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Ser mujer y ser maya

Victoria Tubin
www.plazapublica.com.gt/250315

“… nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos…”, escribió Virginia Woolf, en 1929, en “Una habitación propia”, el ensayo en el que plantea la necesidad de que las mujeres tengan un espacio propio para crear, para hacer que se escuche su voz. En esta serie, Plaza Pública reanuda la pregunta: ¿Cómo construyen su habitación propia las mujeres guatemaltecas? Aquí responde la socióloga Victoria Tubin.

Soy mujer y simbolizo a los “otros” en Guatemala, es decir, los que no son blancos, ladinos/mestizos, escolarizados y de clase media, somos la “otredad”. Es aún mayor y marcada la opresión cuando somos mujeres indígenas, porque se suma el patriarcado. Pero, seguimos resistiendo, aportando para transformar y construir un mundo mejor. No es ni ha sido fácil, expresar, vivir, sentir y manifestar la propia identidad…

Mi papá, Sebastián Tubin Poyón, fue víctima de desaparición forzada, el 13 de septiembre de 1981. Han pasado 33 años y no hemos sabido qué fue de él. Sólo nos queda el testimonio de algunos testigos que vieron cómo fue forzado, torturado y que ya inconsciente lo subieron arrastrado al antiguo destacamento militar de San Juan Comalapa, donde hasta ahora tampoco ha aparecido su cuerpo.

Mi niñez se truncó y no tuve oportunidad de estudiar como muchas niñas de mi generación. Ha sido un largo duelo alterado porque no pudimos despedir a mi papá. Al dolor se suma la indignación, la impotencia y el no entender por qué nos tocó vivir así. Desde niña me convertí en adulta, porque todos los días tenía que aportar para que tuviéramos donde dormir y que comer. La desaparición de mi padre fue un cambio brutal, porque antes de esta trágica experiencia, si bien es cierto, mi vida no era perfecta, mi familia estaba integrada.

Teníamos una casa grande, mi papá tenía sus tierras para sembrar; mi mamá, sus gallinas criollas, su arte ancestral de tejedora y escribana desde los hilos, colores y formas donde producía historia y conexión con el Universo. Los pocos recuerdos que tengo de mi casa, es que era linda, había un área solo para las mazorcas de maíz de cuatro colores, teníamos donde jugar con mis hermanos. Me acuerdo que no teníamos preocupaciones, pero todo cambió drásticamente, los secuestros, asesinatos y masacres se volvieron cotidianos en el municipio. Estudiaba en la escuela de niñas Mariano Rossell y Arellano. En ese entonces, muchas veces veía el acarreo de muertos en vehículos, los extendían en el parque central.

En silencio, la gente caminaba y desde lejos intentaba ver quiénes eran los muertos; no se acercaban, mi mamá me había dicho que nunca me acercara porque esto podría ser suficiente para que nos maten porque nos vincularían con ellos. No entendía el mensaje, tampoco imaginé que era para causar miedo, paralización y el mensaje claro de que podía pasarnos lo mismo si alguien se oponía a algo.

Era el mensaje del silencio, del miedo, del terror y que mejor si ya nadie platicaba. Me di cuenta que mi papá sufría de insomnio, no podía dormir, mi mamá también. Luego las amenazas directas hacia mi papá, la represión e incertidumbre obligó al desplazamiento y a perder todo lo que teníamos; no tengo el espacio para hacer un listado de lo que perdimos, salimos de allí casi sin nada, sin futuro. Meses después fue secuestrado.

Nos dejó en el municipio de Villa Nueva. Mi madre, valiente mujer que sin conocer la ciudad capital, sus dinámicas de socialización y de trabajo pesado, marcada por la exclusión y abusos por parte de ladinos-mestizos, supo hacerle frente con cuatro niños a su cargo y sin el respaldo económico necesario para proveernos una vida digna.

Tengo que decir que vivir en la ciudad capital no es fácil comparado con vivir en el lugar de origen, pero también he comprendido que si mi papá nos dejó allí fue para salvar nuestras vidas, de lo contrario no estaría yo para contar lo que nos ocurrió y que ahora sé que esta no  es sólo mi historia, sino de muchas personas de mi generación, con quienes compartimos nuestros sentimientos de dolor, de indignación y de impotencia ante la falta de justicia y verdad, de la negación de la memoria histórica.

Me acuerdo que mi madre pidió ayuda a algunos familiares de mi padre en Villa Nueva. Nos dieron sólo un lugar para dormir — un corredor de una casa que estos familiares alquilaban —, y tampoco fue gratis. A veces no había que comer ni donde cocinar; mi madre lloraba y no sabía si era por tristeza o porque no tenía para darnos de comer. Era muy triste, muy duro; además de las agresiones raciales, había pocas familias mayas en el lugar. La gente nos miraba con desconfianza, con odio, desprecio y murmullos de burla; que por cierto lo siguen haciendo, parece que estuvieran viendo zombis, extraterrestres; o que con el solo hecho de tocarnos contagiáramos un virus incurable.

Son varias reacciones desde el rechazo total de hablarnos, hasta el señalamiento de “india sucia, patas rajadas, indita tenía que ser…”, entre otras, en algunos casos hasta empujones dan. Al extremo que una vez, un vecino, llegó enfurecido a mi humilde vivienda que estaba construida con latas de chatarra y láminas viejas; le gritó a mi madre, la acusó de “bruja”. “Indios... regresen a su cueva, qué hacen aquí, esto no es lugar para ustedes”, ”por qué salieron de sus cuevas”, gritaba entre palabras obscenas e hirientes.  Con su machete afilado golpeaba la casa, buscando a mi madre quizás con la intención de matarla. Destruyó parte de lo que era nuestra casa. La vida es linda y justa que no permitió tal hecho. Tuvimos que poner una denuncia y gracias a un abogado se le puso un alto a la agresión de este vecino.

Extremos de odio, de rechazo que no dependían del grado de escolaridad; mi madre no es profesional, pero sí sabe leer y escribir, en cambio hemos conocido mujeres ladinas/mestizas que no pueden reconocer una vocal, pero se sienten con poder de acusarla de prostituta, ladrona, y salvaje. Siempre decían que “al menos no soy india” y aunque algunas eran madres solteras la acusaban de prostituta por el solo hecho de verla sola con nosotros. Esto siempre me causó mucho dolor y sufrimiento, sobre todo porque las acusaciones no respondían a los hechos, sino a otras causas que pocas veces querían reconocer las personas ladinas/mestizas. No podíamos regresar a mi pueblo porque ya no teníamos nada; mi madre recibió muchas amenazas, ella tenía miedo que nos mataran a todos.

Ahora, con mi preparación académica y mi análisis resultado de investigaciones, comprendo por qué es común escuchar que las mujeres mayas son calificadas de ignorantes más que los hombres mayas, “pasivas, calladas y no saben nada, no conocen su propio cuerpo”. Es reconocer que vivimos en una sociedad racista, al extremo que nos asumen como carentes de cualidades humanas, por lo tanto, representamos lo “salvaje”, lo “incivilizado”, “primitivo”, el “folclor”, la “cosa”. Prejuicios que no sólo son comunes en la calle, en los centros educativos y medios de comunicación, sino en los altos niveles académicos, “centros de pensamiento y culturales”, e instituciones públicas donde se reproduce con frecuencia el racismo, alimentado de estereotipos que denigran la condición humana de las mujeres mayas, garífunas y xinkas.

¿Por qué decimos que el racismo es una forma más de violencia? ¿Por qué se evidencia más hacia las mujeres? La denigración de las mujeres es parte del sistema patriarcal y racial, con prácticas particulares, que opera con impunidad, legitimidad y que ha sido normalizada, porque para la mayoría no indígena es normal, natural y necesaria la opresión racial. Los actos no son sólo las calificaciones, estereotipos y prejuicios raciales; son todas las formas de violencia que se ejercen, los discursos e imaginarios sociales que atentan contra la dignidad de mayas, garífunas y xinkas, les niega el derecho a ser parte de su territorio, cosmovisión y visión política. El Estado a través de sus instituciones promueve el racismo, condiciona las formas de vida, los espacios son racializados, estimula la superioridad y la inferioridad como una condición de las relaciones sociales y hasta se hace creer que las desigualdades son innatas y necesarias.

Retomando mi experiencia de vida, una de las dificultades que tuve fue no poder estudiar mi primaria. Mi niñez fue sólo para trabajar y sobrevivir en penurias. Vendía frutas y elotes asados como medio de sobrevivencia, en una de las principales calles de Villa Nueva. Recuerdo que habían días que no había venta, mi madre no recuperaba el dinero invertido. Daba coraje que no había forma de sobrevivir, habían muchos abusos por parte de compradores, rebajaban y querían los mejores productos, había violencia que lastimaba el autoestima. Sin embargo, siempre tuve esperanzas de un nuevo día, soñé mucho con estudiar y que mi vida sería distinta, que lo más duro y difícil pronto acabaría, nunca vi imposible lograrlo.

Fue hasta los 15 años cuando pude reiniciar mi primaria en una escuela nocturna de Villa Nueva, no era fácil porque salía a las 10 de la noche, me cansaba mucho; las practicas raciales no estaban fuera de esta realidad, muchos de mis compañeros y compañeras de estudio, pese a estar en el mismo nivel, además de la limitación de estudiar en la nocturna, no me hablaban, pasaban de largo, murmuraban. Escuché más de una vez que se burlaban de las mujeres que al iniciar el ciclo escolar llegaban con su indumentaria maya, a los pocos días presionadas por el racismo, renunciaban a su vestimenta. En este escenario, las agresiones eran más duras, el desprecio y rechazo lastimaban en lo más profundo.

Pero esto me consolidó la resistencia de no renunciar a mi vestimenta, analizaba esa situación y me parecía tonto complacer a quienes insistían en que renunciara a mi vestimenta, pero al mismo tiempo crecía el rechazo, las burlas y desprecios. Me fortalecí en pensar que era mejor que no me hablaran las personas que más me desprecian a que me hablaran con hipocresía, al menos estaba clara que si me hablan saben que soy yo, que no necesito una máscara o un disfraz para ocultar mi ser.

Así que me sentí sólida con mi identidad maya, aunque las pocas personas que me hablaban me estimulaban la idea que me vería mejor si me quitaba el huipil y el corte, que así se fijarían los jóvenes en mí. Me acuerdo que un muchacho se fijaba en mí, pero por el racismo nunca se atrevió a decirme nada; yo estaba clara, no quería ni pensaba en casarme porque lo que más buscaba era cambiar mi situación de pobreza, tener un futuro mejor, por eso ni me preocupó su reacción.

Del cansancio de la nocturna, del acoso sexual de algunos maestros, decidí buscar otro lugar para estudiar. Supe del Instituto Guatemalteco de Educación Radiofónica (IGER), que es un sistema de aprendizaje a través de un programa radial, decidí inscribirme para terminar Sexto Primaria y luego mi secundaria. En este último tuve la oportunidad de participar como facilitadora de alfabetización y de Primaria a través del apoyo de un gran hombre, de buen corazón, el sacerdote belga Rafael Bauwens (+) quien creyó en mí, me impulsó con sus sabias experiencias a soñar y confirmaba mi creencia de que los pueblos mayas y mujeres tenemos dignidad y derechos. Me encantaba platicar con él, siempre motivaba mi lucha y fortalecía mi sueño de que las injusticias acabarían.

Mi meta en ese entonces era sólo terminar mis básicos, pero luego imaginé verme como maestra de educación primaria, así que decidí desafiar ese sueño, porque miraba el futuro, imaginé que mi trabajo de facilitadora no sería para toda la vida, tendría que trabajar en otro lugar, creí entonces necesario estudiar magisterio. Fue así como ingresé al Instituto Normal Mixto Rafael Aqueche, al inscribirme me pusieron una observación en mi expediente, que por haber estudiado en un centro educativo no convencional, sería imposible lograr nivelarme con el resto de estudiantes; me condicionaron y advirtieron, me pidieron esforzarme por estudiar más que los demás para nivelarme porque según las autoridades del establecimiento mi capacidad no era igual al resto de estudiantes.

A esto se sumaba la responsabilidad de trabajar medio día y fines de semana como facilitadora. Había adquirido deudas que se sumaban a los gastos cotidianos de la familia, mi tiempo se iba en estudiar y trabajar. Lo satisfactorio de esta etapa de mi vida es que en medio de todas las precariedades, fui abanderada y reconocida como mejor estudiante en los tres años de magisterio, lo cual me estimuló a continuar en la universidad.

Por supuesto, no contaba con recursos económicos para pagar una universidad privada, como tampoco tenía mucha información de cómo funcionaban o que hubiese becas para estudiantes de escasos recursos, así que me inscribí en la Universidad de San Carlos de Guatemala, en la licenciatura de Sociología, algo nuevo y con muchos retos. Me soñaba con la toga, graduada; aunque muchas veces estuve a punto de renunciar a ese sueño. El cansancio me consumía. Llegué a trabajar en dos lugares para poder cubrir los gastos de mi familia y mis estudios, hubo veces que no tenía dinero para comprarme almuerzo y lo guardaba para mis fotocopias.

Pese a todo, no estaba dispuesta a dejarlo a medias, esto siempre me empujo a superar las adversidades. En este ámbito el racismo y el machismo eran evidentes, estudiantes que no me volteaban a ver, mucho menos me hablaban. Catedráticos que calificaban los trabajos entre la misoginia y el racismo. Con la mirada que me veían, ponían las notas, sin revisar los trabajos.

Todo esto genera dolor, cansancio en el cuerpo y en el ser, porque es indignante estar todos los días expuestos a alguna agresión racial, en el bus, en la calle. Un día iba a la universidad, abordé el bus de Villa Nueva para la capital y una señora ya de avanzada edad me grita en medio de toda la gente: “Vos, india, ¿dónde dejaste el comal, por qué llevas esos libros, qué te pasa, por qué dejaste el comal”. No sabía cómo reaccionar porque no imaginé encontrarme con una situación así, le dije que me diera permiso, ella casi me levantaba la mano para pegarme. La gente en el bus sólo murmuraba, no hubo nadie que le dijera algo a la señora que me agredía, sentí que las miradas de los otros legitimaban las palabras de ella, me sentí extraña, violentada de manera colectiva. Mi día se vio afectado y no tenía ganas de seguir, quería llorar, sentía impotencia, fue algo que no olvidé por muchos años.

Sacaba fuerzas y seguía mi camino en la universidad porque pensaba que al graduarme la situación podría cambiar —reconozco que exageré al pensar que estas experiencias de violencia terminaban si me graduaba en la Universidad —. Me gusta leer, empecé a generar análisis del racismo a partir de los aportes de Marta Casaus. Entender que sus manifestaciones son muchas, complejas, y empecé a profundizar más, esto me llevó a comprender que son otras formas de violencia las que dañan nuestra dignidad. El sistema lo ha normalizado y por eso la indiferencia es evidente cuando se reproducen y no hay indignación, incluso algunas personas dicen que nunca se dieron cuenta que se dio tal acción. Observé y experimenté que hacia las mujeres la situación era peor, se duplicaba y que las presiones eran muy grandes.

Además de racismo, también somos víctimas del acoso sexual. Pasé más de una vez esta situación, y al negarme acceder a la presión de hombres, (compañeros de trabajo, y jefes, entre otros) recurrían al desprestigio, al maltrato. Me han señalado de chismosa, abusiva y violenta.  Esto también ocurrió cuando ya alcancé a ser profesional, mi imaginación de que todo iba a ser distinto quedó atrás cuando comprendí que el racismo es complejo, su dinámica de violencia se relaciona con el poder y los privilegios. Hay personas que pueden haber analizado el tema del racismo y del patriarcado, pero no quieren perder sus privilegios de poder. De allí el análisis del ladino/a solidaria que es más fácil decir que ya toleran al indígena, que le hablan y saludan, pero de allí a cambiar las grandes desigualdades hay un gran trecho.

Para una plaza de trabajo se ponen más requisitos para un indígena que para otros, sin tomar en cuenta que hay pocas mujeres que acceden y logran terminar sus estudios universitarios. De esa forma, los espacios para ejercer docencia son cerrados, casi no hay, hasta ahora no hay una rectora o decana indígena en ninguna de las universidades. No es porque no haya capacidad, responde a los espacios cerrados.
Como socióloga con una maestría tuve la oportunidad de trabajar en una universidad privada, con el entusiasmo de aportar, demostrar que los y las mayas tenemos capacidades y que era posible desarrollarme profesionalmente. Debo decir que aprendí mucho, conocí personas nobles que realmente tienen imaginarios sociales de humanidad, de respeto y justicia, pero también me encontré con personas que nos ven con gran desprecio y odio. Pude ver con constancia de sentirse indignados por el hecho de verme en un espacio de trabajo que según ellos, con mi presencia se denigra el suyo.

Con personas con alto nivel de racismo, machismo y misoginia, fue imposible continuar. Particularmente una persona se encargó de desacreditarme con todas las autoridades, me acosó y denigró cuestionando mi preparación y capacidad profesional, situación que nunca hizo con otros profesionales mujeres y hombres; es de reconocer que estas personas tienen mucha capacidad para manejar la violencia psicológica y que hasta cierto punto disfrutan hacerlo. Uso todos los medios que tenía como hombre ladino, y el poder que la institución le ha concedido para violentarme. Fue duro, porque fue evidente el racismo y cómo el sistema patriarcal funciona para legitimar las injusticias. Manejar esta situación no fue nada fácil para mí, porque me di cuenta que todo respondía simple y sencillamente será que yo era maya, mujer y defendía mis derechos.

Me llevó tiempo comprender y darme cuenta de que el racismo tiene muchas dimensiones, muchas connotaciones, siempre aparece. No es por falta de estudio, el uso de la vestimenta, el idioma, la cosmovisión, las formas de entender el mundo y otras particularidades; es por una relación de poder, de un sistema creado para normalizar y legitimar injusticias a partir de una historia y una estructura económica.

Pero, me he fortalecido, he aprendido bastante. No quiero decir que los y las mayas debemos aguantar todos los caprichos de racistas y machistas. Pero no todas logramos reivindicarnos, no todas percibimos la realidad de la misma forma. Esto debe acabar, debe haber una sanción moral, legal, social y humanística. El racismo ha generado suicidios, tiene un costo alto en la niñez, en la juventud, en mujeres y todas las personas que luchan reivindicar su identidad a partir de reconocer su historia y sus orígenes.

¿Cómo me veo?

Con lo que he vivido y las experiencias duras que he experimentado; me considero una persona positiva, con deseos de seguir soñando y que todas las personas merecemos vivir en un mundo sano, de respeto a la dignidad, igualdad, justicia social, con memoria histórica, donde a nadie se le puede permitir violentar los derechos de otros.

Me he reivindicado a través de apoyar a otras mujeres que viven violencia en diferentes contextos, la vida me ha dado la oportunidad de hacer investigaciones sobre violencia hacia mujeres mayas,  en diplomados sobre la historia y la estructura colonial,  de conocer otras mujeres maravillosas que han mostrado su resistencia y la continuidad de la lucha para un mundo mejor para las nuevas generaciones, no seguir naturalizando la violencia racial y patriarcal.

Inculco a mis hijos e hija el respeto que deben tener al todo, no sólo a las personas, sino a la naturaleza, al Universo, como me enseñaron mis abuelas y abuelos; el derecho que tienen a vivir con dignidad, a un mundo mejor sin violencia. Les profundizo las manifestaciones del racismo, machismo a partir de su propia experiencia porque ellos y ella no se han escapado de experiencias que igual les han afectado.

Me ha motivado investigar, profundizar mi historia como mujer maya, cuestionar quiénes fueron mis o nuestras ancestras, porque la historia nos niega a reconocer y a conocer quiénes fueron ellas y ellos, nos anulan esa historia sobre nuestro origen, entre ellas Saq Q’uq’ la madre de Pakal II, quien supo cómo gobernar y acompañar a su hijo en una sociedad que ahora poco conocemos, pero que hay mucha ciencia en su aporte a la comprensión de los Calendarios Mayas; la abuela Kalomte K’ab’el, una mujer que participó en la estrategia política en su ciudad Petén, recientemente fue encontrada su osamenta. En las abuelas Francisca Xcapta y Felipa Soc, quienes desafiaron el poder español en el siglo XIX, fueron asesinadas, pero quedó su historia de ser cuestionadoras del sistema. Las mujeres mayas ancestras muchas en el anonimato, sobresalieron en la pintura, epigrafía, política, artesanías, fueron estrategas y etnomédicas. Motiva a seguir luchando para que este mundo cambie, que se dignifique a las personas cuando están vivas y no cuando ya están muertas. La lógica histórica es que se glorifica a la “gran civilización maya” del pasado, pero a los actuales se les violenta sus derechos elementales, su ciudadanía y su dignidad. 


Un obispo chileno impuesto a la fuerza

Atrio
www.atrio.org/180315

En Chile, decir Karadima suena casi lo mismo que decir Maciel. No fundó una orden pero reunió en torno a sí y a su parroquia ultraconservadora y amiga de Pinochet, a una prole de sacerdotes y seglares que lo veneraban como santo. Todos los suyos y el cardenal cubrieron sus abusos a menores hasta que un tribunal civil lo juzgó y condenó. Pues uno de esos sacerdotes encubridores, Juan Barros, era el obispo castrense. El mismo ejército pidió su traslado y el próximo sábado, si la resistencia popular no lo impide, será entronizado obispo de Osorno (Chile). Este artículo editorial de Reflexión y Liberación cuenta muy bien la historia, sus protagonistas (nuncio, cardenal, papa) y la gravedad de la situación.

Juan Barros Madrid, de general degradado a obispo de Osorno
Consejo Editorial Revista Reflexión y Liberación

La Nunciatura Apostólica, mediante una Declaración oficial, ha renovado su confianza y apoyo a Juan Barros Madrid, obispo electo de la Diócesis de Osorno, invitando a toda la Iglesia en Chile y, en especial, a la comunidad diocesana de Osorno a prepararse, mediante la oración y obras de bien, para el inicio del gobierno pastoral del obispo Barros Madrid. Concluye reavivando el espíritu de fe y de comunión con el Sucesor de Pedro y con el nuevo obispo, junto con exhortar a la conversión.

Lo que don Ivo Scapolo no dice y que es justo conocer, son las razones por las que don Juan Barros llegará a desempeñarse como obispo impuesto de Osorno, a pesar del rechazo público de ciudadanos, fieles, clero, diáconos, religiosas y religiosos.

Es sabido, en vastos círculos eclesiales, que don Juan Barros no era querido en su calidad de obispo castrense, cargo que desempeñaba desde 2004 cuando asumió como General de Brigada del Ejército de Chile. La situación de Barros se tornó insostenible precisamente desde 2010, cuando se hicieron públicos los testimonios de las víctimas de los abusos cometidos contra menores por el sacerdote Fernando Karadima, y que involucraban a Juan Barros como un cercano colaborador.
Uno de los valores más preciados al interior de las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile es el honor y la honra, principios vulnerados por el oscuro pasado del general Barros, que hacían incompatible su alta investidura militar con su permanencia en la institución castrense.

Era necesario desconectar definitivamente el fuerte impacto provocado por el caso Karadima en la sociedad chilena, con el daño de la imagen institucional que provocaba a las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile. Especialmente, porque dicho caso sigue estando presente en la conciencia ciudadana, como el hecho más repudiado y vergonzoso de la historia de la Iglesia chilena.

Con la salida del general Barros se buscaba tomar distancia de la historia institucional de las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile con una página lúgubre de la historia de la Iglesia chilena.
En ese propósito, la colaboración del ministro de Defensa, don Jorge Burgos, fue decisiva y oportuna, urgiendo la salida del general Barros del alto mando. La existencia de varias diócesis en condición de sede vacante, era propicia para resolver un problema pendiente. El traslado don René Rebolledo desde la diócesis de Osorno y su promoción como arzobispo de La Serena, en diciembre de 2014, prepararon la salida de Barros de la Vicaría Castrense para instalarlo en Osorno.

Ese fue el proponendum dirigido a la Congregación para los Obispos y que terminó siendo refrendado por la santa sede. En este punto de acción determinante, jugó un rol clave el cardenal Francisco Javier Errázuriz, operando en sintonía plena con el nuncio Scapolo.

Se ha hecho evidente que el papa no fue debidamente informado de la compleja situación que afecta al obispo Barros. Prueba de ello es que, ante la fuerte e inesperada oposición y rechazo del nombramiento por parte de la Iglesia de Osorno, el administrador apostólico de esa diócesis, don Fernando Chomalí Garib, concurrió a informar al papa de la grave situación provocada. Ello luego de fallar varios intentos episcopales por convencer a Juan Barros para que no asumiera tal nombramiento, atendiendo al artículo 401 § 2 del Código de Derecho Canónico, que dice: “Se ruega encarecidamente al Obispo diocesano que presente la renuncia de su oficio si por enfermedad u otra causa grave quedase disminuida su capacidad para desempeñarlo.
Ante los hechos consumados, el cardenal arzobispo de Santiago, don Ricardo Ezzati Andrello ha declarado: “Sin embargo, aquí nos encontramos frente a una decisión de la Santa Sede, del papa, que ciertamente ha discernido todo esto y ha decidido en consecuencia sobre lo que había que hacer. El santo padre ha tenido en sus manos la tarea de discernir el bien de la comunidad y nosotros adherimos a lo que ha decidido.” (Declaraciones de don Ricardo Ezzati en la PUC, 13 de Marzo de 2015).

El afán de responsabilizar al papa de la bochornosa imposición de Juan Barros como obispo de Osorno es indebido. No es propio de una colaboración leal responsabilizar a un superior de un nombramiento inducido. En los hechos, quienes asesoraron al papa en este nombramiento, buscaron ante todo acoger el requerimiento de las Fuerzas Armadas y Carabineros de Chile, endosando el problema a la diócesis de Osorno. Así, la misma causa que llevó al Cuerpo de Almirantes y Generales a pedir la baja de Barros, es la que con justicia reclaman los ciudadanos y la Iglesia de Osorno.

En consecuencia, la grave situación provocada por un grupo de obispos que propusieron a don Juan Barros Madrid como obispo de Osorno no está resuelta, por lo que su investidura el sábado 21 de marzo de 2015, lejos de cerrar un capítulo triste y doloroso de la Iglesia chilena, abre el camino directo de la petición de renuncia del obispo de Osorno, atendiendo a la “grave disminución de su capacidad para desempeñar” el cargo de pastor de esa querida diócesis, según lo prescrito en el CIC 401 § 2.

La evolución y desenlace de esta situación podría dar luces a la santa sede, respecto del tratamiento de las responsabilidades de algunos obispos en el delito de encubrimiento a los sacerdotes pederastas, según lo informado por un medio de Boston (Crux. Sitio Web de Boston Global).

“Elegíos, pues, Obispos y diáconos dignos del Señor. Varones mansos, indiferentes al dinero, veraces y probados”. Doctrina de los Doce Apóstoles, el más antiguo catecismo de los primitivos cristianos, escrito en griego entre los años 70 y 120 D.C. En su capítulo C. Advertencias Generales XV  N°1.


Panamá y el "síndrome Noriega"

José Meléndez, corresponsal
www.eluniversal.com.mx/310315

Ejecutivos de saco y corbata, lo mismo que pistoleros o forajidos —todos al servicio de los cárteles colombianos del narcotráfico— entraron y salieron libremente de Panamá en la década de 1980 con cargamentos de dinero que, sin mediar preguntas, invirtieron en la economía panameña para esconderles sus huellas manchadas por el crimen organizado o por su oscuro germen de corrupción política.

En una práctica que perforó filtros bancarios, los mafiosos colombianos, pero también los emisarios de las guerrillas de izquierda y de derecha y de partidos y de gobiernos latinoamericanos y caribeños, se aprovecharon de la máquina lavadora de dólares de origen turbio que el general panameño Manuel Antonio Noriega operó en ese país principalmente de 1983 a 1989, en sus años de esplendor como “hombre fuerte” del régimen militar de Panamá.

La máquina de Noriega dejó de funcionar en diciembre de 1989, cuando Estados Unidos invadió suelo panameño y persiguió al general para capturarlo en enero de 1990. Pero la “lavadora” siguió funcionando, con nuevos mecanismos y protagonistas y favorecida por un andamiaje de sociedades anónimas de maletín y de otras estructuras contables y jurídicas.

“El pasado persigue a Panamá”, dijo el abogado constitucionalista panameño Miguel Antonio Bernal, ex catedrático de la Facultad de Derecho de la estatal Universidad de Panamá. En una entrevista con EL UNIVERSAL, Bernal explicó que los gobiernos panameños “no desmantelaron, a lo largo de 25 años, toda la estructura jurídica, financiera y bancaria que servía a esos propósitos. La situación alcanzó un nivel superior en vista de la ceguera que, por lo menos en los últimos cinco años, mantuvieron todas las dependencias que estaban supuestas de evitar estas cosas”.

“Los panameños pagamos las consecuencias de una ausencia en los correctivos que los gobiernos debían desarrollar. De ahí que esa máquina que se suponía que había sido desconectada con la invasión (de EU) al llevarse a Noriega, se reveló como una máquina que tenía la suficiente autonomía para no depender de quien estuviese al frente del poder”, puntualizó.

Un gran bazar. Vulnerable al ingreso de capitales sucios y urgidos de “lavado” o “blanqueo” y de escapar del pago de impuestos, el mercado panameño es un enorme bazar —meca bancaria, imán inmobiliario, capital de casinos, centros de apuestas, casas de cambio, aseguradoras, servicios jurídicos, ofertas contables, subasta de metales y piedras preciosas, empresas de transferencia de dinero— que también integra listas internacionales, grises y negras, de dudosa reputación.

Panamá sufre un “efecto dominó” en su sistema financiero. El financiamiento externo de sectores de la banca instalada en la plaza panameña —o de comercios e industrias— queda bloqueado en Estados Unidos por sospechas de ser parte de operaciones de legitimación de capitales.

Los bancos en EU también obstaculizan algunas transacciones de pago y cobro hacia y desde Panamá y el impacto es inmediato en las gestiones de comercio exterior y en la generación de confianza y credibilidad, elementos claves del negocio financiero.

En una sorpresiva declaración tras reunirse con una comitiva del Fondo Monetario Internacional (FMI), que insistió en el “imperativo” de que las normas de integridad financieras foráneas sean alineadas con las panameñas para contener los riesgos que acarrean para su estructura económica, el ministro de Economía y Finanzas de Panamá, Dulcidio de la Guardia, lanzó el pasado 14 de marzo una bomba política y financiera. Creado en 1970, el Centro Bancario Internacional de Panamá, que alberga a 90 bancos de América, Asia y Europa y cerró 2014 con más de 108 mil millones de dólares en activos y con un crecimiento de 11% frente a 2013, ha sido utilizado para “lavado” de “billones de dólares”, denunció De la Guardia. “Nuestro sistema ha sido vulnerado por los lavadores de dinero y no podemos permitir que eso continúe”, recalcó.

La revelación del ministro agitó los temores panameños de que si el país se resiste a introducir las modificaciones jurídicas pertinentes seguirá siendo parte del menú de paraísos fiscales. Una de esas listas es la del Grupo de Acción Financiera (GAFI), una instancia multilateral gubernamental que se dedica a monitorear múltiples escenarios de los mercados financieros susceptibles al “blanqueo”.

En junio de 2014, y tras un informe del FMI que advirtió sobre las volatilidades o debilidades panameñas, GAFI insertó a Panamá en el listado de países con jurisdicciones de alto riesgo y que eluden cooperar contra el lavado de dinero, el financiamiento al terrorismo y el negocio de las armas de destrucción masiva.

Plan antilavado. El gobierno del presidente panameño, Juan Carlos Varela, presentó el 18 de marzo pasado ante la Asamblea Nacional un proyecto de ley de combate al “blanqueo”, la evasión fiscal y otros delitos financieros, para fortalecer el control y la supervisión sobre los movimientos bancarios, bursátiles y de seguros y extenderlos a otros 30 rubros económicos.

De aprobarse, habrá mayor regulación de las actividades de loterías, zonas francas, libre comercio, bienes raíces, juegos de azar, casas de empeño, de cambio y de remesas, empresas de comercialización de metales y piedras preciosas, firmas de construcción o inmobiliarias, compañías proveedoras de tarjetas de crédito, asociaciones de ahorro y préstamo, transporte de encomiendas internacionales y servicios jurídicos y contables, entre otras.

La nueva legislación “mejorará la imagen de Panamá”, afirmó el abogado panameño Camilo Valdés, representante de la Asociación Bancaria de Panamá en las negociaciones del proyecto. La ley ayudará “a salir de la lista gris del GAFI, algo que es primordial”, subrayó.

La Asociación de Administradores de Juegos de Azar, la Cámara de Comercio, Industrias y Agricultura y la Asociación Panameña de Corredores y Promotores de Bienes Raíces, entre otros gremios privados, respaldaron las modificaciones legales.


“La ley está creada para fortalecer el sistema, no para restarle competitividad al país, ni para entorpecer negocios, ni para perjudicar a ningún sector. Queremos trabajar con transparencia”, dijo la panameña Isabel Fernández, directora de Políticas para la Prevención del Blanqueo de Capitales y el Financiamiento del Terrorismo del Ministerio de Economía y Finanzas. Pero a juicio de Bernal, la ley que se está tramitando “viene a ser como una gota en el océano”.  

La religión exige respeto

Por: José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/190115

Los sangrientos incidentes, que se han provocado en París con motivo de los asesinatos causados por el fanatismo religioso islamista contra los periodistas de Charlie Hebdo, han desencadenado la indignación y el miedo por casi toda Europa. Y la lógica del discurso, como es normal, se orienta mayoritariamente a condenar la violencia irracional de los terroristas.

Sin embargo, si la cosa se piensa a fondo, me temo que se cargue la mano sobre algo que es muy verdadero: la violencia criminal de los intolerantes de la religión. Pero, tan cierto como lo que acabo de decir, es que el empeño legítimo por defender la libertad de opinar en una sociedad democrática, puede ocultar otro aspecto fundamental de la cuestión, a saber: que la religión es un asunto extremadamente serio. Porque la religión toca las fibras más profundas en las convicciones que dan sentido a la vida de millones de seres humanos. Y con esto - si es que tomamos la vida muy en serio - hay que tener mucho cuidado.

No pretendo en modo alguno justificar el terror y la violencia de los terroristas que, en nombre de “lo divino”, se atreven a violentar e incluso asesinar “lo humano”. Sólo pretendo recordar que la religión es un asunto muy serio. Es más, como se ha dicho con toda razón, “la religión puede ser mortalmente seria”. Es la “seriedad absoluta, que deriva del trato con superiores invisibles..., prerrogativa de lo sagrado que caracteriza a la religión” (W. Burkert, P. Hassler, D. D. Hughes).

Más aún, como es bien sabido, la intuición genial de Rodolph Otto nos advirtió sabiamente que la experiencia del hecho religioso es en realidad el encuentro con el “mysterium tremendum”, un misterio “que hace temblar” a no pocas personas y grupos humanos.

Insisto: si es importante respetar la libertad de expresión, y en esta libertad hay que educar a la ciudadanía; pero también es importante que todos nos eduquemos en el respeto a las creencias y convicciones de los demás, con tal que tales creencias no lleven a la violencia en ninguna de sus formas.

Por supuesto que no es equiparable la violencia de un arma de fuego con la violencia de un lápiz. Pero tan cierto como eso es que no debe ser bueno para nadie lo que atinadamente ha dicho un artista francés bien conocido: “Mofarse de todo el mundo es una tradición muy arraigada en Francia desde Voltaire” (Christian Boltanski). Y que nadie me venga con las sutiles precisiones lingüísticas que ha hecho Alberto Manguel. Por supuesto, que “la razón tiene derecho a reírse de la locura”. Como no es lo mismo la “sátira” que el “insulto”.

Estamos de acuerdo con todas las precisiones que los pensadores y lingüistas nos quieran y nos deban hacer sobre lo que han hecho los ingeniosos periodistas del humor de Charlie Hebdo. Pero, ¡por favor!, no olvidemos que las palabras, las ideas y las sutiles distinciones de los sabios, nunca pueden abarcar la totalidad de lo real. Y la realidad - triste y dura realidad - es que, con demasiada frecuencia, el que se dedica al oficio de mofarse de los demás, por muy artista que sea, posiblemente sin darse cuenta de lo que hace, en realidad a lo que se puede dedicar muchas veces es a despreciar a quienes discrepan de sus ideas, por más respetables que sean. Pasar de la sátira al desprecio es más fácil de lo que sospechamos. Pero, es claro, que quien se ve o se siente despreciado, una y otra vez, llegará el día en que se ponga como un loco a violentar y matar al que le ofende.

¿Que hay que vigilar a los terroristas? Por supuesto. Pero que quede claro que no es menos urgente vigilar también a quienes se dedican a la desagradable tarea de la burla y la mofa como oficio.

El terror en París: raíces profundas y lejanas

Por: Atilio A. Boron
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El atentado terrorista perpetrado en las oficinas de Charlie Hebdo debe ser condenado sin atenuantes. Es un acto brutal, criminal, que no tiene justificación alguna. Es la expresión contemporánea de un fanatismo religioso que -desde tiempos inmemoriales y en casi todas las religiones conocidas- ha plagado a la humanidad con muertes y sufrimientos indecibles. La barbarie perpetrada en París concitó el repudio universal. Pero parafraseando a un enorme intelectual judío del siglo XVII, Baruch Spinoza, ante tragedias como esta no basta con llorar, es preciso comprender. ¿Cómo dar cuenta de lo sucedido?

La respuesta no puede ser simple porque son múltiples los factores que se amalgamaron para producir tan infame masacre. Descartemos de antemano la hipótesis de que fue la obra de un comando de fanáticos que, en un inexplicable rapto de locura religiosa, decidió aplicar un escarmiento ejemplar a un semanario que se permitía criticar ciertas manifestaciones del Islam y también de otras confesiones religiosas. Que son fanáticos no cabe ninguna duda. Creyentes ultraortodoxos abundan en muchas partes, sobre todo en Estados Unidos e Israel.

Pero, ¿cómo llegaron los de París al extremo de cometer un acto tan execrable y cobarde como el que estamos comentando? Se impone distinguir los elementos que actuaron como precipitantes o desencadenantes –por ejemplo, las caricaturas publicadas por el Charlie Hebdo, blasfemas para la fe del Islam- de las causas estructurales o de larga duración que se encuentran en la base de una conducta tan aberrante. En otras palabras, es preciso ir más allá del acontecimiento, por doloroso que sea, y bucear en sus determinantes más profundos.

A partir de esta premisa metodológica hay un factor que merece especial consideración. Nuestra hipótesis es que lo sucedido es un lúgubre síntoma de lo que ha sido la política de Estados Unidos y sus aliados en Medio Oriente desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Es el resultado paradojal –pero previsible, para quienes están atentos al movimiento dialéctico de la historia- del apoyo que la Casa Blanca le brindó al radicalismo islámico desde el momento en que, producida la invasión soviética a Afganistán en Diciembre de 1979, la CIA determinó que la mejor manera de repelerla era combinar la guerra de guerrillas librada por los mujaidines con la estigmatización de la Unión Soviética por su ateísmo, convirtiéndola así en una sacrílega excrecencia que debía ser eliminada de la faz de la tierra.

En términos concretos esto se tradujo en un apoyo militar, político y económico a los supuestos “combatientes por la libertad” y en la exaltación del fundamentalismo islamista del talibán que, entre otras cosas, veía la incorporación de las niñas a las escuelas afganas dispuesta por el gobierno prosoviético de Kabul como una intolerable apostasía.

Al Qaeda y Osama bin Laden son hijos de esta política. En esos aciagos años de Reagan, Thatcher y Juan Pablo II, la CIA era dirigida por William Casey, un católico ultramontano, caballero de la Orden de Malta cuyo celo religioso y su visceral anticomunismo le hicieron creer que, aparte de las armas, el fomento de la religiosidad popular en Afganistán sería lo que acabaría con el sacrílego “imperio del mal” que desde Moscú extendía sus tentáculos sobre el Asia Central. Y la política seguida por Washington fue esa: potenciar el fervor islamista, sin medir sus predecibles consecuencias a mediano plazo.

Horrorizado por la monstruosidad del genio que se le escapó de la botella y produjo los confusos atentados del 11 de Septiembre (confusos porque las dudas acerca de la autoría del hecho son muchas más que las certidumbres) Washington proclamó una nueva doctrina de seguridad nacional: la “guerra infinita” o la “guerra contra el terrorismo”, que convirtió a las tres cuartas partes de la humanidad en una tenebrosa conspiración de terroristas (o cómplices de ellos) enloquecidos por su afán de destruir a Estados Unidos y el “modo americano de vida” y estimuló el surgimiento de una corriente mundial de la “islamofobia”.

Tan vaga y laxa ha sido la definición oficial del terrorismo que en la práctica este y el Islam pasaron a ser sinónimos, y el sayo le cabe a quienquiera que sea un crítico del imperialismo norteamericano. Para calmar a la opinión pública, aterrorizada ante los atentados, los asesores de la Casa Blanca recurrieron al viejo método de buscar un chivo expiatorio, alguien a quien culpar, como a Lee Oswald, el inverosímil asesino de John F. Kennedy.

George W. Bush lo encontró en la figura de un antiguo aliado, Saddam Hussein, que había sido encumbrado a la jefatura del estado en Irak para guerrear contra Irán luego del triunfo de la Revolución Islámica en 1979, privando a la Casa Blanca de uno de sus más valiosos peones regionales.

Hussein, como Gadaffi años después, pensó que habiendo prestado sus servicios al imperio tendría las manos libres para actuar a voluntad en su entorno geográfico inmediato. Se equivocó al creer que Washington lo recompensaría tolerando la anexión de Kuwait a Irak, ignorando que tal cosa era inaceptable en función de los proyectos estadounidenses en la región. El castigo fue brutal: la primera Guerra del Golfo (agosto 1990-febrero 1991), un bloqueo de más de diez años que aniquiló a más de un millón de personas (la mayoría niños) y un país destrozado.

Contando con la complicidad de la dirigencia política y la prensa “libre, objetiva e independiente” dentro y fuera de Estados Unidos la Casa Blanca montó una patraña ridícula e increíble por la cual se acusaba a Hussein de poseer armas de destrucción masiva y de haber forjado una alianza con su archienemigo, Osama bin Laden, para atacar a los Estados Unidos. Ni tenía esas armas, cosa que era archisabida; ni podía aliarse con un fanático sunita como el jefe de Al Qaeda, siendo él un ecléctico en cuestiones religiosas y jefe de un estado laico.

Impertérrito ante estas realidades, en marzo del 2003 George W. Bush dio inicio a la campaña militar para escarmentar a Hussein: invade el país, destruye sus fabulosos tesoros culturales y lo poco que quedaba en pie luego de años de bloqueo, depone a sus autoridades, monta un simulacro de juicio donde a Hussein lo sentencian a la pena capital y muere en la horca.

Pero la ocupación norteamericana, que dura ocho años, no logra estabilizar económica y políticamente al país, acosada por la tenaz resistencia de los patriotas iraquíes. Cuando las tropas de Estados Unidos se retiran se comprueba su humillante derrota: el gobierno queda en manos de los chiítas, aliados del enemigo público número uno de Washington en la región, Irán, e irreconciliablemente enfrentados con la otra principal rama del Islam, los sunitas.

A los efectos de disimular el fracaso de la guerra y debilitar a una Bagdad si no enemiga por lo menos inamistosa -y, de paso, controlar el avispero iraquí- la Casa Blanca no tuvo mejor idea que replicar la política seguida en Afganistán en los años ochentas: fomentar el fundamentalismo sunita y atizar la hoguera de los clivajes religiosos y las guerras sectarias dentro del turbulento mundo del Islam. Para ello contó con la activa colaboración de las reaccionarias monarquías del Golfo, y muy especialmente de la troglodita teocracia de Arabia Saudita, enemiga mortal de los chiítas y, por lo tanto, de Irán, Siria y de los gobernantes chiítas de Irak.

Claro está que el objetivo global de la política estadounidense y, por extensión, de sus clientes europeos, no se limita tan sólo a Irak o Siria. Es de más largo aliento pues procura concretar el rediseño del mapa de Medio Oriente mediante la desmembración de los países artificialmente creados por las potencias triunfantes luego de las dos guerras mundiales.

La balcanización de la región dejaría un archipiélago de sectas, milicias, tribus y clanes que, por su desunión y rivalidades mutuas no podrían ofrecer resistencia alguna al principal designio del “humanitario” Occidente: apoderarse de las riquezas petroleras de la región.

El caso de Libia luego de la destrucción del régimen de Gadaffi lo prueba con elocuencia y anticipó la fragmentación territorial en curso en Siria e Irak, para nombrar los casos más importantes. Ese es el verdadero, casi único, objetivo: desmembrar a los países y quedarse con el petróleo de Medio Oriente. ¿Promoción de la democracia, los derechos humanos, la libertad, la tolerancia? Esos son cuentos de niños, o para consumo de los espíritus neocolonizados y de la prensa títere del imperio para disimular lo inconfesable: el saqueo petrolero.

El resto es historia conocida: reclutados, armados y apoyados diplomática y financieramente por Estados Unidos y sus aliados, a poco andar los fundamentalistas sunitas exaltados como “combatientes por la libertad” y utilizados como fuerzas mercenarias para desestabilizar a Siria hicieron lo que en su tiempo Maquiavelo profetizó que harían todos los mercenarios: independizarse de sus mandantes, como antes lo hicieran Al Qaeda y bin Laden, y dar vida a un proyecto propio: el Estado Islámico.

Llevados a Siria para montar desde afuera una infame “guerra civil” urdida desde Washington para producir el anhelado “cambio de régimen” en ese país, los fanáticos terminaron ocupando parte del territorio sirio, se apropiaron de un sector de Irak, pusieron en funcionamiento los campos petroleros de esa zona y en connivencia con las multinacionales del sector y los bancos occidentales se dedican a vender el petróleo robado a precio vil y convertirse en la guerrilla más adinerada del planeta, con ingresos estimados de 2.000 millones de dólares anuales para financiar sus crímenes en cualquier país del mundo.

Para dar muestras de su fervor religioso las milicias jihadistas degüellan, decapitan y asesinan infieles a diestra y siniestra, no importa si musulmanes de otra secta, cristianos, judíos o agnósticos, árabes o no, todo en abierta profanación de los valores del Islam.

Al haber avivado las llamas del sectarismo religioso era cuestión de tiempo que la violencia desatada por esa estúpida y criminal política de Occidente tocara las puertas de Europa o Estados Unidos. Ahora fue en París, pero ya antes Madrid y Londres habían cosechado de manos de los ardientes islamistas lo que sus propios gobernantes habían sembrado inescrupulosamente.

De lo anterior se desprende con claridad cuál es la génesis oculta de la tragedia del Charlie Hebdo. Quienes fogonearon el radicalismo sectario mal podrían ahora sorprenderse y mucho menos proclamar su falta de responsabilidad por lo ocurrido, como si el asesinato de los periodistas parisinos no tuviera relación alguna con sus políticas. Sus pupilos de antaño responden con las armas y los argumentos que les fueron inescrupulosamente cedidos desde los años de Reagan hasta hoy. Más tarde, los horrores perpetrados durante la ocupación norteamericana en Irak los endurecieron e inflamaron su celo religioso.

Otro tanto ocurrió con las diversas formas de “terrorismo de estado” que las democracias capitalistas practicaron, o condonaron, en el mundo árabe: las torturas, vejaciones y humillaciones cometidas en Abu Ghraib, Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA; las matanzas consumadas en Libia y en Egipto; el indiscriminado asesinato que a diario cometen los drones estadounidenses en Pakistán y Afganistán, en donde sólo dos de cada cien víctimas alcanzadas por sus misiles son terroristas; el “ejemplarizador” linchamiento de Gadaffi (cuya noticia provocó la repugnante carcajada de Hillary Clinton); el interminable genocidio al que son periódicamente sometidos los palestinos por Israel, con la anuencia y la protección de Estados Unidos y los gobiernos europeos, crímenes, todos estos, de lesa humanidad que sin embargo no conmueven la supuesta conciencia democrática y humanista de Occidente.

Repetimos: nada, absolutamente nada, justifica el crimen cometido contra el semanario parisino. Pero como recomendaba Spinoza hay que comprender las causas que hicieron que los jihadistas decidieran pagarle a Occidente con su misma sangrienta moneda. Nos provoca náuseas tener que narrar tanta inmoralidad e hipocresía de parte de los portavoces de gobiernos supuestamente democráticos que no son otra cosa que sórdidas plutocracias.

Hubo quienes, en Estados Unidos y Europa, condenaron lo ocurrido con los colegas de Charlie Hebdo por ser, además, un atentado a la libertad de expresión. Efectivamente, una masacre como esa lo es, y en grado sumo. Pero carecen de autoridad moral quienes condenan lo ocurrido en París y nada dicen acerca de la absoluta falta de libertad de expresión en Arabia Saudita, en donde la prensa, la radio, la televisión, la Internet y cualquier medio de comunicación está sometido a una durísima censura.

Hipocresía descarada también de quienes ahora se rasgan las vestiduras pero no hicieron absolutamente nada para detener el genocidio perpetrado por Israel hace pocos meses en Gaza. Claro, Israel es uno de los nuestros, dirán entre sí y, además, dos mil palestinos, varios centenares de ellos niños, no valen lo mismo que la vida de doce franceses. La cara oculta de la hipocresía es el más desenfrenado racismo. 

EEUU y Cuba: un denso diálogo


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Comenzaron este miércoles en el palacio de Convenciones de La Habana las conversaciones para normalizar las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, dando así cumplimiento a lo anunciado conjuntamente por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro el 17 de diciembre pasado. El jueves se incorporó a la reunión Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado para el hemisferio occidental. Con su llegada la agenda temática se ampliará considerablemente haciendo lugar a un nutrido listado de asuntos pendientes, producto de largas décadas de confrontaciones.

El inicio de estos intercambios será apenas el primer paso de un largo y dificultoso trayecto, erizado de acechanzas. Hay quienes en Cuba y fuera de ella sostienen que la reanudación de las relaciones diplomáticas pondrá en peligro la continuidad de la revolución al abrir la Isla a los aplastantes influjos económicos, políticos e ideológicos del imperio.

Pero se equivocan: primero porque aquellos ya se hacen sentir, y bajo sus formas más perversas. ¿O es que el bloqueo no ejerce una influencia crucial, y enormemente perniciosa, sobre la economía cubana?

La condición insular de Cuba, por otra parte, no la pone a salvo de las nefastas influencias de las corrientes políticas e ideológicas prevalecientes en el país del Norte o en Europa, o de las modas de diverso tipo, desde la música hasta la literatura, pasando por los gustos estéticos, los estilos de vida, la indumentaria y el arreglo personal.

Y se equivocan también porque si hay algo que con certeza puede dañar irreparablemente a la Revolución Cubana es la prolongación indefinida del bloqueo, sobre todo teniendo en cuenta la lenta pero inexorable desaparición de los cubanos que nacieron poco antes o en los primeros años de la Revolución y el inevitable recambio generacional que más pronto que tarde tendrá que llevarse a cabo en su núcleo dirigente.

Es menester recordar que la fortaleza de la revolución cubana no radica en su economía, sino en su cultura y su política; y que si resistió sin desmoronarse luego de la desintegración de la Unión Soviética y más de medio siglo de bloqueo no fue por la salud de su economía sino por la formidable solidez de una tradición político-ideológica que hunde sus raíces en la guerra de la independencia contra España, en el luminoso magisterio de Martí y en la extraordinaria obra político-pedagógica de Fidel.

Para resumir: no se trata de minimizar el daño realizado por el bloqueo más prolongado de que se tenga noticia en la historia universal, y sin el cual los logros de la revolución habrían sido aún mayores de lo que fueron. Si ahora Washington está dispuesto a ponerle fin es porque resultó ser un arma de doble filo: al intentar asfixiar a Cuba atizó las contradicciones al interior de Estados Unidos entre crecientes segmentos de la población y grupos empresariales que rechazaban esa política, y enfrentaban a los “halcones-gallina” -como los denominara el inolvidable Juan Gelman- y a la mafia de Miami, especie que afortunadamente ya se bate en humillante retirada.

Enfrentaban también, hasta épocas recientes, al retrógrado establishment militar y a la “comunidad de inteligencia”, por razones que, como veremos más abajo, han perdido vigencia en la coyuntura geopolítica actual.

Además, para colmo de males, el bloqueo no sirvió, como lo reconocieran Obama y el Secretario de Estado John Kerry, y enrareció la relación de Washington con sus cada vez más díscolos vecinos del sur e, inclusive, con países europeos afectados, como recientemente ocurriera con Francia y Alemania, por las absurdas sanciones económicas de una legislación extraterritorial como la Ley Helms-Burton diseñada para perjudicar a Cuba pero que produce significativos “daños colaterales” en la economía de terceros países.

Habrá tal vez sido obra de la “astucia de la razón” invocada por Hegel, pero lo cierto es que si el bloqueo fue concebido como una forma de aislar a Cuba quien terminó aislado fue Estados Unidos, y quien tuvo que aceptar sentarse a la mesa de negociaciones fue Washington, a pesar de haber rechazado esa invitación que le formulara el gobierno cubano durante medio siglo. No es un dato menor que las encuestas de opinión pública en Estados Unidos confirmen que dos de cada tres norteamericanos están a favor del levantamiento del bloqueo y la normalización de la relaciones con la isla rebelde.

La inminente apertura de embajadas en ambos países será el primer paso para poner fin al bloqueo. Sería un ridículo mundial que Estados Unidos estableciera relaciones diplomáticas con un país, lo que supone sujetarse a lo estipulado en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas en un marco de igualdad jurídica y respeto por la soberanía de las partes y, al mismo tiempo, mantuviera una agresiva política destinada a derrocar al gobierno con el que se está negociando la normalización de sus relaciones.

La agenda incluye numerosos ítems muy litigiosos, algunos de los cuales apenas si podemos mencionar aquí: el tema migratorio es uno de ellos, lo cual requeriría derogar la absurda legislación estadounidense en la materia. Creemos no equivocarnos si decimos que Estados Unidos es el único país del mundo que tiene no una sino dos políticas migratorias: una, exclusiva para Cuba –regida por Ley de Ajuste Cubano y la política ‘pies secos, pies mojados’ - y otra para el resto de los países.

Mediante la primera se reprime la migración legal a Estados Unidos, creando tensiones para el gobierno cubano, al paso que perversamente se estimula la migración ilegal, concediéndosele a quienes llegan a sus playas la residencia, permiso de trabajo y todas las franquicias imaginables.

La otra política se aplica a todos los países, que en el caso de los migrantes centroamericanos, mexicanos y caribeños, es de una extrema crueldad: no sólo que no se los recibe como a los cubanos sino que se los persigue como a bestias feroces -aún en el caso de los niños, como nos hemos enterado recientemente- y si llegan a entrar a Estados Unidos en cuanto se los descubre se los deporta sin más contemplaciones.

Si a lo largo de toda su historia 223 personas cayeron en su intento por cruzar el Muro de Berlín (1961-1989), en la frontera que separa México de Estados Unidos se registraron en los últimos quince años 5.600 muertes por la misma causa.

Para empeorar las cosas, el gobierno de George W. Bush puso en vigor, en el año 2006, una serie de regulaciones destinadas a fomentar la deserción de los médicos y trabajadores de la salud cubanos trabajando en el exterior, en su gran mayoría en países muy pobres y en los cuales la atención médica es un privilegio disponible para unos pocos. Pese a su calculada alevosía el plan fue un fracaso pues fue ínfimo el número de quienes cayeron en esa trampa. Casi todos los trabajadores de la salud siguieron firmes en sus puestos, fieles al noble internacionalismo de la Revolución Cubana. Todos estos asuntos que atañen a la política migratoria de Estados Unidos deberán ser sometidos a una drástica revisión en las conversaciones en curso.

Otro tema apremiante es la eliminación de Cuba de la lista de países que patrocinan al terrorismo, y que año tras año publica el Departamento de Estado. La inclusión de Cuba en esa lista es una maniobra incalificable porque ha sido un país que ha combatido como muy pocos al terrorismo y, por otra parte, uno de los que más ha sufrido a causa de ese flagelo desde los primeros días de la Revolución. Por haber ido a luchar contra esta peste en su madriguera de la Florida cinco de sus hijos purgaron largos años de injusta prisión en Estados Unidos.

No deja de ser una cruel ironía que quien elabora puntualmente esa “lista negra” sea, a juicio de algunos insignes norteamericanos como Noam Chomsky, el gobierno de un país que con el paso del tiempo se convirtió en el principal terrorista del planeta y santuario y refugio de criminales como Orlando Bosch, Luis Posada Carriles y tantos otros, apañados y protegidos por importantes figuras del establishment político norteamericano.

Mantener a Cuba en esa lista no es sólo una infamia sino además un factor que dificulta enormemente las relaciones económicas internacionales de La Habana ya que la somete a innumerables restricciones que se agregan a las originadas por el bloqueo.

Otro de los asuntos que deberá estar en la mesa de discusiones es el de los pasos a dar para comenzar a desarticular las políticas y regulaciones que configuran el bloqueo, y que la Casa Blanca tiene atribuciones que le permiten hacerlo, teniendo a la vista la derogación de la Ley Helms-Burton, votada en el Congreso en 1996.

Tal como lo ha demostrado Salim Lamrani en un artículo reciente, el presidente Obama puede tomar algunas iniciativas que, en la práctica, relajen considerablemente los efectos asfixiantes del bloqueo. Habrá que trabajar para derogar aquella ley, pero mientras tanto es mucho lo que se puede hacer [1]. Bastaría, como lo anota Lamrani, que se levante la prohibición existente para que los estadounidenses viajen a Cuba como turistas ordinarios para derramar importantes beneficios y estímulos económicos sobre grandes sectores de la población vinculada, directa o indirectamente, con el turismo.

Tan absurda es la postura actual de Washington que mientras pesa esa prohibición de viajar a Cuba cualquier ciudadano de Estados Unidos puede visitar Corea del Norte y, ni digamos, China o Vietnam sin obstáculo alguno.

Si el levantamiento de esta restricción se acompaña con una política de permitir mayores adquisiciones de productos cubanos, como tabaco y ron, por ejemplo, los efectos benignos serían mayores aún. Habrá que ver si Obama tiene las agallas necesarias para afrontar esta tarea, pero presiones internas para poner fin al bloqueo, procedentes del mundo empresarial y, sobre todo, de la “comunidad de inteligencia” y el Pentágono, no le faltarán.

Además, sería inconcebible mantener el bloqueo con un país vecino con el que se pretende normalizar las relaciones y que tiene una comunidad de inmigrantes de casi tres millones de personas concentrados en la Florida. Un mínimo de coherencia obliga a acabar con el bloqueo sin más dilaciones.

Según el muy reaccionario senador republicano Marco Rubio, Washington debería incluir en la discusión con los cubanos la compensación por las propiedades o empresas de nacionales de Estados Unidos nacionalizadas en los primeros años de la Revolución.

Si tal cosa llegar a ocurrir Cuba podría replicar exigiendo una compensación infinitamente mayor como reparación por medio siglo de ataques, agresiones, destrucción de propiedades, pérdida de vidas humanas; otro tanto por la invasión de Playa Girón y sus consecuencias; y, antes, por la ocupación y usurpación del territorio de Guantánamo, que debería ser reintegrado a la soberanía cubana una vez desahuciado el fraudulento tratado de 1903 mediante el cual una Cuba desangrada por la guerra contra España y cuya victoria le fuera arrebatada por Estados Unidos, le arrendaba en perpetuidad la zona de la Bahía de Guantánamo.

En todo caso, como se desprende de esta muy sucinta enumeración, la agenda del diálogo cubano-estadounidense promete ser muy controversial.

Al anunciar su viaje, Roberta Jacobson dijo que el día viernes desayunaría con representantes de los disidentes y los supuestos “presos políticos” cubanos luego de lo cual ofrecería una conferencia de prensa. Arduo trabajo le espera a los representantes de Cuba en la segunda ronda de conversaciones, que presumiblemente se realizaría en Estados Unidos, cuando en reciprocidad con el gesto insolente e ingerencista de Jacobson pidan desayunar también ellos con los representantes de los 474 presos políticos de los que se tiene registro en el país del norte (con exclusión de los 5 héroes cubanos recientemente liberados), amén de muchos otros que no alcanzan todavía a ser identificados como tales.

Este listado incluye a los 122 presos políticos que al día de hoy continúan aherrojados en Guantánamo violando todas las normas del debido proceso; los más de doscientos prisioneros de los pueblos originarios de Norteamérica y de los cuales jamás se habla; el caso escandaloso del patriota puertorriqueño Oscar López Rivera, recluído desde hace más de treinta años en cárceles de máxima seguridad por el crimen de luchar por la independencia de su bello país; el del soldado Bradley Manning, que hizo posible, junto a otros dos, que Washington arda en deseos de apresarlos a como dé lugar: Julian Assange y Edward Snowden, la revelación de las siniestras maquinaciones y los crímenes que perpetra el imperialismo para sojuzgar a pueblos y naciones de todo el mundo. [2]

Para concluir: las negociaciones no serán fáciles, pero nada lo es en el mundo de la política. Conviene recordar, empero, que Washington tiene más premura que La Habana para avanzar por el camino de la normalización de las relaciones, y no por razones humanitarias, altruistas o por respeto a la legalidad internacional.

En su audiencia de confirmación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos en 2011, la señora Jacobson dijo algo cuyo profundo significado muy pocos supieron interpretar pero que ahora se torna evidente: “Las embajadas estadounidenses no son un regalo para los países. Además de las funciones consulares y otras, una embajada también puede mantener una observación cercana sobre los regímenes acusados de medidas severas contra los derechos humanos”. Jacobson expresó subliminalmente la grave preocupación de la “comunidad de inteligencia” yanki y del Pentágono por no contar con un adecuado puesto de observación en la mayor de las Antillas, con proyección sobre todo el mar Caribe. Esto, además, en momentos en que los países que en los documentos oficiales de la CIA, la NSA y el Pentágono aparecen como los enemigos a contener y de ser posible derrotar, China y Rusia, acrecentaron significativamente su presencia en Cuba y en la cuenca del Gran Caribe.

Nada mejor que una embajada para desempeñar esas “otras” funciones a las que aludía sibilinamente Jacobson y que no son otras que la recolección de inteligencia y espionaje sobre las actividades de países enemigos y el estímulo para el surgimiento de actores y fuerzas sociales que podrían convertirse en los protagonistas del tan ansiado “cambio de régimen” en Cuba, objetivo al que Washington jamás renunciará y que se estrellará, como tantas veces en el pasado, con la conciencia y la voluntad revolucionaria del pueblo cubano.

Una oportuna coincidencia subraya la importancia de esta dimensión geopolítica oculta bajo el discurso de la normalización diplomática y migratoria: un día antes de que comenzaran estas conversaciones entre Cuba y Estados Unidos atracaba en el puerto de La Habana el “Viktor Leonov”, un buque de inteligencia de la Marina de Guerra de Rusia dotado de las más perfeccionadas tecnologías de vigilancia y monitoreos electrónicos. Como decía Martí, en política lo más importante es lo que no se ve, o no se habla.

* Una versión resumida de este artículo fue publicada por el diario Página/12 en su edición del jueves 21 de Enero.



[1] Ver Salim Lamrani, ¿Obama puede poner fin a las sanciones económicas contra Cuba?, en La Pupila Insomne, https://lapupilainsomne.wordpress.com/

[2] Los datos sobre los prisioneros políticos en Estados Unidos se encuentran disponibles en http://www.contrainjerencia.com/?p=67793