Xavier Pikaza
Ya muy pronto, la iglesia
Desde finales del siglo II y principios
del III d.C., el cristianismo se volvió religión establecida:
un cuerpo unitario de fieles, expandidos por comunidades (iglesias), a lo ancho
del imperio romano y más allá de sus fronteras. Cada iglesia se vinculó en
torno a un obispo y todas se unieron formando la gran comunión de los santos,
actualizada primero en concilios (reunión de obispos) y luego, progresivamente,
aunque nunca del todo (tras el "cisma" entre oriente y occidente
cristiano), a través de una sede central (Roma).
Esta expansión y organización ha resultado providencial, de manera que
los cristianos ven en ella el influjo y presencia del Espíritu Santo. Pero, al
mismo tiempo, la sacralidad e institución eclesial está condicionada por
estructuras mentales y sociales de la cultura romana. En un momento dado (siglo
XVI), grandes parcelas de la cristiandad protestaron, rompiendo esa unión y
buscando nuevos modelos de experiencia y vinculación evangélica (Reforma). Pero
gran parte de la iglesia ha mantenido y reforzado esa unión romana hasta el
momento actual (siglo XXI).
Parece que el tiempo de esa expansión y unión católica
(romana), está llegando a su fin, pues ha surgido un nuevo sistema mundial de
tipo económico-administrativo, que vincula a los hombres, sin tener en
cuenta rasgos o valores de tipo religioso o cristiana; el signo básico de
catolicidad real ya no es la iglesia, sino un tipo de cultura
técnico-administrativa y, sobre todo, el mercado mundial de bienes y dinero,
organizado a partir del capitalismo.
Por otra parte, se han consolidado y posiblemente lo
harán aún más en el futuro otras culturas espirituales y sociales (hinduismo e islam,
budismo, y un tipo de religiosidad light de carácter paganizante…) dentro del
único gran sistema económico, de manera que no parece previsible un próximo
avance cristiano al tipo tradicional, según la línea de las grandes misiones
eclesiales que siguieron a la "conversión" del imperio romano (entre
germanos y eslavos, en América y África). Pues bien, esta es una situación que
muchos toman como adversa y puede resultar beneficiosa en línea de evangelio:
-- Plano administrativo. Los cristianos en
cuanto tales no aportamos ya un orden ni unidad mundial, pues eso lo está
haciendo de forma rápida el sistema y mercado de un capitalismo mundial, que se
ha extendido en siglo y medio a todo el mundo.
-- Plano cultural. Tampoco podemos
imponer nuestra cultura occidental, con su fondo cristiano, pues sigue habiendo
otras formas culturales resistentes y valiosas (budismo, universalismo chino,
islam...) y, sobre todo, un tipo nueve de cultura de masas, hecha de intimismo
y gran mercado de espectáculos mundiales, que parece dominar la tierra.
-- Plano eclesial. Muchos dicen que
el tipo actual de iglesia (y en especial de la Iglesia católica) ha entrado en
crisis, de manera que ella parece herida de muerte, a no ser que ser que
descubra un nuevo espacio humano y religioso fundado en la experiencia de la
Biblia (de Jesús).
Estos tres planos se encuentran en la base
de las reflexiones que voy a proponer en los días siguientes, presentando
algunos rasgos de la iglesia, en plano de institución y libertad y, sobre todo,
en línea de vuelta al origen del evangelio Jesús, entendido y vivido como
proyecto y camino de transformación (recreación humana), a la luz de la
experiencia de Dios Padre.
En esa línea me ocupo básicamente de la iglesia; ciertamente, ella está en crisis, como muestran en un plano superficial los problemas que han surgido y seguirán surgiendo en torno al Vaticano (con su comisión de reforma interna: G7) y en torno a la organización del clero y en un plano más profundo el hecho de que una parte considerable del occidente antes cristiano parece abandonar ahora la Iglesia en la que ha crecido.
Pues bien, en este contexto, pienso que no sólo el
cristianismo (en su raíz), sino también la Iglesia (con toda su historia) tiene
una palabra que ofrecer y un camino que recorrer en estas nuevas
circunstancias, y para ello es necesaria una nueva Reforma y Recreación de su
proyecto.
Pues bien, en ese fondo digo que puede
ser beneficioso el triunfo de un sistema económico-político, que libera a la
iglesia de las grandes tareas administrativas y sacrales que ha venido
realizando desde antiguo; y añado que es beneficiosa la emergencia de
otras formas de cultura, pues permiten liberar el cristianismo de la forma
occidental que ha recibido, para que redescubra su experiencia básica de
absoluta gratuidad y comunión.
En tiempo de crisis: Vuelta al principio y mudanza
En esa línea sostengo que la crisis actual
de la iglesia (que evidentemente no ha tocado fondo) puede resultar positiva,
pues nos obliga a buscar un modelo más hondo de vida cristiana, en clave de
libertad y gratuidad, de comunión directa entre personas, más en consonancia
con las intuiciones y caminos del Nuevo Testamento. No es que quiera un retorno
arqueológico al pasado, ni una ruptura traumática y voluntarista con los
últimos XX siglos de iglesia y con el presente de su institución. Admito ese
pasado, asumo ese presente, pero pienso que la experiencia matriz del evangelio
y la situación actual exigen cambios radicales.
Desde este fondo se comprenden las
reflexiones que siguen, que pueden parecer iconoclastas en la forma (son una
moción contra cierta estructura actual del cristianismo, especialmente
católico), pero que quien ser constructivas en el fondo, presentadas desde la
confianza de la fe en el Padre y el misterio de la redención de Cristo. Ellas
se ocupan básicamente del orden y mensaje de la iglesia, a la luz de la
autoridad de Jesús y del Nuevo Testamento.
La Iglesia ha corrido el riesgo de volverse orden
sacral, un tipo de cultura propia de siglos pasados de occidente. En esa línea,
muchos clérigos se han vuelto administradores religiosos del sistema de vida y
de la cultura social del entorno (es decir, de las naciones poderosas), más que
testigos de la pascua de Jesús, es decir, contemplativos en amor de Dios y en
comunión interhumana. En esa línea, hemos tendido a convertir la iglesia en una
institución de jerarquías y organizaciones sagradas, olvidando que sólo es
sacral para Cristo el testimonio y ejercicio del amor gratuito, siempre
personal, de hombres y mujeres.
Quisimos convertir el mundo entero a la unidad de
nuestra iglesia (que todos asuman nuestra estructura con su organigrama), para
descubrir al fin que el organigrama de unidad mundial lo están trazado otros, que son quizá
herederos de cierta administración eclesial, pero que la han secularizado de
forma racional y consecuente, hasta crear un tipo de sistema de economía y de
cultura, de política y violencia (anti-violencia) mundial en el que nos
hallamos ahora inmersos.
Quisimos extender el cristianismo al mundo entero,
pero hemos expandido más bien (con grandes valores, pero también con escándalos
y contradicciones) un tipo de cultura occidental sagralizada pero injusta, que se ha roto
por dentro, y que está siendo hoy rechazada por gran parte de los hombres y
mujeres, desde dentro y desde fuera de la Iglesia. Por eso es bueno sentarnos a
escuchar la voz de Dios y contemplar al Señor resucitado, descubriendo en
oración nuestra riqueza y tarea de evangelio en este tiempo nuevo.
No es hora de poner remiendos sobre un paño viejo y de
encerrar el vino nuevo en odres cuarteados, sino de tejer
nuevamente el tejido y preparar el odre nuevo para el vino de evangelio (cf. Mc
2, 21-22) en esta época bellísima de crisis y contrastes Han cambiado muchas
cosas, aunque algunos no lo han advertido (el templo ya no está donde se
hallaba, ni la sacralidad donde parecía), pero será hermoso descubrir cómo
fructifica en este nuevo tiempo la semilla de evangelio.
La crisis actual no es de sistema sino de humanidad:
lo que importa no es sólo la organización exterior, sino especialmente la vida
de aquellos que la integran. Los cristianos han sabido siempre que la
vida verdadera está tejida de amor y gratuidad (de unión con Dios en Cristo) y
han tenido la certeza de que el valor primordial de su existencia es la fe
contemplativa.
Pero, de hecho, para asegurar esa
fe y organizar esa comunión, muchos han creado un sistema sacral de tipo
jerárquico, como signo de presencia de Dios. De manera lógica, en
virtud de su propio automatismo, para conservar su orden, ellos han tendido a
envasar el evangelio en un sistema, de forma iglesia y jerarquía han terminado
por identificarse, como si solo los obispos, presbíteros y demás ministros
fueran iglesia. Desde ese fondo quiero evocar de un modo general el surgimiento
de la jerarquía y el sentido de la autoridad cristiana, para destacar mejor la
novedad del evangelio.
Punto de partida histórico: del carisma a la
jerarquía.
La parte anterior de este libro acababa
evocando a Ireneo de Lyon que (hacia el 180 dC) defendía la función del
episcopado en el establecimiento y consolidación del cristianismo, como
religión unitaria del imperio. En todo el siglo siguiente se fue extendiendo
ese modelo, que acabó de imponerse hacia el 260 dC, suscitando una cristiandad
unitaria, concretada en iglesias autónomas, pero unificada en forma de
cristiandad, dividiendo a los creyentes en dos grupos:
– Surge el clero, es decir, los obispos, presbíteros (con funciones casi episcopales como presidentes de iglesias menores) y diáconos. Ellos forman con el resto de los fieles la única iglesia; pero, al mismo tiempo, aparecen como representantes especiales de Jesús: su autoridad se vuelve signo de Dios sobre la tierra.
– Surge el clero, es decir, los obispos, presbíteros (con funciones casi episcopales como presidentes de iglesias menores) y diáconos. Ellos forman con el resto de los fieles la única iglesia; pero, al mismo tiempo, aparecen como representantes especiales de Jesús: su autoridad se vuelve signo de Dios sobre la tierra.
– Queda el pueblo, formado por laicos, que escuchan la palabra y reciben los sacramentos del clero, al que sostienen con sus aportaciones económicas. Ciertamente, participan en la elección de los obispos y en algunas cuestiones especiales, pero, en general, se someten a la autoridad del clero.
Esta división ha resultado de algún modo
necesaria, pues sólo por ella se pudo estabilizar entonces la iglesia, como
organización coherente y eficaz (subsistema sacral) dentro de un imperio que,
en principio, los cristianos desacralizaron, apareciendo como religiosa y
socialmente ateos: por un lado quedaba el "sistema religioso y político"
(Roma); por otro lado ellos, como los grandes disidentes. Pero, a lo largo de
un proceso fascinante (y peligroso) de creatividad social, los cristianos
asumieron muchos valores del imperio, hasta llegar a sustituirlo, de un modo
eclesial. Grandes protagonistas de ese proceso fueron los obispos: sin duda,
ellos asumieron funciones que provienen de Jesús, como portadores de la
tradición apostólica, pero su forma de entender el orden social y su tarea
unificadora empezó a incluir elementos de la simbología israelita más antigua
(templo) y del entorno greco-romano, que ofrecía las mejores formas y modelos
de organización social que había y hubo hasta la actualidad. Estos son algunos
de sus rasgos más significativos:
1. Sacralización sacerdotal en clave israelita. Desde el siglo II
(en un proceso cuyo inicio vimos en la Didajè y en Ignacio de Antioquía), los
cristianos se fueron separando del judaísmo nacional (configurado como
Federación de sinagogas), pero retomaron elementos del judaísmo anterior de la
Comunidad del templo: la iglesia elabora una visión israelita de los
ministerios, de manera que sus obispos, presbíteros y diáconos pueden aparecer
(en contra de la carta a los Hebreos) como sucesores del sumo sacerdote,
sacerdotes y levitas de Jerusalén.
Lógicamente, la iglesia se siente sucesora
sacral (universal) de la liturgia y santidad israelita de la Comunidad del
templo. Este ha sido quizá un proceso conveniente para que se explicitara el
sentido social del cristianismo, pero se opone a la dinámica y novedad del evangelio:
el movimiento mesiánico del Cristo judía, centrado en la apertura a los
excluidos y la comunión en igualdad entre todos los humanos, ha tendido a
mostrarse como sistema religioso bien organizado, dirigido por especialistas,
capaz de responder a la demanda religiosa de una sociedad en crisis .
2. Patriarcalización de los ministerios. Muchos cristianos de la tercera generación, a partir del 80 EC, para adaptarse mejor al entorno, dejando en un segundo plano la libertad (=creatividad) social del mesianismo de Jesús y de la tradición igualitaria de Pablo, han patriarcalizado las funciones de la iglesia, como muestran los códigos domésticos en Colosenses, Efesios, 1 Pedro y, sobre todo, en Cartas Pastorales de una tradición paulina: sólo un buen varón, padre de familia, podía ser ministro de la iglesia. Esta visión ha pervivido y se ha expandido desde entonces, tomando (sobre todo en occidente) una forma ascética, vinculada al celibato.
2. Patriarcalización de los ministerios. Muchos cristianos de la tercera generación, a partir del 80 EC, para adaptarse mejor al entorno, dejando en un segundo plano la libertad (=creatividad) social del mesianismo de Jesús y de la tradición igualitaria de Pablo, han patriarcalizado las funciones de la iglesia, como muestran los códigos domésticos en Colosenses, Efesios, 1 Pedro y, sobre todo, en Cartas Pastorales de una tradición paulina: sólo un buen varón, padre de familia, podía ser ministro de la iglesia. Esta visión ha pervivido y se ha expandido desde entonces, tomando (sobre todo en occidente) una forma ascética, vinculada al celibato.
Según las Cartas Pastorales, sólo podían
ser ministros de la Iglesia los buenos padres de familia, con el tema afectivo
ya resuelto. Pasado un tiempo, sólo podrán ser ministros de una nueva iglesia
los "patriarcas célibes", capaces de cultivar una espiritualidad
alejada del amor matrimonial, para así volverse "padres" y guías
espirituales de sus fieles. En esta opción ha influido un ritualismo de origen
sacerdotal judío (las relaciones sexuales crean un estado de impureza, que
impide el acceso a las cosas sagradas) y un espiritualismo de tipo helenista
(que considera las relaciones sexuales como propias de un estadio intelectual y
emocional más imperfecto).
De esa forma, los nuevos sacerdotes
célibes han podido acentuar su santidad litúrgica y alzarse sobre el pueblo,
como una "clase" jerárquica, sin conexiones genealógicas o familiares
que impidan su tarea al servicio de la iglesia. Es evidente que esta
patriarcalización (matrimonial o celibataria) de los ministerios es derivada:
no proviene de Jesús, ni del principio-principio de la iglesia, de manera que
puede y debe adaptarse en cada tiempo, superando toda imposición patriarcalista
del tipo que fuere .
3. Socialización política de la jerarquía. El tema aparecía
ya en 1Clem, cuando comparaba a los ministros cristiana con los funcionarios
(soldados) del sistema romano, que ha sido y sigue siendo paradigma de todos
los sistemas sociales posteriores. Dijimos también que el Apocalipsis entendía
el sistema imperial como signo de la acción destructora del Diablo. Eso suponía
que todo poder puede volverse satánico: vincula a los humanos de un modo sacral
para mejor esclavizarlos. Por eso, la iglesia debería ser muy cuidadosa a la
hora de asumir las estructuras y modelos de unificación social del imperio
antiguo o del nuevo sistema (pues hay que dar al César lo del César, pero no todos
los césares son iguales, ni se les puede dar todo lo que piden).
Pues bien, la iglesia ha crecido en aquel
contexto imperial, perseguida primero, victoriosa luego, aceptando y
desarrollado, a través de su derecho, unas formas de organización y unidad
mundial que, en principio, son más romanas que cristianas. Ese proceso de
romanización ha tardado casi XX siglos en culminar y se halla unido al
despliegue y triunfo de la cultura de occidente; ha sido bueno, quizá
necesario, pero ha concluido: la iglesia ha realizado su función sacral y
cultural como sistema, ofreciendo modelos de socialización administrativa y
unificación legal, pero, al final, en cuanto sistema religioso unificado, ella
parece encontrarse y se encuentra vacía .
4. Comprensión mística de la obediencia. Los argumentos de
1Clem e Ignacio de Antioquía, concebían al obispo (o presbítero) como signo de
Dios y entendían la verdad cristiana como obediencia y así han podido sostener
y fortalecer la iglesia en momentos de crisis, de manera que ella ha podido
actuar como principio de unificación sacral, educadora de occidente. Pero hoy,
acabado ese ciclo cultural romano, aquellos argumentos no resultan
convincentes: hemos descubierto además que no derivan del evangelio, sino de
otros abrevaderos filosófico-religiosas distintos del mensaje de Jesús. La
vinculación "legal" de la humanidad se realiza hoy siguiendo el
modelo del sistema y en ese plano ha de seguir.
Pero la fidelidad a Jesús y la
recuperación de la fuente israelita del evangelio nos obligan a superar el
sistema sacral con su obediencia, destacando la libertad y contemplación
pascual, la apertura a los excluidos y la comunicación fraterna (como indican,
desde su propia perspectiva, los mejores investigadores judíos, de Rosenzweig a
Levinas, de Buber a Heschel). Esto nos obliga a superar la filosofía de Platón
y un helenismo que interpreta el orden social como jerarquía y la fidelidad
humana como sometimiento al todo .
Una iglesia sacerdotal más que evangélica
Ese proceso de unificación sacral del
cristianismo, básicamente definido por la "conversión" del imperio
(sistema) romano y la romanización de la iglesia, ha estado influido por una
mística filosófica de tipo jerárquico y trasfondo pagano, que sacraliza el Todo
y lo presenta como signo de un Dios que aparece centro y culmen del orden
religioso Así lo han visto (y rechazado) algunos pensadores judíos, que
acabamos de citar, resaltando la diferencia (infinitud) del Dios bíblico frente
al Todo filosófico.
En su línea queremos avanzar, identificando
al Dios infinito con el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso, debemos
superar una visión sagrada de la Totalidad jerárquica, propia de Dionisio
Areopagita y de aquellos que, en los siglos IV-VI EC, han expresado
(¿traducido, traicionado?) el evangelio en claves de imperio y neoplatonismo:
ellos pensaban que la realidad se estructura un orden gradual, que proviene de
Dios y a través de las Ideas o mundos intermedios (Logos, Alma), desciende
hasta el mundo inferior de la materia, para ascender de nuevo a lo divino. La
iglesia está incluida en un sistema estructurado según méritos y honras:
– El obispo posee la ciencia de las Escrituras, en clave de
perfección: por eso puede revelar su conocimiento y santidad desde lo alto,
siendo signo de tearquía o poder divino, porque está directamente iluminado por
Dios.
– Los sacerdotes (presbíteros) reciben la iluminación
del obispo y
la transmiten a los órdenes inferiores. De esa forman ofrecen los símbolos
divinos a los fieles y purifican a los "profanos", haciéndoles nacer
a la gracia a través de los sacramentos.
– Los ministros (diáconos) van dirigiendo a los profanos hacia la purificación de los sacerdotes, participando así de la obra divina, dentro de un todo armónico donde el orden y estructura admirable del conjunto constituye una especie de gran canto de misterio (EclHier V, 1).
– Los ministros (diáconos) van dirigiendo a los profanos hacia la purificación de los sacerdotes, participando así de la obra divina, dentro de un todo armónico donde el orden y estructura admirable del conjunto constituye una especie de gran canto de misterio (EclHier V, 1).
Los tres grados de la jerarquía
eclesiástica son signo del poder de Dios para los fieles (que han de
purificarse): los ministerios eclesiales se integran así en una visión sacral y
jerárquica de la realidad, presidida por la veneración al todo divino y la
obediencia religiosa. De esa forma, el sometimiento (más sacral que social,
aunque ambos rasgos son inseparables) se convierte en signo máximo de Dios:
toda la realidad se entiende y expresa como jerarquía, sistema de música y
belleza en el que Dios domina y dirige desde arriba los movimientos y melodías,
a través de los clérigos, portadores de autoridad sacral. La iglesia se integró
así en una cultura y espiritualidad cósmico-divina de tipo neoplatónico y pudo
presentarse como realización concreta de la sacralidad universal, divina y
cósmica; en ese contexto y desde el fondo imperial de Roma se interpretó en
gran parte la Jerarquía Eclesiástica, conforme al título clave de Dionisio.
Pero ese modelo de sacralidad unitaria ha sido
superado por la ciencia (física, sociología) y, sobre todo por el mejor
conocimiento de la base judía y de la identidad mesiánica de la iglesia, de
manera que (gracias a Dios) ella puede y debe expresar en otra clave su
experiencia de gratuidad evangélica; la sacralidad clerical de sus
ministros queda así bajo interrogante, de manera que recuperar (con los autores
judíos citados), el sentido bíblico de un Dios que no es sistema sacral, ni
todo jerárquico de la realidad, sino amor infinito que se expresa en la cruz de
Jesús y se expande de manera gratuita hacia los pobres .
Iglesia 2. "Todo-poderosa",
renunciando a todo poder
110918
La iglesia de Jesús sólo puede ser todo-poderosa si
renuncia de un modo gratuito, por creatividad, a todo tipo de poder económico y
religioso, político y social, como sabe el Evangelio, como canta Pablo
en Flp 2.
Una iglesia que quiere mantener (defender, exigir, imponer) algo como
propio en un nivel de posesión económica o de dominación social o religiosa
deja de ser cristina.
La visión de una iglesia jerárquica, centrada en su
poder (como madre y maestra que sabe unas cosas que otros no saben) , con bienes y
privilegios a su servicio, ha sido normal dentro de una cultura que sacraliza
el "buen poder" y defiende un tipo de jerarquía ontológica
(neoplatonismo), política (imperio romano) y sapiencial (el buen “magisterio”).
Ese tipo de iglesia ha podido hacer muchas cosas "buenas", en un
plano político-social, pero ha dejado de ser cristiana.
La visión de una Iglesia como signo del buen poder, y la praxis que deriva de esa visión ha permitido que un tipo de cristianismo se extienda como religión y cultura occidental en espacios y pueblos menos "desarrollados", favoreciendo así la "conversión" muchos pueblos y grupos humanos. Esa es una visión propia de seres y grupos que se sienten superiores a los otros, siendo así capaces de “salvarles” incluso con la fuerza; pero en sí, como tal, no ha sido ni es cristiana.
Pues bien, el tiempo de simbiosis
entre cristianismo y poder (y en especial la interpretación del cristianismo
como jerarquía religiosa y social) ha terminado, pues así lo exige la
visión actual del hombre y, sobre todo, la experiencia radical del evangelio
interpretado como principio de creación y comunión gratuita, sin el apoyo de
ningún "poder" externo.
Imagen 1: San Miguel de Elexabeitia, Artea (Bizkaia)
Imagen 1: San Miguel de Elexabeitia, Artea (Bizkaia)
El fin de un ciclo de poder cristiano
En la línea anterior podemos afirmar que
ha terminado (está terminando) un ciclo de cultura occidental, de origen
greco-romano con rasgos cristianos, desde el nuevo contexto de globalización
económico-administrativa y, sobre todo, desde la novedad sorprendente del
evangelio (como experiencia de libertad y comunión no jerárquica).
Desde ese fondo podemos y debemos destacar
los riesgos principales que ha tenido el proceso de jerarquización del
cristianismo, en línea de sometimiento sacral y dictadura social:
–Riesgo de sometimiento sacral: neo-arrianismo.
La gran herejía cristiana (el arrianismo)
consiste en entender al hombre (a Jesús) como inferior a Dios, interpretando la
piedad religiosa como sometimiento. Ese modelo jerárquico ha pervivido en la
visión de conjunto de la iglesia, que ha venido a estructurarse como sistema de
sacralidad gradual donde unos (maestros y jerarcas) reciben el don y deber de
iluminar y guiar desde arriba a los demás, como si el mismo Dios se expresa a
través de su autoridad, sancionando un sistema de poder.
En contra de eso, debemos redescubrir la diferencia de
Dios (es Infinito), pero una diferencia que no se expresa en forma de
superioridad o jerarquía, sino de identificación con el hombre (como se
descubre en Jesús). Siendo infinito, Dios puede hacerse y se hace finito en el
hombre, especialmente en el hombre necesitado: el huérfano-viuda-extranjero de
la experiencia de Israel, los enfermos-posesos-prostitutas-publicanos del
camino de Jesús.
De esa manera, desde el Dios infinito que
se revela y despliega desde el fondo de la vida de los hombres (no como poder
de imposición, sino como principio de liberación) podemos poner de relieve la
experiencia esencial de comunión, que supera las gradaciones ontológicas de un
tipo de filosofía, con todo intento de superioridad de unos hombres contra
otros, y de dominio militar o económico del mundo.
Sólo allí donde Dios rompe el sistema y
supera la lógica de sometimiento sacral (donde Dios se revela como opuesto a la
mammona económica: Mt 6, 24) se podrá hablar de libertad y comunión
igualitaria, con lugar para los pobres y excluidos del sistema. Sólo cuando se
supere la lógica de jerarquización sacral acabará el ciclo arriano de la
iglesia.
– Riesgo de dictadura social.
La iglesia ha dicho casi siempre que la
comunidad es lo primero y que el Espíritu de Cristo se expresa en el amor
liberador y el diálogo de todos los creyentes. Pero después ha colocado de
hecho a unos hombres especiales por encima de ese diálogo, dándoles palabra
especial de inmunidad sagrada, como si supieran de antemano o desde arriba
aquello que conviene a los demás, para dirigirles, conforme a un modelo de
dictadura sagrada.
Una iglesia que actúa de esa forma afirma con su vida
que no acepta la Vida de un Dios que es comunión personal, ni la Verdad como
gracia compartida, que no acepta el Diálogo de amor sin imposiciones
previas. Esa Iglesia quiere asegurarse bien, asegurando su verdad anterior
(superior) e imponiendo desde sí misma (=desde sus jerarcas) una verdad previa
que se expresa como dictadura social y/o sacral (¡para bien de los subordinados!).
Pues bien, en contra de eso, el evangelio ofrece una comunicación igualitaria y
gratuita, donde la misma comunidad dialogal resuelve los problemas, sin
instancias exteriores de tipo secreto o jerarcas que sólo deben responder ante
Dios o su conciencia, por encima del diálogo comunitario.
Estos son los riesgos, uno sacral, otro
social, y van unidos, pues la verdadera sacralidad se expresa en formas de
comunión personal, conforme a la experiencia cristiana que vincula amor a Dios
y amor al prójimo. La sacralidad cristiana no incluye, según eso, jerarquía,
pues se identifica con el don gratuito de Dios, expresado en la vida y pascua
de Jesús y expandido como perdón y trasparencia interhumana. Todo es gracia de
Dios en la iglesia, todo es presencia y obra del Espíritu de Cristo que se
revela en la comunión personal de los creyentes, no en un orden sacral
superior, en un sistema o estructura previa. La verdad de la iglesia es, según
eso, la misma comunión de palabra y acción de los creyentes, a nivel de encuentro
personal y transparencia humana.
El evangelio, poder creador (no jerárquico, sin
imposición)
Sólo en este contexto podemos responder a
las críticas de Nietzsche, que entendía el cristianismo como platonismo para el
pueblo, tanto en plano de sumisión jerárquica como de sometimiento a un Dios
más alto a quien debemos obediencia. Ciertamente, Nietzsche incluye elementos
que pueden ser y son anticristianos, en su forma de entender a los pequeños y
excluidos del sistema y de sacralizar el eterno retorno de la vida,
interpretada como voluntad de poder, a partir de los más fuertes (y no como
voluntad y experiencia de amor), pero su crítica resulta en otros planos
certera o, al menos, importante para entender el cristianismo:
--El evangelio nos permite rechazar una lógica del
sometimiento y sacralización del sistema, entendido en línea
de un espiritualismo neoplatónico, de un jerarquicismo social… y de una
divinización del poder, que se identifica en el fondo con la divinización del
dinero. Según eso, Dios no es el todo, ni el evangelio es sumisión a una moral
de chandalas o esclavos que deben humillarse. Al contrario, la fe en Dios
infinito (sobre todo sistema y gradación jerárquica) libera al humano para la
libertad y acción creadora, abriéndole al amor, por encima del sometimiento
sacral y del miedo a la muerte.
En esa línea, dando un paso más, y en
contra de la acusación de Nietzsche, Jesús no fue un idiota, un sumiso incapaz
de rebelarse y decir "no", un esclavo del orden imperante (sacral o
social), sino un hombre de gran libertad, que se enfrentó al sistema (altar y
trono) de su tiempo, que decía "no" frente al sistema de poder, y que
lo hacía acogiendo a los excluidos del sistema de poder, y protestando contra
el templo del sistema religioso. Precisamente por negarse al sistema le
mataron; pero su mensaje y comunión contemplativa (liberadora) con Dios y con
los hombres y mujeres de su entorno abrió un camino de vida (pascua) sobre el
mundo.
--El mismo evangelio nos lleva a superar la lógica del
juicio, para descubrir el sentido de la vida, más allá del bien y el mal, pero
no como voluntad de poder (Nietzsche), sino como voluntad y deseo de amor, como gratuidad
liberadora y comunión directa y gozosa entre personas. El sistema de moralidad,
que distingue el bien y el mal, sirve en un plano de talión, pero ser vuelve
destructor, poniéndose al servicio de un todo sacral manipulado por jerarcas
dominantes. Pues bien, sobre ese esquema de talión se ha revelado la gracia
creadora de Dios, que libera a los humanos y les pone gratuitamente al servicio
de los excluidos.
Más allá del bien y el mal no está el poder, sino la gracia que
perdona, la comunión que vincula en igualdad de amor a los humanos. El
platonismo ha sido mística (y mítica) del orden, con una jerarquía de valores
(y valedores) desde los privilegiados del sistema (los "sabios" y
soldados de la República): ha exaltado la misericordia como abajamiento y la
condescendencia de los grandes que "se placen" ayudando a los menores
Pues bien, en contra de ese platonismo del "buen juicio", se ha
elevado Jesús, como testigo de una gracia que no juzga ni se abaja por
condescendencia, ni defensa del sistema, sino que simplemente ama de manera
creadora .
Según eso, los ministerios cristianos no
son defensa del buen orden (mantenimiento de la estructura sacral), ni
condescendencia bondadosa de los superiores (a quienes Dios concede autoridad),
ni sometimiento leal de los inferiores (a quienes pide obediencia), sino
expresión de gracia libertad, creatividad y comunión entre creyentes
responsables, todos contemplativos, capaces de escuchar a Dios. Nadie en la
iglesia es más que nadie, a no ser el más pequeño, el excluido del sistema
(como sabía Jesús), ni nadie es menos: todos son hermanos, no como sistema que
marca desde fuera el lugar de cada uno, sino en comunión donde todos tienen y
comparten la palabra.