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No queremos una Iglesia que va a remolque

José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/13.10.14

Según el uso figurado, que se suele hacer del verbo “remolcar”, cuando decimos que alguien va “a remolque”, lo que en realidad estamos afirmando es que quien va así por la vida, eso sucede porque tiene que hacer lo que hace sin sentirse atraído para hacerlo. O lo hace a regañadientes y porque no le queda más remedio. Baste pensar que “remolcar” es sinónimo de “arrastrar”. Es decir, el que va “a remolque” es que va “arrastrado”. Y, la verdad, verse arrastrado, en este mundo y en la historia, no es una cosa agradable. Ni, por supuesto, ejemplar.

Pues bien, quienes tenemos creencias religiosas y, además, hemos puesto esas creencias en lo que hizo y dijo Jesús de Nazaret, tal como eso ha llegado hasta nosotros por medio de la Iglesia, con frecuencia tenemos la impresión de que esta Iglesia que vemos, va por la vida a remolque de los cambios que se producen en la historia, en la cultura y en la sociedad... A veces, me figuro a la Iglesia - ya lo he dicho en otra ocasión - como una cuadriga romana que avanza al trote de los caballos por una autopista en la que los coches corren a 120 por hora.

Naturalmente, una cuadriga romana por una autopista es una cosa llamativa, curiosa, extraña, interesante, pero es poco práctica. Y, desde luego, con un transporte así, se llega siempre tarde y mal a todas partes. Porque siempre vas con retraso, sin duda con bastantes siglos de retraso.
Y es que, como ha escrito (no hace mucho) un conocido filósofo francés, Fréderic Lénoir, se ha hecho tan grande la distancia entre los mandamientos de Cristo y las prácticas de la institución eclesiástica, que estas prácticas responden cada vez menos al Evangelio, y cada vez más a la necesidad de asegurar la supervivencia, el desarrollo y la dominación de los hombres de Iglesia.

Un caso bien conocido fue el de la Inquisición, que se abolió en el s. XVIII (en España, ya entrado el XIX), pero ¿por qué? ¿fue porque la Iglesia se dio cuenta de su abominable comportamiento y decidió enmendarse? No. Simplemente porque ya no contaba con los medios que requería su voluntad de dominación. Porque la separación de la Iglesia y el Estado privó a los clérigos inquisidores del “brazo secular”, que era imprescindible para matar a los herejes. Cuando los poderes públicos se negaron a matar a la gente por sus ideas religiosas, entonces fue cuando la institución eclesiástica se puso a decir que no se podía quemar vivos a quienes no estaban de acuerdo con lo que pensaba el Santo Oficio.

Y sabemos que, a lo largo del s. XIX, las ideas de la modernidad y de la Ilustración se fueron imponiendo en contra de la tenaz resistencia de los poderes de la Iglesia. Incluso antes, ya desde los siglos XVI, XVII y XVIII, el poder eclesiástico se opuso a Galileo, a Darwin, a la libertad, igualdad y fraternidad que defendió la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, de la Asamblea francesa, en 1789. Una declaración a la que el papa Pío VI se opuso con firmeza en marzo de 1790. Y bien sabemos que todo el siglo XIX fue una secuencia de enfrentamientos continuos entre los hombres de la política y de la ciencia, por una parte, y los hombres de la Iglesia, por otra.

Todavía, en 1878, León XIII se lamentaba de que los socialistas estuvieran enseñando que “todos los hombres son por naturaleza iguales” (ASS XI, 372), ya que, a juicio de aquel papa, “la desigualdad en derechos y poderes dimana del mismo Autor de la naturaleza”... para que “la obediencia se haga fácil y nobilísima” (ASS XI, 372).

Es demasiado larga la lista de estos enfrentamientos que, por otra parte, son de sobra conocidos. La pena es que, a estas alturas, cuando la Iglesia se va quedando más y más marginada por los escándalos y sombras oscuras que han obligado a un papa a dimitir de su cargo, y cuando nos encontramos con la grata esperanza de otro papa (Francisco) que nos abre ventanas de luz y de esperanza, todavía tenemos cardenales, obispos, curas y laicos que se empeñan en seguir manteniendo la misma intolerancia que hundió a la Iglesia en la miseria. Nos sobran razones para pensar y decir que son muchos los que quieren todavía que la Iglesia vaya siempre a remolque de la cultura, de la sociedad y de la historia.

Al decir estas cosas, estoy pensando en los problemas que, en estos mismos días, se plantean en el Sínodo sobre la familia, convocado por el papa Francisco. Lo indignante, en este momento, es que sobre la familia y el matrimonio no hay en la Iglesia ningún dogma de fe. Ni siquiera se puede demostrar que el matrimonio cristiano sea un sacramento, ya que los cánones de la Sesión VII del concilio de Trento no son definiciones dogmáticas. Según las Actas del concilio, a los obispos y teólogos, que tomaron las decisiones sobre los sacramentos, en contra de las enseñanzas de la Reforma de Lutero, se les preguntó si lo que condenaban eran “errores” o “herejías”. Pero no llegaron a ponerse de acuerdo sobre esta cuestión capital. No hubo, por tanto, ni siquiera sobre este asunto tan fundamental, un acuerdo vinculante para la fe de los católicos (ya demostré documentalmente esta cuestión en mi libro sobre los sacramentos, Símbolos de libertad, p. 320-343).

Pues bien, si el Sínodo no tiene que ajustar sus decisiones a previos dogmas de fe, que limiten a la máxima autoridad de la Iglesia su capacidad de decidir en asuntos de tanta importancia para la vida y la felicidad (o la desgracia) de familias, matrimonios, personas homosexuales, mujeres que reclaman los mismos derechos que tenemos los hombres..., ¿en qué argumentos se basan los más integristas para oponerse a determinadas decisiones que ya han sido tomadas por la cultura y la sociedad de nuestro tiempo en no pocos países de tradición cristiana? ¿no se dan cuentas esos integristas intolerantes de que, por mantener sus ideas y sus poderes, lo que realmente consiguen es aumentar el sufrimiento de millones de personas y desprestigiar cada día más a la Iglesia?

Quienes intervienen directamente en el Sínodo deberían tener presente que los cristianos siguieron los mismos condicionamientos y usos, por lo que se refiere al casamiento, que el contorno pagano. Esta situación duró, por lo menos, hasta el s. V. Y en asuntos, como el del divorcio, se sabe que el papa Gregorio II (año 726) le escribía a san Bonifacio una carta en la que le comunicaba que un feligrés al que su esposa, por enfermedad, no podía darle el débito conyugal, podía casarse con otra mujer (PL 89, 525).

Por lo demás, los expertos en historia del Derecho en Europa saben que, durante la Edad Media, la Iglesia se regía por el Derecho Romano. Es más, “la custodia de la tradición jurídica romana recayó fundamentalmente en la Iglesia” (Peter G. Stein, El Derecho romano en la historia de Europa, p. 57). Incluso, en el concilio de Sevilla, presidido por san Isidoro en el año 619, se proclama que el Derecho romano era la lex mundialis (Conc. Hisp. II, can. 1-3; cf. Cth. 5.5.2).

Nunca deberíamos olvidar que cuando la Iglesia, precisamente en los asuntos que conciernen al matrimonio y a la familia, aceptó (sin más) las leyes civiles vigentes en la sociedad, entonces justamente fueron los tiempos en los que la Iglesia vivió su época de mayor crecimiento y su influencia en la transformación de Europa fue decisiva. Mientras que, por el contrario, cuando la Iglesia empezó a tener sus leyes propias, en asuntos sobre los que el Evangelio no se había pronunciado para nada, entonces ocurrió que los dirigentes eclesiásticos tuvieron que dedicar su tiempo y sus energías a defender unos derechos que ellos habían argumentado desde una presunta ley natural (que nadie sabe exactamente ni en qué se fundamenta ni qué obligaciones impone), cosa que sirvió para alejar a la Iglesia del pueblo, dando motivo para una serie de conflictos que ahora no sabemos cómo resolver.

Y así, nos encontramos con una lista interminable de contradicciones que ve todo el mundo, excepto las personas que acaban por cegarse con su fundamentalismo integrista.

La última monarquía absoluta que queda en Europa es el Estado de la Ciudad del Vaticano. El único Estado que aún no ha firmado los pactos internacionales sobre los Derechos Humanos, es también el Vaticano. La única ley que no admite la igualdad entre hombres y mujeres es el Derecho Canónico. Cuando crece el número de los países cristianos que admiten, en sus leyes civiles, el matrimonio entre personas homosexuales, la autoridad eclesiástica se resiste a aceptar ese modelo de matrimonio y de familia. Cuando más de la mitad de las parroquias del mundo no tienen ya un sacerdote que las pueda atender, el integrismo clerical prefiere que la gente se quede sin sacramentos con tal que ni los sacerdotes puedan ser hombres casados o que las mujeres puedan presidir una celebración de la eucaristía.

La cosa, por tanto, está clara: la autoridad eclesiástica prefiere seguir a remolque de la sociedad, de la cultura y de la historia, con tal de mantener su autoridad intacta, por la sencilla razón de que quienes piensan así, prefieren mantener intactas sus ideas e intocable su poder, aunque la Iglesia termine de hundirse y la gente que todavía tiene creencias cristianas se hunda con ella en la desesperanza.


Matrimonio y familia

José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/031014

En vísperas de la celebración del Sínodo sobre la Familia, si es que, efectivamente, las cuestiones más apremiantes, que según parece se van a plantear en el mencionado Sínodo, serán principalmente de orden moral, es posible -más aún, probable- que sean de alguna utilidad las siguientes reflexiones.

1. Una cuestión previa, que podría ser de enorme importancia, es que la jerarquía de la iglesia católica se pregunte por qué sus enseñanzas se sitúan en ámbitos tan distintos cuando afrontan problemas relaciones con el dinero o problemas relacionados con el amor entre los seres humanos.

Es demasiado frecuente que cuando la jerarquía eclesiástica y la teología católica se refieren a asuntos cuya temática determinante es el derecho de propiedad, el dinero, el capital, el lucro y la acumulación de bienes, las enseñanzas teológicas y magisteriales se suelen quedar en el ámbito de lo especulativo, lo genérico y lo meramente exhortativo.

En cambio, cuando la jerarquía y la teología plantean y pretenden resolver los problemas y las situaciones que afectan a la relación amorosa entre las personas, la respuesta magisterial y teológica se va derechamente a las decisiones, es decir, no se limita a la especulación doctrinal, ni siquiera a la exhortación, sino que aterriza pronto en la decisión, que se traduce en norma, en ley, que prohíbe o impone, incluso con severos castigos a quienes no se atienen a un presunto “derecho natural”, que, al presentarse como constitutivo de la misma naturaleza creada y querida por Dios, no admite discusión y, menos aún, cualquier forma de rechazo.

Este desacuerdo -incluso esta incoherencia- entre el “magisterio sobre el dinero” y el “magisterio sobre el amor” es algo que resulta, ante todo, tan patente y, por otra parte, tan inexplicable, que el efecto de todo esto en la opinión pública, suele ser el escándalo. Y el consiguiente desprestigio para la Iglesia, que así pierde credibilidad y autoridad para hablar de dos asuntos tan determinantes, para la vida de los ciudadanos, como es el caso de las convicciones que éstos deben asumir ante los problemas que nos plantea la economía y los problemas que vivimos en la familia.

Porque, al enfrentarnos con dos problemas tan enormes, como son el dinero y el amor, nunca deberíamos olvidar que estos dos ámbitos de la vida, el de la economía y el de la familia, están tan íntimamente ligados el uno al otro, que, como enseguida vamos a ver, en la práctica son inseparables.

Con lo cual quiero decir que: o se resuelven ambos a la vez, con la misma contundencia y el mismo lenguaje; o producen el efecto contrario, que consiste en que, al pretender (inconscientemente) separar dos ámbitos de la vida y de la sociedad, que no se pueden separar, lo que se consigue es perder la credibilidad, tanto en lo que la Iglesia dice (o se calla) sobre el dinero y el capital, como lo que la Iglesia dice (o se calla) sobre la experiencia determinante del amor entre los seres humanos.

Los ejemplos y las preguntas, sobre el problema que acabo de apuntar, se amontonan y se acentúan de día en día. ¿Por qué la Iglesia es tan exigente en lo que refiere al aborto (yo no soy abortista), defendiendo la vida del embrión y del feto, y no es igualmente comprometida y exigente en los interminables problemas que plantea el espantoso problema del tráfico de niños, el uso y abuso de los niños en trabajos forzados, en guerras, en la compra y venta de órganos, etc, etc? ¿Por qué la Iglesia impone la excomunión “latae sententiae” para quienes procuran el aborto, y no echa mano de la misma censura para quienes obligan a los niños a ir a la guerra como soldados o a trabajar hasta doce horas diarias por un jornal de miseria?

¿Por qué la Iglesia (en la que hay tantos creyentes ejemplares) ve un peligro tan grave para la familia en el matrimonio homosexual y no ve un peligro tan grave -o mayor aún- en las condiciones económicas que tienen que soportar familias que se ven destrozadas por el paro, los jornales de hambre, la inseguridad sanitaria y laboral, las pésimas condiciones para la educación de los hijos, etc, etc?

2. En los problemas relativos a la familia, la Iglesia debería tener siempre presente que, por lo menos hasta el siglo IV, los cristianos siguieron los mismos condicionamientos y usos, por lo que concierne al casamiento, que el contorno pagano (J. DUSS-VON-WERDT, en Myst. Sal., vol. IV/2, 411). Lo cual quiere decir que los cristianos de los primeros siglos no tenían conciencia de que la revelación cristiana hubiera aportado algo nuevo y específico al hecho cultural del matrimonio en sí. En cualquier caso, es seguro que el casamiento ante el sacerdote, como exigencia obligatoria, apareció por primera vez hacia el año 845, en los decretos pseudoisidorianos y se justificaba por razones de derecho civil, no por argumentos teológicos (J. G. LE BRAS, Histoire des collections canoniques en Occident depuis les Fausses Décrëtales jusqu’à Gratien, Paris 1931. Cf. J. DUSS-VON-WERDT, o. c., 414). Es a finales del siglo XII, en 1184, cuando se habla formalmente y por primera vez del matrimonio como sacramento, en el concilio de Verona (DENZINGER-HÜNERMANN, El Magisterio de la Iglesia, nº 761).

Por lo demás, en todo este asunto es básico saber que, hasta los siglos XII y XIII, el tiempo en que se sistematizó la teología cristiana como saber organizado, cuando la Iglesia no sólo se rigió por el Derecho romano, sino que -como es bien sabido- la custodia de la tradición jurídica romana recayó fundamentalmente en la Iglesia. Como institución, el Derecho propio de la Iglesia en toda Europa fue el Derecho romano. Como se decía en la Ley ripuaria de los francos (61(58) 1), “la Iglesia vive conforme al Derecho romano”.

Es verdad que la Iglesia iba construyendo su propio Derecho. Pero también es cierto que, a medida que los problemas a los que debía enfrentarse la Iglesia crecían en complejidad, las referencias al Derecho romano se incrementaban. El material romano relevante para la Iglesia se recopiló en colecciones específicas, tales como la Lex Romana canonice compta realizada en el siglo IX. El hecho es que, como han dicho los especialistas en estas cuestiones, “la Iglesia no redujo sus enseñanzas al Evangelio” (PETER G. STEIN, El Derecho romano en la historia de Europa, Madrid, Siglo XXI, 2001, 57).

Todo el sistema organizativo y legal de la Iglesia se fue gestando sobre la base, no tanto del Evangelio, sino del Derecho romano, la lex mundialis, como lo denominó el Concilio de Sevilla, del 619, presidido por san Isidoro (Conc. Hispalense II. Cth. 5. 5. 2. ENNIO CORTESE, Le Grandi linee della Storia Giuridica Medievale, Roma, 2008, 48).

Por tanto, si la Iglesia no vio dificultad alguna en adaptarse a las leyes civiles y laicas de los pueblos y culturas en los que fue creciendo y a los que se ajustó sin poner oposición o resistencia, ¿por qué ahora, cuando el cristianismo es una institución de ámbito, no ya europeo, sino global, vamos a rechazar que la Iglesia acepte e integre en su vida los usos y costumbres, las tradiciones y normas de conducta, que en cada momento y en cada país se vean más convenientes?

3. Si a lo dicho, añadimos ahora el punto de vista de los más competentes sociólogos de nuestro tiempo, tendremos elementos de juicio suficientes para poder situarnos ante los problemas, que se le plantean, y las soluciones, que necesita, la familia en el momento actual, ya metidos en el tercer milenio.

Ante todo, conviene tener en cuenta que la familia tradicional era, sobre todo, una unidad económica. La transmisión de la propiedad era la base principal del matrimonio. Por otra parte, en la Europa medieval el matrimonio no se construía sobre la base del amor sexual, ni se consideraba un espacio donde el amor debía florecer. Y a todo esto hay que añadir la desigualdad entre hombres y mujeres como elemento constitutivo de la familia tradicional (cf. ANTHONY GIDDENS, Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas, Madrid, Taurus, 2000, 65-79).

Ahora bien, es evidente que la renovación de la familia y del matrimonio se tiene que construir sobre la base de un hecho fundamental, a saber: ni la familia es ya una unidad económica, sino que, en todo caso, se tiene que construir sobre el fundamento del amor sexual. Y, sobre todo, resulta capital tener presente, en todo caso, que la igualdad de derechos entre hombre y mujer, y la libertad en la toma de decisiones de ambos, son los pilares sobre los que se pueden renovar y reconstruir la familia y el matrimonio en este momento.

Por tanto, las soluciones que se puedan aportar a los problemas planteados al Sínodo, concretamente la problemática del divorcio, la aceptación por parte de la Iglesia de las uniones entre personas del mismo sexo o el uso de anticonceptivos, son cuestiones de suma importancia, para cientos de miles de personas, que se pueden resolver sin atentar ni poner en cuestión para nada la teología cristiana del matrimonio. La Iglesia puede hoy resolver estos problemas modificando la legislación canónica actual y sin traicionar para nada su fe y su tradición.

4. Desde el punto de vista de la teología dogmática, queda por responder una pregunta fundamental: ¿no es doctrina de fe la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre los sacramentos y, por tanto, también sobre el sacramento del matrimonio?

Prescindiendo de una serie de datos históricos, que no es posible resumir en este breve estudio, y si nos atenemos a la conclusión que podemos y debemos defender sobre este asunto capital, se puede y se debe afirmar que está fuera de duda que el concepto de lo que pertenece a la fe, y consiguientemente también el concepto de herejía, que utilizaron los teólogos y obispos de Trento, era algo muy distinto de lo que ahora se entiende bajo esos conceptos.

Esto es seguro, al menos, por lo que se refiere a la Sesión VII del concilio tridentino (DENZINGER-HÜNERMANN, nn. 1600-1613). Por lo tanto, se puede afirmar con toda certeza que la doctrina, que se definió en Trento sobre los sacramentos no es una doctrina de fe en el sentido de un conjunto de verdades de fe divina y católica. Ni, en consecuencia, la negación o la puesta en duda de las verdades, que se enuncian, en la mencionada Sesión VII, tal negación no comporta incurrir en herejía (JOSÉ M. CASTILLO, Símbolos de libertad. Teología de los sacramentos, Salamanca, Sígueme, 1981, 340-341; P. F. FRANSEN, Réflexions sur l’anathème au concile de Trente: ETL 29 (1953) 670; A. LANG, Der Bedeutungswandel der Begriffe “fides” und “haeresis” und die dogmatische Wertung der Konzilsentscheidungen von Viene und Trient: MTZ 4 (1953) 133-146).

En consecuencia, es claro que las formulaciones clásicas de la teología sacramental pueden y deben ser replanteadas desde una nueva perspectiva. Y, por lo tanto, tales formulaciones clásicas pueden y deben ser pensadas y expresadas a partir de los problemas que hoy vemos y vivimos sobre los sacramentos. Y con vistas a dar la debida solución a tales problemas.

Así pues, una vez desbloqueado el “corsé dogmático”, que nos podría impedir o dificultar la búsqueda en libertad de la respuesta que hoy necesitan tantos creyentes católicos (o simplemente cristianos), habida cuenta de que las cuestiones, que se plantean en el Sínodo, son, tanto científicamente como teológicamente, “quaestiones disputatae” (“cuestiones discutidas”), la respuesta evangélica y cristiana más coherente y certera será la respuesta que más nos humanice a todos en la bondad, el respeto, la tolerancia y la búsqueda de la felicidad para quienes se debaten en la duda, la búsqueda del bien y del amor a todos y para todos.


Lo que nos ha enseñado el Sínodo

José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/26.10.14

1. El papado es necesario en la Iglesia.

Ahora vemos, más claro que nunca, que la Iglesia necesita una autoridad suprema, que esté por encima de grupos, tendencias, divisiones y enfrentamientos. De no existir el papado, es posible (incluso probable) que en la Iglesia, después de lo ocurrido, se hubiera producido un cisma. Se sabe que cinco cardenales fueron a pedirle al dimitido Benedicto XVI que apoyara a los defensores de una Iglesia conservadora y tradicional, con una teología y una moral igualmente integrista. Pero el ex-papa Ratzinger les contestó a los cinco cardenales que en la Iglesia no hay más que un papa, que es Francisco. Es más, inmediatamente informó a Francisco de lo que estaba ocurriendo. El papado ha salvado la unidad de la Iglesia. Si un solo arzobispo, Lefebvre, pudo crear un cisma, ¿no habrían podido cinco cardenales ser origen de una fractura mayor?

2. Francisco está cambiando el papado.

Lo está transformando más de lo que muchos se imaginan. Y con el papado, está transformado también a la Iglesia. Lo sagrado y lo ritual pierden fuerza. Y crece en importancia lo humano, la cercanía a la gente, la sencillez, la normalidad de la vida. Nace así un estilo nuevo de ejercer la autoridad en la Iglesia. Pierde importancia en ella la religión. Y gana presencia el Evangelio. Además, estamos viendo que este hombre es más fuerte y tiene más personalidad de lo que muchos decían. Una personalidad original, que no le ha llevado a subir, sino a bajar. No para alejarse de los últimos, sino para acercarse a ellos. El nuevo camino de la Iglesia está trazado.

3. El conservadurismo de la Curia pierde fuerza.

En este Sínodo no ha ocurrido lo que pasó en el Concilio Vaticano II. Allí también los curiales integristas eran minoría. Pero eran una minoría más fuerte y determinante que la que ha participado en el Sínodo. De hecho, la minoría curial, en el Concilio, supo llevar las cosas a su terreno. Y fue decisiva en las cuestiones determinantes para el futuro inmediato. Por eso el capítulo 3º de la Constitución sobre la Iglesia quedó redactado de forma que el papado y la curia han tenido incluso más poder después del Concilio que antes del Concilio. Por otra parte, los escándalos en asuntos de dinero y en abusos de menores han hundido la credibilidad del sistema curial de gobierno en la Iglesia.

4. Ya no son intocables determinados problemas morales que lo eran.

¿Se apela ahora, con la misma seguridad que antes del Sínodo, a la llamada “Ley Natural”? ¿Sigue siendo un tabú lo de la homosexualidad? ¿Alguien se atreve a decir que la Iglesia nunca podrá permitir que los sacerdotes se casen? ¿Es tan impensable, como antes, la posibilidad de que las mujeres lleguen a recibir el sacramento del Orden? ¿No es verdad que la familia tiene hoy problemas mucho más graves y apremiantes que los que se plantean en los confesionarios y en las sacristías? Si ahora nos hacemos estas preguntas -y otras similares-, esto nos viene a decir que en la Iglesia, sin que nos hayamos dado cuenta, el Sínodo nos ha cambiado (algo, por lo menos, o quizás mucho) en temas mucho más serios de lo que imaginamos.

5. La forma de ejercer el poder se está desplazando.

El integrismo conservador pierde fuerza porque se empeña en seguir ejerciendo el poder de una forma que cada día tiene menos poder. Cada día tiene menos fuerza el poder que prohíbe, impone, amenaza y castiga. El “poder represivo” es cada día menos poder. Mientras que el “poder seductor” no se enfrenta al sujeto, le da facilidades, es amable y responde a lo que necesita la gente. Es verdad que este poder, cuando “se universaliza”, como ocurre con la informática y su incesante oferta universal de satisfacción inmediata, entonces se convierte en un poder que somete a los sujetos de forma que cada sujeto sometido no es ni siquiera consciente de su sometimiento.

Pero cuando el “poder seductor” no “se universaliza, sino que “se humaniza”, entonces lo que hace es que responde a los anhelos más profundos de las personas. Y esto justamente es lo que el mundo está percibiendo en el papa Francisco. Lo que las multitudes de Galilea percibían en Jesús de Nazaret, cuando Jesús andaba por el mundo.


¿Dogmas de fe sobre la familia?


José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/071014
¿Existen dogmas de fe sobre la familia? Por tanto, ¿se puede afirmar, con toda seguridad, que en la fe de la Iglesia existen verdades dogmáticas, que son indiscutibles y que, en consecuencia, no es lícito poner en duda en ningún caso ni se pueden modificar sea cual sea la finalidad por la que se pretendan cambiar?

Para responder a esta pregunta, lo primero ha de ser -como es lógico- precisar qué es lo que entendemos los católicos cuando hablamos de “dogmas de fe”. Tomo la respuesta a esta cuestión de la última edición del gran volumen de Teología Dogmática de Gerhard Ludwig Müller (Barcelona, Herder, 2009, pp. 78-79), actualmente cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Según afirma acertadamente este cardenal, para saber lo que es un “dogma de fe”, tenemos que recurrir a la definición que formuló el concilio Vaticano I (1870) en la Constitución Dogmática sobre la Fe Católica (cap. 3º): “Deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional (“in verbo Dei scripto vel tradito”), y son propuestas por la Iglesia para ser creías como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio” (DENZINGER-HÜNERMANN, n. 3011).

Por tanto, para que una afirmación religiosa sea “dogma de fe”, no basta que esa afirmación se encuentre en la Biblia o sea presentada en la tradición más seria y auténtica de la Iglesia. Además de eso, es indispensable que tal afirmación sea propuesta para ser creída por el “juicio solemne” de la Iglesia. Tal juicio solemne sería una “definición dogmática” de un Concilio ecuménico o de un papa.

En cuanto al “magisterio ordinario”, tendría que ser una verdad, aceptada como verdad revelada por Dios por la Iglesia universal, cosa que en este caso no sucede, dadas las muchas dudas y teorías opuestas que existen entre los católicos, precisamente en los numerosos y discutidos asuntos relativos a la familia.
Por tanto, los problemas relativos a los modelos de familia no son, ni pueden ser, dogmas de fe. En consecuencia, el Sínodo tiene -desde el punto de vista dogmático- entera libertad para deliberar y decidir lo que crea más conveniente para el bien de los seres humanos, de la sociedad y de la Iglesia.

En consecuencia, quienes echan mano de los dogmas de la Iglesia, para limitar la libertad de los participantes en el sínodo a la hora de tomar sus decisiones, hacen lo mismo que haría quien echase mano de una solemne mentira para imponer sus propias ideas o sus propias conveniencias.

El sínodo, por tanto, puede perfectamente decidir lo que considere más conveniente para resolver los problemas relativos a los divorciados, a los homosexuales, al celibato de los sacerdotes o a la ordenación sacerdotal de las mujeres. En todo caso, quien tenga sus propias convicciones sobre los asuntos mencionados, que las presente como propias, pero que nunca tenga el atrevimiento de afirmar que eso pertenece a la fe de la Iglesia o que en ningún caso se puede hacer.


Victoria pírrica y después…

Atilio Boron
www.alainet.org/281014

Difícil y angustiosa victoria de Dilma en el balotaje de ayer, la más estrecha jamás habida en la historia brasileña, según consignan varios periódicos en sus portales. En el balotaje del 2006 Lula derrotó al candidato del PSDB Geraldo Alckmin por más de veinte puntos: 61 a 39 por ciento. En el 2010 Dilma doblegó en la segunda vuelta al también tucano José Serra por unos doce puntos: 56 versus el 44 por ciento. Ayer derrotó a Aécio por apenas tres puntos: 51.6 a 48.4 por ciento.

Angustiosa e incierta no tanto por la escasa diferencia con que derrotó a su rival como por las agónicas tres semanas de campaña en donde, por momentos, el PT aparecía condenado a emprender un humillante regreso al llano luego de doce años de gobierno. Y si esto estuvo a punto de ocurrir fue más a causa de errores propios que de los méritos de su muy conservador oponente.

Como lo hemos señalado en numerosas oportunidades, los pueblos prefieren el original a la copia. Y si el PT hizo suya -en sus grandes líneas, aunque no en su totalidad- la agenda neoliberal de la derecha brasileña nadie puede sorprenderse que en una coyuntura tan complicada como la actual un significativo sector de la ciudadanía hubiera manifestado su predisposición a votar por Aécio. Es cierto que hubo algunas heterodoxias en la aplicación de aquella receta, la más importante de las cuales fue la creación del programa Bolsa Familia.

Pero en lo tocante a las orientaciones económicas fundamentales la continuidad de la tiranía del capital financiero y su reverso, la fenomenal deuda pública del gobierno federal, unida al raquitismo de la inversión social (¡aproximadamente una décima parte de lo que paga por concepto de intereses de la deuda pública a los banqueros!), la deliberada despolitización y desmovilización popular que marcaron la gestión del PT desde sus inicios más el retraso en el combate a la desigualdad y en atender a problemas como el transporte público -entre tantos otros- que afectan al bienestar de las clases y capas populares (en especial a sus grupos más vulnerables como los afrobrasileños, los marginales de la ciudad y el campo, la juventud) terminaron por empujar al PT al borde de una catastrófica derrota. Contrariamente a lo que sostienen algunos de sus publicistas el “posneoliberalismo” todavía no se ha asomado en el Planalto.  

El alivio ofrecido por el veredicto de las urnas en el día de ayer será de poca duración. A Dilma le esperan cuatro años durísimos, y otro tanto se puede decir acerca de Lula, su único posible sucesor (al menos hasta el día de hoy). Una de las lecciones más ilustrativas es la ratificación de la verdad contenida en las enseñanzas de Maquiavelo cuando decía que por más que se le hagan concesiones los ricos y poderosos jamás dejarán de pensar que el gobernante es un intruso que ilegítimamente se inmiscuye en sus negocios y en el disfrute de sus bienes. Son, decía el florentino, insaciables, eternamente inconformistas y siempre propensos a la conspiración y la sedición.

La tremenda ofensiva desestabilizadora lanzada en las últimas tres semanas por los capitalistas brasileños desde la Bolsa de Valores de Sao Paulo, por el capital financiero internacional (recordar las más que notas arengas de The Economist, y el Wall Street Journal, entre otros)  y la potente artillería mediática de la derecha brasileña (red O Globo, Folha, O Estado de Sao Paulo y revista Veja, principalmente) es aleccionadora, y demuestra los equívocos en que cae un gobierno que piensa que cediendo terreno a sus demandas logrará al fin contar si no con la lealtad al menos con la tolerancia de los poderosos.

Dilma corre el riesgo de ser asfixiada por rivales cuya extrema belicosidad se hizo patente en la campaña electoral y que no parecen muy dispuestos a esperar otros cuatro años para llegar al gobierno. Por eso la hipótesis de un “golpe institucional”, si bien muy poco probable no debería ser descartada apriorísticamente, lo mismo que el desencadenamiento de una feroz ofensiva desestabilizadora encaminada a poner fin a la “dictadura” petista que según la derecha cavernícola reunida en el Club Militar estaría “sovietizando” al Brasil.

Lo ocurrido con José Manuel Zelaya en Honduras y Fernando Lugo en Paraguay debería servir para convencer a los escépticos de la impaciencia de los capitalistas locales y sus mentores norteamericanos para tomar el poder por asalto ni bien las circunstancias así lo aconsejen. Para no sucumbir ante estos grandes factores de poder se requiere, en primer lugar, la urgente reconstrucción del movimiento popular desmovilizado, desorganizado y desmoralizado por el PT, algo que no podrá hacerlo sin una reorientación del rumbo gubernamental que redefina el modelo económico, recorte los irritantes privilegios del capital y haga que las clases y capas populares sientan que el gobierno quiere ir más allá de un programa asistencialista y se propone modificar de raíz la injusta estructura económica y social del Brasil.

En segundo término, luchar para llevar a cabo una auténtica reforma política que empodere de verdad a las masas populares y abra el camino largamente demorado de una profunda democratización. El Congreso brasileño es una perversa trampa dominada por el agronegocio y las oligarquías locales (253 miembros del Frente Parlamentario de la Agroindustria, que atraviesa casi todos los partidos, sobre un total de 513) producto del escaso impulso de la reforma agraria tras doce años de gobierno petista y las interminables piruetas políticas que tuvo que hacer para lograr una mayoría parlamentaria que sólo se destraba desde la calle, jamás desde los recintos del Legislativo.

Pero para que el pueblo asuma su protagonismo y florezcan los movimientos sociales y las fuerzas políticas que motoricen el cambio –que ciertamente no vendrá “desde arriba”- se requerirá tomar decisiones que efectivamente los empoderen. Ergo, una reforma política es una necesidad vital para la gobernabilidad del nuevo período, introduciendo institutos tales como la iniciativa popular y el referendo revocatorio que permitirán, si es que el pueblo se organiza y concientiza, poner coto a la dictadura de caciques y coroneles que hacen del Congreso un baluarte de la reacción.

¿Será este el curso de acción en que se embarcará Dilma? Parece poco probable, salvo que la irrupción de una renovada dinámica de masas precipitada por el agravamiento de la crisis general del capitalismo y como respuesta ante la recargada ofensiva de la derecha (discreta pero resueltamente apoyada por Washington) altere profundamente la propensión del estado brasileño a gestionar los asuntos públicos de espalda a su pueblo. Esta es una vieja tradición política, de raíz profundamente oligárquica, que procede desde la época del imperio, al promediar el siglo diecinueve, y que ha permanecido con ligeras variantes y esporádicas conmociones hasta el día de hoy.

Nada podría ser más necesario para garantizar la gobernabilidad de este nuevo turno del PT que el vigoroso surgimiento de lo que Álvaro García Linera denominara como “la potencia plebeya”, aletargada por décadas sin que el petismo se atreviera a despertarla. Sin ese macizo protagonismo de las masas en el estado éste quedará prisionero de los poderes fácticos tradicionales que han venido rigiendo los destinos de Brasil desde tiempos inmemoriales.

Y su consecuencia sería desastrosa no sólo para ese país sino para toda Nuestra América porque tanto Aécio como el bloque social y político que él representa no bajarán los brazos y no cejarán en sus empeños para “desacoplar” a Brasil de América Latina, liquidar a la UNASUR y la CELAC, promover el TLC con Estados Unidos y Europa y el ingreso a la Alianza del Pacífico y erigir un “cerco sanitario” que aísle a Cuba, Bolivia, Ecuador y Venezuela del resto de los países de la región.

Un programa, como se comprueba a simple vista, en sintonía con la prioridad estratégica fundamental de Estados Unidos en la turbulenta transición geopolítica global que no es otro que regresar América Latina y el Caribe a la condición en que se hallaban la noche del 31 de Diciembre de 1958, en vísperas del triunfo de la revolución cubana

Es que cuando el imperio ve peligrar sus posiciones en Medio Oriente, en Asia Central, en Asia Pacífico e inclusive en Europa su reflejo inmediato es reforzar el control sobre lo que tanto Fidel como el Che caracterizaron como su retaguardia estratégica. Es decir, nosotros. Lo hizo en la década de los setentas, cuando era socavado por el efecto combinado de la crisis del petróleo, la estanflación y las derrotas en Indochina, principalmente Vietnam. En aquella coyuntura su respuesta fue instalar dictaduras militares en casi toda América Latina y el Caribe. Y tratará de hacerlo nuevamente ahora, cuando su situación internacional está mucho más comprometida que en aquel entonces. 


¿Por qué ganó Evo?

Atilio Boron
www.alainet.org/131014

La aplastante victoria de Evo Morales tiene una explicación muy sencilla: ganó porque su gobierno ha sido, sin duda alguna, el mejor de la convulsionada historia de Bolivia.  “Mejor” quiere decir, por supuesto, que hizo realidad la gran promesa, tantas veces incumplida, de toda democracia: garantizar el bienestar material y espiritual de las grandes mayorías nacionales, de esa heterogénea masa plebeya oprimida, explotada y humillada por siglos.  

No se exagera un ápice si se dice que Evo es el parteaguas de la historia boliviana: hay una Bolivia antes de su gobierno y otra, distinta y mejor, a partir de su llegada al Palacio Quemado. Esta nueva Bolivia, cristalizada en el Estado Plurinacional, enterró definitivamente a la otra: colonial, racista, elitista que nada ni nadie podrá resucitar.

Un error frecuente es atribuir esta verdadera proeza histórica a la buena fortuna económica que se habría derramado sobre Bolivia a partir de los “vientos de cola” de la economía mundial, ignorando que poco después del ascenso de Evo al gobierno aquella entraría en un ciclo recesivo del cual todavía hoy no ha salido. 

Sin duda que su gobierno ha hecho un acertado manejo de la política económica, pero lo que a nuestro juicio es esencial para explicar su extraordinario liderazgo ha sido el hecho de que con Evo se desencadena una verdadera revolución política y social cuyo signo más sobresaliente es la instauración, por primera vez en la historia boliviana, de un gobierno de los movimientos sociales. 

El MAS no es un partido en sentido estricto sino una gran coalición de organizaciones populares de diverso tipo que a lo largo de estos años se fue ampliando hasta incorporar a su hegemonía a sectores “clasemedieros” que en el pasado se habían opuesto fervorosamente al líder cocalero.  Por eso no sorprende que en el proceso revolucionario boliviano (recordar que la revolución siempre es un proceso, jamás un acto) se hayan puesto de manifiesto numerosas contradicciones que Álvaro García Linera, el compañero de fórmula de Evo, las interpretara como las tensiones creativas propias de toda revolución.

Ninguna está exenta de contradicciones, como todo lo que vive; pero lo que distingue la gestión de Evo fue el hecho de que las fue resolviendo correctamente, fortaleciendo al bloque popular y reafirmando su predominio en el ámbito del Estado.  Un presidente que cuando se equivocó -por ejemplo durante el “gasolinazo” de diciembre del 2010- admitió su error y tras escuchar la voz de las organizaciones populares anuló el aumento de los combustibles decretado pocos días antes.  

Esa infrecuente sensibilidad para oír la voz del pueblo y responder en consecuencia es lo que explica que Evo haya conseguido lo que Lula y Dilma no lograron: transformar su mayoría electoral en hegemonía política, esto es, en capacidad para forjar un nuevo bloque histórico y construir alianzas cada vez más amplias pero siempre bajo la dirección del pueblo organizado en los movimientos sociales.

Obviamente que lo anterior no podría haberse sustentado tan sólo en la habilidad política de Evo o en la fascinación de un relato que exaltase la epopeya de los pueblos originarios.  Sin un adecuado anclaje en la vida material todo aquello se habría desvanecido sin dejar rastros. 

Pero se combinó con muy significativos logros económicos que le aportaron las condiciones necesarias para construir la hegemonía política que hoy hizo posible su arrolladora victoria.  El PIB pasó de 9.525 millones de dólares en 2005 a 30.381 en 2013, y el PIB per Cápita saltó de 1.010 a 2.757 dólares entre esos mismos años.  

La clave de este crecimiento -¡y de esta distribución!- sin precedentes en la historia boliviana se encuentra en la nacionalización de los hidrocarburos.  Si en el pasado el reparto de la renta gasífera y petrolera dejaba en manos de las transnacionales el 82% de lo producido mientras que el Estado captaba apenas el 18% restante, con Evo esa relación se invirtió y ahora la parte del león queda en manos del fisco.  

No sorprende por lo tanto que un país que tenía déficits crónicos en las cuentas fiscales haya terminado el año 2013 con 14.430 millones de dólares en reservas internacionales (contra los 1.714 millones que disponía en 2005).  Para calibrar el significado de esta cifra basta decir que las mismas equivalen al 47% del PIB, de lejos el porcentaje más alto de América Latina.  En línea con todo lo anterior la extrema pobreza bajó del 39 % en el 2005 al 18 % en 2013, y existe la meta de erradicarla por completo para el año 2025.

Con el resultado de ayer, Evo continuará en el Palacio Quemado hasta el 2020, momento en que su proyecto refundacional habrá pasado el punto de no retorno.  Queda por ver si retiene la mayoría de los dos tercios en el Congreso, lo que haría posible aprobar una reforma constitucional que le abriría la posibilidad de una re-elección indefinida.  Ante esto no faltarán quienes pongan el grito en el cielo acusando al presidente boliviano de dictador o de pretender perpetuarse en el poder.  Voces hipócritas y falsamente democráticas que jamás manifestaron esa preocupación por los 16 años de gestión de Helmut Kohl en Alemania, o los 14 del lobista de las transnacionales españolas, Felipe González.  Lo que en Europa es una virtud, prueba inapelable de previsibilidad o estabilidad política, en el caso de Bolivia se convierte en un vicio intolerable que desnuda la supuesta esencia despótica del proyecto del MAS.  Nada nuevo: hay una moral para los europeos y otra para los indios.  Así de simple.

- Dr. Atilio A. Boron, Investigador Superior del Conicet y Director del PLED (Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales).



Para entender la victoria de Dilma Rousseff, presidenta de Brasil

www.adital.com.br/301014

En estas elecciones presidenciales, los brasileros y brasileras se confrontaron con una escena bíblica, de la cual habla el salmo número uno: tenían que escoger entre dos caminos: uno que representa el acierto y la felicidad posible y otro, el desacierto y la infelicidad evitable.

Se habían creado todas las condiciones para una perfecta tempestad, con distorsiones y difamaciones difundidas en la gran prensa y en las redes sociales. Una revista en especial ofendió gravemente la ética periodística, social y personal publicando falsedades para perjudicar a la candidata Dilma Rousseff. Detrás de ella se albergan las élites más atrasadas que se empeñan antes en defender sus privilegios que en universalizar los derechos personales y sociales.

Ante estas adversidades, la Presidenta Dilma, que pasó por torturas en las mazmorras de los órganos de represión de la dictadura militar, fortaleció su identidad, creció en determinación y acumuló energías para enfrentarse a cualquier embate. Se mostró como es: una mujer con coraje y valiente. Trasmite confianza, virtud fundamental para un político. Muestra entereza y no tolera las cosas mal hechas. Eso genera en el elector o electora el sentimiento de "sentir firmeza”.

Su victoria se debe en gran parte a la militancia que salió a las calles y organizó grandes manifestaciones. El pueblo mostró que ha madurado en su conciencia política y supo, bíblicamente, escoger el camino que le parecía más acertado votando a Dilma. Ella salió victoriosa con más del 51% de los votos.

El pueblo ya conocía los dos caminos. Uno, ensayado durante ocho años, hizo crecer económicamente a Brasil, pero transfirió la mayor parte de los beneficios a los ya beneficiados, a costa de la represión salarial, del desempleo y de la pobreza de las grandes mayorías. Hacía políticas ricas para los ricos y pobres para los pobres. Brasil se convirtió en un socio menor y subalterno del gran proyecto global, hegemonizado por los países opulentos y militaristas. No era el proyecto de un país soberano, conocedor de sus riquezas humanas, culturales, ecológicas y digno de un pueblo que se enorgullece de su mestizaje y que se enriquece con todas las diferencias.

El pueblo recorrió también otro camino, el del acierto y la felicidad posible. Y en este tuvo un puesto central. Uno de sus hijos, superviviente de la gran tribulación, Luiz Inácio Lula da Silva, consiguió con políticas públicas enfocadas a los humillados y ofendidos de nuestra historia que una población equivalente a toda una Argentina fuese incluida en la sociedad moderna. Dilma Rousseff llevó adelante, profundizó y expandió estas políticas con medidas democratizadoras como el Pronatec, el Pro-Uni, los cupos en las universidades para los estudiantes provenientes de la escuela pública y no de los colegios particulares; cupos para aquellos cuyos abuelos vinieron de las mazmorras de la esclavitud, así como todos los programas sociales de Bolsa Familia, Luz para Todos, Mi Casa, mi Vida, Más Médicos, entre otros.

La cuestión de fondo de nuestro país está siendo planteada: garantizar a todos, pero principalmente a los pobres, el acceso a los bienes de la vida, superar la espantosa desigualdad y crear mediante la educación oportunidades para los pequeños, para que puedan crecer, desarrollarse y humanizarse como ciudadanos activos.

Ese proyecto despertó el sentido de soberanía de Brasil, lo proyectó en el escenario mundial con una posición independiente, reclamando un nuevo orden mundial, en el cual la humanidad se descubra como humanidad que habita la misma Casa Común.

El desafío para la presidenta Dilma no es sólo consolidar lo que ya ha funcionado y corregir defectos, sino inaugurar un nuevo ciclo de ejercicio del poder que signifique un salto de calidad en todas las esferas de la vida social. Poco se conseguirá si no hay una reforma política que elimine de una vez las bases de la corrupción y permita un avance de la democracia representativa, incorporando democracia participativa, con consejos, audiencias públicas, consulta a los movimientos sociales y a otras instituciones de la sociedad civil.

Es urgente una reforma tributaria para que haya más equidad y ayude a disminuir la abismal desigualdad social. Fundamentalmente la educación y la salud estarán en el centro de las preocupaciones de este nuevo ciclo. Un pueblo ignorante y enfermo nunca va a poder dar un salto hacia un mejor nivel de vida. La cuestión del saneamiento básico, de la movilidad urbana (el 85% de la población vive en las ciudades) con transporte mínimamente digno, la seguridad y el combate a la criminalidad son imperativos impuestos por la sociedad, que la presidenta estará obligada a atender.

Ella presentó en los debates un abanico significativo de transformaciones que propuso. Por la seriedad y sentido de eficacia que siempre mostró, podemos confiar en que se llevarán a cabo.

Hay cuestiones que apenas fueron señaladas en los debates: la importancia de la reforma agraria moderna que fija al campesino en el campo, con todas las ventajas que la ciencia ha proporcionado. Es importante también demarcar y homologar las tierras indígenas, muchas amenazadas por el avance del agronegocio.

Por último y tal vez el mayor de los desafíos nos viene del campo de la ecología. Serias amenazas se ciernen sobre el futuro de la vida y de nuestra civilización, ya sea por la máquina de muerte creada que puede eliminar varias veces toda la vida y por las consecuencias desastrosas del calentamiento global. Si el calentamiento abrupto llegara, como alertan sociedades científicas enteras, la vida que conocemos tal vez no pueda subsistir y gran parte de la humanidad sería letalmente afectada. Brasil, por su riqueza ecológica es fundamental para el equilibrio del planeta crucificado. Un nuevo gobierno Dilma no podrá obviar esta cuestión, de vida o muerte para nuestra especie humana.

Que el Espíritu de sabiduría y de cuidado oriente las decisiones difíciles que la presidenta Dilma Rousseff deberá tomar.


Cuando a la Iglesia el aborto no le parecía tan mal

01 oct 2014
Iñaki Berazaluce

Homúnculo, algo menos que un hombre.

La doctrina de la Iglesia católica hacia el aborto no ha sido siempre la actual, que considera a cualquier embrión como un “ser humano en potencia”. No fue hasta Pío IX (1869) cuando Roma dejó de distinguir entre faetus animatus inanimatus, la censura que dividía lo moral de lo inmoral y, siendo la Ley Divina la ley de los hombres, lo legal de lo ilegal.

Sin embargo, entre el siglo XII y el XIX la idea predominante entre los teólogos era que “el alma humana entraba en el feto masculino alrededor del día número 40, y en el feto femenino en torno al día 80″. Esto es, unas seis semanas para los varones y nada menos que 12 semanas para las hembras aunque, como no era posible conocer el sexo del feto hasta el parto (o hasta el aborto) “tan sólo se excomulgaba por abortos posteriores al día 80″, según cuenta Laura Bossi en su imprescindible “Historia natural del alma”*.

Curiosamente la doctrina actual, consagrada en el derecho canónico en 1917 y de nuevo en 1983, papando Juan Pablo II, es la misma que imperó en el seno de la Iglesia desde el siglo IV, cuando Basilio el Grande y Gregorio de Nisa “defendieron la tesis de origen estoico de la animación en el momento de la concepción (el alma se “inyecta” en el útero con el esperma)”, según recoge la neuróloga italiana. El naturalista Alberto el Grande (fallecido en 1280 y maestro de Tomás de Aquino) también era partidario de la “animación simultánea”, aunque su propio discípulo Tomás y san Agustín se subieron al carro de la animación progresiva del embrión, defendida por Aristóteles.

¿Y cómo es que los embriones masculinos se animaban antes que los femeninos? Una vez más es una idea aristotélica. En su “Historia de los animales” el filósofo griego “afirma que los fetos masculinos se “articulan” con mayor precocidad, de acuerdo con su idea de la superioridad masculina en la scala naturae; y según la tradición del Antiguo Testamento (Levítico, 12, 1-5) la mujer es impura hasta 40 días después del nacimiento de un hijo y 80 días después del nacimiento de una hija“. Lo que quiere decir que, pasada la cuarentena de rigor, las mujeres se van equiparando en lo que al alma se refiere a los hombres. Menos mal.



Carencias del proyecto sobre salud sexual y reproductiva

Francisco Beens
www.laestrella.com.pa/171014

Todos están de acuerdo sobre la necesidad de una ‘educación sexual’. El problema está en el modo de implementar esta educación: el contenido de los programas, los mismos educadores, la patria potestad, etc. La mayoría de estos aspectos están basados en principios filosóficos, religiosos o incluso políticos, que los interesados están manejando y que son discutibles.

Nos limitaremos a emitir algunas consideraciones éticas en torno al mismo proyecto de ley.

1.— Los defensores del proyecto de ley están manejando la temática desde una antropología reduccionista que encierra una visión deshumanizante de la sexualidad humana. De hecho, la tendencia general del proyecto es dejar la educación sexual en manos de ‘especialistas’ del sector médico-clínico: ‘sexo sano y seguro’.

Entre muchos pseudocientíficos existe la tendencia de reducir al ser humano a sus dimensiones biopsicosociales, donde no hay cabida para realidades y valores que no son verificables con los instrumentos ‘científicos’. Valores como responsabilidad, libertad, solidaridad, lealtad, amor, etc. no son verificables ni por la biología, la fisiología, la psicología o la sociología. Además, estas ciencias explican todo a base de condicionamientos ya sean de tipo biológico, fisiológico, psicológico o sociológico.

La verdadera ciencia no pone límites a las posibilidades del ser humano y no excluye a priori el impacto que puede tener la dimensión espiritual en la conducta humana. Cuando nos referimos aquí a lo espiritual no nos referimos a la religiosidad. La dimensión espiritual es mucho más amplia que la religiosidad. Es precisamente en esta dimensión donde se ubican los recursos que permiten al ser humano, ser realmente ‘humano’. No es que la dimensión espiritual elimina o reprime la dimensión biológica, psicológica y sociológica, sino que las humaniza y las da su verdadero sentido humano. Además, la dimensión espiritual da la facultad al ser humano de superar las limitaciones biopsicosociales.
2.— El énfasis en los ‘derechos humanos’ en detrimento de los ‘deberes humanos’ tiende a crear una sociedad desequilibrada. Por eso mismo, dentro del campo de la educación sexual se hace también énfasis en los ‘derechos’ de los menores de ‘gozar’ de su sexualidad, pero con ‘seguridad’ (‘sexo seguro’). En ningún momento habla de los deberes. La única condición que se recomienda en el Proyecto es el uso de los preservativos. Según este concepto la promiscuidad está permitida, siempre y cuando se utilice un condón. Eso es lo que se llama ‘sexo sano y seguro’.

Cuando se trata de menores de edad, el asumir responsabilidades y cumplir con los deberes compete ante todo a los padres de familia. Es lo que conocemos por ‘Patria Potestad’. Se debe recalcar no solo el derecho, sino también el deber de los padres de familia a asumir su responsabilidad de ser los primeros educadores de sus hijos. Es parte de la ‘paternidad responsable’. Es una responsabilidad intransferible; a menos que los padres de familia no estén en condiciones de ejercer sus derechos y deberes.

3.— Justifican la ‘educación sexual y reproductiva’ desde la negatividad o más bien desde situaciones disfuncionales: para combatir las infecciones de transmisión sexual, el VIH/Sida y el embarazo precoz. Según este proyecto, tanto el MEDUCA como el MINSA deben convertirse en un cuerpo de bomberos, para apagar el fuego.

4.— Dentro la propuesta existe también la tendencia de pasar silenciosamente por encima de la vertiente ‘formativa’, de la educación. Ésta queda prácticamente reducida a la ‘información’. Limitar la educación a una mera información tiende fácilmente a una imposición de un solo punto de vista, el del programa o del educador, o a una ‘permisividad acrítica’: La buena información debe formar parte de la educación para evitar conceptos erróneos, pero no debe limitarse a eso.

5.— La educación es ante todo ‘humanización’; es integrar y fortalecer cuerpo, mente y espíritu con sentido de libertad y responsabilidad. Es importante considerar la sexualidad humana, no como algo negativo, sino como un valor positivo y una potencialidad muy rica, pero que requiere ser humanizada. Dentro del proceso del desarrollo humano integral, la humanización de la sexualidad debe ocupar el espacio que le corresponde.
Tareas pendientes

La educación sexual debe ser considerada dentro de un contexto más amplio que es el problema del desarrollo humano en Panamá. Quizás podemos seguir creciendo en desarrollo económico, pero en desarrollo humano estamos hundiéndonos cada vez más y más.

Es necesario crear y promover una cultura ética como condición indispensable para asegurar el auténtico desarrollo humano y contrarrestar la cultura de violencia, corrupción y el consumismo irracional que están acabando con nuestras familias y la misma sociedad.

Es urgente prestar la atención a la consolidación de la familia como un valor insustituible para que pueda asumir su responsabilidad. Ninguna institución puede reemplazar la familia.

Por esta razón es urgente ‘restaurar’ el objetivo principal del Ministerio de la Familia. El MIDES es actualmente un ministerio de beneficencia.

El punto más delicado es probablemente el contenido del programa de educación sexual. Quizá MEDUCA puede elaborar un programa para la educación oficial. Sin embargo, los centros del sector privado deben tener la libertad de elaborar su propio programa, según su propia orientación filosófica y con sus propios educadores. Esta educación no debe darse como una materia más. Debe desarrollarse con otra metodología y adaptada según los niveles y edades de los estudiantes. La programación no debe seguir un esquema ni un horario tradicional. Puede darse en forma de seminarios donde tratan diferentes temas sobre la convivencia humana, la familia, el matrimonio, el análisis crítico de los mensajes de los medios de comunicación social, etc.

Consideramos que es urgente que se integren equipos de educadores debidamente preparados y que estén libremente dispuestos a prestar sus servicios en este campo.


PROFESOR

Ayotzinapa Incertidumbre y dolor por la masacre de Iguala

Gloria Muñoz Ramírez 
Tixtla, Guerrero
Ojarasca, oct 2014
www.jornada.unam.mx
La escuela Normal de Ayotzinapa “Raúl Isidro Burgos” parece un campamento de damnificados. La comunidad de 540 alumnos que la conforman y los padres, hermanos, abuelos, tíos, primos y vecinos de los 43 estudiantes desaparecidos durante la matanza de Iguala del pasado 26 de septiembre, han hecho de las instalaciones su centro de encuentro. La ropa tendida en los salones convertidos en dormitorios, los comedores improvisados, el va y viene de autobuses retacados de estudiantes que realizan movilizaciones en las carreteras y brigadas de información, son el escenario que alberga lo que ya se califica como uno de los crímenes de Estado más atroces e indignantes en la historia del país. Otro Acteal, cuando menos.

Los padres y las madres lucen agotados. Se han hecho ya las pruebas de ADN para ver si pertenecen a sus hijos los cuerpos sin vida encontrados en seis fosas clandestinas. Desde el gobierno del estado casi dan por hecho que los 28 cadáveres calcinados y algunos desmembrados son de los alumnos de entre 16 y 20 años que fueron detenidos el 26 de septiembre, luego del operativo de la policía municipal de Iguala que impidió el paso a tres autobuses tomados por estudiantes de la Normal que se dirigían a recaudar recursos para asistir a la marcha conmemorativa de otra matanza de estudiantes, la del 2 de octubre de 1968. Los policías los balacearon y mataron a tres y luego se llevaron, relatan los testigos, a decenas de estudiantes que hasta el cierre de esta edición no habían sido presentados. Otras tres personas fueron también asesinadas en hechos vinculados a la primera agresión.

El domingo 5 de octubre, el titular de la Fiscalía General del Estado (FGE), Iñaki Blanco Cabrera, informó que 28 cuerpos fueron exhumados de seis fosas localizadas en las faldas de un cerro en Pueblo Viejo, municipio de Iguala. Dijo también que de acuerdo a las versiones de los 22 policías arrestados, al menos 17 fueron llevados a ese lugar, donde fueron quemados y desmembrados. Las cuentas no salen. Son 43 desparecidos, 28 los cuerpos encontrados y 17 los que afirman son de los estudiantes.

En los bloqueos que realizaron los estudiantes y familiares en la Autopista del Sol, y en la cancha de basquetbol de la Normal Rural, donde se concentran todos, rechazan las declaraciones oficiales. Manuel Martínez, vocero de los padres de familia, desmiente que los cuerpos encontrados en las fosas sean los de sus familiares: “Que quede bien claro que desmentimos lo que dijo el gobernador, porque no se vale, es una falta de respeto. Que nos los entreguen el día de hoy porque si no, en sus manos está lo que vaya a pasar en el estado, así de claro quedamos”.

Martínez reclama la renuncia del gobernador del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Ángel Aguirre, “y que entregue a los 43 jóvenes, que él sabe dónde están, y que están vivos. Que desmienta la situación que hizo el día de ayer (respecto a las fosas), porque jugó con las mentes de las personas a nivel nacional e internacional. Y que vaya contando sus días en este estado, porque sabe bien que en esta ocasión sí se va de Guerrero”, remata.
Sobre las declaraciones del fiscal del estado, que refieren que el director de seguridad pública municipal de Iguala, Francisco Salgado Valladares, dio la instrucción de detener a los 17 estudiantes, y una persona conocida como El Chucky, del grupo Guerreros Unidos, de la delincuencia organizada, ‘‘ordenó’’ a los policías ultimarlos, el representante de los familiares apunta: “no sabemos cómo está la narcopolítica, no inmiscuimos a ese tipo de personas aquí. Los que se llevaron a los compañeros fueron los policías municipales, por eso los culpamos a ellos. Hasta nos sabemos los números de las patrullas: la 017, 018, 020, 021, 022 y la que más anduvo contraatacando a nuestros compañeros normalistas fue la 302. Incluso después de que se los llevaron acudimos a varias instancias para ver si estaban nuestros compañeros, al ejército y nada, a barandillas en la policía municipal, y nada, a hospitales y nada, a Semefo (Servicio Médico Forense) y nada. Entonces, ¿qué está pasando aquí?”. Lo cierto es que nadie da respuestas.

En la Normal de Ayotzinapa se respira la incertidumbre. Grupos de jóvenes curtidos en el arte de pintar mantas, dibujan las que en estos días los convocan: JUSTICIA, se lee en una pintada de color rojo sangre. ASESINOS, se lee en otra. Los padres hablan entre ellos sentados en sillas dispersas. Otros se mantienen en silencio, con la mirada perdida. Hay tensión y zozobra alrededor de un altar con velas y flores colocado al centro de la cancha, frente a un estrado enmarcado por las imágenes de la triada Marx-Engels-Lenin, de un lado, y del otro El Ché Guevara y Mao Tse Tung. Casi no hay espacios sin murales y consignas políticas en esta escuela construida en la década de los treinta, en periodo posrevolucionario, por órdenes del entonces presidente Lázaro Cárdenas. “Ayotzinapa, cuna de la conciencia social”, dice el letrero colocado en la entrada de esta escuela-internado multilingüe conformada por estudiantes de bajos recursos, en su mayoría indígenas, provenientes de diversas partes del país. Aquí se forman los maestros que a su vez forman a los alumnos de primaria y secundaria de las regiones más empobrecidas de México.

Proveniente de Cerro Gordo, en Ayutla, el padre de Carlos Iván, de 18 años, uno de los detenidos-desaparecidos,  ya se hizo las pruebas de ADN para que las comparen con los cadáveres encontrados. Reclama que “no hay resultados. No sabemos nada de ellos, de su paradero, queremos que los liberen ya, estamos desesperados”. Otra madre familia, con los ojos bañados de lágrimas exige sin parar: “Que nos los entregue vivos, vivos se los llevaron, vivos los queremos. Los muchachos no son asesinos ni son vándalos, que nos los regresen”.

Mirada Internacional
Aunque desde los gobiernos federal y estatal se intenta enfocar la masacre en el nivel local, responsabilizando al alcalde de Iguala, a quien se le dieron todas las facilidades para escapar, y al director de seguridad pública municipal, Francisco Salgado Valladares, también prófugo, la prensa internacional recorre Guerrero, el estado que destapó con claridad lo que todo el mundo sabía: la complicidad del Estado con el crimen organizado. Por si faltara más información sobre estos vínculos, el lunes 6 de octubre el grupo delictivo Guerreros Unidos amenazó públicamente al gobierno colocando gigantescas mantas en Iguala, en las que exigen la liberación de los 22 policías detenidos por el caso: “Les damos 24 horas para que los suelten, si no aténganse a las consecuencias. Empezaremos a poner nombres de la gente que nos apoyaba del gobierno… ya empezó la guerra. atte: GU”.

Mientras continúa destapándose la cloaca, el PRD insiste en la defensa del gobernador que surgió de sus filas, mientras el presidente Enrique Peña Nieto se concretó a lamentar en cadena nacional que “sean jóvenes estudiantes los que hayan resultado afectados y violentados en sus derechos”. Como “afectados” se refirió el ejecutivo federal a los “asesinados”. Y días después de la masacre envió a la Gendarmería y al Policía Federal a resguardar Iguala, mientras el ejército desarmó a la policía municipal.