido en Guatemala. Adoptaré una perspectiva personal y, por supuesto, no cimentada científica y sistemáticamente. Para alguien con más energía queda esta tarea sobre un estudioso rico y complicado.



Nació en 1924 en Ann Arbor, Michigan, Estados Unidos. Realizó sus estudios de pregrado en la Universidad de Michigan, donde se graduó en 1947. Posteriormente, realizó sus estudios de maestría y doctorado en la Universidad de Yale y se graduó en 1949 y 1951, respectivamente. Su tesis de doctorado fue acerca del desarrollo autónomo de Muquiyauyo, Perú.



Sus últimos años los vivió tranquilamente junto a su esposa, Betty Hannstein, en Panajachel, a la orilla del lago de Atitlán en Guatemala. 67 años de casados. Tuvieron tres hijos, Tani, la más conocida en Guatemala por su trabajo de directora del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica (CIRMA), recién fallecida.



Durante 1977 fue presidente de la American Anthropological Association.



Betty me escribió el 11 de septiembre desde Panajachel. Me decía que el médico le daba entre 24 y 48 horas de vida y me pedía que estuviera en el velorio que pensaban tener en su casa y dijera algunas palabras. Pero yo estaba en San Salvador. “Murió tranquilo”, enfatizó ella al día siguiente que le hablé, “tranquilo”, es decir, “que no se resistió a la muerte”. Su respiración se le fue apagando poco a poco hasta que se fue. Luego, Betty me contó que esa misma tarde unos carpinteros que habían trabajado con ellos le hicieron una caja sencilla de cedro. “La casa se llenó de olor a cedro”. Y le hicieron el velorio sencillo, entre una docena de personas, hablando de él, y al terminar, Funerales Reforma, con su hijo Walter, se llevó el cuerpo a Guatemala para cremarlo. Las cenizas volvieron a la casa de Panajachel donde se encuentran guardadas en una urna, esperando la decisión de Betty. Rick quería que se juntaran las cenizas de ambos y luego se arrojaran al lago. Betty espera que el tiempo pase para decidirse.



Yo no pude estar en el velorio. Creo que Betty hubiera querido que además de las palabras le hubiera dicho una oración, pues por teléfono me encomendó recordarlo en mis misas.



En otra ocasión, yo había bautizado a la hija adoptada de Tani en la Antigua, estando presentes Betty y Rick que era y fue agnóstico hasta la muerte, como luego explicaré.



Yo conocí a Rick Adams a través de Jorge Skinner-Klee, cuando solicité ingreso a la Universidad de Chicago, y Sol Tax respondió que se habían desligado allí de Guatemala y que fuera a Texas, Austin, con Adams, quien en esos momentos (1965, más o menos) estaba al tanto de Guatemala con un grupo de estudiantes, los mismos que le ayudaron a escribir Crucifixion by Power (1970). Llegué a Austin en septiembre de 1966 y lo más normal fue acudir a él. Yo traía estudios de Teología y debía poner las bases de la Antropología. Recuerdo cómo insistió en que tomara cursos de lingüística general: descriptiva, histórica, generativa (Chomski), etc., tal vez porque no era su fuerte y sentía la necesidad de esa especialidad. “Me empilé” con la lingüística y el estructuralismo de Lévi-Strauss más de la cuenta, para su juicio.



Caí bajo el influjo de un antropólogo más joven, Ira Buchler, con quien nos hicimos muy amigos. Él buscaba las estructuras profundas, a lo Chomski, y yo me metí en las estructuras elementales del parentesco y en el análisis de mitos, etc., hasta que un día Rick me dijo: “y qué vas a hacer con todo eso”. Entrar en “la orquesta” de los mitos, darles vuelta, grandes análisis, pero luego, ¿qué? Para interpretar la dinámica social eso no me ayudaba. Cuando escogí el tema de la tesis, aconsejado por él, recuerdo que insistió en que pusiera en el centro de la problemática a la demografía, que tampoco era su fuerte, pero que casaba muy bien en su esquema de la relación de la población con el medio, a través de la tecnología.



Así, hacía él el esquema simple en el pizarrón, la tecnología atrás, empujando todo el proceso, y uniendo al medio y a la población. La tecnología relacionaba al medio y a la población, siendo así el núcleo de la cultura. Y luego de allí se estructuran la organización y las ideas. Más o menos así, siempre empujando todo el esquema la tecnología. Sin negar, por supuesto, las interacciones de las ideas sobre la tecnología y todos los elementos del diagrama entre sí.



Yo abandoné luego el consejo de darle a la población el lugar central, porque no tenía bases de demografía, solo un barniz, y porque lo que encontré en el campo de San Antonio Ilotenango, Quiché, era cambio de creencias, no el efecto de la presión demográfica, que era lo que a él le importaba mucho. Le propuse el cambio de tema y lo aceptó.

Y esto tiene que ver con la selección, de mi parte, de él como asesor de tesis. Esta selección fue un riesgo, porque era muy exigente. Todos los estudiantes lo sabían y lo comentaban. Hasta duro. Imposible argumentar con él. Te deshacía. Entonces, si en el curso de la tesis no nos entendíamos y me veía obligado a dejarlo y buscar otro asesor, tenía que cambiar de tema y volver al principio, como le sucedió al caso de genocidio. Volver al principio. Las ventajas de elegirlo eran aprender de él, sobre la marcha, la forma práctica de acceder a las problemáticas urgentes de Guatemala y Centroamérica.



En Texas se le admiraba y sus clases se llenaban de estudiantes. Las daba en la tarde, pero no se le dormían. No había allí nada del ambiente que se generaría a fines de los 60 y principios de los 70 en Guatemala contra él, que casi se le pintaba en las discusiones universitarias con cachos y con cola por ser un funcionalista norteamericano.



Mucho quise ver qué tenía de funcionalista. Eso sí, no era marxista, ni materialista histórico, ni mucho menos materialista dialéctico. Esto último, sí que no. Pero provenía de la corriente de Leslie White, muy influenciada de marxismo por el acento en la materia y en la evolución, aunque no dialéctica, de la sociedad. Se centró en el análisis del poder, relación humana, que nacía del control del medio (naturaleza, recursos) a través de la tecnología (medios de producción, pero no usaba este vocablo). Si se le hubiera preguntado en ese tiempo, así a boca de jarro: dígame cuál es el motor de la historia, no hubiera respondido que la memoria, ni la lucha de clases, sino la tecnología.



Así, como no era marxista, tampoco creía, a pesar de ser muy amigo de Joaquín Noval, en la revolución. Era frío y desapasionado en sus análisis, sin levantar la voz, siempre con un tono suave pero enérgico y sonriente, hasta a veces sonaba escéptico, que no se casaba ni con el régimen guatemalteco, ni con los movimientos de izquierda. A ambos criticaba. Su centro era la ciencia que, en algún artículo, irónicamente y con risa dice “mi torre de marfil”.



Joaquín Noval lo defendió a capa y espada en su interpretación del cambio cultural mostrando que él no pretendía una integración social asimilacionista que hiciera desparecer al pueblo indígena en el mar ladino occidental. Una cosa era el cambio cultural, indetenible, y la integración cultural, y otra cosa era la integración social.



Mi tesis, que luego se llamó Quiché Rebelde, no le interesó tanto por el cambio de creencias, para mí sí muy permeada de dialéctica, como por la interacción entre profundos cambios culturales que no solo no erosionaban la identidad social, sino que eran necesarios para que la población maya se adaptara a su medio social y natural y pudiera sobrevivir como pueblo. La Acción Católica del Occidente no erosionaba la identidad social, sino al contrario. Él tenía una visión elogiosa de la cultura indígena maya de Guatemala por su enorme flexibilidad a través de la historia y a través de la modernidad que entraba arrasando culturalmente con todo. A decir verdad, antes que viera mi tesis terminada, quedó entusiasmado de un artículo de Carlos Cabarrús sobre Tecpán, que distinguía lo que era identidad étnica y cultura.



Rick Adams tampoco tomó partido político ni por Joaquín, aunque este lo defendiera, ni por, digamos, Guzmán Böckler, que lo difamaba. No se quiso meter en ninguno de los extremos que estaban representados en la Universidad de San Carlos en una lucha ideológica que, según Joaquín a principios de los 70, se enfrascaba en “ganar los mismos”. Él decía que por eso era estéril. Representaba, creo, la tensión entre la vieja estructura del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), aunque Joaquín la criticaba ferozmente, pero siempre desde dentro, y la joven guerra de guerrillas sembrada en el Occidente (ORPA).



Yo sí creo que Joaquín, en sus críticas al análisis de clase de Guzmán Böckler, era más claro que él al distinguir lo que era clase social y lo que era etnia, pero Guzmán Böckler traía a la universidad una efervescencia de la que carecía Joaquín, a pesar de ser el organizador de la Guerrilla de la Milpa en la costa sur fronteriza con México. Guzmán Böckler y toda su corriente tuvo mucha parte en poner sobre el tapete el racismo, del que ni la antropología norteamericana, ni Rick hablaban. Y el racismo nos ha ayudado a entender el genocidio.



Así fue como yo conocí en esos días a Adams y a través de él a Tani, su hija, quien se enamoró de los jesuitas de la Zona 5 hasta querer, decía, ser jesuita. Rick, siento que tenía un cariño especial hacia ella. La miraba con sonrisa, al ver su impetuosidad, que admiraba, pero también al ver que ella no era una intelectual como él. Era otra cosa y le gustaba a él eso. Nosotros le facilitamos la entrada en San Martín Jilotepeque para hacer su tesis y la integramos en una investigación de la FTN en 1979. Pero, en eso vinieron los exilios y nos separamos. Yo fui a Nicaragua y después a la montaña con las Comunidades de Población en Resistencia y más tarde a Honduras.



Tampoco volví a ver a su papá, aunque estando en Honduras, por los años 90, él influyó en Texas para que Quiché Rebelde se tradujera y él le hizo la introducción. Tuvimos unas discusioncitas por email, yo queriendo que la parte teórica de Quiché Rebelde —la teoría de él, o tal vez mejor, sus conceptos— quedara en la traducción, y él diciéndome que para qué, si nadie se había interesado por su teoría y todos se iban por Foucault. Yo gané, por fin. Pero me llamó la atención esa especie de desilusión por tanta reflexión hecha, a pesar de que en México y en Argentina hubiera, y creo hay, muchos científicos sociales de altura que lo reconocían como pionero y se interesaban en su teorización más abstracta sobre la energía y la estructura y otros temas, que yo, para ser sincero, no seguí, aunque más tarde él me regalara algunos de sus escritos en Panajachel cuando lo visitaba después de 2001.



Yo me quedé con conceptos elementales de su teoría de poder y con esos me fui batiendo en la investigación por bastante tiempo. Ya no supe qué de provecho encontrar en su teorización más abstracta. Me desconecté. Esos elementos, nos los daba en clase y aparecen resumidos en Crucifixion by Power. Aunque siempre me topaba con sus límites, como al analizar el cambio religioso. En ese terreno él no vibraba.



Viendo para atrás y siempre desde mi perspectiva, un periodo fue el de estudios en Guatemala y Centroamérica, y cuando se le ataca en Guatemala, a principios de los 70, e inicia otro al desligarse y desarrollar su producción teórica alrededor de la energía. Por fin, otro… Yo vi que, en Guatemala, entrada la primera década de 2000, comenzó otra etapa de su vida. Los visitaba a Betty y a él, una o dos veces al año en Panajachel. Me dijo una vez que había realizado un cambio de lado del cerebro. Toda su vida había estado trabajando con el lado izquierdo y ahora iba a comenzar con el derecho. Había dejado de escribir, de hacer trabajar su razón teórica o incluso su razón sin más, y hacía trabajar ahora su capacidad artística, en concreto, la escultura en madera. Y me enseñó una preciosa comadreja tallada en cedro brillante. Fue la primera escultura que hizo, como para ensayarse, utilizando de modelo una que tenían, viva, en el jardín, que después tuvieron que soltar en un río de la costa, desde donde huiría a la montaña. Era muy brava.

Otra vez, había hecho una escultura que a Betty le llamó mucho la atención y dice que es la que más le gusta: un pelícano muriendo en la playa, con el ala rota, inclinado, como quien se va definitivamente a acostar. Rick, parecía que no les transmitía simbolismo a sus esculturas y por eso, las hacía de animales, algo neutro. Pero quien ve el pelícano entiende que allí se estaba retratando él. Un lado de la cabeza del pelícano se le ve el ojo y el pico con todo detalle. El otro lado está vacío. Y el pelícano está frente al mar…



Hay otra escultura de dos manos. “No, no significa lo que tú estás pensando”, le dijo a Betty, es decir, oración. No, no es oración, ni menos él en oración.



Por fin, no sé si la última o una de las últimas, una escultura en ciprés de un helicoide. Hizo dos, una chiquita, como prueba, porque era muy difícil, y la grande, parada, como de más de un metro. Me dijo hace más de un año que le gustaba verla. Por supuesto, no dijo que le gustaba “contemplarla” porque eso llevaría a una interpretación que no era la suya. “Le gustaba verla” y no un momento, sino quedársela viendo. Ayer fui a visitar a Betty y el hombre fiel que les cocina, me dijo que el día antes lo había soñado. Estaba sentado junto al jardín de dentro mirando hacia un lado. Mirando, pero no viendo nada en concreto, sino con los ojos perdidos. Estaba, dispensa Rick, contemplando, ya no viendo el helicoide, sino mirando sin mirar, pero sintiendo. El momento en que el pensamiento se suspende. No razona, pero se une al sentimiento. Intuye. ¿Qué es lo que intuía?



Dice Betty que hace poco, después que murió Tani y tiraron sus cenizas en el lago, entonces, dijo, “Aquí se acabó la vida de Tani” y las dejó ir, las soltó para que volvieran al lago. A pesar de haber crecido en una familia anglicana muy creyente –y su hermano lo es–, él se distanció de la fe cristiana. Betty piensa que lo que le pasó de niño al entrar a la adolescencia tal vez influyó. Era acólito y se desmayó en el altar. Lo sacaron cargado. Bueno, había que volver al altar. Algo así como cuando un caballo lo bota a uno, hay que volver a montarlo, dice Betty. Pero la segunda vez se desmayó de nuevo. Algo tenía contra el altar y contra todo ese mundo de simbología. Desde entonces, ya no más.



Yo veo que él murió dándose cuenta de que la vida allí se le acababa y punto, no inventar más. Consecuente con que todo es energía, que se complica y estructura, pero se acaba también, como materia que es. Así era su pensamiento, el producto del cerebro, y por eso al final de la vida se enojaba con this damned, tocándose la cabeza —este jodido cerebro— que ya no le trabajaba. Pero cuando le llega la muerte la recibe en paz, no se resiste a ella. ¡Tremeeendo!



Yo le oí una vez decir que él era agnóstico. Es decir, no ateo. Una palabra que tal vez a muchos nos choca, pero cuando la vemos realizada en él, encontramos consonancia con nuestra experiencia de lo desconocido, de lo que no se entiende, de lo que sobrepasa la razón y entonces los símbolos nos ayudan a descansar en ese hoyo negro, y al descansar allí hay algo como que da luz que es lo que cautiva nuestra mirada.



Callar va junto con dejar de razonar. La última vez que los visité, tal vez hace unos 10 meses me llamó la atención que mientras antes él era el que llevaba la voz cantante y Betty callaba, ahora era al revés. Betty hablaba y se revelaba en la riqueza de sus historias. Él la oía y pretendía intervenir, pero le costaba y acudía a ella.

Gina, su otra hija, me escribió desde Estados Unidos hace poco: “[Estoy triste…] Sin embargo, sé que su alma y espíritu eran tan grandes como para ser encerrados en el cuerpo y mente en que él habitaba al final, y yo estoy alegre de que él está libre ahora”.



Estas palabras de Gina me recuerdan las que el testigo de la masacre de San Francisco les dijo a sus compañeros muertos antes de huir él de la casa donde estaban encerrados: “Ustedes ya están libres, déjenme a mí ir en libertad”



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1955 Notas sobre el uso de la antropología en el campo de la salud pública. Bol. Oficina Sanit Panam. 1955; 37:473-90.

1957 Cultural Surveys of Panama-Nicaragua-Guatemala-El Salvador-Honduras. Pan American Sanitary Bureau. Scientific Publications. N.33.

1970 Crucifixion by Power. University of Texas Press, Austin.

1975 Energy and Structure, University of Texas Press, Austin.

1977 «Power in Human Societies: A Synthesis », en Raymond Fogelson y R.N. Adams (eds.), The Anthropology of Power, The Academic Press, Nueva York.

1978 La red de la expansión humana. CIESAS.

1988 The Eighth Day. Social Evolution as the Self-Organization of Energy, U of Texas Press, Austin.

1995 Etnias en evolución social: Estudios de Guatemala y Centroamérica (Biblioteca de alteridades) (Spanish Edition).