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Cuarta entrega del Café con La Prensa.



Cuarta entrega del Café con La Prensa. Invitada: Gina Montiel, representante del BID. Montiel expuso el tema: Panamá en el podio del crecimiento.

Balance y perspectivas de Donald Trump

Thierry Meyssan

Es un grave error juzgar al presidente Trump según los criterios de la clase dirigente de Washington y sin tener en cuenta la Historia y la cultura de Estados Unidos. También lo es interpretar sus actos según las normas del pensamiento europeo. Su defensa de la posesión de armas o de los manifestantes racistas de Charlostteville no tiene nada que ver con un apoyo a los extremismos sino sólo con la promoción de la Bill of Rights.

Thierry Meyssan explica la corriente de pensamiento que Donald Trump representa y hace un balance de sus importantes realizaciones económicas, políticas y militares. El autor plantea también la cuestión de los límites del pensamiento político estadounidense y de los riesgos que implica el desmantelamiento del «Imperio americano».

Durante la campaña previa a la elección presidencial estadounidense de 2016, Donald Trump se comprometió a respetar las reglas del Partido Republicano. Nadie creía entonces en su capacidad para lograr la victoria. Pero Trump basó su campaña en los fundamentos históricos de ese partido, olvidados desde hace tiempo por sus políticos, y eliminó así a todos sus rivales. Hasta el momento mismo del anuncio de su victoria, los sondeos lo daban como perdedor. De la misma manera, ahora afirman que no podría lograr la reelección.

Ya hace casi un año que el presidente Trump llegó a la Casa Blanca. Se hace ahora posible discernir sus ambiciones políticas, a pesar del destructivo enfrentamiento que se desarrolla en Estados Unidos entre sus partidarios y sus adversarios, en detrimento de todos.

Comprobar los hechos resulta muy difícil, tanto más cuanto que el mismo Trump se encarga de disimular sus principales realizaciones tras un cúmulo de declaraciones y tweets contradictorios y porque su oposición, a través de sus propios medios de difusión, lo presenta como un loco.

Ante todo, desde los tiempos de la Guerra de Secesión, Estados Unidos nunca había estado tan dividido como ahora. Ambos bandos se muestran muy violentos y algunos de los protagonistas dan prueba de una tremenda mala fe. Para entender lo que sucede tenemos primero que hacer abstracción de los intercambios más rudos y determinar lo que representa cada uno de esos protagonistas.

Estados Unidos es un país creado a la vez por los «Padres Peregrinos» («Pilgrim fathers»), o sea los puritanos que llegaron a América a bordo del Mayflower, cuya llegada se festeja con el «Thanksgiving» o «Día de Acción de Gracias», y por una multitud de migrantes provenientes del norte de Europa.

Los «Padres Peregrinos» eran sólo un grupúsculo pero tenían un proyecto religioso y político: crear una «Nueva Jerusalén», organizada según la Ley de Moisés, y alcanzar la pureza. Al mismo tiempo, pretendían continuar en América el enfrentamiento entre el Imperio Británico y el Imperio Español. Los inmigrantes, por su parte, querían hacer fortuna en un país que creían vacío, sin habitantes, sin trabas, sin gobierno, exceptuando las autoridades locales. Ambos grupos forman un conjunto que los sociólogos designan con las siglas WASP por White Anglo-Saxon Protestant, o sea “Blancos Anglosajones Protestantes”.

Al redactarse la Constitución estadounidense, los «Padres Fundadores» representaban mayoritariamente a los puritanos. Bajo el impulso de Alexander Hamilton, concibieron un texto antidemocrático, que reproducía el funcionamiento de la monarquía británica pero transfiriendo el poder de la gentry a las élites locales, representadas por los gobernadores. Aquel texto provocó la cólera de los inmigrantes llegados del norte de Europa, que habían luchado y derramado su sangre durante la Guerra de Independencia.

Pero en lugar de reescribir la Constitución y reconocer la soberanía popular, se le agregó –por iniciativa de James Madison– la decena de Enmiendas que conforman la «Bill of Rights» o «Carta de Derechos». Agregado a la Constitución, este documento garantizaba a los ciudadanos la posibilidad de defenderse de la «Razón de Estado» recurriendo a los tribunales. El conjunto conformado por ambos textos estuvo en vigor durante dos siglos, satisfaciendo a ambos grupos.

El 13 de septiembre de 2011, el Congreso de Estados Unidos adoptó precipitadamente la USA Patriot Act, conocida en español como «Ley Patriótica» o «Acta Patriótica», un código antiterrorista muy voluminoso. Este documento, que había sido preparado en secreto en años anteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001, suspende la Bill of Rights ante toda circunstancia vinculada al terrorismo. Desde entonces, los Estados Unidos del presidente republicano George Bush Jr. –descendiente directo de uno de los puritanos del Mayflower– y de su sucesor demócrata Barack Obama han sido gobernados única y exclusivamente según los principios puritanos modernos –que ahora incluyen el multiculturalismo, derechos diferentes para cada comunidad y una jerarquía implícita entre esas comunidades.

Donald Trump se presentó a la elección presidencial como candidato de los inmigrantes llegados del norte de Europa, o sea de los WASP no puritanos. Basó su campaña electoral en la promesa de devolverles el país confiscado por los puritanos e invadido por hispanos que rechazan integrarse a su cultura. Su divisa «America First» debe interpretarse como la restauración del «American Dream», el sueño estadounidense de hacer fortuna, frente al proyecto imperialista puritano y la ilusión del multiculturalismo.

La defensa de la Bill of Rights comprende el derecho a manifestar, incluso para los grupos extremistas, estipulado en la 1ª Enmienda, y el derecho de los ciudadanos a portar armas para resistir a los posibles excesos del Estado federal, derecho estipulado en la 2ª Enmienda. Es por tanto perfectamente legítimo que el presidente Trump haya respaldado el derecho de los grupos racistas de Charlottesville a manifestar y que haya expresado apoyo a la National Rifle Association (NRA), defensora de la posesión de armas. Esta filosofía política puede parecer absurda a los no estadounidenses, pero corresponde a la Historia y la cultura de Estados Unidos.

Los dos poderes más importantes de un presidente estadounidense son:

- el poder de nombrar a miles de altos funcionarios,
- la posibilidad de determinar objetivos militares.

Pero resulta que Donald Trump dispone sólo de algunas decenas de seguidores fieles para cubrir miles de plazas de funcionarios y que el Pentágono ya cuenta con su propia doctrina estratégica. Trump está por tanto obligado a determinar cuáles son las decisiones capaces de modificar el sistema y reservarse para ellas.

Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump ha venido actuando efectivamente para:

- desarrollar la economía y limitar el control que ejerce sobre ella el mundo de la finanza;
- desmantelar el «Imperio Americano» y restaurar la República, o sea el Interés General;
- defender la identidad WASP y expulsar a aquellos que, entre los hispanos, se niegan a integrarse a la cultura estadounidense.

Trump acaba de poner a Jerome Powell a la cabeza de la Reserva Federal. Es la primera vez que esa institución tiene un presidente que no es economista sino jurista. Su misión será poner fin a la política monetarista y a las reglas en vigor desde la derrota de Estados Unidos en Vietnam y el fin de la convertibilidad del dólar en oro. Jerome Powel tendrá que concebir nuevos reglamentos que pongan el capital al servicio de la producción y no de la especulación, como hasta ahora sucede.

La reforma fiscal de Donald Trump debería suprimir todo tipo de exoneraciones y reducir las tasas sobre las empresas de 35 a 22%, o incluso a 20%. Los expertos están divididos en cuanto a saber qué clases sociales van a beneficiarse con esas medidas. Lo único seguro es que, vinculada con la reforma aduanera, hará menos rentables los numerosos puestos de trabajo que las transnacionales han transferido al extranjero y llevará a que diversas industrias regresen a suelo estadounidense.

En el plano internacional, Trump ha puesto fin al reclutamiento de nuevos yihadistas y al apoyo que ciertos Estados aportaban a esos elementos, exceptuando el respaldo del Reino Unido, Qatar y Malasia, que siguen aplicando esa política. Sin embargo, no ha detenido la implicación de empresas transnacionales y de altos funcionarios internacionales en la organización y financiamiento del yihadismo.

En vez de disolver la OTAN, como había pensado hacerlo inicialmente, la transformó obligándola a abandonar el uso del terrorismo como método de guerra y la ha llevado a convertirse en una alianza antiterrorista.
Trump sacó además a Estados Unidos del Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, concebido contra China. En agradecimiento, Pekín redujo considerablemente sus derechos de aduana, demostrando así que es posible instaurar la cooperación entre Estados en lugar de la anterior situación de enfrentamiento.

En el plano interno, el presidente Trump puso al juez Neil Gorsuch en la plaza que estaba vacante en la Corte Suprema, instancia encargada de hacer evolucionar la interpretación de la Constitución, lo cual incluye la Bill of Rights. El juez Gorsuch es un magistrado célebre por sus estudios sobre el sentido original de esos textos y parece, por tanto, capaz de restablecer el compromiso básico de la creación de Estados Unidos.

En 1998, Igor Panarin –por entonces uno de los directores de los servicios secretos rusos– pronosticaba una guerra civil y la división de Estados Unidos en 6 Estados diferentes para una época próxima a los años 2010. Pero el golpe de Estado que tuvo lugar en Washington el 11 de septiembre de 2001 retrasó ese proceso. El periodista Colin Woodard reactualizó en 2012 los datos de Panarin y comprobó que la movilidad de los estadounidenses los ha llevado a reagruparse en 11 grupos comunitarios culturales separados y coexistentes, sin que los negros lleguen a formar una comunidad por hallarse simultáneamente integrados y discriminados en 2 de esas 11 comunidades.

Aunque ese balance resulta muy satisfactorio para los electores del presidente Trump, es aún demasiado pronto para saber si facilitará la integración de los no WASP o si provocará, por el contrario, que sean expulsados de la comunidad nacional. Según el especialista en geopolítica mexicano Alfredo Jalife, dos terceras partes de los hispanos que no hablan inglés en Estados Unidos viven en California, territorio robado a México.

Donald Trump pudiera verse tentado a resolver el problema cultural y demográfico de Estados Unidos favoreciendo la secesión de ese Estado, o sea el llamado «Calexit», expresión inspirada en el ya célebre «Brexit». En ese caso, la Casa Blanca tendría que enfrentar los problemas que plantearía la pérdida de la industria del espectáculo con sede en Hollywood, de la industria del software asentada en Silicon Valley y, sobre todo, perder la base militar de San Diego. La operación que la Casa Blanca y sus enlaces han iniciado en Hollywood, al calor del caso Weinstein, parece indicar que ese proceso ya está en marcha.

La secesión de California podría iniciar un desmantelamiento étnico de Estados Unidos hasta reducir ese país al territorio inicial de los 13 Estados que adoptaron la Constitución, incluyendo la Bill of Rights. Esa es, en todo caso, la hipótesis formulada hace tiempo por el especialista ruso en geopolítica Igor Panarin.


42 años de traición al pueblo saharaui


El mes de noviembre marca para los pueblos árabes un mes infausto. Un mes marcado de fechas trágicas, que nos obliga a mirar la historia, aprender de ella y recordar como una obligación política y moral.

Efectivamente, en el mes de noviembre del año 1917 se estableció la Declaración Balfour que marcaría la complicidad de occidente con la creación de un “hogar nacional judío” en tierras palestinas. También en el mes de noviembre, pero del año 1947 la organización de las naciones unidas sancionaría la Resolución N° 181 sobre la partición de Palestina, que sentaría un precedente nefasto en orden a expoliar y fragmentar el territorio palestino otorgando el 54% de sus tierras a colonos sionistas afincados en palestina.

Una marcha colonialista

Igualmente, el mes de noviembre pero en este caso del año 1975 representa una fecha infausta para el pueblo saharaui, que rememora su propia Nakba a manos de Marruecos tras la llamada Marcha Verde. Año tras año desde el 6 de noviembre, desde 1975, al conmemorarse la denominada Marcha Verde –que dio inició a la ocupación de Marruecos del territorio saharaui– esta fecha me hace reiterar la afirmación y ampliar mis convicciones, respecto a que al pueblo saharaui se le ha robado su territorio y su desarrollo como nación, pero no su valentía y dignidad.

Marcha que marcó, igualmente, el inicio de la guerra entre Marruecos y la República Árabe Saharaui Democrática –RASD– en un conflicto armado que se prolongó 16 años. El día 6 de septiembre del año 1991 las fuerzas saharauis y de Marruecos cesaron el fuego que inundó esa zona del Magreb. No se declaró el fin de las hostilidades entre las fuerzas del Frente Polisario y Marruecos, sino que un simple armisticio. En dicha fecha el pueblo saharaui, a través de su organización política y armada decidió asumir el proceso de paz siempre y cuando la monarquía marroquí, respetara la decisión del referéndum, que debía ser conducido e implementado por la Organización de Naciones Unidas –ONU– a través de la Misión de las Naciones Unidas Para el Referéndum en el Sahara Occidental –MINURSO– Los saharauis han cumplido, han cedido, han esperado. Marruecos, España, Francia y la ONU han traicionado los compromisos asumidos.

Una declaración de alto al fuego surgida en un marco poco estable, que poco a poco comenzó a mostrar esa fragilidad, consolidando el temor respecto a que el proceso de referéndum nació malherido, sobre todo por las presiones de la Casa Real Marroquí que, avalada por sus alianzas con España, Francia y Estados Unidos, desconoció el censo efectuado por España el año 1974 y los requisitos necesarios para identificar los votantes autorizados. Elemento crucial, pues de esa manera, Marruecos aumentó artificialmente el número de votantes, sumando a miles de colonos traídos a los territorios ocupados, modificando la naturaleza de dicho referéndum.

Situación que comienza a tener su explosión bélica, con la entrada en territorio saharaui de la Marcha Verde. Proceso político destinado a presionar a las Naciones Unidas, a España y preparar el escenario de la invasión al Sáhara occidental. Iniciada a mediados del mes de octubre del año 1975 y que cruza la frontera con el territorio saharaui el día 6 de noviembre. Se marca así el inicio de la ocupación y proceso colonizador de Marruecos del Sáhara occidental, consolidando la conducta indigna de la potencia ocupante –España– que abandona el territorio, traicionando los anhelos del pueblo saharaui e incumpliendo sus obligaciones como potencia colonial desde el año 1885 en la zona, permitiendo la irrupción –por felonía y acuerdos firmados a espaldas del pueblo saharaui– de las fuerzas de Marruecos y Mauritania, impidiendo, de esa forma, la organización de un referéndum por la independencia bajo el mandato de las Naciones Unidas.

La invasión del Sahara generó la resistencia del pueblo saharaui, agrupado en torno al Frente Popular de Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro –Frente Polisario– fundado el año 1973, que ha desafiado a Marruecos y su política de anexión del territorio saharaui.

Mauritania en esta historia fue derrotado contundentemente por las fuerzas saharauis y obligado a firmar la paz el año 1977, continuando la contienda entre las precarias, pero heroicas fuerzas del Polisario contra el bien equipado ejército marroquí. Entre el año 1975 y 1991 se enfrentaron las fuerzas saharauis apoyadas por Argelia, principalmente, contra el Reino Alauita de Marruecos, asistido éste por Occidente: Francia y Estados Unidos al que se unieron en materia de apoyo financiero, tecnológico y labores de inteligencia, tanto Arabia Saudita como Israel.

La Marcha Verde comenzó a la par de la decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya quien hizo público un dictamen, para responder la interrogante respecto a que si Sáhara occidental era, al momento de la colonización por España un territorio sin dueño –¿Era el Sáhara Terra Nullius?– y si la respuesta a la primera pregunta fuera negativa, conocer entonces cuáles eran los vínculos jurídicos entre este territorio y el Reino de Marruecos y la entidad mauritana. La CIJLH hizo público su dictamen, ante las alegaciones marroquíes el 16 de octubre de 1975, estableciendo que no existía vínculos de soberanía territorial entre el Sahara Occidental y el Reino de Marruecos o el conjunto Mauritano, como lo afirmaba Rabat, quien alegaba que era necesario respetar el derecho de la integridad territorial.

Los vínculos jurídicos establecidos en dicha sentencia establecieron la falsedad de dicha afirmación, pues la Corte declaró que no existían derechos que supusieran reponer una supuesta integridad territorial inexistente. La tesis sostenida por Marruecos no tuvo éxito, pero ello no impidió que este país, el mismo día de conocerse la opinión de la Corte de La Haya, diera continuidad a la denominada Marcha Verde convocada por Hassan II, y en la que se movilizó 350.000 personas, que se lanzaron a través del desierto para reivindicar el territorio del Sahara, enmarcados en el color verde que representa el color del Islam, queriendo de ese modo darle una legitimidad histórica y religiosa a un acto de despojo, ocupación y violación del derecho internacional. Unidos a esos civiles, 25 mil soldados entraron a territorio saharaui violando desde entonces los derechos del pueblo saharaui.

La monarquía marroquí instituyó como fiesta nacional el día 6 de noviembre de 1975, que celebra el despojo de la patria saharaui y la violación del derecho internacional. Cada nueva conmemoración de la Marcha Verde nos lleva a recordar un viejo aforismo que sostiene “la historia no se repite, pero... cómo no recordar con este hecho violatorio las numerosas transgresiones a la resolución número 242 de las Naciones Unidas, que ordenaba a Israel retirarse de los territorios ocupados luego de la Guerra de los Seis Días, en el año 1967 y en lugar de ello, hasta el día de hoy dicho país sigue colonizando territorios que legítimamente pertenecen al pueblo palestino.

Cada 6 de noviembre, nos recuerda la analista Salka Embarek, la monarquía marroquí celebra el inicio de la ocupación de la patria saharaui, acontecimiento que dio inicio al genocidio de su población, la vulneración de todos su derechos y el robo de sus riquezas “cuestión que año tras año vuelve a poner sobre la mesa la responsabilidad de España, el abandono de la que fuera una más de sus provincias, junto a su población, el inconcluso proceso de descolonización, las resoluciones de la ONU a favor de los derechos del pueblo saharaui, la necesidad de hacer cumplir a Marruecos con la legalidad internacional y la imposición de la justicia para el pueblo saharaui como su derecho a ser soberano”.

La Marcha verde no sólo significó la presencia como potencia ocupante de Marruecos en suelo saharaui sino el inicio del destierro de su población. La población saharaui, que logró huir de la invasión, por parte de las fuerzas militares marroquíes el año 1975, atravesó cientos de kilómetros de calcinante desierto bajo el bombardeo de la aviación de Marruecos que lanzaba napalm y fósforo blanco. Esa población que logró sobrevivir a la sed, las inclemencias de la hamada, las enfermedades, terminó estableciéndose en una zona del sur de Argelia denominada Tinduf. Una región donde el vivir se dificulta en extremo. Allí donde las temperaturas alcanzan los 50 grados, también se viven catastróficas inundaciones de un barro que destruye todo, como fue en noviembre del 2015.

A pesar que nada parece sobrevivir en la Hamada, los saharauis la han colmado de su esperanza, de su vida. El orgullo y la dignidad de este pueblo tienen mucho que decirnos, en base a su convicción política y el derecho a recuperar de pleno derecho su tierra. El vivir en una serie de campamentos que reciben el nombre de sus provincias ocupadas: Dajla, Aussert, Smara, El Aaiun, Boujdour y su capital administrativa Rabouni, la organización del gobierno saharaui y la vocación pacífica, laboriosa y esperanzadora de su pueblo destaca por la disciplina, el vigor y el orgullo de ser saharaui. La sensación y luego la certeza que se tiene al visitar estos territorios, es que existe y tenemos una deuda con esos hombres y mujeres, que se palpa en cada Wilaya, en cada Daira, en cada Jaima, donde miles de seres humanos sueñan con recuperar lo que les ha sido arrebatado a sangre y fuego.

A inicios del cuarto lustro del siglo XXI, junto al valor de los pueblos de palestina, Siria, Bahrein, Yemen, entre otros, agredidos por el apetito insaciable de la triada entre imperialismo, sionismo y wahabismo. Cuando todo ello aún sigue presente, hay que resaltar al pueblo saharaui. Un pueblo, que sufre una criminal ocupación, que ha cercenado su vida como sociedad, con parte de su población sometida a la política colonial de la monarquía marroquí y la otra parte de ella, situada en los campamentos de Tinduf, en territorio argelino, viviendo en la dignidad con que sólo un pueblo digno, a pesar de lo brutal del entorno, podría vivir.

El pueblo saharaui, con su respeto a las leyes internacionales, ante su vocación de sociedad pacífica no ha recibido más que bofetadas a su anhelo de autodeterminación. Un pueblo que ha recibido engaños, traición, complicidad con el criminal y la conducta colonizadora y criminal de la monarquía marroquí que tiene múltiples cuentas que rendir ante la sociedad saharaui, el mundo y sus organismos internacionales.

Un pueblo saharaui, que más temprano que tarde verá bañar sus sueños en las costas atlánticas y verá consolidar sus objetivos de alcanzar la libertad. Un pueblo que desde el año 1975, abandonado traicioneramente por España e invadido vilmente por Marruecos, comenzó su propia y personal catástrofe colectiva. Los saharauis han vivido su propia Nakba –su propia catástrofe– concepto con que definen los palestinos los sucesos del año 1948 cuando debieron abandonar sus tierras en el marco de la ocupación sionista de Palestina. Los saharauis viven una situación similar.

Así, después de 42 años, la Nakba saharaui sigue siendo un continuo de la política colonizadora de la monarquía marroquí, el robo permanente de las riquezas, de la tierra, del agua, de los yacimientos de fosfatos de los caladeros atlánticos, de la segregación del pueblo saharaui en los territorios ocupados y del impedimento de volver de aquellos que pueblan los campamentos en Tinduf. Cada 14 de noviembre el pueblo saharaui recuerda su Nakba, cada 14 de noviembre debe ser un golpe a nuestra conciencia, un re-corderis (un volver a pasar por el corazón) respecto a que la autodeterminación y el retorno son los objetivos prioritarios del pueblo saharaui. No hay otro camino, no hay otra solución, incluso si ello implica retomar las armas y lanzarse al asalto por concretar sus sueños de autodeterminación.

Parafraseando a Blaise Pascal, es posible dar cuenta que la dignidad tiene razones que los inmorales desconocen y que el recordar la lucha del pueblo saharaui permite entender que la dignidad de los hombres y mujeres de esta parte del mundo, los eleva a la categoría más alta del ser humano, aquella que habla de una sociedad digna, valiente, clara en sus objetivos, paciente, astuta, valerosa, entusiasta y que a pesar de décadas de despojo, abandono y represión, no flaquea en sus anhelo de una patria que vaya desde Saguia El Hamra hasta el Río de Oro. Desde la Hamada Argelina hasta la costa atlántica. Y eso, los indignos, los viles, los que lucran con los derechos de los pueblos, los que envilecen la condición humana, no entenderán jamás, que la dignidad tiene nombre de Sáhara.



Honduras, golpe blando y república bananera

Luis Hernández Navarro
www.jornada.unam.mx / 051217

Mucho antes de ser candidato opositor a la presidencia de Honduras, Salvador Nasralla Salum era un personaje ampliamente conocido en su país. Apodado El señor de la televisión, ha sido, por más de 30 años, comentarista deportivo, conductor del certamen de belleza Miss Honduras y presentador de programas de concurso, como Bailando por un sueño.

Nada en su biografía sugiere que sea un hombre de izquierda. Nacido en el seno de una familia acomodada de origen libanés en 1953, estudió ingeniería industrial en la Universidad Católica de Chile, fue gerente de la Pepsi Cola y se casó recientemente con una Miss Honduras, 38 años menor que él.

Nasralla incursionó en política en 2013, como candidato a la presidencia de la República por el Partido Anti Corrupción (PAC). En aquel entonces, el Partido Libertad y Refundación (Libre), del derrocado presidente Manuel Mel Zelaya, dijo que la postulación de El señor de la televisión era una maniobra para dividir el voto opositor y favorecer al oficialista Juan Orlando Hernández.

Pero, más allá de ese pasado, hoy Nasralla está al frente de una multitudinaria movilización popular que busca frenar el fraude electoral en su contra y echar atrás el decreto de estado de sitio. El conductor de televisión fue postulado como aspirante a la presidencia de Honduras por un frente electoral bautizado como Alianza de Oposición contra la Dictadura, en el que participan el Partido Innovación y Unidad (PINU), el Partido Libre, de Mel Zelaya, y el PAC, con un amplio apoyo de movimientos sociales. Y, según todas las evidencias, ganó las elecciones del domingo del 26 de noviembre.

El fraude contra Nasralla (un golpe de Estado blando) pretende mantener en el cargo para un nuevo periodo al actual presidente Juan Orlando Hernández, quien se presentó a las elecciones amparado en una sentencia de la Corte Suprema de Justicia que avala la relección, a pesar de que, desde hace 35 años, la Constitución la prohíbe.

El plan de gobierno de la alianza busca ser una respuesta colectiva frente a la demanda de bienestar y cambios sociales que históricamente los sectores conservadores le han negado al pueblo hondureño. Llama a revertir las privatizaciones e impulsar un modelo económico alternativo. Una de sus demandas centrales es la derogación de las zonas de empleo y desarrollo económico (Zede), la principal promesa de campaña del presidente Hernández.

El ofrecimiento de abrogar las Zede es una de las razones centrales que animan el golpe blando. Nasralla no es la primera personalidad en sufrir las consecuencias por rechazar esta iniciativa. Cuando la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional la Ley de Regiones Especiales de Desarrollo, el ejército rodeó el Congreso, y el Legislativo ordenó, con un pretexto absurdo, la destitución de cuatro de los seis magistrados de la sala de lo constitucional que habían echado por tierra el proyecto de las Ciudades Modelo.

El gran capital trasnacional ha impulsado las Zede. Como lo muestra el esclarecedor reportaje de Carlos Dada publicado en el portal digital salvadoreño El Faro (https://goo.gl/bGaVty ), las zonas están estrechamente ligadas a un grupo de libertarios estadunidenses que buscan la concesión de zonas territoriales, incluyendo su población, en las que los empresarios invierten en un proyecto, crean su propia policía y no aplica la ley hondureña. A cambio, el Estado les garantiza exenciones tributarias y la expropiación de las tierras que necesiten. Su primer gran negocio es un megapuerto en el golfo de Fonseca.

Figura clave de esta iniciativa es el consultor político yanqui Mark Klugman, asesor del presidente Juan Orlando Hernández y parte del equipo que redactaba los discursos del presidente Ronald Reagan, quien lleva décadas trabajando con la derecha centroamericana. Como documenta Dada, Klugmann tiene autoridad legal para concesionar y autorizar zonas enteras del territorio hondureño en las que no aplicará la ley, a corporaciones que no pagarán los impuestos previstos para el resto del país.

Las Zede son zonas francas con extraterritorialidad fiscal, con autonomía aduanera y jurisdiccional. Por medio de ellas se cambia soberanía por inversiones y –supuestamente– creación de empleo. Son áreas del territorio sujetas a un régimen especial en las que los inversionistas están a cargo de la política fiscal, de seguridad y de resolución de conflictos. Entre otras competencias deben establecer sus propios órganos de seguridad interna con competencia exclusiva en la zona, incluyendo su propia policía, órganos de investigación del delito, inteligencia, persecución penal y sistema penitenciario; así como la vinculación con la estrategia de seguridad del país.

Adicionalmente al papel que juega el rechazo a las Zede, otros tres elementos explican el golpe blando en Honduras contra la alianza contra la dictadura. El primero es la narcopolítica. Como dijo a la BBC el analista Ismael Moreno, a propósito de las confesiones de Los Cachiros ante la justicia estadunidense: “Lo que se confirma es que en los últimos 20 años hemos ido pasando (…) a tener un Estado conducido por mafias criminales, en el que los políticos se han convertido en lavadores de los narcos” (https://goo.gl/jq3tvS). La red de intereses articulada alrededor de Juan Orlando Hernández necesita que el mandatario continúe en el puesto para garantizar impunidad y continuidad del negocio.

Los otros dos, de carácter geopolítico, han sido puestos sobre la mesa por Atilio Borón. Honduras, explica el analista argentino, “limita con dos países como El Salvador y Nicaragua que tienen gobiernos considerados como ‘enemigos’ de los intereses estadunidenses y la base aérea Soto Cano, ubicada en Palmerola, tiene una de las tres mejores pistas de aviación de toda Centroamérica y, además, es escala obligada para el desplazamiento del Comando Sur hacia Sudamérica”.


El primer golpe de Estado auspiciado por la United Fruit Company se dio en Honduras en 1912. Hoy, 105 años después, con la modalidad de un golpe blando aunque con otros actores, la historia se repite. Honduras sigue siendo una república bananera, a no ser que el pueblo que está en las calles diga lo contrario.

La nueva teoría de las élites occidentales sobre la «amenaza china»

Jiang Feng

Al retirarse, desde el inicio de su mandato, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el presidente Trump puso fin a la guerra económica contra China. En pago, China redujo sus derechos de aduana, no sólo a los productos de Estados Unidos sino a todas sus importaciones. Ese acercamiento entre Washington y Pekín es sin dudas el acontecimiento político más importante de 2017. Pero Occidente no acaba de entenderlo.

Hace 40 años que el mundo sigue la evolución de China con una mirada atenta en la que se conjugan idolatría y recelo. El mes pasado [octubre], las publicaciones más importantes de Occidente, como el semanario estadounidense Time, el diario francés Le Monde y la revista alemana Der Spiegel, imprimieron sus titulares en caracteres chinos o en pinyin anunciando al mundo entero: «China: gran vencedora», «El aumento del poderío de China» y «China: el despertar de un gigante».



Der Spiegel escogió el término chino xing lai (que significa “despertar”) para anunciar su artículo «China: el despertar de un gigante». Por una parte, el artículo toma nota del despertar del gigante chino e interpreta la visita del presidente estadounidense Donald Trump como un acto de sumisión, incluso como un traspaso del bastón de mando o del estatus de primera potencia mundial.

Por otra parte, Der Spiegel exhorta a Occidente a su propio despertar inmediato y a enfrentar como un bloque el ascenso de China. La publicación alemana reconoce a China importantes avances en varios sectores. Pero los percibe como una amenaza para el mundo occidental, haciéndose eco de la tristemente célebre teoría del «peligro amarillo» o de la «amenaza china».

Antes, cuando los medios de difusión occidentales utilizaban esta «teoría» como herramienta de propaganda, no creían que el ascenso chino sería tan vertiginoso. Hoy se ven ante una China que ha alcanzado un poderío sin igual, que sobrepasa al mundo occidental en numerosos aspectos, tanto en el plano económico como en los sectores político, tecnológico y cultural. Según Der Spiegel, China y Occidente están condenados a vivir eternamente en conflicto.

Cuando tratan de anticipar la evolución de China, ciertas élites occidentales fluctúan entre la teoría del «derrumbe chino» y la de la «amenaza china», lo cual lleva a Lester Brown, presidente del Earth Policy Institute, a preguntar «¿Quién alimentará a China?», afirmando que el alza de la demanda china agravará la escasez de alimentos a escala mundial. La realidad es que China alimenta, no sólo a su inmensa población sino también al mundo entero con una contribución de más de 30% al crecimiento económico actual.

Hubo una época en que esas mismas élites se preguntaban qué podría salvar a China y su economía «coja». No vacilaban entonces en afirmar que China sólo podría convertirse en gran potencia si tomaba el sistema político occidental como ejemplo. Pero ha resultado, desde aquel momento, que prácticamente ninguno de los países que emprendieron las reformas inspiradas por las élites occidentales ha podido desarrollarse correctamente. A veces hasta han retrocedido y en ciertos casos se hallan al borde del colapso. Y hasta el propio Occidente se ha dado cuenta finalmente de que su sistema no sólo sería incapaz de salvar a China sino que su eficacia misma es en definitiva muy discutible.

Occidente no ve con agrado que el ascenso de China mantenga un ritmo tan acelerado. Por eso es que la pregunta «¿Quién va a oponerse a China?» aparece cada vez más frecuentemente en los medios de difusión occidentales. Y todas las esperanzas recaen en Estados Unidos y en su presidente.

Pero Trump y su eslogan «America first» no parecen interesados en la ideología de las élites occidentales. Así que, frustradas, estas últimas hablan de Trump como el presidente que se prosterna ante China para lograr sus favores.

En su empeño por atraer a Trump hacia sus causas, esas élites afirman que el desarrollo y el poderío de China representan un peligro para Estados Unidos, promoviendo así una variante cada vez más alarmista de la teoría de la «amenaza china».

No es sorprendente que a Occidente le cueste tanto trabajo entender a China en la medida en que se trata de dos mundos con valores completamente diferentes. Las élites occidentales, que desprecian la cultura china, harían mucho mejor en ir a buscar en sus propios ancestros al menos una pizca de sabiduría.

Deberían recordar que el emperador francés Napoleón Bonaparte predijo en su momento el despertar de China e intimó a los emisarios ingleses a no invadir este país y a buscar mejor un acuerdo beneficioso para ambas partes. Más recientemente, el ex canciller alemán Helmut Schmidt también recordó que Occidente no debería reprochar a China el hecho de tener una forma diferente de funcionamiento y que tendría más bien que mostrar respeto a esta civilización milenaria, y también hacia sus recientes reformas y su también reciente desarrollo, y dejar de cometer errores sobre ella.

Este error de juicio sobre China lleva a Occidente a un callejón sin salida ideológico. En vez de sacar enseñanzas del programa de desarrollo y de las reformas chinas, las élites occidentales mantienen un estado de ánimo belicoso y tratan de entorpecer el desarrollo de China. Eso puede frenar a China momentáneamente pero no puede afectar a largo plazo la dirección general de su desarrollo.

La nueva versión de la «teoría de la amenaza china» busca sembrar confusión y provocar una escalada de las tensiones entre China y Estados Unidos. Si esa maniobra alcanzara sus objetivos, el mundo se vería sumido en el caos. China no debe prestar atención a todas esas «teorías». Su desarrollo es lo más importante.


Music for reading - Chopin, Beethoven, Mozart, Bach, Debussy, Liszt, Sch...



TRACKLIST
Music for Reading
01 Chopin - Nocturne Op. 9 No. 2 in E-Flat Major
02 Schubert - Serenade "Leise Flehen Meine Lieder"
4:40
03 Chopin - Piano Prelude No. 15 "Raindrop"
9:12
04 Beethoven - Piano Sonata Op. 13 (II: Adagio)
14:47
05 Chopin - Waltz Op. 69 No. 1 in A Flat major
19:57
06 Bach - Violin concerto in E Major (II: Adagio)
24:47
07 Mozart - Piano Concerto No. 21
31:46
08 Chopin - Prelude, Op. 28 No. 17 in A major
37:25
09 Debussy - Clair de Lune
40:23
10 Schubert - Moment Musical Op. 94 D.780 N. 1 in C Major
42:56
11 Liszt - Liebesträume (Love Dream) in A-Flat Major
45:58
12 Chopin - Prelude, Op. 28 No. 6 in B minor
50:26
13 Bach - Solo Cello Suite No 6: Prelude
52:32
14 Chopin - Nocturne Op. 15 No. 2
57:09
15 Bach - Suite for Orchestra No. 3 "Air on the G String"
1:00:32
16 Chopin - Nocturne, Op. 27 No. 2 in D Flat major
1:05:01
17 Mozart - Eine Kleine Nachtmusik (II: Andante)
1:09:36
18 Chopin - Nocturne Op. 9 No. 1 in B Flat minor
1:14:39
19 Beethoven - Fur Elise
1:20:04
20 Schumann - Kinderszenen Op. 15 (I: Von fremden Laendern und Menschen)
1:22:42
21 Beethoven - "Moonlight" Piano Sonata No. 14 in C-Sharp Minor, Op. 27 (I: Adagio sostenuto)
1:24:38

Esto no traerá paz a Israel; todo lo contrario

Robert Fisk

Me llamaron de una radio irlandesa de Dublín para conocer mi postura ante la decisión del presidente Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. ¿Qué pienso que ocurre dentro de la mente del presidente de Estados Unidos?, me preguntaron.

No tengo la llave del asilo de lunáticos, respondí de inmediato. Lo que alguna vez pudo haber sido una absurda y exagerada declaración fue aceptada simplemente como una reacción normal a lo dicho por el líder de la principal potencia mundial. Al volver a escuchar el discurso que Trump dio en la Casa Blanca me di cuenta de que pude haberme expresado incluso con mayor libertad. Lo dicho en el documento es loco, descabellado, vergonzoso.

Adiós, Palestina. Adiós a la solución de dos estados. Adiós a los palestinos. Porque esta nueva capital israelí no es para ellos. Trump ni siquiera usó la palabra Palestina. Habló de Israel y los palestinos: en otras palabras, de un Estado y aquellos que no merecen –y no deben aspirar más– a un Estado.

No me sorprende haber recibido anoche la llamada desde Beirut de una mujer palestina que acababa de escuchar a Trump destruir el proceso de paz.

“¿Recuerdas El reino del paraíso?”, me preguntó en referencia a la gran película de Ridley Scott sobre la caída de Jerusalén en 1187. Bueno, pues ahora es el reino del infierno.

No es el reino del infierno. Los palestinos han vivido en una especie de infierno durante 100 años, desde que en la Declaración de Balfour, Gran Bretaña manifestó su apoyo a la patria judía en Palestina con una sola frase –misma que le da tanto orgullo a nuestra amada Theresa May– y que se volvió el libro de texto de los refugiados y de los futuros árabes palestinos desposeídos de sus tierras.

Como siempre la respuesta árabe fue repugnante, al advertir de los peligros de la decisión de Trump, que fue injustificada e irresponsable, como dijo de manera insustancial el rey Salman, de Arabia Saudita, el así llamado protector de uno de los dos lugares más sagrados del islam (el tercero está en Jerusalén, pero no llegó a señalar este hecho). Podemos estar seguros de que en los próximos días, instituciones árabes y musulmanas formarán un comité de emergencia para enfrentar el peligro. Y como bien sabemos, sus medidas no tendrán valor alguno.

Fue el análisis lingüístico de Noam Chomsky que aprendí cuando estaba en la universidad –después él y yo nos volvimos buenos amigos– el que apliqué al discurso de Trump. Lo primero que noté, como mencioné antes, fue la ausencia de Palestina. Siempre pongo esta palabra entre comillas porque no creo que jamás llegue a existir como Estado. Vayan y vean las colonias judías en Cisjordania y les quedará claro que Israel no tiene la intención de que éste exista en el futuro. Pero eso no es una excusa para Trump. Está presente el espíritu de la Declaración de Balfour, que se refiere a los judíos pero define a los árabes como comunidades no judías existentes en Palestina. Trump disminuyó aún más el nivel de los árabes de Palestina al llamarlos simplemente palestinos.

Desde el principio comienzan las artimañas. Trump habló de una manera fresca de pensar y nuevos enfoques. Pero no hay nada nuevo sobre Jerusalén como la capital de Israel, dado que los israelíes han insistido en esto durante décadas. Lo que es nuevo es que, para el beneficio de su partido, los cristianos evangélicos que afirman apoyar a Israel desde Estados Unidos, Trump simplemente ha dado la espalda a cualquier noción de justicia en las negociaciones de paz y echado a correr con la pelota de Israel.

Presidentes anteriores han tomado medidas para postergar la adopción de la Ley del Congreso para Jerusalén de 1995 no porque retrasar el reconocimiento de Jerusalén promueva la causa de la paz, sino porque tal reconocimiento debe ser otorgado a una ciudad como capital de dos pueblos y dos estados, no sólo uno.

Luego Trump nos dice que su decisión es lo mejor para los intereses de Estados Unidos. Sin embargo, no logra explicar cómo al retirar a Estados Unidos de hecho de las futuras negociaciones de paz y destruir la aseveración (que ahora es más dudosa que nunca) de que Estados Unidos es un facilitador honesto de estas pláticas, puede beneficiar a Washington.

Claramente no lo hará (aunque seguramente ayudará al partido de Trump a recaudar fondos), pero disminuye el prestigio y la posición de Estados Unidos en todo Medio Oriente. Además, asegura que, como cualquier otra nación soberana, Israel tiene derecho a determinar cuál es su capital. Hasta cierto punto, lord Copper. Cuando otro pueblo –los árabes más que los judíos– también reclaman a dicha ciudad como su capital (al menos la parte este de la misma), dicho derecho queda suspendido hasta que llega a existir una paz final.

Israel podrá reclamar a Jerusalén como su capital eterna y sin divisiones –de la misma manera en que Netayahu afirma que Israel es el Estado judío a pesar de que más de 20 por ciento de su población es de árabes musulmanes que viven dentro de sus fronteras– pero el reconocimiento de Estados Unidos de esta aseveración implica que Jerusalén jamás podrá ser capital de ninguna otra nación. Ahí está el punto de fricción. No tenemos ni la más mínima idea de las verdaderas fronteras de esta capital. Trump de hecho ha admitido esto en una frase que fue casi del todo ignorada, cuando dijo: “no estamos tomando una posición (…) sobre las fronteras específicas de la soberanía israelí sobre Jerusalén”. En otras palabras, reconoció la soberanía de un país sobre toda Jerusalén sin saber exactamente la delimitación de dicha ciudad.

De hecho, no tenemos la menor idea de dónde está la frontera este de Jerusalén. ¿Está acaso a lo largo de la vieja línea fronteriza que dividía a Jerusalén? ¿Se encuentra a unos dos kilómetros de distancia al este de Jerusalén oriental? ¿O está a lo largo del río Jordán? En ese caso, adiós a Palestina. Trump le ha otorgado a Israel el derecho sobre toda la ciudad como su capital sin tener la más pálida idea de dónde está la frontera este del país, ya no digamos la frontera de Jerusalén.

El mundo estuvo contento de aceptar a Tel Aviv como capital temporal de la misma forma en que se hizo como que Jericó o Ramalá eran la capital de la Autoridad Nacional Palestina después de que Arafat llegó ahí. Pero no se iba a reconocer Jerusalén como capital israelí aunque Israel la reclamara como tal.

Entonces, cuando Trump comenzó su más exitosa democracia, afirmó que la gente de todas las creencias es libre de vivir y venerar según su conciencia. Confío en que no vaya a decirle eso a los 2 millones y medio de palestinos de Cisjordania que no son libres de entrar a Jerusalén para ejercer su religión sin un pase especial, o a la sitiada de Gaza que ni siquiera tienen esperanzas de llegar a la ciudad santa.
Pese a todo, Trump proclama que su decisión no es más que reconocer la realidad. Supongo que su embajador en Tel Aviv –quien presumiblemente se mudará a Jerusalén, aunque sea a una habitación de hotel-, se cree esta patraña, porque fue él quien aseguró que Israel tiene bajo ocupación sólo 2 por ciento de Cisjordania.

Esa nueva embajada, cuando se complete, se convertirá en un magnífico tributo a la paz según Trump. Viendo los búnkers en que se han convertido la mayoría de las embajadas estadunidenses en Medio Oriente, será un lugar rodeado de rejas blindadas y paredes de concreto reforzado en cuyo interior habrá pequeños búnkers para el personal diplomático. Pero para entonces Trump ya se habrá ido (...) ¿o no?

Como de costumbre, nos enfrentamos a uno de los revoltijos de Trump. Quiere un gran acuerdo para los israelíes y palestinos, un acuerdo de paz que sea aceptable para ambas partes, pese a que esto no es posible ahora que él le concedió la totalidad de Jerusalén a Israel como su capital antes de que existieran las conversaciones sobre el estatus final que el mundo aún tiene la esperanza de que ocurra entre ambas partes. Pero si Jerusalén es uno de los temas más sensibles de estas pláticas, si iba a haber desacuerdo y disenso sobre su anuncio –todo lo cual él admitió– entonces ¿para qué demonios tomó la decisión?

Para cuando cayó en la verbosidad estilo Blair, diciendo que el futuro de la región se ha postergado por el derramamiento de sangre, la ignorancia y el terror, el discurso de Trump se volvió ya insoportable porque nadie tiene estómago para semejante cantidad de mentiras.

Si se supone que la gente va a responder al desacuerdo con un debate razonado y no con violencia, ¿cuál es el objetivo de reconocer a Jerusalén como capital de Israel? ¿Promover un debate, por todos los cielos? ¿Es eso lo que quiso decir cuando habló de “repensar viejas suposiciones”?

Pero ya fue suficiente de estas tonterías. ¿Qué nueva temeridad se le puede ocurrir a este miserable para decir más mentiras? ¿Qué pasaba por su mente confusa cuando tomó esta decisión? Claro: quiere cumplir sus promesas de campaña. Pero ¿cómo es que puede cumplir su promesa y no fue capaz, en abril pasado, de decir que la matanza masiva de millón y medio de armenios en 1917 constituyó un acto de genocidio? Seguramente porque temió molestar a los turcos, quienes niegan el primer holocausto industrial del siglo XX. Bueno, pues los turcos están muy molestos ahora. Quiero pensar que tomó eso en consideración.


Pero olvídenlo. El hombre está loco. Y le va a tomar muchos años a su país recuperarse de su último acto de insensatez.

¿Por qué la cooperación para el desarrollo no funciona?

Belén Fernández
www.eldiario.es / 08/12/17

Hay que trabajar para desenmascarar los intereses escondidos tras las políticas de desarrollo, para trasladar al Norte las responsabilidades de los problemas del Sur que le corresponden, para reforzar las soberanías de los pueblos sobre sus recursos, para poner en marcha políticas públicas coherentes con los objetivos de desarrollo en ambos hemisferios


En 2016, el Estado Español destinó 4.096 millones de dólares a Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Muchos, muchos euros que, aun siendo más del doble que el año anterior, suponen sólo el 0,33% de la RNB (Renta Nacional Bruta) de ese mismo año 2016, bien lejos del famoso 0.7% demandado por numerosos colectivos en defensa de los Derechos Humanos a nivel internacional.

En aquellas campañas se exigía más dinero de los gobiernos para solventar “los problemas del Sur”. El hambre, el SIDA, el analfabetismo… Esas cosas tan de los “países pobres”. Es cierto que, si todos los países de la Unión Europea, o si nos ponemos soñadoras, todos los Estados occidentales, todo el Norte opulento, dedicara ese 0.7% a AOD, las ONG, los Estados del Sur o quien sea que se pusiera a ello, contaría con cantidades más que suculentas para invertir en desarrollo. Pero, aun así…, ¿sería suficiente?

Rotundamente, no. Y es que el problema del “desarrollo” no es una cuestión de cuánto, sino de qué, cómo y por qué.

Qué, como punto de partida para poner la lupa sobre el concepto mismo de desarrollo, que será el que guíe la Inversión Oficial al Desarrollo (sí, inversión y no ayuda). Quizá haya que revisar el discurso del desarrollo lineal, a imagen y semejanza de un Norte que destruye, saquea y empobrece a otras en su camino al éxito. Quizá. No obstante, a propósito de este artículo y para no disertar sobre lo que no compete ahora mismo, nos quedaremos con el concepto de desarrollo más compartido por todos y todas: escuelas accesibles, sanidad pública de calidad, industria, empresas exitosas, economías solventes y demás.

Cómo, para darnos cuenta de que no todo vale. Que no es lo mismo enviar 500 toneladas de excedente agrícola con valor de X montón de euros, que financiar la construcción de una escuela en Chitipa bajo la coordinación de una organización local. No voy a entrar a valorar lo bueno, malo o regular de cada opción. Simplemente, no es lo mismo. El cómo importa, y mucho.

Y finalmente, por qué. No sólo un por qué, de hecho, si no varios. ¿Por qué destinan los Estados del Norte esos dinerales a “ayudar” al Sur?, ¿filantropía?, ¿solidaridad simple y llana? ¿Por qué unos Estados ayudan a unos, y otros a otros?, ¿quién decide el quién? Pero, sobre todo, el por qué que debería hacer saltar todas nuestras alarmas: ¿por qué no funciona? ¿Por qué tras más de sesenta años de cooperación internacional para el desarrollo (CID), siguen sin haberse alcanzado los objetivos deseados?, ¿por qué hemos tenido que pedir una prórroga y rediseñar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ahora transformados en Objetivos de Desarrollo Sostenible?

Más de seis décadas, y el Desarrollo, así con mayúsculas, es aún un horizonte demasiado lejano. Ante semejante panorama, veo más que necesario replantearse al asunto. Que los Estados y demás agentes de CID atiendan a todas las que piden a gritos echar el freno, evaluar, redirigir. A todas las que se han preguntado y se siguen preguntando: ¿¡qué pasa!? ¿Estamos haciéndolo todo mal?, ¿hay que invertir de otra manera?, ¿son el hambre y la pobreza realidades insolventables y debemos tirar la toalla?

Quizá, quizá toda la culpa sea de las ONG, de las cooperantes, de los Ministros de Exteriores, o incluso de las poblaciones del Sur. O, quizá, es que hay fuerzas empujando en la dirección opuesta que impiden el avance. Quizá.

Quizá sea imprescindible echar ese freno, levantar la mirada del Sur y abrir los ojos para analizar la miríada de conexiones o interferencias a nivel global, entre unos Estados y otros, entre Estados y comunidades locales, entre comunidades y multinacionales, entre multinacionales y… Entre Norte y Sur. En estas interferencias, profundas, plurales y demasiado poco exploradas, se esconden las claves para entender el fracaso de la CID.

Las palabras, cómo no, importan. Por eso hablo aquí de interferencias y no simplemente de relaciones -internacionales-, para poner el énfasis en la direccionalidad, para utilizar un concepto más realista, despojado de ese aire de neutralidad que envuelve las Relaciones Internacionales. Porque las RRII están muy lejos de ser neutras, tanto en intereses como en efectos. Así podemos empezar a indagar y descubrir que estas interferencias entre Norte y Sur – o más certeramente, del Norte hacia el Sur – tienen efectos positivos, algunas, y negativos, muchas, sobre las poblaciones y el medio al otro lado del mundo.

Aquí resulta muy útil utilizar los términos desarrollados por David Llistar en su libro Anticooperación, y hablar de “cooperación” cuando estas interferencias tienen un efecto positivo en el Sur, y de “anticooperación” cuando hacen más mal que bien. Este análisis nos permite poner en una balanza todas las interacciones Norte – Sur, incluida la AOD – desgranada en todos los pequeños mecanismos y acciones que conlleva-, y acompañada de las relaciones financieras y comerciales, la inversión extranjera directa, los flujos y las políticas migratorias, la exportación de residuos, la importación de materias primas… En fin, todas las pequeñas y grandes interferencias políticas, económicas, culturales y sociales que podemos encontrar si revisamos en profundidad las “Relaciones Internacionales” entre el Norte y el Sur.

Entonces, con esta balanza bien cargada, ¿hacia qué lado creéis que va a oscilar? De un lado, la ayuda útil y verdaderamente solidaria, sin intereses escondidos y que responde a necesidades reales de las poblaciones del Sur. De otro lado, cositas como la reprimarización del Sur y la consiguiente pérdida de su capacidad y autonomía productiva, motivada por los acuerdos comerciales con potencias del Norte; la dinámica económica y las políticas liberalizadoras de organismos como el FMI, el BM o la OMC, donde los gobiernos del Sur se encuentran notablemente menos representados; el neocolonialismo cultural embarcado en los medios de masas y la industria cultural occidental… Y podríamos seguir con una larga lista, pero creo que nos hacemos una idea.
Observando esta balanza, parece más fácil entender por qué la CID no funciona. Por qué ni el dinero, ni los proyectos, ni el tiempo y esfuerzo de tantísima gente está dando los frutos que esperamos, que queremos. Rescatando el subtítulo de la obra de Llistar, porque “los problemas del Sur no se resuelven con más ayuda internacional”, sino con un cambio profundo en el Norte, en la estructura económica internacional y en las dinámicas de poder globales. Lo cual, obviamente, no es tan fácil como construir una escuela en Chitipa.

No quiero decir con esto que nos batamos en retirada, abandonando al Sur a su suerte. “Dejarles en paz” ya no es una opción, el daño está hecho y es nuestra responsabilidad (incluyéndonos a ti y a mí en ese Norte culpable, aunque tengamos algo menos de carga que otros) ayudar a repararlo. Por supuesto, en el corto plazo esos proyectos de ayuda útil y verdaderamente solidaria son necesarios, pero si queremos que exista un futuro donde no haya que hablar de hambre, hace falta trabajar también con la vista en el largo plazo.

Trabajar para desenmascarar los intereses escondidos tras las políticas de desarrollo, para trasladar al Norte las responsabilidades de los problemas del Sur que le corresponden, para reforzar las soberanías de los pueblos sobre sus recursos, para poner en marcha políticas públicas coherentes con los objetivos de desarrollo en ambos hemisferios. Trabajar, en definitiva, sobre las causas y los orígenes de los problemas globales, en lugar de seguir poniendo tiritas sobre las consecuencias hasta el fin de los tiempos, sin detener jamás la hemorragia.