Por: Xabier Pikaza
www.religiondigital.org / 28.04.2020
He copiado algunos titulares últimos de RD
(27.4.20), que aparecen igualmente en la prensa de España, Italia o Argentina…:
“¿Cuándo
volverán las misas abiertas al público en España?... La Junta de Andalucía
propone que haya misas con público a partir de este domingo.” “Los funerales,
primer paso en la desescalada que permitirá la vuelta de las misas con público
en España... José A. Rosas: "Organizadores del 'Devolvednos la misa'
también lanzan campañas negras contra obispos españoles, argentinos o
brasileños". “Culto, sí, pero no así': misas como aspirinas y curas
convertidos en expendedurías de bendiciones desde los tejados... Los obispos italianos
acusan a Conte de "excluir arbitrariamente" las misas con público en
el desconfinamiento del país”.
Esos titulares me han producido gran rabia y
tristeza: Las “misas con público” son una aberración cristiana. Si lo
hubiéramos comentado con Jesús, si hubiéramos preguntado a Marcos o Mateo, a
Pablo o Juan, a Salomé, María de Nazaret o Magdalena, nos hubieran respondido:
Está loca esa gente; las misas no son un espectáculo de público, un partido de
fútbol, una corrida o teatro. Las misas las celebran todos en el ruedo, no hay
tendido para el público, no hay unos que hacen y otros miran, todos son “con‒celebrantes”,
cuadrilla de Jesús.
‒ “¿Y si viene y se junta mucha gente?” Habrá
que organizarlas en grupos, como en el caso de las “comidas” de Jesús, cuando
alguna vez venían unos 500. ¿Cómo? En grupos de cien o de cincuenta, o más
pequeños (cf. Mc 6, 39-41; cf. Mc 8,1-12).
‒ “¿Y si vienen curiosos a ver, escuchar, como
público?” ¡Aquí no hay curiosos! A la
misa no va nadie a escuchar, a ver el espectáculo; y si alguno viene de público
se le dice que aquel no es su sitio. Que se siente si quiere, pero que
comparta, que hay palabra y pan para todos que llegan, como dice cuidadosamente
San Pablo en 1 Cor 12-14.
--Una
misa a la que va la gente de público para ver, escuchar, mirar… no es
eucaristía cristiana, es otra cosa… más propia de paganos y del circo o del
fútbol teatro que del evangelio. Por eso debe terminar ese lenguaje de la
misa con público, y discutiendo sobre el número de gradas o la separación de los
curiosos…
‒ “¿Y en caso de virus, no habrá leyes
especiales misas...?” Las leyes sociales del ministro de turno o de la policía
serán las mismas que para otras reuniones de familia o grupo… No tiene que
haber diferencia. Si hay normas convenidas para tiempos de virus serán las
mismas en las misas y en otras celebraciones de familia: en espacio, en número,
con mascarilla o sin ellas, con niños civilizados etc.
‒ “Pero entonces se destruye la esencia de la
misa… que necesita más gente, con profesionales para cada grupo…” ¡Eso es una
simpleza! Las misas no se hacen o reparten con entrada, como espectáculo de
público, sino que se pueden y deben celebrar siempre que haya dos o tres
cristianos reunidos en nombre de Jesús.
‒ “El número es clave”, bastan ¡dos o tres! Así
dice con todo cuidado el evangelio de Mt 18, que ofrece la primera “legislación
sobre el tema”, la más importante de todas, por encima de todo posible Derecho
Canónico posterior: Allí donde están reunidos dos o tres en mi nombre allí
estoy yo, dice Jesús... Allí está él, la vida de Dios, como palabras, como amor
mutuo, como pan…
‒ “Pero esas misas de “dos o tres” (o de cinco
o de quince…) ¿son misas de verdad?” ¡Claro! Tan de verdad y mucho más que la
misa de un Papa solo en el Vaticano o la del obispo de Granada en su catedral…
Son más misas aún que las misas grandes del espectáculo, no necesitan permiso
de nadie, tienen el permiso (mandato) de Jesús…
‒ “Pero es que nos quitan la misa…” dicen
grupos de política más que de cristianismo en España, Argentina, México,
Colombia… ¡Esos que dicen así y protestan contra los políticos de turno, que
velan por la salud de la población, no quieren la misa de Jesús, ni se
interesan por el evangelio, sino que sólo quieren un tipo de poder social o
político, como han dicho muy bien los obispos de Argentina
Ciertamente,
el tema no es tan simple…
Junto a esa misa de la casa, la primera, la más
importante, de dos o tres (o cinco o quince) reunidos en cualquier casa o
lugar, como dice Jesús y como hacían Pablo y su gente, yo quiero también la
misa que se pueda celebrar en una iglesia más grande, como aquella en la que
participo normalmente con Mabel en San Morales (imagen), porque nos vemos, nos
saludamos, compartimos la fe, y es hermoso escuchar y concelebrar todos con Don
Juan Pedro, nuestro “párroco” (¡ojo, parroquia significa casa, comunidad de la
casa…!). Y espero que podamos hacerlo pronto.
Por eso es normal que mucha gente espere que se
puedan celebrar pronto misas públicas, aunque nunca para el público…, pues una
misa para el público no es misa, y por más teología que estudio no sé cómo
puede estar/ser allí Jesús. Quiero que pueda haber pronto misas más abiertas,
en las que participan más cristianos, todos concelebrantes (no para el
público…), quiero que se organicen bien, y para eso están las autoridades
sanitarias y los obispos… Pero sin olvidar que la primera misa no es esa de la
gran gente que puede venir, porque le cae de paso, sino la misa de los grupos
de comida y conversación de Mc 6, con unos 50 o 100 en cada corro (¡no más!) o
los más pequeños de Mt 18, con dos o tres, que pueden ser los padres y abuelos
con el niño, o los hermanos, o tres o cuatro cristianos del bloque de casas.
Reflexiones
posteriores
La misa
no es cosa de jerarquías, sino de creyentes
Dios no es jerarquía (poder sagrado) sino amor
expansivo y comunión gratuita: no se revela en un sistema sacral superior, sino
en el amor personal de quienes salen al encuentro de los excluidos y suscitan
ámbitos de diálogo afectivo y contemplativo. La autoridad de la iglesia se
identifica con el amor mutuo de los creyentes, fundado en la palabra de gracia
de los apóstoles de Jesús. Ciertamente, la iglesia es apostólica, pero no
clerical ni episcopal en el sentido posterior.
La iglesia no la forma la jerarquía, sino los
creyentes reunidos… Por eso, allí donde hay un grupo de cristianos reunidos se
puede y se debe celebrar la eucaristía. Ciertamente, la función de obispos y
presbíteros es muy importante, pero no para celebrar la eucaristía en
exclusiva, sino para coordinar la alabanza y vida de los diversos grupos
cristianos.
No hay una iglesia de jerarcas que celebran y
de público que asiste…
Jesús no ha querido establecer una nueva
estructura social, ni una iglesia especial, junto a las otras, sino un movimiento
de reino, que es fermento de vida y esperanza abierta a todos los pueblos de la
tierra. Es evidente que, si quiere perdurar, ese movimiento debe estructurarse,
con sus comunidades (iglesias) y sus instituciones de autoridad o ministerios,
que han de ser transparentes, para que exprese y expanda por ellas la gracia y
libertad del evangelio. Pero la iglesia se organizó de un modo romano,
convirtiéndose en sistema de poder junto al estado (o en contra del estado).
Pues bien, ese tiempo de poder clerical, con
unos que celebran y otros de público, está acabando y la iglesia ha de tornar a
lo que era: autoridad y comunión gratuita (de tipo afectivo, gozoso, liberado,
al servicio de los pobres). Por eso debe renunciar a sus ventajas anteriores,
no para resguardarse en la pura intimidad (una sacristía privada), sino para
actuar y expresarse más abiertamente, superando el mimetismo del poder
económico y civil, cultural y sacral, judicial y militar que han venido
uniéndose con ella.
No queremos defender sólo una iglesia
invisible, sino todo lo contrario, queremos una iglesia bien visible, presente
en todos los caminos de la vida, pero no en línea de poder, sino de animación,
no como estructura sacral objetivada, sino como unión gratuita de amor abierta
a todos. Pues bien, da la impresión de que la iglesia jerárquica (no el gran
pueblo de Dios que cree en Cristo) tiene miedo: no quiere perder lo que piensa
que tiene, desea aferrarse a privilegios (jurídicos, sacrales, culturales...) y
dice que lo hace para servicio de los pobres, aunque, en realidad está
queriendo mantenerse a sí misma. Por eso, es normal que haya un divorcio cada
vez mayor entre la jerarquía eclesial (eso que pudiéramos llamar el “aparato”)
y el conjunto de los fieles.
Ha
terminado un ciclo clerical de poder
Va a llegar una generación nueva de cristianos,
liberados para un tipo de ministerio no jerárquico, a partir de las mismas
comunidades, sin condiciones de celibato, sin discriminación de sexo, una
generación de servidores del evangelio que no sean sacerdotes en el sentido de
“celebradores separados”, por encima del público… Como saben la carta 1 de
Pedro y la carta a los Hebreos, todos los cristianos son sacerdotes,
celebrantes de Dios, no público que consume misas en el mercado mejor o peor de
la religión cristiana.
Según eso, la iglesia es comunidad de
celebrantes sacerdotes, de manera que sin que se juntan dos o tres (¡no los
diez que mandaba el orden judío de la sinagoga!) los cristianos pueden
celebrar. El texto de Mt 18 es taxativo. Los judíos de ley habían establecido
un número de diez (y encima machos, varones) para que hubiera celebración
judía. En contra de eso, los cristianos de Mateo, siguiendo a Jesús,
establecieron que bastaban dos o tres para celebrar, sin necesidad de que fueran
varones…
El modelo jerárquico ha pervivido en la visión
de conjunto de la iglesia, que ha venido a estructurarse como sistema de
sacralidad gradual donde unos (maestros y jerarcas) reciben el don y deber de
iluminar y guiar desde arriba a los demás, como si el mismo Dios se expresa a
través de su autoridad, sancionando un sistema de poder.
En contra de eso, debemos redescubrir el
misterio de Dios (es Infinito) y su revelación en los excluidos del sistema: el
huérfano-viuda-extranjero de Israel, los enfermos-posesos-prostitutas-publicanos
de Jesús, para acentuar, al mismo tiempo, la experiencia esencial de comunión,
que supera las gradaciones ontológicas.
Sólo allí donde Dios rompe el sistema y supera
la lógica de sometimiento sacral se podrá hablar de libertad y comunión
igualitaria, con lugar para los pobres y excluidos del sistema. Sólo cuando se
supere la lógica de jerarquización sacral se podrá volver a una misa sin
público, una misa en la que todos son celebrantes, empezando por los más
pobres, como dice de un modo radical la carta de Santiago, cuando pide que los
pobres se sienten en el primer asiento (es decir, en el del cura o el obispo).
Dos o
tres no uno sólo… Uno a solas puede orar, pero no "decir" misa…
La aberración de cierto cristianismo ha llegado
a tal límite que se dice que algunos curas celebran misas solitarias (ellos
solos) en el campanario de la iglesia, o en una iglesia vacía… Pues bien, por
mucho que digan algunos cánones, eso no es misa, es espectáculo de campanario o
rito vacío… Una misa de uno solo, por muy obispo que sea no es misa… Hacen
falta por lo menos dos o tres, como los de Emaús, como los de Mt 18… Dos o tres
que sean simplemente cristianos, es decir, que se sientan unidos a Jesús, que
conversen, que celebren, que den gracias y bendigan, que tomen en honor a Jesús
el pan y el vino o los equivalentes… Eso es misa, eso va a misa, como se dice
en mi tierra.
No hay
misa por televisión o a la carta…
No voy en modo alguno en contra de una misa de
televisión (sea del canal 13 o del 2, me da lo mismo). Pero lo que se “hace” en
televisión para un público no es misa, por más piadosa que sea, por más que la
diga el Papa. Y recuerdo que Mabel y yo hemos “compartido” con piedad esas
misas pascuales del papa televisivo este año 2020.
Pero oír por televisión la misa no es misa, es
otra cosa. Para que haya misa de verdad es necesario que estén allí dos o tres
reunidos, en el salón o cocina de la casa… Y que no se limiten a oír y ver…
sino que hablen, se hablen y quieran entre ellos, y que compartan el pan y el
vino o sus equivalentes, recordando así a Jesús. La misa verdadera es la de
ellos, los dos o quince reunidos en la habitación, dialogando, queriéndose,
comiendo juntos, no la de la televisión, que no está mal, pero que es otra
cosa.
Sólo así
puede volver el cristianismo…
Algunos se lamentan y hablan de la
descristianización de occidente. Pues bien, pienso que es hermoso y bueno que
haya sido así. No habíamos gozado la gratuidad, sino invertido con técnicas de
sistema o mercado. Ciertamente, muchísimas personas de la administración
eclesial han sido y son ejemplo de honradez personal y eficacia. Pero el
sistema eclesial ha tendido a convertirse en mercado de inversiones y
seguridades sacrales, poderes e influjos, al servicio de un Dios al que
habíamos identificado con un tipo de administración cristiana. Por eso, es
bueno que ese sistema esté fallando, desde una perspectiva de evangelio: parece
normal que gran parte de los antiguos creyentes de este final del segundo milenio
estén dejando la estructura eclesial y no quieran ser cristianos en la forma
antigua.
Esto no lo digo yo, lo está diciendo con mucha
más fuerza que yo el Papa Francisco, siendo muy criticado por ello, en muchos
lugares. Este fallo de las instituciones sociales de la iglesia nos invita a
buscar y descubrir su verdad en su plano de gracia y comunión personal, pues
sólo así reciben su sentido los signos de la iglesia (oración contemplativa y
comunicación de fe, bautismo y perdón, matrimonio y eucaristía...). Lógicamente,
estos signos no se pueden realizar por sistema o encargo, sino que han de
vivirse en apertura hacia el misterio, en encuentro personal, libre y creador,
entre los humanos.
Planificar las experiencias eclesiales en forma
de mercado, buscando rentabilidad programada y dejando su gestión para una
instancia superior, esto es, para unos ministros cristianos que actúan como
administradores políticos o sociales del sistema, sería como pedir que otros me
sustituyan en el amor del matrimonio o la experiencia familiar de comunión y
amistad. Los ciudadanos pueden delegar el uso del dinero o las funciones de
administración, en manos de gestores apropiados de la sociedad (del sistema). Pero
la iglesia no es sociedad, sino comunión de personas; por eso, ella no puede
delegar en nadie la gestión de sus asuntos (oración y comunicación de fe,
encuentro personal y fiesta), sino que son los mismos cristianos quienes deben
cultivar la fe y amor de un modo autónomo, desde la raíz del evangelio.
El tiempo
de una burocracia clerical ha terminado
Esta situación había nacido de la misma riqueza
de una iglesia que se ha sentido heredera del orden imperial de Roma. Avanzando
en un camino que había sido iniciado, en plano político, jurídico y militar por
el imperio romano, ella ha creado una burocracia espléndida, capaz de operar de
una manera unitaria en asuntos religiosos, realizando funciones de anticipación
y suplencia jurídica y social, que pueden ser buenas, pero no cristianas, pues
usurpando la libertad y comunión dialogal de los creyentes.
Ese tiempo de anticipación y suplencia de la
iglesia clerical superior, por encima de los fieles (tomados como público) ha
terminado, porque no era bueno, y porque ya no es necesario. Ella había sido
modelo de organización y legalidad, incluso en plano de política. Gracias a
Dios, ese estadio ha pasado y el sistema global funciona perfectamente sin
ella. Por eso y, sobre todo, por fidelidad al evangelio, debe abandonar sus
mediaciones y poderes diplomático-administrativos, para ser lo que es:
portadora de gratuidad y encuentro personal, donde cada uno dice su palabra y
todos pueden comunicarse, sin intermediarios sacrales o sociales.
La misma dinámica de jerarquización y
sacralización, antes evocada, había propiciado el surgimiento de una buena
racionalidad sacral que conduce en el fondo al ateísmo práctico de las masas. Pero
esa situación ha terminado. No es que la iglesia se vuelva inoperante y quede
relegada a lo privado, como un hobby más entre los muchos de la gente, sino
todo lo contrario: ella debe salir del sistema para encontrar su lugar propio y
volverse significativa e importante, pero no en política, sino como experiencia
de gratuidad compartida.
Comunicación
cristiana
La iglesia es una comunidad comunicativa, sin
más tarea que el despliegue y apertura del diálogo de amor de Dios en Cristo a
todos los humanos. No hay verdad cristiana fuera de la comunión personal de
hombres y mujeres que creen en Jesús y expanden su fe-amor a los humanos. Amor
mutuo: eso es la verdad. Comunión afectiva y efectiva abierta a todos los
humanos: eso es iglesia. Un largo y hermoso camino se abre a los creyentes:
itinerario de comunicación, reto humano, invitación cristiana.
Madrugá
sin procesiones en Sevilla
El Dios de los cristianos no está fuera, sino
en la misma comunicación en la comunión de los creyentes, pues por Cristo se ha
hecho carne de vida, muerte, entrega y pascua, en el tejido de violencia de la
historia (para convertirlo en campo de diálogo humano). No podemos buscarle en
una trascendencia resguardada, sino en la misma acción comunicativa de amor
entre creyentes. Por eso, los ministerios cristianos son mediaciones
comunicativas: no expresan el poder de un dios en sí (principio superior y
separado, que se goza imponiendo su dictado), sino la comunicación de Dios en
Cristo; mediadores de esa comunicación quieren ser los ministros.
No
representación con (para el) público. 2020: Un año bueno
Los que quieren “misas con público” se están
equivocando de sitio. Que vayan al circo, al teatro, al fútbol o a los toros.
La misa se parece más a un baile donde bailan todos, todos… de forma que la
música les salga de dentro, sin necesidad de una orquesta fuera, por encima. Jesús
rechazó es tipo de teatro religioso, y precisamente los dueños del teatro le
condenaron a muerte, el teatro de Roma, el de un tipo de sacerdotes de templo.
Éste (tiempo del coronavirus, primavera 2020)
es un tiempo malo en otros sentidos, pero puede ser muy bueno para replantear
el cristianismo, pues Jesús rechazó el culto del sistema (sacrificios, ritos
nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los
hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la iglesia actual habla de
oración, pero a veces parece que le tiene miedo. La mayoría de los templos
cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes
buscan recetas o modelos orientales, como si la fuente de misterio de la
iglesia su hubiera secado: no hay apenas varones contemplativos; las admirables
mujeres de las grandes tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas,
carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no
orantes y su influjo no parece grande en el conjunto de la iglesia...
Pues bien, este es un tiempo para que los
grupos de cristianos sin cura externo se animen a celebrar por sí mismos, desde
el evangelio. Los cristianos no son súbditos de un sistema sagrado, no son
públicos para un espectáculo u organización, sino valen y son por ellos mismos:
son dignos de amor, especialmente si están necesitados; son celebrantes de la
fiesta de Jesús, que está presente en cada uno y en la comunidad reunida. Jesús no dice: "Donde haya dos o tres
reunidos en mi nombre que vayan donde el obispo y le pida cura...sino que
celebren ellos mismo, que él. Jesús, está con ellos".
Este es el alfabeto y lenguaje de la iglesia,
en una sociedad de espectáculo y planificación. Por encima de todo fingimiento,
el fiel acoge y agradece la vida como don (=cree). Por eso vive en libertad:
nada le puede dominar, nadie puede dirigirle desde fuera, pues se sabe querido
de Dios, elegido, en manos del misterio fundante que es el Padre. Se dice que
el budismo nace cuando reconocemos la omnipotencia del dolor y superamos la
dictadura del deseo que domina y destruye nuestra vida. Pues bien, el
cristianismo nace y se expande allí donde afirmamos sorprendidos, respondiendo
a su palabra y presencia de amor, que hay Dios y que él es Padre nuestro y de los
expulsados del sistema… y así lo celebramos, reunidos en nombre de Jesús, con
su palabra, con su pan compartido.
Participación
en la liturgia en tiempos de coronavirus
Ante el
siglo XXI y XXII…
Se dijo hace un tiempo que el siglo XXI será
místico o no será, pues el sistema corre el riesgo de encerrarse y encerrarnos
en su cofre de violencia. Pues bien, más que místico en sentido abstracto,
pienso que este siglo XXI del coronavirus ha de ser un siglo de gratuidad y
comunión, de celebración compartida de la vida, de un modo directo. De lo
contrario, nuestra humanidad puede destruirse a sí misma.
Parecía en otro tiempo que podíamos vivir por
impulso biológico o deseo, dominados por una religión impositiva (temor al
infierno) e dirigidos por la búsqueda de un mejor futuro (cielo). Muchos
piensan que esos motivos son ya insuficientes. Necesitamos razones y
experiencias más hondas, sensaciones y esperanzas para amar de un modo
gratuito, pues de lo contrario el sistema acabará por destruirnos. Entre esas
sensaciones y esperanzas está, sin duda, el amor mutuo, directo, inmediato,
vinculado a la contemplación del misterio (sabernos amados, acogidos),
expresado en forma de acción de gracias (eucaristía) y de bendición (eulogía)…
en cada grupo, en cada casa…
Nos estamos jugando el futuro, nos estamos
jugando el cristianismo
El momento y tema es clave. Por un lado, se
extiende implacable un sistema económico y político (policial), sin resquicio
para la gratuidad y ternura, el perdón y reconciliación, imponiendo sobre todos
su "coraza de hierro" de ley necesaria. Por otro lado, aumentan las
divisiones sociales y el odio: choque entre colectivos nacionales, minorías y
mayorías, exilados y emigrantes... Crecen los grupos contrapuestos, la
violencia aumenta, muchos se sienten inseguros. En este contexto se vuelve cada
vez más necesaria una experiencia contagiosa y creadora de perdón y de la
comunión directa...
La iglesia actual, desde el Vaticano II hasta
el Papa Francisco, está hablando de crear comunidades, de una nueva
evangelización... pero no hace nada, casi nada... a pesar de los intentos del
Papa Francisco. Quizá muchos "jerarcas" no se dan cuenta, ellos
mantienen la esquizofrenia. Ellos son parte del problema. No se trata sólo de
que ellos cambien, tienen que cambiar las comunidades. Pero sin un cambio
radical de la jerarquía, sin una
destrucción de la jerarquía como poder sacral, para volver al evangelio, no hay
solución posible.
El momento es acuciante: nos estamos jugando el
futuro de la humanidad, no sólo por el coronavirus, sino por el virus más
fuerte del poder por el poder y de la soledad… Mirada en ese fondo, la disputa
sobre el ministro autorizado (si es todo cristiano, sólo un presbítero o la
comunidad) y las discusiones legales sobre el modelo legal de absolución
(individual o comunitaria) se vuelven secundarias, en la línea de los obsesivos
rituales. Todo perdón humano es signo y presencia del perdón de Dios en Cristo,
por encima de las leyes que impone el sistema; toda celebración cristiana de
dos o tres reunidos en nombre de Jesús, desde su Palabra, ante su Pan es
Eucaristía. Más que la manera jurídicamente válida de impartirlo de celebrar el
perdón y la mesa de amor de Jesús importa el perdón en cuanto tal, importa la
comunión.
Según el rito vigente (con su Código de Derecho
Canónico), para que esta celebración del perdón y de la vida, la eucaristía,
tenga valor "oficial" habrá un presbítero que avale y proclame el
perdón y las palabras de la misa. Pero eso es Derecho Canónico (del malo), no
es evangelio del bueno, el de Mt 18 donde se dicen: Allí donde os perdonáis (no
dice con cura o sin cura) yo os perdono; y allí donde os reunís dos o tres (no
dice con cura o sin cura) yo estoy con vosotros, como pan de vida, yo soy
eucaristía.
¿Y para
qué valen entonces los curas, los presbíteros y obispos, con los diáconos?
Para mucho, para muchísimo. Ahora es cuando
valen… Como en todo grupo social (por la misma identidad humana, antes que el
evangelio…), todo grupo necesita un tipo de liberados, animadores, no para
“usurpar” la autoridad de perdón y de eucaristía de los cristianos que se
reúnen en casas o aldeas, en grandes iglesias, en pisos de barrio, o tiempos de
coronavirus…, sino para animar a la gente. El poder del perdón o de la eucaristía
no lo tiene un cura ordenado, sino la comunidad de los cristianos que pueden y
deben reunirse por gracia de Dios y mandato de Jesús para perdonarse, para
celebrar la misa, y así lo hizo la iglesia primitiva a lo largo de dos siglos,
por lo menos. Pero es muy bueno que surgieran obispos y curas para animar ese
perdón y celebración de todos. Pues bien, tras 17 o 18 siglos de “suplencia
clerical”, vuelve ese tiempo primitivo, vuelve la misa sin público, bendito
sea.
Sólo ahora, los verdaderos curas y obispos
encontrarán su tarea más honda y más gratificante, no la de ser una especie de
“patronos sacrales”, sino la de actuar como delegados, animadores y testigos de
las comunidades. Conozco a muchísimos curas que así lo hacen, que lo están
haciendo de un modo cristiano, genial, en este tiempo de coronavirus. Ellos,
con las comunidades cristianas, son garantes del camino del evangelio. De ellos
seguiré tratando en este portal de RD.