Cuarta entrega del Café con La Prensa. Invitada: Gina Montiel, representante del BID. Montiel expuso el tema: Panamá en el podio del crecimiento.
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Cuarta entrega del Café con La Prensa.
Cuarta entrega del Café con La Prensa. Invitada: Gina Montiel, representante del BID. Montiel expuso el tema: Panamá en el podio del crecimiento.
Balance y perspectivas de Donald Trump
Thierry Meyssan
www.voltairenet.org / 051217
Es
un grave error juzgar al presidente Trump según los criterios de la clase
dirigente de Washington y sin tener en cuenta la Historia y la cultura de
Estados Unidos. También lo es interpretar sus actos según las normas del
pensamiento europeo. Su defensa de la posesión de armas o de los manifestantes
racistas de Charlostteville no tiene nada que ver con un apoyo a los extremismos
sino sólo con la promoción de la Bill of Rights.
Thierry
Meyssan explica la corriente de pensamiento que Donald Trump representa y
hace un balance de sus importantes realizaciones económicas, políticas y
militares. El autor plantea también la cuestión de los límites del
pensamiento político estadounidense y de los riesgos que implica el
desmantelamiento del «Imperio americano».
Durante la campaña previa a la elección
presidencial estadounidense de 2016, Donald Trump se comprometió a respetar las
reglas del Partido Republicano. Nadie creía entonces en su capacidad para
lograr la victoria. Pero Trump basó su campaña en los fundamentos históricos de
ese partido, olvidados desde hace tiempo por sus políticos, y eliminó así a
todos sus rivales. Hasta el momento mismo del anuncio de su victoria, los sondeos
lo daban como perdedor. De la misma manera, ahora afirman que no podría lograr
la reelección.
Ya hace casi un año que el presidente
Trump llegó a la Casa Blanca. Se hace ahora posible discernir sus ambiciones
políticas, a pesar del destructivo enfrentamiento que se desarrolla en Estados Unidos
entre sus partidarios y sus adversarios, en detrimento de todos.
Comprobar los hechos resulta muy difícil,
tanto más cuanto que el mismo Trump se encarga de disimular sus principales
realizaciones tras un cúmulo de declaraciones y tweets contradictorios y porque
su oposición, a través de sus propios medios de difusión, lo presenta como un loco.
Ante todo, desde los tiempos de la Guerra
de Secesión, Estados Unidos nunca había estado tan dividido como ahora. Ambos
bandos se muestran muy violentos y algunos de los protagonistas dan prueba de
una tremenda mala fe. Para entender lo que sucede tenemos primero que hacer
abstracción de los intercambios más rudos y determinar lo que representa cada uno
de esos protagonistas.
Estados Unidos es un país creado a la vez
por los «Padres Peregrinos» («Pilgrim fathers»), o sea los puritanos que
llegaron a América a bordo del Mayflower, cuya llegada se festeja con el
«Thanksgiving» o «Día de Acción de Gracias», y por una multitud de migrantes
provenientes del norte de Europa.
Los «Padres Peregrinos» eran sólo un
grupúsculo pero tenían un proyecto religioso y político: crear una «Nueva
Jerusalén», organizada según la Ley de Moisés, y alcanzar la pureza. Al mismo tiempo,
pretendían continuar en América el enfrentamiento entre el Imperio Británico y
el Imperio Español. Los inmigrantes, por su parte, querían hacer fortuna en un
país que creían vacío, sin habitantes, sin trabas, sin gobierno, exceptuando
las autoridades locales. Ambos grupos forman un conjunto que los sociólogos
designan con las siglas WASP por White Anglo-Saxon Protestant, o sea “Blancos
Anglosajones Protestantes”.
Al redactarse la Constitución
estadounidense, los «Padres Fundadores» representaban mayoritariamente a los
puritanos. Bajo el impulso de Alexander Hamilton, concibieron un texto
antidemocrático, que reproducía el funcionamiento de la monarquía británica
pero transfiriendo el poder de la gentry
a las élites locales, representadas por los gobernadores. Aquel texto provocó
la cólera de los inmigrantes llegados del norte de Europa, que habían luchado y
derramado su sangre durante la Guerra de Independencia.
Pero en lugar de reescribir la Constitución
y reconocer la soberanía popular, se le agregó –por iniciativa de James
Madison– la decena de Enmiendas que conforman la «Bill of Rights» o «Carta de
Derechos». Agregado a la Constitución, este documento garantizaba a los ciudadanos
la posibilidad de defenderse de la «Razón de Estado» recurriendo a los
tribunales. El conjunto conformado por ambos textos estuvo en vigor durante dos
siglos, satisfaciendo a ambos grupos.
El 13 de septiembre de 2011, el Congreso
de Estados Unidos adoptó precipitadamente la USA Patriot Act, conocida en
español como «Ley Patriótica» o «Acta Patriótica», un código antiterrorista muy
voluminoso. Este documento, que había sido preparado en secreto en años
anteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001, suspende la Bill of Rights
ante toda circunstancia vinculada al terrorismo. Desde entonces, los Estados Unidos
del presidente republicano George Bush Jr. –descendiente directo de uno de los
puritanos del Mayflower– y de su sucesor demócrata Barack Obama han sido
gobernados única y exclusivamente según los principios puritanos modernos –que
ahora incluyen el multiculturalismo, derechos diferentes para cada comunidad y
una jerarquía implícita entre esas comunidades.
Donald Trump se presentó a la elección
presidencial como candidato de los inmigrantes llegados del norte de Europa, o sea
de los WASP no puritanos. Basó su campaña electoral en la promesa de
devolverles el país confiscado por los puritanos e invadido por hispanos que rechazan
integrarse a su cultura. Su divisa «America First» debe interpretarse como la
restauración del «American Dream», el sueño estadounidense de hacer fortuna,
frente al proyecto imperialista puritano y la ilusión del multiculturalismo.
La defensa de la Bill of Rights comprende
el derecho a manifestar, incluso para los grupos extremistas, estipulado en la
1ª Enmienda, y el derecho de los ciudadanos a portar armas para resistir a los
posibles excesos del Estado federal, derecho estipulado en la 2ª Enmienda. Es
por tanto perfectamente legítimo que el presidente Trump haya respaldado el
derecho de los grupos racistas de Charlottesville a manifestar y que haya
expresado apoyo a la National Rifle Association (NRA), defensora de la posesión
de armas. Esta filosofía política puede parecer absurda a los no estadounidenses,
pero corresponde a la Historia y la cultura de Estados Unidos.
Los dos poderes más importantes de un
presidente estadounidense son:


Pero resulta que Donald Trump dispone sólo
de algunas decenas de seguidores fieles para cubrir miles de plazas de
funcionarios y que el Pentágono ya cuenta con su propia doctrina estratégica. Trump
está por tanto obligado a determinar cuáles son las decisiones capaces de
modificar el sistema y reservarse para ellas.
Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump
ha venido actuando efectivamente para:



Trump acaba de poner a Jerome Powell a la
cabeza de la Reserva Federal. Es la primera vez que esa institución tiene un presidente
que no es economista sino jurista. Su misión será poner fin a la política
monetarista y a las reglas en vigor desde la derrota de Estados Unidos en Vietnam
y el fin de la convertibilidad del dólar en oro. Jerome Powel tendrá que
concebir nuevos reglamentos que pongan el capital al servicio de la producción
y no de la especulación, como hasta ahora sucede.
La reforma fiscal de Donald Trump debería
suprimir todo tipo de exoneraciones y reducir las tasas sobre las empresas de
35 a 22%, o incluso a 20%. Los expertos están divididos en cuanto a saber qué
clases sociales van a beneficiarse con esas medidas. Lo único seguro es que,
vinculada con la reforma aduanera, hará menos rentables los numerosos puestos
de trabajo que las transnacionales han transferido al extranjero y llevará a
que diversas industrias regresen a suelo estadounidense.
En el plano internacional, Trump ha puesto
fin al reclutamiento de nuevos yihadistas y al apoyo que ciertos Estados
aportaban a esos elementos, exceptuando el respaldo del Reino Unido, Qatar y Malasia,
que siguen aplicando esa política. Sin embargo, no ha detenido la implicación
de empresas transnacionales y de altos funcionarios internacionales en la
organización y financiamiento del yihadismo.
En vez de disolver la OTAN, como había
pensado hacerlo inicialmente, la transformó obligándola a abandonar el uso del
terrorismo como método de guerra y la ha llevado a convertirse en una alianza
antiterrorista.
Trump sacó además a Estados Unidos del
Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, concebido contra China. En agradecimiento,
Pekín redujo considerablemente sus derechos de aduana, demostrando así que es posible
instaurar la cooperación entre Estados en lugar de la anterior situación de
enfrentamiento.
En el plano interno, el presidente Trump
puso al juez Neil Gorsuch en la plaza que estaba vacante en la Corte Suprema,
instancia encargada de hacer evolucionar la interpretación de la Constitución,
lo cual incluye la Bill of Rights. El juez Gorsuch es un magistrado célebre por
sus estudios sobre el sentido original de esos textos y parece, por tanto,
capaz de restablecer el compromiso básico de la creación de Estados Unidos.
En 1998, Igor
Panarin –por entonces uno de los directores de los servicios secretos rusos–
pronosticaba una guerra civil y la división de Estados Unidos en 6 Estados
diferentes para una época próxima a los años 2010. Pero el golpe de Estado que
tuvo lugar en Washington el 11 de septiembre de 2001 retrasó ese proceso. El periodista
Colin Woodard reactualizó en 2012 los datos de Panarin y comprobó que
la movilidad de los estadounidenses los ha llevado a reagruparse en 11 grupos
comunitarios culturales separados y coexistentes, sin que los negros lleguen a
formar una comunidad por hallarse simultáneamente integrados y discriminados en
2 de esas 11 comunidades.
Aunque ese balance resulta muy
satisfactorio para los electores del presidente Trump, es aún demasiado pronto
para saber si facilitará la integración de los no WASP o si provocará, por el contrario,
que sean expulsados de la comunidad nacional. Según el especialista en
geopolítica mexicano Alfredo Jalife, dos terceras partes de los hispanos que no
hablan inglés en Estados Unidos viven en California, territorio robado a México.
Donald Trump pudiera verse tentado a
resolver el problema cultural y demográfico de Estados Unidos favoreciendo la
secesión de ese Estado, o sea el llamado «Calexit», expresión inspirada en el
ya célebre «Brexit». En ese caso, la Casa Blanca tendría que enfrentar los
problemas que plantearía la pérdida de la industria del espectáculo con sede en
Hollywood, de la industria del software asentada en Silicon Valley y, sobre todo,
perder la base militar de San Diego. La operación que la Casa Blanca y sus
enlaces han iniciado en Hollywood, al calor del caso Weinstein, parece indicar
que ese proceso ya está en marcha.
La secesión de California podría iniciar
un desmantelamiento étnico de Estados Unidos hasta reducir ese país al
territorio inicial de los 13 Estados que adoptaron la Constitución, incluyendo
la Bill of Rights. Esa es, en todo caso, la hipótesis formulada hace tiempo por
el especialista ruso en geopolítica Igor Panarin.
42 años de traición al pueblo saharaui
www.rebelion.org / 301117
El mes de noviembre marca para los pueblos
árabes un mes infausto. Un mes marcado de fechas trágicas, que nos obliga a
mirar la historia, aprender de ella y recordar como una obligación política y
moral.
Efectivamente, en el mes de noviembre del
año 1917 se estableció la Declaración Balfour que marcaría la complicidad de
occidente con la creación de un “hogar nacional judío” en tierras palestinas.
También en el mes de noviembre, pero del año 1947 la organización de las
naciones unidas sancionaría la Resolución N° 181 sobre la partición de
Palestina, que sentaría un precedente nefasto en orden a expoliar y fragmentar
el territorio palestino otorgando el 54% de sus tierras a colonos sionistas
afincados en palestina.
Una
marcha colonialista
Igualmente, el mes de noviembre pero en este
caso del año 1975 representa una fecha infausta para el pueblo saharaui, que
rememora su propia Nakba a manos de Marruecos tras la llamada Marcha Verde. Año
tras año desde el 6 de noviembre, desde 1975, al conmemorarse la denominada
Marcha Verde –que dio inició a la ocupación de Marruecos del territorio
saharaui– esta fecha me hace reiterar la afirmación y ampliar mis convicciones,
respecto a que al pueblo saharaui se le ha robado su territorio y su desarrollo
como nación, pero no su valentía y dignidad.
Marcha que marcó, igualmente, el inicio de
la guerra entre Marruecos y la República Árabe Saharaui Democrática –RASD– en
un conflicto armado que se prolongó 16 años. El día 6 de septiembre del año
1991 las fuerzas saharauis y de Marruecos cesaron el fuego que inundó esa zona
del Magreb. No se declaró el fin de las hostilidades entre las fuerzas del
Frente Polisario y Marruecos, sino que un simple armisticio. En dicha fecha el
pueblo saharaui, a través de su organización política y armada decidió asumir el
proceso de paz siempre y cuando la monarquía marroquí, respetara la decisión
del referéndum, que debía ser conducido e implementado por la Organización de
Naciones Unidas –ONU– a través de la Misión de las Naciones Unidas Para el
Referéndum en el Sahara Occidental –MINURSO– Los saharauis han cumplido, han
cedido, han esperado. Marruecos, España, Francia y la ONU han traicionado los
compromisos asumidos.
Una declaración de alto al fuego surgida
en un marco poco estable, que poco a poco comenzó a mostrar esa fragilidad,
consolidando el temor respecto a que el proceso de referéndum nació malherido,
sobre todo por las presiones de la Casa Real Marroquí que, avalada por sus
alianzas con España, Francia y Estados Unidos, desconoció el censo efectuado
por España el año 1974 y los requisitos necesarios para identificar los
votantes autorizados. Elemento crucial, pues de esa manera, Marruecos aumentó
artificialmente el número de votantes, sumando a miles de colonos traídos a los
territorios ocupados, modificando la naturaleza de dicho referéndum.
Situación que comienza a tener su
explosión bélica, con la entrada en territorio saharaui de la Marcha Verde.
Proceso político destinado a presionar a las Naciones Unidas, a España y
preparar el escenario de la invasión al Sáhara occidental. Iniciada a mediados
del mes de octubre del año 1975 y que cruza la frontera con el territorio
saharaui el día 6 de noviembre. Se marca así el inicio de la ocupación y
proceso colonizador de Marruecos del Sáhara occidental, consolidando la
conducta indigna de la potencia ocupante –España– que abandona el territorio,
traicionando los anhelos del pueblo saharaui e incumpliendo sus obligaciones
como potencia colonial desde el año 1885 en la zona, permitiendo la irrupción –por
felonía y acuerdos firmados a espaldas del pueblo saharaui– de las fuerzas de
Marruecos y Mauritania, impidiendo, de esa forma, la organización de un
referéndum por la independencia bajo el mandato de las Naciones Unidas.
La invasión del Sahara generó la
resistencia del pueblo saharaui, agrupado en torno al Frente Popular de
Liberación de Saguía el Hamra y Río de Oro –Frente Polisario– fundado el año
1973, que ha desafiado a Marruecos y su política de anexión del territorio
saharaui.
Mauritania en esta historia fue derrotado
contundentemente por las fuerzas saharauis y obligado a firmar la paz el año
1977, continuando la contienda entre las precarias, pero heroicas fuerzas del
Polisario contra el bien equipado ejército marroquí. Entre el año 1975 y 1991
se enfrentaron las fuerzas saharauis apoyadas por Argelia, principalmente,
contra el Reino Alauita de Marruecos, asistido éste por Occidente: Francia y
Estados Unidos al que se unieron en materia de apoyo financiero, tecnológico y
labores de inteligencia, tanto Arabia Saudita como Israel.
La Marcha Verde comenzó a la par de la
decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya quien hizo público un
dictamen, para responder la interrogante respecto a que si Sáhara occidental
era, al momento de la colonización por España un territorio sin dueño –¿Era el
Sáhara Terra Nullius?– y si la respuesta a la primera pregunta fuera negativa,
conocer entonces cuáles eran los vínculos jurídicos entre este territorio y el
Reino de Marruecos y la entidad mauritana. La CIJLH hizo público su dictamen,
ante las alegaciones marroquíes el 16 de octubre de 1975, estableciendo que no
existía vínculos de soberanía territorial entre el Sahara Occidental y el Reino
de Marruecos o el conjunto Mauritano, como lo afirmaba Rabat, quien alegaba que
era necesario respetar el derecho de la integridad territorial.
Los vínculos jurídicos establecidos en
dicha sentencia establecieron la falsedad de dicha afirmación, pues la Corte
declaró que no existían derechos que supusieran reponer una supuesta integridad
territorial inexistente. La tesis sostenida por Marruecos no tuvo éxito, pero
ello no impidió que este país, el mismo día de conocerse la opinión de la Corte
de La Haya, diera continuidad a la denominada Marcha Verde convocada por Hassan
II, y en la que se movilizó 350.000 personas, que se lanzaron a través del
desierto para reivindicar el territorio del Sahara, enmarcados en el color
verde que representa el color del Islam, queriendo de ese modo darle una
legitimidad histórica y religiosa a un acto de despojo, ocupación y violación
del derecho internacional. Unidos a esos civiles, 25 mil soldados entraron a
territorio saharaui violando desde entonces los derechos del pueblo saharaui.
La monarquía marroquí instituyó como
fiesta nacional el día 6 de noviembre de 1975, que celebra el despojo de la
patria saharaui y la violación del derecho internacional. Cada nueva
conmemoración de la Marcha Verde nos lleva a recordar un viejo aforismo que
sostiene “la historia no se repite, pero... cómo no recordar con este hecho
violatorio las numerosas transgresiones a la resolución número 242 de las
Naciones Unidas, que ordenaba a Israel retirarse de los territorios ocupados
luego de la Guerra de los Seis Días, en el año 1967 y en lugar de ello, hasta
el día de hoy dicho país sigue colonizando territorios que legítimamente
pertenecen al pueblo palestino.
Cada 6 de noviembre, nos recuerda la
analista Salka Embarek, la monarquía marroquí celebra el inicio de
la ocupación de la patria saharaui, acontecimiento que dio inicio al genocidio
de su población, la vulneración de todos su derechos y el robo de sus riquezas
“cuestión que año tras año vuelve a poner sobre la mesa la responsabilidad de
España, el abandono de la que fuera una más de sus provincias, junto a su
población, el inconcluso proceso de descolonización, las resoluciones de la ONU
a favor de los derechos del pueblo saharaui, la necesidad de hacer cumplir a
Marruecos con la legalidad internacional y la imposición de la justicia para el
pueblo saharaui como su derecho a ser soberano”.
La Marcha verde no sólo significó la
presencia como potencia ocupante de Marruecos en suelo saharaui sino el inicio
del destierro de su población. La población saharaui, que logró huir de la
invasión, por parte de las fuerzas militares marroquíes el año 1975, atravesó
cientos de kilómetros de calcinante desierto bajo el bombardeo de la aviación
de Marruecos que lanzaba napalm y fósforo blanco. Esa población que logró
sobrevivir a la sed, las inclemencias de la hamada, las enfermedades, terminó
estableciéndose en una zona del sur de Argelia denominada Tinduf. Una región
donde el vivir se dificulta en extremo. Allí donde las temperaturas alcanzan
los 50 grados, también se viven catastróficas inundaciones de un barro que
destruye todo, como fue en noviembre del 2015.
A pesar que nada parece sobrevivir en la
Hamada, los saharauis la han colmado de su esperanza, de su vida. El orgullo y
la dignidad de este pueblo tienen mucho que decirnos, en base a su convicción
política y el derecho a recuperar de pleno derecho su tierra. El vivir en una
serie de campamentos que reciben el nombre de sus provincias ocupadas: Dajla,
Aussert, Smara, El Aaiun, Boujdour y su capital administrativa Rabouni, la
organización del gobierno saharaui y la vocación pacífica, laboriosa y
esperanzadora de su pueblo destaca por la disciplina, el vigor y el orgullo de
ser saharaui. La sensación y luego la certeza que se tiene al visitar estos
territorios, es que existe y tenemos una deuda con esos hombres y mujeres, que
se palpa en cada Wilaya, en cada Daira, en cada Jaima, donde miles de seres
humanos sueñan con recuperar lo que les ha sido arrebatado a sangre y fuego.
A inicios del cuarto lustro del siglo XXI,
junto al valor de los pueblos de palestina, Siria, Bahrein, Yemen, entre otros,
agredidos por el apetito insaciable de la triada entre imperialismo, sionismo y
wahabismo. Cuando todo ello aún sigue presente, hay que resaltar al pueblo
saharaui. Un pueblo, que sufre una criminal ocupación, que ha cercenado su vida
como sociedad, con parte de su población sometida a la política colonial de la
monarquía marroquí y la otra parte de ella, situada en los campamentos de
Tinduf, en territorio argelino, viviendo en la dignidad con que sólo un pueblo
digno, a pesar de lo brutal del entorno, podría vivir.
El pueblo saharaui, con su respeto a las
leyes internacionales, ante su vocación de sociedad pacífica no ha recibido más
que bofetadas a su anhelo de autodeterminación. Un pueblo que ha recibido
engaños, traición, complicidad con el criminal y la conducta colonizadora y
criminal de la monarquía marroquí que tiene múltiples cuentas que rendir ante
la sociedad saharaui, el mundo y sus organismos internacionales.
Un pueblo saharaui, que más temprano que
tarde verá bañar sus sueños en las costas atlánticas y verá consolidar sus
objetivos de alcanzar la libertad. Un pueblo que desde el año 1975, abandonado
traicioneramente por España e invadido vilmente por Marruecos, comenzó su
propia y personal catástrofe colectiva. Los saharauis han vivido su propia
Nakba –su propia catástrofe– concepto con que definen los palestinos los
sucesos del año 1948 cuando debieron abandonar sus tierras en el marco de la
ocupación sionista de Palestina. Los saharauis viven una situación similar.
Así, después de 42 años, la Nakba saharaui
sigue siendo un continuo de la política colonizadora de la monarquía marroquí,
el robo permanente de las riquezas, de la tierra, del agua, de los yacimientos
de fosfatos de los caladeros atlánticos, de la segregación del pueblo saharaui
en los territorios ocupados y del impedimento de volver de aquellos que pueblan
los campamentos en Tinduf. Cada 14 de noviembre el pueblo saharaui recuerda su
Nakba, cada 14 de noviembre debe ser un golpe a nuestra conciencia, un re-corderis
(un volver a pasar por el corazón) respecto a que la autodeterminación y el
retorno son los objetivos prioritarios del pueblo saharaui. No hay otro camino,
no hay otra solución, incluso si ello implica retomar las armas y lanzarse al
asalto por concretar sus sueños de autodeterminación.
Parafraseando a Blaise Pascal, es posible
dar cuenta que la dignidad tiene razones que los inmorales desconocen y que el
recordar la lucha del pueblo saharaui permite entender que la dignidad de los
hombres y mujeres de esta parte del mundo, los eleva a la categoría más alta
del ser humano, aquella que habla de una sociedad digna, valiente, clara en sus
objetivos, paciente, astuta, valerosa, entusiasta y que a pesar de décadas de
despojo, abandono y represión, no flaquea en sus anhelo de una patria que vaya
desde Saguia El Hamra hasta el Río de Oro. Desde la Hamada Argelina hasta la
costa atlántica. Y eso, los indignos, los viles, los que lucran con los derechos
de los pueblos, los que envilecen la condición humana, no entenderán jamás, que
la dignidad tiene nombre de Sáhara.
Honduras, golpe blando y república bananera
Luis Hernández Navarro
www.jornada.unam.mx / 051217
Mucho antes de ser candidato opositor a la
presidencia de Honduras, Salvador Nasralla Salum era un personaje ampliamente
conocido en su país. Apodado El señor de la televisión, ha sido, por más de 30
años, comentarista deportivo, conductor del certamen de belleza Miss Honduras y
presentador de programas de concurso, como Bailando por un sueño.
Nada en su biografía sugiere que sea un
hombre de izquierda. Nacido en el seno de una familia acomodada de origen
libanés en 1953, estudió ingeniería industrial en la Universidad Católica de
Chile, fue gerente de la Pepsi Cola y se casó recientemente con una Miss
Honduras, 38 años menor que él.
Nasralla incursionó en política en 2013,
como candidato a la presidencia de la República por el Partido Anti Corrupción
(PAC). En aquel entonces, el Partido Libertad y Refundación (Libre), del
derrocado presidente Manuel Mel Zelaya, dijo que la postulación de El señor de
la televisión era una maniobra para dividir el voto opositor y favorecer al
oficialista Juan Orlando Hernández.
Pero, más allá de ese pasado, hoy Nasralla
está al frente de una multitudinaria movilización popular que busca frenar el
fraude electoral en su contra y echar atrás el decreto de estado de sitio. El
conductor de televisión fue postulado como aspirante a la presidencia de
Honduras por un frente electoral bautizado como Alianza de Oposición contra la
Dictadura, en el que participan el Partido Innovación y Unidad (PINU), el
Partido Libre, de Mel Zelaya, y el PAC, con un amplio apoyo de movimientos
sociales. Y, según todas las evidencias, ganó las elecciones del domingo del 26
de noviembre.
El fraude contra Nasralla (un golpe de
Estado blando) pretende mantener en el cargo para un nuevo periodo al actual
presidente Juan Orlando Hernández, quien se presentó a las elecciones amparado
en una sentencia de la Corte Suprema de Justicia que avala la relección, a pesar de que, desde hace 35 años, la Constitución la
prohíbe.
El plan de gobierno de la alianza busca
ser una respuesta colectiva frente a la demanda de bienestar y cambios sociales
que históricamente los sectores conservadores le han negado al pueblo
hondureño. Llama a revertir las privatizaciones e impulsar un modelo económico
alternativo. Una de sus demandas centrales es la derogación de las zonas de
empleo y desarrollo económico (Zede), la principal promesa de campaña del
presidente Hernández.
El ofrecimiento de abrogar las Zede es una
de las razones centrales que animan el golpe blando. Nasralla no es la primera
personalidad en sufrir las consecuencias por rechazar esta iniciativa. Cuando
la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional la Ley de Regiones
Especiales de Desarrollo, el ejército rodeó el Congreso, y el Legislativo
ordenó, con un pretexto absurdo, la destitución de cuatro de los seis
magistrados de la sala de lo constitucional que habían echado por tierra el
proyecto de las Ciudades Modelo.
El gran capital trasnacional ha impulsado
las Zede. Como lo muestra el esclarecedor reportaje de Carlos Dada publicado en
el portal digital salvadoreño El Faro (https://goo.gl/bGaVty ), las zonas están estrechamente ligadas
a un grupo de libertarios estadunidenses que buscan la concesión de zonas
territoriales, incluyendo su población, en las que los empresarios invierten en
un proyecto, crean su propia policía y no aplica la ley hondureña. A cambio, el
Estado les garantiza exenciones tributarias y la expropiación de las tierras
que necesiten. Su primer gran negocio es un megapuerto en el golfo de Fonseca.
Figura clave de esta iniciativa es el
consultor político yanqui Mark Klugman, asesor del presidente Juan Orlando
Hernández y parte del equipo que redactaba los discursos del presidente Ronald
Reagan, quien lleva décadas trabajando con la derecha centroamericana. Como
documenta Dada, Klugmann tiene autoridad legal para concesionar y autorizar
zonas enteras del territorio hondureño en las que no aplicará la ley, a
corporaciones que no pagarán los impuestos previstos para el resto del país.
Las Zede son zonas francas con
extraterritorialidad fiscal, con autonomía aduanera y jurisdiccional. Por medio
de ellas se cambia soberanía por inversiones y –supuestamente– creación de
empleo. Son áreas del territorio sujetas a un régimen especial en las que los
inversionistas están a cargo de la política fiscal, de seguridad y de
resolución de conflictos. Entre otras competencias deben establecer sus propios
órganos de seguridad interna con competencia exclusiva en la zona, incluyendo
su propia policía, órganos de investigación del delito, inteligencia,
persecución penal y sistema penitenciario; así como la vinculación con la
estrategia de seguridad del país.
Adicionalmente al papel que juega el
rechazo a las Zede, otros tres elementos explican el golpe blando en Honduras
contra la alianza contra la dictadura. El primero es la narcopolítica. Como
dijo a la BBC el analista Ismael Moreno, a propósito de las confesiones de Los
Cachiros ante la justicia estadunidense: “Lo que se confirma es que en los
últimos 20 años hemos ido pasando (…) a tener un Estado conducido por mafias
criminales, en el que los políticos se han convertido en lavadores de los
narcos” (https://goo.gl/jq3tvS).
La red de intereses articulada alrededor de Juan Orlando Hernández necesita que
el mandatario continúe en el puesto para garantizar impunidad y continuidad del
negocio.
Los otros dos, de carácter geopolítico,
han sido puestos sobre la mesa por Atilio Borón. Honduras, explica el analista
argentino, “limita con dos países como El Salvador y Nicaragua que tienen
gobiernos considerados como ‘enemigos’ de los intereses estadunidenses y la
base aérea Soto Cano, ubicada en Palmerola, tiene una de las tres mejores
pistas de aviación de toda Centroamérica y, además, es escala obligada para el
desplazamiento del Comando Sur hacia Sudamérica”.
El primer golpe de Estado auspiciado por
la United Fruit Company se dio en Honduras en 1912. Hoy, 105 años después, con
la modalidad de un golpe blando aunque con otros actores, la historia se
repite. Honduras sigue siendo una república bananera, a no ser que el pueblo
que está en las calles diga lo contrario.
La nueva teoría de las élites occidentales sobre la «amenaza china»
Jiang Feng
www.voltairenet.org / 041217
Al retirarse, desde el inicio de su
mandato, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el presidente
Trump puso fin a la guerra económica contra China. En pago, China redujo sus
derechos de aduana, no sólo a los productos de Estados Unidos sino a todas sus
importaciones. Ese acercamiento entre Washington y Pekín es sin dudas el acontecimiento
político más importante de 2017. Pero Occidente no acaba de entenderlo.
Hace 40 años que el mundo sigue la
evolución de China con una mirada atenta en la que se conjugan idolatría y
recelo. El mes pasado [octubre], las publicaciones más importantes de Occidente,
como el semanario estadounidense Time, el diario francés Le Monde y la revista
alemana Der Spiegel, imprimieron sus titulares en caracteres chinos o en pinyin
anunciando al mundo entero: «China: gran vencedora», «El aumento del poderío de
China» y «China: el despertar de un gigante».
Der Spiegel escogió el término chino xing lai
(que significa “despertar”) para anunciar su artículo «China: el despertar de
un gigante». Por una parte, el artículo toma nota del despertar del gigante
chino e interpreta la visita del presidente estadounidense Donald Trump como un
acto de sumisión, incluso como un traspaso del bastón de mando o del estatus de
primera potencia mundial.
Por otra parte, Der Spiegel exhorta a
Occidente a su propio despertar inmediato y a enfrentar como un bloque el
ascenso de China. La publicación alemana reconoce a China importantes avances
en varios sectores. Pero los percibe como una amenaza para el mundo occidental,
haciéndose eco de la tristemente célebre teoría del «peligro amarillo» o de la
«amenaza china».
Antes, cuando los medios de difusión
occidentales utilizaban esta «teoría» como herramienta de propaganda, no creían
que el ascenso chino sería tan vertiginoso. Hoy se ven ante una China que ha
alcanzado un poderío sin igual, que sobrepasa al mundo occidental en numerosos
aspectos, tanto en el plano económico como en los sectores político,
tecnológico y cultural. Según Der Spiegel, China y Occidente están condenados a
vivir eternamente en conflicto.
Cuando tratan de anticipar la evolución de
China, ciertas élites occidentales fluctúan entre la teoría del «derrumbe
chino» y la de la «amenaza china», lo cual lleva a Lester Brown, presidente del
Earth Policy Institute, a preguntar «¿Quién alimentará a China?», afirmando que
el alza de la demanda china agravará la escasez de alimentos a escala
mundial. La realidad es que China alimenta, no sólo a su inmensa población sino
también al mundo entero con una contribución de más de 30% al crecimiento
económico actual.
Hubo una época en que esas mismas élites
se preguntaban qué podría salvar a China y su economía «coja». No vacilaban
entonces en afirmar que China sólo podría convertirse en gran potencia si tomaba
el sistema político occidental como ejemplo. Pero ha resultado, desde aquel
momento, que prácticamente ninguno de los países que emprendieron las reformas
inspiradas por las élites occidentales ha podido desarrollarse correctamente. A
veces hasta han retrocedido y en ciertos casos se hallan al borde del colapso.
Y hasta el propio Occidente se ha dado cuenta finalmente de que su sistema no sólo
sería incapaz de salvar a China sino que su eficacia misma es en definitiva muy
discutible.
Occidente no ve con agrado que el ascenso
de China mantenga un ritmo tan acelerado. Por eso es que la pregunta «¿Quién va
a oponerse a China?» aparece cada vez más frecuentemente en los medios de
difusión occidentales. Y todas las esperanzas recaen en Estados Unidos y en su
presidente.
Pero Trump y su eslogan «America first» no
parecen interesados en la ideología de las élites occidentales. Así que,
frustradas, estas últimas hablan de Trump como el presidente que se prosterna
ante China para lograr sus favores.
En su empeño por atraer a Trump hacia sus
causas, esas élites afirman que el desarrollo y el poderío de China representan
un peligro para Estados Unidos, promoviendo así una variante cada vez más
alarmista de la teoría de la «amenaza china».
No es sorprendente que a Occidente le cueste
tanto trabajo entender a China en la medida en que se trata de dos mundos con
valores completamente diferentes. Las élites occidentales, que desprecian la
cultura china, harían mucho mejor en ir a buscar en sus propios ancestros al menos
una pizca de sabiduría.
Deberían recordar que el emperador francés
Napoleón Bonaparte predijo en su momento el despertar de China e intimó a los
emisarios ingleses a no invadir este país y a buscar mejor un acuerdo
beneficioso para ambas partes. Más recientemente, el ex canciller alemán Helmut
Schmidt también recordó que Occidente no debería reprochar a China el hecho de
tener una forma diferente de funcionamiento y que tendría más bien que mostrar
respeto a esta civilización milenaria, y también hacia sus recientes reformas y
su también reciente desarrollo, y dejar de cometer errores sobre ella.
Este error de juicio sobre China lleva a
Occidente a un callejón sin salida ideológico. En vez de sacar enseñanzas del
programa de desarrollo y de las reformas chinas, las élites occidentales
mantienen un estado de ánimo belicoso y tratan de entorpecer el desarrollo de
China. Eso puede frenar a China momentáneamente pero no puede afectar a largo
plazo la dirección general de su desarrollo.
La nueva versión de la «teoría de la
amenaza china» busca sembrar confusión y provocar una escalada de las tensiones
entre China y Estados Unidos. Si esa maniobra alcanzara sus objetivos, el mundo
se vería sumido en el caos. China no debe prestar atención a todas esas
«teorías». Su desarrollo es lo más importante.
Music for reading - Chopin, Beethoven, Mozart, Bach, Debussy, Liszt, Sch...
TRACKLIST
Music for Reading
01 Chopin - Nocturne Op. 9 No. 2 in E-Flat Major
02 Schubert - Serenade "Leise Flehen Meine Lieder" 4:40
03 Chopin - Piano Prelude No. 15 "Raindrop" 9:12
04 Beethoven - Piano Sonata Op. 13 (II: Adagio) 14:47
05 Chopin - Waltz Op. 69 No. 1 in A Flat major 19:57
06 Bach - Violin concerto in E Major (II: Adagio) 24:47
07 Mozart - Piano Concerto No. 21 31:46
08 Chopin - Prelude, Op. 28 No. 17 in A major 37:25
09 Debussy - Clair de Lune 40:23
10 Schubert - Moment Musical Op. 94 D.780 N. 1 in C Major 42:56
11 Liszt - Liebesträume (Love Dream) in A-Flat Major 45:58
12 Chopin - Prelude, Op. 28 No. 6 in B minor 50:26
13 Bach - Solo Cello Suite No 6: Prelude 52:32
14 Chopin - Nocturne Op. 15 No. 2 57:09
15 Bach - Suite for Orchestra No. 3 "Air on the G String" 1:00:32
16 Chopin - Nocturne, Op. 27 No. 2 in D Flat major 1:05:01
17 Mozart - Eine Kleine Nachtmusik (II: Andante) 1:09:36
18 Chopin - Nocturne Op. 9 No. 1 in B Flat minor 1:14:39
19 Beethoven - Fur Elise 1:20:04
20 Schumann - Kinderszenen Op. 15 (I: Von fremden Laendern und Menschen) 1:22:42
21 Beethoven - "Moonlight" Piano Sonata No. 14 in C-Sharp Minor, Op. 27 (I: Adagio sostenuto) 1:24:38
Esto no traerá paz a Israel; todo lo contrario
Robert Fisk
www.jornada.unam.mx / 081217
Me llamaron de una radio irlandesa de
Dublín para conocer mi postura ante la decisión del presidente Donald Trump de
reconocer a Jerusalén como capital de Israel. ¿Qué pienso que ocurre dentro de
la mente del presidente de Estados Unidos?, me preguntaron.
No tengo la llave del asilo de lunáticos,
respondí de inmediato. Lo que alguna vez pudo haber sido una absurda y
exagerada declaración fue aceptada simplemente como una reacción normal a lo
dicho por el líder de la principal potencia mundial. Al volver a escuchar el
discurso que Trump dio en la Casa Blanca me di cuenta de que pude haberme
expresado incluso con mayor libertad. Lo dicho en el documento es loco,
descabellado, vergonzoso.
Adiós, Palestina. Adiós a la solución de
dos estados. Adiós a los palestinos. Porque esta nueva capital israelí no es
para ellos. Trump ni siquiera usó la palabra Palestina. Habló de Israel y los
palestinos: en otras palabras, de un Estado y aquellos que no merecen –y no
deben aspirar más– a un Estado.
No me sorprende haber recibido anoche la
llamada desde Beirut de una mujer palestina que acababa de escuchar a Trump
destruir el proceso de paz.
“¿Recuerdas El reino del paraíso?”, me
preguntó en referencia a la gran película de Ridley Scott sobre la caída de
Jerusalén en 1187. Bueno, pues ahora es el reino del infierno.
No es el reino del infierno. Los
palestinos han vivido en una especie de infierno durante 100 años, desde que en
la Declaración de Balfour, Gran Bretaña manifestó su apoyo a la patria judía en
Palestina con una sola frase –misma que le da tanto orgullo a nuestra amada
Theresa May– y que se volvió el libro de texto de los refugiados y de los
futuros árabes palestinos desposeídos de sus tierras.
Como siempre la respuesta árabe fue
repugnante, al advertir de los peligros de la decisión de Trump, que fue
injustificada e irresponsable, como dijo de manera insustancial el rey Salman,
de Arabia Saudita, el así llamado protector de uno de los dos lugares más
sagrados del islam (el tercero está en Jerusalén, pero no llegó a señalar este
hecho). Podemos estar seguros de que en los próximos días, instituciones árabes
y musulmanas formarán un comité de emergencia para enfrentar el peligro. Y como
bien sabemos, sus medidas no tendrán valor alguno.
Fue el análisis lingüístico de Noam
Chomsky que aprendí cuando estaba en la universidad –después él y yo nos
volvimos buenos amigos– el que apliqué al discurso de Trump. Lo primero que
noté, como mencioné antes, fue la ausencia de Palestina. Siempre pongo esta
palabra entre comillas porque no creo que jamás llegue a existir como Estado.
Vayan y vean las colonias judías en Cisjordania y les quedará claro que Israel
no tiene la intención de que éste exista en el futuro. Pero eso no es una
excusa para Trump. Está presente el espíritu de la Declaración de Balfour, que
se refiere a los judíos pero define a los árabes como comunidades no judías existentes
en Palestina. Trump disminuyó aún más el nivel de los árabes de Palestina al
llamarlos simplemente palestinos.
Desde el principio comienzan las
artimañas. Trump habló de una manera fresca de pensar y nuevos enfoques. Pero
no hay nada nuevo sobre Jerusalén como la capital de Israel, dado que los
israelíes han insistido en esto durante décadas. Lo que es nuevo es que, para
el beneficio de su partido, los cristianos evangélicos que afirman apoyar a
Israel desde Estados Unidos, Trump simplemente ha dado la espalda a cualquier
noción de justicia en las negociaciones de paz y echado a correr con la pelota
de Israel.
Presidentes anteriores han tomado medidas
para postergar la adopción de la Ley del Congreso para Jerusalén de 1995 no
porque retrasar el reconocimiento de Jerusalén promueva la causa de la paz,
sino porque tal reconocimiento debe ser otorgado a una ciudad como capital de
dos pueblos y dos estados, no sólo uno.
Luego Trump nos dice que su decisión es lo
mejor para los intereses de Estados Unidos. Sin embargo, no logra explicar cómo
al retirar a Estados Unidos de hecho de las futuras negociaciones de paz y
destruir la aseveración (que ahora es más dudosa que nunca) de que Estados
Unidos es un facilitador honesto de estas pláticas, puede beneficiar a
Washington.
Claramente no lo hará (aunque seguramente
ayudará al partido de Trump a recaudar fondos), pero disminuye el prestigio y
la posición de Estados Unidos en todo Medio Oriente. Además, asegura que, como
cualquier otra nación soberana, Israel tiene derecho a determinar cuál es su
capital. Hasta cierto punto, lord Copper. Cuando otro pueblo –los árabes más
que los judíos– también reclaman a dicha ciudad como su capital (al menos la
parte este de la misma), dicho derecho queda suspendido hasta que llega a
existir una paz final.
Israel podrá reclamar a Jerusalén como su
capital eterna y sin divisiones –de la misma manera en que Netayahu afirma que
Israel es el Estado judío a pesar de que más de 20 por ciento de su población
es de árabes musulmanes que viven dentro de sus fronteras– pero el
reconocimiento de Estados Unidos de esta aseveración implica que Jerusalén
jamás podrá ser capital de ninguna otra nación. Ahí está el punto de fricción.
No tenemos ni la más mínima idea de las verdaderas fronteras de esta capital.
Trump de hecho ha admitido esto en una frase que fue casi del todo ignorada,
cuando dijo: “no estamos tomando una posición (…) sobre las fronteras
específicas de la soberanía israelí sobre Jerusalén”. En otras palabras,
reconoció la soberanía de un país sobre toda Jerusalén sin saber exactamente la
delimitación de dicha ciudad.
De hecho, no tenemos la menor idea de
dónde está la frontera este de Jerusalén. ¿Está acaso a lo largo de la vieja
línea fronteriza que dividía a Jerusalén? ¿Se encuentra a unos dos kilómetros
de distancia al este de Jerusalén oriental? ¿O está a lo largo del río Jordán?
En ese caso, adiós a Palestina. Trump le ha otorgado a Israel el derecho sobre
toda la ciudad como su capital sin tener la más pálida idea de dónde está la
frontera este del país, ya no digamos la frontera de Jerusalén.
El mundo estuvo contento de aceptar a Tel
Aviv como capital temporal de la misma forma en que se hizo como que Jericó o
Ramalá eran la capital de la Autoridad Nacional Palestina después de que Arafat
llegó ahí. Pero no se iba a reconocer Jerusalén como capital israelí aunque
Israel la reclamara como tal.
Entonces, cuando Trump comenzó su más
exitosa democracia, afirmó que la gente de todas las creencias es libre de
vivir y venerar según su conciencia. Confío en que no vaya a decirle eso a los
2 millones y medio de palestinos de Cisjordania que no son libres de entrar a Jerusalén
para ejercer su religión sin un pase especial, o a la sitiada de Gaza que ni
siquiera tienen esperanzas de llegar a la ciudad santa.
Pese a todo, Trump proclama que su
decisión no es más que reconocer la realidad. Supongo que su embajador en Tel
Aviv –quien presumiblemente se mudará a Jerusalén, aunque sea a una habitación
de hotel-, se cree esta patraña, porque fue él quien aseguró que Israel tiene
bajo ocupación sólo 2 por ciento de Cisjordania.
Esa nueva embajada, cuando se complete, se
convertirá en un magnífico tributo a la paz según Trump. Viendo los búnkers en
que se han convertido la mayoría de las embajadas estadunidenses en Medio
Oriente, será un lugar rodeado de rejas blindadas y paredes de concreto
reforzado en cuyo interior habrá pequeños búnkers para el personal diplomático.
Pero para entonces Trump ya se habrá ido (...) ¿o no?
Como de costumbre, nos enfrentamos a uno
de los revoltijos de Trump. Quiere un gran acuerdo para los israelíes y
palestinos, un acuerdo de paz que sea aceptable para ambas partes, pese a que
esto no es posible ahora que él le concedió la totalidad de Jerusalén a Israel
como su capital antes de que existieran las conversaciones sobre el estatus
final que el mundo aún tiene la esperanza de que ocurra entre ambas partes.
Pero si Jerusalén es uno de los temas más sensibles de estas pláticas, si iba a
haber desacuerdo y disenso sobre su anuncio –todo lo cual él admitió– entonces
¿para qué demonios tomó la decisión?
Para cuando cayó en la verbosidad estilo
Blair, diciendo que el futuro de la región se ha postergado por el
derramamiento de sangre, la ignorancia y el terror, el discurso de Trump se
volvió ya insoportable porque nadie tiene estómago para semejante cantidad de
mentiras.
Si se supone que la gente va a responder
al desacuerdo con un debate razonado y no con violencia, ¿cuál es el objetivo
de reconocer a Jerusalén como capital de Israel? ¿Promover un debate, por todos
los cielos? ¿Es eso lo que quiso decir cuando habló de “repensar viejas
suposiciones”?
Pero ya fue suficiente de estas tonterías.
¿Qué nueva temeridad se le puede ocurrir a este miserable para decir más
mentiras? ¿Qué pasaba por su mente confusa cuando tomó esta decisión? Claro:
quiere cumplir sus promesas de campaña. Pero ¿cómo es que puede cumplir su
promesa y no fue capaz, en abril pasado, de decir que la matanza masiva de
millón y medio de armenios en 1917 constituyó un acto de genocidio? Seguramente
porque temió molestar a los turcos, quienes niegan el primer holocausto
industrial del siglo XX. Bueno, pues los turcos están muy molestos ahora.
Quiero pensar que tomó eso en consideración.
Pero olvídenlo. El hombre está loco. Y le
va a tomar muchos años a su país recuperarse de su último acto de insensatez.
¿Por qué la cooperación para el desarrollo no funciona?
Belén Fernández
www.eldiario.es
/ 08/12/17
Hay que trabajar para desenmascarar los
intereses escondidos tras las políticas de desarrollo, para trasladar al Norte
las responsabilidades de los problemas del Sur que le corresponden, para
reforzar las soberanías de los pueblos sobre sus recursos, para poner en marcha
políticas públicas coherentes con los objetivos de desarrollo en
ambos hemisferios
En 2016, el Estado Español destinó 4.096
millones de dólares a Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Muchos, muchos euros
que, aun siendo
más del doble que el año anterior, suponen sólo el 0,33% de la RNB
(Renta Nacional Bruta) de ese mismo año 2016, bien lejos del famoso 0.7%
demandado por numerosos colectivos en defensa de los Derechos Humanos a nivel
internacional.
En aquellas campañas se exigía más dinero
de los gobiernos para solventar “los problemas del Sur”. El hambre, el SIDA, el
analfabetismo… Esas cosas tan de los “países pobres”. Es cierto que, si todos
los países de la Unión Europea, o si nos ponemos soñadoras, todos los Estados
occidentales, todo el Norte opulento, dedicara ese 0.7% a AOD, las ONG, los
Estados del Sur o quien sea que se pusiera a ello, contaría con cantidades más
que suculentas para invertir en desarrollo. Pero, aun así…, ¿sería suficiente?
Rotundamente, no. Y es que el problema del “desarrollo” no es una
cuestión de cuánto, sino de qué, cómo y por qué.
Qué, como punto de
partida para poner la lupa sobre el concepto
mismo de desarrollo, que será el que guíe la Inversión Oficial al
Desarrollo (sí, inversión y no ayuda). Quizá haya que revisar el discurso del
desarrollo lineal, a imagen y semejanza de un Norte que destruye, saquea y
empobrece a otras en su camino al éxito. Quizá. No obstante, a propósito de
este artículo y para no disertar sobre lo que no compete ahora mismo, nos
quedaremos con el concepto de desarrollo más compartido por todos y todas:
escuelas accesibles, sanidad pública de calidad, industria, empresas exitosas,
economías solventes y demás.
Cómo, para darnos
cuenta de que no todo vale. Que no es lo mismo enviar 500 toneladas de excedente
agrícola con valor de X montón de euros, que financiar la construcción de una
escuela en Chitipa bajo la coordinación de una organización local. No voy a
entrar a valorar lo bueno, malo o regular de cada opción. Simplemente, no es lo
mismo. El cómo importa, y mucho.
Y finalmente, por qué. No sólo un por qué, de hecho, si no varios. ¿Por qué
destinan los Estados del Norte esos dinerales a “ayudar” al Sur?,
¿filantropía?, ¿solidaridad simple y llana? ¿Por qué unos Estados ayudan a
unos, y otros a otros?, ¿quién decide el quién? Pero, sobre todo, el por qué
que debería hacer saltar todas nuestras alarmas: ¿por qué no funciona? ¿Por qué
tras más de sesenta años de cooperación internacional para el desarrollo (CID),
siguen sin haberse alcanzado los objetivos deseados?, ¿por qué hemos tenido que
pedir una prórroga y rediseñar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, ahora
transformados en Objetivos de Desarrollo Sostenible?
Más de seis décadas, y el Desarrollo, así
con mayúsculas, es aún un horizonte demasiado lejano. Ante semejante panorama,
veo más que necesario replantearse al asunto. Que los Estados y demás agentes
de CID atiendan a todas las que piden a gritos echar el freno, evaluar,
redirigir. A todas las que se han preguntado y se siguen preguntando: ¿¡qué
pasa!? ¿Estamos haciéndolo todo mal?, ¿hay que invertir de otra manera?, ¿son
el hambre y la pobreza realidades insolventables y debemos tirar la toalla?
Quizá, quizá toda la culpa sea de las ONG,
de las cooperantes, de los Ministros de Exteriores, o incluso de las
poblaciones del Sur. O, quizá, es que hay fuerzas empujando en la dirección
opuesta que impiden el avance. Quizá.
Quizá sea imprescindible echar ese freno,
levantar la mirada del Sur y abrir los ojos para analizar la miríada de
conexiones o interferencias a nivel global, entre unos Estados y otros, entre
Estados y comunidades locales, entre comunidades y multinacionales, entre
multinacionales y… Entre Norte y Sur. En estas interferencias, profundas,
plurales y demasiado poco exploradas, se esconden las claves para entender el
fracaso de la CID.
Las palabras, cómo no, importan. Por eso
hablo aquí de interferencias y no simplemente de relaciones -internacionales-,
para poner el énfasis en la direccionalidad, para utilizar un concepto más realista,
despojado de ese aire de neutralidad que envuelve las Relaciones
Internacionales. Porque las RRII están muy lejos de ser neutras, tanto en
intereses como en efectos. Así podemos empezar a indagar y descubrir que estas
interferencias entre Norte y Sur – o más certeramente, del Norte hacia el Sur –
tienen efectos positivos, algunas, y negativos, muchas, sobre las poblaciones y
el medio al otro lado del mundo.
Aquí resulta muy útil utilizar los
términos desarrollados por David Llistar
en su libro Anticooperación, y hablar de “cooperación” cuando estas
interferencias tienen un efecto positivo en el Sur, y de “anticooperación”
cuando hacen más mal que bien. Este análisis nos permite poner en una balanza
todas las interacciones Norte – Sur, incluida la AOD – desgranada en todos los
pequeños mecanismos y acciones que conlleva-, y acompañada de las relaciones
financieras y comerciales, la inversión extranjera directa, los flujos y las
políticas migratorias, la exportación de residuos, la importación de materias
primas… En fin, todas las pequeñas y grandes interferencias políticas,
económicas, culturales y sociales que podemos encontrar si revisamos en
profundidad las “Relaciones Internacionales” entre el Norte y el Sur.
Entonces, con esta balanza bien cargada,
¿hacia qué lado creéis que va a oscilar? De un lado, la ayuda útil y
verdaderamente solidaria, sin intereses escondidos y que responde a necesidades
reales de las poblaciones del Sur. De otro lado, cositas como la reprimarización
del Sur y la consiguiente pérdida de su capacidad y autonomía productiva,
motivada por los acuerdos comerciales con potencias del Norte; la dinámica
económica y las políticas liberalizadoras de organismos como el FMI, el BM o la
OMC, donde los gobiernos del Sur se encuentran notablemente menos
representados; el neocolonialismo cultural embarcado en los medios de masas y
la industria cultural occidental… Y podríamos seguir con una larga lista, pero
creo que nos hacemos una idea.
Observando esta balanza, parece más fácil
entender por qué la CID no funciona. Por qué ni el dinero, ni los proyectos, ni
el tiempo y esfuerzo de tantísima gente está dando los frutos que esperamos,
que queremos. Rescatando el subtítulo de la obra de Llistar, porque “los
problemas del Sur no se resuelven con más ayuda internacional”, sino con un
cambio profundo en el Norte, en la estructura económica internacional y en las
dinámicas de poder globales. Lo cual, obviamente, no es tan fácil como
construir una escuela en Chitipa.
No quiero decir con esto que nos batamos
en retirada, abandonando al Sur a su suerte. “Dejarles en paz” ya no es una
opción, el daño está hecho y es nuestra responsabilidad (incluyéndonos a ti y a
mí en ese Norte culpable, aunque tengamos algo menos de carga que otros) ayudar
a repararlo. Por supuesto, en el corto plazo esos proyectos de ayuda útil y
verdaderamente solidaria son necesarios, pero si queremos que exista un futuro
donde no haya que hablar de hambre, hace falta trabajar también con la vista en
el largo plazo.
Trabajar para desenmascarar los intereses
escondidos tras las políticas de desarrollo, para trasladar al Norte las
responsabilidades de los problemas del Sur que le corresponden, para reforzar
las soberanías de los pueblos sobre sus recursos, para poner en marcha
políticas públicas coherentes
con los objetivos de desarrollo en ambos hemisferios. Trabajar, en
definitiva, sobre las causas y los orígenes de los problemas globales, en lugar
de seguir poniendo tiritas sobre las consecuencias hasta el fin de los tiempos,
sin detener jamás la hemorragia.
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