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Una Iglesia de misericordia

Jose Arregi
www.atrio.org/031013

En estos seis meses y medio, desde la elección del papa Francisco, en más de una ocasión he expresado mis reservas ante la euforia papista que se ha propagado en los sectores más abiertos e innovadores de la Iglesia Católica. Comprendo su alegría y la comparto, pues volvemos a respirar aire fresco. De nuevo podemos decir sin arrogancia y sin complejo: “Somos Iglesia de Jesús, compañera de los hombres y mujeres de hoy”. Sin embargo…

Sigo teniendo muchas dudas de que vaya a darse durante este papado la reforma estructural de fondo que considero indispensable: el desmantelamiento del papado como institución medieval absolutista, producto y garantía a la vez, cúpula y cimiento, del arcaico edificio jerárquico que es esta Iglesia.

La reforma exigiría la derogación de dos dogmas del Concilio Vaticano I (1870): la infalibilidad del papa y su “primado”, es decir, el poder absoluto para intervenir en todas las iglesias y decidir todos los asuntos. Exigiría, en definitiva, desclericalizar la Iglesia o, simplemente, asumir la democracia, de modo que el “sacerdote” (presbítero, obispo o papa) pase a ser servidor/a de la comunidad, elegido/a y controlado/a por la propia comunidad. ¿Quiere y puede, o puede y quiere este papa llegar a tanto? Pues con menos todo quedará en el aire.

Dicho eso, reconozco con mucho gusto que la reciente entrevista del papa Francisco a la revista Civiltà Cattolica me conmovió. “En esta vida –dice ahí–, Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañarlas con misericordia”. Y añadía que estaba pensando en una mujer divorciada que había abortado. Una mujer herida como tantas.

Ahí habla el jesuita que ha aprendido de San Ignacio y ha enseñado a hacer las paces consigo mismo en la primera semana de los Ejercicios Espirituales: como eres y como estás, sábete, siéntete dulcemente acogida/o, tiernamente querido/a. Ahí habla el franciscano. Se conoce una carta escrita por Francisco de Asís a un Ministro o Superior de los hermanos, donde le dice: “Que no haya ningún hermano en el mundo, por pecador que sea, que no encuentre misericordia mirando a tus ojos. Atiéndelo con misericordia, como querrías tú que se hiciera contigo si te hallas en una situación semejante”. Ahí habla el discípulo de Jesús, que dijo: “No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos”. ¡Gracias, papa Francisco!

Nada de cánones y culpas, confesiones y penitencias. Es el dogma de la acogida. Es el primado de la misericordia. Es la infalibilidad de la gracia. Eso es Jesús. Eso es Evangelio. Eso es “Dios”: dulce misterio de pura acogida en el corazón de cada ser, Corazón en el que todo es acogido como es y así transformado. Eso es la Iglesia, y todo lo demás le sobra. Eso es lo humano, y lo demás son etiquetas.

Sí, es lo humano simplemente. ¡Ojalá fueran más humanos tantos que se jactan de haberse liberado de la Iglesia, de su moral estrecha y de toda religión en nombre del humanismo, pero luego muestran poca indulgencia con la gente herida. Una divorciada, por ejemplo, o una mujer que ha abortado. ¿Quieres ser humano/a? Acoge y acompaña con bondad al herido. Que sus ojos encuentren misericordia en los tuyos.

Así es como habla este papa. No quiso llamarse León XIV, ni Gregorio XVII, ni Juan Pablo III, ni  Benedicto XVII. Quiso llamarse Francisco, como el Poverello de Asís, el “hermano menor” de todos, y cada mes que pasa deja más claro que la misericordia es su criterio y su programa de acción. Eso es lo esencial. Y nos alienta saber que posee todo el poder para reformar la Iglesia, y hacer de ella solamente testigo de la misericordia.

Sí, el poder del papa es hoy motivo de esperanza, pero el poder del papado es, para mañana, justamente el problema: el próximo papa, dentro de diez años, podrá ejercer su poder absoluto para ahogar el ánimo eclesial que Francisco nos ha devuelto.


Que desaparezca en la Iglesia el poder absoluto, para que perdure el primado de la misericordia. Acompañar personalmente con misericordia es siempre lo primero. Hacer las reformas estructurales necesarias para que también las estructuras correspondan o faciliten o al menos no impidan la misericordia, es lo segundo. Pero lo segundo y lo primero son lo mismo, como dijo Jesús acerca del primer mandamiento y del segundo.

Un río, un roble, un pueblo, una resistencia popular

Ismael Moreno

Las comunidades lencas de Río Blanco hacen resistencia contra la compañía china SINOHYDRO, que quiere construir una represa en su río sagrado. Bajo un roble han enfrentado durante meses a los poderes económicos, políticos y armados. Ahora tendrán que enfrentar al Fiscal General recién electo, respaldado por los empresarios nacionales y socios de los empresarios extranjeros dedicados al extractivismo minero y a otros grandes negocios que afectan severamente a las comunidades.

Las familias de la aldea de Río Blanco y de diez comunidades más, conocidas como las comunidades del Sector de Río Blanco, desperdigadas por las agrestes montañas del norte del departamento de Intibucá, en el occidente de Honduras, amanecieron el primero de abril de 2013 instaladas a la sombra de un árbol de roble.

Con machetes y garrotes en mano, las familias de estas once comunidades, a las que luego se unieron las de otros lugares vecinos, hasta sumar 28 comunidades, abrieron una enorme zanja de un lado a otro de la carretera que baja hasta el río Gualcarque, símbolo de vida, y cauce de leyendas y tradiciones que evocan encantos, promesas y amor.

Durante tiempos inmemoriales estas comunidades lencas han nacido, crecido, trabajado e invocado a sus dioses y a su Dios cristiano junto al arrullo de las límpidas y mágicas corrientes del río Gualcarque, que nace en las montañas occidentales de la cordillera de Puca o Palaca, en la legendaria comunidad indígena Yamaranguila, para después cruzar hondonadas y bajar al encuentro del río Ulúa, uniendo a los dos en un solo cauce, como cuando dos enamorados lencas se casan, para hacerse una sola corriente de vida. Ya unidos, bañan el valle de Sula y desembocan en el océano Atlántico, en el norte hondureño.

Nunca lo imaginaron

Ninguno de quienes aquella mañana de abril tomaron la iniciativa de instalarse bajo el roble pudo imaginar que estarían en ese lugar durante varios meses. Nadie imaginó que esa lucha trascendería a todo el territorio nacional y tendría eco entre comunidades y organizaciones de solidaridad de muchos países del mundo. Menos aún pensaron que sus nombres serían maldecidos en oficinas de altos empresarios de Tegucigalpa y de San Pedro Sula y que andarían en boca de famosos que integran el exclusivo grupo FICOHSA, dueños de bancos, centros comerciales, supermercados, farmacias, medios de comunicación, equipos de fútbol, restaurantes de comidas rápidas, empresas de energía térmica, gasolineras. También en boca de la mayoría de diputados del Congreso Nacional, de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y de la dirigencia de los partidos Liberal y Nacional. Incluso, en boca de los líderes de algunas de las megaiglesias neopentecostales,
sin que faltara algún miembro de la más alta jerarquía de la iglesia católica.

Cuando iniciaron el tranque al pie del árbol de roble, no sabían que un día el Ministro de Ambiente afirmaría que esas comunidades no estaban reconocidas como comunidades lencas, y haciéndose eco de las voces de los empresarios de FICOHSA, diría también que eran manipuladas por Bertha Cáceres, por alguno que otro cura revoltoso y por gente mal informada de las ONG que se lucran apoyando a quienes hacen relajo en Honduras.

El poder de la lejana China

Lo que jamás se pudieron imaginar fue que los nombres de sus comunidades y la gesta que iniciaron a la sombra de un roble habría de ganarse maldiciones en oficinas de la lejana China. Allí residen los propietarios de la empresa SINOHYDRO, la mayor del mundo en su género en construcción de represas hidroeléctricas. Junto a otras empresas, y con el respaldo de su gobierno, SINOHYDRO está acostumbrada a captar a gobiernos y empresas privadas de América Latina sin apenas encontrar oposición. Así viene ocurriendo incluso en la Venezuela chavista, en donde están metidos en el negocio del petróleo, en la agricultura y hasta en el negocio de las viviendas.

Algo similar parece estar ocurriendo en Nicaragua, en donde un único empresario chino ha logrado una concesión para la construcción de un Canal Interoceánico y otros ocho megaproyectos, con privilegios que convierten al gobierno de Daniel Ortega en más entreguista que el del Presidente Manuel Bonilla, quien hace más de un siglo entregó las mejores tierras hondureñas de la costa norte a las compañías bananeras de Estados Unidos. Con la diferencia que el de Bonilla fue claramente un gobierno de extrema derecha y así lo catalogamos sin tapujos, mientras que Daniel Ortega se dice izquierdista y le entrega Nicaragua a un empresario chino, sin vergüenza de proclamarse heredero de Sandino, el nacionalista General de Hombres Libres. Pero ésa es harina del costal de otros países…

La imprevista resistencia popular

Volvamos a Honduras y a las comunidades lencas. Los empresarios chinos y sus aliados hondureños analizaron en sus estudios muchos de los inconvenientes que pudieran interrumpir sus negocios en zonas tan remotas de nuestro continente. Lo que no calcularon es que sus negocios se verían drásticamente boicoteados por unas gentes a las que ni por asomo se les ocurrió informar, muchos menos consultar, al momento de diseñar y firmar el contrato con el gobierno hondureño y en consorcio con el grupo FICOHSA.

Tampoco se les cruzó por la mente que cuando ya las comunidades cumplían 138 días de protesta y resistencia pacífica, Juan Barahona, dirigente popular curtido en las luchas sindicales, candidato a una de las tres Vicepresidencias de la República por el Partido Libertad y Refundación, siempre escéptico y distante de las luchas que no se originan en las organizaciones sindicales o en los espacios políticos de “clase”, haría un homenaje a la lucha de los indios e indias lencas en un pronunciamiento público del 14 de agosto.

Iniciativa de las comunidades

Bajo el árbol de roble y junto a la zanja excavada en la carretera, las familias lencas instalaron sus plásticos, sus tapescos para dormir, improvisaron sus hornillas para cocinar el nixtamal y los frijoles, celebrando la vida, compartiendo alegrías y también temores. Allí los encontré el primero de mayo, cuando me decidí a hacerles una primera visita. Para esa fecha, la lucha de las comunidades de Río Blanco era sólo un asunto de unas comunidades indígenas aisladas, a las que respaldaba el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras, el COPINH, liderado por la infatigable dirigente Bertha Cáceres desde que esta organización popular e indígena nació en 1994.

Pero no fue el COPINH, ni Bertha, quienes iniciaron esta lucha de resistencia pacífica. Fueron las comunidades las que tomaron la iniciativa de apostarse bajo el roble y abrir la zanja para impedir la construcción de la represa. Varios de los dirigentes comunitarios, miembros del COPINH, avisaron y pidieron solidaridad a su organización. Fue así como el COPINH asumió la iniciativa de las comunidades como expresión de sus luchas.

Quiénes están bajo el roble

Entre las personas concentradas en el corte de la carretera vi a muchas mujeres, y a ancianos, a jóvenes, y a jovencitas. ¿Qué pretenden con la toma de esta carretera? les pregunté. Me contestaron que protegen su río y sus bienes de las amenazas del extraño, que no permitirán que se roben el río, que les ha dado vida y que ha sido fuente de su fe a lo largo de toda su historia. Su vida y su fe en Dios la viven en íntima relación con la Naturaleza, especialmente con sus bosques y sus ríos.

Las dirigentes y los dirigentes de estas comunidades no son altos, ni blancas. Sus nombres no han sonado jamás en las radios o han aparecido en los periódicos. No son líderes políticos ni gente con títulos académicos. Si alguien va al árbol de roble buscando a un connotado líder o a una mujer de trayectoria de lucha se equivocará. Bajo la sombra del roble todos los rostros se parecen: indios e indias lencas con las marcas de un hambre histórica, con la piel curtida por el sol o por el calor del fuego de la hornilla. Nadie se distingue por su apariencia. Toda la gente adulta es igual en tamaño, todos los niños son iguales por las ropas en harapos, los pies descalzos y ya encallecidos. Toda esta gente habla sencillo, en voz baja y con los ojos viendo la tierra. Hablan sin detenerse y sin alzar nunca la voz, en una cabal armonía de voz suave y palabras firmes.

“Todos estamos en lo mismo”

Adelaida Sánchez es una de estas voces. ¿Por qué te opones a la represa en el río Gualcarque? Sin levantar la vista y como hablando para la tierra me dice: “Esta represa hidroeléctrica no es desarrollo para nosotros. Ellos se están llevando nuestras riquezas y a nosotros nos dejan sin río y con más hambre”. Adelaida es flaca y pequeña, tiene cuatro hijos, no terminó la primaria. Con esa su voz suave llegó unos días después de encontrarla hasta el Instituto San José de los jesuitas de El Progreso para compartir su experiencia con el alumnado urbano. Adelaida les contó a los alumnos que ella tuvo que trabajar desde muy pequeña, que su familia es muy pobre y cree en la lucha comunitaria.

Parte de su relato en las aulas: “Mi esposo se llama Martín Domínguez, trabaja en la tierra sembrando maíz, frijoles y otras cositas para comer. Desde que iniciamos la toma el uno de abril nosotros nos vamos todos para la toma. El hecho de ser mujer no me afecta en la lucha, porque todos estamos en lo mismo. Cuando mi esposo no puede, yo puedo y a veces nos vamos los dos. A veces él va a trabajar al monte y yo me voy a la toma con mis hijas. En el lugar de la toma las mujeres, además de estar presentes, también hacemos la comida y los hombres halan la leña y el agua. Cocinamos lo que hay. Si sólo guineos y frijoles tenemos, eso comemos todos. A veces no tenemos nada, pues aguantamos”.

“Estos indios... ¡sólo matándolos!”

Bajo el roble, una madre de familia me contó que su hija llegó apresurada a la casa, con los ojos rojos por el llanto, y sin casi decir palabras rebuscó todo lo que pudo de comida y ropa. “El pueblo lenca nos necesita mamá -le dijo- y tenemos que compartir aunque nos quedemos sin comer lo que nos gusta por unos días”.

Después de escuchar a muchas de las personas “atrincheras” bajo la sombra del roble, me convencí de las palabras que dijo un alto empresario de una de las compañías contra las cuales se alzaron en protesta las comunidades lencas: “Estos indios son distintos. Si no buscamos una medida extraordinaria, ellos podrán pasar aquí toda la vida. No son como otra gente de Honduras, a las que se les puede comprar con dinero o se les puede amenazar con la policía y el ejército. A estos indios solo matándolos los quitamos de en medio”.

¿Energía limpia en manos sucias?

Las comunidades lencas no se oponen a aprovechar el agua y los ríos para producir la energía que mejora la vida. Lo que no permiten es que sus ríos y todas sus aguas sean utilizadas por extraños sin contar con ellas o haciéndolo en contra de ellas. No aceptan que los marginen hasta incluso poner en riesgo su vida y sus tradiciones.

Un día cualquiera, sin saber de dónde venían ni con qué propósitos, aparecieron en el lugar técnicos, maquinarias, hombres con cascos en las cabezas, con muchos aparatos tecnológicos y comenzaron a trabajar en el río Gualcarque. Ninguno de los funcionarios de la empresa, tampoco del Estado, se acercó a las comunidades para informarles, mucho menos para preguntarles, si estaban de acuerdo con la construcción de una represa hidroeléctrica sobre “su” río.

Las comunidades indígenas se fueron informando por sí solas hasta saber que los constructores responden a empresas que combinan capital de unos cuantos empresarios nacionales con capital internacional, proveniente primordialmente de la República Popular China. Supieron que los empresarios nacionales son los mismos del núcleo que ha usado los proyectos de energía térmica, la energía sucia, para amasar grandes capitales y dañar el ambiente.

También supieron que las nuevas inversiones para producir energía limpia están en esas mismas manos. El punto no es lo positivo del paso de la energía sucia a la energía limpia, sino que tanto una energía como la otra están en las manos sucias del capital sucio.

Tenían orden de disparar

Las comunidades lencas impulsaron una estrategia de lucha que ha resultado muy exitosa. Comenzaron por su cuenta y riesgo. Pero no se quedaron ahí. Primero buscaron a COPINH, su organización, la que les representa en sus luchas y demandas. A través de COPINH buscaron la solidaridad de otras organizaciones e instancias fraternas, como los medios de comunicación comunitarios. Así fue como me buscaron. Me invitaron a celebrar una misa el primero de mayo. Después, el 20 de mayo, nos convocaron a varias organizaciones a una movilización que desde el roble marcharía hasta el campamento que la empresa constructora ha instalado a unos dos kilómetros.

Ese día, la carretera que conduce al roble estaba repleta de militares. En tres ocasiones fuimos detenidos por operativos. Los militares registraron el carro milímetro a milímetro y a quienes viajábamos nos apuntaron con ametralladoras. Llegamos al lugar entre vivas de las comunidades lencas. En la actividad participamos diversas organizaciones de la capital, de San Pedro Sula, de los topulanes, de Atlántida, de El Progreso, de Santa Bárbara. Éramos organizaciones eclesiales, feministas, sindicales, indígenas y observadores internacionales. Todo mundo desarmado. Nuestras armas eran las voces y las consignas. Cuando llegamos al campamento nos encontramos con decenas de militares, policías y guardias privados haciendo una muralla en defensa de las instalaciones.

El camino al campamento sólo es uno y está bordeado por acantilados. No hay escapatoria. Diez minutos después de habernos plantado frente al campamento volvimos nuestra mirada hacia atrás y divisamos varios convoyes repletos de soldados y policías. Quedamos atrapados entre dos fuegos.

Por mi cansancio, me quedé hacia el final de la manifestación. Me tocó estar cerca del jefe del operativo. Escuché cuando recibió una llamada que él respondió así: “Sí, mi mayor, aquí está la gente, pero no está armada, no creo que haya necesidad de seguir con el plan”. Pasaron minutos que me parecieron eternos. Diez minutos después, otra llamada: “Sí, mi mayor, dígame… No, no creo que haya necesidad. Están pacíficos y de un momento a otro se regresan…Sí, entiendo lo que me dice, pero no veo que haya necesidad de ir más allá con el plan porque no hay amenazas”. Era evidente: había orden de disparar. ¿Qué hacer? Me senté en el monte y encomendé a Dios a esas comunidades defensoras de la vida.

Una mujer que no cabe en molde alguno

Los chinos y sus socios hondureños de FICOHSA se resisten a aceptar que la iniciativa de defensa del río Gualcarque tenga su origen en las comunidades y dirigentes comunitarios lencas. Sus investigaciones identificaron a tres dirigentes de COPINH y sobre ellos lanzaron los ataques: Bertha Cáceres, Tomás Gómez y Aureliano Molina. Los tres están en la mira del grupo FICOHSA y de los chinos con la complicidad del ejército, de la policía, de la guardia privada de la empresa y también de la fiscalía y de los jueces.

Más que los dos jóvenes, Bertha Cáceres es el objetivo. Ella simboliza en sí misma la tenaz resistencia de COPINH, la fuerza de las indias y la capacidad de resistencia de las mujeres. Bertha no cabe en ningún molde. Los rompe todos. No cupo en el molde patriarcal. Lo hizo añicos. No cupo en el molde de mujer tradicional. Lo mandó al carajo. No cabe en el molde de una organización popular: va más allá que el propio COPINH y que el molde de las organizaciones feministas. No cabe en el molde de un partido político. Nadie la ha logrado encasillar. Dice las cosas sin tapujos frente a quien sea. Más fuerte se vuelve cuando quien está enfrente es un político tradicional o un dirigente de la oligarquía o un oficial militar o de la policía.

Los empresarios hondureños y los chinos, en complicidad con todas las autoridades hondureñas, están convencidos que quitando de en medio a Bertha el asunto se puede resolver. Un error. En este caso, las comunidades lencas son más que el molde de Bertha, la que no cabe en molde alguno.

Primera audiencia, primeros muertos

El 24 de mayo los militares detuvieron a Bertha Cáceres, y la acusaron de andar armada. La detuvieron al final de la tarde y la llevaron a la cárcel de Santa Bárbara, cabecera del departamento del mismo nombre, en el occidente hondureño. Amaneció en la cárcel el día 25. También apresaron a Tomás Gómez. La captura de Bertha se regó como pólvora y la cárcel amaneció rodeada de gente de todas partes del país. Tuvieron que soltarla, pero con la obligación de ir a una audiencia por delito de portación de armas el 13 de junio.

En la audiencia Bertha se presentó al juzgado acompañada por centenares de personas. Tuvieron que darle sobreseimiento provisional. Unos días después la Fiscalía volvió a la carga, retomando las acusaciones. Mientras, el roble se agitaba con la presencia de las comunidades, que convocaron a otra movilización para el 15 de julio con el mismo objetivo: protestar pacíficamente frente al campamento de la empresa constructora de la hidroeléctrica.

A diferencia de la movilización del 20 de mayo, en esta ocasión los soldados sí dispararon al miembro del Consejo Indígena y animador de fe, Tomás García. Su hijo resultó herido. Y unos minutos después se descubrió el cadáver de otro joven con orificio de las balas que usan los sicarios al servicio de la empresa constructora, de acuerdo a los datos que Envío recogió de los pobladores de la zona.
Rodeados de solidaridad

Después de este ataque, los tres dirigentes del COPINH en la mira de los empresarios fueron citados por la Fiscalía para una nueva audiencia el 14 de agosto, el mismo día que el dirigente Juan Barahona se decidió a darle un respaldo público a la lucha de las comunidades lencas. La audiencia sería en la ciudad de La Esperanza, cabecera del departamento de Intibucá. Los tres fueron acusados de atentar contra bienes y propiedad privados, actos terroristas y violación del orden público.

La audiencia resultó impactante, no tanto por lo que ocurrió dentro del juzgado, sino por la presencia masiva de personas que llegaron de todos los rincones del país, junto a representantes de la solidaridad internacional, entre los que destacó la ex-senadora colombiana Piedad Córdoba, quien viajó desde su país para manifestar su solidaridad con COPINH, con los tres acusados y con las comunidades lencas en resistencia.

Los abogados defensores de la empresa demandaron que a los acusados se les prohibiera salir del país, hacer acto de presencia en las comunidades lencas y hacer declaraciones públicas. Y que se les exigiera presentarse a firmar acta en el juzgado cada quince días. La jueza no tuvo más remedio que dejar sin lugar las demandas por evidenciar un atentado a las libertades individuales, estableciendo únicamente la obligación de la firma cada quince días.

Fueron citados a una segunda audiencia para el 12 de septiembre en el mismo juzgado. Lo que se avecina es acusarlos por el delito de homicidio, con el objetivo de quitar de en medio a Bertha Cáceres y a los dos dirigentes, identificados por los empresarios como los instigadores del levantamiento de las comunidades lencas.

Los lencas son profundamente religiosos

Las comunidades lencas son profundamente religiosas. Ponen su confianza en que Dios protegerá sus vidas de las amenazas de quienes tienen poder y traen a la comunidad propuestas extrañas a sus tradiciones y creencias.

Los principales dirigentes, hombres y mujeres, de este movimiento defensor de los ríos y de Naturaleza, son también animadores de las comunidades eclesiales insertas en la pastoral de la iglesia católica. Bajo la sombra del roble, muy pocas pertenencias tiene esta gente. Apenas un tapesco alzado con varas rústicas, plásticos, algunas cobijas para el frío de la noche, unos cuantos trastes para cocinar y comer.

No faltan la guitarra y ni los libros de cantos para animar las celebraciones religiosas. Nada los alegra tanto como la llegada de sacerdotes o religiosos que vengan a animar y a confirmar su fe en la lucha que emprenden por defender su río. Así lo experimenté cuando los visité por primera vez. Nada les ha dolido tanto como las críticas y los rechazos que han tenido de parte de algún sector de la jerarquía católica.

En el templo de aquella liturgia

Todavía recuerdo la celebración del primero de mayo, realizada bajo un calor de angustia que agradecía más la sombra del roble. Ese día leyeron el pasaje del evangelio que relata cómo a Jesús lo rechazan sus paisanos en su comunidad de Nazaret por haber hablado palabras de sabiduría y haber realizado acciones milagrosas a favor de la gente excluida, a pesar de conocerlo como el hijo del carpintero. Jesús dice entonces aquella frase tan conocida: a un profeta lo desprecian en su patria y entre los suyos, porque nadie es profeta en su tierra.

Toda la celebración fue minuciosamente preparada por los animadores de las comunidades. Improvisaron una mesa con un mantel que en su momento debió ser blanco. Encima del mantel colocaron una vela encendida, un manojo de flores silvestres recién cortadas, un vaso con agua limpia y la Biblia en su edición latinoamericana. A la par de la mesa, un hombre con su guitarra, dos mujeres con el libro oficial de los cantos de la parroquia y el animador de la Palabra, listos a iniciar la liturgia.

Cuánto sobraban en aquella celebración las paredes, las campanas, los altares y el oro de las liturgias oficiales. No sólo sobraban, ni siquiera hacían falta. A nadie se le ocurrió siquiera que existían. Tampoco yo recordé que no estaba en un templo. Porque aquello era el templo. Aquellas comunidades eran la iglesia y el roble y el ardiente sol de la mañana eran templo vivo de Dios. No podía haber más encarnación de Dios que en aquella Naturaleza viva y en aquellas voces y rostros que celebraban a Dios bendiciendo la lucha de resistencia de un pueblo que defiende su libertad en medio de tantas calamidades.

No hay frontera entre la fe y la vida

Aquella mañana vi desaparecer la frontera entre la fe y la vida, entre el mundo religioso y el mundo profano, entre la oración y la acción por la justicia. Aquellas comunidades me enseñaban que la defensa de los bienes naturales es expresión de la fe en Dios y de la pertenencia a la Iglesia. Todos los debates sobre si hay manipulación, si la Iglesia debe o no meterse en asuntos ambientales o de derechos humanos, me parecían irrelevantes aquella mañana.

La reflexión de fe que hicimos se orientó a alentar la fe en el Dios que hace sentir su paso en la historia de los humildes de la tierra. Lo dijo así uno de los animadores: “Dios no está lejos de nosotros, está aquí entre nosotros que somos su pueblo. No tenemos que ir a otro lado a buscarlo, está aquí en este roble. Y la sombra del roble es su sombra que nos protege. Está en nuestros cantos y lucha a través de nuestras fuerzas. Nadie más que Dios nos ha abierto los ojos para defender nuestro río del extraño. Y en esta lucha experimentamos su presencia”.

Muchas veces buscamos salvación y salvadores fuera de nuestra realidad y esperamos que las respuestas a nuestros problemas y necesidades vengan de afuera. Es lógico que los constructores de la represa en el río Gualcarque no crean en estas comunidades y estén convencidos que gente de afuera ha llegado a calentarles la cabeza. Jesús nos enseñó que los dinamismos salvadores están en nosotros, dentro de nosotros mismos. Nos invita a creer en nuestras fuerzas, y nos anuncia que cuanto más confiemos en nuestras capacidades más presencia de Dios experimentaremos en nuestras vidas y comunidades.

Una acción patriótica de dimensión nacional

La decisión de estas comunidades de apostarse por días, semanas y meses en una carretera para defender sus aguas y todos sus bienes naturales, es un ejemplo de dignidad y de soberanía. La gente no se pierde. Sabe que si se quedan sin hacer nada, si solo protestan un día, perderán el río de su historia y sus leyendas. Saben que una vez que las maquinarias inicien los trabajos, será difícil la vuelta atrás y las comunidades serán postergadas.

El 9 de agosto las maquinarias de la compañía china salieron del lugar donde estaban instaladas. Pero a los pocos días ingresaron por el extremo contrario al árbol de roble y prosiguieron su trabajo, más discretamente. Fue una estrategia de la compañía DESA, que representa a FICOHSA y a SINOHYDRO, para priorizar la estrategia de ataque jurídico, en la que se han concentrado. Fue también una forma de evitar ser tan visibles ante la llegada de observadores internacionales...

Enfrentando todas las estrategias del poder, la acción de las comunidades lencas es un ejemplo que ha comenzado a irradiar a otras comunidades, igualmente amenazadas en otras zonas del país. Lo que han hecho estas comunidades en un punto específico del país representa una acción patriótica de dimensión nacional. Es un símbolo de defensa de la vida, tanto local como nacional.

Los tolupanes vinieron a aprender de los lencas

El día que celebramos la misa estaba entre nosotros un pequeño grupo de indios tolupanes o xicaques. Llegaron de las montañas del departamento de Yoro, en el noreste hondureño. Vinieron “a merodear”, a enterarse cómo hacían los indios y las indias lencas para defender sus bienes naturales.

Abrían los ojos y escuchaban con mucha atención los testimonios de mujeres y de hombres. Necesitaban saber, aprender, porque en las comunidades de Yoro también están siendo amenazados por la presencia de compañías canadienses dedicadas a la explotación minera. Varios años atrás llegaron a ofrecerles un centro de salud y una escuela y los tolupanes se alegraron porque pensaron que se trataba de gente de buena voluntad.

Poco tiempo duró la alegría. La minera comenzó a romper montañas y a emplear cianuro. Los cerros de los tolupanes están repletos de antimonio, oro, plata y óxido de hierro.

Desde hace muchos años los indios topulanes vienen padeciendo la invasión de “ladinos”, terratenientes y madereros, que han destruido sus pinares y expulsado a varias comunidades indígenas para quedarse con sus tierras, las mismas que en el siglo 19 lograron que se les titularan gracias al firme apoyo que les dio un sacerdote, Manuel de Jesús Subirana.

Un patrimonio arrebatado

Subirana, un cura español, llegó a Honduras en 1857, a la zona de la Mosquitia, fronteriza con Nicaragua, y el obispo de Comayagua le encomendó la evangelización de las comunidades xicaques o tolupanes.

En mula y a pie, el cura misionero subió y bajó montañas sin caminos. En pocos años visitó todas las comunidades indígenas y decidió unir el evangelio a la lucha por la protección legal de las tierras de los indios. En menos de cinco años había logrado su propósito: entre 1858 y 1864, el año de su muerte, al menos nueve mil topulanes fueron bautizados por el cura, que con el agua del bautismo les devolvió su dignidad de seres humanos y de legítimos propietarios de las tierras que habitaban.

Por haber sido un férreo defensor de sus derechos, especialmente de sus tierras, Manuel de Jesús Subirana es venerado por los tolupanes como el “Santo misionero”. Ese patrimonio es el que hoy les está siendo arrebatado por “ladinos”, madereros, mineros, terratenientes, políticos y vividores.

La lucha es también contra la minería

La lucha de resistencia de las comunidades lencas en defensa del río Gualcarque despertó la fuerza que ya venían impulsando algunos sectores de topulanes de las montañas de Locopama. Y un día de julio decidieron tomarse también la carretera para impedir que los mineros continuaran su acción depredadora.

El 25 de agosto, tres topulanes que estaban plantados en la carretera fueron asesinados tras un feroz ataque de los sectores que ven en la lucha indígena una amenaza a sus intereses. Uno de los muertos era uno de los que abrió sus ojos y sus oídos, atento al testimonio que le compartían los lencas en la celebración litúrgica del primero de mayo.
El ejemplo de las comunidades lencas también ha tenido eco en la lucha de las comunidades campesinas de la zona del valle y montañas del río Leán, en el departamento de Atlántida, en el norte hondureño. Los meses de junio, julio y agosto fueron especialmente ardientes en esas comunidades campesinas, de manera especial en Nueva Esperanza, en el municipio de Florida.

Lenir Pérez, yerno del potentado Miguel Facussé, decidió iniciar la explotación de las minas de óxido de hierro contra vientos y mareas populares y comunitarias. Ha comprado a varios campesinos y los ha armado en contra de su propia gente. Ha amenazado a los dirigentes de base. Sus sicarios capturaron y expulsaron el 25 de julio a dos acompañantes extranjeras, una de Francia y otra de Estados Unidos, representantes de una organización llamada Programa de Acompañantes Internacionales (PROAH), y ha conformado grupos armados con el fin, no sólo de amedrantar a quienes se oponen, sino de aterrorizar a la población y quitar de en medio cualquier obstáculo que se oponga a sus planes mineros.

Donde se juega el futuro


Mucha gente no cree en estas comunidades en lucha no violenta porque son humildes, indígenas y pobres. Estamos acostumbrados a que los líderes y las palabras que nos impactan provengan de personas y grupos profesionales, con un discurso muy bien organizado. ¿Quién cree que de comunidades lencas alejadas de las ciudades pueda salir algo bueno? Pero ha salido mucho bueno. Mucha esperanza ha brotado de estos humildes de la tierra y que la acción de las comunidades lencas ha abierto una oportunidad para despertar. Para entender que en Intibucá se está jugando también nuestro futuro.

“Iglesia de los pobres”: La prueba para el Papa reformador

Hans Küng
www.alainet.org/031013

El Papa Francisco demuestra ser valiente: no sólo por su aparición audaz en las favelas de Río. También por la inclusión de un diálogo abierto con los no creyentes críticos. Así, le responde al líder de los intelectuales italianos Eugenio Scalfari, fundador y editor durante muchos años del diario romano liberal de izquierda "La Repubblica". Entre las preguntas que esta le hace me parece que la cuarta tiene una relevancia especial para una dirección de la iglesia abierta a las reformas.

Para Jesús su reino no era de este mundo. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero precisamente la Iglesia Católica habría sucumbido demasiado a menudo a la tentación del poder terrenal y reprimido, a favor de la mundanidad la dimensión espiritual de la Iglesia. Scalfari pregunta: "¿Representa el Papa Francisco por fin la prioridad de una Iglesia pobre y pastoral sobre una institución eclesial secularizada?"

Atengámonos a los hechos: El Papa Francisco renunció desde el principio a la pompa pontifical y ostentosa y busca el contacto espontáneo con la gente. En sus palabras y gestos se ha presentado no como el señor espiritual de los señores, sino como el "siervo de los siervos de Dios" (San Gregorio Magno). Cara a numerosos escándalos financieros y a la codicia de ciertos hombres de la iglesia ha iniciado reformas del Banco Vaticano y del Estado Pontificio y exigido transparencia. Hizo hincapié, con el establecimiento de una comisión de ocho cardenales, en la necesidad de la reforma de la Curia y de la colegialidad de los obispos.

Pero la prueba de que sí es un papa reformador aún la tiene por delante. Que los pobres en los suburbios de las grandes ciudades estén para los Obispos latinoamericanos en el primer plano, es comprensible y positivo. Sin embargo, no puede un Papa de la Iglesia universal, no ver que en otros países hay otros grupos de personas que sufren de otras formas de "pobreza", y esperan mejorar su situación.

Ya en los evangelios sinópticos es reconocible la ampliación del concepto de pobreza. En el Evangelio de Lucas, la bienaventuranza de los pobres significa obviamente, sin calificación ninguna a las personas realmente pobres, los pobres en el sentido material. En Mateo, sin embargo la bienaventuranza de los "pobres de espíritu", es decir, los que sufren pobreza en su espíritu, que como mendigos ante Dios son conscientes de su pobreza espiritual. Significa así en el mismo sentido de las demás bienaventuranzas no sólo a los pobres y hambrientos, sino a todos los que lloran, a los que la vida a privado de muchas cosas, a los marginados, los excluidos, rechazados, los explotados y los desesperados.

Y así se multiplica mucho el número de personas pobres, que esperan ayuda. Ayuda directamente del Papa, cuando gracias a su ministerio él puede ayudar más que cualquier otros. Ayuda de él como representante de la institución eclesiástica y de la tradición significa algo más que consolar y alentar con palabras, significa actos de misericordia y amor. Espontáneamente le viene a uno a la mente tres grupos inmensos de personas que se encuentran en "situación de pobreza" dentro de la Iglesia Católica.

En primer lugar, los divorciados: Hay en muchos países millones de personas, que son excluidos de los sacramentos de la Iglesia de por vida por haberse vuelto a casar. El aumento de la movilidad, la flexibilidad y liberalidad en las sociedades actuales, y esperanza de vida mucho mayor confrontan a las parejas a mayores exigencias frente a un compromiso de por vida. Ciertamente, el Papa defenderá vigorosamente aun en estas circunstancias la indisolubilidad del matrimonio.

Pero no se comprenderá esta ley como una condena apodíctica de quienes fracasan y no pueden esperar ningún perdón. También se trata aquí de un mandamiento que apunta a una meta y que exige la fidelidad para toda la vida, lo que de hecho también es vivido por innumerables parejas, pero no puede ser garantizada absolutamente. Precisamente la misericordia exigida por Francisco permitiría la admisión de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos si lo desean fervientemente.

En segundo lugar, las mujeres que debido a las actitudes de la Iglesia en materia de la anticoncepción, el aborto y la reproducción asistida son condenadas por la Iglesia y a menudo padecen sufrimientos morales. También de estas hay millones en todo el mundo. La prohibición papal de anticonceptivos "artificiales " no es tenida en cuenta sino por una ínfima minoría de católicas y se practica la reproducción asistida por muchas con la conciencia tranquila. El aborto no debe ser trivializado o incluso servir de medio de control de la natalidad. Pero las mujeres que, la mayor parte de veces experimentando graves conflictos de consciencia, deciden por razones serias practicarlo merecen comprensión y la compasión.

En tercer lugar, los sacerdotes que tuvieron que renunciar a su cargo porque se casaron: Su número llega en los diferentes continentes a decenas de miles de personas. Y muchos jóvenes adecuados no son sacerdotes a causa de la ley del celibato. Un celibato como opción libre para los sacerdotes, sin duda seguirá teniendo su lugar en la Iglesia Católica. Pero un celibato obligatorio para quien ejerce un ministerio eclesial contradice la libertad garantizada en el Nuevo Testamento, la tradición ecuménica de la Iglesia del primer Milenio y los derechos humanos modernos. La abolición del celibato obligatorio sería la medida más eficaz contra el verdadero espíritu de la catastrófica escasez de sacerdotes y el colapso asociado del cuidado pastoral. Si el celibato obligatorio se mantiene, no hay ni que pensar en la ordenación de las mujeres para el sacerdocio, a pesar de que es deseable.


En su extensa entrevista del 20 septiembre publicada en la revista jesuita "La Civiltà Cattolica" Francisco Papa reconoce la importancia de temas como la anticoncepción, la homosexualidad y el aborto. Pero él se opone a que estas preguntas ocupen demasiado el centro de la proclamación. Él llama con razón, a un "nuevo equilibrio" entre las cuestiones morales y los principales impulsos del propio Evangelio. Sin embargo, este equilibrio sólo puede lograrse si por fin se implementan las reformas tanto aplazadas, para que estas cuestiones básicamente secundarias de moral no le roben "la frescura y el atractivo" a la proclamación del Evangelio.

Contra el viento de proa de la curia

Hans Küng
www.atrio.org/281113

La reforma de la Iglesia está en marcha: en su escrito apostólico Evangelii gaudium, el papa Francisco refuerza no solo su crítica al capitalismo y al dominio del dinero, sino que habla de una reforma de la Iglesia “en todos los niveles”.

En concreto, defiende reformas estructurales: la descentralización hasta el nivel de los obispados y parroquias, la reforma de la cátedra de San Pedro, la revalorización de los laicos frente al clericalismo desbordado y una presencia más eficaz de la mujer en la Iglesia, sobre todo en los órganos decisorios. Habla también claramente en favor del ecumenismo y del diálogo interreligioso, en especial con el judaísmo y el islam.

Todo esto ha obtenido una amplia aprobación mucho más allá de la Iglesia católica. Su rechazo indiferenciado del aborto y de la ordenación de las mujeres podría suscitar la crítica y es aquí donde probablemente se pongan de manifiesto los límites dogmáticos de este papa. ¿O es que en esto quizá esté bajo la presión de la Congregación para la Doctrina de la Fe y de su prefecto, el arzobispo Ludwig Müller?

Este expuso su postura archiconservadora en un largo escrito publicado el 23 de octubre pasado en el L’Osservatore Romano, en el que recalcó la exclusión de los sacramentos de los divorciados que se hayan vuelto a casar. Dado el carácter sexual de su relación, supuestamente viven en pecado mortal, a no ser que convivan “como hermano y hermana” (!).

Algunos observadores se preguntan con preocupación: ¿sigue el papa emérito Ratzinger actuando como una especie de papa en la sombra a través del arzobispo Müller y de Georg Gänswein, el secretario personal de Ratzinger y prefecto de la Casa Pontificia, a quien el pontífice anterior también promovió?

Como cardenal, en 1993, Ratzinger llamó al orden a los entonces obispos de Friburgo (Oskar Saier), Ratisbona-Stuttgart (Walter Kasper) y Maguncia (Karl Lehmann) cuando propusieron una solución pragmática a la cuestión de la comunión de divorciados que habían vuelto a contraer matrimonio. Es típico que el actual debate, 20 años después, lo vuelva a desencadenar un arzobispo de Friburgo, Robert Zollitsch, también presidente de la Conferencia Episcopal Alemana. Zollitsch se atrevió a proponer otra vez la necesidad de replantearse la praxis pastoral del trato con los divorciados que se vuelven a casar. ¿Y el papa Francisco?

A muchos la situación les parece contradictoria: aquí reforma eclesiástica, allí el trato a los divorciados; el Papa querría avanzar, el prefecto de la fe frena. El Papa piensa en personas concretas, el prefecto, sobre todo, en la doctrina católica tradicional. El Papa querría ejercer la caridad, el prefecto apela a la justicia y santidad de Dios. El Papa querría que el sínodo sobre cuestiones de familia convocado para octubre de 2014 encontrara soluciones prácticas; el prefecto se apoya en argumentos dogmáticos tradicionales para poder mantener el despiadado statu quo. El Papa quiere que este sínodo acometa nuevos avances reformistas, el prefecto, que anteriormente fue un profesor neoescolástico de Dogmática, cree poder bloquearlos de antemano. ¿Sigue teniendo el Papa bajo control a este vigilante suyo de la fe?

Al respecto hay que decir que el propio Jesús se manifestó de forma inequívoca contra la disolución del matrimonio. “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Marcos, 10, 9). Pero lo hizo sobre todo para favorecer a la mujer, que en aquella sociedad estaba en desventaja jurídica y social frente al hombre, el único que podía repudiar a su mujer en el judaísmo.

De este modo, la Iglesia católica, secundando a Jesús, incluso en una situación social completamente distinta, debería pronunciarse expresamente en favor del matrimonio indisoluble, que garantice a los contrayentes y a sus hijos relaciones estables y duraderas.

Pero el arzobispo Müller ignora evidentemente que Jesús manifestó en este punto un mandamiento tendencial que, al igual que otros mandamientos, no puede excluir el fracaso y la renuncia. ¿De verdad puede alguien imaginarse que Jesús no habría condenado el trato que actualmente se dispensa a los divorciados? Él, que protegió de forma especial a la adúltera frente a los “ancianos”, que se dirigió especialmente a los pecadores y fracasados y que incluso se atrevió a prometerles su perdón. Con razón dice el Papa: “Jesús debe ser liberado de los aburridos patrones en los que le hemos encasillado”.
En vista de la actual situación de desamparo de esos millones de personas en todo el mundo que, pese a ser miembros de la Iglesia católica, no pueden participar de la vida sacramental, de poco sirve citar un documento romano tras otro sin responder de forma convincente a la pregunta decisiva: ¿por qué no hay perdón precisamente para este fracaso? ¿No ha fracasado de forma lastimosa la doctrina en lo tocante a la prevención del embarazo, sin que haya logrado imponerse en la Iglesia? Un fracaso semejante debería evitarse a toda costa en lo que respecta a la separación.

En cualquier caso, la solución no es reclamar nuevos “esfuerzos pastorales” y pretender que se concedan con mayor generosidad las anulaciones matrimoniales, como sugiere el arzobispo. El auténtico escándalo para muchos católicos no es que la gente se divorcie y se vuelva a casar, sino la desvergonzada hipocresía que esconden muchas anulaciones matrimoniales… ¡incluso cuando hay varios hijos!

Solo en el año 2012, en Alemania, el porcentaje de divorcios alcanzó el 46,2% respecto a los matrimonios celebrados ese mismo año. Si partimos de las tasas actuales de divorcio y se suma a ellas el creciente número de parejas católicas que solo se ha casado por lo civil o que vive sin vínculo matrimonial alguno, solo en Alemania prácticamente la mitad de las parejas católicas estarían excluidas de los sacramentos. No hay que olvidar tampoco los muchos niños afectados por la distorsionada relación de sus padres con la Iglesia. Se trata, por tanto, de problemas pastorales de mayor alcance que cuestionan de forma radical la credibilidad de la Iglesia oficial y del Papa.

Fue la estrategia retrógrada de la Congregación para la Doctrina de la Fe la que arrastró a la Iglesia a la crisis actual y la que tuvo como consecuencia el abandono de la Iglesia de millones de personas, en particular el de aquellos divorciados que contrajeron segundas nupcias y a los que se excluyó de los sacramentos. Haría un daño tremendo a la Iglesia católica que 50 años después del Concilio Vaticano II se estableciera en el Vaticano un nuevo cardenal Ottaviani —jefe entonces de la Congregación para la Doctrina de la Fe, o Inquisición— que se sintiera llamado a imponer su visión conservadora de la fe al Papa y al concilio; o a la Iglesia entera.

E infligiría un daño inmenso a la credibilidad del papa Francisco que los reaccionarios del Vaticano le impidieran poner en práctica lo antes posible lo que predica con sus palabras y sus gestos, llenos de caridad y sentido pastoral. La curia no puede dilapidar el enorme capital de confianza que el Papa ha reunido en sus primeros meses. Incontables católicos esperan:

—Que el Papa perciba la cuestionable posición teológica y pastoral del guardián de la fe, Müller;
Que ponga coto a la Congregación para la Doctrina de la Fe y la someta a su línea teológica de orientación pastoral;
Que la elogiable encuesta dirigida a obispos y católicos laicos con respecto al próximo sínodo sobre las familias desemboque en decisiones claras, fundadas en la Biblia y cercanas a la realidad.

El papa Francisco dispone de las necesarias cualidades de capitán para gobernar el barco de la Iglesia sabia y valerosamente entre las tempestades de la época; la confianza de la grey de la Iglesia le servirá de apoyo. Ante el viento de proa curial, muchas veces tendrá que navegar en zigzag. Pero, así lo esperamos, con la brújula del Evangelio (y no del derecho canónico) mantendrá el rumbo franco hacia la renovación, el ecumenismo y la apertura al mundo. Evangelii gaudium es a este respecto una etapa importante, pero ni de lejos la meta.

Hans Küng es profesor emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga.


Nuestra América. Algunos puntos de origen, y de destino

Guillermo Castro H.


Para el guna Arysteides Turpana, desde el mestizo que soy.

En cada uno de sus textos, Arysteides Turpana nos recuerda que siempre es bueno recordar los puntos de origen de los problemas que hoy encaran los pueblos originarios de nuestra América. En ese punto de origen, por ejemplo, está el hecho de que en el momento de la Conquista ibérica no había ni indios ni indígenas en América, sino una multitud de pueblos y culturas que habían llegado a esta región del mundo 30 mil años antes, al menos, y se habían expandido por ella hasta ocuparla por completo, como lo habían hecho en otras fechas otros grupos humanos en Europa, Asia y Oceanía, todos provenientes de una matriz común africana. El indio, en este sentido, es una creación de la conquista, como el negro es una creación de la esclavitud.

La población originaria que sobrevivió a la conquista española y portuguesa se vio escindida en dos grandes grupos. Uno de ellos estuvo conformado por las etnias que se vieron incorporadas al sistema de servidumbre en torno al cual fue organizada la economía en las regiones controladas por las monarquías ibéricas. Esa forma de organización de la vida indígena en encomiendas, que combinaban la propiedad comunitaria del suelo adyacente a las grandes haciendas señoriales con el pago de tributo en trabajo gratuito, fue dominante en los altiplanos andino y mesoamericano, que antes de la conquista habían albergado las poblaciones más numerosas y de desarrollo civilizatorio más avanzado.

El otro grupo se vio marginado a las regiones que escaparon al control directo de las monarquías, como el litoral atlántico mesoamericano, y la mayor parte del Darién –Chocó, la Amazonía, la Orinoquia, la actual Patagonia argentina, y Chile al sur del Bío–Bío. La mayor parte de la población originaria panameña proviene de este segundo grupo.

Entre los siglos XVII y XIX, ambos grupos conocieron una segunda reducción de orden etnocultural, debida al mestizaje y la aculturación de una parte de sus integrantes, en un marco de lenta recuperación demográfica que –según estiman diversos estudios– para mediados del XX había restablecido el número de los miembros de pueblos originarios a sus niveles de fines del siglo XV. Las estructuras sociales –y sus expresiones territoriales– generadas por estos procesos de larga duración demostraron una extraordinaria resistencia al cambio, antes aún de las guerras de independencia. Tal fue el caso, por ejemplo, de las luchas de resistencia a la Reforma Borbónica, que atentaba contra el lugar y los derechos de los indígenas y los criollos pobres en el pacto colonial ibérico.

De esa resistencia provino el comentario a la vez terrible y esclarecedor de José Martí, en 1891: “El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu.” Y de allí también su colofón:

Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. [...] La colonia continuó viviendo en la república; y nuestra América se está salvando de sus grandes yerros – de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo e impolítica de la raza aborigen – por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia.[1]

El programa de esa lucha de la república contra la colonia, sin embargo, nunca llegó a un planteamiento definitivo en relación al llamado “problema indígena”, que a fin de cuentas era el de la participación de los encomendados de ayer en la vida y el desarrollo económico, político, social y cultural en aquellas repúblicas, nacidas de semilla liberal sembrada en un suelo largamente feudalizado.

El propio Martí, el mejor representante del pensamiento liberal democrático más avanzado y radical de fines del siglo XIX, planteaba así el problema de la diversidad étnica en los Estados nacionales formados a partir del ciclo de luchas por la Independencia, entre 1810 y 1825:

Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón norteamericano y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado.[2]

Las propuestas del liberalismo de entonces, como las del contemporáneo, nunca fueron más allá de la transformación de la propiedad comunitaria en propiedad privada, mediante el reparto de parcelas a la población indígena, y la aculturación acelerada de las poblaciones originarias mediante el recurso a la educación necesaria para incorporarla a los escalones más bajos del capitalismo dependiente, que por entonces pasaba a ser la forma dominante de inserción de nuestras economías en el mercado mundial.

Más allá de la buena o mala voluntad de los proponentes, aquel programa hacía parte del interés, más amplio, de crear el mercado de tierras y de trabajo necesario para el desarrollo de aquella economía, entonces emergente. Y con esto se llega al medular de la discusión: ¿pueden subsistir formas no capitalistas de propiedad en el marco de sociedades capitalistas?

La primera respuesta fue positiva. La proporcionaron las empresas mineras y de agro negocios que desde la década de 1870 establecieron en la región economías de enclave, cuya rentabilidad se veía incrementada por la de obra barata proveniente de las regiones de pueblos originarios, cuyo costo además era subsidiado por la propia economía indígena.

La segunda, sin embargo, presenta ya otras complejidades. Primero, porque los espacios marginales de ayer son las (últimas) grandes fronteras de recursos de hoy. Pero, y sobre todo, porque quienes pueblan esos espacios son mucho más numerosos, están mejor educados, tienen mayor conciencia de su condición y sus derechos, y están mucho más y mejor organizados que sus antecesores de ayer.

Los pueblos originarios, en efecto, ya no sólo luchan para no desaparecer. Lo hacen además, y sobre todo, para culminar el conflicto entre la república y la colonia, trascendiendo el marco liberal de origen y planteamiento de esa lucha. Su base territorial ya no está constituida por zonas marginales sin interés para los grandes poderes que controlan los Estados de la región, sino por espacios ganados a lo largo de luchas que les permitieron constituirse en sujetos políticos de pleno derecho, que pueden y deben aspirar a recuperar el control de sus vidas y destinos.

En Panamá, Guna Yala dejó hace mucho –desde 1924, al menos-, de ser la Intendencia de San Blas, como la Comarca Ngöbe dejó de ser la región del Guaymí, en ambos casos por la creciente resistencia de sus habitantes, y no por generosa concesión de filántropos liberales.

Bolivia nos proporciona, ahora, el ejemplo más avanzado y exitoso de lo que puede ser logrado en esta circunstancia nueva. Y ese ejemplo práctico de república multinacional con una economía que crece en términos que reducen la inequidad, vuelve a poner sobre el tapete el problema de origen: ¿pueden coincidir esas formas de vida y organización indígena no ya con el capitalismo, sino con su transformación en una economía y una sociedad distintas?[3]

No se trata de un problema nuevo. Lo enfrentaron en su momento, con mejor o peor fortuna, los grandes procesos de transformación revolucionaria ocurridos en zonas periféricas o semiperiféricas del mercado mundial, como Rusia a principios del siglo XX, y China en la segunda mitad del mismo, en las cuales el papel de las minorías étnicas y las formas de vida económica no capitalistas fueron objeto de debates muy intensos, como de soluciones a menudo muy represivas.

En nuestra América, fue planteado por primera vez de manera integral en 1928 por el peruano José Carlos Mariátegui, en sus 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Allí dijo aquel que pasaría a la historia de nuestra cultura como el Amauta[4]:

Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos, y a veces sólo verbales, condenados a un absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La crítica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los “gamonales”.[5]

En este campo, al propio tiempo, nuestra América nunca fue –ni será nunca– el mero espacio en que se reproduzcan otras circunstancias. Somos realmente un nuevo mundo, surgido de circunstancias inéditas e irrepetibles, y estamos haciendo una contribución de singular trascendencia a la creación de un mundo nuevo.

Fue desde nosotros que surgió la teoría del desarrollo –esto es, de la necesidad de un crecimiento económico capaz de traducirse en bienestar colectivo y vida en democracia-, que tanto contribuyó a dar forma visible a la idea martiana de que no había en nuestra América batalla “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”, nutrida y confrontada a un tiempo por el formidable ciclo revolucionario que se iniciara en México en 1910 para culminar en Cuba en 1961. Fue desde nosotros, también, que recibió el mundo a la pedagogía de la transformación, elaborada a partir de la vida y obra de Paulo Freire, y la Teología de la Liberación, que ha podido ser universal por lo auténticamente nuestra que es.

Y ha sido desde nosotros, también, que ha recibido sus impulsos más vitales la crítica al carácter insostenible del desarrollo que conocemos, y la necesidad de pasar a formas que hagan sostenible el desarrollo de la especie que somos. Esas formas, en efecto, tendrán que ser por necesidad afines al Sumak Kawsay, el buen vivir k’chwa, que sintetiza de manera tan admirable la experiencia colectiva de nuestros pueblos originarios en una perspectiva ética y de conocimiento que contradice todo intento de justificar la destrucción de las fuentes mismas de la vida en aras de la acumulación incesante de capital.


Lo que ya es evidente es que no hay salida viable a los problemas que hoy encara nuestra especie –y que afectan de manera tan directa a los trabajadores manuales e intelectuales, del campo y de la ciudad– dentro del orden que se nutre de esos problemas. Si deseamos un mundo distinto, tendremos que culminar el proceso de creación de una sociedad diferente, que ya ha sido puesto en marcha por los pueblos de nuestra América. Y tendremos que aprender a hacerlo como nos lo pidiera Martí: “con todos y para el bien de todos” los que entienden que es imprescindible llevar a buen término la batalla de la república contra la colonia –y la de la naturaleza contra la falsa erudición– si queremos sobrevivir.

Tribu Tapirapé llora muerte de la hermana Veva, que vivía entre ellos hace 60 años

Cristiane Passos
www.adital.com.br/240913

Genoveva, más conocida como Veva, vivía hace 60 años con los Tarirapé, próxima al municipio de Confresa, en Mato Grosso. La misionera vivía en la aldea Urubú Blanco, la mayor de ellas. Veva había cumplido 90 años en agosto pasado.

Ella y otras dos hermanitas llegaron a Brasil el 24 de junio de 1952, con el objetivo de vivir junto con los Tapirapé, en condiciones semejantes a los nativos, empezando a tener la misma comida y el mismo estilo de vida.

"Ir a los olvidados, a los despreciados, con quienes nadie se interesa", son las palabras de la hermana Magdalena, fundadora de la Fraternidad. Las hermanas Genoveva, Clara y Denise, cuando llegaron a la aldea Tapirapé, encontraron un pueblo con cerca de 50 personas, supervivientes de los ataques de sus vecinos Kayapo.

Hoy, unos 500 Tapirapé, en su mayoría niños y jóvenes viven en las aldeas de Majtyritãwa, cerca de Santa Terezinha, Tapiitãwa, Wiriaotãwa, Akara ´ ytãwa y Xapi ´ ikeatãwa, en la zona indígena Urubú Branco, cerca de la ciudad de Confresa.

El respeto a las creencias, estilo de vida y costumbres de los Tapirapé fue lo que hizo de hermanas católicas [insertas en la comunidad] las principales aliadas del pueblo indígena, durante estos años. Fueron muchas las luchas, pero la decisión de estas mujeres fue mayor. "Queríamos vivir entre ellos el amor de Dios que no quiere otro cosa que ellos vivan y crezcan como Tapirapé", afirmaba la hermana Genoveva, cuando aún vivía con ellos.

Luego de su llegada, dieron especial atención a la salud, pues los indígenas estaban muy expuestos al contagio de enfermedades llevadas por los no-indios. Era la primera vez que la "fraternidad” se establecía en una comunidad indígena en suelo brasileño. Muchas cosas sucedieron durante estos 60 años. Los Tapirapé, que parecían muy cerca de su extinción, consiguieron recomponerse.

Pero para llegar a esta nueva situación, cuanta dedicación, compartir y aprendizaje fue exigido a las hermanas que venían de una cultura completamente diferente. A pesar de algunos brotes de epidemias, con la llegada y posterior trabajo de las hermanitas, la mortalidad fue reducida y casi erradicada, debido a los tratamientos curativos y al control profiláctico de las enfermedades. En todo este proceso, las hermanas siempre respetaron la manera de ser de los Tapirapé.

El pueblo Tapirapé

El casi exterminio de los Tapirapé se da a partir de 1909, cuando el conjunto de su población unos 2000 indios, fueron expuestos a las enfermedades traídas por los no indígenas. Epidemias de gripe, la viruela y la fiebre amarilla acabaron con dos aldeas. Otro agravante para la disminución y dispersión de los Tapirapé, fueron la disputas existentes con los Kayapo, que vivían en la misma región. En 1935 solo quedaban 130 personas, y en 1947, apenas 59 sobrevivían.

Ese año es cuando se da el gran ataque Kayapo. Aprovechando la ausencia de los hombres que habían salido de caza, el pueblo Tampiitãwa fue prácticamente destruido y varias mujeres y niñas secuestradas. Con la llegada de las hermanas, en 1952, la situación comienza a ser controlada. Por eso podemos dividir la historia de los Tapirapé, en dos etapas – antes y después de la llegada de las hermanitas.

Testimonio de entrega

Desde 1952, cuando llegó a la aldea, Genoveva, o simplemente Veva, como era la conocida, nunca más salió de las comunidades Tapirapé. Veva nació el 19 de agosto de 1923, en Valfraicourt, un pequeño poblado de Francia. De aspecto frágil, cabellos blancos, desde hace muchos años despertaba todos los días antes que el sol para cuidar de los pequeños detalles de la pequeña huerta que cultivan detrás de las casas de taipa (Chozas de barro crudo y cañas) de la aldea de Urubú Branco, la más grande del poblado.

El total respeto a la cultura y al proceso histórico de este pueblo [de parte de las hermanitas] contribuyó decisivamente a que los Tapirapé, se salvasen y multiplicasen, convirtiéndose en un pueblo alegre y seguro. De las religiosas, Veva era la única hermana que permaneció en la aldea desde el comienzo de la misión. Actualmente vivía en una humilde casa, como las de los indígenas, con sus compañeras de la Fraternidad, Odila y Elizabette.


Desde arriba, ¿Francisco renovará la Iglesia?

Bernardo Barranco V.
www.jornada.unam.mx/201113

Los cambios institucionales y de estructuras como en la Iglesia católica no son tareas sencillas ni fáciles de aplicar. La teoría de los cambios institucionales sea en gobiernos, partidos y empresas, se sustenta en la capacidad de adaptación de las organizaciones a las diferentes transformaciones que sufra el entorno y las particulares circunstancias internas y externas, así como la herencia e identidad, que inciden en la interacción de las fuerzas que desean cambios y aquellas que se oponen.

La Iglesia católica ha experimentado cambios a lo largo de toda su historia de más de 2 mil años de existencia. La capacidad de adaptación del cristianismo ha sido notable, no sólo a las diferentes culturas, sino que ha pasado diferentes civilizaciones. La globalización contemporánea confronta a la Iglesia no por disputas políticas ni ideológicas. El centro de la confrontación se mueve en el terreno de la cultura y de las identidades.

La Iglesia católica y muchas otras religiones enfrentan quizá uno de sus mayores retos, pues se oponen a una cultura secular, que promueve pluralidad y tolerancia, desdeña los privilegios de antaño, lo que desemboca en una mayor diversidad cultural y la pluralidad religiosa. La actual cultura secular, a través de la laicidad, limita el uso político con que contaron las iglesias en el pasado, que inducían a los gobiernos, a la clase política y los partidos a privilegiar y poner sus intereses en la agenda pública.

En el siglo XX diversas corrientes religiosas radicalizaron su mensaje, confrontándose en diversos campos. El fundamentalismo conservador cristiano promovió el regreso a la literalidad de la Biblia y promovió regresiones, como el creacionismo. El islamismo convoca a una yihad o guerra santa contra los valores occidentales. El catolicismo con Ratzinger –intelectual de cabecera primero de Juan Pablo II y después como papa– desencadena una confrontación contra los valores y prácticas de la sociedad moderna en temas de sexualidad y moral social, como matrimonio, homosexuales, etcétera. La Iglesia colisiona con la cultura moderna con un saldo negativo, pues su discurso moralizador se desgasta. Benedicto XVI fracasa al pretender conmocionar a Europa para retomar la herencia cristiana como apuesta civilizatoria futura.

La crisis mediática global de la estructura religiosa, los escándalos de pedofilia clerical y encubrimiento institucional y las marcadas disputas internas en la curia ro­mana por el poder clerical, conducen a la Iglesia a transitar por una de sus crisis más profundas. En ese contexto se inscribe la renuncia inédita de Benedicto XVI y en ese contexto se comprende un cónclave en que los cardenales de todo el mundo tomaron un largo periodo para analizar la crisis interna y externa en las congregaciones y un breve lapso para determinar la entronización del sucesor pontifical en Mario Bergoglio.

Consideramos que los cambios institucionales de la Iglesia podrán tocar andamiajes estructurales y formas de gobierno hacia tesituras más colegiadas, pero difícilmente el corpus doctrinal, los dogmas y la identidad serán trastocados por ahora. Los cambios no vienen de abajo, de las bases ni de las raíces de las prácticas de los católicos. Es una necesidad fruto de una combinación de factores: una pérdida de capital moral ante la sociedad mundial y un desgaste interno de los actores, especialmente de los núcleos más conservadores.

Los cambios han sido identificados por un sector influyente de la Iglesia que ha colocado a Francisco en la cima pontifical y apostaron mediante un mandato de cambio hacia abajo. Un proceso arriba-abajo. Sin embargo, no toda la Iglesia ni todos los grandes actores simpatizan con cambio de actitudes, discurso y formas diferentes de gobierno.

Por ello es importante observar la respuesta no sólo de los episcopados locales, sino de los diversos tejidos católicos compuestos por congregaciones religiosas, asociaciones y comunidades laicales, intelectuales, universidades y centros sociales católicos. Dicho de otra manera, los cambios son necesarios no sólo para la curia romana sino para las iglesias nacionales, que también requieren cambiar actitudes, formatos y prioridades.

El papa Francisco con toda delicadeza ha planteado que la Iglesia ya no puede seguir obsesionada con temas de condena moral en la sexualidad y las prácticas ético-culturales de la sociedad. El cuestionario para el Sínodo de la Familia, a pesar de inercias, es buen ejemplo de mayor apertura. El Papa, es claro, no se propone cambiar los fundamentos doctrinales tan estropeados, pero si en los énfasis. Reabre la agenda de la justicia social y de los derechos humanos que tanto prestigio le otorgó a la Iglesia en América Latina. Sobre todo, enfatiza en la agenda pastoral que la Iglesia recupere una actitud misionera perdida y de acercamiento sutil con la feligresía, sobre todo popular, que año con año emigra hacia otras ofertas religiosas particularmente neopentecostales.

Si se operara un proceso cambio entre las pinzas, de arriba-abajo y abajo-arriba; es decir, de cambios estructurales en la cúpula vaticana y cambios efectivos en la iglesias locales, se podría pensar en verdaderas transformaciones a mediano plazo en la vida de la Iglesia. Quedaría trunca toda iniciativa que viniera de arriba y que no encontrara resonancia local o un débil eco entre un clero que se conforma con las inercias y el confort.

Los laicos tienen en Francisco una interpelación, dejar su clericalización y sumisión. Deben salir de su capilla y aportar su experiencia secular y sacudir la mediocridad placentera en que está sumido el clero. Los intelectuales católicos, aun aquellos que están en una obligada diáspora, deben ser más osados e incisivos en sus análisis y propuestas.

Las mujeres y religiosas no desfallecer hasta colmar sus legítimos derechos de equidad y reconocimiento en una estructura eclesial compuesta de varones ancianos. Los jóvenes aportar toda su experiencia tecnológica y nuevas maneras de entender la realidad y abrir al clero de su provincianidad parroquial. Los homosexuales también.

Francisco no puede solo. Al reordenar las finanzas de la Iglesia trastocó los intereses de la mafia italiana que no ha tardado en amenazarle. ¿Usted cree que los sectores conservadores católicos que ha detentado el poder en los últimos 50 años le dejarán las manos libres a Francisco?