Guillermo Castro H.
“Todo hombre es una
fiera dormida.
Es necesario poner
riendas a la fiera.
Y el hombre es una
fiera admirable:
le es dado llevar las
riendas de sí mismo”.
José Martí [1]
“De todos los
problemas que pasan hoy por capitales”, escribía Martí en 1883, “solo lo es
uno; y de tan tremendo modo que todo tiempo y todo celo fueran pocos para
conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia.”
Esta preocupación era de un orden distinto al de la tradicional importancia que
el liberalismo hispanoamericano había otorgado a la educación como medio de
lucha de la civilización contra la barbarie.
El año 1883, en efecto, veía desembocar las revoluciones de independencia de
1810-1825 en el Estado Liberal Oligárquico que sería dominante en nuestra
región hasta empezar a desintegrarse con la Revolución Mexicana de 1910-1917. Y
era además el año en que se iniciaba el ciclo de luchas obreras que culminaría
en 1886 con la condena a muerte de cuatro dirigentes anarquistas en 1886.
En Martí, ambas tendencias convergían, además, con su creciente convicción
sobre la necesidad de replantear la lucha de Cuba por independizarse de España,
para trascender el legado colonial y transformar la sociedad cubana mediante
una revolución democrática.
Así las cosas, para Martí emergía ya el problema de crear las condiciones
necesarias para un vínculo de nuevo tipo entre los representantes de la alta
cultura y la cultura popular, entre dirigentes y dirigidos. Esto demandaba una
educación nueva para ambas partes, que a partir de 1892 se expresaría con
especial claridad en el periódico Patria. Pero ese momento estaba lejano
aún, y sólo llegaría al mismo a través de su ruptura política de 1884 con los
dirigentes de la primera fase de la guerra de independencia, y la recuperación
de ese vínculo mediante la creación del Partido Revolucionario Cubano el 10 de
abril de aquel año.
En 1883, se estaba apenas en el punto de partida de la creación de las
condiciones que llevaran al movimiento independentista a darse un carácter
democrático, y dotarse en una cultura y una organización correspondientes a ese
carácter. Eso demandaría aún hacer interlocutores políticos de los sectores
sociales involucrados en el movimiento independentista. Y esto, a su vez,
demandaría de los dirigentes políticos y los intelectuales involucrados en ese
proceso atender a la necesidad de explicar y justificar las “pasiones elementales
del pueblo” en la determinada situación histórica, relacionándolas
dialécticamente con las leyes de la
historia, con una concepción superior del mundo, científica y coherentemente
elaborada, el “saber”; no se hace política-historia sin esta pasión, es
decir, sin esta conexión sentimental entre los intelectuales y el
pueblo-nación.[2]
Desde esa perspectiva, el “Prólogo” de Martí al libro Cuentos de Hoy y
de Mañana, de Rafael de Castro Palomino, exaltaba en el texto su “fácil y
vivo diálogo, precisión a menudo sorprendente, exposición llana, fiel y tersa,
y grato y notable conjunto”, que permitían al autor explicar “a los
trabajadores– porque no hay hombre hoy que no lo sea, a no ser un vil, y
leer es trabajar –“
la necesidad de conocer los elementos de un problema para
poder resolverlo; las flaquezas de los nobles sistemas ideológicos discurridos
para ver de equilibrar y asentar sobre bases menos inseguras, crueles y
desproporcionadas la vida humana; las tentativas varias que con nombre y
apariencia de cosa novísima, sacan de las cenizas de edades pasadas
reformadores más vehementes que afortunados; los métodos vagos y confusos, como
nubes de aurora, ya cercana al día, con que almas evangélicas, movidas del
ansia heroica de la redención, procuran resolver de antemano, con prisa
saludable que anuncia y espolea, problemas de demasiada monta para que los
precipite voluntad alguna aislada.
Aquellos eran, decía, “tiempos de ira y de extravío”, en los que el mundo -
como hoy -, estaba en tránsito “de un estado social a otro”. Y en transiciones
así, agregaba, “los elementos de los pueblos se desquician y confunden; las
ideas se obscurecen; se mezclan la justicia y la venganza” hasta que “por la
soberana potencia de la razón”, se van asentando en sus cauces “las fuerzas
originales del estado nuevo.”
Esa circunstancia hacía indispensable una educación que permitiera “al
trabajador explotado” llegar a ser “caballero de los hombres, obrero del mundo
futuro, cantor de alba, y sacerdote de la Iglesia nueva”, revelándole
los secretos de sus pasiones, los elementos de sus males,
la relación forzosa de los medios que han de curarlos al tiempo y naturaleza
tradicional de los dolores que sufren, la obra negativa y reaccionaria de la
ira, la obra segura e incontrastable de la paciencia inteligente.
Para Martí, la necesidad de esa educación resultaba evidente en el hecho de
que “las ideas justas, por sobre todo obstáculo y valla, llegan a logro”, y
aunque era posible “precipitar o estorbar su llegada”, no lo era impedirla.
“Una idea justa que aparece”, añadía, “vence.” Por lo mismo, la solución a los
problemas venía “de suyo” y lo que en verdad importaba no era “acelerar la
solución que viene: lo que importa es no retardarla.”
Un planteamiento así solo podría ser llevado a la práctica política
construyendo una relación “entre los intelectuales y el pueblo-nación, entre los
dirigentes y los dirigidos -entre los gobernantes y los gobernados-“
sustentada, como dijera Gramsci,
por
una adhesión orgánica en la cual el sentimiento-pasión se convierte en
comprensión y, por tanto, en saber (no mecánicamente sino de modo vivo),
sólo en este caso, decimos, la relación es de representación y se produce el
intercambio de elementos individuales entre gobernados y gobernantes, entre
dirigidos y dirigentes, es decir, se realiza la sola vida de conjunto que es
fuerza social; se crea el “bloque histórico”.
En Cuba, el Partido Revolucionario Cubano vendría a dar expresión política de
ese bloque histórico, a diferencia de los que “suelen nacer, en momentos propicios, ya de una mesa de medias
voluntades, aprovechada por un astuto aventurero, ya de un cónclave de
intereses más arrastrados y regañones que espontáneos y unánimes” o de “la
terca ambición de un hombre hecho a la lisonja y complicidad por donde se
asegura el mando”. Este, decía, expresaba el empuje “de un pueblo aleccionado,
que por el mismo Partido proclama, antes de la república, su redención de los
vicios que afean al nacer la vida republicana”. Y concluía:
Nació uno, de todas partes a
la vez. Y erraría, de fuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o
deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. El Partido Revolucionario Cubano,
es el pueblo cubano.”[3]
Alto Boquete, Panamá, 29 de agosto de 2020
[1] ” Prólogo” a “Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael
de Castro Palomino”. New York. Imprenta y Librería de N. Ponce de León, 1883. Obras
Completas. Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010.
Tomo 17: 307 -315.
[2] Antonio Gramsci:
“Paso del saber al comprender, al sentir, y viceversa, del sentir al
comprender, al saber.”
Introducción
a la filosofía de la praxis. Selección y traducción de J. Solé
Tura.
https://marxismocritico.files.wordpress.com/2011/11/introduccion-a-la-filosofia-de-la-praxis.pdf
[3] “El Partido Revolucionario
Cubano” [Patria, Nueva York, 3 de abril de 1892]. Obras Completas.
Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. I: 366.
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