Por: Guillermo Castro H.
Hoy, cuando todo parece ir dejando de ser lo que fue sin que se vislumbre aún lo que vendrá a sustituirlo, es importante recordar que pasado mañana tendremos que encarar el resultado de lo que hagamos o dejemos de hacer en nuestro tiempo. En esa perspectiva, convendrá recordar también que los seres humanos “hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.”[1]
Precisamente por eso, en estos tiempos se hace
sentir con especial intensidad aquella “tensión entre la coyuntura del momento
y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro
como causa final que atrae”, a que se refiere el papa Francisco en su
exhortación apostólica Evangelii Gaudium. [2] Allí, Francisco plantea la necesidad de encarar esa tensión
recordando que el tiempo “es superior al espacio”, pues en tiempos de cambio lo
realmente importante es “ocuparse de iniciar procesos más que de poseer
espacios”, mediante acciones que “generan dinamismos nuevos en la sociedad
e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que
fructifiquen en importantes acontecimientos históricos”.
Esta tarea exige convicciones claras y un quehacer
tenaz, fundamentados tanto en la experiencia social como en la evidencia
científica. De eso, en efecto, depende, en gran medida la elección de las
opciones del futuro más favorables ante los peligros que entraña una crisis
como la que todos encaramos hoy.
Esa claridad, a su vez, requiere encarar otra
tensión: la que existe “entre la idea y la realidad”, estableciendo
entre ambas “un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de
la realidad”. Las ideas, en efecto, pueden explicar y contribuir a modificar la
realidad con mayor o peor fortuna, pero no pueden sustituirla. Por lo mismo,
dice Francisco, lo que convoca “es la realidad iluminada por el razonamiento”,
que nos permite vincular la realidad inmediata al proceso histórico desde el
cual nos desafía.
Comprender ese proceso demanda conocer sus formas, y
sus duraciones. En este plano, cabe recordar la especial atención dedicada por
el historiador francés Fernand Braudel (1902-1985) a las duraciones que
organizan el desarrollo histórico.[3] Braudel, en
particular, prestó especial atención al gran valor del “tiempo largo”, en contraste con el énfasis propio
de la historia tradicional “en el tiempo breve, el individuo y el
acontecimiento”, con “su relato precipitado, dramático, de corto aliento.”
Frente a esa historia, agregaba, destaca otra, “de larga, incluso de
muy larga duración”, cuyo examen revela las estructuras que organizan el
desarrollo histórico. Tales estructuras constituyen “una realidad que el tiempo
tarda enormemente en desgastar y en transformar”, que actúan simultáneamente
como “sostenes y obstáculos” del proceso histórico que organizan. En tanto que
obstáculos, se presentan como límites de los que nuestras experiencias no
pueden emanciparse, los cuales van desde determinados marcos geográficos hasta
“encuadramientos mentales” que también representan “prisiones de larga
duración.”
Para Braudel, en breve, “la historia es la suma de todas las historias
posibles: una colección de oficios y de puntos de vista, de ayer, de hoy y de
mañana.” En esa perspectiva, añade, el único error “radicaría en escoger una de
estas historias a expensas de las demás.” La prevención de ese riesgo puede
apoyarse en el hecho de que
En todas las formas de sociedad existe una determinada producción
que asigna a todas las otras su correspondiente rango [e] influencia, y
cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la
influencia. Es una iluminación general en la que se bañan todos los colores y
[que] modifica las particularidades de estos. Es como un éter particular que
determina el peso específico de todas las formas de existencia que allí toman
relieve. [4]
En el caso de Panamá, por ejemplo, la actividad productiva dominante
corresponde a los servicios que el Istmo ofrece al comercio mundial desde
mediados del siglo XVI. Si bien el intercambio interoceánico había existido en
el Istmo desde mucho antes de la conquista europea, la corona española le dio
una organización que perdura hasta hoy. Esa organización concentra el tránsito
interoceánico por una sola ruta; concentra la organización del tránsito bajo la
autoridad del Estado que controla esa ruta; concentra los beneficios generados
por los servicios al tránsito en manos de los sectores sociales que controlan
al Estado, y subordina el conjunto del territorio y la vida económica del Istmo
a las necesidades del tránsito así organizado.
Esa organización de la actividad productiva constituye una estructura de muy
larga duración, dotada de sus correspondientes marcos geográficos y sus
encuadramientos mentales. Se trata, en lo primero, de la posición geográfica y
las características territoriales del Istmo. Y, en lo cultural, de la
convicción general de su vocación transitista, vinculada a su forma de
organización de la actividad de tránsito interoceánico – y la interrupción del
tránsito interamericano – a lo largo de los últimos cinco siglos y medio.
Esa larga duración, y la mentalidad forjada a lo largo de la misma, han estado
estrechamente asociadas a otra, más amplia: la de la formación del mercado
mundial creado por el capitalismo, y las transformaciones ocurridas en la
organización de este durante esos cinco siglos. Ese proceso ha sido
especialmente complejo. Braudel ubica su inicio a mediados del siglo XVII; para
mediados del XVIII, había dado lugar a la organización de un sistema mundial de
orden colonial, que atravesó por una crisis de especial violencia entre 1914 y
1945, hasta desembocar en el sistema internacional que hemos conocido.
La importancia de la función de tránsito del istmo de Panamá a lo
largo de ese periodo ha sido variada. Tras alcanzar gran importancia en sus
comienzos, decayó entre mediados del XVIII y del XIX, debido a la
liberalización general del comercio mundial y el desarrollo de nuevas
tecnologías de navegación. Volvió a ganar en importancia a mediados del XIX con
la construcción del ferrocarril transístmico y finalmente, con la construcción
del Canal interoceánico al amparo de un protectorado militar extranjero y la
creación de una República en el Istmo, la organización transitista del tránsito
alcanzó su momento culminante en el siglo XX.
La liquidación del protectorado y la incorporación del Canal a la
República han llevado la organización transitista del tránsito a su límite,
potenciando a un tiempo sus capacidades en la actual región interoceánica, y
sus contradicciones en el resto del país. Esto, a su vez, se ha visto agravado
por el ingreso del mercado y el sistema mundiales a una nueva fase de
transición hacia formas de organización que finalmente resultarán inéditas con
respecto a la que hemos conocido.
Hoy, una larga duración culmina, mientras otra se inicia. Nuestra crisis
interna está estrechamente ligada a la crisis global, desde sus propias
contradicciones, y así debe ser encarada. Eso demanda tres tareas: lograr una
integración eficaz del Canal en la economía nacional; integrar mucho mejor el
país al proceso de formación del nuevo sistema mundial, y forjar la sociedad
próspera, inclusiva, sostenible y democrática que pueda asumir esas tareas.
Ante esas tareas, el primer obstáculo a superar es el del temor al cambio y la
resistencia a la innovación de los sectores que hasta ahora ha sido los
principales beneficiarios del orden que se agota. Y la esperanza mayor radica
en la re-ciudadanización de los trabajadores y pequeños y medianos productores
del campo y de la ciudad, que han dicho basta, y echado a andar el proceso de
construcción de una república hecha con todos, y para el bien de todos.
Panamá, 29 de julio de 202
[1] El 19 Brumario de Luis Bonaparte. 1852. C. Marx y
F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú
1981. I, 404 a 498. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm
[2] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium Del Santo
Padre Francisco a los Presbíteros y Diáconos, a las personas consagradas y a
los fieles laicos sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. 222-236.
Tipografía Vaticana, 2013.
[3] Braudel, Fernand:
“La larga duración.” La historia y las ciencias sociales.(1960: 60-106):
Alianza Editorial, Madrid. Cap.3. http://posgradocsh.azc.uam.mx/cuadernos/induccion/Braudel-CAP3_LARGA_DURACION.pdf
[4] Marx, Karl: Elementos
Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857 – 1858.
I. Siglo XXI Editores, México, 2007 (I, 27-28)