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"No quiero misas con público, son una aberración"


www.religiondigital.org / 28.04.2020

He copiado algunos titulares últimos de RD (27.4.20), que aparecen igualmente en la prensa de España, Italia o Argentina…:
“¿Cuándo volverán las misas abiertas al público en España?... La Junta de Andalucía propone que haya misas con público a partir de este domingo.” “Los funerales, primer paso en la desescalada que permitirá la vuelta de las misas con público en España... José A. Rosas: "Organizadores del 'Devolvednos la misa' también lanzan campañas negras contra obispos españoles, argentinos o brasileños". “Culto, sí, pero no así': misas como aspirinas y curas convertidos en expendedurías de bendiciones desde los tejados... Los obispos italianos acusan a Conte de "excluir arbitrariamente" las misas con público en el desconfinamiento del país”.

Esos titulares me han producido gran rabia y tristeza: Las “misas con público” son una aberración cristiana. Si lo hubiéramos comentado con Jesús, si hubiéramos preguntado a Marcos o Mateo, a Pablo o Juan, a Salomé, María de Nazaret o Magdalena, nos hubieran respondido: Está loca esa gente; las misas no son un espectáculo de público, un partido de fútbol, una corrida o teatro. Las misas las celebran todos en el ruedo, no hay tendido para el público, no hay unos que hacen y otros miran, todos son “con‒celebrantes”, cuadrilla de Jesús.

‒ “¿Y si viene y se junta mucha gente?” Habrá que organizarlas en grupos, como en el caso de las “comidas” de Jesús, cuando alguna vez venían unos 500. ¿Cómo? En grupos de cien o de cincuenta, o más pequeños (cf. Mc 6, 39-41; cf. Mc 8,1-12).

‒ “¿Y si vienen curiosos a ver, escuchar, como público?” ¡Aquí no hay curiosos! A la misa no va nadie a escuchar, a ver el espectáculo; y si alguno viene de público se le dice que aquel no es su sitio. Que se siente si quiere, pero que comparta, que hay palabra y pan para todos que llegan, como dice cuidadosamente San Pablo en 1 Cor 12-14.

--Una misa a la que va la gente de público para ver, escuchar, mirar… no es eucaristía cristiana, es otra cosa… más propia de paganos y del circo o del fútbol teatro que del evangelio. Por eso debe terminar ese lenguaje de la misa con público, y discutiendo sobre el número de gradas o la separación de los curiosos…

‒ “¿Y en caso de virus, no habrá leyes especiales misas...?” Las leyes sociales del ministro de turno o de la policía serán las mismas que para otras reuniones de familia o grupo… No tiene que haber diferencia. Si hay normas convenidas para tiempos de virus serán las mismas en las misas y en otras celebraciones de familia: en espacio, en número, con mascarilla o sin ellas, con niños civilizados etc.

‒ “Pero entonces se destruye la esencia de la misa… que necesita más gente, con profesionales para cada grupo…” ¡Eso es una simpleza! Las misas no se hacen o reparten con entrada, como espectáculo de público, sino que se pueden y deben celebrar siempre que haya dos o tres cristianos reunidos en nombre de Jesús.  

‒ “El número es clave”, bastan ¡dos o tres! Así dice con todo cuidado el evangelio de Mt 18, que ofrece la primera “legislación sobre el tema”, la más importante de todas, por encima de todo posible Derecho Canónico posterior: Allí donde están reunidos dos o tres en mi nombre allí estoy yo, dice Jesús... Allí está él, la vida de Dios, como palabras, como amor mutuo, como pan…

‒ “Pero esas misas de “dos o tres” (o de cinco o de quince…) ¿son misas de verdad?” ¡Claro! Tan de verdad y mucho más que la misa de un Papa solo en el Vaticano o la del obispo de Granada en su catedral… Son más misas aún que las misas grandes del espectáculo, no necesitan permiso de nadie, tienen el permiso (mandato) de Jesús…

‒ “Pero es que nos quitan la misa…” dicen grupos de política más que de cristianismo en España, Argentina, México, Colombia… ¡Esos que dicen así y protestan contra los políticos de turno, que velan por la salud de la población, no quieren la misa de Jesús, ni se interesan por el evangelio, sino que sólo quieren un tipo de poder social o político, como han dicho muy bien los obispos de Argentina

Ciertamente, el tema no es tan simple…

Junto a esa misa de la casa, la primera, la más importante, de dos o tres (o cinco o quince) reunidos en cualquier casa o lugar, como dice Jesús y como hacían Pablo y su gente, yo quiero también la misa que se pueda celebrar en una iglesia más grande, como aquella en la que participo normalmente con Mabel en San Morales (imagen), porque nos vemos, nos saludamos, compartimos la fe, y es hermoso escuchar y concelebrar todos con Don Juan Pedro, nuestro “párroco” (¡ojo, parroquia significa casa, comunidad de la casa…!). Y espero que podamos hacerlo pronto.

Por eso es normal que mucha gente espere que se puedan celebrar pronto misas públicas, aunque nunca para el público…, pues una misa para el público no es misa, y por más teología que estudio no sé cómo puede estar/ser allí Jesús. Quiero que pueda haber pronto misas más abiertas, en las que participan más cristianos, todos concelebrantes (no para el público…), quiero que se organicen bien, y para eso están las autoridades sanitarias y los obispos… Pero sin olvidar que la primera misa no es esa de la gran gente que puede venir, porque le cae de paso, sino la misa de los grupos de comida y conversación de Mc 6, con unos 50 o 100 en cada corro (¡no más!) o los más pequeños de Mt 18, con dos o tres, que pueden ser los padres y abuelos con el niño, o los hermanos, o tres o cuatro cristianos del bloque de casas.

Reflexiones posteriores

La misa no es cosa de jerarquías, sino de creyentes

Dios no es jerarquía (poder sagrado) sino amor expansivo y comunión gratuita: no se revela en un sistema sacral superior, sino en el amor personal de quienes salen al encuentro de los excluidos y suscitan ámbitos de diálogo afectivo y contemplativo. La autoridad de la iglesia se identifica con el amor mutuo de los creyentes, fundado en la palabra de gracia de los apóstoles de Jesús. Ciertamente, la iglesia es apostólica, pero no clerical ni episcopal en el sentido posterior.

La iglesia no la forma la jerarquía, sino los creyentes reunidos… Por eso, allí donde hay un grupo de cristianos reunidos se puede y se debe celebrar la eucaristía. Ciertamente, la función de obispos y presbíteros es muy importante, pero no para celebrar la eucaristía en exclusiva, sino para coordinar la alabanza y vida de los diversos grupos cristianos.

No hay una iglesia de jerarcas que celebran y de público que asiste…
Jesús no ha querido establecer una nueva estructura social, ni una iglesia especial, junto a las otras, sino un movimiento de reino, que es fermento de vida y esperanza abierta a todos los pueblos de la tierra. Es evidente que, si quiere perdurar, ese movimiento debe estructurarse, con sus comunidades (iglesias) y sus instituciones de autoridad o ministerios, que han de ser transparentes, para que exprese y expanda por ellas la gracia y libertad del evangelio. Pero la iglesia se organizó de un modo romano, convirtiéndose en sistema de poder junto al estado (o en contra del estado).
Pues bien, ese tiempo de poder clerical, con unos que celebran y otros de público, está acabando y la iglesia ha de tornar a lo que era: autoridad y comunión gratuita (de tipo afectivo, gozoso, liberado, al servicio de los pobres). Por eso debe renunciar a sus ventajas anteriores, no para resguardarse en la pura intimidad (una sacristía privada), sino para actuar y expresarse más abiertamente, superando el mimetismo del poder económico y civil, cultural y sacral, judicial y militar que han venido uniéndose con ella.

No queremos defender sólo una iglesia invisible, sino todo lo contrario, queremos una iglesia bien visible, presente en todos los caminos de la vida, pero no en línea de poder, sino de animación, no como estructura sacral objetivada, sino como unión gratuita de amor abierta a todos. Pues bien, da la impresión de que la iglesia jerárquica (no el gran pueblo de Dios que cree en Cristo) tiene miedo: no quiere perder lo que piensa que tiene, desea aferrarse a privilegios (jurídicos, sacrales, culturales...) y dice que lo hace para servicio de los pobres, aunque, en realidad está queriendo mantenerse a sí misma. Por eso, es normal que haya un divorcio cada vez mayor entre la jerarquía eclesial (eso que pudiéramos llamar el “aparato”) y el conjunto de los fieles.

Ha terminado un ciclo clerical de poder

Va a llegar una generación nueva de cristianos, liberados para un tipo de ministerio no jerárquico, a partir de las mismas comunidades, sin condiciones de celibato, sin discriminación de sexo, una generación de servidores del evangelio que no sean sacerdotes en el sentido de “celebradores separados”, por encima del público… Como saben la carta 1 de Pedro y la carta a los Hebreos, todos los cristianos son sacerdotes, celebrantes de Dios, no público que consume misas en el mercado mejor o peor de la religión cristiana.
Según eso, la iglesia es comunidad de celebrantes sacerdotes, de manera que sin que se juntan dos o tres (¡no los diez que mandaba el orden judío de la sinagoga!) los cristianos pueden celebrar. El texto de Mt 18 es taxativo. Los judíos de ley habían establecido un número de diez (y encima machos, varones) para que hubiera celebración judía. En contra de eso, los cristianos de Mateo, siguiendo a Jesús, establecieron que bastaban dos o tres para celebrar, sin necesidad de que fueran varones…

El modelo jerárquico ha pervivido en la visión de conjunto de la iglesia, que ha venido a estructurarse como sistema de sacralidad gradual donde unos (maestros y jerarcas) reciben el don y deber de iluminar y guiar desde arriba a los demás, como si el mismo Dios se expresa a través de su autoridad, sancionando un sistema de poder.
En contra de eso, debemos redescubrir el misterio de Dios (es Infinito) y su revelación en los excluidos del sistema: el huérfano-viuda-extranjero de Israel, los enfermos-posesos-prostitutas-publicanos de Jesús, para acentuar, al mismo tiempo, la experiencia esencial de comunión, que supera las gradaciones ontológicas.

Sólo allí donde Dios rompe el sistema y supera la lógica de sometimiento sacral se podrá hablar de libertad y comunión igualitaria, con lugar para los pobres y excluidos del sistema. Sólo cuando se supere la lógica de jerarquización sacral se podrá volver a una misa sin público, una misa en la que todos son celebrantes, empezando por los más pobres, como dice de un modo radical la carta de Santiago, cuando pide que los pobres se sienten en el primer asiento (es decir, en el del cura o el obispo).

Dos o tres no uno sólo… Uno a solas puede orar, pero no "decir" misa…

La aberración de cierto cristianismo ha llegado a tal límite que se dice que algunos curas celebran misas solitarias (ellos solos) en el campanario de la iglesia, o en una iglesia vacía… Pues bien, por mucho que digan algunos cánones, eso no es misa, es espectáculo de campanario o rito vacío… Una misa de uno solo, por muy obispo que sea no es misa… Hacen falta por lo menos dos o tres, como los de Emaús, como los de Mt 18… Dos o tres que sean simplemente cristianos, es decir, que se sientan unidos a Jesús, que conversen, que celebren, que den gracias y bendigan, que tomen en honor a Jesús el pan y el vino o los equivalentes… Eso es misa, eso va a misa, como se dice en mi tierra.

No hay misa por televisión o a la carta…

No voy en modo alguno en contra de una misa de televisión (sea del canal 13 o del 2, me da lo mismo). Pero lo que se “hace” en televisión para un público no es misa, por más piadosa que sea, por más que la diga el Papa. Y recuerdo que Mabel y yo hemos “compartido” con piedad esas misas pascuales del papa televisivo este año 2020.

Pero oír por televisión la misa no es misa, es otra cosa. Para que haya misa de verdad es necesario que estén allí dos o tres reunidos, en el salón o cocina de la casa… Y que no se limiten a oír y ver… sino que hablen, se hablen y quieran entre ellos, y que compartan el pan y el vino o sus equivalentes, recordando así a Jesús. La misa verdadera es la de ellos, los dos o quince reunidos en la habitación, dialogando, queriéndose, comiendo juntos, no la de la televisión, que no está mal, pero que es otra cosa.

Sólo así puede volver el cristianismo…

Algunos se lamentan y hablan de la descristianización de occidente. Pues bien, pienso que es hermoso y bueno que haya sido así. No habíamos gozado la gratuidad, sino invertido con técnicas de sistema o mercado. Ciertamente, muchísimas personas de la administración eclesial han sido y son ejemplo de honradez personal y eficacia. Pero el sistema eclesial ha tendido a convertirse en mercado de inversiones y seguridades sacrales, poderes e influjos, al servicio de un Dios al que habíamos identificado con un tipo de administración cristiana. Por eso, es bueno que ese sistema esté fallando, desde una perspectiva de evangelio: parece normal que gran parte de los antiguos creyentes de este final del segundo milenio estén dejando la estructura eclesial y no quieran ser cristianos en la forma antigua.

Esto no lo digo yo, lo está diciendo con mucha más fuerza que yo el Papa Francisco, siendo muy criticado por ello, en muchos lugares. Este fallo de las instituciones sociales de la iglesia nos invita a buscar y descubrir su verdad en su plano de gracia y comunión personal, pues sólo así reciben su sentido los signos de la iglesia (oración contemplativa y comunicación de fe, bautismo y perdón, matrimonio y eucaristía...). Lógicamente, estos signos no se pueden realizar por sistema o encargo, sino que han de vivirse en apertura hacia el misterio, en encuentro personal, libre y creador, entre los humanos.

Planificar las experiencias eclesiales en forma de mercado, buscando rentabilidad programada y dejando su gestión para una instancia superior, esto es, para unos ministros cristianos que actúan como administradores políticos o sociales del sistema, sería como pedir que otros me sustituyan en el amor del matrimonio o la experiencia familiar de comunión y amistad. Los ciudadanos pueden delegar el uso del dinero o las funciones de administración, en manos de gestores apropiados de la sociedad (del sistema). Pero la iglesia no es sociedad, sino comunión de personas; por eso, ella no puede delegar en nadie la gestión de sus asuntos (oración y comunicación de fe, encuentro personal y fiesta), sino que son los mismos cristianos quienes deben cultivar la fe y amor de un modo autónomo, desde la raíz del evangelio.

El tiempo de una burocracia clerical ha terminado

Esta situación había nacido de la misma riqueza de una iglesia que se ha sentido heredera del orden imperial de Roma. Avanzando en un camino que había sido iniciado, en plano político, jurídico y militar por el imperio romano, ella ha creado una burocracia espléndida, capaz de operar de una manera unitaria en asuntos religiosos, realizando funciones de anticipación y suplencia jurídica y social, que pueden ser buenas, pero no cristianas, pues usurpando la libertad y comunión dialogal de los creyentes.

Ese tiempo de anticipación y suplencia de la iglesia clerical superior, por encima de los fieles (tomados como público) ha terminado, porque no era bueno, y porque ya no es necesario. Ella había sido modelo de organización y legalidad, incluso en plano de política. Gracias a Dios, ese estadio ha pasado y el sistema global funciona perfectamente sin ella. Por eso y, sobre todo, por fidelidad al evangelio, debe abandonar sus mediaciones y poderes diplomático-administrativos, para ser lo que es: portadora de gratuidad y encuentro personal, donde cada uno dice su palabra y todos pueden comunicarse, sin intermediarios sacrales o sociales.

La misma dinámica de jerarquización y sacralización, antes evocada, había propiciado el surgimiento de una buena racionalidad sacral que conduce en el fondo al ateísmo práctico de las masas. Pero esa situación ha terminado. No es que la iglesia se vuelva inoperante y quede relegada a lo privado, como un hobby más entre los muchos de la gente, sino todo lo contrario: ella debe salir del sistema para encontrar su lugar propio y volverse significativa e importante, pero no en política, sino como experiencia de gratuidad compartida.
Comunicación cristiana

La iglesia es una comunidad comunicativa, sin más tarea que el despliegue y apertura del diálogo de amor de Dios en Cristo a todos los humanos. No hay verdad cristiana fuera de la comunión personal de hombres y mujeres que creen en Jesús y expanden su fe-amor a los humanos. Amor mutuo: eso es la verdad. Comunión afectiva y efectiva abierta a todos los humanos: eso es iglesia. Un largo y hermoso camino se abre a los creyentes: itinerario de comunicación, reto humano, invitación cristiana.

Madrugá sin procesiones en Sevilla

El Dios de los cristianos no está fuera, sino en la misma comunicación en la comunión de los creyentes, pues por Cristo se ha hecho carne de vida, muerte, entrega y pascua, en el tejido de violencia de la historia (para convertirlo en campo de diálogo humano). No podemos buscarle en una trascendencia resguardada, sino en la misma acción comunicativa de amor entre creyentes. Por eso, los ministerios cristianos son mediaciones comunicativas: no expresan el poder de un dios en sí (principio superior y separado, que se goza imponiendo su dictado), sino la comunicación de Dios en Cristo; mediadores de esa comunicación quieren ser los ministros.

No representación con (para el) público. 2020: Un año bueno

Los que quieren “misas con público” se están equivocando de sitio. Que vayan al circo, al teatro, al fútbol o a los toros. La misa se parece más a un baile donde bailan todos, todos… de forma que la música les salga de dentro, sin necesidad de una orquesta fuera, por encima. Jesús rechazó es tipo de teatro religioso, y precisamente los dueños del teatro le condenaron a muerte, el teatro de Roma, el de un tipo de sacerdotes de templo.
Éste (tiempo del coronavirus, primavera 2020) es un tiempo malo en otros sentidos, pero puede ser muy bueno para replantear el cristianismo, pues Jesús rechazó el culto del sistema (sacrificios, ritos nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la iglesia actual habla de oración, pero a veces parece que le tiene miedo. La mayoría de los templos cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes buscan recetas o modelos orientales, como si la fuente de misterio de la iglesia su hubiera secado: no hay apenas varones contemplativos; las admirables mujeres de las grandes tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas, carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no orantes y su influjo no parece grande en el conjunto de la iglesia...

Pues bien, este es un tiempo para que los grupos de cristianos sin cura externo se animen a celebrar por sí mismos, desde el evangelio. Los cristianos no son súbditos de un sistema sagrado, no son públicos para un espectáculo u organización, sino valen y son por ellos mismos: son dignos de amor, especialmente si están necesitados; son celebrantes de la fiesta de Jesús, que está presente en cada uno y en la comunidad reunida. Jesús no dice: "Donde haya dos o tres reunidos en mi nombre que vayan donde el obispo y le pida cura...sino que celebren ellos mismo, que él. Jesús, está con ellos".

Este es el alfabeto y lenguaje de la iglesia, en una sociedad de espectáculo y planificación. Por encima de todo fingimiento, el fiel acoge y agradece la vida como don (=cree). Por eso vive en libertad: nada le puede dominar, nadie puede dirigirle desde fuera, pues se sabe querido de Dios, elegido, en manos del misterio fundante que es el Padre. Se dice que el budismo nace cuando reconocemos la omnipotencia del dolor y superamos la dictadura del deseo que domina y destruye nuestra vida. Pues bien, el cristianismo nace y se expande allí donde afirmamos sorprendidos, respondiendo a su palabra y presencia de amor, que hay Dios y que él es Padre nuestro y de los expulsados del sistema… y así lo celebramos, reunidos en nombre de Jesús, con su palabra, con su pan compartido.

Participación en la liturgia en tiempos de coronavirus

Ante el siglo XXI y XXII…

Se dijo hace un tiempo que el siglo XXI será místico o no será, pues el sistema corre el riesgo de encerrarse y encerrarnos en su cofre de violencia. Pues bien, más que místico en sentido abstracto, pienso que este siglo XXI del coronavirus ha de ser un siglo de gratuidad y comunión, de celebración compartida de la vida, de un modo directo. De lo contrario, nuestra humanidad puede destruirse a sí misma.

Parecía en otro tiempo que podíamos vivir por impulso biológico o deseo, dominados por una religión impositiva (temor al infierno) e dirigidos por la búsqueda de un mejor futuro (cielo). Muchos piensan que esos motivos son ya insuficientes. Necesitamos razones y experiencias más hondas, sensaciones y esperanzas para amar de un modo gratuito, pues de lo contrario el sistema acabará por destruirnos. Entre esas sensaciones y esperanzas está, sin duda, el amor mutuo, directo, inmediato, vinculado a la contemplación del misterio (sabernos amados, acogidos), expresado en forma de acción de gracias (eucaristía) y de bendición (eulogía)… en cada grupo, en cada casa…

Nos estamos jugando el futuro, nos estamos jugando el cristianismo
El momento y tema es clave. Por un lado, se extiende implacable un sistema económico y político (policial), sin resquicio para la gratuidad y ternura, el perdón y reconciliación, imponiendo sobre todos su "coraza de hierro" de ley necesaria. Por otro lado, aumentan las divisiones sociales y el odio: choque entre colectivos nacionales, minorías y mayorías, exilados y emigrantes... Crecen los grupos contrapuestos, la violencia aumenta, muchos se sienten inseguros. En este contexto se vuelve cada vez más necesaria una experiencia contagiosa y creadora de perdón y de la comunión directa...

La iglesia actual, desde el Vaticano II hasta el Papa Francisco, está hablando de crear comunidades, de una nueva evangelización... pero no hace nada, casi nada... a pesar de los intentos del Papa Francisco. Quizá muchos "jerarcas" no se dan cuenta, ellos mantienen la esquizofrenia. Ellos son parte del problema. No se trata sólo de que ellos cambien, tienen que cambiar las comunidades. Pero sin un cambio radical de la jerarquía, sin una destrucción de la jerarquía como poder sacral, para volver al evangelio, no hay solución posible.

El momento es acuciante: nos estamos jugando el futuro de la humanidad, no sólo por el coronavirus, sino por el virus más fuerte del poder por el poder y de la soledad… Mirada en ese fondo, la disputa sobre el ministro autorizado (si es todo cristiano, sólo un presbítero o la comunidad) y las discusiones legales sobre el modelo legal de absolución (individual o comunitaria) se vuelven secundarias, en la línea de los obsesivos rituales. Todo perdón humano es signo y presencia del perdón de Dios en Cristo, por encima de las leyes que impone el sistema; toda celebración cristiana de dos o tres reunidos en nombre de Jesús, desde su Palabra, ante su Pan es Eucaristía. Más que la manera jurídicamente válida de impartirlo de celebrar el perdón y la mesa de amor de Jesús importa el perdón en cuanto tal, importa la comunión.

Según el rito vigente (con su Código de Derecho Canónico), para que esta celebración del perdón y de la vida, la eucaristía, tenga valor "oficial" habrá un presbítero que avale y proclame el perdón y las palabras de la misa. Pero eso es Derecho Canónico (del malo), no es evangelio del bueno, el de Mt 18 donde se dicen: Allí donde os perdonáis (no dice con cura o sin cura) yo os perdono; y allí donde os reunís dos o tres (no dice con cura o sin cura) yo estoy con vosotros, como pan de vida, yo soy eucaristía.

¿Y para qué valen entonces los curas, los presbíteros y obispos, con los diáconos?

Para mucho, para muchísimo. Ahora es cuando valen… Como en todo grupo social (por la misma identidad humana, antes que el evangelio…), todo grupo necesita un tipo de liberados, animadores, no para “usurpar” la autoridad de perdón y de eucaristía de los cristianos que se reúnen en casas o aldeas, en grandes iglesias, en pisos de barrio, o tiempos de coronavirus…, sino para animar a la gente. El poder del perdón o de la eucaristía no lo tiene un cura ordenado, sino la comunidad de los cristianos que pueden y deben reunirse por gracia de Dios y mandato de Jesús para perdonarse, para celebrar la misa, y así lo hizo la iglesia primitiva a lo largo de dos siglos, por lo menos. Pero es muy bueno que surgieran obispos y curas para animar ese perdón y celebración de todos. Pues bien, tras 17 o 18 siglos de “suplencia clerical”, vuelve ese tiempo primitivo, vuelve la misa sin público, bendito sea.

Sólo ahora, los verdaderos curas y obispos encontrarán su tarea más honda y más gratificante, no la de ser una especie de “patronos sacrales”, sino la de actuar como delegados, animadores y testigos de las comunidades. Conozco a muchísimos curas que así lo hacen, que lo están haciendo de un modo cristiano, genial, en este tiempo de coronavirus. Ellos, con las comunidades cristianas, son garantes del camino del evangelio. De ellos seguiré tratando en este portal de RD.

Salud en tiempos de crisis


Por: Jorge L. Prosperi R.
www.laestrella.com.pa / 27-04-2020

La Rectoría del Ministerio de Salud constituye la capacidad del Estado para tomar responsabilidad por la salud y el bienestar de la población, al igual que para conducir el sistema de salud en su totalidad. Esta capacidad del Minsa es fundamental para ejercer la llamada gobernanza del sector salud. Adquiere especial relevancia en momentos como el actual y requerirá del máximo respaldo por parte del Ejecutivo.

La función rectora implica tres dimensiones indelegables: la primera es la dimensión de Conducción, la cual comprende la capacidad de orientar a las instituciones del sector público y privado y movilizar instituciones y grupos sociales en apoyo de la Política Nacional de Salud. En este momento de crisis, el liderazgo del Minsa es evidente todos los días en la planificación del quehacer de las instituciones para coordinar la respuesta intersectorial para hacerle frente a la pandemia en el país, y en las “ruedas de prensa” dirigidas por la ministra de Salud, con la presencia del director de la CSS y otros ministros. La prueba de fuego vendrá cuando superemos la pandemia y salgamos de la cuarentena. Habrá que mantener el esfuerzo y el respaldo del Ejecutivo para mantener la coordinación intersectorial que necesitamos.

No menos importantes son las llamadas Funciones Esenciales de Salud Pública. No es el momento para analizar el desempeño de esta capacidad, pero será obligatorio a medida que vayamos superando esta crisis. Las instituciones del sector deben aprovechar la oportunidad para buscar en conjunto el fortalecimiento de las competencias necesarias. Incluyen entre otras: el ejercicio de la vigilancia de la salud pública, el control de riesgos y daños en salud pública, la promoción de la salud, la participación de los ciudadanos en la salud, la garantía y mejoramiento de la calidad de los servicios de salud individuales y colectivos.

Finalmente, la Rectoría tiene la dimensión de Regulación y Fiscalización. La he dejado para el final porque la considero la más importante en estos tiempos de crisis. La función reguladora tiene como propósito diseñar el marco normativo que protege y promueve la salud de la población, así como garantizar su cumplimiento. La regulación y la vigilancia de su aplicación son necesarias para garantizar el papel estatal de ordenar los factores de producción y distribución de los recursos, bienes, servicios y oportunidades de salud en función de principios de solidaridad y equidad. Si dicha garantía no se ejerce, las leyes y normativas pierden efectividad, ya que su función se reduce a ser declarativa.

A pesar de ello, existen tendencias a restringirla en función de los intereses del mercado, lo cual cobra especial relevancia en momentos en los que la demanda de insumos y equipos médico-quirúrgicos crea oportunidades para hacer negocios con los recursos del Estado. Por otro lado, no me sorprendería la resistencia de empresas y negocios para cumplir con las medidas de distanciamiento social y bioseguridad, a medida que vayamos levantando la cuarentena, y quieran volver a la situación previa a la pandemia. El Minsa necesitará del efectivo respaldo del Ejecutivo, así como de la población, para hacer cumplir estas normativas.

La existencia de individuos y empresas que se resisten a cumplir con el marco normativo que protege y promueve la salud de la población, ha sido identificada por Transparencia Internacional (TI) en América Latina, al advertir que la corrupción puede aumentar en la región a partir de las compras y contrataciones que realizan los Gobiernos para afrontar la pandemia, y reclamó máxima publicidad de la información sobre esas transacciones y activar las agencias nacionales antimonopolio para evitar colusión entre actores económicos o prácticas que resulten en la especulación de los precios.

Consciente de esta posibilidad, nuestro primer mandatario ha reiterado que no permitirá irregularidades en las compras públicas de insumos para enfrentar la crisis del COVID-19. Por su parte, la población panameña ha estado pendiente, ejerciendo a través de las redes sociales, medios y foros, su derecho de controlar la gestión de los funcionarios, denunciando el posible uso de la pandemia para abusar de los ya de por sí limitados recursos públicos. Le toca al Minsa aprovechar el respaldo institucional y ciudadano para continuar ejerciendo con optimismo y confianza su función de fiscalización y control.


El SUFRIMIENTO Y LA DESESPERANZA DEL PUEBLO PANAMEÑO POR LA PANDEMIA DEL COVID19.


Por: Rev. Manning Maxie Suárez


El sufrimiento del pueblo panameño por la pandemia del covid-19 me recuerda al sufrimiento de los hijos de Israel en Egipto, al final vino la liberación de todo.  La historia del sufrimiento del pueblo hebreo en Egipto, es una historia que va más allá de los años 1,250 a.C.  Pero el inicio de este sufrimiento deshumanizante de este pueblo errante, se remonta a la historia de los hijos de José (en hebreo: יוֹסֵף) hijo de Jacob y de Raquel, en el antiguo Egipto donde el mismo José fue un esclavo de un funcionario egipcio llamado Potifar. La historia se expresa con más detalles al final del libro del Génesis (c.50) y el inicio del libro del Éxodo c.1 y 2.

En el escenario de la historia del gran libertador Moisés, los mismos fueron esclavizados por un sistema monárquico y déspota, duro e implacable con sus políticas hacía aquellos que ellos consideraban como “no confiables” por el Faraón (Éx. 1, 9-10).  Las razones políticas expresadas en estos versículos llevó a endurecer su posición para con ellos: 1).- Endurecer el trabajo, 2).- Trato cruel a toda la población (v.13), 3).- Asesinato de los nacidos con sexo masculino (v. 16 y 22), 4).- Maltrato de la fuerza laboral (c.2, 11), y así se sumaban las injusticias contra el pueblo hebrero.


Sin embargo, Dios (Yhwh), no se olvidó de las promesas realizadas a los patriarcas de su pueblo Abraham, de Isaac y de Jacob y llamó al libertador, a Moisés (Éx.3). y le dijo: “Claramente he visto cómo sufre mi pueblo que está en Egipto”. (Éx.3,7b). Lo que establece que Dios observa desde los cielos y juzga nuestras acciones aquí en la tierra.  Asigna a Moisés la gran tarea de la liberación del pueblo hebreo de la opresión (Éx.3,10).    

Sin embargo, el corazón del ser humano, es duro y nuestra prepotencia no nos permite muchas veces ver la verdad que Dios desea para nosotros.  Los hebreos tuvieron que sufrir con los egipcios, pruebas duras para lograr doblar la voluntad del Faraón (Éx.3,20).  10 Plagas fueron enviadas para doblar la voluntad de los mismos:  I – La conversión del agua en sangre (Éx. 7,14-24), II - La Invasión de las ranas (Éx. 8,1-15), III – Los Piojos (Éx. 8,16-19), IV - Las Moscas (Éx. 8,20-32), V - La Peste del ganado (Éx. 9,1-7), VI - La de las Úlceras (Éx. 9,8-12), VII - La de la Lluvia de fuego y granizo (Éx. 9,13-35), VIII - La de las Langostas (Éx. 10,1-20) IX - La de las Tinieblas (Éx. 10,21-29) y La de la Muerte de los primogénitos (Éx. 11,1-10; 12,29-36).  Al final de todas estas intervenciones de Dios en la historia de Egipto e Israel el resultado fue la liberación del pueblo de la esclavitud por más de 430 años (Éx.12,40-42).  Ese fue el inicio de la Pascua (Pésaj), un día de alegría y gozo para el pueblo hebreo, un día de liberación.

La gran mayoría del pueblo panameño es creyente en Dios, en el Dios de Jesucristo. La fe, que es don del Espíritu Santo, nos permite no perder la esperanza de un mundo mejor, un mundo con justicia y equidad que es lo que adolecemos hoy día en Panamá. Somos un pueblo desigual y con muy poca justicia social.   Como pueblo creyente, podemos aprender mucho de la experiencia del pueblo hebreo y del liderazgo de Moisés el gran libertador de este pueblo. 

La Pandemia del Covid-19 en Panamá, así como las plagas de Egipto hace miles de años atrás, que han dejado más de “430” muertos pero que seguramente serán muchos más. La plaga nos ha permitido revalorizar nuestra relación con Dios, con el Mundo y con los hombres y mujeres que lo habitan.  Es hora de tomar decisiones serias que impacten la vida de todos, no solo para Panamá sino para el Mundo que nos rodea, y no seguir más con ese concepto de “MÁS DE LO MISMO”.  Un “NO ROTUNDO” al pasado injusto, sin equidad y un “SI ROTUNDO” con el Dios de la historia y de la Vida que nos puede ayudar a construir un mundo más justo y equitativo. 

¿Vamos a continuar con esas prácticas viejas de corrupción y anti éticas?, ¿De tratos injustos a todos nuestros conciudadanos y residentes extranjeros en el campo laboral?, ¿Vamos a mantener este sistema económico injusto que ahoga a nuestras familias, sacrificándolas? O vamos a tomar en serio la “NUEVA NORMALIDAD”, que debe ser una vida más cónsona con la Vida como nos la dio Dios mismo a través de su hijo Jesucristo y que nos permite sentirnos parte de un pueblo escogido y bendecido.  Temas estos para la reflexión diaria.

Sacerdote.

Panamá: transitismo y futuro



Panamá: transitismo y futuro
Por: Guillermo Castro Herrera 

Para José de Jesús Martínez, Chuchú,
que camina con nosotros.

Panamá es una sociedad transitista. El transitismo es una formación económico-social que opera en el marco del moderno sistema mundial. Ella ha sido objeto de distintas interpretaciones. Para autores como Hernán Porras, Alredo Castillero y Omar Jaén se trata de una vocación natural, que ha dado lugar a una singular organización social y territorial del Istmo. Para otros - como Ricaurte Soler, Marco Gandásegui, Olmedo Beluche y Richard Morales -, esa formación se constituye a partir de una modalidad histórica de inserción de Panamá en el sistema mundial a partir del siglo XVI. Como tal, se ve animada en su desarrollo por sus propias contradicciones internas y las del mercado mundial al que sirve.

El futuro de Panamá – y las opciones para un Panamá futuro – están directamente asociados a la comprensión del transitisimo como estructura ha cumplido y cumple funciones de servicio a la circulación de capitales, mercancías y personas en el mercado mundial. Desde su organización por la monarquía española, además, el transitismo concentra en una sola ruta interoceánica esa funciones, y garantiza el control de sus beneficios por quienes controlan esa ruta.

Esa forma de organización del tránsito ha generado un desarrollo desigual y combinado en el Istmo. Desigual, porque concentra en la región interoceánica los beneficios del tránsito: allí, en menos del 10% del territorio del país, se genera más del 80% de la riqueza que cada año producen los trabajadores de lo que ha venida a ser en el siglo XXI la Plataforma de Servicios Globales de Panamá. Combinado, porque esa Plataforma utiliza los recursos del resto del país como subsidio para sus actividades, y subordina a sus propios intereses y necesidades el potencial de desarrollo de las otras regiones del Istmo.

La contradicción entre la resistencia a la transformación de quienes controlan el transitismo y la demanda de una transformación por parte de quienes llevan la carga de su carácter desigual y combinado se expresa en la crisis de gobernabilidad que se ha venido forjando en el país de 1999 a nuestros días. Esa crisis se expresa en un crecimiento económico incierto, una inequidad social persistente, una degradación ambiental constante, y una creciente desintegración institucional, que se expresa en el colapso de los servicios públicos y la impunidad como forma de relación de los administradores de los bienes públicos con el Estado y la sociedad. Y esos factores internos, a su vez, determinan las modalidades del impacto de la crisis global en la vida interna del país.

Hoy, el mayor reto intelectual y cultural que encara Panamá consiste en repensar el tránsito y su organización, una tarea imposible de concebir en el marco de la cultura dominante. Ese reto no opera en el vacío, sino en la necesidad de dar forma y voz a las transformaciones que luchan por abrirse paso en la conciencia nacional.
Así, desde hace 30 años se viene incrementando en el país el número de vías interoceánicas alternativas, cuyo desarrollo podría beneficiar a regiones hasta ahora marginadas. Ese desarrollo es temido y obstaculizado por los sectores de la vida nacional que históricamente se han beneficiado del transitismo, en particular aquellos vinculados a la banca, el comercio y la renta inmobiliaria, que constituyen el núcleo tradicional de lo que Hernán Porras llamó en su momento “el grupo capitalino blanco”.
En esta perspectiva, cabe decir que a partir de la integración del Canal a nuestra economía interna gracias al Tratado Torrijos Carter de 1979-1999, y de esa economía al mercado global en el siglo XXI, el desarrollo de estas contradicciones internas se acerca a un punto en el que el transitismo conspira contra el tránsito. Con esto, a su vez, el país se acerca a una circunstancia en la cual, de no ser resueltas, esas contradicciones terminarán por generar conflictos regionales que podrían afectar la estabilidad política del país en el mediano plazo, y aun la viabilidad económica del tránsito.

No  fue en balde que el Presidente Ernesto Pérez Balladares (1994-1999) advirtiera a fines de su gestión que el Panamá tendría que escoger “entre desarrollar el país o subdesarrollar el Canal.” El hecho mismo de que la hegemonía cultural del transitismo no permitiera – ni entonces ni ahora – comprender el sentido profundo de esa advertencia, confirma que esa hegemonía ha entrado en crisis.

En el moderno sistema mundial solo cabe concebir un conflicto entre el Pro Mundi y el Pro Domo beneficio en la cultura forjada al calor del protectorado impuesto a Panamá por los Estados Unidos tras apoyar nuestra separación de Colombia en 1903, y renovado en los hechos – así fuera con disimulo mayor – tras el golpe de Estado con que sus fuerzas armadas resolvieran para su ventaja y beneficio la grave crisis política provocada por el militarismo panameño en la década de 1980. Hoy, un Pro Domo et Mundi Beneficio es perfectamente imaginable si se tiene la capacidad de pensar fuera del cepo mental transitista. 

Ese cepo venía siendo resquebrajado por el ascenso de las luchas populares y de sus reivindicaciones a lo largo de los últimos quice años, que hoy encuentran voces – aun sin proyecto – en el relevo generacional que ya está en curso en nuestra vida cultural y política. Gratas nuevas para la generación de quienes éramos niños cuando ocurrió el alzamiento anticolonial de enero de 1964; llegamos demasiado jóvenes a la lucha de liberación nacional de 1972 – 1977, y desde 1990 sufrimos todo el peso de la política cultural del pensamiento único neoliberal que hoy se diluye entre plegarias a ideólogos cuyas trompetas pudieron parecer de oro ayer, y se revelan hoy de indudable latón, cuando todo lo que habían proclamado como sólido se disuelve en el aire.

Hoy podemos decir que nuestra generación

se parece a los judíos que Moisés conducía por el desierto. No sólo tiene que conquistar un mundo nuevo, sino que tiene que perecer para dejar sitio a los hombres que estén a la altura del nuevo mundo.[1]

El viento del mundo, como lo llamara Aníbal Ponce, sopla aquí también cargado de futuro. De nosotros depende, dependerá cada vez más, lo que ese futuro nos depare.
Panamá, 7 de junio de 2020



[1] Marx, Carlos: La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/index.htm

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Los Dones del Espíritu Santo.


Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +

El evangelista san Lucas, a quien se le atribuye la autoría del libro de los “Hechos de los Apóstoles” en el Nuevo Testamento de la Biblia, y escrito alrededor de los años 80 y 90 d. C., hace énfasis en tres cosas fundamentales: primero: la historia de cómo se fundó la Iglesia Cristiana primitiva, la de los apóstoles; segundo: La venida del Espíritu Santo sobre la misma y tercero: el compromiso de los seguidores de Jesucristo de llevar el evangelio a todas partes del mundo.  Es un libro apasionante de leer, pertenece a aquellos libros que cuando se inicia, no se suelta hasta que se termina su lectura.

De estas tres grandes narraciones, está la de uno de los cumplimientos proféticos que cambiaría no solo la historia de los apóstoles y seguidores de Jesucristo sino de la historia de la humanidad, y me refiero a la venida del Espíritu Santo sobre la faz de la tierra.  Después de estas cosas derramaré mi espíritu sobre toda la humanidad: los hijos e hijas de ustedes profetizarán, los viejos tendrán sueños y los jóvenes visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días; mostraré en el cielo grandes maravillas, y sangre, fuego y nubes de humo en la tierra. El sol se volverá oscuridad, y la luna como sangre, antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible.»  Profecía esta del Profeta Joel (2,28-32), escrita probablemente entre el año 835 y el año 800 a. C.

En el acontecimiento histórico de los hechos de los apóstoles, se señala que los mismos estando reunidos en un solo sitio, durante la festividad judía de Shavuot o fiesta de las semanas, “De repente, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde ellos estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran” (2, 1- 4).  Fue un evento maravilloso que cambiaría la vida de estas humildes personas para siempre.

Ese “advocatus “, ese “Santo Espíritu” se derramó ese día sobre cada uno de ellos y no ha parado de derramarse sobre toda la humanidad como lo profetizara Joel.  Las sagradas escrituras y el catecismo de la Iglesia nos enseñan que esa realidad se puede confirmar con la aseveración paulina que dice: “"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3).  El Espíritu y su gracia, están presente en toda la humanidad y se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo.

Ese Espíritu que se ha derramado sobre toda la humanidad es consubstancial al Padre y al Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria como reza el Credo Niceno.  Él Paráclito coopera activamente con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra salvación y será siempre así hasta su consumación.  Entonces, este designio divino, que se consuma en Cristo, "Primogénito" y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad, por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna (Catecismo).

Para seguir con la tarea incansable de los seguidores de Jesucristo, de llevar el evangelio a todas partes del mundo, el Dios Trino nos ha dado este regalo, este don, este carisma con sus dones excelsos que nos capacitarán y empoderará para la tarea de la evangelización del mundo. Un empoderamiento marcado por el amor de Jesucristo, es el principio de la vida nueva, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).

San Pablo estaba muy claro sobre este aspecto cuando en su carta a los Gálatas señalaba “En cambio, lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús, ya han crucificado la naturaleza del hombre pecador junto con sus pasiones y malos deseos. Si ahora vivimos por el Espíritu, dejemos también que el Espíritu nos guíe”.  Los dones del Espíritu son para toda la humanidad y reflejan los valores y principios del Reino de los Cielos.

Ojalá que en esta época de la festividad de Pentecostés pongamos en práctica esos dones de amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio que harán que esta nación esté más cerca de la voluntad de Dios.

Sacerdote.

Panamá: la crisis de que se trata


Por: Guillermo Castro Herrera 

El debate en torno a la pandemia de COVID 19 ha enriquecido nuestras capacidades para comprender el alcance y las formas del impacto de la crisis global en nuestra América. Hoy entendemos con mayor claridad dos elementos relevantes en esta circunstancia. Uno consiste en que la pandemia detonó una crisis generada por la acumulación de contradicciones y conflictos de orden económico, social, político y ambiental en toda la región. Otro, que esa detonación tuvo características distintas en países diferentes, asociadas al tipo de formación económico social existente en cada uno de ellos.[1]

En Panamá, esa formación tiene un carácter transitista. Ese término designa dos elementos a un tiempo. El primero es la función que Panamá desempeña desde el siglo XVI en la provisión de servicios al tránsito interoceánico para la circulación de capitales, mercancías y personas en el mercado mundial. El segundo, las formas de vida económica, social y política, y de organización territorial del Istmo, asociadas a esa función. 

A lo largo de esos cinco siglos, la formación transitista ha desarrollado rasgos característicos. Uno consiste en la organización monopólica del tránsito interoceánico a partir de una sola ruta: la del valle del río Chagres. Así, esa ruta estuvo sujeta al control de poderes políticos externos al Istmo – la Monarquía española, el Estado colombiano y los Estados Unidos de América - hasta 1999, cuando pasó a ser responsabilidad del Estado nacional de Panamá.[2]

Ese control, a su vez, ha garantizado al tránsito interoceánico subsidios ambientales y sociales – tierra, agua, energía y fuerza de trabajo, en primer término – provenientes del entorno natural, social y económico de la ruta. Esto ha permitido concentrar y centralizar la vida económica del país en torno a esa actividad, al punto de limitar el resto del país al desarrollo de actividades compatibles con esa función de subsidio.

En lo social, esto estimuló la constante fragmentación del mundo de los trabajadores entre los sectores directa e indirectamente vinculados a las actividades de la ruta. Así, el subsidio al tránsito genera un retraso constante en el desarrollo de las fuerzas productivas en el resto de la economía nacional, y en la transformación de las relaciones sociales de producción y de la cultura en el resto de la sociedad. De aquí resultó una estructura económica que concentra en el sector terciario magnitudes de actividad y producción que en el resto de la región corresponden por lo general a los sectores primario y secundario.

Dentro de ese marco, el país enfrenta hoy una peculiar contradicción. La operación sostenida del Canal demanda, hoy, el desarrollo sostenible del país. Sin embargo, la cultura transitista no está en capacidad de asumir esa necesidad y traducirla en un proyecto de nación sustentado en una organización no transtista del tránsito, que multiplique la capacidad del conjunto del país para ofrecer servicios tanto al mercado mundial como a la integración de nuestra América.

El hecho de que el Estado no se haya planteado siquiera esa tarea, ni mucho menos se la haya propuesto a la sociedad como un empeño en común, debe ser objeto de una seria reflexión política. En efecto, si el Estado controla al Canal, lo que cabe discutir es quién controla al Estado, cómo lo hace, y hasta qué punto está o no está en la disposición y la capacidad de someter su gestión del bien público mayor de la Repúlica al control social de sus ciudadanos.

Los elementos fundamentales para la construcción de ese proyecto de reconstrucción nacional se encuentran dispersos, hoy, en las demandas de múltiples sectores de la sociedad panameña. Sin embargo, los sectores dominantes en la formación transitista no pueden ni quieren ir más allá de su interés en modernizar en lo tecnológico, y preservar en lo político, los privilegios de que han disfrutado desde 1903. Por su parte, los sectores populares y la nueva generación de intelectuales que buscan vincularse a ellos no se resisten al desarrollo de las fuerzas productivas generado por el tránsito tránsito, sino a preservar las relaciones de producción que constituyen el cimiento fundamental del transitismo.

Hemos llegado, así, a la más singular de las contradicciones de nuestra historia: aquella en la que el transitismo se constituye en el peligro mayor para la actividad del tránsito en Panamá. Aquí está el nudo gordiano de la crisis que nos aqueja. Cortarlo de raíz es sin duda el desafío mayor de nuestro tiempo en nuestra tierra.

Panamá, 12 de junio de 2001


[1] En el sentido de que en todas las formas de sociedad “existe una determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango de influencia, y cuyas relaciones por lo tanto aseguran a todas las otras el rango y la influencia. Es una iluminación general en la que se bañan todos los colores y [que] modifica las particularidades de éstos. Es como un éter particular que determina el peso específico de todas las formas de existencia que allí toman relieve.” / Marx, Karl: Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857 – 1858. I. Siglo XXI Editores, México, 2007. I: 27 - 28.

[2] Por contraste, la población prehispánica había desarrollado al menos media docena de rutas de intercambio entre los litorales del Pacífico y el Atlántico del Istmo, cuyas funciones iban desde el intercambio interno de bienes, hasta facilitar el que tenía lugar entre civilizaciones situadas fuera del Istmo, en las riberas de ambos mares.
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