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Medioambiente e igualdad social


¿Puede la naturaleza hablar? ¿Puede la naturaleza contarnos los males que le afectan? Descontando el lenguaje verbal creado por el ser humano, la naturaleza no verbaliza; lo que sí tiene es una capacidad infinita de comunicar, mediante otros lenguajes no proposicionales, un conjunto de conmociones que la están perturbando. El calentamiento global es uno de estos cambios dramáticos que a diario la naturaleza nos informa. Cambios abruptos del clima, sequias en regiones anteriormente húmedas; deshielo de glaciales, cataclismos ambientales, huracanes con fuerza nunca antes vista, desbordes crecientes de ríos., etc., son solo unos de los cuantos efectos comunicacionales con los que la naturaleza informa de lo que le está sucediendo.

No obstante, la manera en que las catástrofes ambientales afectan la vida de la humanidad no es homogénea ni equitativa; mucho menos lo es la responsabilidad que cada ser humano tiene en su origen.
Clase y raza medioambiental

En la última década, se puede constatar que las catástrofes naturales más importantes están presentes por todo el globo terráqueo, sin diferenciar continentes o países; en ese sentido, existe una especie de democratización geográfica del cambio climático. Sin embargo, los daños y efectos que esos desastres provocan en las sociedades, claramente están diferenciados por país, clase social e identificación racial. De manera consecutiva, hemos tenido en el periodo 2014-2016, los años más calurosos desde 1880, lo que explica la disminución en el ritmo de lluvias en muchas partes del planeta. Aun así, los medios materiales disponibles para soportar y remontar estas carencias y, por tanto, los efectos sociales resultantes de los trastornos ambientales, son abismalmente diferentes según el país y la condición social de las personas afectadas. Por ejemplo, ante la escasez de agua en California, la gente se vio obligada a pagar hasta un 100% más por el líquido elemento, aunque esto no afectó su régimen de vida. En cambio, en el caso de la Amazonía y las zonas de altura del continente latinoamericano se tuvo una dramática reducción del acceso a los recursos hídricos para las familias indígenas, provocando malas cosechas, restricción en el consumo humano de agua y ‒especialmente en la Amazonía‒ parálisis de gran parte de la capacidad productiva extractiva con la que las familias garantizaban su sustento anual.

Asimismo, el paso del huracán Katrina por la ciudad de Nueva Orleans en 2005, dejó más de dos mil muertos, miles de desaparecidos y un millón de personas desplazadas. Pero los efectos del huracán no fueron los mismos para todas las clases e identidades étnicas. Según el sociólogo P. Sharkey [1] , el 68% de las personas fallecidas y el 84% de las desaparecidas eran de origen afroamericano. Ello, porque en las zonas propensas a ser inundadas, donde el valor de la tierra es menor, viven las personas de menos recursos; mientras que los que habitan en las zonas altas son los ricos y blancos.

En este y en todos los casos, la vulnerabilidad y el sufrimiento se concentran en los más pobres (indígenas y negros), es decir, en las clases e identidades socialmente subalternas. De ahí que se pueda hablar de un enclasamiento y racialización de los efectos del cambio climático.

Entonces, los medios disponibles para una resiliencia ecológica ante los cambios medioambientales dependen de la condición socioeconómica del país y de los ingresos monetarios de las personas afectadas. Y, dado que estos recursos están concentrados en los países con las economías dominantes a escala planetaria y en las clases privilegiadas, resulta que ellas son las primeras y únicas capaces de soportar y disminuir en su vida esos impactos, comprando casas en zonas con condiciones ambientales sanas, accediendo a tecnologías preventivas, disponiendo de un mayor gasto para el acceso a bienes de consumo imprescindibles, etc. En cambio, los países más pobres y las clases sociales más vulnerables, tienden a ocupar espacios con condiciones ambientales frágiles o degradadas, carecen de medios para acceder a tecnologías preventivas y son incapaces de soportar variaciones sustanciales en los precios de los bienes imprescindibles para sostener sus condiciones de vida. Por tanto, la democratización geográfica de los efectos del calentamiento global se traduce, instantáneamente, en una concentración nacional, clasista y racial del sufrimiento y el drama causados por los efectos climáticos.

Este enclasamiento racializado del impacto medioambiental se vuelve paradójico e incluso moralmente injusto cuando se comparan los datos de las poblaciones afectadas y de las poblaciones causantes o de mayor incidencia en su generación.

La nueva etapa geológica del antropoceno ‒un concepto propuesto por el Premio Nobel de Química, P. Crutzen‒, caracterizada por el impacto del ser humano en el ecosistema mundial, se viene desplegando desde la Revolución Industrial a inicios del siglo XVIII. Y, desde entonces, primero Europa, luego Estados Unidos, y en general las economías capitalistas desarrolladas y colonizadoras del norte, son las principales emisoras de los gases de efecto invernadero que están causando las catástrofes climáticas. Sin embargo, los que sufren los efectos devastadores de este fenómeno son los países colonizados, subordinados y más pobres, como los de África y América Latina, cuya incidencia en la emisión de CO2 es muchísimo menor.

Según datos del Banco Mundial [2] , Kenia contribuye con el 0,1% de los gases de efecto invernadero, pero las sequías provocadas por el impacto del calentamiento global llevan a la hambruna a más del 10% de su población. En cambio, en EEUU, que contribuye con el 14,5%, la sequía solo provoca una mayor erogación de los gastos en el costo del agua, dejando intactas las condiciones básicas de vida de su ciudadanía. En promedio, un alemán emite 9,2 toneladas de CO2 al año; en tanto que un habitante de Kenia, 0,3 toneladas. No obstante, quien lleva en sus espaldas el peso del impacto ambiental es el ciudadano keniano y no el alemán. Datos similares se puede obtener comparando el grado de participación de los países del norte en la emisión de gases de efecto invernadero, como Holanda (10 TM por persona/año), Japón (7 TM), Reino Unido (7,1 TM), España 5 TM), Francia 8% TM), pero con alta resilencia ecológica; frente a países del sur con baja participación en la emisión de gases de efecto invernadero, como Bolivia (1,8 TM), Paraguay (0,7 TM), India (1,5 TM), Zambia (0,2 TM), etc., pero atravesados de dramas sociales producidos por el cambio climático. Existe, entonces, una oligarquización territorial de la producción de los gases de efecto invernadero, una democratización planetaria de los efectos del calentamiento global, y una desigualdad clasista y racial de los sufrimientos y efectos de las conmociones medioambientales.
Medioambientalismos coloniales

Si la naturaleza comunica los impactos de la acción humana en su metabolismo de una forma jerarquizada, también existen ciertos conceptos referidos al medioambiente, parcializados de una manera todavía más escandalosa; o, peor aún, que legitiman y encubren estas focalizaciones regionales, clasistas y raciales.

Como señala McGurty [3] para el caso norteamericano en la década de los 70 del siglo XX, lo que hizo posible que el debate público sobre las demandas sociales de las minorías étnicas urbanas, e incluso del movimiento obrero sindicalizado, fuera soslayado, llevando a que la “temática social” perdiera fuerza de presión frente al gobierno, fue un tipo de discurso medioambientalista. Un nuevo lenguaje acerca del medio ambiente, cargado de una asepsia respecto a las demandas sociales, que ciertamente puso sobre la mesa una temática más “universal”, pero con responsabilidades “adelgazadas” y diluidas en el planeta; a la vez que distantes política y económicamente respecto a las problemáticas de las identidades sociales (obreros, población negra). Aspecto que no deja de ser celebrado por las grandes corporaciones y el gobierno que ven encogerse así sus deudas sociales con la población.

Por otra parte, el sociólogo francés Keucheyan [4] subraya cómo en ciertos países como Estados Unidos, el “color de la ecología no es verde sino blanco”; no solo por la mayoritaria condición social de los activistas ‒por lo general, blancos, de clase media y alta‒, sino también por la negativa de sus grandes fundaciones a involucrarse en temáticas medioambientales urbanas que afectan directamente a los pobres y las minorías raciales.

Al parecer, la naturaleza que vale la pena salvar o proteger no es “toda” la naturaleza ‒de la que las sociedades son una parte fundamental‒, sino solamente aquella naturaleza “salvaje” que se encuentra esterilizada de pobres, negros, campesinos, obreros, latinos e indios, con sus molestosas problemáticas sociales y laborales.

Todo ello refleja, pues, la construcción de una idea sesgada de naturaleza de clase, asociada a una pureza original contrapuesta a la ciudad, que simboliza la degradación. Así, para estos medioambientalistas, las ciudades son sucias, caóticas, oscuras, problemáticas y llena de pobres, obreros, latinos y negros, mientras que la naturaleza a proteger es prístina y apacible, el santuario imprescindible donde las clases pudientes, que disponen de tiempo y dinero para ello, pueden experimentar su autenticidad y superioridad.

En los países subalternos, las construcciones discursivas dominantes sobre la naturaleza y el medioambiente comparten ese carácter elitista y disociado de la problemática social, aunque incorporan otros tres componentes de clase y de relaciones de poder.

En primer lugar se encuentra el estado de auto-culpabilización ambiental. Eso quiere decir que la responsabilidad frente al calentamiento global la distribuyen de manera homogénea en el mundo. Por tanto, talar un árbol para sembrar alimentos tiene tanta incidencia en el cambio climático como instalar una usina atómica para generar electricidad. Y como en la mayoría de los países subalternos existe una apremiante necesidad de utilizar los recursos naturales para aumentar la producción alimenticia u obtener divisas a fin de acceder a tecnologías y superar las precarias condiciones de vida heredadas tras siglos de colonialidad, entonces, para estas corrientes ambientalistas, los mayores responsables del calentamiento global son estos países pobres que depredan la naturaleza. No importa que su contribución a la emisión de gases de efecto invernadero sea del 0,1% o que el impacto de los millones de coches y miles de fábricas de los países del norte afecte 50 o 100 veces más al cambio climático. Surge así una especie de naturalización de la acción anti-ecológica de la economía de los países ricos, de sus consumos y de su forma de vida cotidiana, que en realidad son las causantes históricas de las actuales catástrofes naturales. Dicha esquizofrenia ambiental llega a tales extremos, que se dice que la reciente sequía en la Amazonía es responsabilidad de unos cientos de campesinos e indígenas que habilitan sus parcelas familiares para cultivar productos alimenticios y no, por ejemplo, del incesante consumo de combustibles fósiles que en un 95% proviene de una veintena de países del norte, altamente industrializados.
La financiarización de la plusvalía medioambiental

Un segundo componente de esta construcción discursiva de clase es una especie de “financiarización medioambiental”. En los países capitalistas desarrollados ha surgido una economía de seguros, expansiva y altamente lucrativa, que protege a empresas, multinacionales, gobiernos y personas de posibles catástrofes ambientales. Así, el desastre ambiental ha devenido en un lucrativo y ascendente negocio de aseguradoras y reaseguradoras que protegen las inversiones de grandes empresas, no solo de crisis políticas, sino de cataclismos naturales mediante un mercado de “bonos catástrofe” [5], volviendo al capital “resilente” al calentamiento global. Paralelamente a ello, en los países subalternos emerge un amplio mercado de empresas de transferencia de lo que hemos venido a denominar plusvalía medioambiental.

A través de algunas fundaciones y ONG, las grandes multinacionales del norte financian, en los países pobres, políticas de protección de bosques. Todo, a cambio de los Certificados de Emisión Reducida (CER) [6] que se cotizan en los mercados de carbono. De esta manera, por una tonelada de CO2 que se deja de emitir en un bosque de la Amazonía gracias a unos miles de dólares entregados a una ONG que impide su uso agrícola, una industria norteamericana o alemana de armas, autos o acero, que utiliza como fuente energética al carbón y emite gases de efecto invernadero, puede mantener inalterable su actividad productiva sin necesidad de cambiar de matriz energética o de reducir su emisión de gases ni mucho menos parar la producción de sus mercancías medioambientalmente depredadoras. En otras palabras, a cambio de 100.000 dólares invertidos en un alejado bosque del sur, la empresa puede ganar y ahorrar cientos de millones de dólares, manteniendo la lógica de consumo destructiva inalterada.
Así, hoy el capitalismo depreda la naturaleza y eleva las tasas de ganancia empresarial. Convierte la contaminación en un derecho negociable en la bolsa de valores. Hace de las catástrofes ambientales provocadas por la producción capitalista, una contingencia sujeta a un mercado de seguros. Y finalmente transforma la defensa de la ecología en los países del sur, en un redituable mercado de bonos de carbono concentrado por las grandes empresas y países contaminantes. En definitiva, el capitalismo esta subsumiendo de manera formal y real la naturaleza, tanto en su capacidad creativa, como el mismísimo proceso de su propia destrucción.

Por último, el colonialismo ambiental recoge de su alter ego del norte el divorcio entre naturaleza y sociedad, con una variante. Mientras que el ambientalismo dominante del norte propugna una contemplación de la naturaleza purificada de seres humanos ‒su política de exterminio de indígenas le permite ese exceso‒, el ambientalismo colonizado, por la fuerza de los hechos, se ve obligado a incorporar en este tipo de naturaleza idealizada, a los indígenas que inevitablemente habitan en los bosques. Pero no a cualquier indígena porque, para ellos, el que cultiva la tierra para vender en los mercados, el que reclama un colegio, hospital, carretera o los mismos derechos que cualquier citadino, no es un verdadero sino un falso indígena, un indígena a “medias”, en proceso de campesinización, de mestización; por tanto, un indígena “impuro”. Para el ambientalismo colonial, el indígena “verdadero” es un ser carente de necesidades sociales, casi camuflado con la naturaleza; ese indígena fósil de la postal de los turistas que vienen en busca de una supuesta “autenticidad”, olvidando que ella no es más que un producto de siglos de colonización y despojo de los pueblos del bosque.

En síntesis, no hay nada más intensamente político que la naturaleza, la gestión y los discursos que se tejen alrededor de ella. Lo lamentable es que en ese campo de fuerzas, las políticas dominantes sean, hasta ahora, simplemente las políticas de las clases dominantes. Por eso, aun son largos el camino y la lucha que permitan el surgimiento de una política medioambiental que, a tiempo de fusionar temáticas sociales y ecológicas, proyecte una mirada protectora de la naturaleza desde la perspectiva de las clases subalternas, en lo que alguna vez Marx denominó una acción metabólica mutuamente vivificante entre ser humano y naturaleza [7].

El autor es Vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia

[1] P. Sharkey, “Survival and death un New Orleans: an empirical look at the human impact of Katrina”, en Journal of Black Studies, 2007; 37; 482.
En: http://www.patricksharkey.net/images/pdf/Sharkey_JBS_2007.pdf.
[2] Databank-Banco Mundial 2013.
[3] E. McGurty, Transforming Environmentalism, Rutgers University Press, New Brunswick, 2007.
[4] R. Keucheyan, La naturaleza es un campo de batalla, Clave Intelectual, España, 2016.
[5] Banco Mundial, “ Seguro contra riesgo de desastres naturales: Nueva plataforma de emisión de bonos de catástrofes”, en http://www.bancomundial.org/es/news/feature/2009/10/28/insuring-against-natural-disaster-risk-new-catastrophe-bond-issuance-platform.
[6] BID/ BALCOLDEX, “Guía en Cambio Climático y Mercados de Carbono”, en https://www.bancoldex.com/documentos/3810_Guia_en_cambio_clim%C3%A1tico_y_mercados_de_carbono.pdf
[7] Marx, El Capital, Tomo III; Ed. Siglo XXI, pág. 1044, México, 1980.


Producir el odio

Lorena Freitez / Celag (1)
www.alainet.org / 230517

Después de 50 días de intensa movilización social y política en Venezuela por la disputa del poder ejecutivo, se observa la cristalización de un peligroso dispositivo de agitación social, asedio y descalificaciones morales activado por la derecha venezolana, que podría estar creando las condiciones para un “movimiento reaccionario de masas” que le abra las puertas a una cultura de odio e incluso una cultura política fascista en Venezuela.

La violencia en la política no aparece de forma espontánea ni tampoco se va sin dejar efectos: llega para romper con un orden de cosas y si está dispuesta a quedarse como forma de gobierno, instala un nuevo orden de relaciones más asimétrico y desigual como única vía para sostenerse.

Por esto debe prestarse atención cuando una fuerza política que pretende dirigir una sociedad, renuncia a sus propias habilidades políticas y apuesta por la violencia como mecanismo para hacerse de una posición de dominio, porque más allá de conseguir sus objetivos o no, estará anidando las condiciones para horadar los tejidos sociales que armonizan a una sociedad imponiendo una contracultura de odio, donde se confunde la idea con la persona, la doctrina con la parcialidad y se niega la cooperación por la labor común,  haciendo encallar los esfuerzos por lo público y la paz. Todo ello podría acabar con la política como el espacio que dirime y gestiona diferencias, y con la sociedad como el lugar de los comunes.

 En 50 días continuos de movilizaciones por parte de la derecha venezolana para forzar la salida del presidente Nicolás Maduro, se observa la construcción de un dispositivo que combina un amplio espectro de tácticas de presión política:
1) nutridas manifestaciones de calle de interpelación democrática (elecciones ya),
2) un intenso lobby diplomático internacional para vender “una crisis política y humanitaria sin precedentes”,
3) activación de grupos “de resistencia” de calle visiblemente dotados de equipos y logística para acciones violentas de choque,
4) activación de grupos paramilitares que operan en silencio para generar miedo, mediante atentados en vías públicas, secuestros a oscuras y asesinatos selectivos a jóvenes afectos a la misma oposición y a jóvenes y dirigentes afectos al chavismo,
5) asedio moral y amenazas físicas a funcionarios e hijos de funcionarios públicos (chavistas) en todo el mundo,
6) linchamientos a jóvenes sospechosos de “infiltrados chavistas” en las manifestaciones opositoras, y
7) una épica comunicacional que, anclándose en el mar de imprecisiones, rumores y pasiones que ofrecen las redes sociales, sortea el manejo de símbolos para darle sentido al odio en dos direcciones: teorización de acciones y sujetos violentos como vanguardia de resistencia política y aniquilamiento de la condición de sujeto político del chavismo, sus símbolos, programa y representantes…

Los mecanismos del odio político

Para que el odio “antipopulista” sea eficaz como política, debe encontrar un terreno fértil y unos mecanismos para desarrollarse. La estrategia de aniquilamiento del adversario político, comienza con una guerra de orden moral que se aplica por distintas vías. En esta coyuntura política en Venezuela, se abrió aplicando el lawfare[2] -el uso instrumental de artilugios jurídicos que tienen como objeto la persecución política, destrucción de imagen pública e inhabilitación de un adversario político- ya aplicado en Brasil, Argentina y Perú[3].

Tareck El Asami, el vicepresidente de la República, sería el escogido como blanco del departamento del Tesoro de Estados Unidos para inculparlo –sin pruebas públicas fehacientes- de vinculaciones con el narcotráfico, con la intención de instalar la idea del Estado venezolano como un “narco-estado” y “estado corrupto”…

El argumento de la violencia con cara chavista bebe del caldo de cultivo de su previo desprestigio moral, para hacer síntesis en la deshumanización del adversario: si es chavista puede ser insultado, humillado, quemado y hasta puede morir.

El odio comienza a mostrar su peor cara: los “grupos de resistencia” o intimidación que activó la derecha venezolana no sólo incendian camiones de PDVSA y de la telefónica nacional (CANTV), bloquean vías, roban armas a los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado, y escenifican y toman fotografías de un policía al que pretenden degollar. También linchan “infiltrados chavistas” dentro de sus propias manifestaciones, golpeándoles, apuñaleándoles e incluso quemándoles vivos [7].

Asimismo, la derecha hace uso de grupos paramilitares que operan asesinatos selectivos para infundir mensajes de miedo, tal como sucedió con el caso de Pedro Josué Carrillo en el estado Lara, a quien el 16 de mayo secuestraron en las inmediaciones de su lugar de residencia: identificándole como chavista lo obligaron a montar en una camioneta y el día 18 de mayo su cuerpo apareció quemado y con dos disparos en la cabeza [8].



Subjetividades reaccionarias y responsabilidades

Lejos de hacer análisis aéreos, habría que dejar sentado que cuando se es dirigente y se aspira a llegar al poder del Estado, se debe ser responsable de lo que se auspicia. En el día 50 de las manifestaciones de la derecha en Venezuela, el dirigente Enrique Capriles Radonsky, en su alocución de cierre de la marcha convocada para ese día, coronó la estrategia de derecha de asedio moral contra el chavismo. Insultó - con la más grave ofensa que se puede propinar a un venezolano- al presidente de la República, Nicolás Maduro, como el “coño e’ madre” de Miraflores. Esta frase coreada por las masas que le asistían, retrató la génesis de un “movimiento reaccionario de masas” donde se incuban subjetividades fascistas que no sólo toleran, sino que suscriben el aniquilamiento físico y moral de los adversarios políticos.

Un movimiento de estas características al desarrollarse, propagarse e institucionalizarse no sólo es un fatídico instrumento de exterminio humano sino que resulta un poderoso instrumento-político-cultural del capital para liquidar las fuerzas sociales y políticas de izquierda.

Resulta sorpresivo que Capriles Radonsky, luego de haber invertido casi una década en la construcción de una estrategia política anclada en el discurso de la reconciliación nacional y la interlocución con sectores populares afectos al chavismo, con esta intervención se reubique como vanguardia de la violencia política, como la más peligrosa táctica de polarización social. No sólo porque está echando por la borda la trayectoria de sus esfuerzos políticos, sino porque automáticamente se convierte en agente de una propuesta política de exterminio y odio en Venezuela.

Bajo estas condiciones, lo que la oposición venezolana hace es transformar de un soplo la opción de “El Cambio” por la oferta de un gobierno de exterminio y bajo estas condiciones el juego político en Venezuela seguirá trancado. Veremos cómo reaccionará el país cuando desde ya las fuerzas progresistas han convocado a una gran movilización política de calle para rechazar la opción de odio que se instala en la derecha venezolana.


(1) institución dedicada a la investigación, estudio y análisis de los fenómenos políticos, económicos y culturales de la región, cuyo objetivo es elaborar saberes e instrumentos para entes decisores de políticas públicas, estrategias electorales o acciones sociales.

Trump y su gira mal concebida

Robert Fisk

Desde Ibn Batuta, que recorrió Medio Oriente en el siglo XIV, nadie se había fijado aspiraciones más altas que Donald Trump. Batuta, un viajero y erudito musulmán marroquí, tenía algunas cosas en común con Trump. Llegó a la actual Arabia Saudita. Fue a Jerusalén. Incluso tenía ojo alegre para las damas núbiles: había algunas esposas, sin mencionar una esclava griega para toquetear. Pero allí terminan los paralelos, porque Ibn Batuta estaba cuerdo.

Aun así, hoy sabemos que Trump cree que está tocando las tres religiones monoteístas porque irá a Riad, Jerusalén y luego al Vaticano (que no está en Medio Oriente, pero qué son unos cientos de kilómetros para alguien como Trump). Unos cuantos problemas, claro. No puede ir a la Meca porque los cristianos tienen prohibido entrar y el viejo rey de Arabia Saudita representa una autocracia wahabita cortadora de cabezas, algunos de cuyos ciudadanos han subvencionado al temible Isis (también conocido como Estado Islámico) –y peleado a su lado–, al que Trump cree que está combatiendo.

Entonces, cuando vaya a Jerusalén, se reunirá con Benjamin Netanyahu, quien difícilmente representa a la comunidad judía y planea seguir robando tierras árabes en Cisjordania para judíos, y sólo judíos, piense lo que piense Trump.

Luego se presentará en el Vaticano para confrontar a un hombre que, por muy buen tipo que sea, sólo representa a los católicos romanos y no siente mucho agrado por el visitante. Ibn Batuta se alejó de su hogar casi un cuarto de siglo. Por fortuna, Trump está limitándose a tres días.

Desde luego, no se dirigirá al islam en Arabia Saudita, como tampoco al judaísmo en Jerusalén. Los sauditas sunitas hablarán de aplastar la serpiente del Irán chiíta –y debemos recordar que Trump es el orate que derramó lágrimas de cocodrilo por los bebés sunitas muertos en Siria el mes pasado, pero ninguna por los bebés chiítas muertos en Siria unos días después– y esperarán restablecer relaciones verdaderas entre su reino adicto a las ejecuciones y Estados Unidos, tan adicto como él. Tal vez Trump podría intentar leer el más reciente informe del relator de la ONU Ben Emmerson sobre la supresión de los derechos humanos y la tortura a sospechosos de terrorismo en Arabia Saudita. No, olvídenlo.

De todos modos, el rey no es un imán, como tampoco Netanyahu es un rabino. Pero Jerusalén será un gran logro porque Trump podrá pedir ayuda a Netanyahu contra el Isis, sin darse cuenta, al parecer, de que Israel sólo bombardea en Siria al ejército sirio y al Hezbolá chiíta, pero nunca jamás al Isis. De hecho, los israelíes han dado asistencia médica a combatientes de Jabhat Al Nusra, que es parte de Al Qaeda, la cual (tal vez Trump se haya enterado de esto) atacó a Estados Unidos el 11-S. Así que tal vez el Vaticano será un alivio.

Desde luego, Trump podría haber pasado a Líbano a visitar al patriarca Beshara Rai, prelado cristiano que por lo menos vive en Medio Oriente y que tal vez le habría podido contar algunas verdades sobre Siria. O, ya que Trump considera que sería un honor reunirse con el gran líder de Corea del Norte, pudo haber estremecido al mundo dándose una vuelta para ver a Bashar al Assad por un par de horas. Ibn Batuta por lo menos llegó a Damasco.

Pero no, Trump va en busca de amigos y socios para combatir al terrorismo, el cual, por supuesto, nunca ha sido infligido a Yemen por Arabia Saudita ni a los palestinos por Israel. Esto tampoco será mencionado por los chicos y chicas de CNN, ABC y todos los titanes mediáticos estadunidenses que, con el interés de promover su importancia simulando que su presidente no está loco, lo siguen servilmente por la región con las acostumbradas tonterías sobre políticas, jugadores claves y moderados (como cuando dicen la moderada Arabia Saudita) y todas las demás criaturas fantásticas que inyectan en sus reportes.

Y, claro, Trump también quiere llevar la paz a Tierra Santa. Por eso irá del rey de los cortadores de cabezas al ladrón de tierras palestinas y rematará con el pobre Santo Padre, quien sabiamente sólo concederá al presidente unos minutos de la mañana antes de su audiencia general semanal. Puesto que el Papa describió las posturas de Trump como no cristianas –lo que no fue muy santo de su parte para referirse a un hombre mentalmente enfermo–, y Trump dijo que las palabras del pontífice son deplorables, no es de preverse un encuentro muy ameno.

Pero en fin, el Papa estrechó hace apenas una semana la mano del sultán de Egipto, el igualmente santo presidente y mariscal de campo Abdel-Fattah Al-Sisi, cuyo golpe de Estado derrocó a un presidente electo y quien ahora desaparece a sus enemigos. Trump debe ser un flan después de eso. Ibn Batuta, por cierto, llegó hasta Pekín en sus viajes, pero jamás tuvo el honor de reunirse con el tipo listo que gobernaba Corea (la cual ya existía en el siglo XIV).


Pero, siendo un narrador verboso, Ibn Batuta registró la llegada a su patria con estas palabras: He cumplido mi deseo en este mundo, que era viajar por la Tierra, y he alcanzado este honor que ninguna persona ordinaria ha logrado. Por cierto, es un verdadero honor. Pero a Ibn Batuta no se le puede acomodar en un tuit.

Trump irrumpe en Medio Oriente

Robert Fisk

En Riad, Donald Trump no pudo mencionar de dónde vinieron la mayoría de los aeropiratas del 11-S ni cuál culto sunita inspiró al Isis… y tampoco cuál país cercena cabezas con deleite al estilo del Isis. (Respuesta: Arabia Saudita.)

Y cuando llegó a Israel, este lunes, se encontró con un nuevo protocolo de censura: no mencionar quién ocupa la propiedad de quiénes en Cisjordania ni qué país incurre en continuo y escandaloso despojo de tierras, que pertenecen legalmente a árabes, para dárselas a judíos y sólo judíos. (Respuesta: Israel.)

Así pues, lotería, en la mayor alianza creada en Medio Oriente en la historia, los sauditas y otros dictadores árabes sunitas, el chiflado presidente de Estados Unidos y el cínico primer ministro israelí se han puesto de acuerdo en la identidad del país demoniaco que todos pueden maldecir a una voz, inspirador del terrorismo mundial, instigador de la inestabilidad en Medio Oriente, la mayor amenaza a la paz mundial: el Irán chiíta.

Pocos minutos después de aterrizar en el aeropuerto de Tel Aviv –parte de cuyas pistas en realidad corren sobre tierra que pertenecía legalmente a los árabes palestinos hace 60 años–, los redactores de los discursos de Trump (porque de seguro él no sabe escribir esas cosas) una vez más vomitaron su odio a Irán, al terrorismo iraní, a las conjuras iraníes y al continuo deseo iraní de fabricar una bomba atómica. Y todo esto, cuando Irán acaba de relegir a un presidente cuerdo que, de hecho, firmó hace dos años el pacto nuclear que reduce sustancialmente la amenaza estratégica iraní a Israel, a los árabes y a Estados Unidos.

Jamás se debe permitir que Irán posea un arma nuclear, sostuvo el comandante en jefe estadunidense. Irán debe cesar su financiamiento, entrenamiento y equipamiento letal (sic) de terroristas y milicias. Un marciano que hubiera aterrizado en Tel Aviv al mismo tiempo habría concluido sin duda que Irán es el creador del Isis y que Israel ya está bombardeando a los crueles y violentos fanáticos del califato islámico. Y entonces los marcianos –sin duda mucho más listos que el presidente estadunidense– se asombrarían de descubrir que Israel ha estado bombardeando a los iraníes y a los sirios y sus milicias, pero ni una sola vez –nunca– ha bombardeado al Isis.

No es extraño que Trump tratara de apegarse a su guión preparado. De otro modo habría tenido que hacer algo cuerdo, como felicitar al nuevo presidente de Irán por su victoria electoral y por prometer respetar el acuerdo nuclear; como exigir que se ponga fin a la ocupación y colonización de tierra árabe por Israel; como decir a los viejos y cansados dictadores y príncipes del mundo árabe que la única forma en que pueden deshacerse del terrorismo es tratar con dignidad a sus pueblos y salvaguardar sus derechos humanos.

Pero no, esto es demasiado razonable, justo y moral –y demasiado complicado– para un hombre que hace mucho tiempo cayó por el borde de la realidad y entró en el mundo de Twitter. Así que se habló del acuerdo decisivo entre Israel y los palestinos, como si la paz fuera una mercancía que se puede comprar o vender. Como el que acaba de arreglar con Arabia Saudita: armas por petróleo y dólares.

Pero entonces, sentado junto a Netanyahu, el hombre sí que se apartó del guión. Con alivio de todos, regresó a los horrores del acuerdo nuclear con Irán, un trato increíble, algo terrible en lo cual participó Estados Unidos. “Les dimos una línea vital… y también les dimos la posibilidad de continuar con el terror.” La amenaza de Irán, le dijo a Netanyahu, ha obligado a la gente a unirse (sic) en forma muy positiva.

Eso sí que fue increíble. Trump, en su extraña inocencia, cree que el deseo del mundo musulmán sunita de destruir al Irán chiíta y sus aliados es la clave para la paz árabe-israelí. Tal vez eso quiso decir –si quiso decir algo– cuando expresó que su visita marcaba una rara oportunidad de traer seguridad y paz a esta región y a su gente, de derrotar el terrorismo y crear un futuro de armonía y paz –ese fragmento estaba en el guión, por cierto– en lo que llamó esta tierra antigua y sagrada. Se refería a Israel, pero usó la misma frase con respecto a Arabia Saudita y sin duda lo haría en relación con Suiza, Lesotho o, bueno, Corea del Norte si le redituara alguna ventaja. O Irán, para el caso.

Quién sabe si Trump será capaz de referirse a la colonización israelí, el despojo de tierras y al pequeño dictador palestino, cuando se reúna este martes con Mahmoud Abbas. O a los derechos humanos. O a la justicia. Su discurso posterior en el Museo de Israel será una maravilla si se aparte del guión. Pero se han cerrado las apuestas sobre su contenido: la unidad de los árabes sunitas y su odio al Irán chiíta –tendrá la misericordia de dejar fuera las palabras sunita y chiíta en caso de que esto revele su juego–, relaciones más estrechas de los dictadores y príncipes del Golfo con el Israel despojador de tierras, la necesidad de que los palestinos cesen el terror contra sus ocupantes –la palabra ocupantes también debe quedar fuera, por supuesto– y el eterno, inagotable y sagrado amor de Estados Unidos por Israel, justo o injusto.


El domingo, CNN cabeceó que había un nuevo arranque con los árabes. Ayer la BBC tituló que había un nuevo arranque con Israel. Lo que ambas querían decir, pero no se atrevieron, es que Trump cree poder lograr que los árabes e Israel destruyan el poderío iraní después de los horribles años del moralismo de Obama. Eso significa guerra, de preferencia entre musulmanes. El acuerdo definitivo, nada menos.

Presidir la Eucaristía no debe ser prerrogativa de un sacerdote célibe

Dos entrevistas – dos obispos católicos

“Presidir la Eucaristía no debe ser prerrogativa de un sacerdote célibe”

Erwin Kräutler, obispo emérito Xingu Brasil.
Entrevista por Vida Nueva

Desde su llegada a Belém do Pará, en 1965, como Misionero de la Preciosísima Sangre proveniente de su Austria natal, Erwin Kräutler ha caminado junto al pueblo de Dios de Xingú, llevando la buena nueva del Evangelio y acompañando sus luchas en una de las regiones más conflictivas de la Amazonía brasileña. Actualmente, es el secretario de la Comisión Episcopal para la Amazonía de la CNBB y preside la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) en el país.

Su preocupación por la ausencia de sacerdotes que presidan la celebración eucarística continúa vigente, como ya se lo manifestó en su momento al papa Francisco (en 2014), y así lo ratifica a Vida Nueva.

PREGUNTA.- ¿Por qué la Iglesia católica debería considerar la posibilidad de que hombres casados con fe demostrada (viri probati) puedan asumir algunas funciones sacerdotales? Desde su experiencia, ¿cuáles serían los argumentos a favor?

RESPUESTA.- No se trata de poner en jaque el celibato. Hay muchas personas, tanto hombres como mujeres, que hacen esta opción y son felices con lo que eligieron, fieles a esta decisión que han tomado en edad madura. Defiendo, sí, la tesis de que presidir la celebración de la Eucaristía no debe ser una prerrogativa de un sacerdote célibe. Dos tipos de ministros sagrados, célibes y casados, podrían complementarse y enriquecerse mutuamente, y serían una ganancia inmensa para la Iglesia. Muchos obispos piensan –y yo soy uno de ellos– en la implantación de este otro tipo de sacerdote al lado del tradicional. En Xingú, para atender a casi 800 comunidades esparcidas en un inmenso territorio, hay apenas 30 padres, varios de ellos con más de 65 años. De ahí se puede sacar la conclusión: ¿cuántas veces el pueblo tiene realmente acceso a la Eucaristía para cumplir el mandato explícito del Señor: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24; Lc 22, 19)?

P.- ¿Qué sería lo específico de la vocación de estos viri probati en la Iglesia?

R.- No me gusta la expresión viri probati, pues restringe a priori el sacerdocio a los hombres. Además, ¿cuál es la instancia que decide si un hombre es vir probatus o no?, ¿cuáles son los criterios para llegar a esa conclusión? Soy mucho más partidario de la tesis que sostiene un obispo de Sudáfrica, monseñor Fritz Lobinger, de origen alemán, obispo emérito de Aliwal, que sugirió que las comunidades pudieran proponer un equipo (team of elders) de personas candidatas a ser ordenadas para presidir la Eucaristía en su comunidad, y solo en su comunidad, sin que ello implique abandonar su vida familiar o profesional. (…)

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El obispo de Roraima elogia el "vigor misionero" de su diócesis

Mario Antonio da Silva
Entrevista por Luis Miguel Modino / 070517

Monseñor Mario Antonio da Silva es uno de esos obispos que cautivan a la gente, un auténtico pastor, comprometido en el cuidado de sus ovejas, en la defensa de los que no cuentan. A sus cincuenta años, ya tiene casi siete como obispo, primero como auxiliar de Manaos y desde junio de 2016 como obispo de Roraima, en el extremo norte de Brasil.

Actualmente es el presidente del Regional Norte 1, una de las 18 circunscripciones en las que se divide la Iglesia Católica en Brasil. A pesar de llegar a la Amazonia desde el sur de Brasil, una
realidad completamente diferente, es unánime la impresión de que se ha adaptado perfectamente a la región norte del país, a sus gentes, costumbres y realidad eclesial.

En esta entrevista, hace un análisis de su vida pastoral desde que fue ordenado obispo y da respuesta a diferentes problemáticas que forman parte de la diócesis de Roraima y de la Iglesia en la Amazonia, como son los pueblos indígenas, la triste realidad de las cárceles, los inmigrantes llegados de la vecina Venezuela, la importancia del laicado en la vida de la Iglesia amazónica, la Red Eclesial Pan Amazónica (REPAM), entre otras cuestiones.

*Usted trabajó como sacerdote en el sur de Brasil, después fue obispo auxiliar de Manaos y desde hace menos de un año está asumiendo su primera diócesis como obispo titular. ¿Qué significa ser obispo en la Amazonia?

+Vengo de la diócesis de Jacarezinho, estado de Paraná, y siempre digo que nuestra formación en el seminario nos ayuda, nos indica los caminos sobre cómo ser sacerdotes, pero uno no tiene un entrenamiento sobre cómo ser obispo, que es algo que se va aprendiendo en el propio ministerio.

En 2010 vine para la Amazonia como obispo auxiliar de Manaos, donde estuve seis años, que fue un periodo en que crecí mucho. Manaos me hizo mucho bien. La iglesia de la Amazonia, del estado de Amazonas, de la archidiócesis de Manaos, me acogió de una forma bonita, lo que hizo posible ese crecimiento y envolvimiento en la región.

En septiembre de 2016 asumí la iglesia de Roraima, que también es de la región amazónica. Al abarcar todo un estado, tiene su amplitud y sus desafíos y bellezas específicos. Asumir Roraima es para mí un privilegio por la caminada de la iglesia, por la historia de aquella iglesia desde 1907, pero al mismo tiempo un desafío muy grande por sus características.

Es un estado con pequeña densidad demográfica, pues hoy en día, todo el estado, con sus 225.000 km cuadrados sólo tiene 550.000 habitantes, de los que 320.000 están en la capital, Boa Vista, con lo que la densidad demográfica es pequeña, a lo que se unen distancias enormes, lo que exige desplazarse y hacerse presente en pequeñas comunidades, algo que es propio de la Amazonia, no sólo de Roraima.

Lo específico que veo en Roraima es que es un estado con su población indígena, con más de 50.000 indígenas en sus tierras reconocidas, que son los verdaderos y primeros hijos de la Tierra, pero también un estado que se compuso con una población de emigrantes, de los estados del sur y del nordeste de Brasil.

En verdad es un estado que refleja una realidad brasileña a través de los emigrantes, entre los que también hay de otros países y otras partes de Brasil. Es un estado que creció con la presencia de la emigración, lo que repercutió en la formación de las comunidades y el caminar de la iglesia en el aspecto misionero, cristiano, comunitario, donde también tiene repercusiones. No son puntos negativos, pero sí aspectos que necesitan ser considerados para la evangelización.

*¿Cuáles serían las principales virtudes o elementos que pueden ser destacados en la iglesia de Roraima?

+Destaco el vigor misionero de la iglesia de Roraima, lo que he encontrado en religiosos y religiosas, en congregaciones masculinas y femeninas, en el clero fidei donum y en el clero local. Una característica misionera que se ha despertado también en los laicos, en quienes se hace presente esa dimensión, esa preocupación, ese entusiasmo por evangelizar en la propia comunidad, en la propia diócesis.

Otra belleza que veo es la proximidad humana en los encuentros de formación y evangelización, así como en las fiestas en ocasión de los patronos. El número de personas no es demasiado grande, las distancias exigen grandes desplazamientos, por lo que valoro esa proximidad cuando están juntos, pues eso favorece y fortalece, hace entender mejor los desafíos y al mismo da coraje para continuar asumiendo las conquistas.

Son esos dos los valores que uno percibe de inmediato, junto con tantos otros, la misionariedad y la unidad.

*A pesar del poco tiempo que está en la diócesis, aunque también podríamos ampliar esta pregunta para toda la Amazonia, ¿cuáles son los desafíos que debe enfrentar la Iglesia de la Amazonia?

Hablando de Amazonia es innegable el desafío de ser pocos misioneros, no por la población en general, sino por el número de comunidades, por las distancias, las características geográficas. Teniendo esto en cuenta, un nuevo desafío es ser presencia en cada una de las comunidades, una presencia de la Iglesia, digámoslo así, más oficial, como ministros ordenados en las comunidades. Sabemos que la Iglesia ha caminado en comunidades bien alejadas, que no dejan de caminar, pero uno siente necesidad de que es necesario tener una presencia más constante en las comunidades.

Otro desafío es que a veces se percibe que iglesias con muchos misioneros no están dispuestas a ayudarnos, a compartir con nosotros la ayuda humana, la presencia misionera. Estamos muy agradecidos a todos los que nos ayudan, que no son pocos, pero sentimos todavía que hay necesidades y que más iglesias particulares podrían ayudarnos en ese sentido. Está claro que nosotros también tenemos que sensibilizar a quien puede ayudarnos.

Un nuevo desafío es el alto costo de la evangelización, para lo que es necesario dinero, importe financiero para los viajes, para las construcciones que son necesarias, para mantener lo que ya está construido con el esfuerzo de muchos proyectos en el transcurso de los años.

*Ante esa realidad de falta de misioneros y las constantes palabras del Papa Francisco, ¿cuál es la importancia que los laicos tienen en ese proceso evangelizador de una Amazonia con tantas comunidades y distancias?

+Es una importancia que viene siendo redescubierta cada vez más, a través de una iglesia ministerial, una eclesiología que lleve a dar valor al laico como sujeto de la evangelización, de la construcción y organización de la propia comunidad. Percibimos que la iglesia tiene crecido en ese sentido, pero todavía nos falta dar pasos significativos.

Necesitamos una formación específica para nuestros laicos que se muestran con perfil y capacidad para la ministerialidad y, al mismo tiempo, para asumir coordinaciones y el protagonismo del laico que le es debido en nuestras comunidades, independientemente de las distancias o circunstancias, esa es nuestra preocupación.

En nuestra última asamblea del Regional en 2016, que fue sobre el laicado, se trajo esa cuestión, esa necesidad, siendo los desafíos la formación, el acompañamiento y la articulación de nuestro laicado. Por eso, elaboramos un texto donde son indicadas pistas de acción, también para esos ámbitos de formación, acompañamiento y formación.

*Para eso, ¿no sería necesaria una mayor confianza por parte del clero en el papel de los laicos, tener mayor capacidad para delegar a la hora de tomar decisiones y organizar?

+Creo que abarca un conjunto de factores. Por eso, estamos intensificando cada vez más una formación presbiteral que sea integrada con los laicos, no sólo en el curso de teología y sobre todo por la actuación pastoral, que lleve a una convivencia que ayude a madurar en proximidad y confianza, pues sabemos que cuando se confía eso despierta aquello que la persona tiene de positivo.

Realmente es un momento oportuno para que los ministros ordenados, con toda su función y autoridad eclesial, se aproximen, confíen y busquen caminar junto a aquellos que son la razón de nuestra misión.

*Usted habló sobre los pueblos indígenas y la presencia en su diócesis de cincuenta mil indígenas. Roraima fue un estado donde los conflictos entre los hacendados y los indígenas fueron muy fuertes hace unos años. ¿Cómo está la situación actualmente, cómo es la relación hoy en día entre los indígenas y los no nativos?

+Con la homologación de las tierras, los indígenas están en las tierras homologadas, formando sus comunidades. Es evidente que todavía existen resquicios en la sociedad de todo ese proceso. Creo que los tiempos más difíciles ya pasaron. Hoy en día, y eso es visible en la sociedad, los tiempos son más serenos, pero pienso que todavía continúan siendo inquietantes.

No porque los conflictos no existan visiblemente, podemos decir que las cosas estén resueltas y sin riego, sin peligro. Para las comunidades indígenas y para la sociedad y la iglesia roraimense, los riesgos no desaparecieron totalmente. Existen las garantías de ley y todo lo demás, que en la medida de lo posible son preservadas y exigidas, pero en este momento hay mucha tensión y alerta, como consecuencia de que en el panorama brasileño existen varias iniciativas de ley en los partidos y el ámbito político de verdadera amenaza a los derechos adquiridos por los pueblos indígenas.

Se podría decir que el panorama no es de conflicto, pero sí de una cierta preocupación, debido a los resquicios que todavía permanecen en la sociedad.

*¿Existen presiones de uno y otro lado, de las organizaciones indígenas y de la sociedad, hacia la iglesia para que tome una posición respecto a estas cuestiones?

+La iglesia recibe reclamaciones por el hecho de apoyar la lucha de las causas indígenas. Es evidente que la lucha de la iglesia es por las causas nobles de las comunidades y de los pueblos indígenas y no indígenas, en Roraima es mayormente por las comunidades indígenas, por el contingente y por la necesidad de apoyo que necesitan en la actualidad debido al proceso histórico vivido.

Hoy la iglesia de Roraima continúa muy presente, sobre todo a través de los misioneros y misioneras que interactúan y residen en las comunidades indígenas en las tierras homologadas, lo que es una expresión de apoyo, de acompañamiento, de incentivar, de estar juntos en los proyectos que ya están consolidados y en los que van apareciendo nuevos.

Otra cuestión es que todas las organizaciones indígenas continúan contando y dando valor a la presencia de la diócesis, de la iglesia en su proceso de efectuación de todo aquello que tienen como derecho, de todo aquello que es necesario. Está claro que no existe una unanimidad de todas las comunidades católicas en ese sentido, falta dar valor a las comunidades indígenas como tesoro del Reino de Dios.

Por la historia de Roraima, cuestiones difíciles, no de comunidades católicas y sí de organizaciones sociales en el pasado, ofrecieron muchas resistencias y obstáculos, inclusive persecución. Hoy no existe notoriamente esa persecución, aunque se perciban resquicios de resistencia sobre ese trabajo con las comunidades indígenas.

*Una de las cárceles donde hubo revueltas y muertos durante los últimos tiempos fue la cárcel de Boa Vista, capital de Roraima. ¿Cómo ha repercutido eso en la sociedad y en la vida de la iglesia de Roraima? ¿Cómo ha reaccionado la iglesia ante esa situación?

+La situación de las cárceles en Brasil, todos sabemos, está en una fase crítica, gritante, lamentable. Desgraciadamente en Boa Vista, a principios de 2017, tuvo lugar una masacre, que venía acompañada de otra que tuvo lugar en octubre del año pasado, en los que murieron diez en octubre y en enero treinta y tres. Este hecho ha provocado un sentimiento de preocupación entre la gente, sobre todo en las comunidades católicas que apoyan el trabajo de la pastoral carcelaria y que apoyan nuestras pastorales sociales.

Sabemos que de un lado existen personas que no digo que festejan, pero que banalizan la vida. En este hecho, lo que se destaca, desde mi punto de vista, es un acuerdo entre el tráfico de drogas, el sistema de violencia y a veces hasta con participación de entidades responsables por la seguridad. Por eso, se ha llegado a decir que era una masacre si no deseada, sí previsible por las actuales condiciones de las cárceles, superpobladas, con un tratamiento deshumano, falta de asesoría jurídica, de asistencia religiosa y otras cuestiones para con los presos.

La iglesia de Roraima reaccionó a través de los medios de comunicación y también con una nota repudiando la masacre y demostrando apoyo a las familias en la búsqueda de verdaderas y exactas informaciones. Esto en unión con otras iglesias, lo que llevó a realizar una celebración ecuménica, en la que se reivindicó apoyo a las familias de los presos que fueron víctimas de la masacre, reclamando más determinación del Estado, no sólo con medidas de nuevos presidios, sino también dando posibilidad a los presos de actividades ocupacionales, asesoría jurídica, asistencia y un tratamiento más humano y digno. Fue un momento de hacer florecer aquello que ya estaba presente en las reivindicaciones de la pastoral carcelaria y de las pastorales sociales de nuestra iglesia.

*Roraima es un estado que hace frontera con Venezuela. Los medios de comunicación informan sobre la constante llegada a Roraima de venezolanos que huyen de la actual crisis por la que el país pasa. ¿La Iglesia Católica de Roraima está llevando a cabo alguna acción específica con esas personas?

+Sobre los emigrantes de Venezuela, desde octubre pasado, la situación es preocupante, por la llegada de muchas personas, bien sea en la frontera, en Pacaraima, al norte del Estado de Roraima, como también en Boa Vista, la capital. Es preocupante porque nuestro Estado no tiene política de emigración, no está preparado para acoger emigrantes. Desgraciadamente no tiene una política de emigración.

En las ciudades en que estaban presentes los emigrantes, por ejemplo Pacaraima, una ciudad donde ha llegado a haber dos mil venezolanos viviendo en la calle. En Boa Vista, decenas y decenas de venezolanos han pasado en los últimos meses. De inmediato, la Iglesia de Roraima hizo una campaña de alimentos y de material higiene personal y de limpieza, para cubrir las necesidades más básicas.

Después hemos realizado seminarios de discusión con las autoridades y las entidades afines para realizar algunas acciones en pro de la población emigrante. El gobierno, por su parte, creó un gabinete de asistencia, que hizo posible una colaboración con la sociedad civil, ONGs y la Iglesia en la acogida de los emigrantes.

Actualmente la diócesis, de manera concreta, continúa llevando a cabo los encaminamientos del Seminario, junto con cuestiones de documentación, alimentación, abrigo y ayuda en la búsqueda de trabajo. En la diócesis tenemos el Centro de Emigración y Derechos Humanos, Cáritas y las pastorales sociales, que son los tres organismos de la diócesis que están actuando junto con ONGs, entidades y el propio gobierno del Estado y Municipal, para interactuar y descubrir caminos de auxilio y protección a los emigrantes.

*Roraima es uno de los lugares por donde pasan muchas víctimas de la trata de personas. La vida religiosa, a través de la Red un Grito por la Vida, que está celebrando su décimo aniversario, se está haciendo presente en esa realidad. ¿Cómo asume la iglesia de Roraima esa problemática?

+La trata de personas es una lacra en nuestra sociedad brasileña, sobre todo en la Amazonia. Agradecemos mucho a la vida religiosa consagrada por haber realizado ese enfrentamiento de esa cuestión a través de la Red un Grito por la Vida, tanto en el estado de Amazonas como en Roraima, donde se está intensificando el trabajo con la participación de congregaciones masculinas y femeninas, sobre todo en la capital y en la frontera.

Es un trabajo que está siendo organizado, atendiendo los diferentes casos y denuncias y, sobre todo, en el acompañamiento de aquellas personas que son víctimas, así como las familias que se dejan conocer y ayudar en ese proceso, tanto sea de acompañamiento como de orientación.

En Roraima, específicamente, es algo que se está intensificando, no sólo por el número de casos, sino también por la disponibilidad de congregaciones masculinas y femeninas para el trabajo en la capital y en las regiones de frontera, tanto con Venezuela como con la Guyana.

*Como presidente del Regional Norte 1 de la CNBB, Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, ¿qué es lo que significa para la Iglesia de la Amazonia la Red Eclesial Pan Amazónica, REPAM, una realidad que cada vez es más actuante y que cuenta con el impulso del propio Papa Francisco?

+La creación de la REPAM fue un momento de luz para las necesidades de la Amazonia. Como Red Eclesial en la Pan Amazonia ya ha ayudado mucho. Lo que necesitamos y esperamos es que esa Red consiga articularnos para causas comunes y nobles.

En 2016 y 2017, con el auxilio de la REPAM y la colaboración de cada uno de los Regionales, están teniendo lugar los Seminarios sobre la Laudato Sí. En nuestro Regional Norte 1, tuvo lugar en 2016 en Manaos y en 2017 será celebrado en Boa Vista, Roraima. Ese Seminario ha provocado la discusión sobre todos los desafíos de las comunidades en la Amazonia. A la luz de esos desafíos, dejándose iluminar por la Laudato Sí y el pensamiento del Papa Francisco, así como por los documentos de nuestra Iglesia en la Amazonia, desde 1972, con el Documento de Santarem, con sus memorias y compromisos.

Esos seminarios nos han ayudado a percibir los desafíos y, al mismo tiempo, a asumir compromisos. Son desafíos enormes, que deben darnos valentía, tanto por su tamaño como por la necesidad de las personas que forman parte de esas cuestiones.

La REPAM, en este momento, está actuando como fermento, dado que es una red, a través de los seminarios sobre la Laudato Sí. Nuestra expectativa es que después de la realización de los catorce seminarios en toda la Amazonia brasileña, podamos marcar caminos comunes, favoreciendo cada uno de los ejes que la REPAM tiene como actuación en la Amazonia.


Recuperar de inmediato el camino del diálogo y de la paz

El Comité Directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), reunido en la Ciudad de México, expresa su más profunda preocupación por la escalada de violencia que está viviendo Venezuela.

El país atraviesa una profunda crisis política, económica y social a la que se le ha sumado un cada vez más alto número de muertos, de heridos y detenciones que ponen en riesgo el orden democrático. Desde CLACSO, hacemos un urgente llamado a la paz, al diálogo y a la definición de una agenda consensuada de medidas que protejan, en primer lugar y de forma inmediata, la vida de miles de ciudadanos y ciudadanas. Cuando muere un venezolano o una venezolana no muere un chavista o un miembro de la oposición: muere un ser humano. Una pérdida irreparable que podría haber sido preservada, si hubiéramos sido capaces de preservar, ante todo, la dignidad y la inviolabilidad de la vida, base de los derechos humanos sobre los que se debe edificar cualquier democracia.

En Venezuela se han cometido muchísimos errores. Los ha cometido la oposición y los ha cometido el gobierno. No será la agudización de estos errores lo que sembrará el camino de la paz y del entendimiento. Exaltar o radicalizar cualquiera de estas dos posiciones, no hará más que profundizar un conflicto que derivará, muy probablemente, en más muertes y en una guerra civil que despunta en el horizonte de un horror que podemos y debemos evitar de manera urgente.

En noviembre de 2016, CLACSO realizó su reunión del Comité Directivo en Caracas. Allí, exhortamos a profundizar todos los esfuerzos necesarios para avanzar en el camino del diálogo y del acuerdo político abierto y sincero. Desde aquel momento, todo ha empeorado. El desafío del entendimiento y del compromiso, basado en la protección del orden constitucional y de la seguridad ciudadana, siguen plenamente vigentes.

Condenamos la actitud irresponsable de algunos gobiernos latinoamericanos y de organismos multilaterales, como la OEA, quienes, en un momento de extrema tensión y habiendo centenas de vidas en juego, en vez de contribuir a que primen el acuerdo, la sensatez y la reconciliación, exacerban las tensiones, alimentan la voluntad desestabilizadora o la prepotencia de quienes hoy se enfrentan, volviendo a esta gran nación, un verdadero campo de batalla. Resulta lamentable que nuestros países poco hayan aprendido de las experiencias todavía recientes de incubación de la barbarie en una región en que, la fragilidad de la democracia, sea por la razón que fuera, siempre ha afectado la vida de los más pobres, de los más vulnerables y excluidos. Los gobiernos de América Latina podrían haber tratado de contribuir mejor a la crisis venezolana, que echando gasolina en un incendio que parece no tener otro limite que la destrucción generalizada de todo lo que ese gran país y ese inmenso pueblo, han sabido construir colectivamente a lo largo de las últimas décadas. Poco favor le hacemos hoy a Venezuela, incitando al odio, profundizando las divisiones, cavando abismos que separan y alejan cada vez más a los venezolanos y a las venezolanas del camino de la paz y del diálogo democrático.

Condenamos la injerencia externa en Venezuela, particularmente, la que ejerce el gobierno norteamericano con sus persistentes y ahora renovadas ambiciones coloniales e imperiales sobre la región.

Condenamos también el ataque que sufre el país y, en especial, su gobierno, por parte de monopolios mediáticos que desinforman, distorsionan y ocultan el origen complejo de la profunda crisis vivida.

CLACSO se suma a quienes, desde dentro y fuera de Venezuela, exigen la paz y el fin inmediato de todas las formas de violencia, sea quien fuera que las ejerce. Exhortamos al gobierno y a la oposición a respetar la Constitución de la República, dirimiendo sus diferencias en la más estricta observancia a las leyes y al estado de derecho. La violencia no puede continuar siendo el camino que el país encuentre para dirimir sus desacuerdos y para edificar su futuro de prosperidad, justicia y libertad.

Estamos con la paz. Estamos con el diálogo y con la democracia; con una democracia que se nutre y alimenta de la diversidad y de la divergencia política, no que se derrumba impotente ante ellas.

Estamos hoy, más que nunca, con el pueblo venezolano.

Comité Directivo
Secretaría Ejecutiva CLACSO
Ciudad de México, 27 de abril de 2017


¿Obispos investigados o imputados por la Justicia?

José M. Castillo S.
www.religiondigital.com / 04.05.17

Se sabe que, en este momento, hay en España media docena de obispos investigados o imputados por los tribunales de justicia. No es mi intención pronunciarme sobre la verdad o falsedad de los hechos que investigan los jueces, fiscales y abogados, que intervienen en cada uno de estos casos. Lo que pretendo es plantear, con este motivo, una reflexión que me parece importante, no sólo para los encausados, sino para los cristianos en general y los ciudadanos interesados en estos asuntos.

Ante todo, es un hecho, afirmado como dato de la fe de la Iglesia, que los obispos son “los sucesores de los apóstoles”. Así consta desde el siglo primero hasta nuestros días. Teniendo en cuenta que esta sucesión no es un simple hecho de validez sacramental. Quiero decir, para que un obispo sea “sucesor de los apóstoles” no basta el hecho de la “ordenación sacramental”. O sea, no basta que haya recibido el rito o la ceremonia de su ordenación como obispo. Además de eso, se necesita que el que ha sido ordenado en una ceremonia religiosa, transmita – mediante sus enseñanzas y su forma de vida – la doctrina que nos enseñaron los apóstoles de Jesús (Y. Congar, E. Molland, V. Fluchs, G. Bardy…).

Por eso, la Iglesia, durante más de diez siglos, a los obispos (y clérigos en general) que tenían comportamientos escandalosos, les quitaba todos sus poderes y dignidades. Y les obligaba a vivir, el resto de su vida, como laicos (“laica communione contentus”), ganándose la vida como se la gana todo el mundo: ganándose un jornal para tener el pan de cada día (abundan estudios serios y documentados sobre esto: C. Vogel, P. M. Seriski, E. Herman, P. Hinschius, F. Kolber, K. Hofmann, J. M. Castillo…).

Pero hay algo más importante, que normalmente no se tiene en cuenta. Según los evangelios, lo primero que Jesús les exigió a los apóstoles no fue le “fe”, que creyeran en él, sino el “seguimiento”, que vivieran con él y como él. La teología, por desgracia, no ha tenido debidamente en cuenta este dato capital, a saber: que antes que las creencias, está la forma de vivir. Baste pensar que, en los evangelios sinópticos, mientras que la fe se menciona 36 veces, del seguimiento de Jesús se trata en 57 ocasiones.

No voy a hacer aquí un estudio sobre el “seguimiento” de Jesús. Me limito a señalar que los relatos de “seguimiento” destacan sobre todo esto: cuando Jesús llamaba a alguien a seguirle, no presentaba ningún programa de vida, ningún objetivo, ningún ideal. Sólo una llamada: “Sígueme”. Esto era todo (D. Bonhoeffer). Pero esto exigía dejarlo todo: familia, bienes, casa, trabajo… El que era llamado, perdía toda seguridad humana. ¿Por qué? ¿Para qué? Para ser libre de verdad. No estar atado a nada. Ni a nadie. Aunque quienes eran llamados no tuvieran claro lo de la fe, como queda patente en la cantidad de veces, que, según los sinópticos, los que le seguían fueron reprendidos, tantas veces, por el mismo Jesús, que les llamó “hombres de poca fe” (“oligo-pistoi”) o incluso les echó en cara su incredulidad (“a-pistía”).

Con el paso del tiempo, en la Iglesia se dio más importancia a la fe que al seguimiento, sin duda por la influencia creciente que tuvo la teología de Pablo, que, no conoció al Jesús histórico, ni menciona el seguimiento de Jesús. Pablo habla de la “imitación”, pero es para que le imiten a él (1 Cor 4, 16; Fil 3, 17), haciendo una vez referencia a Cristo (1 Cor 11, 1).
En cuanto a los obispos, en lo que más se ha insistido ha sido en la “autoridad”, que, desde el s. IX (con el papa Nicolás I), empezó a considerarse como “potestad”. Y que pronto fue calificada como “sagrada”. Así, el clero centró su interés, más en exigir sumisión a la fe, explicada por los propios clérigos, que en la libertad que nace del seguimiento de Jesús. La Religión, con sus ritos y observancias, le ganó (en importancia y presencia social) al Evangelio. Jesús fue objeto de culto, devoción y arte. De la vida de la gente, de los ricos y de los pobres, se encargaban los poderes públicos, con frecuencia en lucha, para ver quién mandaba más, si el poder civil o el poder sagrado.

¿Nos sorprende o nos escandaliza que haya obispos que se ven denunciados ante la Justicia? Yo no soy quién para decir si son o no son culpables. Lo que se puede – y se debe – decir es que en la Iglesia hay demasiada gente que la da más importancia a la Religión que al Evangelio. Porque es más fácil ir a misa o decir “yo creo en la fe que enseña la Iglesia”, que tomar en serio el seguimiento de Jesús. Quiero decir: lo que nos da miedo y no soportamos es pensar que, si queremos ser cristianos, tenemos que asumir, ante todo, el seguimiento de Jesús. Es decir, el proyecto de vida que nos plantea el Evangelio. Si no empezamos por ahí, ¿qué cristianismo es el nuestro?

Yo no quiero, ni tengo por qué, enjuiciar a los obispos. Muchos de ellos son excelentes personas y hombres ejemplares. Lo que me duele, y no puedo aceptar, es que la Iglesia que tenemos y su teología le hayan dado más importancia a lo que más valora la Religión: creencias, leyes, ritos y jerarquías. Mientras que la forma de vivir y el proyecto de vida, que nos marcó Jesús, tal como consta en los evangelios, no es precisamente ni lo determinante, ni lo que la gente ve y palpa en la vida y en la presencia de la Iglesia.


La teología del papa francisco

José Mª Castillo S.
www.religiondigital.com / 270517

Me ocurrió hace sólo una semana. Una mujer, que ya ha cumplido 92 años, me dijo una de las cosas que más me han impresionado en mi vida. Simplemente me dijo esto: “Lo más grande, que distingue al papa Francisco, de todos los papas anteriores, es la sensibilidad que tiene para sintonizar con los últimos de este mundo”.

Esta afirmación me ha dado mucho que pensar. Porque viene a decir que lo más grande, que tiene cualquier persona, no es lo que sabe, lo que dice o lo que tiene, sino la calidad de su sensibilidad. Una calidad que se mide por aquello con lo que sintoniza. Es evidente que sintonizar con los sabios y con los poderosos, con los ricos y con los que mandan, con los famosos y los importantes, todo eso es vulgar. Porque lo tenemos todos o casi todos. Pero tener una sensibilidad, que sintoniza con quienes nadie sintoniza, eso sí que es llamativo, infrecuente, anormal y verdaderamente extraordinario.

Para comprender la hondura de esta reflexión tan sencilla, que acabo de hacer, es necesario darse cuenta de que no es lo mismo un “signo” que un “símbolo”. El “signo” comunica “conocimientos”. Es lo que hacemos mediante los signos fonéticos (por ejemplo, las palabras) o con los signos visuales (por ejemplo, las señales de tráfico…). El “símbolo” transmite “experiencias” (cariño, odio, miedo, indiferencia, paz, ansiedad…). Por eso, la “mirada” precede al “ojo”.  Una mirada nos hace felices o nos amarga la vida. Luego, seguramente, querré saber cómo tiene los ojos la persona que, con la expresividad de su mirada, me ha transmitido felicidad o desgracia.

¿Qué hay detrás de esta experiencia? Algo muy hondo y de lo que, tantas veces, no somos conscientes. Es la sensibilidad. Aquello a lo que somos sensibles. O, por el contrario, enteramente insensibles. Pero el hecho es que la sensibilidad que tenemos es lo que nos configura y nos define en la vida. Y lo que determina lo que hacemos o lo que dejamos de hacer.

Por esto, porque así somos y así nos comportamos los seres humanos, por esto justamente se comprende que, en los cuatro evangelios, cuando se explica el encuentro y la relación de los discípulos (y de la gente) con Jesús, se le da más importancia al “seguimiento” de Jesús que a la “fe” en Jesús.  Baste saber que, en los evangelios sinópticos, de la fe (“pistis”) se habla 36 veces, mientras que el seguimiento (“akolouthein”) de Jesús se menciona 57 veces. Y el evangelio de Juan, que tanto insiste en la fe (40 veces), lo primero y lo último que explica es el seguimiento de Jesús, tal como lo vivieron los discípulos (Jn 1, 37. 38. 40. 43; 21, 19. 20. 22).

Sin embargo, en la Iglesia se ha trabajado duro para construir, mantener y aplicar, a la vida de los fieles, una sólida teología de le fe. Por eso en el Vaticano existe una Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, que tiene un poder decisivo en la organización y gestión del gobierno eclesiástico. Sin embargo, después de más de veinte siglos, todavía no tenemos en la Iglesia una sólida teología del seguimiento de Jesús. Y – lo que es más extraño – la teología dogmática se ha quitado de encima el “seguimiento”. Y lo ha desplazado a la espiritualidad. Para fomentar la piedad y la devoción, al tiempo que se fomentan también las vocaciones sacerdotales y religiosas.

La preferencia de obispos y teólogos por la teología de le fe resulta comprensible. “Aceptar la fe” comporta inevitablemente “aceptar la sumisión” de la mente, de la conciencia, de la voluntad, a lo que dice y decide la Jerarquía. Ser un buen creyente es hacerse sumiso y renunciar a una mentalidad verdaderamente crítica. Esto le va bien al clero, que así mantiene firme su “sagrada potestad”. Y les va bien a los fieles sumisos, que así tranquilizan su conciencia. Con la seguridad de que Dios les perdona siempre, sea cual sea el pecado que puedan cometer.

Se comprende, pues, que la teología de la fe sea la preferida por quienes ejercen la “sagrada potestad”. Y también por quienes, mediante su ortodoxia creyente, se ven a sí mismos con la “conciencia tranquila” y las “manos limpias”. Mientras que, por el contrario, se comprende también que la teología del seguimiento de Jesús se haya desplazado a los márgenes de la Dogmática. Para quedar situada en el terreno de la Espiritualidad. Así, los fervorosos, los devotos, los llamados a grandes heroísmos de generosidad, entran en los seminarios o se van a un noviciado, para “identificarse con Jesús”. Esto, sin duda, es lo que se decía antaño.

No pongo en duda, ni en lo más mínimo, la importancia capital de fe, como siempre lo ha explicado la Iglesia. El problema –a mi modo de ver– está en que, si aceptar la fe es aceptar la sumisión, de la misma manera aceptar el seguimiento de Jesús es comprometerse con la libertad de cualquier sometimiento que no sea “vivir como Jesús nos enseña en su Evangelio”.

Ahora bien, aquí es donde entra en juego la sensibilidad. El diccionario de la RAE dice que “sensibilidad” es la “propensión del ser humano a dejarse llevar de los afectos de compasión, humanidad y ternura”. ¿Hace teatro el papa Francisco cuando abraza y besa a los niños, a los enfermos, ancianos y mendigos? ¿Es un comediante cuando le vemos feliz al estar cerca de los últimos de este mundo?

No cabe duda: la teología del papa Francisco brota de una sensibilidad, que, al conectar con los últimos, es la sensibilidad de la libertad y la inseguridad que vivió aquel pobre galileo de Nazaret, que nació donde nacen los animales (un pesebre) y murió donde acaban los delincuentes (una cruz).

La teología de Francisco es, ante todo, la teología del seguimiento de Jesús. Una teología a la que no estamos acostumbrados. Por eso, desconcierta a unos, indigna a otros, y a todos nos plantea preguntas que no sabemos responder. Preguntas que despachamos diciendo tranquilamente (y a veces indignados) que este papa “no sabe teología”, ni es el Papa que necesita la Iglesia.


¿No será que nuestra teología anda más desorientada de lo que imaginamos?

La religión tiene su peligro

José M. Castillo S.

La religión no es Dios. La religión es un conjunto de creencias y prácticas (ritos, observancias, rezos y ceremonias) que, según pensamos los creyentes, nos llevan a Dios. Por eso hay tantas personas convencidas de que, si su relación con la religión es correcta, su relación con Dios también es correcta. Y aquí es donde está el peligro que entraña la religión.

Este peligro consiste en que la religión nos puede engañar. Porque nos puede hacer pensar que estamos bien con Dios, si somos religiosos, si somos observantes de las cosas que manda la religión, defendemos sus intereses y promovemos su esplendor.

Esto es lo que explica –seguramente y entre otras cosas– por qué hay tantas personas, países y culturas, que son tan religiosas como corruptas. Es más, posiblemente no es ningún disparate afirmar que la tranquilidad de conciencia, que proporciona la religión, es (o puede ser) un factor que ayuda a que los corruptos cometan sus fechorías, pensando que ellos son religiosos y que los buenos servicios que le hacen a la Iglesia, al clero (o a la religión que sea), eso justifica sus conciencias. De forma que su fiel observancia religiosa es lo que explica por qué pueden decir que ellos tienen la “conciencia tranquila” y “las manos limpias”.

Por todo esto se comprende que los evangelios sean la hiriente y dura historia de aquel hombre de pueblo, un galileo, Jesús de Nazaret, que fue rechazado, condenado y asesinado por la religión. Porque puso al descubierto lo engañados que vivían los hombres más religiosos de su tiempo. No porque aquellos hombres fueran religiosos, sino porque su religiosidad les permitía despreciar a todo el que no pensaba como ellos. Y condenar a todo el que no hacía lo que hacían ellos.

Exactamente lo mismo que ocurre ahora con no pocos profesionales de la religión. Y con los observantes fanáticos. Los que le dan más importancia a “lo sagrado” que a “lo profano”. Hasta el extremo de pensar que, si “lo sagrado” está bien protegido y bien costeado, “lo profano” es asunto que corresponde a los poderes públicos, con los que hay que mantener buena relación, con tal que nos respeten y nos costeen lo más digno que hay en la vida: la seguridad y la dignidad de “lo sagrado”. De lo demás…, “se hará lo que se pueda”. ¿No acabamos de ver el peligro que entraña todo esto?

Al decir todo esto, no es que yo desprecie a “lo sagrado”. Lo que digo es que tan sagrado es un templo como el dolor de un enfermo, el hambre de un pobre o la vergüenza humillante del que tiene que vivir “de la caridad” de otros.

Es más, si el Evangelio dice la verdad, el día del juicio final no nos van a preguntar si fuimos a visitar los templos, sino si estuvimos cerca del que sufre, ya sea por hambre, por estar enfermo, por ser extranjero o estar en la cárcel (Mt 25, 37-40).