Por: Santiago Alba Rico
Entrevista Sato Díaz
Rebelión.org / 13-07-2020
Siempre
es un gustazo hablar con Santiago Alba Rico (Madrid, 1960). Y más cuando hay que parar, separarse del ruido cotidiano
y respirar para analizar qué está pasando. Porque están ocurriendo muchas
cosas, y entre el miedo al contagio, los calores, el ajetreo político y
mediático y las polémicas que duran días, cuando no horas, difícilmente conseguimos
tener la mente despejada y reservar tiempo para observar e intentar entender,
como decía la canción, quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Este
filósofo, escritor, ensayista y columnista, también colaborador de cuartopoder, se ha convertido en estos meses de pandemia en una guía
que nos alumbra más allá del corto plazo. Un poco de profundidad.
– Recientemente hablabas
de cómo el confinamiento ha servido para hacernos conscientes de que «se puede
vivir sin estar viviendo siempre algo dramático». ¿No crees que, una vez se ha
ido levantando el confinamiento, lo dramático ha vuelto con más fuerza?
– No tengo suficientes datos estadísticos como
para afirmarlo con certeza, pero diría que sí. Lo personal suele estar tan
enraizado en lo común que uno puede permitirse el inducir de sus propios
sentimientos un sentimiento general. Creo que no hemos vuelto a la normalidad,
todo el mundo es consciente de que esto es una tregua. El concebir esto como
una tregua genera dos tipos de respuestas diferentes, dos tipos de personas.
Por un lado, la prudencia, un nuevo conservadurismo interesante, en el sentido
de que quieren conservar algunas de las cosas que han aparecido. Algunas de
ellas con capacidad de transformación, otras buenas en sí mismas, como menos coches
y más pájaros, que nos tomemos más en serio las relaciones con los demás…
Por otro lado, está esa sed de retorno a la
vieja normalidad. Es cierto que estábamos muy marcados por una normalidad
enteramente dominada por esa intensidad dramática en todos los terrenos. Los
noticiarios nos inyectaban constantemente un falso dramatismo, una tensión, una
espera de novedades permanentes… Ese dramatismo formaba parte de nuestra
relación con los demás y con las mercancías. Sobre todo, lo relativo con el
consumo, consumo también de las imágenes y los falsos acontecimientos. No sé
cómo ha sido el retorno del fútbol. Yo veía algún partido y no me ha vuelto a
interesar, en estos momentos, nada de lo que está ocurriendo en la Liga. Quiero
creer que sigue habiendo resistencia al retorno a la normalidad, aunque sabemos
todos que esto es una tregua y no una superación de ninguna situación.
– Siguiendo con el
símil teatral y dramático. Hemos vivido una tragedia colectiva. Aristóteles
situaba la catarsis como un elemento superador, de purificación, a través de la
tragedia. ¿Cómo podría ser una catarsis colectiva que nos ayudara a pasar
página, a mirar al futuro, en estas circunstancias?
– Los griegos confiaban la catarsis a un estado
de excepción escénico, de margen antropológico, de margen privilegiado. La
tragedia ponía delante de los ojos de los griegos lo que los griegos tenían
delante todos los días y no podían ver. Así, a través de contemplar la
escenificación, los griegos juzgaban su propia vida. La catarsis tiene que ver
siempre con el juicio. Creo que ese juicio ha estado muy presente en esta
tragedia, entre otras porque una buena parte de la población hemos sido
espectadores y víctimas al mismo tiempo. Muchos hemos estado confinados,
amenazados por un virus potencialmente mortal y, al mismo tiempo, separados del
mundo. Espectadores y víctimas. El momento catárquico puede funcionar más así
que si eres solo espectador. El juicio tiene un potencial valor catárquico.
A la espera de poder hacer pronósticos más
firmes y de cómo evoluciona la realidad, tenemos otro problema. Un problema que
tiene que ver con la condición humana y con una condición humana trabajada por
el capitalismo de consumo durante mucho tiempo. Me refiero al hecho de que en
tres días podemos olvidar completamente cualquier trauma vivido, y eso sin
necesidad de intervención médica o farmacológica. Sencillamente, restableciendo
hábitos de consumo adictivos en todos los terrenos.
Me produce un poco de miedo este retorno del
imaginario de consumo que invierte la situación que hemos vivido, en la que
éramos espectadores y víctimas al mismo tiempo y había una potencial catarsis.
Todo esto se invierte en estas adicciones al consumo de imágenes, cuerpos y
mercancías, completamente lo contrario de la tragedia que hemos atravesado. En
cuanto nos sentimos seguros de cualquier amenaza y nos vemos un poco a
cubierto, volvemos a los hábitos adictivos. Pasamos de ser un sujeto activo de
juicio, en confinamiento, objeto potencial de amenaza, a ser un nuevo retorno
de ese perfil consumista, completamente pasivo, sin juicio, incapaz de sentirse
frágil y amenazado como objeto vulnerable.
– Durante estos meses
me ha venido muchas veces a la mente el personaje de Antígona, de Sófocles. Ese
personaje atormentado por no poder enterrar a su hermano y que reta la ley
dictada por el rey, el Estado, para darle sepultura. Durante este tiempo
también ha habido mucha gente que no ha podido enterrar a sus familiares. ¿Qué
sentido crees que tiene un luto colectivo, un homenaje de Estado a las
víctimas, un funeral? ¿Puede servir este rito para esa catarsis colectiva?
– Por un lado, eso es una manera de dar por
terminada, oficialmente, una tragedia que, probablemente, no ha hecho más que
empezar. Esos gestos públicos en los que se intenta describir que empieza una
nueva normalidad, y para ello se celebra una ceremonia. Cuando he leído sobre
este acto público, me ha rechinado un poco que se hable de homenaje a las
víctimas. Tenemos que tener cuidado con las palabras. Lo verdaderamente trágico
de la pandemia es que nadie es culpable y que no se puede aplicar en este caso
el discurso político sobre las «víctimas» que se adivina detrás de la idea de
«homenaje». El término «víctima» está muy marcado y no es buena cosa que se
trate a los muertos del coronavirus de esa manera. Detrás de la «víctima»
aparece siempre un culpable y una explotación política que en este caso hay que
evitar. Esa es la tragedia a la que nos tenemos que enfrentar. Por supuesto que
ha habido muchos médicos que se han contagiado desarrollando su trabajo de
cuidados. Una tragedia.
Pero es que cuando hablamos de homenaje,
volvemos un poco, implícitamente, a vincular al discurso de la pandemia
elementos del discurso bélico y militar. Ha sido significativo eso de no poder
enterrar a tus muertos, eso lo entendemos todos, seamos de derechas o de
izquierdas, porque es uno de los signos civilizatorios fundamentales.
Antígona se enfrenta al poder reivindicando la
tradición, una tradición que tiene que ver con la relación entre los vivos y
los muertos, una de esas relaciones fundamentales sobre las que pilota toda una
sociedad. No estaría mal que aprovecháramos para pensar en nuestras relaciones
con los muertos, en un país como el nuestro en el que esto no está solucionado.
Aprovechemos la ocasión para pensar en todos esos muertos que permanecen sin
enterrar en España desde el año 1936. Esto es pura demagogia, pero si la
derecha y la izquierda están de acuerdo en que lo peor que le puede suceder a
una persona y a una sociedad es no poder enterrar a sus muertos, quizás debamos
hacer un discurso más general sobre lo que significa esto.
– Julio Anguita, decía,
sobre la pandemia: «Las derechas son conscientes de que su mundo se les viene
abajo». ¿Crees también que esta pandemia abre la puerta a un mundo nuevo?
– No lo sé, Anguita era mucho más listo que yo,
aunque algunas veces podía no estar de acuerdo con él. Desde luego, es una de
las pérdidas más serias en términos políticos que podía sufrir este país.
Anguita decía eso al principio del confinamiento. Yo he usado esta metáfora de
la nave espacial. El confinamiento, como nave espacial, una nave espacial de la
que nos estamos bajando en un planeta desconocido. No es fácil imaginar cómo va
a ser ese planeta desde el interior de la nave.
Depende de lo que entendamos como un mundo
nuevo, puede ser peor y en la misma dirección del que procedíamos. Yo temo que
todo esto nos instale en un horizonte de transformación que tenga que ceder
ante los nuevos bárbaros. Los nuevos bárbaros ya no son los germanos que
acabaron con el Imperio Romano, sino un horizonte de catástrofe natural, de
pandemias… Eso son los bárbaros a los que nos tenemos que enfrentar. Sí creo
que vivimos una crisis civilizatoria.
Lo que estábamos viendo en los últimos tiempos
es que el estado superador del capitalismo no era el comunismo, sino la
corrupción. Añadiría que estamos viendo un poco que el estado superior del capitalismo es el feudalismo mafioso
tecnologizado. Este es el peligro que nos espera en ese planeta
desconocido, frente al cual tenemos pocos recursos.
Si hablamos en términos económicos, es obvio
que hay fracturas que han acusado las élites y tienen que ponerse de acuerdo, a
lo mejor no lo consiguen y se abre por ahí una posibilidad de cambio. Tienen
que reajustar parte de sus programas y proyectos que nunca son homogéneos. Pero
no creo que en estos momentos haya alguna alternativa potente frente al capitalismo
mafioso tecnologizado.
Si pensamos en la derecha en España, que se
parece mucho a la de Brasil o la de Estados Unidos, lo que han visto es una
oportunidad para derrocar al Gobierno y restablecer una hegemonía política,
pues la económica sigue siendo la misma, que han perdido simbólicamente.
Es verdad que la entrada en el gobierno de
Podemos, para mí una trampa mortal en la que ha caído Podemos, simbólicamente
sí es significativa. Hay una derecha que juega a radicalizar, no para
radicalizar a los suyos, sino a los oponentes políticos para convertirlos en
enemigos. Hay que tener muchísimo cuidado de no responder a la estrategia de PP
y Vox orientada a radicalizar a sus oponentes para que estos se presenten ante
un sector, supuestamente mayoritario de la sociedad, como enemigos,
restableciendo viejos marcos de confrontación que deberíamos enfriar lo más
rápidamente posible.
– ¿En qué sentido te
parece la entrada al gobierno de Podemos una trampa mortal?
– Creo que la correlación de fuerzas dentro del
gobierno no les permite imponer su programa y, al mismo tiempo, no se puede
permitir, de ninguna manera, romper el pacto de gobierno, y menos en una
situación como la que estamos viviendo. Por lo tanto, al PSOE el pacto de
gobierno con Podemos le resulta muy rentable. En dos sentidos. Por un lado,
para el sector próximo a Sánchez tener a Podemos dentro presionando le puede
servir para tomar algunas medidas que se han tomado y que, aunque tímidas,
bienvenidas sean.
Al mismo tiempo, al PSOE le sirve para
desgastar a Podemos, lo que ha sido uno de los grandes objetivos políticos del
PSOE de Sánchez, tenemos la memoria muy corta, pero su enemigo electoral y
político ha sido Podemos. Ahora, Podemos, si no puede aplicar el programa, no
puede echar abajo el gobierno o marcharse de él, tiene que aguantar. Ese
aguante implica una erosión fuerte que, creo, se percibirá electoralmente.
– Te pilló la pandemia
en España, pero habitualmente resides en Túnez. ¿Cómo se está viviendo allí la
pandemia?
– Es obvio que la incidencia de la pandemia ha
sido menor que en Europa. Se encaró con medidas iniciales bastante severas.
Eso, pese a que coincidió con el Ramadán. Un periodo en el que las familias
comparten todas las noches un espacio común y hay más contacto social que
nunca. Hasta el momento, la incidencia de contagio ha sido mucho más baja que
en Europa.
Al mismo tiempo, las consecuencias económicas
han sido más graves que en España. El punto de partida era mucho más precario.
El nivel de conflictividad social se ha disparado. Esto, como consecuencia de
las medidas de confinamiento en un país donde el paro es altísimo, donde todos
los problemas que quiso resolver la revolución de 2011 no solo no se han
resuelto, sino que se han agravado. La situación política es muy interesante,
pero la social es muy grave. Hay que esperar, confiar en que no haya un brote,
pues sería una calamidad, y ver cómo la conflictividad social se refleja en la
población. Creo que, en Túnez, particularmente dentro del mundo árabe y
teniendo que ver con el hecho de que es un país semieuropeo en algunas
cuestiones, volveremos a ver dentro de poco muchas protestas y muchos
conflictos.
– Para ir terminando,
durante esta pandemia se han escrito, desde la filosofía y otros campos, muchos
artículos y se ha profundizado en muchas ideas. ¿Qué autores o textos nos
recomiendas para leer?
– Te enumero algunos de los autores que sigo
habitualmente con provecho y con más o menos acuerdo: Yayo Herrero, Jorge
Riechman, Carlos Fernández Liria, José Luis Villacañas, Mike Davis, Chomsky,
Agamben que denuncia la educación on-line,
Esteban Hernández para los efectos económicos de la pandemia, Daniel Innerarity
para abordar los problemas de la democracia. Hay que seguir también a Enric
Juliana, siempre culto y perspicaz, y me han gustado mucho las últimas
entrevistas que le han hecho a Íñigo Errejón. Clara Serra, sobre feminismo.
Estoy olvidando decenas, pero es lo malo de ser rumiantes en la red.
– Como filósofo te
quiero preguntar una curiosidad. ¿Cómo se puede reflexionar, pensar sobre un
mundo tan cambiante como el de ahora?
– Me da cierto pudor que se me catalogue como
filósofo, ahí entra desde Platón a Heidegger… A parte de todo eso, creo que
tenemos muchos buenos profesores de Filosofía aquí y muchos de ellos son buenos
amigos. Pero, voy allá, creo que la filosofía ha muerto tal y como la
entendíamos. La filosofía estaba muy ligada a la madera, al papel, al paso
lento de las páginas y de los días. Eso que decía Hegel, la lechuza de Sofía
levanta el vuelo al atardecer, cuando ya han pasado las cosas. Imagínate ahora,
es imposible emprender el vuelo cuando han pasado las cosas, porque siempre
están pasando y no dejan de pasar. Este símil del paradigma letrado, sustituido
por el paradigma pantállico, como le llamo, el paradigma de la red, es
incompatible con la filosofía tal y como la hemos entendido hasta ahora.
Eso no quiere decir que este mundo sea
incompatible con el pensamiento, hay que aprender a pensar sobre la marcha,
algo que desde la condición misma del cerebro no es fácil. Vivimos un mundo en
el que en términos de pensamiento domina el haiku
y en términos de no-pensamiento funciona el urinario público, el linchamiento
sumarísimo. Debemos aceptar que también en esto el mundo ha cambiado. Tendremos
que aprender a introducir cuñas de pensamiento como el que pone a toda prisa
piedras en un dique roto por un río, el agua está pasando, tenemos que intentar
que pase a menos velocidad. Algo así como los castores intentando poner presas
provisionales en un tsunami que nos arrastra a todos y dentro del cual tenemos
que tratar de responder a la pregunta leninista por antonomasia: ¿qué hacer?