Por: Talita Bedinelli y otros
www.elpais.com / 130418
Dos
meses antes de las elecciones más disputadas de la historia de Brasil, en 2014, la
entonces presidenta, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), una
exguerrillera agnóstica declarada, se desplazó hasta São Paulo para asistir a
un culto evangélico de casi tres horas. El acto incluyó el discurso de un
pastor que rememoró la época en que fumaba “hasta cien piedras de crack por
noche” y atribuía el vicio a “un espíritu que domina el sistema nervioso”. Se
curó “gracias a la fe”, explicó el pastor ante un auditorio que, además de
Rousseff, reunía a la crema del poder brasileño: el entonces vicepresidente y
ahora presidente, Michel Temer, ministros, el gobernador y el alcalde de São
Paulo —también del izquierdista PT— y los miembros más importantes del Congreso
Nacional. Era la inauguración del Templo de Salomón, una megaiglesia de 100.000
metros cuadrados con capacidad para recibir hasta 10.000 fieles construida en
el centro de la mayor ciudad del país. El ambicioso proyecto fue planeado por
el obispo Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD),
uno de los principales exponentes de la religión evangélica. La inauguración
del templo, transformada en una especie de convención suprapartidaria, es el
retrato fiel de la importancia política que los evangélicos adquirieron en el
país en los últimos años.
Una constante que se ha extendido por toda América Latina,
donde la doctrina evangélica se expande a un ritmo vertiginoso. En una región
donde hay 425 millones de católicos (el 40% de la población católica mundial),
en un contexto en el que la Iglesia católica está dirigida por el primer papa
latinoamericano, los evangélicos suman el 20%, cuando hace seis décadas apenas
llegaban al 3%, según datos del Pew Research Center.
El
ascenso ha propiciado que se hayan convertido en un actor político
determinante, a costa de imponer en la agenda valores retrógrados y a riesgo de
hacer retroceder libertades que, en la mayoría de los países, apenas asoman la
cabeza. Brasil, Colombia y México, las tres grandes potencias que este año celebran
elecciones, serán el termómetro para evaluar el poder de esta doctrina más allá
de los centros donde se practica. Si en los dos primeros es notable, en México,
enclavado entre un país (Estados Unidos) y una región (Centroamérica) donde los
evangélicos cuentan cada día con más poder, es un enigma el papel que van a
jugar. En los tres casos, los candidatos, sean de izquierda o conservadores,
han hecho guiños, cuando no alianzas, para garantizarse su apoyo.
Los
grupos evangélicos han sido capaces de abrir de manera intermitente el debate
sobre qué es la familia y atacar cualquier atisbo de legalización del aborto o
de matrimonios igualitarios. Más allá, estos grupos apelan a la fe para
erigirse en activos en la lucha contra la corrupción, la lacra que carcome la
región de norte a sur. Con esta premisa estuvo a punto de alzarse con el poder Fabricio Alvarado en Costa Rica hace dos
semanas.
El
fulgurante ascenso del pastor evangélico en el pequeño país centroamericano
evidenció además cómo estos grupos cuentan, a su favor, con un factor del que
carecen los partidos tradicionales, especialmente los más conservadores: la
cercanía con clases populares, hartas de las élites, y que tradicionalmente se
decantaban por formaciones de izquierda.
Torcer una elección
El
caso del PT brasileño sobrevuela en México. El favorito en todas las encuestas,
el dos veces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, decidió unir su formación,
Morena, considerada de izquierda, con un partido ultraconservador, Encuentro
Social, que defiende la familia como un pilar. La aparente alianza contra
natura soliviantó a buena parte de los potenciales votantes y a las bases de
Morena, pero no ha tenido aún consecuencias en los sondeos. El candidato de
Morena, López Obrador, es consciente de que puede llegar a necesitar el apoyo
de la comunidad evangélica, pese a que esta no es tan numerosa como en Brasil.
El
líder de Morena pasó, en medio año, de decir que nunca podría estar acompañado
por Encuentro Social a proponer, el día que fue ungido como candidato por los
ultraconservadores, una Constitución moral para el país.
El
poder de los evangélicos no será determinante en México salvo que la votación
sea muy cerrada y contar con su apoyo se vuelva crucial. El caso más reciente
es el de Colombia.
La noche del 2 de octubre de 2016, los colombianos rechazaron en plebiscito,
por una exigua diferencia, el acuerdo de paz negociado con la entonces
guerrilla de las FARC. Aquel día, la comunidad evangélica, sobre la que muy
poca gente había situado los reflectores, salió a celebrar. Habían conseguido
que dos millones de fieles, según cálculos de las principales iglesias de esta
confesión, votaran no.
Le
recordaron al país que son capaces de hacer frente al 70% de ciudadanos que se
confiesan católicos y torcer una elección. Las autoridades estiman que hay seis
millones de evangélicos, aunque los pastores suben la apuesta con cálculos de
entre 8 y 12 para una población de unos 48 millones de habitantes. Es la
confesión que más crece, no solo en número, también en repercusión. Cuentan con
un potente altavoz: 145 emisoras y 15.000 centros religiosos, según datos del
Consejo Evangélico.
La
noche del 27 de mayo, las urnas demostrarán si su poder es determinante también
para poner y quitar presidentes. El resultado en la contienda legislativa del
pasado marzo demostró que la fuerza que demostraron durante el plebiscito se
diluye cuando no hay un único enemigo a batir. El voto evangélico se divide en
el mismo número de candidatos de su confesión. A priori, Iván Duque, candidato
del Centro Democrático, el partido creado por el expresidente Álvaro Uribe, es
quien está más cerca de ganarse el apoyo evangélico, en la medida en que está
apoyado por Alejandro Ordóñez, el exprocurador de Colombia que defiende que “la
restauración de la patria pasa por la restauración de la familia”. Un único
modelo de familia formada por un hombre y una mujer. El candidato Duque, por el
momento, no se ha pronunciado sobre este tema en un aparente ejercicio de
neutralidad.
Los
principales pastores evangélicos de Colombia siempre han manifestado que no
invitan a sus fieles a apostar por ningún candidato, sino a votar en conciencia
para defender su modelo de familia. Aunque al mismo tiempo mandan un mensaje
claro: “Estamos presentes en los sectores políticos, culturales, económicos y
sociales del país”.
Por
tener posiciones claras y similares a las defendidas por buena parte de los
evangélicos, Jair Bolsonaro, el candidato de extrema derecha para las
elecciones presidenciales que se celebrarán en Brasil el próximo mes de
octubre, se perfila como el que puede tener más oportunidades de atraer su
apoyo. Bolsonaro, un militar en la reserva que defiende la tortura y el derecho
de portar armas, fue hasta bautizado por un pastor, en 2016, en aguas del río
Jordán, en Israel.