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“Los retos son tan grandes, el tiempo tan corto, la tarea tan inmensa...”


“Los retos son tan grandes, el tiempo tan corto, la tarea tan inmensa...”

 

Naomi Klein

www.envio.org.ni/septiembre2015

 

Que me invitaran al Vaticano fue una total sorpresa para mí. Dados los ataques que vienen del Partido Republicano en torno al tema del cambio climático y dados los intereses que hay tras el negocio de los combustibles fósiles en Estados Unidos, fue una decisión particularmente valiente el invitarme”, comentó la escritora canadiense Naomi Klein a los periodistas presentes en el evento celebrado en el Vaticano el 1 de julio para comentar la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco. He aquí sus palabras en esa ocasión.

 

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento al Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y a CIDSE por recibirnos aquí y por haber convocado esta excepcional reunión de dos días, de la que tanto espero. Es también para mí un auténtico honor estar aquí para apoyar, más aún para celebrar, la publicación de esta histórica encíclica papal.

 

“ESTA ENCÍCLICA TAMBIÉN ME HABLA A MÍ”


Al comienzo de la “Laudato Si” el Papa Francisco dice que no dirige este texto sólo al mundo católico, sino “a cada persona que habita este planeta”. Quiero decirles que, definitivamente, a mí, una judía laica y feminista, que quedó tan sorprendida cuando la invitaron al Vaticano, también me habla este texto.


“No somos Dios” declara la encíclica. Todos los seres humanos lo hemos sabido en algún momento. Pero desde hace unos 400 años los vertiginosos avances científicos hicieron creer a algunos que ya estábamos a punto de saber todo lo que había que saber sobre la Tierra y que eso nos convertiría en “amos y señores de la Naturaleza”, recordando aquella memorable frase de René Descartes. Que llegáramos a serlo, decían, era lo que Dios siempre había querido.


Esta idea se mantuvo durante mucho tiempo. Hasta que avances posteriores de la ciencia nos enseñaron algo muy diferente. Mientras quemábamos cantidades cada vez mayores de combustibles fósiles, convencidos de que con nuestros buques cargados de mercancías y nuestros jets supersónicos atravesábamos el mundo como si fuéramos dioses, los gases de efecto invernadero se acumulaban en la atmósfera atrapando cada vez mayor cantidad de calor. Ahora ya nos enfrentamos a la realidad: no somos ni amos ni señores y estamos desatando fuerzas naturales mucho más poderosas que nosotros y que nuestras más ingeniosas máquinas.


Todavía tenemos tiempo de salvarnos, pero sólo si abandonamos el mito de la dominación y el señorío y aprendemos a trabajar con la naturaleza, respetando y aprovechando su intrínseca capacidad de renovación y regeneración. Esta idea nos lleva al mensaje central de la interconexión que existe entre todo, tema que es el corazón de la encíclica. Para la minoría que jamás lo olvidó, el cambio climático reafirma que no existe en la naturaleza ninguna relación unidireccional de dominio puro. El Papa Francisco lo dice: “Nada de este mundo nos resulta indiferente”.


Hay quienes ven en esa interconexión un humillante menoscabo de su categoría. Esa idea les resulta insoportable y, apoyados activamente por actores políticos financiados por empresarios de los combustibles fósiles, optan por negar la ciencia.


A pesar de todo, eso ya está cambiando a medida que cambia el clima y es probable que cambiará más con la publicación de esta encíclica, que podría poner en graves problemas a los políticos estadounidenses que se escudan en la Biblia para oponerse a las acciones contra el cambio climático. En este sentido, el viaje del Papa Francisco a Estados Unidos no podía ser más oportuno.

 

“HEMOS LLEGADO A UN MOMENTO MUY PELIGROSO”


La encíclica afirma, y con razón, que la negación del problema climático adquiere muchas formas. En todo el espectro político y en todo el mundo hay muchos que aceptan la ciencia, pero rechazan las complejas implicaciones de la ciencia.


Pasé las últimas dos semanas leyendo cientos de reacciones a la encíclica. Y aunque la respuesta ha sido en general abrumadoramente positiva, he observado un argumento común en muchas de las críticas: el Papa Francisco -dicen- puede estar en lo cierto en los temas científicos que plantea, incluso en los temas morales, pero debe dejar los temas económicos y políticos a los expertos, que son quienes entienden cómo los mercados pueden resolver con eficacia cualquier problema.


Estoy en total desacuerdo. La verdad es otra: hemos llegado a un momento tan peligroso en parte porque muchos de esos expertos económicos nos han fallado empleando sus poderosas habilidades tecnocráticas sin sabiduría. Diseñaron modelos que dan un escandaloso escaso valor a la vida humana, sobre todo a la vida de los pobres, y dan un enorme valor a la protección de los beneficios empresariales y al crecimiento económico conseguido a cualquier costo.

 

Con ese deformado sistema de valores hemos terminado con mercados de carbono ineficaces, en lugar de establecer sustanciales impuestos al carbono y aumentar las regalías a quienes extraen combustibles fósiles. Y así hemos llegado al objetivo de reducir en tan sólo 2 grados la temperatura global, a pesar de que con esa reducción podrían desaparecer naciones enteras.


En un mundo donde el beneficio económico se pone siempre por encima de la gente y del planeta, la economía climática tiene absolutamente todo que ver con la ética y la moral. Si estamos de acuerdo en que poner en peligro la vida en la Tierra representa una crisis moral, entonces esto nos exige actuar.


Y actuar no significa dejar el futuro al azar o a los ciclos de auge y caída del mercado. Actuar significa establecer políticas dirigidas a regular la cantidad de carbono que se puede extraer de la Tierra. Significa políticas que nos conduzcan a emplear un cien por ciento de energías renovables en las próximas dos o tres décadas, o a más tardar a mediados de este siglo, no hasta finales del siglo. Significa compartir el uso de los bienes comunes, como lo es la atmósfera, sobre la base de la justicia y la equidad y no sobre la base de que quien gana se lo lleva todo. Tampoco sobre la idea de Ottmar Edenhofer, profesor de economía del cambio climático, cuando afirma que “el poder hace el derecho”.

 

“TENEMOS LA OPORTUNIDAD DE LOGRAR UN CLIMA MÁS ESTABLE Y UNA ECONOMÍA JUSTA”


Es teniendo en cuenta esta situación que está surgiendo aceleradamente un nuevo tipo de movimiento climático. Se basa en la verdad más valientemente expresada en la encíclica: el actual sistema económico alimenta la crisis climática y, a la vez, trabaja activamente para impedir que tomemos las medidas necesarias para evitarla.


El actual movimiento climático se basa en la convicción de que para evitar que el cambio climático se haga incontrolable necesitamos un cambio de sistema. Y porque el actual sistema está alimentando también una desigualdad cada vez mayor, ante este desafío crucial tenemos la posibilidad de resolver a la vez las múltiples crisis superpuestas. Al mismo tiempo podemos lograr un clima más estable y una economía justa.


La conciencia de esta oportunidad está creciendo y por eso estamos viendo algunas alianzas sorprendentes, antes impensables, como por ejemplo que yo esté en el Vaticano y que también se reúnan aquí sindicatos, organizaciones indígenas, comunidades de fe, grupos ecologistas y científicos trabajando más estrechamente que nunca antes. En estas coaliciones no estamos de acuerdo en todo ni mucho menos. Sin embargo, todos entendemos que los retos son tan grandes, el tiempo es tan corto y la tarea tan inmensa que no podemos darnos el lujo de que las diferencias nos dividan.


Cuando 400 mil personas marcharon en Nueva York por la justicia climática en septiembre de 2014 el lema fue “Para cambiarlo todo necesitamos a todos”. Sí, necesitamos a todo el mundo y eso, por supuesto, incluye a los líderes políticos. Sin embargo, después de haber compartido muchas reuniones con movimientos sociales sobre la próxima COP 21 que se celebrará en París en diciembre, puedo decirles que existe tolerancia cero para un nuevo fracaso disfrazado de éxito ante las cámaras y para que una semana después de concluida la Cumbre esos mismos políticos continúen extrayendo petróleo en el Ártico, construyendo más carreteras e impulsando nuevos acuerdos comerciales que hacen mucho más difícil regular a los contaminadores.


Si en París no se logran reducciones inmediatas de las emisiones de gases y, a la vez no se proporciona un apoyo real y sustantivo a los países pobres, la Cumbre será declarada como un rotundo fracaso.

 

“ES DIFÍCIL, PERO NO IMPOSIBLE”


No debemos abandonar la idea de que aún hay tiempo para apartarnos de la peligrosa ruta en la que vamos, la que nos está conduciendo no a 2 grados más de calentamiento, sino a 4. De hecho, podríamos lograr mantener el calentamiento por debajo de 1.5 grados si ésa fuera nuestra prioridad colectiva.


Sin duda sería difícil, tan difícil como fue el racionamiento y la reconversión industrial que nos tocó hacer en tiempos de guerra. Sería una meta tan ambiciosa como lo fueron los programas de obras públicas y contra la pobreza que se pusieron en marcha cuando la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.


Pero difícil no es lo mismo que imposible. Sería una claudicación cobarde rendirse ante un reto que salvaría muchas vidas y evitaría tantos sufrimientos simplemente porque es difícil y costoso y porque requiere sacrificios de quienes tenemos tanto que podemos sobrevivir con menos. No existe en el mundo ningún costo-beneficio capaz de justificar semejante cobardía.


“Que lo perfecto no sea enemigo de lo bueno”. Tenemos ya dos décadas de estar oyendo estas palabras, supuestamente serias. Las hemos oído durante veinte años, durante la vida entera de los jóvenes activistas que hoy luchan por el ambiente. Y cada vez que otra Cumbre de la ONU no lograba políticas audaces, legalmente vinculantes y basadas en la Ciencia y se quedaba en promesas vacías de recursos, ni siquiera nuevos, para los países pobres, hemos escuchado lo mismo: “Lo que logramos no es suficiente, pero es un paso en la dirección correcta. En la próxima abordaremos lo más difícil”. Y otra vez el consejo: “No dejemos que lo perfecto sea enemigo de lo bueno”.

 

“EN PARÍS TENEMOS SÓLO DOS CAMINOS”


Considero un deber decir entre estos sagrados muros que esas palabras son una necedad. Lo perfecto se esfumó a mediados de la década de 1990, después de la primera Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro. Y hoy tenemos sólo dos caminos ante nosotros: un camino difícil pero humano y un camino fácil pero reprobable.


Para nuestros supuestos líderes, para quienes ya están preparando promesas para la COP 21 en París y ya están alistando el maquillaje de otro pésimo acuerdo, tengo un consejo: Lean la encíclica, no su resumen, lean todo el texto. Léanla y dejen que sus corazones sientan dolor por lo que ya hemos perdido y celebren lo que aún podemos proteger y contribuir a restaurar.


Y escuchen también las voces de los cientos de miles de personas que estarán en las calles de París fuera de la Cumbre y las de quienes se reunirán simultáneamente en ciudades de todo el mundo. Esas voces siempre han dicho: “Necesitamos acciones”. Esta vez dirán algo más: “Ya estamos actuando”.


Y dirán más todavía: “Somos la solución con nuestras demandas para que las instituciones vendan sus acciones en el negocio de los combustibles fósiles; con nuestros cultivos ecológicos, que dependen menos de combustibles fósiles, proporcionan alimentos sanos, dan empleo y se esfuerzan en reducir emisiones de carbón; con nuestros proyectos de energía comunitarios democráticamente controlados; con nuestras demandas de un transporte público seguro, asequible, incluso libre; con nuestra terca insistencia en que nadie se llame “líder climático” mientras entrega nuevas y enormes extensiones de mar y tierra a la extracción de petróleo y gas y promueve el fracking y la minería de carbón. Dejemos esas riquezas donde están y que ningún país se proclame democrático si tiene compromisos con contaminadores internacionales”.


En todo el mundo el movimiento por la justicia climática nos está diciendo “Miren qué mundo tan hermoso nos espera aplicando una política valiente de la que hay semillas que ya están dando frutos para quienes quieran verlos. No dejen que lo difícil sea enemigo de lo popular y únanse a nosotros para hacer realidad lo que es posible”.

 




 

Al término de sus palabras, Naomi Klein respondió así a una pregunta de los periodistas presentes en el evento: «La encíclica del Papa Francisco me sorprendió por su coraje y también por su poesía. El texto es una maravillosa combinación del lenguaje del sentido común y del lenguaje poético, en un texto conmovedor que le habla al corazón… La Santa Sede no se está dejando intimidar, sabiendo como sabe que decir verdades poderosas provoca a enemigos poderosos. Vivimos en un tiempo en el que falta coraje político. Estamos acostumbrados a ver a los políticos dar marcha atrás a la primera señal de controversia. Por eso, tanto el decir verdades controversiales como no retractarse de ellas cuando las cuestionan poderosos intereses creados es algo muy novedoso en el escenario político y muy necesario en la realidad que estamos viviendo».

AUTORA DE LOS BEST SELLERS “NO LOGO”, “LA DOCTRINA DEL SHOCK: EL AUGE DEL CAPITALISMO DEL DESASTRE” Y “ESTO LO CAMBIA TODO: EL CAPITALISMO CONTRA EL CLIMA”.

¿Por qué la Guatemala indignada no votó por la izquierda política?


¿Por qué la Guatemala indignada no votó por la izquierda política?

 



 

Los resultados de las recientes elecciones generales, en una Guatemala que hizo noticia mundial con sus históricas y multitudinarias manifestaciones sociales destituyentes en contra del “sistema político corrupto”, incluso horas antes de acudir a las urnas, nos obligan a preguntarnos: ¿por quién votaron las decenas o cientos de miles de indignados/as manifestantes? ¿Por qué la coalición de izquierda política (URNG-WINAQ) recibió menos votos que en otras épocas en las elecciones recientes?

 

Vale aclarar que las apoteósicas protestas de indignados/as no era en contra del sistema político corrupto, ni mucho menos en contra del abusivo sistema neoliberal. Las manifestaciones, en buena medida, fueron en contra de la “corrupción” en el sistema político. De allí viene la demanda “desoída” de “reformas electorales”. La idea no fue cambiar de sistema político, sino cambiar actores políticos manteniendo o re ensamblando el sistema político neoliberal vigente.

 

Esto explica el rol preponderante de la embajada norteamericana  / CICIG / CACIF en las calles, y el triunfo electoral de la “propuesta” neoliberal más tenaz y militarizada en las urnas.

 

En las recientes elecciones no fue castigado sólo Manuel Baldizón (y sus financistas) por el electorado. También lo fue el partido de izquierda Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) que hasta ahora tenía dos diputados en el Congreso de la República, pero, desde enero próximo, contará con un solo Diputado (reelecto). WINAQ reeligió al único para el Legislativo en listado nacional.

 

El partido de Pablo Monsanto (ANN), que en estas elecciones se presentó como Convergencia Democrática Revolucionaria (CDR), pero sin candidato presidencial, consiguió nuevamente salvar su vigencia legal gracias a los dos diputados electos, más por ser nuevos y el conecte social de éstos.

 

¿Por qué la izquierda es resistida en las urnas?

 

Aparte de la izquierdafobia instalada, desde los medios, en el imaginario del electorado adulto, existen factores o errores de actores de la izquierda que activan anticuerpos en el electorado cansado con el sistema político económico vigente:

 

Neoliberalización de la izquierda. El sistema neoliberal no sólo desideologizó a sus consumidores endeudados, ni sólo borró las fronteras ideológicas entre derecha e izquierda, sino también neoliberalizó y corrompió a “revolucionarios” de izquierda en ejercicio del poder. Las políticas neoliberales impulsadas por gobiernos neoliberales fueron apoyadas incluso por los diputados de izquierda a cambio de no sé qué “dádivas”. Esto se evidenció aún más en la legislatura que concluye, y no le gustó incluso al núcleo duro electoral de la izquierda.

 

Electoralización de la izquierda. Las izquierdas democráticas contemporáneas exitosas, antes de ocuparse de la suma de votos, se ocupan de la construcción de la fuerza social (cultura de cambio). Y, esto implica trabajo organizativo/formativo/articulativo permanente en los pueblos.

 

Pero, la izquierda política guatemalteca, al igual que el resto de las empresas (partidos) electoralistas neoliberales, sale en busca de sus “sus” electores únicamente en periodos de campaña política (y para el colmo, vestidos de blanco). Prácticamente trata a su potencial población de votantes como si fuesen “electorados vendiendo su voto al mejor postor”. Así no se hace revolución. Así no se construye el voto consciente.

 

Oligarquización de la dirigencia. El sueño del “revolucionario” ex comandante o ex combatiente, con aspiraciones a cargos públicos, es disfrutar aunque sea un instante del espejismo de la dolce vita de la oligarquía nacional a costa del decadente Estado. Por eso, una vez que “suben” ya no quieren bajar, ni quitarse el saco y la corbata. Casi siempre buscan la reelección política (salvo honradas excepciones). Y es difícil ver a ex diputados o a ex dirigentes de los partidos conviviendo / acompañando en las comunidades del interior del país. Regularmente, se quedan en la ciudad capital soñando con el gran capital.

En palabras sabias de Guzmán Böckler, “las izquierdas colonizadas se han convertido en uno de los más sólidos sostenes que el sistema bicolonial tiene en su haber en Guatemala”.

 

Desgano retórico y envejecimiento intelectual. La retórica política de las figuras mediáticas de la izquierda sabe a fast food recalentada. Por momentos ya es difícil distinguir si este desgano retórico es producto de las desfasadas herramientas teóricas aprendidas en las universidades o porque la realidad supera sus capacidades de comprensión.

 

Los pueblos de Guatemala subsisten ensangrentados y empobrecidos prácticamente bajo la “égida” de un Estado fallido. El país vive procesos violentos de desintegración social, perforación criminal del Estado aparente, destrucción de ciclos de vida en los territorios. Estamos en la era del salvajismo neoliberal. Pero, ningún candidato de izquierda tuvo la “capacidad” de agendar propuestas de cambio estructural para estos históricos problemas en su discurso electoral. O, por lo menos no se difundieron. Al parecer también sufren de neofobia (miedo a los cambios) porque quizás el corrupto y racista Estado neoliberal sea económicamente más rentable para sus intereses personales.

 

Rompió relaciones con los movimientos sociales e indígenas. Obsesivos con la fijación de las “revoluciones de vanguardia”, o por el racismo generalizado-institucionalizado-establecido en el país, la dirigencia de la izquierda política mantuvo “cordiales” relaciones con movimientos indígenas campesinos, mientras éstos hacían de “inertes nichos electorales” para el ascenso político de la “vanguardia ladina”. Pero, cuando los movimientos indígenas campesinos intentaron democratizar o pidieron rendición de cuentas a la “vanguardia”, entonces, los “ningunearon y los echaron fuera”.

 




 

Estos factores/errores son los que afianzan el sentimiento anti izquierda en el electorado guatemalteco. Pero, también es evidente que la izquierda social (articulada en movimientos sociales) puja con sus agendas de cambios estructurales en el Estado y en las sociedades nacionales. Las mismas que deberán ser canalizadas mediante alguna fuerza (organización) política para ser implementadas. ¿Nacerá algún instrumento político para la liberación de los pueblos? ¿O será que los pueblos de Guatemala están sempiternamente condenados a la subordinación y al saqueo?

¿Qué es la agricultura campesina?



Ilusión o desafío

 

 

 

¿Qué es la agricultura campesina?

 

El término agricultura campesina ha sido discutido. Algunos prefieren hablar de agricultura familiar o de agricultura de pequeña dimensión. Se puede opinar de varias maneras, pero lo esencial es el contraste entre una agricultura organizada de manera “industrial”, en función de la lógica del capital, o una producción orientada por campesinos autónomos con una perspectiva holística de la actividad agrícola (incluyendo el respeto de la naturaleza, la producción orgánica, la salvaguardia del paisaje); en otras palabras, una agricultura orientada por el valor de uso versus una actividad agraria basada sobre el valor de cambio. La agricultura indígena de forma especial, se corresponde con estos criterios.

 

El modelo industrial, como nueva frontera para el capital

 

La introducción del capital en la agricultura no es un problema nuevo. La industrialización europea significó ya en el siglo XIX, una transformación profunda del sector. La mano de obra industrial que formó en gran parte la nueva clase obrera se reclutaba en el campo. Nuevas tecnologías agrícolas se desarrollaron para nutrir las ciudades. Profundas crisis afectaron al sector, como en Irlanda. Ya el proceso de acumulación del capitalismo mercantil se había construido, en gran parte, sobre el producto de las plantaciones de azúcar.

 

Sin embargo, en los últimos cincuenta años, y de manera acelerada desde los años setenta, hemos asistido en el mundo entero a una concentración creciente del conjunto de la cadena agrícola, desde la producción hasta la comercialización. Los monocultivos se extendieron sobre espacios enormes. Así, en el Paraguay, para la zafra de 2013-2014, solamente para la soya, se utilizó una superficie de 3.300.000 hectáreas, cuando la tierra destinada a la agricultura campesina fue de 1.243.475 hectáreas (Vera, 2014 junio: 17).

 

Por otra parte, “se redujo el número de operadores. En otras palabras, la apertura y la integración de los mercados han permitido a las grandes firmas del complejo agroalimentario (productores de fertilizantes, intermediarios comerciales, industria agroalimentaria, grandes cadenas de distribución) aumentar su control sobre las cadenas de producción, de transformación y de comercialización” (Delcourt, 2010: 15). Se citan empresas tales como ADM, Cargill, Monsanto, Nestlé, entre otras.

 

El resultado fue doble: por una parte una disminución fuerte de las unidades de explotación agrícolas y, por otra, la dependencia de los campesinos de las grandes empresas, bajo varias formas: insumos (especialmente semillas), acceso al mercado, subcontratos y demás. En Europa, entre 2002 y 2010, tres millones de granjas cerraron (La Vía Campesina, 2011) y en los continentes del sur, el proceso se aceleró desde los años noventa.

 

La lógica del capital no incluye en sus perspectivas las “externalidades”, es decir los daños ambientales y sociales. Solamente se calculan los logros económicos: la productividad, la evolución de los precios, la posibilidad de la especulación; es decir, lo que contribuye a la ganancia y a la acumulación. Los otros costos no son pagados por el capital sino por la naturaleza, por las comunidades, las poblaciones, los individuos. Estos gastos entran solamente en consideración cuando afectan la tasa de ganancia. Por esta razón, frente a los efectos de la degradación ambiental, nació hace apenas diez años el concepto de “Economía verde”.

 

Socialmente, el modelo agroindustrial mata el empleo y está en el origen de las grandes migraciones hacia las ciudades. El número de personas desplazadas se cuenta por millones especialmente en los continentes del sur, donde el medio urbano no puede ofrecer posibilidades de empleo, hábitat ni condiciones de vida dignas a los seres humanos. La presión de la revolución verde de los años ochenta en Asia provocó el empobrecimiento de millones de campesinos, como el suicidio de centenares de millares de pequeños productores en la India, de tres a cuatro por día en Corea del Sur. En el norte, un suicidio cada dos días en Francia.

 

Desde un punto de vista ecológico, los resultados son también profundamente negativos. La deforestación crece: en Brasil, se han deforestado 240.000 kilómetros cuadrados entre 2000 y 2010. La polución de los suelos y del agua se multiplica. La biodiversidad se destruye. Según una declaración de la FAO con ocasión del día mundial de la selva, en marzo de 2014, los monocultivos, combinados con la extracción de petróleo y de productos mineros; la explotación legal e ilegal de la madera; las represas hidroeléctricas; entre otras, conducen a la desaparición de la selva amazónica dentro de cuarenta años. Ya en Indonesia y Malasia el 80% de la selva original ha sido destruida por los monocultivos de palma y de eucalipto. Además, la tierra se convierte en commodities, introducida por este medio en la lógica del capital financiero: en el Brasil, 73 millones de hectáreas pertenecen a compañas multinacionales extranjeras.

 

La producción de monocultivos también ha dado lugar al uso masivo de productos químicos y a la introducción de organismos genéticamente modificados. Todo esto ha sido asociado con un modelo productivista de la agricultura, (o modelo de agricultura productivista) legitimado por las crecientes necesidades, ignorando los efectos a largo plazo y dirigido en realidad por una economía basada sobre la plusvalía. Las inversiones privadas aumentaron de manera espectacular: de USD 600´000.000 en los noventa, pasaron a cerca de 3.000´000.000 en 2005-2007 (Unctad, 2009).

 

Durante los últimos años, el acaparamiento de tierras (land grabbing) resultado de la trasformación de la agricultura en una fuente de acumulación para el capital, resultó ser una nueva frontera en tiempos de crisis. Eso significó la expropiación, bajo varios estatutos jurídicos, de entre 30 y 40´000.000 has —20´000.000 en África— (Delcourt, 2011). La liberalización de los intercambios provocó una explosión de los transportes marítimos (22.000 barcos alto tonelaje atraviesan los océanos cada día) y aéreos. Grandes consumidores de materia prima y emisores de gases envenenados. La racionalidad inmediata del capital se transforma en una irracionalidad económica global.

 

El origen de este tipo de desarrollo se encuentra en un planteamiento filosófico: una concepción lineal del progreso sin fin, gracias a la ciencia y a la tecnología, en un planeta inagotable. Esto, aplicado a la agricultura se llamó la revolución verde. La agricultura campesina, dentro de esta visión de la modernidad, fue particularmente desprestigiada. En esta perspectiva, aquella aparece atrasada, arcaica y poco productiva.

 

Por eso hemos asistido durante los últimos 40 años a una aceleración de su destrucción, en la que han intervenido muchos factores. El uso de la tierra para actividades agrícolas ha disminuido ante la rápida urbanización e industrialización. El proceso se acelera en el sur, pero queda importante en el norte. Según Eurostat, el buró de estadísticas de la Unión Europea, entre 2002 y 2010, en Europa, cerca de 3´000.000 de unidades agrícolas han desaparecido, es decir, el 20% (Vía Campesina, 2011).

 

La adopción del monocultivo ha provocado una enorme concentración de tierras (Unctad, 2009), una verdadera contrarreforma agraria, que se ha visto acelerada en estos últimos años por el nuevo fenómeno de apropiación de tierras, estimado entre las 30 y 40´000.000 has en los continentes del hemisferio sur, con 20´000.000 en África solamente (Baxter, 2010: 18).

 

La segunda causa es la lógica de los principios económicos del capitalismo. En esta visión, el capital es el motor de la economía y el desarrollo significa la acumulación del capital. Partiendo de esto, el papel central que tiene el índice de provecho conduce a la especulación. Así, el capital financiero ha jugado un papel fundamental en la crisis de la alimentación de 2007 y 2008. La concentración de capital en el campo de la agricultura deviene en monopolios.

 

La agricultura se convierte realmente en una nueva frontera del capitalismo, especialmente con la caída de la rentabilidad del capital productivo y la crisis del capital financiero. Esta orientación fue también el resultado de las políticas promovidas durante veinte años por las instituciones financieras internacionales, proponiendo la extensión del monocultivo para la exportación, con la complicidad de gobiernos neoliberales.

 

Evidentemente, en todo el mundo hay movimientos de resistencia campesina contra la dominación de la lógica capitalista en la agricultura. Ellos abordan también otras dimensiones además de la defensa de la tierra. Los campesinos protestan contra la deforestación; las represas que inundan millares de hectáreas de selva y de tierras de cultivo; la contaminación del agua por actividades extractivas o industriales; contra el monopolio de la producción de semillas; contra los transgénicos; contra la privatización de las selvas. Sus luchas son otro tanto más radicales cuando se trata de la supervivencia.

También, centros académicos de agronomía y ciencias sociales manifiestan una creciente toma de conciencia sobre este problema y están proponiendo soluciones alternativas.

 

¿Por qué promover la agricultura campesina?

 

No se trata de un retorno romántico al pasado, ni de transformar los campesinos y los indígenas en pequeños capitalistas. La meta es de reconstruir una sociedad rural. En términos de eficacia, la promoción de la agricultura campesina es central, lo que está reconocido hoy en día a nivel internacional. Ella tiene muchas funciones, desde el autoconsumo hasta la alimentación de la población urbana; pasando por la conservación de la biodiversidad y el cuidado de los suelos.

 

Sin embargo, se deben crear condiciones de eficacia, es decir, organizar el acceso a la tierra y al riego, apoyar el carácter biológico de su producción, mejorar sus técnicas y abrir los circuitos de su comercialización, mejorar los viales rurales, sin olvidar muchos aspectos del entorno social y cultural. Son las tareas de una reforma agraria integral y popular.

 

El papel del Estado es central en la organización de esta última. Él debe en particular garantizar a los campesinos la seguridad de la posesión de la tierra contra el acaparamiento y la concentración de la propiedad. Pertenece también al Estado la responsabilidad de organizar la infraestructura básica del riego, establecer la electricidad, regular el mercado y dar la posibilidad de créditos a la producción de los pequeños campesinos, desarrollar las infraestructuras colectivas (salud, educación, bibliotecas, centros de formación, por ejemplo, a la informática), el transporte y las comunicaciones que aseguren condiciones de vida cultural, especialmente para los pueblos indígenas.

 

Todo el mundo puede ver que no es posible continuar con políticas agrícolas construidas sobre la desaparición de los campesinos. Aún el Banco Mundial publicó en 2008 un informe reconociendo la importancia del campesinado para proteger a la naturaleza y luchar contra el cambio climático. Este informe aboga por la modernización de la agricultura campesina, mediante la mecanización, las biotecnologías, el uso de organismos genéticamente modificados, etc. Plantea también una colaboración entre el sector privado, la sociedad civil, y las organizaciones campesinas. Pero todo esto permanece dentro de la misma filosofía (Delcourt, 2010), es decir, la reproducción del capital. Este pensamiento desembocó finalmente sobre la propuesta de la “economía verde” de Río + 20, en 2012.

 

Es evidente que la agricultura campesina tiene que evolucionar en sus métodos de producción, la utilización del agua, la capacidad de acceso al mercado. Eso es posible, pero requiere inversiones. Es el gran desafío de los Estados del sur: escoger la agricultura productivista, aumentando la dimensión media de las explotaciones, o mejorar la agricultura familiar y orgánica. Muchas experiencias de agroecología, de redistribución de tierras, de cooperativas comprueban la posibilidad de la segunda opción.

 

Podemos concluir que la promoción de la agricultura campesina, lejos de ser un sueño romántico o un regreso al pasado, es una solución de futuro. Primero, es una alternativa para la alimentación mundial que permitirá no solamente acompañar a medio y largo plazo la evolución demográfica, sino también trasformar la dieta humana, saliendo de la “macdonaldización”.

 

En segundo lugar, la agricultura campesina podrá contribuir a la preservación de la “madre tierra”, reconstruyendo su capacidad de regeneración, y en tercer lugar, ella favorecerá el equilibrio social y cultural de las sociedades rurales.

 

Ya Carlos Marx había dicho que una de las características del capitalismo era la ruptura del metabolismo (intercambio de materia) entre el ser humano y la naturaleza, porque el ritmo de reconstitución del capital es diferente del ritmo de reproducción de la naturaleza y que solo el socialismo podría restablecer este equilibrio. Eso constituye la base teórica de lo que hoy se llama el “ecosocialismo” y tiene que ser un objeto central de toda política de búsqueda de un nuevo paradigma poscapitalista. Fomentar la agricultura familiar, campesina e indígena constituye una parte esencial de esta tarea a la escala mundial.

 

Referencias

 

Banco Mundial (2008). Informe sobre el desarrollo en el Mundo. Washington D. C.

Baxter, J. (2010). Ruée sur les terres africaines, le Monde diplomatique. Enero.

Delcourt, Laurent (2010). L’avenir des agricultures paysannes face aux nouvelles pressions sur la terre. Alternatives Sud, XVII(3).

La Vía Campesina (2011). Declaración de Harare.

Léon, Osvaldo (2014, junio). El Año de la Agricultura Familiar Campesina Indígena. ALAI, (496).

Vera, Elsy (2014, junio). Conflicto Agrario y Movimiento Campesino en Paraguay, ALAI, (496).

 

François Houtart. Profesor en el Instituto de Altos Estudios Nacionales de Quito, Ecuador.

 



Los siete pecados capitales del Estado de Guatemala



Los siete pecados capitales del Estado de Guatemala

 

Daniel Haering*

dhaering@dialogos.org.gt

 

 

Los próximos años serán de reflexión y, si se dan las circunstancias (esperemos), de reformas. Para contribuir al diálogo sobre qué cambiar y cómo cambiarlo, he aquí un listado de los defectos más graves, muchos de ellos de origen y diseño, de la cosa pública guatemalteca. No son cambios en sí, sino aspectos sobre los que poner la atención y debatir. Una misma reforma, como el agudo lector podrá observar, puede atacar a varias de estas imperfecciones. He aquí un repaso sucinto e introductorio de deslices pecaminosos comunes en el país de la eterna primavera.


1. Primer pecado, el corporativismo.

 

La manera en la que el sistema se ha protegido a sí mismo es cediendo espacios institucionales a grupos de poder. Algo así como amarrarse cuerdas para subir la montaña, y si cae uno caen todos ¿Qué hace el CACIF (que es un grupo de presión) representado en toda junta directiva y consejo existente en entidades del Estado (y creando así un claro conflicto de intereses)? ¿Por qué la Universidad de San Carlos es la que elige quién debe estar dentro de las instituciones públicas y no criterios de meritocracia establecidos por la propia institución? ¿Por qué hay ONGs tan influyentes a la hora de marcar la dirección de ciertas políticas públicas?

 

Las burocracias fuertes tienen sistemas de selección no corporativistas y funcionan sustancialmente mejor. Si se aspira a cambiar el sistema no será a través de darle un espacio a distintos actores colectivos (por mucho que nos puedan parecer mejores a los que ya están dentro) sino a través de fortalecer a la gente que trabaja en la función pública, no a aquellos que se aprovechan de la misma desde fuera.


2. Segundo pecado, la corrupción.

 

Quique Godoy lo ha llamado pistocracia. El término es poco riguroso, pero ilustra bien que el saqueo del presupuesto es una de las características fundamentales del sistema. Los arreglos entre niveles y ramas del gobierno se hacen por medio de transacciones monetarias o de favores al margen de la ley. El motor es el hueso, el contrato, las plazas y todo actor político lucha por su parte del pastel. No significa que no haya agendas políticas, pero éstas suelen negociarse a través del poderoso caballero. Los diputados pagados por Baldizón son muestra de ello.


3. Tercer pecado, el clientelismo.

 

La politización del sistema de profesionales trabajando en el Estado es una de las causas del anterior pecado, pero merece ser considerado aparte porque es además una de las principales razones de su ineficiencia. El aparato administrativo es controlado por el Presidente, pero la máquina que comanda está estropeada. Las personas que se eligen por afinidad sólo son profesionales aptos de casualidad y, por lo tanto, no suelen serlo. Los siguientes líderes políticos tendrán que considerar si prefieren tener el control de un carro defectuoso o perder la posibilidad de pagar con puestos favores políticos a cambio de un vehículo que sí lleve a algún lugar. Sacrificar influencia personal por eficiencia institucional.


4. Cuarto pecado, la vulnerabilidad del empleado público.

 

La fragilidad laboral es el rasgo fundamental de trabajadores del Estado. Entrar por cuello significa salir cuando los vientos políticos cambian y en Guatemala cambian con frecuencia. En los casos en los que se ha optado por un blindaje vía contratos 011 (permanentes), los dirigentes entrantes tienen la posibilidad de hacer la vida difícil a los empleados públicos que, además, tienen cortada por lo general la posibilidad de subir de posición. En los demás casos la rotación es la práctica natural. Para las personas que son despedidas de su trabajo, si quieren seguir en la burocracia, el ciclo de supervivencia a través de clientelismo político y favores personales comienza de nuevo.


Los que están en la cúpula no se salvan de sufrir de manera parecida. Ministros salientes conservan en sus casas cajas repletas de documentos por si políticos en el sistema (que se verán al salir en una posición similar) desean perseguirles vía Contraloría y demás mecanismos de fiscalización. Los ejemplos son numerosos y apuntan a la misma dirección: poca gente en la cosa pública vive tranquila, centrada en su trabajo y con perspectivas de mejora dentro del aparato público.


El miedo y la inseguridad con la que vive buena parte de los trabajadores estatales están íntimamente relacionadas con otro gran pecado, la excesiva y vertical jerarquía, desgraciadamente el modelo organizativo más común en Guatemala tanto en lo público como en lo privado. Esconderse bajo la protección de un cacique es la arriesgada (que se lo digan a los protegidos de Roxana Baldetti) salida que muchos encuentran para sobrevivir. El miedo también explica buena parte de la sindicalización de trabajadores, que encuentran en organizaciones a las que no necesariamente son afines un asidero del cual agarrarse.


5. Quinto pecado, el legalismo formalista.

 

La administración guatemalteca es un constructo de abogados. Nada en contra de que haya leyes que vertebren la acción pública pero éstas, siguiendo la tradición napoleónica heredada de la Colonia es de una especificidad en muchos casos absurda. La administración del Estado descansa sobre la noción de que el funcionario hace únicamente lo que la legislación le permite pero esto, tomado desde una perspectiva formalista estricta, es un imposible peligroso, pues la ley va a tener siempre sus límites a la hora de contemplar las múltiples situaciones a las que se enfrenta todo funcionario.

 

Pensar que primordial o exclusivamente las ciencias jurídicas van a resolver problemas administrativos vía la prohibición de las prácticas que no nos gustan es una de las mentalidades que han hecho más daño a nuestro país. El gremio de abogados ha capturado al Estado guatemalteco, o mejor dicho, lo ha hecho a su imagen y semejanza.


La consecuencia lógica de esta forma de gerenciar, es la arbitrariedad y el engaño, el buscarle vueltas a la ley. Solo como ejemplo ilustrativo: Para abrir nuevas plazas en el Estado, el reglamento orgánico interno de un ministerio debe ser modificado. El proceso es tan largo, complejo y corporativista que el sistema ha inventado mecanismos para esquivarlo. He ahí que aparecen los contratos 029 y 189, entre otros que sirven para incorporar nuevo personal al servicio público sin ser legalmente servidores públicos. Si el candidato presidencial Jimmy Morales, como está diciendo, piensa en eliminar parte de los 029 debe tener en cuenta que sirven para generar plazas fantasma, pero también para incorporar a los profesionales más cualificados que tiene el Estado.


6. Sexto pecado, la falta de data, información y análisis y su consecuencia inevitable, el ‘guatebolismo’.

 

Hubo un tiempo, parece ya muy lejano, en el que el presidente Otto Pérez Molina disfrutaba delante de los micrófonos. En su papel de portavoz de gobierno se gustaba frente a los medios de comunicación y de vez en cuando nos regalaba alguna que otra afirmación contundente, normalmente dicha con aplomo militar. En una ocasión, preguntado sobre el impacto del narcotráfico en el país, se atrevió a revelar una cifra a todas luces alarmante. Según información de las unidades de inteligencia, manejada dentro de su gobierno, el 45 % de la tasa de homicidios estaba relacionada directa o indirectamente con el narcotráfico.


Una investigación minuciosa del asunto no arroja luz sobre metodologías aplicadas y resultados obtenidos. La realidad es que a día de hoy no existe un dato medianamente certero sobre esa clase de impacto, bien pudiera ser más del 45%, o, como algunos intuyen, bien pudiera ser que una cifra sustancialmente menor. Lo que es seguro es que el entonces presidente de Guatemala habló sin respaldo, llevado quizá por el incentivo de sobredimensionar un problema que era de su interés en ese momento.


Si no generamos mejores sistemas de información, si el ‘guatebolismo’ sirve como eje vertebrador de las políticas públicas, de su diseño y ejecución, las consecuencias serán tan devastadoras como el clientelismo y la corrupción.


7. Séptimo pecado, la falta de continuidad.

 

Bien es sabido que un funcionario que deja su puesto borra toda información de su computadora y en raras ocasiones le traslada lo que ha estado haciendo al funcionario entrante. La altísima rotación de personas en los puestos genera una suerte de Alzheimer institucional, dando lugar a que los nuevos equipos de trabajo deban aprender todo de nuevo para empezar a operar. Las reformas deberán pensar en mecanismos de depuración pero también en maneras de generar memoria institucional para evitar esfuerzos que, además de caros, son inútiles.


¿Existe la redención para estos pecados? Sin duda.

 

El camino hacia la profesionalización, la transparencia y la eficiencia ha sido recorrido por otros países antes que Guatemala, pero no llegará sin penitencia, y ésta comienza con una reflexión abierta y honesta sobre lo que hemos hecho mal. La depuración de políticos es una gran catarsis, pero es un callejón sin salida si no nos arrepentimos de nuestras faltas y hacemos un esfuerzo por cambiarlas. La penitencia…la dejaremos para otro artículo.

 

 

*Actualmente es director del Centro de Investigación Internacional Ibn Khaldún de la Universidad Francisco Marroquín donde ha desarrollado investigaciones relacionadas con temas de seguridad en el ámbito centroamericano. Es Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Master en Relaciones Internacionales por el Instituto de Barcelona de Estudios Internacionales. Ejerce como docente en el Instituto de Estudios Políticos de la UFM, donde imparte cursos relacionados con Ciencias Sociales, tales como Sociología, Teoría de la Comunicación y Nuevos Conceptos de Seguridad desde 2008.