Xabier
Pikaza
www.religiondigital.com/090315
Hace dos años (13.3.13)
el cónclave secreto de cardenales eligió como Papa al Cardenal Jorge Bergoglio,
que tomó el nombre de Francisco, el cristiano de Asís, como recordando que la
Iglesia debía volver a la pobreza hecha fraternidad, al evangelio sin glosa.
Dos años son muchísimo
tiempo para los que esperan impacientes unos cambios que parecen necesarios,
aunque resulte difícil concretarlos. Pero son muy poco para el ritmo de tiempo
de una Iglesia hecha de siglos, parada en el XVI (Trento y Vaticano), atrancada
en el XI (reforma gregoriana), arraigada en el IV (sistema sacral helenista y
romano).
Con esta ocasión,
siguiendo el esquema de las discusiones escolásticas (¡que no eran bizantinas en el mal sentido de la
palabra!), quiero evocar siete cosas en contra del Papa, para presentar después
siete a favor. En el fondo está la imagen de la estación del tren del Vaticano.
Quien lea hasta el final verá que mi juicio es positivo, que pienso que
Francisco se ha puesto en buen, pero que espero aún mucho más.
-- Dicen algunos que
los trenes llevan parados hace siglos en una vía muerta de esa estación (imagen
2).
-- Otros responden que el Papa recibe y anima a los jóvenes desde esa estación, que es un signo del verdadero Vaticano (imagen 1).
-- ¿Qué pasa con el tren del Vaticano y con el Papa Francisco que más que "Pontífice (guardián de puentes) tendría que ser Maquinista del tren del Evangelio?
UNA MARCHA CON DIFICULTADES.
SIETE "CONTRAS", UN TREN PARADO EN LA ESTACIÓN DEL VATICANO
Algunos me dicen que
todo es lo mismo, con un pequeño retoque cosmético… Vivir en Santa Marta en vez
de hacerlo en la estancias del viejo Vaticano, hablar un lenguaje más popular,
romper alguna vez el protocolo (¡para que se note mejor el protocolo!). Parece
que cambia mucho, para que todo siga igual; así me vienen diciendo algunos, y
quiero recoger sus voces, en forma de siete “peros”, que significan “aquí nada
se mueve”, y el que se mueve queda irremisiblemente fuera, evidentemente, el
lector verá que ésa no es mi opinión, pero la pongo aquí, como se hacía en los
tratados filosófico/teológicos de la Escolástica. Así aparece por ejemplo en la
STh de Tomás de Aquino.
1. Ciertamente, Francisco
ha realizado algunos signos muy significativos, en su lenguaje más cercano, en
su forma de acercarse a los marginados, en su libertad frente a las
instituciones. Pero no todos están de acuerdo con esos pequeños movimientos,
especialmente entre sus hermanos de episcopado. Así me dijo un amigo (colega de
escuela, obispo en las Américas): “Desengáñate, Xabier, todo esto es un bluff, un maquillaje de imagen. Ya lo verás pronto, nos está engañando.
Hace que se mueve, un paso hacia adelante, para quedar otra vez donde estaba,
en la vía muerta de la estación vaticana, convertida Término Absoluto. Tú has
estado en Roma, sabes lo que es la Stazione
Termini, pues eso; allí acaba todo, queda para siempre”.
2. Sí, me han dicho
otros. Éstas son palabras textuales de un Catedrático de Teología de la
Universidad Católica más famosa del mundo: “Francisco dice cosas, y algunas
importantes, pero donde no tenía que decirlas: Volviendo tras un viaje de
avión, en rueda de prensa informal, ante periodistas, pero luego nada… Le falta
seriedad: Repite ocurrencias de momento, titulares de periódico, para que la
gente se entretenga, en especial los periodistas que no tienen otra cosa que
hacer.
Pero los que estudiamos
y enseñamos historia de la iglesia vemos que es poco más que engaño. Pequeños cambios externos, mucho
protagonismo, Viva il Papa otra vez,
con pequeños matices en el nombramiento de obispos, pero luego todo igual: Mucho Opus, con cielinos y catecúmenos y
demás grupos de presión. El evangelio no ha pasado por esa Estación del
Vaticano, convertida en Sepulcro donde han enterrado a Pedro para que no salva
a vivir a la calle con el aliento de Jesús”.
3. Un padre de familia
me sigue rebatiendo, después de haber leído mi libro: “Sí, le interesa el tema de la familia. Conoce la calle
algo más que los papas anteriores, pero la conoce por haber pasado algunas
veces por allí, sin haber vivido y sufrido sus problemas. Ciertamente, ha
querido que la Iglesia sea realista ante la nueva realidad de la familia,
parejas de hecho, amores y soledades múltiples, libertad sexual, formas de ser
distintas (con hetero- y homo-sexualidad y otros asuntos)…
Sin duda, quiere una
ma-paternidad responsable… Esas cosas de las que tú has hablado en tu libro
sobre La Familia en la Biblia. Pero luego todo sigue igual: Está empeñado en un
Sínodo abierto entre el 2014 y el 2015…, pero no ha sido capaz ni siquiera de
lograr que triunfen las tesis que él parece defender, presentadas en el aula
sinodal por el Cardenal Kasper. No te desengañes, todo es lo mismo. Seguimos
ante una iglesia de clérigos que sólo conocen la problemática familiar de un
modo sesgado, de oídas y escondidas”.
4. Dejo que hable otro
y que me diga: “Parece que la joya de su corona es la lucha contra la pederastia clerical, me dice otro, y está muy bien.
Fíjate que ha dedicado a eso la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¡Qué
diría Pio V si levantara la cabeza! Pero resulta que todo termina en la foto y
en unas cuantas frases. Mientras no cambie el tipo de clero (¡que no está para
cambiar!) todo seguirá lo mismo. Tú sabes bien que todos, incluidos los
ministros del evangelio (y ellos más que todos los restantes, pues han de ser
maduros en amor) necesitan un “escape”, un desaguadero, como decía Teresa, la
Santa de este año, cuando le criticaban su amistad con Gracián.
Sólo cuando la
afectividad del clero sea clara y claramente se despliegue, en matrimonio o
celibato, o en otros esquemas, pero con libertad clara y caminos de “escape (de
recreación de las vidas frustradas) podrán evitarse abrevaderos escondidos. Tú
conoces bien ese campo; una parte del clero de la iglesia vive en estado de
frustración. Y por lo que parece, el Papa no ha hecho todavía en ese campo
nada.
5. ¡Ah, el dinero! Está muy bien lo que va
diciendo el Papa Francisco, añade un cristiano de base, comprometido en la
lucha contra la pobreza. Noticias y más noticias, me recuerda, comisiones y más
comisiones sobre el IOR y el Banco Vaticano, con expulsiones y protestas de los
expulsados. Pero en el fondo todo sigue igual. Napoleón decía que “cuando
quiero que una cosa se haga la hago, y cuando
no quiero se haga nombro una comisión”. Así parece que estamos en el reino
de las comisiones, cono cardenales o funcionarios de Curia en la foto, pero
siempre los mismos, sin cesar lo mismo, pequeños retoques que llegarán, a lo
más, a la supresión del secreto bancario, con lo que debía haberse empezado.
¡No, no ha hecho nada este Francisco, me dice diciendo este cristiano! ¡Tenía
que haber empezado con un golpe de mano, cambiar las cosas desde el fondo,
suprimir toda pareja de hecho entre Vaticano y Capital… ¡El Papa tiene
autoridad para hacerlo, pues que lo haga, y no se ande con medias tintas, que
sólo sirven para titulares de prensa que a algunos nos están cansando!
6. El sexto pecado no es el sexo, sino la Curia Vaticana, me dice un viejo amigo, que quisiera volver a
creer en la Iglesia, pero que no encuentra aún razones para creer en ella. El
Papa Francisco ha nombrado una comisión de 8 cardenales encargados de la
Reforma, que se juntan un par de veces al año para decir cada vez que el Papa
es muy bueno y que las cosas andan bien, que llegará la luz… pero ese parto
esperado de montes no llega. Estas cosas, añade, hay que hacerlas rápido, y no
basta una Reforma, que desemboca en un más de lo mismo.
Es necesaria una
Ruptura, romper la baraja del sistema, abrir un camino que sea radicalmente
evangélico (como Jesús, que empezó en la calle), para trazar una forma distinta
de comunicación cristiana, fundada en el encuentro directo entre todas las
personas (¡todos iguales!), sin nudos de poder superior, como los de ahora,
volver a la raíz, “rifare daccapo”
como decían los sabios cardenales de antaño y ese capo o cabeza desde el que se
debe rehacer, recrear, no es otro que el Jesús caminante, que no necesitaba
este tipo de curias.
7. El séptimo es la mujer o, mejor dicho, la igualdad en la iglesia.
Hay docenas de titulares en los que el Papa habla de la dignidad de la mujer,
de la igualdad de los hombres y mujeres en la Iglesia, me dice Eloísa, que me
llamó ayer, día de la mujer (8.3.15), diciendo: “Mira tu Papa, echa flores a
las mujeres desde la barrera del balcón del Vaticano, pero no permite que ellas
sean sin más personas en la iglesia, en igualdad de derechos y deberes”.
Es como si la Iglesia
tuviera un miedo ancestral a las mujeres, como si necesitara “domesticarlas”.
Así me decía Eloísa, no sé si es cierto. Pero el hecho es que la Stazione Vaticano hay un letrero que
dice “vietato a donne” o “divieto di ingresso per le donne” (prohibido entrar a
las mujeres). Estas cosas (de la importancia e igualdad de las mujeres en la
Iglesia) no se dicen, se hacen, sin más programas, sin más discusiones,
volviendo a la raíz del evangelio (¡no hay varón, no hay mujer, hay seres
humanos” Gal 3, 28). Si se ponen a buscar razones los escolásticos de turno
podrán encontrar justificaciones para todo, como el Diablo de las tentaciones
de Jesús. Sólo esta igualdad radical hará que hombres y mujeres puedan creer en
el evangelio.
No he querido
"criticar" la postura de aquellos que insisten en estos siete
"peros" de la marcha de Francisco. Creo que a través de ellos se
ofrece una visión sesgada de su pontificado. Pero hay en ellos algo que debe
tomarse bien en cuenta para valorar el camino y tarea de la iglesia.
En esa línea, conforme
a mi estilo, no he querido criticar los siete puntos anteriores, sino que los
dejo ahí, como temas abiertos, momentos de un camino en el que el Papa
Francisco debe (a mi juicio) precisar la puntería y optar de un modo más intenso
a favor del evangelio, sin miedos, sin deseo de contentar a todos... como verá
quien siga leyendo.
SIETE A FAVOR. LA BUENA
"MARCHA" DE FRANCISCO
Recordando la famosa
palabra de Galileo Galilei, frente a los siete peros anteriores (¡aquí
nada/nadie se mueve), me gustaría contestar “eppur si muove”, y sin embargo se
mueve. Galileo se refería a la tierra, que muchos preferían parada/clavada en
el suelo del centro de todos los espacios. Yo quiero referirme al tren de la
Iglesia de Francisco que lleva parada en su pequeña estación del Vaticano desde
hace siglos. Nadie recuerda cuándo se movió por última vez, aunque intentó
hacerlo en el Concilio (1962-1965), pero cuando empezaba la máquina a moverse,
la pararon.
Éste es el tema, que
Francisco y otros muchos con él pongamos en marcha un tren viejo, para que se
ponga a la cabeza de la humanidad o, mejor dicho, para que el tren de la
Iglesia Vaticano se ponga al lado del resto de la humanidad, al servicio de la
vida, es decir, del Dios encarnado por Jesús en la historia concreta de los
hombres. Desde ese fondo, antes de precisar los siete puntos de la marcha de
ese tren, quiero recordar los cinco
momentos del gran programa de Francisco en Evangelii Gaudium:
1. Primerear, tomar la iniciativa. Jesús ha primereado en el amor (cf. 1 Jn
4,10); y, por eso, la Iglesia sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo,
salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos
para invitar a los excluidos.
2. Involucrarse. Jesús lavó los
pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos,
poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos La comunidad evangelizadora
se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, así tiene que
«oler a oveja».
3. Acompañar. La Iglesia debe acompañar a la humanidad en todos sus
procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de
aguante apostólico.
4. Fructificar. La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los
frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz
por la cizaña.
5. Festejar. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien.
1. Recuperar a Jesús, volver al evangelio
Éste
es el punto de partida, volver a la calle de los hombres, como hijo Jesús… Estoy
convencido de que es esto lo que quiere hacer Francisco. En un mundo sin
certezas, con grandes dolores, los cristianos deben ofrecer y proclamar el
mensaje de Jesús, como experiencia gozosa de vida, testimonio de trascendencia
y compromiso de humanidad, al servicio de los más necesitados.
Ese mensaje no sirve
para confirmar lo que había (un orden superior ya dado, un Vaticano), ni para
sacralizar el sistema imperante, sino para encender una luz y ofrecer una
experiencia alternativa de humanidad. La Iglesia sólo puede ofrecer ese mensaje
a través de su palabra y con el testimonio de su vida, volviendo con Jesús al
mundo concreto de los hombres y mujeres que parecen y están a veces muy
perdidos en el mundo.
Francisco sabe que no
hay más principio de renovación que Jesús, entendido con radicalidad, desde su proyecto
mesiánico de Reino, un proyecto que los primeros cristianos han retomado tras
la pascua. Éste es un Jesús a quien ahora (principios del siglo XXI) debemos
situar ya en un mundo post-cristiano, donde ya no puede probarse la existencia
de Dios en un nivel científico-social, pues todo sucede como si Dios no
existiera y la Iglesia no importara.
Pues bien, en este mundo, la Iglesia de los seguidores
de Jesús no puede entenderse ya
en un plano de poder (con privilegios especiales, como Estado o sistema
religioso), sino como grupo que ofrece
el testimonio de su vida y mensaje en un contexto esencialmente pluralista.
Creo que por ahí avanza el tren que Francisco quiere poner en marcha.
2.
En un mundo distinto, un Dios encarnado y comprometido
Por eso, los cristianos
ya no pueden entenderse como “sociedad total” (con pretensión de verdad sobre
los otros), sino como presencia kerigmática es decir, como fermento, dentro de
una sociedad civil autónoma, donde nadie puede arrogarse una pretensión de
saber y poder absoluto (ni los creyentes, ni los no creyentes; ni los
cristianos, ni los fieles de otras religiones). La iglesia ya no está por
encima de los otros, como Madre y Maestra que resuelve todos los problemas
desde su “trascendencia”, sino que ella se inserta en el espacio de una
humanidad dividida, para así dialogar con todos, ofreciendo sin imposición
superior su ejemplo de vida. Pienso que eso quiere, que está empezando a
realizar el papa Francisco.
Desde esta base (antes
que la Iglesia está el hombre concreto, los hombres en necesidad y riqueza
vital) se entiende la tarea kerigmática (es decir, de testimonio y anuncio) de
Jesús, que es testigo del Dios kenótico, es decir, que no se impone con poder
desde lo alto (como clave ontológica de realidad), sino que se ofrece en
Persona, ofreciendo su Vida y entrando en la vida de los hombres, asumiendo el
sufrimiento de la realidad, de un modo purificador y creador, en compromiso
personal, para transformar todo lo que existe.
Pienso que aquí se sitúa el programa de Francisco, en
el paso de un “Dios de poder” (que organiza las cosas desde arriba) a un Dios
de encarnación, es decir, de “kénosis”, un Dios de Jesús que se introduce y
vive en la vida de los hombres. Éste es el gran anuncio de la Iglesia, la buena
noticia (evangelio) de su vida que algunos creyentes de vieja cristiandad
parece que no han entendido todavía, pues da la impresión de que quieren que la
Iglesia se pueda seguir imponiendo como antes sobre el mundo.
3.
En gesto de solidaridad, a paso de hombre
Francisco sabe que el
mensaje y camino de Jesús ha de entenderse como experiencia y tarea de
solidaridad, dirigida a superar en lo posible el sufrimiento, ofreciendo y
compartiendo unos estímulos de vida.
Pues bien, en ese
contexto, los cristianos no pueden apelar a una verdad antecedente para
imponerla desde arriba (su verdad no se prueba, ni refuta con razones), pero
pueden (y deben) ofrecer un camino compartido de experiencia y esperanza
sanadora, que les permite superar la angustia de la muerte. Por eso, ellos no quieren crear un sistema sagrado, que
domine sobre el mundo, sino abrir para los hombres un espacio de libertad y
diálogo interhumano, en gesto de comunión personal.
En principio, el Dios
de Francisco (de sus discursos y sus gestos) ya no aparece como Señor
impositivo (dominando desde arriba la historia de los hombres), sino como amor
y vida encarnada, al servicio del despliegue de la vida, desde el interior de
la historia. El dios de la filosofía y de la práctica ontológica de un tipo de
Iglesia imperial no responde bien al evangelio.
El nuevo cristianismo
ha de insistir en lo que he llamado la kénosis de Dios, que es su presencia
creadora y redentora en el interior de la vida de los hombres: Dios no está
sobre el mundo (creación) para dominarlo desde arriba, ni en sus bordes para
limitarlo, sino en su mismo centro, para así animarlo, siendo así su alma, en
gesto de participación, sufrimiento compartido y transformación.
Según eso, el Dios de la Iglesia de Cristo es el Dios
del mismo camino de la historia de los hombres.
4.
De la teocracia a la comunión
Francisco quiere pasar
del Dios teo-crático (autoridad dominadora) al Dios interior y compañero de la
comunión personal y de la comunicación libre entre los hombres, como habían descubierto
los israelitas en su camino de desierto y como supieron los cristianos al
situarse ante Jesús. El Dios teo-crático dominaba sobre el hombre y le imponía
su pretendida verdad desde arriba.
Por el contrario, el
Dios de Jesucristo penetra en la vida de los hombres y mujeres, potenciando su
diálogo en amor y superando así el poder de la muerte (en esperanza de
resurrección). Sólo en ese contexto se puede hablar de un designio de Dios, que
no se impone por ley física o social, sino que abre un camino de futuro
(resurrección) por desbordamiento gratuito de vida. Dios no traza (ni impone)
un designio establecido de antemano, sino que abre un camino, que él mismo
recorre con (a través) de los hombres.
Ese Cristo de Dios de
Francisco no es por tanto una especie de emperador supremo, que podría conceder
su potestad a la Iglesia, sino el hombre Jesús, aquel en quien Dios ha encarna
de manera privilegiada su proyecto de amor, comprometido en el despliegue de la
historia de los hombres. Ese Cristo de Dios no sobre-viene sobre un mundo ya
hecho, para dirigirlo desde arriba, sino que se introduce como hombre de amor
en el mismo despliegue de la historia de los hombres. Así lo hizo Jesús en
Galilea, así quiere hacerlo Francisco desde el Vaticano, donde lo tiene inmensamente
más duro. Jesús salió del ámbito sacral del templo para iniciar su camino.
Francisco sólo a salido a medias de su Vaticano simbólico para retomar la
marcha del evangelio.
5. Iglesia, una
experiencia de comunión
Desde el fondo anterior
ha de entenderse la nueva visión de la Iglesia, que se despliega y entiende
como experiencia de comunión, abierta a los que creen en Jesús, y, de un modo
más extenso, a todos los hombres que aceptan y promueven el misterio de la vida
en actitud de encuentro mutuo, sin imposición intelectual ni moral (ni social),
pero con una gran creatividad. Hoy, por vez primera, tras veinte siglos visión
sacral impositiva (los jerarcas religiosos dirigen desde arriba, desde su
Vaticano la vida de los hombres), es posible exponer y abrir el cristianismo
(la Iglesia) como proyecto y camino de humanidad kenótico-redentora, abierta
por Jesús a la culminación pascual de Dios (es decir, de la Humanidad).
Todos hablan en la
Iglesia de comunión de hermanos (de iguales), desde los más pobres, pero de
hecho se trata de una “comunión protegida” a través de una especie de dictadura
sacral donde algunos dicen lo que otros han de hacer. Pues bien, Francisco ha
querido iniciar un camino distinto, en el que su palabra no se impone, sino que
penetra como fermento (con Jesús) en el diálogo y palabra de los hombres, para
caminar todos los que quieran en igualdad y amor, desde el misterio de Dios.
Eso significa que Francisco no tienen que poner en marcha el tren de la
Stazione Vaticano, sino quizá dejarlo allí, para salir de sus muros y asumir el
camino del tren de la humanidad, con Jesús en el corazón y en los labios.
6. Una Iglesia para el
evangelio.
No es el evangelio para
la Iglesia, sino la Iglesia para la evangelización, es decir, para la extensión
del mensaje y presencia del Reino de Dios. Eso implicará un cambio de
estructura eclesial, que es difícil programar de antemano, pues ello sólo puede
hacerse a medida que se avanza en el camino. No se trata de tirar por la borda
lo que ha sido la tarea histórica de la Iglesia, sino de asumirla para
recrearla (superarla sin negarla) según el evangelio.El antiguo paradigma
ontológico (un cristianismo entendido como instancia de verdad que podría
imponerse de algún modo sobre el mundo) no responde a las nuevas experiencias
de la vida social y de la ciencia. Por impulso científico/social y, quizá por
influjo de fondo del mismo evangelio, la modernidad ha destruido ese paradigma,
de manera que las formas de religión antigua (ontológica) están perdiendo su sentido.
Según todos los indicios, nos hallamos en un momento clave de transformación,
de manera que si la jerarquía de la Iglesia sigue defendiendo su modelo antiguo
acabará perdiendo su sentido (y se opondrá además al evangelio). Pues bien, el
nuevo paradigma emergente, por el que Dios no aparece dominando desde arriba,
de un modo necesario todo lo que existe, abre un camino nuevo para el
cristianismo.
Quizá por vez primera,
tras siglos de imposición religiosa, que ha corrido el riesgo de velar el
evangelio, los cristianos pueden recuperar el poder radical de la propuesta de
Jesús. Ésta no es ocasión para pequeños retoques estéticos, sino para un cambio
radical, en línea de evangelio y de modernidad, en clave católica, pero
aceptando y compartiendo los retos e impulsos de otras tradiciones cristianas
(ortodoxa, protestante), retomando un impulso religioso de trascendencia y
encarnación que también puede encontrarse en otras religiones.
7. ¿Un nuevo concilio?
¿Devolver la Iglesia a los pobres?
Algunos cristianos
quieren que, en este contexto, a los cincuenta años del Vaticano II,
aprovechando el tirón de Francisco se convoque un nuevo Concilio abierto a las
diversas confesiones cristianas y, en el fondo, a todas las religiones. Quizá
es idea buena, pero tendría que ser un concilio distinto, que no sea exclusivo
de obispos (de estos obispos que apenas asumen el espíritu de Francisco, muchos
de ellos agazapados, esperando que acabe este paréntesis argentino de la
Iglesia). Pienso que un Concilio con los obispos actuales de la Iglesia no
lograría mucho, y eso lo ha visto el mismo Papa en el Sínodo de la Familia (y
en la resistencia que encuentra en muchos cardenales) que no aceptó (en la
primera fase del 2014) sus propuestas.
Sería necesario un
concilio distinto, de tipo evangélico, fundado en la realidad del ser humano,
desde los pobres del mundo, el concilio de aquellos cojos-mancos-ciegos con los
que se encontró Jesús que le llevaron a salir de las instituciones establecidas
para iniciar una marcha de evangelio. Por eso, para volver a la imagen del
comienzo, quizá sería necesario olvidar la vieja Estación del Vaticano, para
recrear el espíritu de Jesús desde las calles y plazas de la vida, desde los
márgenes, como quiso Jesús. Creo que eso quiere el papa Francisco, aunque quizá
debería apresurarse… Yo quiero que se cure, que vaya viendo, palpando,
sintiendo… para dar un día, pronto, un gran “golpe de evangelio”, para sacar la
Iglesia de los muros de esta Estación ya larga del Tren del Evangelio, parado
demasiado tiempo en la estación del Vaticano. Y todo eso por amor al evangelio,
por amor a la Iglesia.