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DAVID HUME: EMPIRISMO, ESCEPTICISMO MORAL Y SU LEGADO EN ÉTICA Y POLÍTICA

 


Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com     
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-2740-5748           
Google Académico:
https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ

Resumen

Este ensayo examina la figura de David Hume (1711–1776) desde una perspectiva filosófica y teológica, atendiendo a su formación, sus tesis centrales en epistemología, moral y política, y su impacto en el pensamiento contemporáneo. Se sostiene que Hume articula un empirismo radical que, junto con su escepticismo moderado, redefine los límites del conocimiento humano, critica la noción de causalidad y funda una ética de los sentimientos con consecuencias decisivas para la teoría política moderna. Asimismo, se valoran implicaciones pastorales y eclesiales para el siglo XXI, confrontando la crítica humeana a los milagros y la religión con un enfoque teológico que acoja la experiencia, la prudencia práctica y la responsabilidad pública de las comunidades de fe.

Palabras claves: David Hume; empirismo; escepticismo; moral de los sentimientos; causalidad; milagros; política; religión natural; prudencia.

Abstract

This essay examines David Hume’s life, education, and major philosophical and political positions, focusing on his radical empiricism, mitigated skepticism, critique of causation, and sentimentalist ethics, as well as their lasting impact on contemporary ethics and political theory. It argues that Hume’s philosophy reconfigures epistemic limits, grounds morality in human sentiments and social practices, and inspires a pragmatic, institutional approach to politics. The concluding section draws practical implications for Christian communities in the twenty-first century, engaging Hume’s critique of miracles and superstition with a theology attentive to experience, prudence, and public responsibility.

Keywords: Hume; empiricism; skepticism; sentimentalism; causation; miracles; political theory; natural religion.

Metodología

Se realizó una revisión bibliográfica sistemática de fuentes primarias (obras de Hume) y secundarias indexadas en Scopus, Dialnet y Google Académico.

Además, un análisis conceptual y exegético de pasajes clave en el Tratado, las Investigaciones, el Enquiry sobre moral y los Ensayos políticos.

Se aplicó una contrastación crítica con lecturas contemporáneas en metaética y filosofía política.

Se realizó una Integración teológico-pastoral para la aplicabilidad a nivel eclesial.

Objetivo general

Analizar el pensamiento de David Hume en su contexto y evaluar su influencia en la ética y política contemporáneas, proponiendo aprendizajes prácticos para la Iglesia del siglo XXI.

Objetivos específicos

1.    Describir su formación académica y política.

2.    Exponer sus tesis sobre empirismo y crítica del conocimiento.

3.    Analizar su escepticismo moral y ética basada en los sentimientos.

4.    Evaluar su pensamiento político e influencia institucional.

5.    Derivar implicaciones para la práctica eclesial contemporánea.

Contenido

1. ¿Quién fue David Hume?

David Hume nació en Edimburgo en 1711, en el seno de una familia escocesa de la baja nobleza. Estudió de joven en la Universidad de Edimburgo, centrado en humanidades y filosofía, aunque sin obtener grados formales; su formación fue esencialmente autodidacta, marcada por el rigor del Iluminismo escocés.

Trabajó como bibliotecario de la Facultad de Abogados de Edimburgo, facilitándole un acceso decisivo a fuentes clásicas y modernas; residió en Francia, donde escribió el Tratado de la naturaleza humana, y más tarde ocupó cargos diplomáticos en París y Turín.

Su reputación filosófica convivió con la fama de historiador por su History of England, y su temperamento fue célebremente moderado, sociable y anti fanático. (Harris, 2015; Hume, 1739/2000. pp. 1–18; xiii–xx).6,1

La “History of England” de David Hume (publicada entre 1754 y 1762), consolidó su notoriedad pública más que sus obras filosóficas en vida, ofreciendo una narración continua desde los orígenes hasta la Revolución de 1688 con un estilo claro, elegante y deliberadamente anti-partidista; su propósito fue temperar pasiones faccionales y mostrar cómo la libertad civil y la estabilidad institucional emergen gradualmente del conflicto entre corona, Parlamento, religión y comercio, privilegiando la explicación de causas morales, económicas y constitucionales por encima del anecdotario bélico.

Aunque criticada por whigs y tories por supuestos sesgos y por su escepticismo respecto de la Providencia, la obra introdujo un enfoque “filosófico” de la historia: atención a las costumbres, intereses y consecuencias no intentadas, lectura comparada de fuentes y evaluación de la utilidad pública de las instituciones; su influencia se extendió a la historiografía ilustrada y a la educación cívica británica, y, pese a revisiones posteriores, permanece como un hito en la transición de la crónica erudita a la historia interpretativa centrada en procesos y principios.

2. Su Formación académica y política

Aunque no culminó títulos universitarios, la erudición de Hume se consolidó en contacto con el entorno académico de Edimburgo y las redes del Iluminismo escocés (Henry Home, Lord Kames; Francis Hutcheson y Adam Smith).

Su sensibilidad política se formó entre el constitucionalismo británico y una aversión a los extremismos partidistas: defendió el gobierno mixto, la supremacía del “rule of law” y la prudencia institucional, con un claro escepticismo respecto de los “proyectos” utópicos. Su experiencia como secretario y diplomático acentuó su preferencia por la estabilidad, el comercio y las virtudes cívicas. (Hume, 1752/1994; Harris, 2015. pp. 5–11; 79–101).4, 6

El “rule of law”. designa el principio según el cual el poder político está vinculado por normas públicas, generales y estables, aplicadas por tribunales imparciales, de modo que ninguna persona o autoridad queda por encima de la ley.

En la tradición británica que Hume observa y valora, ello implica límites constitucionales efectivos, separación o distribución funcional del poder, debido proceso, seguridad jurídica y protección de libertades básicas frente a arbitrariedades del soberano o de mayorías volátiles.

El gobierno de reglas —no de voluntades— favorece la previsibilidad en los intercambios, reduce el faccionalismo, y permite que las instituciones evolucionen gradualmente sin romper el tejido social; su justificación humeana es pragmática: el “rule of law” maximiza la utilidad pública a largo plazo al generar confianza, incentivar la cooperación y disciplinar tanto a gobernantes como a gobernados.

3. Su posturas filosóficas y políticas más importantes

Hume consolida un empirismo radical que redefine el alcance del conocimiento: toda idea procede de impresiones sensibles y se organiza por asociación (semejanza, contigüidad y sucesión constante).

De ahí derivan dos críticas decisivas: no conocemos una “sustancia” subyacente ni un “yo” simple, sino un haz de percepciones ligadas por memoria y hábito; y la causalidad no revela un nexo necesario accesible a la razón, sino una expectativa psicológica forjada por la costumbre ante conjunciones repetidas.

Este escepticismo mitigado no paraliza la vida ni la ciencia: las orienta hacia una metodología modesta, probabilista y práctica, consciente de que la justificación última de la inducción excede nuestros recursos racionales.

En filosofía de la religión, Hume aplica el mismo criterio empírico: el testimonio de milagros rara vez, si acaso, supera el peso de la experiencia uniforme y está expuesto a pasiones sectarias y sesgos de credulidad.

Su crítica no agota la cuestión religiosa, pero obliga a depurar estándares de evidencia y a distinguir entre fe razonable y credulidad.

En ética, Hume ubica el origen de la motivación y del juicio moral en los sentimientos regulados por la simpatía y el “punto de vista general”: la razón coordina medios, pero no genera fines.

Así, virtudes como la benevolencia y la justicia se validan por su utilidad pública y estabilidad social; y la “artificialidad” de la justicia y de las promesas señala su carácter institucional, no su arbitrariedad: son convenciones necesarias bajo condiciones de escasez e interés limitado.

En política, su escepticismo anti-utópico converge con un programa institucionalista: gobierno limitado, primacía del rule of law, comercio como escuela de civilidad, libertad civil y tolerancia religiosa como contrapesos al faccionalismo.

El criterio último es la utilidad pública evaluada a largo plazo, no la pureza ideológica. Al integrar su empirismo con una teoría de las virtudes sociales y de las convenciones, Hume ofrece una arquitectura normativa sobria: conocer con modestia, sentir con humanidad educada, y gobernar con prudencia incremental, favoreciendo reglas estables que permiten florecer a individuos y comunidades.4. Empirismo y crítica del conocimiento

Hume retoma el proyecto empirista de Locke y lo radicaliza: todo contenido mental procede de impresiones sensibles; las ideas complejas se componen por asociación (semejanza, contigüidad, causa-efecto).

La causalidad no es intuida ni demostrada, sino inferida por costumbre a partir de la conjunción constante de eventos; no hay “nexo necesario” accesible a la razón. De aquí surge un escepticismo mitigado: debemos confiar pragmáticamente en la costumbre para la vida y la ciencia, aunque sin pretender justificación racional última.

Este giro inaugura la problemática moderna de la inducción e impulsa, paradójicamente, una metodología científica más modesta y experimental. (Hume, 1748/2008; Beauchamp & Rosenberg, 1981. pp. 34–59; 91–114).2, 9

Asimismo, su análisis del yo como “haz” de percepciones cuestiona la sustancialidad del sujeto y abre interrogantes para la antropología filosófica y la teología sobre identidad personal, memoria y responsabilidad, campos en los que la práctica social y la narratividad suplen la metafísica fuerte. (Hume, 1739/2000; Baier, 1991. pp. 1.4.6; 95–112).1, 5

5. Su escepticismo moral y ética basada en los sentimientos

Hume distingue entre el ámbito cognitivo y el motivacional: el juicio moral expresa un “sentimiento” de aprobación o desaprobación que emerge de la simpatía y de la percepción de utilidad o agrado para los agentes y espectadores.

No se reduce a egoísmo ni a relativismo puro: la perspectiva del “espectador informado” y el punto de vista general corrigen sesgos locales y estabilizan los juicios.

Las virtudes de benevolencia, justicia, fidelidad y veracidad se justifican por su contribución al florecimiento social; la razón, aunque no origina fines, sí calcula medios y organiza las pasiones.

La justicia es “artificial” en el sentido de institución social necesaria ante la escasez y el interés limitado, no por ser arbitraria. (Hume, 1751/2011; Cohon, 2008. pp. 9–27; 63–102). 3, 7

Su famosa tesis “la razón es, y debe ser, esclava de las pasiones” subraya que la motivación moral es afectiva; sin embargo, Hume demanda educación del gusto, ampliación de la simpatía y hábito cívico, articulando una ética de virtudes sociales compatible con políticas de cooperación y estabilidad. (Hume, 1739/2000; Herdt, 2015. pp. 2.3.3; 51–74).1, 8

6. En política: comercio, constitución y escepticismo anti-utópico

En los Ensayos políticos, Hume defiende el comercio como escuela de libertad y urbanidad, las instituciones mixtas como resguardo contra la tiranía, y la tolerancia religiosa como requisito de paz civil.

Rechaza soluciones maximalistas y privilegia la prudencia incremental. Su teoría de las convenciones (propiedad, promesa, obediencia) anticipa ideas del contrato social sin mitologías fundacionales; la autoridad se legitima por la utilidad pública y el consenso tácito. (Hume, 1752/1994; Miller, 2015. pp. 87–118; 203–229).4, 10

7. En religión: milagros y teología natural a prueba

Hume formula un cálculo de probabilidades del testimonio: ningún informe de milagro ha alcanzado la credibilidad que supere el peso de la experiencia uniforme de las leyes de la naturaleza; a esto suma sesgos de credulidad, pasión y sectarismo.

En los Diálogos sobre la religión natural, debilita el argumento del diseño mostrando sus analogías imperfectas y la subdeterminación de la causa por el efecto. Para la teología, esto implica replantear el conocimiento de Dios no como inferencia natural concluyente, sino como acto de fe razonable dentro de una economía de signos, comunidad y praxis. (Hume, 1748/2008; Hume, 1779/2007. pp. 109–131; 45–83).2, 11

8. Su impacto en la ética y la política contemporáneas

El sentimentalismo de Hume nutre tres corrientes metaéticas contemporáneas: el expresivismo (los juicios morales expresan actitudes normativas), el constructivismo procedimental (las normas se legitiman desde el punto de vista general y prácticas de justificación compartidas) y un realismo sobrio sobre las virtudes sociales (las cualidades que sostienen cooperación y confianza son detectables en la experiencia común).

Su célebre distinción entre ser y deber-ser no niega la normatividad, sino que exige puentes justificativos explícitos: pasar de hechos a valores requiere mostrar cómo ciertos patrones de vida activan simpatías informadas y promueven el bien común, evitando deducciones encubiertas. (Hume, 1739/2000; Gibbard, 1990. pp. 3.1.1; 23–40).1,12

En epistemología, la “crisis” de la inducción se transforma en programa: habituarnos a ponderar evidencias y actualizar creencias por grados. De ahí su afinidad con el pragmatismo de Peirce y James y, más tarde, con enfoques bayesianos que formalizan el aprendizaje por experiencia.

Los “hábitos epistémicos” humeanos —expectativas estabilizadas por la repetición— se vuelven virtudes cognitivas: humildad ante la incertidumbre, sensibilidad a la evidencia contraria y preferencia por explicaciones parsimoniosas que resisten la prueba del tiempo. (Beauchamp & Rosenberg, 1981. pp. 115–139).9.

En teoría política y religión pública, su escepticismo anti-utópico favorece instituciones que evolucionan gradualmente, reglas claras y controles a la facción; por eso dialoga tanto con el liberalismo de reglas (Rawls) como con el evolucionismo institucional (Hayek).

El criterio de evaluación es la utilidad pública a largo plazo: estabilidad, libertad civil, comercio y tolerancia. En clave teológica, su crítica a milagros y supersticiones no clausura la fe, sino que la reorienta hacia el discernimiento comunitario, la coherencia moral y la credibilidad del testimonio cotidiano, integrando diálogo con la ciencia y responsabilidad social de las comunidades de fe. (Miller, 2015; Herdt, 2015. pp. 231–260; 145–172).10,8

Conclusiones.

En conclusión, una recepción madura de Hume invita a todas las personas del siglo XXI a unir humildad intelectual, formación afectiva y solidez institucional al servicio del bien común.

Primero, creo que el discernimiento prudencial reconoce los límites del conocimiento y fortalece la fe al distinguir con rigor entre testimonio fiable y rumor, inmunizando a la comunidad contra credulidades y conspiracionismos (Hume, 1748/2008. p. 129).2

Segundo, creo que la educación de los afectos —simpatía, misericordia y veracidad— sostiene motivaciones morales estables y promueve una justicia restaurativa arraigada en hábitos virtuosos más que en entusiasmos pasajeros (Hume, 1751/2011. pp. 171–189).3

Tercero, la credibilidad eclesial se forja en instituciones con reglas claras, transparencia y mecanismos eficaces de corrección, capaces de reparar, proteger y cuidar a las víctimas, incrementando así la confianza pública mediante prácticas repetidas y verificables de justicia (Hume, 1752/1994. pp. 95–112).4

Cuarto, frente a la polarización, la tolerancia activa y el diálogo cooperativo con actores civiles priorizan la paz y la dignidad de los vulnerables, desactivando faccionalismos y construyendo bienes comunes duraderos (Miller, 2015. pp. 241–258).10

Finalmente, el testimonio creíble brota de la constancia en lo ordinario: signos cotidianos de caridad, coherencia y responsabilidad poseen una fuerza evangélica y pública más persuasiva que lo extraordinario, haciendo visible una fe que se verifica en la práctica y en el tiempo (Herdt, 2015. pp. 169–172).8

Referencias bibliográficas

[1] Hume, D. (2000). A Treatise of Human Nature (D. F. Norton & M. J. Norton, Eds.). Oxford University Press. (Trabajo original publicado 1739–1740).

[2] Hume, D. (2008). An Enquiry concerning Human Understanding (T. L. Beauchamp, Ed.). Oxford University Press. (Trabajo original publicado 1748).

[3] Hume, D. (2011). An Enquiry concerning the Principles of Morals (T. L. Beauchamp, Ed.). Oxford University Press. (Trabajo original publicado 1751).

[4] Hume, D. (1994). Political Essays (K. Haakonssen, Ed.). Cambridge University Press. (Ensayos originalmente publicados 1752).

[5] Baier, A. (1991). A Progress of Sentiments: Reflections on Hume’s Treatise. Harvard University Press.

[6] Harris, J. A. (2015). Hume: An Intellectual Biography. Cambridge University Press.

[7] Cohon, R. (2008). Hume’s Morality: Feeling and Fabrication. Oxford University Press.

[8] Herdt, J. A. (2015). Forming Humanity: Redeeming the German Bildung Tradition. University of Chicago Press.

[9] Beauchamp, T. L., & Rosenberg, A. (1981). Hume and the Problem of Causation. Oxford University Press.

[10] Miller, D. (2015). Justice for Earthlings: Essays in Political Philosophy. Cambridge University Press.

[11] Hume, D. (2007). Dialogues concerning Natural Religion (R. H. Popkin, Ed.). Hackett. (Trabajo original publicado 1779).

[12] Gibbard, A. (1990). Wise Choices, Apt Feelings: A Theory of Normative Judgment. Harvard University Press.

ADAN SMITH: FILOSOFÍA MORAL, ECONOMÍA POLÍTICA Y PROYECCIONES PARA LA ÉTICA CONTEMPORÁNEA

 


Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com     
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-2740-5748           
Google Académico:
https://scholar.google.es/citations?hl=es&pli=1&user=uDe1ZEsAAAAJ

RESUMEN

Este ensayo presenta una lectura integrada de Adam Smith como filósofo moral y economista político, evitando la fractura interpretativa entre La teoría de los sentimientos morales y La riqueza de las naciones. Se reconstruyen su biografía intelectual, su formación académica y política, y sus posturas filosóficas centrales —simpatía, espectador imparcial, virtud de la prudencia, justicia conminatoria y beneficencia—, así como su concepción económica de la libertad comercial y la división del trabajo. Se evalúa críticamente su tesis sobre la vinculación entre bien/placer y mal/dolor dentro de una teoría sentimentalista matizada por criterios de imparcialidad, y se delimita su impacto en la ética y la política contemporáneas, con aplicaciones prácticas para comunidades eclesiales del siglo XXI en materia de justicia social, economía solidaria y discernimiento moral prudencial. La metodología es hermenéutica–crítica, con análisis textual de fuentes primarias y diálogo con la mejor bibliografía académica reciente. Se concluye que Smith ofrece un marco robusto para articular virtud, instituciones y mercados al servicio del bien común, si se leen sus obras en unidad y con correcciones teológicas sobre el amor, la misericordia y la dignidad humana

PALABRAS CLAVES: Adam Smith; teoría de los sentimientos morales; espectador imparcial; simpatía; justicia; economía política; libertad comercial; virtud; ética cristiana; bien común

ABSTRACT

This essay presents an integrated reading of Adam Smith as a moral philosopher and political economist, bridging The Theory of Moral Sentiments and The Wealth of Nations. It reconstructs his intellectual biography, academic and political formation, and central philosophical positions—sympathy, the impartial spectator, prudence, commutative justice, and beneficence—alongside his economic views on free trade and the division of labor. It critically evaluates his link between good/pleasure and evil/pain within a refined sentimentalist framework guided by impartiality, and assesses his impact on contemporary ethics and politics, with practical applications for twenty-first-century church communities on social justice, solidarity economy, and prudential moral discernment. The methodology is hermeneutic–critical, combining textual analysis of primary sources with dialogue with current scholarship. Smith’s framework coherently connects virtue, institutions, and markets to the common good when his works are read together and complemented by theological insights on charity and human dignity

KEYWORDS: Adam Smith; moral sentiments; impartial spectator; sympathy; justice; political economy; free trade; virtue; Christian ethics; common good

METODOLOGÍA

Se aplica un enfoque hermenéutico–crítico con análisis textual de fuentes primarias (TMS, WN) y cotejo de ediciones académicas.

Se realiza una revisión sistemática de literatura indexada (Scopus, Google Scholar, Dialnet, Latindex) y de estudios de filosofía moral y economía política.

Se desarrolla una evaluación conceptual comparada entre categorías smithianas y categorías clásicas de ética cristiana (virtudes, bien común, justicia), con criterio de coherencia interna y pertinencia práctica

OBJETIVO GENERAL

Articular una interpretación integral de Adam Smith que muestre la unidad entre su filosofía moral y su economía política, valorando su relevancia normativa para la ética y la política contemporáneas y para la praxis eclesial

OBJETIVOS ESPECÍFICOS

1.    Describir su formación académica y política y su contexto ilustrado escocés.

2.    Exponer sus tesis centrales: simpatía, espectador imparcial, virtudes, justicia y beneficencia; división del trabajo, libertad comercial, rol del Estado.

3.    Analizar la tesis bien/placer y mal/dolor en su arquitectura sentimentalista.

4.    Valorar su recepción e impacto en ética y política contemporáneas.

5.    Proponer aplicaciones prácticas para comunidades eclesiales en el siglo XXI

CONTENIDO

¿QUIÉN FUE ADAM SMITH?

Adam Smith (1723–1790), filósofo moral escocesa de la Ilustración, fue profesor en la Universidad de Glasgow y comisario de aduanas en Edimburgo. Es célebre por dos obras mayores: The Theory of Moral Sentiments (1759, con ediciones ampliadas hasta 1790) y An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (1776).

Su influencia fundacional en la economía moderna coexiste con su pertenencia a la tradición de filosofía moral británica del sentimiento, junto a Hutcheson y Hume.

Su proyecto intelectual buscó explicar cómo agentes ordinarios, movidos por intereses propios y por sentimientos morales, coordinan acciones en mercados e instituciones bajo reglas de justicia y virtudes de prudencia y beneficencia (Smith, 1759/1790, pp. 1–7).1; Cf. (Smith, 1776, I.ii).2

FORMACIÓN ACADÉMICA Y POLÍTICA

Smith estudió en Glasgow con Francis Hutcheson, absorbiendo el énfasis en el sentido moral, y en Oxford, donde criticó la decadencia pedagógica.

Fue catedrático de Lógica y luego de Filosofía Moral en Glasgow, dictando cursos sobre jurisprudencia, política comercial y ética. Acompañó al duque de Buccleuch por Francia y conoció a Quesnay y Turgot, incorporando ideas fisiocráticas sobre el orden natural.

Políticamente, defendió instituciones de libertad, división de poderes, justicia imparcial y limitación de privilegios corporativos, aunque asignó al Estado funciones claves: defensa, justicia, obras públicas, educación básica y regulación prudente de monopolios y externalidades (Smith, 1759/1790, pp. 338–352).1; Cf. (Smith, 1776, V.i.f).2; (Tribe, 2008, pp. 27–44).7

POSTURAS FILOSÓFICAS Y POLÍTICAS MÁS IMPORTANTES

La arquitectura moral de Smith se sostiene en la simpatía y en la figura regulativa del “espectador imparcial”. La simpatía no es mera emoción contagiosa: es una imaginación normativa que calibra la “propiedad” de las pasiones en relación con su objeto y circunstancia; por eso, la aprobación moral no depende de mi interés, sino de si un observador interno, descentrado y ecuánime, consideraría proporcionada la emoción y la acción resultante.

Esta mediación evita el relativismo (porque el juicio se disciplina por reglas y hábitos compartidos) y también el racionalismo abstracto (porque el acceso al bien se da a través de la experiencia afectiva encarnada). De ahí que el mérito y la culpa se midan por intención, consecuencias y adecuación de la pasión, bajo la mirada de ese tercero interior que interioriza prácticas sociales de imparcialidad (Smith, 1759/1790, pp. 9–20; 110–120).1

En coherencia, la constelación de virtudes en Smith articula autogobierno y orden institucional: la prudencia gobierna el yo y armoniza aspiraciones; la justicia, estricta y “conminatoria”, impone deberes negativos (no dañar, reparar) sin depender de benevolencia; y la beneficencia, no exigible por coerción, nutre el tejido social con gratuidad.

La justicia funciona como andamiaje: sin reglas de no agresión, propiedad y contrato, la beneficencia es frágil y el mercado se degrada en privilegio o expolio.

Esta estructura se refleja en su economía política: la división del trabajo incrementa productividad y los precios transmiten información dispersa, pero solo bajo límites que contengan monopolios, rentas y connivencias mercantilistas.

Por eso, la “mano invisible” no es teología civil del mercado, sino una descripción contextual de coordinaciones que presuponen reglas justas y aplicación imparcial de la ley (Smith, 1759/1790, pp. 269–279).1; (Smith, 1776, I.i; IV.ii; V.i).2; cf. (Berry, 2018, pp. 88–104).5

Finalmente, Smith inserta la cuestión social en el corazón de la libertad comercial: salarios suficientes para “no avergonzarse de aparecer en público”, educación popular como bien cuasi-público y políticas que mitiguen la “estrechez de miras” producida por labores hiperespecializadas.

Reconoce que el mismo mecanismo que eleva la riqueza puede empobrecer la vida moral si no se acompaña de formación cívica y saber básico para todos; de ahí su defensa de financiamiento mixto y de intervenciones selectivas del Estado en obras públicas, escolarización elemental y regulación antimonopólica.

La dignidad del trabajador, la ampliación de capacidades y la tutela de la competencia no son añadidos filantrópicos, sino condiciones morales e institucionales de mercados decentes y ciudadanos prudentes (Smith, 1776, V.i.f.50–61).2; cf. (Hanley, 2009, pp. 143–165).6

BIEN/PLACER Y MAL/DOLOR EN SMITH: ALCANCE Y LÍMITES

Si bien Smith reconoce la estrecha conexión entre la satisfacción afectiva y la aprobación moral, no reduce lo bueno a lo placentero. Para él, aprobamos la pasión “apropiada” a su objeto e intensidad, medida por el espectador imparcial; la “conveniencia” (propriety) y el “mérito” no se identifican con hedonismo, sino con proporción, intención y efectos bajo reglas de justicia.

El dolor puede ser moralmente valioso si se asocia a penitencia justa; el placer puede ser reprobable si proviene de crueldad o lujo corruptor. La simpatía informa, pero la justicia limita y la prudencia ordena los deseos.

Así, la tesis bien/placer-mal/dolor en Smith debe leerse como descripción psicológica de la experiencia moral, no como criterio último normativo.

La medida normativa es la mirada del espectador imparcial cultivado por la virtud y por instituciones que estabilizan expectativas (Smith, 1759/1790, pp. 12–16; 171–189; 270–279).1; (Griswold, 1999, pp. 114–138).3

En términos teológico-cristianos, esta concepción es compatible con una ética de las virtudes y del bien común, siempre que el amor (agapé) y la dignidad de toda persona limiten tanto preferencias egoístas como complacencias colectivas (Sen, 2011, pp. 75–99).4

IMPACTO EN ÉTICA Y POLÍTICA CONTEMPORÁNEAS

Ética económica: Smith inspira aproximaciones institucionalistas que ligan virtudes y reglas, precursor de debates sobre “economía civil” y “capitalismo moral”, influyendo en teorías de justicia de mercado y responsabilidad corporativa.

Su idea de justicia conminatoria se refleja en enfoques que separan deberes negativos estrictos (no dañar) de deberes positivos supererogatorios (beneficencia) (Berry, 2018, pp. 120–139).5

Teoría política: su crítica al mercantilismo y al privilegio corporativo informa políticas de competencia, comercio y regulación antimonopolio. El rol del Estado en educación y bienes públicos anticipa consensos contemporáneos sobre capacidades y oportunidades, convergente con el enfoque de capacidades de Amartya Sen y Martha Nussbaum (Sen, 2011, pp. 120–156).4

Filosofía moral: la figura del espectador imparcial ha dialogado con contractualismo y con psicología moral contemporánea (razón dual, empatía, normas sociales), y con debates sobre el paternalismo libertario y arquitectura de elección (Hanley, 2009, pp. 201–223).6; (Fleischacker, 2004, pp. 3–21).8

Desarrollo y pobreza: Smith subraya la dignidad del trabajador, el salario justo y la educación como bienes públicos, temas retomados por políticas de desarrollo inclusivo y economía social (Smith, 1776, I.viii) [2]; (Berry, 2018, pp. 140–168).5.

APLICACIONES PARA COMUNIDADES DEL SIGLO XXI

El discernimiento prudencial, inspirado en el “espectador imparcial”, ofrece a las comunidades sinodales un método concreto: identificar a los afectados, reconstruir los hechos con máxima transparencia, y someter las propuestas a una “prueba de desinterés” que mida proporcionalidad, intención y previsibles efectos colaterales.

La moderación de pasiones no busca neutralizar afectos, sino calibrarlos con criterios de propiedad moral y justicia restaurativa: escuchar al ofendido, invitar a la reparación del ofensor y graduar las sanciones según mérito y circunstancias, evitando tanto el encubrimiento como el linchamiento moral.

De este modo, los procesos parroquiales adquieren estabilidad normativa y credibilidad pública, pues articulan compasión, verdad y reglas imparciales (Smith, 1759/1790, pp. 110–126).1

Sobre el tema de la justicia y la caridad, la distinción smithiana entre deberes estrictos y virtudes supererogatorias ayuda a ordenar la acción eclesial: primero, garantizar lo no negociable —no dañar, prevenir abusos, reparar— mediante protocolos, auditorías, canales de denuncia seguros y reparación material y simbólica a las víctimas; después, organizar la beneficencia en clave de desarrollo humano —caritas profesionalizada, economía solidaria, microfinanzas parroquiales, fondos rotatorios— para ampliar capacidades sin clientelismo.

Esta secuencia protege el núcleo moral del testimonio cristiano: sin justicia conminatoria no hay confianza; sin caridad institucionalizada no hay tejido social que sane y eleve.

La evaluación debe seguir métricas dobles: cumplimiento de deberes negativos y adicionalidad social lograda por las obras de misericordia (Smith, 1759/1790, pp. 269–279).1

En economía con propósito, educación moral afectiva e incidencia pública, la Iglesia local puede traducir principios en dispositivos concretos.

Económicamente: incubadoras parroquiales con gobernanza mixta, compras públicas y solidarias, cláusulas antimonopolio en convenios, y formación financiera–técnica como bien público local para emprendedores vulnerables; éxito se mide por productividad y por inclusión efectiva.

En lo formativo: itinerarios de acompañamiento que articulen examen de conciencia, alfabetización emocional y práctica del “espectador imparcial” teologal para evitar rigorismos y permisivismos.

En la esfera pública: abogar por marcos regulatorios procompetencia, salarios dignos y acceso universal a educación y salud, convergiendo con la doctrina social cristiana y el enfoque de capacidades, para que el crecimiento se traduzca en libertad sustantiva de los pobres (Smith, 1776, V.i.f).2; (Griswold, 1999, pp. 302–317).3; (Sen, 2011, pp. 156–188).4

CONCLUSIONES

La obra de Adam Smith constituye un proyecto unitario que integra antropología moral e institucionalidad económica: los sentimientos morales —estructurados por la simpatía y la mirada del espectador imparcial— solo fructifican en el bien común cuando se encarnan en reglas de justicia y virtudes cívicas; a su vez, los mercados solo coordinan de modo socialmente valioso cuando reposan sobre ese humus ético-jurídico.

Esta lectura integrada disipa el falso dilema entre economicismo y sentimentalismo: ni basta la eficiencia agregada sin virtud y legalidad, ni alcanza la buena intención afectiva si es ciega a incentivos, información y límites del poder.

En esta clave, TMS y WN se iluminan mutuamente: la primera aporta la normatividad de la virtud y la justicia; la segunda, la arquitectura institucional que hace operativa esa normatividad en contextos de cooperación ampliada (Smith, 1759/1790, pp. 316–341).1; Cf. (Smith, 1776, IV.ii).2

En el plano normativo, placer y dolor funcionan como indicadores fenomenológicos, no como criterios últimos del bien. El juicio moral exige la aprobación de un espectador imparcial cultivado por hábitos de virtud y sostenido por instituciones justas; así, deseos y aversiones se ordenan según la propiedad de las pasiones, la intención y los efectos bajo reglas de justicia.

Esta métrica es convergente con una ética cristiana que armoniza caridad y justicia: la primera como forma del amor que excede lo exigible; la segunda como dique que protege a los vulnerables y posibilita la vida virtuosa en común.

De ahí que el discernimiento moral requiera tanto formación del carácter como diseño institucional, evitando hedonismos morales y perfeccionismos desencarnados (Griswold, 1999, pp. 114–138).3

En términos de política prudente, la libertad económica debe acompañarse de reglas antimonopólicas, tutela efectiva de la competencia, provisión de bienes públicos y una justicia conminatoria que sancione el daño y repare a las víctimas; esta combinación orienta agendas contemporáneas pro-competencia y pro-inclusión, donde el éxito se mide por productividad y ampliación de capacidades, no solo por renta agregada.

El horizonte que se perfila es tripartito: virtudes personales, reglas impersonales y fines trascendentes. Smith ayuda a articular los dos primeros, mientras que la tradición cristiana ofrece el telos que integra y corrige los medios. Juntos, conforman un marco fecundo para el siglo XXI: economías decentes, instituciones fiables y comunidades capaces de discernir, amar y hacer justicia en un mundo plural y vulnerable (Berry, 2018, pp. 120–168).5; Cf. (Hanley, 2009, pp. 221–235).6

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

[1] Smith, A. (1790). The Theory of Moral Sentiments (6th ed.). Ed. D. D. Raphael & A. L. Macfie, Glasgow Edition. Oxford: Clarendon Press. pp. 1–352.

[2] Smith, A. (1776). An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Ed. R. H. Campbell & A. S. Skinner, Glasgow Edition. Oxford: Clarendon Press. Books I–V, esp. I.i–ii; I.viii; IV.ii; V.i.f.

[3] Griswold, C. L. (1999). Adam Smith and the Virtues of Enlightenment. Cambridge: Cambridge University Press. pp. 7–25; 114–138; 302–317.

[4] Sen, A. (2011). The Idea of Justice. Cambridge, MA: Harvard University Press. pp. 35–66; 75–99; 120–188.

[5] Berry, C. (2018). Adam Smith: A Very Short Introduction. Oxford: Oxford University Press. pp. 1–5; 88–168.

[6] Hanley, R. P. (2009). Adam Smith and the Character of Virtue. Cambridge: Cambridge University Press. pp. 1–9; 143–165; 201–235.

[7] Tribe, K. (2008). Adam Smith: Critical Theorist? Journal of Classical Sociology, 8(2), 147–162. doi:10.1177/1468795X08088645. pp. 27–44.

[8] Fleischacker, S. (2004). On Adam Smith’s Wealth of Nations: A Philosophical Companion. Princeton: Princeton University Press. pp. 3–21.

SIR ISAAC NEWTON: ORDEN, RAZÓN Y FE EN LA GÉNESIS DE LA MODERNIDAD CIENTÍFICA

 

Por: Rev. Pbro. Manning Maxie Suárez +
Docente Universitario
Email: manningsuarez@gmail.com     
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-2740-5748           
Google Académico:
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Resumen

Este ensayo examina la figura de Sir Isaac Newton desde una perspectiva interdisciplinar que articula historia de la ciencia, filosofía y teología. Se reconstruyen su biografía intelectual, su educación académica y religiosa, y se dilucidan sus posiciones filosóficoteológicas, atendiendo a sus trabajos publicados y manuscritos teológicos. Se analizan sus contribuciones científicas en óptica, matemáticas y filosofía natural, y su impacto paradigmático en la comprensión moderna del orden, la racionalidad empírica, la universalidad y la búsqueda de la verdad. Finalmente, se discute la influencia de Newton en la ética contemporánea, especialmente en la normatividad del método, la humildad epistémica y la responsabilidad pública del saber. Se emplea metodología hermenéuticacrítica con apoyo en fuentes académicas primarias y secundarias, priorizando ediciones críticas y estudios especializados.

Palabras claves: Newton; filosofía natural; teología; empirismo racional; orden del universo; modernidad científica; ética de la investigación.

Abstract

This essay explores Sir Isaac Newton from an interdisciplinary standpoint intertwining history of science, philosophy, and theology. It reconstructs his intellectual biography, academic and religious formation, and expounds his philosophicaltheological stances, drawing on his published works and theological manuscripts. It analyzes his scientific contributions in optics, mathematics, and natural philosophy, and their paradigmatic impact on concepts of order, empirical rationality, universality, and the pursuit of truth. Finally, it discusses Newton’s influence on contemporary ethics, notably the normativity of method, epistemic humility, and the public responsibility of knowledge. A hermeneuticcritical methodology is applied, prioritizing critical editions and specialized scholarship.

Keywords: Newton; natural philosophy; theology; rational empiricism; order of the universe; scientific modernity; research ethics.

Metodología

Utilización del método hermenéuticocrítico, aplicando una lectura atenta de fuentes primarias (Principia, Opticks, General Scholium, manuscritos teológicos) y contraste con ediciones críticas y estudios historiográficos.

Aplicación de un análisis conceptual, realizando la clarificación de nociones (ley, causa, orden, hipótesis, Dios, Providencia) en su uso newtoniano.

Se realiza una contextualización histórica, es decir la ubicación de Newton en el clima intelectual del siglo XVII (revolución científica, debate con cartesianos, boyleanos y leibnizianos).

Se aplica una evaluación normativa, su derivación de implicaciones éticas y epistemológicas para el presente eclesial y académico.

Objetivo general

Articular una interpretación integrada de la obra científica y teológica de Newton y valorar su vigencia para la comprensión del orden del universo, la racionalidad empírica y la ética contemporánea.

5 Objetivos específicos

 

1.    Describir su formación académica y religiosa con base en fuentes acreditadas.

 

2.    Exponer sus principales descubrimientos y su método.

 

3.    Analizar sus posturas filosóficas y teológicas a partir de textos clave.

 

4.    Discutir los temas: orden y regularidad; racionalidad y observación; universalidad y objetividad; búsqueda de la verdad.

 

5.    Evaluar su impacto en la ética contemporánea y proponer aplicaciones pastorales y académicas para la Iglesia del siglo XXI.

CONTENIDO

¿QUIÉN FUE SIR ISAAC NEWTON?

Sir Isaac Newton (1642–1727) fue matemático, físico, astrónomo y filósofo natural inglés, profesor lucasiano en Cambridge, autor de los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (1687) y de Opticks (1704), presidente de la Royal Society y Guardián/Maestro de la Casa de la Moneda.

Su obra articuló cálculo infinitesimal, leyes del movimiento y gravitación universal, y un programa de filosofía natural basado en experimentos y análisis matemático.

Menos difundida pero vasta es su producción teológica, cronológica y alquímica, que revela una religiosidad escrituraria y un antitrinitarismo prudente en lo público, aunque inequívoco en manuscritos privados (Newton, 1999, pp. 1–12).1

SU FORMACIÓN ACADÉMICA Y TEOLÓGICA

Formado en Trinity College (Cambridge) desde 1661, se nutrió de Euclides, Descartes, Boyle y los experimentalistas. Su cursus incluyó matemáticas, filosofía natural y bases escolásticas que aún pervivían en Cambridge.

En teología, aunque la cátedra y la pertenencia a Trinity suponían tradicionalmente suscribir los 39 Artículos, Newton obtuvo dispensa para no ordenarse, lo que facilitó el desarrollo de su labor científica sin comprometer su conciencia doctrinal.

Sus estudios bíblicos abarcaron crítica textual, profecía y cronología sagrada, con interés en el arrianismo primitivo y la corrupción trinitaria del cristianismo antiguo (Newton, 2004, pp. 13 – 28).2

SUS POSTURAS FILOSÓFICAS Y TEOLÓGICAS

Sobre su filosofía de la naturaleza: rechazó las “hipótesis” no fundadas en fenómenos, privilegiando inferencias por inducción de leyes matemáticas universales (Reglas del filosofar).

Por otro lado, defendió el espacio y el tiempo absolutos y la acción gravitacional a distancia, no como cualidad innata, sino como ley impresa por Dios (Newton, 1999, pp. 794–801).1

Sobre su epistemología, Newton compatibilizó el empirismo experimental (Opticks, Queries) con rigor matemático, inaugurando un “empirismo matemático” que rehúye causas metafísicas opacas (Shapiro, 1993, pp. 5–28).5

Sobre su metafísica teológica, Newton sostenía un monoteísmo fuertemente bíblico, no trinitario en privado, con un concepto de Dios como Señor pantócrata, omnipresente por su “sensorium” (no material), cuya providencia sostiene el orden cósmico y moral (Newton, 1999, General Scholium, pp. 939–948).1; Cf. (Newton, 2004, pp. 3–15).2

Sobre su filosofía moral, Newton señalaba que la ley natural se refleja en el orden creado; la humildad epistémica se deriva de la finitud de nuestras inferencias y de la reverencia ante el Autor de la naturaleza (Iliffe, 2017, pp. 343–352).3 Cf. (Newton, 1999, 939–948).1

SUS HALLAZGOS E HIPÓTESIS: APORTES CIENTÍFICOS.

Leyes del movimiento y gravitación universal: unifican cinemática terrestre y celeste mediante matemáticas y geometría de flujos (cálculo) (Newton, 1999, pp. 416–510).1

Óptica: teoría corpuscular de la luz, descomposición del espectro, explicación de la refracción y los anillos de Newton, método experimental (Newton, 1952/1704, pp. 1–50).6; Cf. (Shapiro, 1996, pp. 165–180).7

Método: Regulae Philosophandi, rechazo de “hypotheses non fingo” sobre la esencia de la gravedad; Queries de Opticks como programa de investigación abierto (Newton, 1999, pp. 794–801).1; Cf. (Newton, 1952, Queries).6

Historia y cronología: crítica a cronologías tradicionales, dataciones de monarquías antiguas, y estudio de profecías (Newton, 1728/2021, pp. 1–40).8 Cf. (Newton, 1952, 1–50).6

EL ORDEN Y LA REGULARIDAD EN EL UNIVERSO

La novedad de Newton consistió en convertir la regularidad observable en inteligibilidad matemática: las trayectorias planetarias, las mareas, la caída de los cuerpos y la precesión de los equinoccios se someten a leyes invariantes. Esta regularidad no oblitera la contingencia: presupone un legislador racional que confiere estabilidad y conservabilidad al cosmos.

El “sistema del mundo” es ordenado no por fines sustanciales aristotélicos, sino por leyes diferenciales que capturan correlaciones necesarias entre magnitudes. Teológicamente, la regularidad es huella de la sapientia Dei; filosóficamente, funda una ontología de estructuras nomológicas (Newton, 1999, General Scholium, pp. 939–948).1; Cf. (McMullin, 1978, pp. 53–75).9 ; (McMullin, 1978, 53–75). 9

LA RACIONALIDAD Y LA OBSERVACIÓN EMPÍRICA

Newton estableció una racionalidad experimental disciplinada: construcción de aparatos, repetición, control de variables y matematización de resultados.

La razón opera como instancia normativa que depura la experiencia de ilusión y la orienta hacia leyes cuantificables.

La observación no es mera recepción pasiva, sino interacción artificiosa con la realidad para dejar hablar al fenómeno bajo condiciones metódicas.

Su epistemología evita el dogmatismo metafísico y el escepticismo: ni hipótesis gratuitas ni suspensión global del juicio, sino inferencia a la mejor explicación empíricamente calibrada (Shapiro, 1993, pp. 12–27; Opticks, Queries).5, Cf. (Shapiro, 1993, 12–27).6 

LA UNIVERSALIDAD Y LA OBJETIVIDAD

El rasgo universalista de las leyes —valen en la Tierra y el Cielo— inaugura una objetividad intersubjetiva: predicciones, replicabilidad, invariancias matemáticas.

El concepto de “masa” y “fuerza” como cantidades mensurables permite comunicaciones precisas, y la geometrización del movimiento garantiza traducción entre marcos experimentales.

Esta objetividad, sin embargo, convive con magnitudes “ocultas” (fuerzas) inferidas de efectos, lo que hace de la objetividad newtoniana una práctica regulada, no un espejo ingenuo (Cohen & Smith, 2002, pp. 1–32).10

LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD Y EL CONOCIMIENTO

Newton concibe la verdad como una meta regulativa hacia la que la mente avanza por aproximaciones sucesivas: nunca la posee exhaustivamente, pero puede acercarse a ella mediante la convergencia de fenómenos bajo leyes simples y de amplio alcance. Esta concepción asintótica evita tanto el triunfalismo dogmático como el escepticismo paralizante: entre la ilusión de la evidencia definitiva y la renuncia a conocer, Newton instala una disciplina que exige ampliar el dominio de los fenómenos, refinar las mediciones y depurar las formulaciones matemáticas. La simplicidad no equivale a simplismo; es un criterio de fecundidad teórica que selecciona, entre múltiples descripciones posibles, aquellas que unifican más con menos supuestos, a la vez que se someten a prueba empírica reiterada (Newton, 2004, pp. 1–40).2; Cf. (Westfall, 1980, pp. 314–346).11

El núcleo técnico de este programa es la noción de límite, que opera a la vez como herramienta matemática y como categoría epistémica.

En matemática, los métodos de series, cuadraturas y fluxiones permiten capturar variaciones continuas y establecer relaciones precisas entre magnitudes; en epistemología, el límite expresa la idea de aproximación controlada: cada resultado queda abierto a corrección por mediciones más finas o modelos más abarcadores.

Esta dinámica —conjetura, prueba, rectificación— traduce una ética del conocimiento: claridad en las definiciones, transparencia en los procedimientos y reconocimiento explícito de los márgenes de error.

Así, la racionalidad newtoniana no es mera deducción axiomática ni acumulación de hechos, sino una síntesis de construcción conceptual y disciplina experimental orientada a la estabilidad progresiva de las leyes (Newton, 2004, pp. 1–40).2; Cf. (Westfall, 1980, pp. 314–346).11

En su horizonte teológico, esta búsqueda se funda en la unidad del Autor: “…si Dios es uno, la verdad es una…”; por eso no puede haber contradicción última entre el libro de la naturaleza y el de la Escritura, sino desajustes interpretativos que deben corregirse.

De ahí la doble tarea que Newton se impuso: purificar la fe de corrupciones históricas —mediante exégesis crítica y estudio de la tradición— y “calzarla” con la recta razón —mediante reglas de análisis que eviten tanto la arbitrariedad doctrinal como el racionalismo reductivo.

El ideal es una concordia operativa: la teología provee un marco de sentido que garantiza la inteligibilidad y confiabilidad del mundo creado; la ciencia, por su parte, ofrece un método que disciplina el celo religioso con la prueba pública y la precisión conceptual.

En conjunto, verdad y conocimiento emergen como vocaciones compartidas de la inteligencia creyente, orientadas a la unificación humilde y laboriosa de lo real (Newton, 2004, pp. 1–40).2; Cf. (Westfall, 1980, pp. 314–346).11

SU IMPACTO EN LA ÉTICA CONTEMPORÁNEA

La ética del método que se desprende de la obra newtoniana establece estándares normativos que hoy articulan la integridad científica: evidencia pública, replicabilidad, cálculo y comunicación de incertidumbres.

Su “filosofía experimental” exige que las afirmaciones estén ancladas en fenómenos y que los procedimientos permitan la verificación intersubjetiva, lo que devino en prácticas institucionales como la revisión por pares, la publicación de protocolos y la trazabilidad de datos.

El énfasis en la cuantificación —errores, intervalos de confianza, sensibilidad de resultados— convierte la honestidad metodológica en virtud cardinal del investigador, desplazando la autoridad personal por la calidad del método.

En esta línea, la prudencia epistémica impone límites a la extrapolación: generalizar requiere justificación explícita, y toda ley se mantiene bajo condición de revisabilidad ante nueva evidencia, preservando la apertura crítica del conocimiento (Iliffe, 2017, pp. 343–372).3; Cf. (McMullin, 1978, pp. 70–75).9

La humildad epistémica —cristalizada en la máxima “hypotheses non fingo”— no equivale a renunciar a la teoría, sino a rehusar explicaciones que no se anclan en efectos medibles o que exceden la inferencia legítima desde los fenómenos.

Esta actitud es especialmente fecunda en contextos de alto riesgo e incertidumbre —inteligencia artificial, biotecnología, geoingeniería—, donde las promesas tecnológicas suelen superar la base empírica disponible.

La humildad impone gobernanza anticipatoria: evaluación de impactos, escenarios, límites de validación y mecanismos de corrección pública. A la vez, la responsabilidad pública del saber, modelada por el servicio de Newton en la Casa de la Moneda, subraya que la pericia técnica es un bien social que comporta deberes: veracidad, competencia, imparcialidad y orientación al bien común.

La ciencia, así entendida, deja de ser proyecto privado para devenir vocación cívica regulada por bienes compartidos y por la rendición de cuentas (Iliffe, 2017, pp. 343–372).3; Cf. (McMullin, 1978, pp. 70–75).9

Finalmente, el universalismo normativo implícito en las leyes de la naturaleza inspira ideales de imparcialidad y justicia epistémica: si la gravitación no distingue personas ni lugares, la evaluación del conocimiento tampoco debe hacerlo.

Esta intuición sostiene políticas de acceso abierto, estándares globales de calidad y cooperación transnacional en problemas comunes —clima, salud pública, seguridad digital—.

En clave teológicomoral, la legibilidad del mundo como creación sustenta una ética de la creación: cuidado ambiental como deber de justicia intergeneracional, prudencia tecnológica como amor político al prójimo, e integración de razón y fe sin subordinaciones reductivas.

La fe provee horizonte de sentido y criterios de dignidad; la razón metodológica aporta instrumentos de verificación y control. La confluencia de ambos registra una pauta práctica: discernir, medir y deliberar comunitariamente para orientar el poder técnico hacia fines que respeten la vida, la casa común y la verdad buscada en común (Iliffe, 2017, pp. 343–372).3; Cf. (McMullin, 1978, pp. 70–75).9

CONCLUSIONES

Las conclusiones sobre Newton permiten sostener que, aun sin haber sido clérigo ordenado, su proyecto intelectual integra ciencia, filosofía y teología en una visión unitaria del mundo: un cosmos inteligible, regido por leyes matemáticas universales y sostenido por la providencia de un Dios racional.

La consistencia entre su física y su teología —visible en el tránsito del análisis fenomenológico a la afirmación de un orden creador— configura un realismo metodológico moderado: conocer es leer la creación mediante conceptos precisos y experimentos controlados, sin forzar hipótesis metafísicas que excedan los fenómenos.

Incluso su heterodoxia trinitaria, confinada a manuscritos privados, no resta sino subraya su empeño por una fe purificada y una razón disciplinada al servicio de la verdad, entendida como correspondencia asintótica entre leyes simples y una realidad estable.

Metodológicamente, la contribución newtoniana instituye estándares perdurables de objetividad: inducción regulada por “reglas del filosofar”, matematización de magnitudes observables y escrutinio experimental replicable.

Estos rasgos instauran una ética del conocimiento que combina humildad epistémica —no fingir hipótesis— con audacia intelectual —formular leyes de alcance universal—.

De ahí emergen criterios normativos hoy indispensables: transparencia de datos, revisión crítica por pares, apertura a la refutación y conciencia de límites.

La racionalidad newtoniana, lejos de excluir la teología, la convoca a un diálogo en el que la noción de creación aporta sentido teleológico mínimo (orden y confiabilidad del mundo) sin entorpecer la autonomía metodológica de la investigación.

Para la Iglesia del siglo XXI, esta herencia se traduce en prácticas concretas.

Primero, promover alfabetización científica y discernimiento ético en las comunidades, integrando formación técnica y moral.

Segundo, cultivar y modelar humildad epistémica en el diálogo feciencia: apertura a la evidencia, reconocimiento de incertidumbres y caridad intelectual.

Tercero, fomentar responsabilidad pública del saber ante desafíos económicos, tecnológicos y ecológicos, asumiendo la ecología integral como ámbito privilegiado de cooperación interdisciplinar.

Cuarto, estructurar la vida eclesial en hábitos de búsqueda de la verdad —oración, estudio, servicio— que unifiquen contemplación y acción.

Quinto, animar a vivir la fe con inteligencia, investigar con rectitud y servir con justicia, de modo que el testimonio cristiano haga del conocimiento una obra de caridad pública orientada al bien común.

PARA LA IGLESIA DEL SIGLO XXI: 5 Consejos prácticos.


1.    Promover la alfabetización científica y el discernimiento ético en sus feligresías;

2.    Practicar y promover la humildad epistémica y diálogo feciencia;

3.    Fomentar la responsabilidad pública del conocimiento en economía, la tecnología y cuidado de la casa común (Ecología Integral);

4.    Integrar la oración, el estudio y el servicio como hábitos de búsqueda de la verdad.

5.    La herencia newtoniana invita a vivir la fe con inteligencia, a investigar con rectitud y a servir con justicia.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

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[3] Iliffe, R. (2017). Priest of Nature: The Religious Worlds of Isaac Newton. Oxford University Press. (pp. 94–102; 343–372)

[4] Snobelen, S. D. (1999). “Isaac Newton, Heretic: The Strategies of a Nicodemite.” The British Journal for the History of Science, 32(4), 381–419. (pp. 381–385)

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