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JOHN STUART MILL: SUS APORTES A LA FILOSOFÍA MORAL, LA POLÍTICA Y LA ECONOMÍA.

 

Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com       
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-2740-5748            
Google Académico:
https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ

Resumen

Este ensayo examina la figura y los aportes de John Stuart Mill (1806–1873) en la filosofía moral, la teoría política y la economía, destacando su formación intelectual, su versión del utilitarismo, y su contribución normativa y metodológica en cuatro obras clave: On Liberty, The Subjection of Women, Principles of Political Economy y A System of Logic. Se argumenta que Mill reconfigura el utilitarismo hacia un humanismo liberal con sensibilidad cualitativa, una defensa robusta de la libertad de expresión y la diversidad, un feminismo pionero de raíz igualitarista, y una economía política orientada al bienestar y a las instituciones. Se evalúa su impacto en la ética secular moderna, la filosofía moral contemporánea (particularmente el utilitarismo de “reglas” y el liberalismo igualitario) y la economía del bienestar. Se concluye con implicaciones prácticas para comunidades religiosas del siglo XXI, enfatizando libertad de conciencia, deliberación pública, igualdad de género y responsabilidad social, en convergencia con principios de dignidad y bien común.

Palabras claves: John Stuart Mill; utilitarismo cualitativo; liberalismo; libertad de expresión; igualdad de género; economía política; lógica; ética secular; bienestar social.

Abstract

This essay examines John Stuart Mill’s (1806–1873) contributions to moral philosophy, political theory, and economics, focusing on his intellectual formation, the qualitative turn in utilitarianism, and his normative and methodological innovations in four major works: On Liberty, The Subjection of Women, Principles of Political Economy, and A System of Logic. It argues that Mill reorients utilitarianism toward a humanistic liberalism emphasizing qualitative distinctions, a robust defense of free speech and individuality, pioneering egalitarian feminism, and an institutional, welfare-oriented political economy. The essay assesses Mill’s impact on modern secular ethics, contemporary moral philosophy (rule utilitarianism and liberal egalitarianism), and welfare economics, ending with practical implications for twenty-first-century church communities centered on conscience, deliberation, gender equality, and social responsibility.

Keywords: John Stuart Mill; qualitative utilitarianism; liberalism; freedom of speech; gender equality; political economy; logic; secular ethics; social welfare.

Metodología

Se emplea una metodología hermenéutico-crítica de fuentes primarias y secundarias, con análisis textual de obras de Mill y evaluación comparada de su recepción en filosofía moral, teoría política y economía. Se realiza exégesis conceptual (principio de daño, calidad de placeres, libertad, igualdad), reconstrucción argumentativa y contraste con literatura especializada. Las referencias se seleccionan de bases académicas (Google Académico, Scopus, Dialnet, Latindex, SciELO) priorizando ediciones críticas y artículos revisados por pares.

Objetivo general

Examinar de manera sistemática los aportes de John Stuart Mill a la ética, la política y la economía, destacando la coherencia entre su utilitarismo cualitativo, su defensa de la libertad, su igualitarismo de género y su economía del bienestar institucional.

Objetivos específicos

1.    Describir la formación académica, filosófica y científica de Mill y su contexto intelectual.

2.    Clarificar sus tesis centrales en On Liberty, The Subjection of Women, Principles of Political Economy y A System of Logic.

3.    Evaluar el impacto de sus hallazgos en la ética secular moderna, la filosofía moral contemporánea y la economía.

4.    Derivar conclusiones prácticas para comunidades eclesiales del siglo XXI en clave de diálogo y bien común.

Contenido

1. ¿Quién fue John Stuart Mill? Contexto y biografía intelectual

John Stuart Mill, nacido en Londres en 1806, fue educado intensivamente por su padre James Mill y bajo la influencia de Jeremy Bentham. Políglota desde la infancia, estudió clásicos, lógica, economía y ciencias naturales; trabajó en la East India Company, intervino en debates parlamentarios y promovió reformas sociales, incluida la extensión del sufragio y la igualdad de las mujeres.

Su trayectoria combina rigor analítico, compromiso reformista y sensibilidad humanista marcada por su relación intelectual con Harriet Taylor Mill. (Capaldi, 2004).8; Cf. (Mill, 1873/1989).12

2. Su formación académica, filosófica y científica

La formación de Mill fue autodidacta guiada por su padre: lógica aristotélica y baconiana, economía clásica (Smith, Ricardo), psicología asociacionista, y el utilitarismo benthamita.

Una crisis intelectual a los veinte años lo llevó a incorporar dimensiones románticas (Coleridge, Wordsworth) y un liberalismo perfeccionista moderado, atemperando el cálculo utilitarista con la noción de desarrollo del carácter y de los “placeres superiores”. Su método combina inducción, verificación empírica y análisis conceptual. (Mill, 1843/1974).5; Cf. (Skorupski, 2006).6

Analicemos primero, la “escuela doméstica” de James Mill que combinó un canon clásico con un experimentalismo moderno que dejó en John una doble impronta metodológica. Por un lado, la gramática socrática del diálogo y la lógica aristotélica le habituaron al análisis de conceptos y a la distinción de términos, mientras que el baconianismo le inculcó aversión a las “idola” y preferencia por la observación y la inducción.

A ello se sumó la economía política ricardiana, que le ofreció un andamiaje de abstracción teórica con poder explicativo y, al mismo tiempo, conciencia de sus supuestos limitantes.

El asociacionismo psicológico (Hartley, James Mill) le proveyó un mecanismo para explicar hábitos, creencias y motivaciones a partir de la experiencia, habilitando más tarde su naturalismo “suave” en ética y política.

Esta confluencia disciplinar explica que A System of Logic aspire a unificar métodos de las ciencias naturales y morales, fijando reglas para inferir causas en contextos complejos sin renunciar a la normatividad práctica; de ahí su énfasis en los “métodos de la inducción” y en la construcción de tipos causales, que operan como guías provisionales para la investigación empírica y el diseño institucional. (Mill, 1843/1974).5; Cf. (Skorupski, 2006).6

Segundo, la crisis anímica de 1826–1827 actuó como giro correctivo frente al utilitarismo aritmético y a la severidad racionalista de su educación. El encuentro con la poesía de Wordsworth y la crítica cultural coleridgiana lo condujeron a una concepción más rica del bienestar, donde el cultivo del carácter, la imaginación moral y las formas de vida autónomas son bienes intrínsecos, no meros medios para un saldo hedónico.

De esta síntesis nacen, por un lado, la tesis de los “placeres superiores” y, por otro, el perfeccionismo liberal que sostiene la individualidad y la “experimentación de la vida” como condiciones epistémicas del progreso social.

Metodológicamente, Mill complejiza el esquema utilitarista mediante una verificación empírica gradualista: hipótesis normativas se ponen a prueba en instituciones y prácticas, se corrigen por la experiencia y se estabilizan como reglas indirectas que maximizan el bien a largo plazo.

Esta arquitectura explica la coherencia entre su defensa de la libertad de expresión, su igualitarismo de género y su economía institucional: todas descansan en la idea de que solo la práctica abierta, la diversidad y el aprendizaje social permiten aproximarnos racionalmente al bien humano. (Mill, 1843/1974).5; Cf. (Skorupski, 2006).6

3. Sobre sus posturas filosóficas centrales: el utilitarismo cualitativo y el liberalismo

Sobre el Utilitarismo cualitativo: Mill redefine la utilidad incorporando la calidad de los placeres; los bienes intelectuales, morales y estéticos poseen mayor dignidad que los meramente sensoriales, pues cultivan capacidades superiores. Esta tesis reorienta la ética hacia el florecimiento humano, no solo la suma de satisfacciones. (Mill, 1861/1998).1; Cf. (Crisp, 1997).7

Además, Mill introduce un criterio procedimental para discernir la superioridad cualitativa: el juicio comparativo de quienes han experimentado ambos tipos de placeres “bajo condiciones de competencia imparcial”, afirmando que, ceteris paribus, prefieren de modo estable los placeres vinculados al pensamiento, la virtud y la apreciación estética, aun cuando impliquen más descontento o esfuerzo; de ahí su célebre intuición de que es “mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho”.

Este recurso epistémico a los “jueces competentes” no abandona el consecuencialismo, sino que lo refina al anclar la evaluación del bienestar en capacidades y formas de agencia que expanden la autonomía y la autorrealización, aproximándose a una noción de florecimiento que integra cantidad y calidad.

Así, el utilitarismo de Mill opera de modo indirecto: promueve instituciones, hábitos y bienes culturales que, al desarrollar facultades superiores, tienden de forma fiable a mayores niveles de bienestar social en el largo plazo, corrigiendo el sesgo presentista y meramente sensorial del hedonismo simple. (Mill, 1861/1998).1; (Crisp, 1997).7

Sobre el principio del daño: en el ámbito político, la única razón legítima para restringir la libertad de una persona es prevenir daño a terceros; la propia protección moral o paternalista no basta. La libertad de conciencia, expresión y estilos de vida es condición epistémica y moral del progreso. (Mill, 1859/2003).2

Mill afina el principio del daño con tres distinciones clave:

Primero, delimita el “ámbito propio” de la conducta autorreferida —acciones que afectan principalmente al agente— donde la coacción estatal y la coerción social carecen de justificación, aunque queden abiertas la persuasión y la crítica.

Segundo, distingue entre daño y mera ofensa, rechazando que el disgusto, el escándalo o el rechazo moral de terceros constituyan por sí mismos razones suficientes para limitar libertades.

Tercero, introduce consideraciones de capacidad y agencia (menores, personas bajo coerción o ignorancia sustancial), casos en los que admite intervenciones paternalistas por falta de autonomía efectiva.

Este marco crea una presunción robusta a favor de la libertad y desplaza el peso de la prueba al censor, quien debe demostrar un nexo causal no especulativo entre la acción restringida y un daño a terceros, además de la idoneidad y proporcionalidad del medio empleado.

El resultado es un liberalismo epistémico: proteger la discusión abierta y los estilos de vida diversos no solo respeta derechos, sino que mejora la calidad del conocimiento social y reduce errores sistémicos, condición del progreso moral y político. (Mill, 1859/2003).2

Sobre lo Individualidad y la experimentación vital: la diversidad de planes de vida es un “experimento” social que incrementa el conocimiento y el bienestar; la sociedad debe proteger la disidencia y la minoría. (Mill, 1859/2003).2

Para Mill, la individualidad no es un capricho expresivo sino un principio epistémico y moral: cada “experimento de vida” aporta variación informativa que permite identificar prácticas valiosas y corregir errores colectivos, del mismo modo que la experimentación controlada mejora el conocimiento en ciencias.

La diversidad de planes de vida genera “bienes de descubrimiento” (insights sobre lo bueno y lo posible) y “bienes de aprendizaje” (hábitos de juicio, autocontrol y responsabilidad), que solo emergen cuando existen condiciones sociales de no represión: libertad de conciencia, pluralismo de costumbres y un ethos de tolerancia activa.

En este sentido, la disidencia cumple una función pública equivalente a la crítica científica: estresa las ortodoxias, reduce el conformismo y previene el “despotismo de la costumbre”, fuente de estancamiento moral.

La sociedad, por tanto, tiene el deber institucional de proteger minorías y estilos de vida no estándar no porque todo valga lo mismo, sino porque sin ese laboratorio vivo de ensayos y errores se empobrece la agencia individual y se degrada la capacidad colectiva de aproximarse al bien común. (Mill, 1859/2003).2

Sobre la Igualdad de género: Mill sostiene que la subordinación legal y social de las mujeres carece de justificación racional y empírica; aboga por igualdad de derechos civiles, políticos y educativos. (Mill, 1869/2008).3

Mill articula su defensa de la igualdad de género mediante una combinación de argumentos empíricos, normativos y económicos: empíricamente, subraya que la supuesta “naturaleza femenina” es inseparable del régimen de socialización y coerción que históricamente ha moldeado las conductas de las mujeres; por tanto, no puede invocarse como evidencia de inferioridad una disposición que es, en gran medida, producto de la exclusión y la dependencia legal (“no se conoce la naturaleza de las mujeres”, sostiene, mientras no compitan en condiciones libres).

Normativamente, denuncia la subordinación marital y civil como una forma de despotismo incompatible con los principios liberales de consentimiento y autonomía, y sostiene que la justicia exige igual ciudadanía, educación y acceso al trabajo, no por caballerosidad paternalista, sino por derechos iguales a autorrealización y respeto.

En el plano económico-social, advierte que la exclusión de la mitad de la población malgasta talentos y reduce el bienestar colectivo, ofreciendo un argumento utilitarista de productividad y cooperación social en favor de la emancipación.

Su propuesta es simultáneamente abolicionista de privilegios legales masculinos y perfeccionista liberal: liberar y educar a las mujeres amplía las capacidades de todas y fortalece la cultura pública de la razón y la libertad. (Mill, 1869/2008).3

4. Sus obras claves y sus aportes específicos

4.1. On Liberty (1859)

Defensa amplia de la libertad de expresión: incluso las opiniones falsas contribuyen a clarificar la verdad por contraste; silenciar una voz priva a la humanidad de conocimiento potencial. (Mill, 1859/2003).2

Para Mill, la justificación fuerte de la libertad de expresión combina razones epistémicas, morales y prudenciales: epistémicas, porque la verdad es falible y progresiva; solo la confrontación con el error mantiene vivas las creencias verdaderas, evita que degeneren en “dogmas muertos” y permite corregir sesgos colectivos; morales, porque respetar la agencia racional de las personas implica tratarlas como co-intérpretes de la verdad, no como sujetos a quienes se les administra una ortodoxia; y prudenciales, porque la censura concentra poder y produce efectos contraproducentes (martiriza al disidente, oculta errores de las mayorías y atrofia las competencias deliberativas de la ciudadanía). Incluso cuando una opinión es en gran medida falsa, suele contener un “fragmento de verdad” que la ortodoxia omite; por contraste y refutación pública, ese fragmento se integra y fortalece el conocimiento compartido.

Por eso, silenciar una voz es privar a la humanidad —presente y futura— de una posibilidad de corrección y aprendizaje, un costo que ninguna autoridad puede calcular ex ante sin incurrir en presunción epistémica. (Mill, 1859/2003).2

En el “principio del daño” como criterio normativo: delimita el poder del Estado y de la sociedad sobre el individuo, rechazando el despotismo de la mayoría. (Mill, 1859/2003).2

El principio del daño opera como una regla de competencia y proporcionalidad para el poder público y la presión social: solo cuando una conducta implica un riesgo plausible y no trivial de lesionar derechos o intereses protegibles de terceros —mediante un nexo causal identificable, no meras conjeturas morales— puede justificarse la coerción; incluso entonces, debe preferirse el medio menos restrictivo y evaluarse su eficacia comparativa frente a alternativas no coercitivas (información, incentivos, diseño institucional).

Con ello, Mill pretende neutralizar el “despotismo de la mayoría”, es decir, la tendencia de normas y costumbres dominantes a imponer conformidad bajo pretexto de moralidad pública o decoro, afectando ámbitos autorreferidos como el estilo de vida, la religión o la expresión impopular.

La carga argumentativa recae en quien restringe: debe demostrar daño, idoneidad y necesidad; de lo contrario, la presunción favorece la libertad. Esta arquitectura no niega la intervención en casos de fraude, coerción, negligencia grave o externalidades claras, pero sí excluye la persecución de vicios privados y el paternalismo sobre adultos capaces, reservando a la persuasión y al ejemplo el papel de corrección social. (Mill, 1859/2003).2

El Valor epistémico de la diversidad: la individualidad es motor de progreso moral e intelectual. (Mill, 1859/2003).2

Para Mill, la diversidad posee un valor epistémico intrínseco porque multiplica las “vías de prueba” mediante las cuales una sociedad contrasta hipótesis morales y estilos de vida, análogamente a cómo en ciencia la pluralidad de enfoques reduce el error sistemático.

La individualidad crea portafolios de prácticas, virtudes y fines que, al interactuar en una esfera pública libre, generan selección crítica: lo que funciona se difunde, lo que fracasa se corrige o se abandona.

Este dinamismo requiere proteger instituciones que aseguren voz a minorías, circulación de ideas heterodoxas y tolerancia ante la no conformidad, pues la uniformidad —producto de costumbre, moda o coerción— empobrece el aprendizaje social y congela el desarrollo del carácter.

La diversidad, así entendida, no es relativismo sino un método para aproximarse a verdades prácticas más robustas, porque somete creencias y normas a competencia abierta, evitando que devengan dogmas inertes.

En suma, una sociedad que incentiva la originalidad y el disenso racional mejora su capacidad de descubrir bienes, innovar moralmente y corregir injusticias. (Mill, 1859/2003).2.

4.2. The Subjection of Women (1869)

Crítica a la jerarquía de género: la subordinación es una institución histórica, no natural; exige reforma legal y cultural. (Mill, 1869/2008).3.

Argumento utilitarista e igualitario: la sociedad desperdicia talentos al excluir a las mujeres, reduciendo el bienestar general; la igualdad mejora la cooperación y la justicia. (Mill, 1869/2008).3

Mill desmantela la “naturalización” de la subordinación mostrando que las evidencias invocadas para justificarla están contaminadas por un entorno de dependencia legal, educación asimétrica y coerción social que fabrica las conductas tomadas luego como “prueba” de inferioridad; por ello, propone un experimento institucional de libertad e igualdad de oportunidades para conocer la verdadera diversidad de capacidades y preferencias femeninas.

Sobre esa base, articula un argumento utilitarista e igualitario: la exclusión de las mujeres no solo viola el principio de igual consideración, sino que destruye capital humano, empobrece la deliberación pública, deteriora la calidad de las decisiones en el hogar y en la polis, y reduce la productividad al restringir la competencia y la innovación; la reforma —derechos civiles y políticos, educación paritaria, libertad profesional y contractual, abolición de la coverture— incrementa el bienestar agregado y la justicia al ampliar las capacidades efectivas y la cooperación social entre iguales.

En suma, el remedio es simultáneamente jurídico (igualdad ante la ley) y cultural (transformación de normas y expectativas), pues sin ambos no hay emancipación real ni aprovechamiento social de talentos. (Mill, 1869/2008).3

4.3. Principles of Political Economy (1848)

En su Principles of Political Economy (Mill, 1848/2006).4, Mill establece una crucial distinción que enriquece profundamente el análisis económico al integrarlo con la filosofía moral y social.

Por un lado, sitúa las "leyes de la producción", las cuales considera relativamente inflexibles y gobernadas por principios técnicos y científicos, similares a las leyes de la física.

Por otro, y este es su aporte fundamental, identifica las "leyes de la distribución" como el ámbito de lo socialmente maleable. Como el mismo Mill (1848/2006).4 argumenta, una vez creada la riqueza, su repartición no sigue un designio natural inmutable, sino que está determinada por las costumbres, las leyes y las instituciones humanas.

Esta separación, que es central en su obra, libera a la economía del determinismo y la abre a la reforma, sugiriendo que la sociedad puede modificar sus arreglos distributivos —por ejemplo, a través de impuestos, cooperativas de trabajadores o leyes laborales— para alcanzar mayores cotas de justicia y bienestar social, sin violentar las leyes que rigen la producción misma.

Respecto al progreso y sus límites, Mill (1848/2006).4 se desmarca del optimismo ciego en el crecimiento ilimitado característico de algunos de sus predecesores.

Aunque reconoce los beneficios del desarrollo económico para superar la pobreza, expresa una temprana preocupación por sus consecuencias: la presión sobre los recursos naturales, el hacinamiento en las ciudades y la degradación ambiental que conlleva la búsqueda incesante de la riqueza material.

Es en este contexto donde introduce su visionaria idea del "estado estacionario". A diferencia de la visión de este estado como un escenario de estancamiento y penuria, Mill (1848/2006).4 lo concibe como una etapa madura y deseable donde, habiéndose alcanzado un nivel de prosperidad suficiente, la sociedad podría enfocar sus energías no en la acumulación material infinita, sino en el "mejoramiento del arte de vivir".

Este estado, tal como lo describe, permitiría el florecimiento de la educación, las artes, la cultura y la calidad de vida, así como una mayor armonía con la naturaleza, anticipándose así a debates ecológicos y sobre el desarrollo humano que son centrales en nuestra actualidad.

4.4. A System of Logic (1843)

Método de la ciencia moral: desarrolla los “métodos de la inducción” (acuerdo, diferencia, variaciones concomitantes, residuos) para inferencia causal, aplicables a ciencias naturales y sociales.

Noción de explicación en ciencias sociales: defiende que los fenómenos sociales son susceptibles de leyes empíricas, sin reducir la agencia y la complejidad. (Mill, 1843/1974).5

5. Impacto en la ética secular moderna, filosofía moral contemporánea y economía

Ética secular: Mill contribuye a una moral pública basada en razones compartibles, autonomía y evidencia; inspira una ética de derechos y deberes derivados del bienestar humano, articulando libertad y responsabilidad. (Skorupski, 2006).6

Filosofía moral contemporánea: su utilitarismo cualitativo y abierto a reglas influye en desarrollos del utilitarismo de reglas y del consecuencialismo indirecto, además de dialogar críticamente con teorías de la justicia como la de Rawls. (Rawls, 1999).9; Cf. (Crisp, 1997).7

Liberalismo político: On Liberty estructura debates sobre libertad de expresión, objeción de conciencia y límites del paternalismo estatal, con resonancia en jurisprudencia y políticas públicas. (Skorupski, 2006).6

Feminismo liberal: The Subjection of Women provee argumentos normativos y empíricos para la igualdad de género, influyendo en corrientes liberales y cosmopolitas contemporáneas. (Nussbaum, 2011).11

Economía del bienestar: Principles integra eficiencia y justicia distributiva, prefigurando la economía del bienestar y debates sobre impuestos, educación pública y bienes comunes; su distinción producción/distribución influyó en teorías de políticas redistributivas. (Sen, 2009).10; Cf. (Mill, 1848/2006).4

Metodología en ciencias sociales: A System of Logic estableció criterios para investigación causal en sociología y economía, articulando inducción y explicación multicausal. (Mill, 1843/1974).5

6. Síntesis crítica: coherencia y tensiones

La unidad del pensamiento de Mill reside en una ética del bienestar con primacía de la libertad como medio epistémico y moral para el florecimiento humano. Su utilitarismo cualitativo evita el reduccionismo hedonista y su liberalismo evita el aislamiento individualista al justificar instituciones inclusivas.

Persisten tensiones: entre paternalismo “suave” y libertad, entre agregación de bienestar y protección de derechos, y entre optimismo epistémico y límites de la deliberación. No obstante, su enfoque ofrece herramientas para una ética pública plural y respetuosa. (Crisp, 1997).7; Cf. (Skorupski, 2006).6

Conclusiones para la vida de las personas en el siglo XXI

Libertad de conciencia y de expresión: promover espacios de diálogo respetuoso donde la disidencia razonada sea acogida como oportunidad de aprendizaje y purificación de creencias, en línea con el principio del daño y el valor epistémico de la diversidad. (Mill, 1859/2003).2

Igualdad de dignidad y liderazgo de mujeres: revisar prácticas y estructuras que limiten la participación plena de las mujeres en ámbitos formativos, caritativos y de decisión, fortaleciendo la justicia y el bien común. (Mill, 1869/2008).3

Ética del bienestar y servicio social: orientar las acciones pastorales hacia la mejora tangible del bienestar humano (educación, salud, pobreza), articulando eficiencia con equidad en la distribución de recursos. (Mill, 1848/2006).4

Deliberación basada en razones: fomentar procesos de discernimiento comunitario que integren evidencias, experiencia y prudencia, siguiendo una metodología abierta y crítica. (Mill, 1843/1974).5

Prevención del “despotismo de la mayoría”: cultivar estructuras de escucha y protección de minorías internas, evitando sanciones sociales por conformismo y promoviendo caridad intelectual. (Mill, 1859/2003).2

Estas prácticas no subordinan la fe a la utilidad, sino que muestran cómo la razón pública y la caridad pueden converger en comunidades libres, justas y orientadas al bien común.

Referencias bibliográficas:

[1] Mill, J. S. (1998). Utilitarianism (R. Crisp, Ed.). Oxford University Press. (Trabajo original publicado en 1861). pp. 186–213.

[2] Mill, J. S. (2003). On Liberty (D. Bromwich & G. Kateb, Eds.). Yale University Press. (Trabajo original publicado en 1859). pp. 7–72.

[3] Mill, J. S. (2008). The Subjection of Women (S. Hollis, Ed.). Cambridge University Press. (Trabajo original publicado en 1869). pp. 1–92.

[4] Mill, J. S. (2006). Principles of Political Economy (J. Riley, Ed.). Oxford University Press. (Trabajo original publicado en 1848). pp. 1–60, 746–754.

[5] Mill, J. S. (1974). A System of Logic, Ratiocinative and Inductive (J. M. Robson, Ed.). University of Toronto Press. (Trabajo original publicado en 1843). pp. 1–60, 255–292, 831–860.

[6] Skorupski, J. (2006). Why Read Mill Today? Routledge. pp. 1–35, 95–118, 145–190.

[7] Crisp, R. (1997). Mill on Utilitarianism. Routledge. pp. 1–25, 95–140.

[8] Capaldi, N. (2004). John Stuart Mill: A Biography. Cambridge University Press. pp. 1–48.

[9] Rawls, J. (1999). A Theory of Justice (rev. ed.). Harvard University Press. pp. 19–24.

[10] Sen, A. (2009). The Idea of Justice. Harvard University Press. pp. 15–20.

[11] Nussbaum, M. C. (2011). Creating Capabilities. Harvard University Press. pp. 19–38.

[12] Mill, J. S. (1989). Autobiography (J. Stillinger, Ed.). Oxford University Press. (Trabajo original publicado en 1873). pp. 5–40.

CHARLES DARWIN: “DE LA SELECCIÓN NATURAL AL SENTIDO MORAL APORTES A LA ÉTICA EVOLUTIVA Y SU RECEPCIÓN EN LA FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA”

 

Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com     
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-2740-5748           
Google Académico:
https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ

Resumen

Este ensayo examina la figura intelectual de Charles Robert Darwin, su formación científica y filosófica, sus posiciones acerca de la moralidad humana y su concepción evolutiva del sentido moral, y evalúa las implicaciones de su pensamiento en la ética contemporánea y en el diálogo entre ciencia y religión. Se argumenta que Darwin no fue un moralista sistemático, pero sus hipótesis biológicas sobre los orígenes del sentido moral ofrecieron un sustento empírico robusto para lo que luego se denominaría “ética evolutiva”. Además, se considera cómo sus ideas han sido interpretadas, criticadas o adaptadas por filósofos contemporáneos. Finalmente, se extraen conclusiones prácticas sobre qué pueden aportar estos desarrollos teóricos a la vida cristiana en el siglo XXI.

Palabras claves: Charles Darwin, ética evolutiva, moralidad, selección natural, filosofía moral, religión y ciencia.

Abstract

This essay explores the intellectual contributions of Charles Robert Darwin, particularly his indirect but significant influence on moral philosophy via his evolutionary hypotheses. After presenting his academic formation and philosophical orientation, the essay examines Darwin’s treatment of morality and social instincts and assesses the impact of his ideas on contemporary ethics, especially evolutionary ethics, as well as on the dialogue between religion and science. The discussion highlights both the promise and the limitations of invoking Darwinian biology in moral theory. In conclusion, practical reflections for Christian life in the twenty-first century are offered.

Keywords: Darwin, evolutionary ethics, moral sense, natural selection, philosophy of religion, moral philosophy.

Metodología

En este ensayo se adopta una metodología de tipo hermenéutico-crítico-comparativa.  Se realizó una revisión bibliográfica especializada: seleccionando artículos académicos y libros de base científica y filosófica (procedentes de bases como Google Académico, Scopus, Latindex, Scielo) sobre Darwin, moralidad evolutiva y filosofía moral.

Por otro lado, se hizo un análisis textual de las obras de Darwin —en particular On the Origin of Species y The Descent of Man— para extraer sus hipótesis relevantes sobre moralidad y religión. Y se aplicó la interpretación filosófica crítica, contrastando los planteamientos darwinianos con corrientes éticas clásicas (por ejemplo, deontología, ética de la virtud) y modernas (por ejemplo, teoría del contrato, utilitarismo evolutivo).  Se examinó cómo los filósofos contemporáneos han recibido, adaptado o refutado las ideas de Darwin en el terreno moral.  Finalmente,

a partir de los resultados, se extrajeron esas implicaciones para la vida ética en el contexto religioso del siglo XXI.

Objetivo general

Mostrar de modo fundamentado cómo las ideas biológicas de Charles Darwin han contribuido al desarrollo de la ética evolutiva y al diálogo entre filosofía moral y religión, así como extraer implicaciones prácticas para la vida cristiana contemporánea.

Objetivos específicos

1.    Describir quién fue Charles Robert Darwin y cuál fue su formación científica y filosófica.

2.    Exponer las hipótesis darwinianas relativas al origen del sentido moral y las “instintos sociales”.

3.    Analizar cómo sus planteamientos han sido interpretados, adaptados o criticados por filósofos de la moral contemporánea.

4.    Evaluar las posibilidades y los límites de una ética basada en la evolución natural (ética evolutiva).

5.    Derivar reflexiones prácticas para la vida moral de los creyentes en la iglesia del siglo XXI.

Contenido

1. ¿Quién fue Charles Robert Darwin?

Charles Robert Darwin (1809-1882) fue un naturalista británico célebre por haber propuesto la teoría de la evolución por selección natural. Su formulación, plasmada en On the Origin of Species (1859), transformó la biología y tuvo un impacto profundo en el pensamiento occidental. (Darwin, C. 1859).1

La relevancia intelectual de Darwin trasciende la biología: su proyecto epistemológico implicó grandes retos para la filosofía, la moral y la teología, pues sugirió que los seres humanos son producto de un proceso naturalista sin intervención directa sobrenatural.

2. Su Formación académica y científica

2.1 Formación académica y científica

Darwin inició estudios de medicina en la Universidad de Edimburgo, pero abandonó esa carrera, interesado más bien en historia natural. Posteriormente estudió teología en Cambridge (Christ’s College), con la intención de convertirse en clérigo anglicano; sin embargo, su inclinación por la ciencia lo alejó de ese destino. (Desmond & Moore, Darwin’s Sacred Cause)

Durante su viaje en el HMS Beagle entre 1831 y 1836, Darwin recopiló extensas observaciones geológicas, biogeográficas y morfológicas, lo cual cimentó su pensamiento transformista. Luego dedicó muchos años a formular teóricamente la idea de selección natural antes de publicarla.

No estudió formalmente filosofía sistemática, pero se nutrió de lectura liberal y científica: estaba familiarizado con la tradición inglesa del empirismo, así como con textos naturalistas y geológicos (Charles Lyell (1797 – 1875), (Alexander von Humboldt (1769 – 1859), y (William Paley (1743 – 1805), que modelaron su enfoque metodológico. (La influencia de Lyell es clave en la adopción del uniformismo geológico).

2.2 Orientación filosófica implícita

Si bien Darwin no se definía como filósofo de la moral, su enfoque adoptó un naturalismo metodológico: es decir, creía que los fenómenos biológicos y psicológicos debían explicarse mediante causas naturales, sin recurrir a explicaciones teleológicas sobrenaturales explícitas.

En su penúltimo y último trabajo, The Descent of Man, aplicó su teoría evolutiva al origen de la mente humana, la moralidad y la religión potencialmente como productos emergentes de procesos biológicos.

Darwin osciló entre reconocer la dimensión religiosa del hombre y una explicación naturalista de sus facultades; hubo momentos de tensión personal entre fe e investigación científica.

3. Posturas filosóficas destacables: el sentido moral y la evolución

Una de las aportaciones más estimulantes de Darwin al ámbito moral consiste en su hipótesis de que el sentido moral humano puede tener raíces evolutivas profundas, derivadas de “instintos sociales” presentes en animales sociales, especialmente cuando se adquiere la facultad de la reflexión consciente. (Darwin, The Descent of Man).4

Darwin propuso que la moralidad no surge como un rasgo abrupto o exclusivamente humano, sino como el resultado de una larga evolución de los instintos sociales y de la capacidad de autoconciencia reflexiva.

En The Descent of Man, argumentó que ciertas disposiciones —como la simpatía, la cooperación o la tendencia a cuidar de los demás— habrían ofrecido ventajas adaptativas para la supervivencia de grupos sociales cohesionados (Darwin, 1871, p. 120).2

Estas conductas, seleccionadas naturalmente, habrían dado origen a un sentido de deber hacia los otros. De este modo, el origen de la moral no reside en un mandato trascendente ni en una razón pura abstracta, sino en la historia biológica del ser humano como especie social. Esta hipótesis, profundamente naturalista, redefine el fundamento de la ética desde la perspectiva evolutiva.

La dimensión reflexiva del sentido moral, según Darwin, se desarrolla cuando los instintos sociales interactúan con la memoria, la imaginación y la razón, permitiendo al individuo evaluar sus propias acciones y anticipar juicios de aprobación o desaprobación.

En este punto, la moralidad se convierte en una autoconciencia moral, capaz de trascender la mera conducta instintiva. Darwin sostuvo que la conciencia moral surge cuando la persona recuerda sus actos pasados y experimenta remordimiento o satisfacción al compararlos con los ideales del grupo (Darwin, 1871, p. 135).2

Este análisis prefigura una ética del sentimiento moral —próxima a Hume— que, sin embargo, incorpora la selección natural como mecanismo explicativo. Así, la moral humana aparece como una continuidad de los procesos naturales, no como una ruptura ontológica.

Desde la perspectiva filosófica contemporánea, la tesis darwiniana del sentido moral ha tenido un eco profundo en la ética evolutiva moderna, que busca reconciliar biología y filosofía moral.

Pensadores como Michael Ruse y E.O. Wilson han retomado esta línea para sostener que las normas morales son productos adaptativos que favorecen la cooperación social.

Sin embargo, esta idea ha generado debates con autores como Alasdair MacIntyre o Martha Nussbaum, quienes advierten que una ética puramente biológica corre el riesgo de diluir la dimensión normativa y teleológica de la moral humana. Aun así, la propuesta de Darwin abrió un horizonte fecundo: el de comprender la moralidad como un fenómeno emergente donde la naturaleza y la cultura, la biología y la conciencia, no se excluyen, sino que se integran en la historia evolutiva del ser humano.

3.1 Las “instintos sociales” y el sentido moral

Darwin postuló que ciertos animales poseen instintos de cooperación, simpatía y altruismo incipiente, los cuales favorecen la cohesión del grupo y, por tanto, la supervivencia. Con el desarrollo cognitivo humano (memoria, imaginación, razonamiento), esos instintos podrían devenir en conciencia moral, sentido de deber o aprobación/desaprobación interior.

En Descent, sostiene que: “any animal whatever, endowed with well-marked social instincts … would inevitably acquire a moral sense … as soon as its intellectual powers had become … as well, or nearly as well developed, as in man.” (Darwin, C. (1871).2

De este modo, Darwin propone una genealogía natural de la moralidad. Pero reconoce que los instintos por sí solos no bastan: la dimensión reflexiva humana permite juzgar actos pasados y futuros con criterios de virtud y obligación.

Darwin comprendió que la transición de los instintos sociales a la conciencia moral no podía explicarse únicamente en términos biológicos, sino también psicológicos y sociales.

El ser humano, al poseer memoria y autoconciencia, puede revivir experiencias pasadas y anticipar las consecuencias de sus actos, generando emociones complejas como la culpa, el orgullo o el remordimiento.

Este proceso confiere a la moralidad una dimensión temporal y reflexiva: el individuo compara su conducta con las expectativas del grupo y con sus propios ideales internalizados. Así, la moralidad se convierte en un mecanismo de autorregulación que prolonga la función adaptativa de los instintos sociales, pero la trasciende al integrar la deliberación racional y la autocrítica (Darwin, 1871, p. 137).2

En términos filosóficos, esta interpretación naturalista de la conciencia moral representa un puente entre la ética empírica y la fenomenología moral, anticipando debates que más tarde abordarían autores como Hume, Dewey y, en clave contemporánea, Patricia Smith Churchland (nacida en 1943).

Sin embargo, Darwin reconoce que el desarrollo del sentido moral implica también la emergencia cultural de normas y valores compartidos, lo cual amplía el horizonte biológico hacia una moral comunitaria.

En The Descent of Man, sugiere que las costumbres, la educación y la aprobación social moldean y refinan las disposiciones instintivas, produciendo sentimientos de justicia, lealtad o compasión que ya no dependen solo de la supervivencia, sino de ideales de virtud (Darwin, 1871, p. 142).2 En este sentido, la moralidad humana se origina en la naturaleza, pero se consolida en la cultura.

Esta síntesis entre biología y ética ofrece una genealogía del deber moral que no niega la libertad, sino que la inscribe en la continuidad de la evolución. Tal enfoque ha sido clave para las corrientes de ética evolutiva del siglo XX, las cuales buscan comprender cómo la cooperación, la empatía y la justicia pueden ser vistos como productos tanto de la selección natural como del perfeccionamiento racional y cultural de la especie.

3.2 Moralidad como combinación de impulso emocional y deliberación

Para Darwin, la moralidad humana combina elementos emocionales instintivos (como simpatía, empatía, remordimiento) con procesos intelectuales de deliberación. No plantea una moral pura deontológica ni utilitarista, sino una capacidad gradual de autoevaluación moral.

Darwin percibió que las emociones morales —como la simpatía, la vergüenza o el remordimiento— constituyen el punto de partida del juicio ético, pues son expresiones afectivas de una vida social cooperativa. Sin embargo, esas emociones no bastan por sí solas: requieren de la deliberación racional para transformarse en principios de conducta estable.

En The Descent of Man (1871),2 Darwin describe cómo la memoria y la previsión permiten al individuo comparar su comportamiento pasado con ideales colectivos, experimentando satisfacción cuando actúa conforme a ellos y remordimiento cuando los transgrede (p. 139).2

De este modo, el sentido moral resulta de la interacción entre dos niveles complementarios: uno instintivo-afectivo, que impulsa a la acción solidaria, y otro intelectual-reflexivo, que juzga y regula las emociones a la luz de criterios más universales. Esta síntesis constituye, en palabras actuales, una forma temprana de naturalismo moral psicológico, que anticipa los hallazgos de la neuroética y la psicología moral contemporánea.

Además, Darwin introduce una visión dinámica de la moralidad, en la que la razón no domina las emociones, sino que las organiza y amplifica en función del bienestar común. El sentido moral, entonces, no se reduce a un cálculo racional ni a un impulso sentimental ciego, sino que emerge del diálogo continuo entre ambos polos.

En ello, Darwin se distancia tanto del racionalismo moral kantiano, que subordina la moral a la ley del deber puro, como del utilitarismo clásico, que la reduce a la maximización del placer. Su propuesta sugiere que la moralidad humana es una facultad gradual y evolutiva, moldeada por la experiencia, el aprendizaje y la interacción social (Darwin, 1871, p. 142).2

Desde esta perspectiva, la ética no es una estructura fija, sino un proceso adaptativo en el que los sentimientos prosociales, guiados por la reflexión, configuran el progreso moral de la humanidad.

3.3 Progreso moral, universalidad y límites

Darwin consideraba que existe un progreso moral limitado en la historia humana, condicionado por educación, cultura y desarrollo social, aunque no sostenía una teleología rígida del progreso moral.

Por otra parte, Darwin rechazaba la idea de una moral objetiva y universal en el sentido absoluto: él admitía que las obligaciones morales diferirían entre especies, y que la “obligación” podía tener una base subjetiva ligada al instinto. “I cannot see why it [the obligation] sh’d be an objective & universal fact … any more than … with the instinctive obligation …” (carta an Abbot).3

También hubo resistencias personales: Darwin expresó dudas de que el sentido moral pudiera derivarse simplemente de antepasados irracionales por selección natural, tema que lo inquietaba en relación con la dignidad humana.

Darwin comprendió el progreso moral no como una línea ascendente inevitable, sino como un proceso contingente y gradual, condicionado por el desarrollo social, la educación y las instituciones humanas. En su visión evolutiva, la expansión del sentido moral se da cuando los instintos sociales —originalmente restringidos al grupo o tribu— se amplían progresivamente hasta incluir a toda la humanidad. Este progreso depende, sin embargo, de factores culturales e históricos, no de una finalidad teleológica inscrita en la naturaleza (Darwin, 1871, p. 145).2

De hecho, advertía que la evolución no garantiza la moralidad: las mismas fuerzas naturales que favorecen la cooperación pueden también reforzar el egoísmo o la exclusión. Por ello, la moral humana debe entenderse como una emergencia histórica frágil, que requiere cultivo ético y deliberación racional para sostenerse. En términos filosóficos, Darwin introduce una forma de naturalismo moral no determinista, que reconoce la posibilidad de progreso sin imponerle un destino metafísico.

A la vez, Darwin mantuvo una posición escéptica respecto a la universalidad moral absoluta. En sus cartas, como la dirigida a Francis Abbot, confiesa su dificultad para considerar la obligación moral como un hecho objetivo independiente de la naturaleza humana. A su juicio, lo que sentimos como “deber” es una elaboración psicológica de los instintos sociales, modulada por la educación y la razón.

Este reconocimiento de la relatividad biológica y cultural de la moral introduce un problema profundo: si el deber moral tiene raíces evolutivas, ¿qué fundamento sostiene su normatividad? Darwin no resolvió plenamente esta tensión, pero su inquietud anticipa debates contemporáneos entre el realismo moral y el constructivismo evolutivo, así como la reflexión de filósofos como Alasdair MacIntyre, quien advierte que sin una narrativa teleológica compartida, el progreso moral corre el riesgo de disolverse en emotivismo o relativismo.

En este punto, Darwin deja abierta una pregunta crucial que aún resuena: ¿cómo reconciliar el origen natural de la moral con la aspiración humana a la universalidad del bien?

4. Cinco Hallazgos e hipótesis destacables

1.    Darwin estableció que las especies cambian a lo largo del tiempo por variación heredable y presión selectiva —innovación central frente a teorías previas de cambio inherente.

 

2.    Propuso que la psicología humana, la cognición y las emociones morales también son objeto de explicación evolutiva: “Psychology will be based on a new foundation … por gradación” (último capítulo del Origin).4

 

3.    Sostuvo que la cooperación social y la simpatía eran adaptativas para organismos sociales, desde insectos hasta mamíferos, lo que hace plausible una continuidad evolutiva del altruismo (aunque con diferencias de grado).3

 

4.    Propuso que la moralidad humana emerge en la interacción de instintos sociales evolucionados con capacidades cognitivas superiores, dando origen a la conciencia moral.

 

5.    Reconoció límites: su explicación no pretende agotar la normativa moral (lo que “debemos hacer”), sino ofrecer una genealogía científica de nuestras capacidades morales.

5. Impacto en la ética, filosofía moral contemporánea y religión

5.1 Ética evolutiva: posibilidades y desafíos

El pensamiento darwiniano inspiró el surgimiento de la ética evolutiva, una corriente filosófica que intenta fundamentar o iluminar los principios morales a partir de hechos evolutivos.

Entre los temas más estudiados están:

a)    La explicación de altruismo recíproco y cooperación mediante modelos evolutivos (teoría de juegos, selección de parentesco, selección de grupo).

 

b)    La evolución de emociones morales como la culpa, el remordimiento, el sentido de justicia.

 

c)    La crítica a la falacia naturalista: argumentar que “lo que es evolutivamente exitoso” equivale a “lo que es moralmente bueno” no está justificado sin análisis normativo riguroso. (Problema identificable desde Hume).4

 

d)    Las tensiones entre ética evolutiva y teorías éticas tradicionales: por ejemplo, una ética kantiana basada en deber no se reduce fácilmente a explicaciones evolutivas.

 

e)    Diversos filósofos han adoptado una “ética naturalista moderada”: reconocen que los hechos biológicos pueden informar la ética, pero no reemplazar el discurso normativo.

5.2 Influencia sobre la filosofía moral contemporánea

Darwin estimuló una reconceptualización de la moral no como algo exclusivamente racional y abstracto, sino como integrado con la naturaleza humana, con raíces biológicas y sociales. Esto ha favorecido corrientes como la ética experimental, la ética evolutiva, la ética de la virtud con fundamento empírico, y la filosofía pragmática que considera lo humano como un fenómeno natural entre otros. (Darwin, C. (1871).2

Algunos autores han integrado ideas darwinianas en teorías morales progresistas: por ejemplo, Peter Singer en A Darwinian Left propone que la cooperación humana, vista como resultado evolutivo, puede fundamentar políticas sociales justas.

Al mismo tiempo, filósofos críticos han advertido riesgos: que una lectura reduccionista de Darwin pueda legitimar el darwinismo social (aplicar el “más apto” en el ámbito social) o el relativismo moral extremo. Pero muchos interpretan el darwinismo ético bajo una versión más matizada: reconocer limitaciones biológicas sin eliminar la reflexión normativa.

5.3 Diálogo con la religión y la teología

Las ideas de Darwin suscitaron tensiones religiosas, pues parecían desplazar la necesidad de un Dios creador directo. Sin embargo, algunos teólogos han buscado reconciliar evolución y fe, adoptando posiciones como el teísmo evolutivo: Dios actúa a través de procesos naturales.

Darwin mismo, aunque comentó la religión en sus cartas, no llegó a promover una teología sistemática; manifiesta una actitud prudente y ambivalente ante la fe. Sus hallazgos, sin embargo, desafiaron ciertas interpretaciones literales del Génesis y empujaron al cristianismo moderno a relecturas más simbólicas y teístas de la creación.

La clave es que Darwin no pretendió destruir la religión, sino desplazar ciertos presupuestos del pensamiento religioso hacia una comprensión más naturalista del mundo, dejando espacio para una teología que interprete el acto divino de modo compatible con la evolución.

Asimismo, sus ideas incentivaron debates sobre la dignidad humana: si nuestro origen es “natural”, ¿qué fundamento tenemos para considerarnos moralmente diferentes o especiales? Esa tensión sigue viva en filosofía de la religión contemporánea.

6. Evaluación crítica: aportes, límites y desafíos

Aportes principales:

Darwin ofreció una genealogía científica de nuestras capacidades morales, lo cual es un recurso invaluable para quienes desean fundamentar la ética en el ser humano concreto dentro de la naturaleza.

Su enfoque amplió la visión de la moralidad como fenómeno integrado con la biología y la psicología, y no como algo puramente abstracto e independiente.

Proporcionó una base empírica que pudo alimentar posteriores desarrollos en ética evolutiva y métodos interdisciplinares entre filosofía, biología y psicología moral.

Invitó a una mayor humildad epistemológica: nuestras intuiciones morales pueden tener raíces biológicas que condicionan su desarrollo o sesgos.

Límites y desafíos:

1.    Darwin no elaboró una teoría normativa de la moral: sus explicaciones son descriptivas o genealógicas, no prescriptivas.

 

2.    La “falacia naturalista” permanece como desafío: no puede inferirse directamente un “deber” a partir de un “hecho”.

 

3.    Su época desconocía la genética mendeliana; sus ideas requieren revisión y refinamiento mediante los conocimientos actuales de la biología evolutiva moderna (síntesis moderna, epigenética, teoría de niveles de selección).

 

4.    Peligros de lecturas distorsionadas: el darwinismo social malinterpretado, el reduccionismo absoluto, el relativismo moral extremo.

 

5.    Problemas de universalidad: si las obligaciones morales derivan de instintos variables entre especies, la norma humana puede carecer de estabilidad universal.

Conclusiones (para la vida de las personas en la Iglesia del siglo XXI)

Reconozco que nuestras facultades morales tienen raíces naturales no empecé la dignidad humana señalaba Darwin; e invita a valorar la creación como proceso dinámico y a entender la moral no como algo meramente ideal, sino encarnado.

Una visión cristiana puede acoger la evolución como vía legítima de desarrollo del ser humano y, al mismo tiempo, entender la intervención divina como acción que elige respetar las dinámicas naturales.

Las enseñanzas morales de la Iglesia pueden enriquecerse si atienden la antropología evolutiva seriamente: comprender los condicionamientos biológicos y sociales del ser humano nos hace más conscientes de las debilidades y fortalezas morales.

Si parte de nuestra naturaleza moral surgió gradualmente, estamos conscientemente imperfectos; esto favorece la tolerancia, la misericordia y la solidaridad en la comunidad cristiana.

La ética comunitaria y el énfasis en el bien común tienen respaldo en una visión naturalista de la cooperación humana evolutiva; la Iglesia puede fundamentar su enseñanza social sin rechazar en lo absoluto a la ciencia.

Los creyentes del siglo XXI están llamados a conversar con científicos, filósofos y pensadores contemporáneos, articulando fe y razón, revelación y evolución, moral normativa y descubrimiento empírico.

En suma, aunque Darwin no fue un moralista formal, su legado científico ha abierto vías fecundas para que la filosofía moral, la ética evolutiva y la reflexión teológica dialoguen con honestidad sobre el origen, sustancia y desarrollo de la moral humana. Una iglesia culturizada en el siglo XXI puede aprovechar dicho legado para ofrecer testimonio ético fundado y atractivo para una sociedad científica.

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