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Diferencia entre religión y evangelio




www.religiondigital.org / 22.03.2020

Una de las cosas, que están quedando más patentes en esta enorme desgracia que estamos sufriendo - la pandemia del coronavirus - es la diferencia que hay entre la religión y el evangelio. Porque son dos cosas muy distintas. Y, en algunas cuestiones de enorme importancia, son experiencias y prácticas contradictorias. Me explico.

Una de las cosas más patentes, que estamos viendo en estos días, es que las manifestaciones públicas de la religión (procesiones, solemnes ceremonias religiosas, funciones sagradas en los templos, etc) son un estorbo y hasta un peligro. Mientras que, por el contrario (en algunos casos y hasta hace pocos días) echamos en falta que, en la vida y en la convivencia diaria, estuviera más presente el evangelio, que es curación de enfermos, atención a lo que necesitan los más desgraciados de este mundo, los que están en peligro de muerte y hasta los difuntos (mendigos, ancianos, personas marginadas, moribundos y hasta muertos).

Y es que, si todo esto se piensa despacio, caemos en la cuenta de que fueron los “hombres de la religión” los que no pudieron tolerar el “evangelio de Jesús”. Y fueron los sumos sacerdotes del templo los que condenaron a muerte a Jesús, los que forzaron a Poncio Pilatos para que lo crucificaran, los que se burlaron de Jesús en su agonía. Y no se quedaron tranquilos hasta que lo vieron muerto. Es un hecho evidente: la “religión” no pudo convivir con el “evangelio”.

Lo cual es comprensible. Porque “religión” y “evangelio” son medios o caminos para buscar a Dios. Pero son medios o caminos opuestos. La “religión” es un conjunto de creencias, normas y ritos, para tranquilizar la conciencia. El “evangelio” es una “forma de vida” que pone todo su interés en remediar el sufrimiento de quienes lo pasan mal en la vida. Y todo esto es lo que explica por qué la “religión” tiene su centro en “lo sagrado”, mientras que el “evangelio” tiene su centro en “lo humano”.

Y esto es lo que explica por qué, según el “evangelio”, Dios “se encarnó”, es decir: Dios “se humanizó”. Ante todo, en Jesús de Nazaret. De forma que el mismo Jesús le pudo decir al apóstol Felipe: “El que me ve a mí, está viendo a Dios” (Jn 14, 7). Pero no sólo en Jesús. Dios está presente en cada ser humano. Por eso, el mismo Dios dirá a cada cual en el juicio final: “Lo que hicisteis con cada uno de éstos, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Y es que el fondo del asunto está en algo que no nos entra en la cabeza. En nuestra intimidad más honda, llevamos siempre preguntas que no encuentran respuesta. Muchas veces huimos de nosotros mismos o intentamos huir, buscando soluciones en la diversión o el egoísmo. Soluciones de repuesto que duran poco. En el fondo, quedan las preguntas y el vacío. También hay quienes buscan respuesta en la religión. Pero los ritos religiosos son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas, acaban constituyéndose en un fin en sí. Con lo cual, ni resuelven su problema, ni van a ninguna parte. Y para acabar: cuando centramos nuestra vida en el “ethos”, la conducta de la honradez y la bondad, el proyecto de vida que nos humaniza, nos hace honrados y buenas personas, entonces hemos encontrado el EVANGELIO.

Y es con el “proyecto de vida”, que humaniza nuestras vidas, con eso contagiamos felicidad y seremos felices, incluso aguantando las pandemias que nos puedan invadir.

¡Qué enorme equivocación se cometió en la Iglesia cuando, con el paso de los años, terminó por fundirse y confundirse el EVANGELIO con la RELIGIÓN!


«La pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global»


Entrevista Roberto Manríquez
www.rebelion.org | 30/03/2020

Para el pensador estadounidense –quien aprovechó el aislamiento en que se encuentra para responder preguntas a El Mostrador– «la situación es, por supuesto, muy grave, principalmente para el sur global y los sectores más vulnerables en Occidente. Del mismo modo que la pandemia podría haberse evitado, y en algunos países asiáticos parece haberse contenido en gran medida, la crisis económica puede mitigarse y evitar que se vuelva catastrófica. No es necesario repetir los errores de 1929 o de 2008. La crisis pone de manifiesto profundos defectos en los modelos económicos imperantes, defectos que pronto provocarán crisis mucho peores, a menos que se tomen medidas importantes para evitarlos. Por terrible que sea la crisis del coronavirus, habrá recuperación. No habrá recuperación del calentamiento global si no se controla».

La evidencia científica apunta a que la aparición del COVID-19 no fue de modo alguno imprevisible. De hecho, en un artículo publicado el pasado lunes en El Mostrador, la Sociedad de Microbiología de Chile sentenciaba en forma preocupante que “tal como lo hemos visto incluso en estos días, las decisiones sobre la pandemia de SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID-19, son en muchos casos basadas en criterios políticos y económicos, más que en la evidencia científica”.

Basado en estas evidencias, Noam Chomsky estima que la aparición del COVID-19 se pudo prever, pero que, dado el modelo económico, era difícil que los recursos públicos fueran destinados a escenarios de prevención hipotéticos.

El intelectual, quien no requiere de mayor presentación, respondió desde su lugar de aislamiento a este cuestionario de El Mostrador sobre la pandemia que desafía a la humanidad.

-¿Cómo está profesor?

Personalmente bien. Aislado.

-La situación se reveló más seria de lo que en un principio el gobierno de Trump previó. 

La reacción de la administración Trump ha sido un desastre: negación, confusión, pérdida de tiempo. Por ahora, Estados Unidos es el único país importante que ni siquiera puede proporcionar información precisa a la Organización Mundial de la Salud. El gobierno finalmente está dando algunos pasos: demasiado tarde, demasiado limitado.

-De pronto pasamos de lidiar con la emergencia climática y la amenaza nuclear a una pandemia devastadora. ¿Era previsible de alguna forma?

Se ha esperado durante algún tiempo, se estimaba que otra pandemia estaba en camino, tal vez causada por un coronavirus similar al SARS. Las compañías farmacéuticas no tenían interés en la preparación de antídotos. Sin ganancia inmediata. Por otro lado, las iniciativas gubernamentales han sido bloqueadas sistemáticamente por la doctrina neoliberal imperante, que autoriza al Estado a proporcionar subsidios a las corporaciones y rescatarlas de los problemas, pero no interferir con su control del mercado, incluyendo el farmacéutico.

-¿A qué responde la situación que enfrentamos?

Como mencioné, la pandemia es otro caso de la falla masiva del mercado, como el calentamiento global. Para las compañías farmacéuticas privadas, las señales del mercado eran claras: no desperdicies recursos en la preparación anticipada para una pandemia. El gobierno podría haber intervenido, como en Corea del Sur, pero eso entra en conflicto con la ideología neoliberal; interferiría con los sagrados derechos del poder privado concentrado. El papel del gobierno es subsidiar y proporcionar derechos de patentes exorbitantes, asegurando ganancias colosales. Pero no interferir con las prerrogativas de privilegio y riqueza.

-Trump y Bolsonaro pasaron de decir que era una invención de los medios de comunicación a tomarlo con cierta seriedad.

Mucho de lo que ha pasado globalmente, se debe a ese enfoque de reaccionar tardíamente.

-Esta crisis ha expuesto el verdadero estado de los sistemas de salud pública, que no están pasando la prueba

Muy cierto. También demuestra cómo han sido debilitados por los programas neoliberales de la generación pasada.

-La crisis pandémica a su vez provocará una crisis económica, que evoca la crisis subprime o incluso la de 1929, ¿cuál es su apreciación?

La situación es, por supuesto, muy grave, principalmente para el sur global y los sectores más vulnerables en Occidente. Del mismo modo que la pandemia podría haberse evitado, y en algunos países asiáticos parece haberse contenido en gran medida, la crisis económica puede mitigarse y evitar que se vuelva catastrófica. No es necesario repetir los errores de 1929 o de 2008. La crisis pone de manifiesto profundos defectos en los modelos económicos imperantes, defectos que pronto provocarán crisis mucho peores, a menos que se tomen medidas importantes para evitarlos. Por terrible que sea la crisis del coronavirus, habrá recuperación. No habrá recuperación del calentamiento global si no se controla.



Bienaventurados aquellos que cuidan a su prójimo…


Por: Rev. Manning Maxie Suárez +

Dichosos los que sufren, porque serán consolados”, “Dichosos los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos”, “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos”.

En la Jerusalén del tiempo de Jesús, ciudad esta tomada por el imperio romano y gobernada con mano fuerte por el gobernador Poncio Pilato, donde sus autoridades exigían con mano fuerte, tributos personales y territoriales para el Emperador, y muchos otros aportes en especie para el mantenimiento de sus tropas de ocupación.  Los judíos eran una nación sometida, oprimida y dividida por muchos grupos internos adversos entre sí, y que vivían en constante situaciones de injusticia social.  Solo un grupo pequeño y socialmente exclusivo, constituidos en la casta sacerdotal, los fariseos y los súbditos de Herodes Antipas, y que solo se preocupaban por ellos, vivían una vida de reyes, onerosa y de privilegios dentro de esta situación paupérrima y de opresión de la nación judía.  El resto del pueblo padecía y vivían día a día su lamentación.

En un contexto como este, es que Jesús de Nazareth, viendo a su pueblo como “ovejas sin pastor”, se sienta en la cima de una loma y declara sus “bienaventuranzas de esperanza” para todo hombre y mujer que sufre, llora y no encuentra consuelo a sus pesares en este valle de lágrimas y muerte, por el pecado social de la humanidad apartada del Dios de la Vida.  Las bienaventuranzas son, de parte de Jesús, una exhortación hacía la esperanza que produce permanentemente un estado de alegría y felicidad, y son para todos los cristianos, una regla a seguir en los caminos que conducen a ella.  Ante la adversidad que vive su pueblo él, proclama “Esperanza” en medio de tantas situaciones de pecado y de muerte.

Mi querida Panamá, es una nación desigual, pero una nación con muchos recursos económicos pero muy, muy desigual.  La Pandemia ahora ha acelerado más estás desigualdades a todos los niveles.  El desempleo en el país es escandaloso y es obvio, por la situación que vivimos… Tenemos más de cinco mil panameños contagiados en toda la nación y más de 150 muertos producto de la misma, sin contar con las otras muertes que no dejan de ser importantes como por otros casos de otras naturalezas.  Es un país que se debate en medio de la enfermedad y de la muerte de sus conciudadanos.  Pienso hoy en aquellos familiares que han tenido que pasar su dolor en el anonimato a causa del Covid-19.  Sumemos a esto, el stress causado a todos, por el desempleo y las cuentas por pagar… ¿de dónde? Si no hay ingresos, es una situación muy deplorable.

Sin embargo y a pesar de estas “situaciones dantescas”, hay un grupo de personas, ciudadanos y residentes extranjeros en Panamá, que día a día luchan constantemente para ayudar a aquellos que sufren, a aquellos que sufren angustias y desesperanzas y que sus mentes están angustiadas y al límite, a aquellos que sufren por la muerte de familiares, amigos y vecinos.  Ellos son nuestros “Héroes Anónimos”: las enfermeras, los médicos, los técnicos de la salud, todo el personal de apoyo de los hospitales, los paramédicos, los estamentos de seguridad del estado, los bomberos, las administraciones generales del MINSA, la CSS, el MIDES, los que recogen la basura diaria, miles y miles de personas que exponen sus vidas a diarios y se hacen solidarios con las necesidades de todos los que residimos en esta nación.

A ellos, solo estas palabras caben en el corazón de todos y se la transmitimos desde este artículo: “Bienaventurados”, “Dichosos”… A ustedes van dirigidas estas palabras del Señor Jesús, que hace más de dos mil años dijo, por esa atención a nuestros compatriotas que tanto sufren y lloran en estos momentos de aflicción.  A ustedes que han mostrado “Compasión” por todos, ofreciendo sus vidas a cambio de las nuestras.  A ustedes que por sus sacrificios diarios se sacrifican trayendo paz a las almas y corazones de todos, convirtiéndose en trabajadores de paz.  Es por ello, que “Dios los llamará hijos suyos”.

Nos queda un largo camino por recorrer, ojalá que este testimonio de estos miles de panameños y residentes extranjeros “Bienaventurados”, que día a día dan sus vidas, para que todos tengamos salud y vida, sean imitado por todos los que residimos en esta hermosa nación.

Ofrezco esta oración por todos los que sufren a causa del Covid-19 y otras enfermedades:

Oremos: Oh Dios de poder celestial, que por la fuerza de tu mandato ahuyentas de nuestro cuerpo toda dolencia y enfermedad: Hazte presente, por tu bondad, con tus siervos, para que sus debilidades sean desvanecidas y su vigor restaurado; y que, recuperada su salud, puedan bendecir tu Santo Nombre; por Jesucristo nuestro Señor, Amén.


  

Leyes de una moratoria: una de cal y otra de arena

Polo Ciudadano

Leyes de una moratoria: una de cal y otra de arena

El presidente Laurentino Cortizo, forzado por la presión popular, que realizó más de 50 protestas callejeras en comunidades la última semana de abril y el pailazo generalizado del domingo 3 de mayo, por un lado; por otro, por las denuncias de corrupción sobre compras de respiradores y otros insumos para combatir la COVID-19, en las que la ciudadanía pedía la renuncia del vicepresidente José Gabriel Carrizo; se vio obligado a firmar parcialmente la moratoria de deudas y pagos a servicios públicos que exigíamos las organizaciones populares para aliviar un poco la crítica situación económica de miles de familias trabajadoras afectadas por la pandemia de la COVID.
Ha sido una victoria parcial porque Cortizo sancionó el proyecto de Ley 295, relativo a la moratoria en el pago de servicios públicos, como agua, luz, telefonía y la cancelación de los lanzamientos de familias que no puedan pagar sus alquileres de vivienda en estas circunstancias. Todo lo cual es un alivio que la gente celebró con justificada razón, pero que no ha sido un regalo del gobierno, sino producto de la presión popular.
Pero el presidente NO firmó el proyecto de Ley 287, relativo al pago de hipotecas, préstamos, tarjetas de créditos, etc. Al contrario, Laurentino Cortizó anunció su veto a este último proyecto de ley para regocijo de los banqueros que controlan la economía panameña.
En lugar de sancionar la Ley 287, Cortizo agachó la cabeza frente al poder económico del sector financiero, que en todo momento se negó rotundamente a ser regulado por el estado bajo ninguna forma. Lo que se presentó al país, en vez de una ley, fue un “acuerdo” de la Asociación Bancaria Nacional que establece una moratoria hasta diciembre próximo.
La moratoria acordada por los banqueros, sin duda es un alivio para asalariados que han perdido sus empleos, para profesionales y PYMES que se encuentran paralizados. Pero este alivio de las deudas es momentáneo, parcial y controlado por los propios bancos ante los cuales hay que acudir a negociar individualmente las nuevas condiciones.
Conviene tener presente que, a partir de enero, los deudores deberán enfrentarse a los pagos correspondientes a 2021 más el acumulado del capital e intereses de 2020, al margen de si han conseguido recuperar sus empleos o restaurado sus negocios a la normalidad.
El regalo para los banqueros ha sido enorme, porque el presidente anunció que los “sacrificios” que supuestamente harían con la moratoria hasta diciembre sería resarcido con 500 millones de dólares de un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI), el cual terminaremos pagando todos los panameños y panameñas.
Tómese en cuenta que ya el gobierno de Cortizo, a inicios de la crisis del COVID-19, permitió a los banqueros usar B/. 1,300 millones del fondo de reserva para responder por los depósitos de los ahorristas dejando a estos sin ese respaldo y que, además la banca panameña había anunciado que el año 2019 había obtenido utilidades por más de B/. 1,800.00 millones. Es decir, sacrificio para los banqueros ninguno, para el pueblo todo.
Ante las protestas barriales por el ineficiente y politiquero manejos de las ayudas del Plan Panamá Solidario, con bonos y bolsas mal repartidas pese a que no alcanzan para una canasta básica de alimentos, el gobierno agilizó el pago del “vale solidario” mediante la cédula personal a decenas de miles de personas, aunque sigue sin llegar a otras decenas de miles que lo necesitan. Una de cal y otra de arena.
No olvidamos que estos logros parciales son una victoria de miles de pobladores que se echaron a las calles, pese al temor al contagio, a exigir al gobierno una respuesta acorde con el drama del momento que se vive. No olvidemos que varias de esas protestas fueron duramente reprimidas y sus participantes judicializados, lo cual va a requerir una campaña de solidaridad para que se levanten los procesos.

Se evidencia que un sistema de explotación de clase como el capitalista es incapaz de practicar la solidaridad humana ni siquiera en situaciones trágicas como las que está padeciendo la humanidad en estos momentos con la pandemia. Los capitalistas siempre buscan sacar ventajas y hacer negocios a costa de la salud pública, ya vendiendo con sobrecostos medicinas y equipos médicos, ya sea pasando la factura a los salarios de la clase trabajadora.

Una vez más queda demostrado que solo tendremos una sociedad solidaria y humana si sacamos a los oligarcas corruptos del poder e instauramos un gobierno que responda a las demandas de los explotados.
¡La lucha continúa!


Panamá, 8 de mayo de 2020.

Los Pecados que conducen a la enfermedad y a la muerte…

Por: Rev. Manning Maxie Suárez +

Para la sociedad moderna, hablar y comprender a profundidad el tema del pecado “per se”, no es usual entre los ciudadanos de esta nación. Hoy día, a pesar que la gran mayoría se considera cristiano o comparte los valores de la cristiandad, se habla constantemente del pecado como si fuera un chiste social, así lo vemos reflejado en los medios de comunicación donde es permisible como parte de la actitud de la persona y la sociedad.  

La palabra “pecado” se define en la teología cristiana como el abuso que los humanos, creación de Dios, hemos hecho de la libertad que Dios ha dado.  No “reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, fuera de esta relación, el mal del pecado no se podrá desenmascar en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios. (Catecismo: La realidad del pecado 386).  El pecado no es “un defecto de crecimiento de la persona, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de esta libertad que Dios da a las personas que son creadas por amor para que puedan amarle y amarse mutuamente. (Catecismo: La realidad del pecado 387).

Así, La enseñanza del significado de la palabra “pecado original” la debemos comprender como "lo contrario" de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Jesucristo. El pecado debe entenderse como rebelión contra el orden establecido por Dios en este Universo, por lo tanto estar en pecado es estar en abierta oposición a toda regla o mandato divino.

Si el Dios a quién adoramos es el “Dios de la Vida”, y nos “rebelamos” al mismo, entonces es claro que nuestras actitudes personales y sociales en nuestra práctica de la libertad, es para generar todo lo contrario a lo que Dios desea para nosotros que es la Gracia y la Salud.  En otras palabras: El Caos.  ¿De dónde viene entonces el mal? Pues del “mal moral” "Buscaba el origen del mal y no encontraba solución" decía san Agustín (Confessiones, 7,7.11).

Así en principio los pecados que conducen a la muerte eterna son los que la Iglesia ha llamado los siete (7) pecados capitales que son: la soberbia, la lujuria, la gula, la avaricia, la envidia, la ira y la pereza.  De estos siete me centraré, solo en tres de ellos que son: la soberbia, la lujuria y la avaricia o codicia.  

El pecado de la Soberbia es “creer que uno es mejor que el otro”. El Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino, señalaba que es “el apetito desordenado de la propia excelencia de uno mismo”.  Es el pecado de la era moderna, donde los hombres son autosuficientes, rechazando radical e irrevocablemente a Dios y los valores de su Reino. Ellos no desean depender de la gracia de Dios.  

Las personas que son Soberbias comparten el mismo pecado que los ángeles caídos del cielo, como señala el IV Concilio de la Iglesia celebrado en Letrán "El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800).   Son un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: "Seréis como dioses" (Gn. 3,5). El diablo es "pecador desde el principio" (1 Jn 3,8), "padre de la mentira" (Jn 8,44).  Optar por la soberbia es optar por el rechazo a la salvación. "No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte" (San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, 2,4: PG 94, 877C).

El pecado de la lujuria: la sexualidad en nuestros días es un tema abordado con frecuencia en los medios de comunicación social.  En muchos casos, informando correctamente y en otros desinformando a las personas; en el Internet de las cosas, muchas informaciones sobre el sexo son descomunales, a veces desvirtuando el significado real del mismo y aumentando la corrupción de las costumbres donde exaltan inmoderadamente el sexo, favoreciendo una cultura hedonista licenciosa que no respeta el orden esencial de su naturaleza.  Consideramos que la lujuria se considera a una compulsión sexual o adicción a las relaciones sexuales desenfrenados.  Optar por la práctica del pecado de la lujuria es optar por el rechazo también a la salvación.  Recordemos lo que san Pablo de Tarso, nos enseña en su teología cuando nos recuerda que la unión corporal en el “desenfreno” profana el templo del Espíritu Santo, en el que el mismo cristiano se ha convertido.

El pecado de la codicia: Simplemente es, ese afán excesivo por las riquezas; es, ese deseo desordenado de adquirir o poseer más de lo que uno necesita.  Es un desorden en la conducta humana.  La codicia fue y es una acción condenada desde hace más de tres (3) mil años como lo podemos observar en el decálogo de Moisés: «No codiciarás nada que sea de tu prójimo» (Éxodo 20, 17).  En otro texto bíblico dice: «No desearás su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo» (Deuteronomio 5, 21).  Ambos libros pertenecen al pentateuco.  El pecado de la codicia, lleva a las personas a la violencia y a las injusticias prohibidas por el quinto precepto “Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad.” (Miqueas 2, 2). La codicia tiene su origen, en la idolatría que es condenada en las tres primeras prescripciones de la ley “De la invención de los ídolos se siguió la inmoralidad; fue algo que destruyó la vida.” (Sabiduría 14, 12).   Optar por la práctica del pecado de la codicia es optar por el rechazo también a la salvación.  Jesús nos enseñará: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mateo 6, 21).

Los pecados de soberbia, lujuria y de codicia son pecados que optan por el rechazo voluntario de la salvación que Jesucristo nos ofrece como opción de vida.  ¿Porqué escribo de esto?, ¿Qué sentido tiene para nosotros en este tiempo de la Pandemia?

La Pandemia nos obliga a repensar, que nuestras acciones en la vida no han sido las más correctas, ni para nosotros los seres humanos ni para nuestras relaciones con el planeta nuestra “Casa Común”.  “Somos la única especie que hemos planificado nuestra propia autodestrucción” y eso gracias a la práctica de antivalores como la soberbia, la lujuria y de la codicia.  La pandemia nos permite replantear nuestro sistema de creencias socio política y económica en pro de un mejor planeta. Tener una conciencia ética del entorno, a pensar distinto, a ser optimista, a fomentar la creatividad, a ser proactivo e ir poco a poco tomando compromiso con la regeneración personal y del planeta. 

Va a ser un proceso doloroso, no será fácil, necesitaremos ayuda de otros que hayan pasado por estos procesos, pero no es imposible cambiar de actitudes y aptitudes que se puedan llevar a cabo.  Podemos iniciar primero por aceptar lo que nos presenta Jesús, es optar por procesos que nos permitirán tener como sociedad cristiana, una mente abierta a la conversión de vida, y a la revalorización de la vida con valores del reino de Dios y a optar por la salvación que Jesucristo nos ofrece como opción de vida.  Ojalá que esta reflexión no caiga en saco roto...  Anímate Panamá!

Sacerdote.

Publicado en: https://www.laestrella.com.pa/opinion/columnistas/200430/pecados-conducen-enfermedad-muerte

Un estudio indispensable para comprender la crisis del agro panameño

Un estudio indispensable para comprender la crisis del agro panameño

Por: Olmedo Beluche

(Hay muchas facetas que perdurarán de la vida de Marco Gandásegui entre quienes le conocimos, una de ellas es su aporte a las Ciencias Sociales panameñas. Como tributo a su legado académico traemos esta reseña sobre su libro “La fuerza de trabajo en el agro”, que fuera base para mi tesis doctoral)
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La fuerza de trabajo en el agro. Experiencia de desarrollo capitalista en Panamá. (CELA, 2da. Edición. Panamá, 1990), del panameño Marco A. Gandásegui, constituye el primer estudio sociológico en profundidad de la evolución de las relaciones sociales en el campo panameño.

Si bien ha habido estudios de diversos alcances sobre la producción agropecuaria, ninguno se propuso un objetivo más totalizante que esta investigación producida por el Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA). La primera edición data de 1985, bajo la dirección de la Dra. Carmen Miró, y con la participación, además del autor, de William Hughes, Andrés Achong y Félix Mascarín.

La obra incluye cinco capítulos: I. Subsunción del trabajo en el capital; II. Campesino: productor paupérrimo o reserva de trabajo; III. Panamá, sociedad de transición; IV. La política del gobierno en el sector agrícola; V. Requerimientos globales de mano de obra. Un importante anexo de 36 páginas aborda un análisis histórico de las luchas sociales en el campo panameño durante los siglos XIX y XX, el surgimiento de las ligas campesinas, y las políticas de los partidos socialista y comunista que dirigieron esos conflictos.

El libro analiza el período que va de la década de 1960 a la de 1980, caracterizado por una disminución significativa de la población rural debido a la migración masiva al área metropolitana asociada a un crecimiento de la productividad y la producción, y una modificación en las relaciones sociales de producción. En este período las relaciones comunitarias o patriarcales “fueron reemplazadas por relaciones salariales. El valor del trabajo fue sustituido por el valor de la fuerza de trabajo” (Pág. 8).

Este proceso de transformaciones sociales se produce bajo la influencia del Código Agrario (1962), que establece los criterios del capitalismo panameño para el sector y, a contramano, encuentra la resistencia social del campesinado en la formación de Ligas Campesinas, forma de autoorganización de los pequeños precaristas para defender el acceso a la tierra; junto con la irrupción de una política social a través de cooperativas de productores, la más importante, la “Juan XXIII”, promovida por la iglesia Católica.

Todo ello en la década de 1960, a la que le seguiría la siguiente década bajo el régimen populista de Omar Torrijos, una continuidad de la promoción del sector agroindustrial (con específicas políticas proteccionistas), junto con una política social desde el Estado para tratar de amortiguar las contradicciones en el campo, con la llamada Confederación Nacional de Asentamientos Campesinos (CONAC).

De la subsunción formal del “campesino paupérrimo” a la subsunción real del proletariado agrícola mal pagado.

Para explicar el paso del pequeño campesino precarista a semiproletario, o jornalero a medio tiempo para la agroindustria, el primer capítulo utiliza el concepto de subsunción formal y subsunción real del trabajo en el capital, proveniente de la teoría marxista (El Capital, Capítulo VI, Inédito. Siglo XXI).

El capital, como se sabe, tiene tres formas de explotar o extraer plusvalía del trabajo ajeno. La primera, es la explotación indirecta, en la que el productor sigue siendo dueño de sus medios de producción y relativamente autónomo, pero se ve sometido a la explotación del gran capital mediante diversos mecanismos, como los préstamos o el control de la comercialización.

La segunda es la subsunción formal, en la que campesino precarista mantiene una pequeña producción, pero se ve obligado a vender su fuera de trabajo de manera estacional para completar sus ingresos.

Y la tercera es la subsunción real, que constituye el momento propiamente capitalista de las relaciones sociales de producción, en la que el productor ha sido despojado por completo de los medios de producción y se ve obligado a vender su fuerza de trabajo por un salario.

El concepto de subsunción permite entender si el campesino precarista, semiproletarizado, es un “productor paupérrimo”, que complementa con un salario temporal los ingresos de una producción agrícola que no le alcanza para satisfacer sus necesidades, o es un trabajador asalariado, que debe complementar sus ingresos con una producción parcial de su parcela. En el primer caso estaríamos ante una persistencia de formas de producción precapitalistas, subsumidas formalmente por el capital; en el segundo, ante una subsunción real o directa bajo un modo de producción predominantemente capitalista.

El predominio de una u otra forma de subsunción se expresa en mercados regionales de trabajo, en las que ambas se mezclan en diverso grado, dependiendo de la penetración que haya alcanzado el capital. Al respecto, dice el autor, ese grado de penetración del capital “define cuál es la modalidad predominante” (Pág. 44), aunque en el desarrollo del proceso se va imponiendo cada vez más la subsunción real.

Caída relativa de la agricultura y peso creciente de la agroindustria

Durante el período estudiado, la participación del sector agropecuario en el Producto Interno Bruto pasó de 27.1% en 1960, a 24.8% en 1965 y 21% en 1970. Esta tendencia se sostuvo, y en 1975 la participación del sector en el PIB descendió a 18,6%.

La década 1960 – 1970 fue de un gran dinamismo económico, con un crecimiento promedio anual del PIB del 8,1%. En ese marco general, la producción agropecuaria se expandió en promedió un 5,3% anual, muy por debajo del ritmo de crecimiento de la industria (11,1%) y del conjunto del sector no agrícola de la economía (8,9%).

En esta década, los sectores dinámicos que impulsaron al sector agropecuario fueron la producción bananera, la caña de azúcar y la ganadería (esta última se incrementó en un notable 62,5%). Esos sectores son los de la agroindustria, principalmente de exportación. Por el contrario, la producción de maíz y frijol de bejuco, centrada en medianos y pequeños productores, se vieron afectadas negativamente.

El período 1970-77 (año límite de estos datos) estuvo marcada por estancamiento de la economía mundial asociado a la llamada “crisis del petróleo”, que afectó a Panamá también. El ritmo de crecimiento del PIB panameño disminuyó a un promedio anual del 3,9% entre 1970 y 1975, mientras el sector financiero mantuvo un 12,9% anual.

En cambio, la producción industrial cayó drásticamente (1,3%), mientras el sector agropecuario alcanzaba un magro 1,6%. El banano y la importante expansión de la producción azucarera mediante la creación de ingenios estatales fueron los motores del sector agropecuario. Hubo también un importante el incremento en la producción de arroz para el mercado interno, concentrada en manos de productores de tamaño intermedio.

En el comercio exterior, el sector agropecuario pasó de representar el 69,1% del total en 1960 al 65,6% en 1970. De esos totales, el banano - exportado principalmente por Chiquita Brands -, representaba el 89,4% en 1960 y el 87,1% en 1970, mientras la exportación de azúcar refinada también era relevante. Todo ello confirma el peso de la agroindustria en la economía sectorial en detrimento de la mediana y pequeña producción.

Para Gandásegui, entre 1960 y 1970 se manifiesta “una leve tendencia hacia la mayor concentración de la tierra disponible por parte de las grandes explotaciones” (Pág. 89). La desigualdad social se aprecia en que, para 1971, el 16,3% de la tierra cultivable se concentra en el 1% de las explotaciones, mientras que el 51,7% de los agricultores disponía del 3,7% de la tierra cultivable (Pág. 86).

Lo anterior se vio reflejado en una disminución “drástica” de las ventas de productos provenientes de las pequeñas parcelas, menores a 20 ha. “El número total de las explotaciones disminuyó entre 1961 y 1971, en un 4 por ciento. En el mismo lapso, el número de fincas que efectuaban ventas decreció en un 17.5 por ciento. La disminución del número de fincas con ventas inferiores a B/. 500.00 fue del 24 por ciento” En cambio, las explotaciones con ventas superiores a B/. 500.00 se incrementaron “en un 33.4 por ciento” (Pág. 113).

El proceso de proletarización del campesinado panameño

La disminución del peso relativo de producción agropecuaria en el PIB coincide con una disminución relativa y absoluta de la mano de obra agrícola en el conjunto de la Población Económicamente Activa (PEA). En 1960, la fuerza de trabajo agrícola representaba el 50% de la PEA, y de allí pasó al 47,1% en 1965 y el 36,5% en 1970.

En 1960, el 41,2 % de la población rural se concentraba en explotaciones inferiores a 5 ha. En el 87,8% de las fincas, la fuerza de trabajo era exclusivamente humana, ocupada en una agricultura de subsistencia. El 59,2% de la fuerza de trabajo estaba integrada por trabajadores por cuenta propia, y solo el 14,1% por asalariados (Pág. 116).

La tendencia a la proletarización de la fuerza de trabajo agrícola se expresa en el hecho de que, si en 1960 sólo había 739 asalariados en el sector – equivalentes al 1,8% de la PEA nacional, en 1965 ya eran 1.322 y en 1969 uno 2.000. A mediados de la década siguiente, superaban los 15.000, en su mayor parte empleados temporales contratados para las zafras, concentrados en su mayoría en las provincias de Chiriquí, Coclé y Panamá.

En 1960, el 78,9 % de estos trabajadores recibían salarios inferiores los cien balboas mensuales. El salario promedio era de 80,29 balboas, y la mayoría se ubicaba en el tramo de los 50 a 75 balboas mensuales. A partir de 1965, se aprecia un incremento de los salarios. Para 1975, el tramo de los que ganaban menos de cien balboas pasó al 38,8%.

En este último año, el 41% se ubicaba en el tramo de entre 100 y 200 balboas mensuales que, sumados a los de cien balboas mensuales, abarcaban el 79,8% de la fuerza de trabajo agrícola. Con todo, el estudio no vincula el incremento absoluto de los salarios con el de la inflación característica del período, por lo que no debe deducirse a priori que se trate de un mejoramiento del nivel de vida de los trabajadores (Págs. 124 -127).

Para 1975, la empresa bananera, United Brands o Chiquita, era la mayor empleadora de la fuerza de trabajo agrícola (aunque había y “bananeros independientes” la mayoría eran suplidores de Chiquita), con 11.176 trabajadores; mientras que los ingenios, principalmente estatales (Corporación La Victoria) empleaban alrededor de 5.400.

La política estatal del capitalismo panameño para el agro

La política del estado panameño para el sector agropecuario se materializó en el Código Agrario de 1962. El Código se enmarcó dentro la política exterior de Estados Unidos hacia Latinoamérica mediante la llamada “Alianza para el Progreso”, creada para enfrentar a la entonces naciente Revolución Cubana mediante la promoción de políticas sociales que desactivaran conflictos potencialmente desestabilizadores del orden vigente en la región. Esto impulsar una reforma agraria limitada, que atenuara las grandes desigualdades sociales que afectaban el campo latinoamericano.

La expedición del Código Agrario fue seguida en 1963 por la creación de una agencia estatal de Reforma Agraria, que debía legitimar la posesión de las tierras en manos de pequeños campesinos, para protegerlos del despojo a manos de la gran propiedad agraria. Sin embargo, esta política se hizo bajo un régimen jurídico que no resolvió el problema de fondo, que persiste hasta nuestros días.

En vez de otorgar títulos de propiedad jurídicamente válidos a los pequeños campesinos que demostraran el usufructo de sus tierras por un período de tiempo, la Reforma Agraria creó un régimen jurídico intermedio, denominado Título Posesorio, que brindaba un reconocimiento limitado a dichos campesinos, pero que carecía de verdadero reconocimiento por el mercado capitalista. En Panamá sólo la gran propiedad agraria posee Títulos de Propiedad, mientras que la gran masa de campesinos posee Títulos Posesorios, lo cual ha sido causa de conflictos hasta el presente.

Aunque el Código Agrario se proponía la volición “del acaparamiento de tierras incultas u ociosas con fines especulativos”, sus resultados fueron pobres, por no decir nulos. En 1968, se había expedido sólo el 9,7% de los títulos solicitados, que apenas representaban 44 mil ha. “Además, sólo se adquirieron para el fondo de tierras de la reforma agraria 14 fincas que representaban 11.068 hectáreas” (Pág.155), apenas el 2,3% del total de fondos de tierras que se había proyectado hasta 1977.

Un pequeño cambio se observa en la política agraria con posterioridad al Golpe de Estado de 1968, bajo el régimen populista del general Omar Torrijos. La Estrategia nacional para el desarrollo 1970-1980 presentada al país en 1971 se propuso aumentar la participación del sector agrícola en el PIB impulsando las exportaciones agropecuarias mediante una serie de políticas proteccionistas e incentivos. Este es el período de la historia republicana en que el Estado panameño se dotó de la más amplia política agropecuaria, cuyos alcances ayudaron a consolidar el proceso de expansión capitalista en el campo panameño, sin resolver las disparidades sociales, pese a incluir medidas de amortiguamiento de las mismas.

Las políticas económicas y sociales para el campo en la década torrijista incluyeron incentivos crediticios; fomento de la mecanización y la innovación tecnológica; exoneraciones fiscales; altas tasas arancelarias a importaciones de determinados productos; amplia inversión en caminos de penetración; apoyos a la comercialización, como el establecimiento de precios sostén para determinados rubros; la creación de empresas estatales en el rubro de los ingenios azucareros, que producían para el mercado nacional, y permitían a los ingenios privados producir para la exportación, y la entrega de tierras a precaristas bajo la forma jurídica de los Asentamientos Campesinos, para su explotación colectiva. Ni antes, ni después hubo una política más ambiciosa para el sector.

Todo ello se tradujo en una expansión productiva que logró la autosuficiencia en la producción de arroz, y una cobertura de la producción nacional en otros rubros de la canasta básica como azúcar, frijol y maíz. Sin embargo, las políticas proteccionistas declinarían a partir del impacto de la crisis económica mundial, en 1974, al punto de paralizar iniciativas como la expansión de los ingenios estatales, que entró en franca crisis en los años posteriores.

Gandásegui sintetiza los resultados de esta fase histórica en los siguientes términos:

En cuanto al sector del campesinado, aunque esta expansión del capitalismo en la agricultura creó asentamientos, juntas agrarias y cooperativas de producción agropecuaria, la masa campesina en su conjunto disminuyó debido al proceso de proletarización generado en el campo (Pág. 179).

El desarrollo de relaciones sociales capitalistas en el campo no resolvió la crisis de la pequeña producción, que siguió produciendo fuerza de trabajo para la agroindustria o la emigración urbana.

La transformación de las relaciones sociales de producción en el agro panameño (1960-78)

El capítulo V del libro se ocupa del proceso de transformación de las relaciones sociales de producción en el campo panameño, a partir de los criterios teóricos presentados en el primer capítulo sobre el proceso de subsunción del trabajo. Para ello, utiliza una metodología que calcula los requerimientos de “días/hombres” de trabajo en los 8 principales rubros de producción y por regiones productivas en el período que va de 1960 a 1978. Los rubros del estudio son: arroz, maíz, caña de azúcar, frijol, tomate, banano, plátano y café.

El análisis distingue entre los rubros en que la fuerza de trabajo ha sido subsumida realmente por el capital, como la producción de banano; aquellos en que hay una subsunción formal o parcial a través del trabajo estacionales, como la caña de azúcar, el tomate y el café, y aquellos en que la subsunción sigue siendo indirecta, como en las producciones de maíz y frijol.

Al respecto, se distinguen dos períodos. El primero, entre 1960 y 1970, en que la expansión capitalista en el agro tuvo un carácter “veloz” y operó mediante un proceso “más violento y desordenado”, y el ocurrido entre 1970 y 1978, en que el “reordenamiento impuesto por el gobierno frenó el desalojo irracional de la población campesina de sus tierras”, logrando retener a miles de familias en las áreas rurales, constituyéndolas como reserva de la fuerza de trabajo (Pág. 184).

Las conclusiones generales de la investigación demuestran el proceso de penetración de las relaciones producción capitalistas en el agro panameño en el período bajo estudio. Así, el Cuadro No. 75 muestra la evolución medida en “requerimientos de mano de obra, según tipo de subsunción, en miles de días/hombres de trabajo”, entre 1961 y 1978. En 1961, la subsunción indirecta demandaba el 46,3% de la fuerza de trabajo; la formal el 22,3%, y la real el 31,4%. En 1978, la indirecta reclamaba el 20,9% de la fuerza de trabajo; la formal, el 30,5%, y la real el 48,6%.

Lo anterior muestra un aumento sistemático del proceso de penetración de las relaciones sociales capitalistas en los procesos de trabajo del sector agropecuario panameño, que alcanzó a la mitad de la fuerza de trabajo al final del período estudiado. Las otras formas persisten, aunque en decadencia.

El Código Agrario y la penetración capitalista en el campo

En el Anexo, el autor identifica tres momentos históricos del conflicto social en el campo entre los siglos XIX y XX. El primero, a mediados del siglo XIX, coincide con la reactivación económica por la construcción del ferrocarril transístmico. Una pequeña guerra civil entre los pequeños productores de la región de Azuero y los grandes terratenientes de las provincias de Veraguas y Coclé, parece haber estado vinculada a la disputa por el control del abastecimiento de la zona de tránsito.

El segundo momento corresponde a la guerra civil de 1899 – 1903 – conocida como Guerra de los Mil Días (1899 -1903) -, cuando Panamá aún formaba parte de Colombia. Iniciada en Colombia como una disputa entre los partidos liberal y conservador por motivos esencialmente políticos, adquirió en Panamá la connotación de una guerra campesino-indígena contra los terratenientes, en la que los primeros defendían sus tierras de cultivo de las arbitrarias expropiaciones por los ganaderos, y de la carga de impuestos que les imponían el Estado y la Iglesia. Victoriano Lorenzo fue fusilado en 1903.

El tercer momento, ya en el siglo XX, de desarrolla entre las décadas de 1930 y 1960, cuando tiene lugar un proceso de organización y politización de los campesinos precaristas en conflicto con los terratenientes, con el apoyo del Partido Socialista y el Partido Comunista. En esta fase se producen grandes movilizaciones campesinas, dirigidas por el socialista Demetrio Porras, y ocurre un proceso de autoorganización que produjo decenas de Ligas Campesinas y cooperativas agrícolas, como la “Juan XXIII”, promovida desde la jerarquía de la Iglesia Católica, para contrarrestar la influencia de socialistas y comunistas.

Este proceso desembocaría en la década de 1970, bajo el régimen del general Torrijos, en el sistema de Asentamientos Campesinos, por el que se entregaban tierras nacionales y expropiadas (las menos) a campesinos precaristas para que las explotaran colectivamente con el apoyo en la comercialización del Ministerio de Desarrollo Agropecuario.

Gandásegui estima que, pese a la influencia de los comunistas de mitad de siglo pasado en el campesinado precarista, éstos no tenían una comprensión correcta de la penetración del capitalismo en el campo panameño. Al respecto, plantea lo siguiente:

La dirección política del movimiento campesino adoptó la visión ideológica del Partido del Pueblo, que identificaba a los terratenientes como señores feudales. El error no le permitió a los campesinos, y a sus aliados, comprender la dirección de los acontecimientos.

Para el autor, lo ocurrido en Panamá no ha sido una lucha democrático-burguesa contra el feudalismo, sino un proceso de penetración y modernización capitalista del agro, que operado mediante la subsunción formal (o indirecta) al capital, que a su vez ha abierto paso a la subsunción real (o directa) al capital.

En el primer caso, aun cuando el campesino - pequeño, mediano o grande -, mantiene sus formas de trabajo y su propiedad sobre la tierra, es explotado por el capital indirectamente mediante las cadenas de comercialización y crédito. En el segundo, cuando el precarista ya no puede sostener a su familia con su trabajo directo sobre la tierra, o es despojado de su tierra por el ganadero terrateniente, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo como peón de las grandes haciendas o agroindustrias, o emigra a las ciudades en busca de compradores para la única mercancía de que dispone: su propia fuerza de trabajo.

Al respecto, dice Gandásegui, la izquierda del período no percibió que el propio Código Agrario de 1962 fue – y sigue siendo - la forma jurídica que adquirió el proceso de penetración capitalista en el campo. El Código Agrario, que se mantiene vigente hasta el momento con pocas modificaciones, creó la figura jurídica del “derecho posesorio”, que se le reconoce al campesino que trabajaba una parcela, pero carece de valor para acceder al crédito o al mercado de tierras capitalista.

En el sentido contrario, el Código Agrario permitió la expansión sin límites de los grandes propietarios y empresas amparados en supuestos proyectos productivos (150 hectáreas directamente, o más de 500 por medio de Decreto Ejecutivo), y formalizó la perniciosa práctica de la ganadería extensiva que daba a cada ganadero dos hectáreas por cabeza de ganado.

No es casual que el gobierno encubriera la política de reforma agraria con su velo popular. Los sectores que luchaban por una reforma agraria que beneficiara a los campesinos no comprendieron bien lo que ocurría. Concebían el sistema del asalariado (capitalista) en oposición a la ganadería (de rasgos feudales). Confundían la enfermedad con el “bisturí”. Era precisamente por medio del sistema de ganadería extensivo que se separaba rápidamente al campesino de la tierra. Era la forma más eficiente, además, de generar una amplia masa de fuerza de trabajo. En otras palabras, el Código Agrario de 1962 fue el instrumento que utilizó el desarrollo capitalista para abrirse paso en el agro sin contratiempos legales.

Los criterios expuestos por Gandásegui son válidos tanto para la década de 1960 como para el régimen de Omar Torrijos. Este mantuvo la vigencia del Código Agrario y porque todas sus medidas - que hoy podrían ser vistas como “progresivas” desde la óptica neoliberal vigente -, propiciaron el desarrollo consecuente del capitalismo en el agro panameño. Torrijos no construía el socialismo, ni la transición al mismo, sino el capitalismo dependiente panameño, con su mercado interno y su provisión de fuerza de trabajo, mediatizando sus peores contradicciones mediante una gestión social populista. No es casual que bajo su régimen Panamá pasara de ser un país mayormente rural a uno urbano.

Conclusiones

La fuerza de trabajo en el agro es, sin duda, una referencia obligada para cualquier investigación que pretenda actualizar el análisis del sector agropecuario de la economía panameña. En esa perspectiva, constituye un valioso antecedente para abordar el proceso de desarrollo del capitalismo en el agro más allá de las transformaciones en curso a partir de la década de 1980, que dieron lugar a la consolidación y ampliación de los resultados de dicho proceso.

La década de 1980, en efecto, estuvo marcada por la llamada “Crisis de la Deuda” latinoamericana, la imposición de los criterios económicos del “Consenso de Washington”, que abrió paso a la globalización neoliberal, con claras consecuencias para el sector agropecuario. Esa fue, también, la década en que tuvo lugar la crisis política del régimen del General Noriega. Así, el período, 1980-1990 requiere un análisis que establezca las tendencias en las relaciones sociales de producción en el agro panameño bajo el influjo de esos fenómenos.

La fase posterior a la Invasión de 1989 y el establecimiento del llamado régimen democrático se caracteriza por la consolidación del neoliberalismo en Panamá, en particular bajo el gobierno de Ernesto Pérez Balladares (1994-97) y el ingreso del país a la Organización Mundial de Comercio. Todo ello dio lugar a una inflexión en las políticas económicas para el sector agropecuario.

A partir del año 2000, con la reversión del Canal, parece configurarse otro momento, con un esquema de acumulación centrado en el rentismo inmobiliario, de efectos muy específicos en la lucha por la propiedad de la tierra, en especial en zonas costeras, y en conflicto creciente que enfrenta a empresas mineras e hidroeléctricas con las pequeñas comunidades rurales y las etnias indígenas de tierras altas. En ese marco ocurre, en 2012, la entrada en vigencia del Tratado de Promoción Comercial con Estados Unidos, que abre un capítulo nuevo y turbulento en la historia de la producción agropecuaria panameña.

El libro de Gandásegui señaló un camino, y recorrió su primer tramo. Aún está pendiente la tarea de recorrer ese camino hasta el presente, y trazar sus alternativas de futuro.


Panamá, enero de 2013.

UN VALOR INTELECTUAL

Por: Miguel Antonio Bernal

       En el limitado y estrecho espacio,  que brinda el oprobio geogáfico y la sociedad panameña, a los valores intelectuales, Marco A Gandasegui hijo, supo como pocos, labrar con rigor y austeridad un compromiso permanente de investigación, producción y actuación social.

       La tenacidad, el desprendimiento y la paciente resistencia, hicieron que a los largo de casi seis décadas la presencia de Marco estuviese presente y dedicada en los análisis de nuestra realidad. En su permanente aventura de pensar, para conquistar el necesario conocimiento como instrumento para el cambio, no tuvo descanso.

       El periodismo, la sociología, la academia las publicaciones constantes de artículos, folletss, libros, conferencias  lo envolvieron sin sosiego. Tempranamente nos compartió, nuestro Augusto Comte panameño, la importancia de la ciencia para el estudio de nuestra sociedad y nos abrió caminos para que sus alumnos, colegas y lectores, hiciesemos ell esfuerzo por aplicar los métodos científicos al estudio de los diversos sectores integrantes de nuestra sociedad.

       La continua acción sociel de Gandasegui está plasmada desde sus primeras publicaciones, como “La Concentraciíón del Poder Económico en Panamá”, en la que nos brinda la aplicación de los vastos conocimientos que le brindó la Universidad Chilena en los albores de los sesenta.

       La inclinación al “inminente malentendido” que promueven desde siempre, en nuestro medio, los adversarios del conocimiento, no lo detuvieron en su confianza en sus capacidades, las cuales supo documentar pare todos nosotros.

       Marco contribuyó a construir opinión pública aquí y allende a nuestras fronteras. Su titánica labor al frente de la Revista Tareas y del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA), con la invalorable compañía de Valeria, quedan también como testigos materiales de un valor intelectual protagonista de nuestra historia social.


       El profesor, el Maestro más bien, ha partido en medio de un momento singular de nuestro acontecer, cuando más se necesita las  orientaciones de un valor intellectual como Gandasegui. Los pasillos, las salas de conferencia y las aulas de la Universidad de Panamá, acusan su ausencia.     
Quienes lo conocimos y compartimos, le agradeceremos siempre, su permanante afán de poner en circulación las ideas, a las cuales supo ser en todo momento fiel. Un sentido y respetuoso ¡hasta luego!